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20.11.22, Cristo Rey: Que hoy empiece tu paraíso (Lc 23, 35-43)

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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2CBCEF64-1AAD-478E-94DC-B1BD26EDCFF7Del blog de Xabier Pikaza:

Termina el año litúrgico 2022. Hemos caminado con Lucas, hoy nos despide con palabras de Jesús crucificado al “buen” ladrón, que le pedía ayuda: ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!  Yo quiero ser tu paraíso, tú puede ser paraíso para otros.

Nunca palabras mejor dichas:  Conmigo en el paraíso! Hoy, no mañana, ni pasado mañana. Yo quiero ser tu paraíso,  tú puedes ser el de todos, si escuchamos la respuesta del crucificado que nos dice:  Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Estas palabras son el testamento de un moribundo que vive. Será bueno escucharlas, siguiendo el ritmo entero de este pasaje de Lc 23, 35-43. Estas palabras son toda la “política” de Cristo-Rey con el “ladrón” del paraíso.

Cada evangelista ha contado la muerte de Jesús y su promesa de Reino desde su perspectiva: Marcos es más dramático, Mateo más trágico, Juan más teológico.

‒ Marcos y Mateo destacan el carácter abismal de la muerte del Cristo, que acaba su vida gritando: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?  Lucas y Juan describen la muerte de Jesús como catequesis, mostrando que Cristo reina ya desde la Cruz (Juan) o que nos lleva por ella al paraíso, esto es, a la humanidad reconciliada.

Lucas sitúa ante la cruz de Jesús a diversos personajes, ofreciendo una durísima y clara “radiografía” de la humanidad (de entonces y de hoy), donde unos son infierno para otros, y todos matan a Jesús, el justo.

En un sentido no hay salida.  Pero hay un bandido que pide a Jesús “acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”, y Jesús le responde “hoy estarás conmigo en el paraíso. Del reino que buscaba el bandido al paraíso que le ofrece Jesús transcurre toda la historia del mundo Hoy   puede empezar nuestro paraíso. Buen domingo a todos.

 Lc 23, 35-43. Un evangelio en seis momentos:

  1. (Autoridades). En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
  2. (Soldados). Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.”
  3. (Sentencia oficial). Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: Éste es el rey de los judíos.
  4. (Un malhechor) Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
  5.  (Otro malhechor). Pero el otro lo increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibirnos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues en tu reino. 6. (Paraíso) Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

1. Autoridades, sacerdotes: En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

El texto les llama “arkhontes”, los que tienen la “arkhe”, un principado religioso y social, la primacía. Son por su contexto y su palabra los grandes sacerdotes que han condenado a Jesús, responsables religiosos y morales de su asesinato.

Conforme a una visión teológica y simbólica normal de aquel momento, estos “arkhontes malos” son ángeles perversos, rectores del orden religioso manipulado por el Diablo, delegados y representantes del Diablo, no de Dios, como puso de relieve

J. Ratzinger en un trabajo titulado: Die Einheit der Nationen, La Unidad de las naciones (Obras completas II, BAC, 2014). Los (estos) sacerdotes son ángeles perversos, sufren una patología religiosa, son dominadores de la religión para su servicio (servicio del Diablo, la opresión de los hombres).Ellos se arrogan la autoridad oficial para decir quién es el Mesías de Dios, el Elegido… y deciden que Jesús no lo es, porque se deja matar en vez de “salvarse” a sí mismo.

En el fondo, estos sacerdotes piensan que el elegido de Dios tiene ser un “egoísta”, alguien que se salva a sí mismo, siendo capaces de matar a otros para salvarse ellos mismos.  Son profesionales de violencia, sacrificadores, manipuladores de Dios. Quieren vencer siempre, mantenerse por arriba: su Cristo es la victoria propia, y de esa forman vencen ellos, matando al Cristo de Dios.

 Se creen superiores y, por eso, se ríen de los derrotados y vencidos. De esa forma  muestran su maldad y su miseria. Piden al Cristo que demuestre su fuerza cuando están muriendo, son, arkhontes del diablo, perversión suprema de la humanidad. ¡Si es Mesías que se salve…! ¡Si es el Mesías que triunfe, que les mate…! Para ellos no hay más mesías que el triunfo sobre otros.

2. Los soldados se burlan también.  No tienen más verdad que la violencia. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

Son “stratiôtai”, estrategas de la violencia oficial del imperio, que quiere dominar sobre la tierra con armas, representantes del poder militar, unidos a los “arkhontes” de la religión y así dice a Jesús moribundo :“si eres Rey de los judíos … Para ellos, ser rey es vencer en la guerra, no dejarse matar nunca, matar a otros para vivir ellos mismos.  Estos  stratiotai, soldados, hablan de un “rey de los judíos”. Ellos están al servicio del César, que es rey de Roma, no aceptan otros reyes, por eso les han encargado que maten a éste y lo hacen…

Pero tienen cierta compasión y, en medio de la burla, le ofrecen “vinagre” para calmar su sed (y quizá para adormecerle, aunque no es claro). Es evidente que estos ellos ejercen violencia,  pero una violencia que no nace de ellos, sino de los arkhontes. Es como si el poder militar estuviera al servicio de la religión, es decir, de una ideología falsa… Ellos son unos pagados: hacen lo que les manda; son unos “mercenarios”, entrenados para  matar y de esa forma matan.

3. Sentencia oficial: Rey de los judíos.Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: Éste es el rey de los judíos. Era un letrero mentiroso, siendo verdadero.

Arkhontes y soldados… pueden burlarse de Jesús, a su manera… Pero alguien ha mandado poner un letrero. Tiene que ser el Gobernador Romano, que ha condenado a Jesús porque no puede haber frente a Roma o contra Romo un “Rey de los Judíos”. Ser rey de los judíos es un delito, no hace falta más para matarle.

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Solemnidad de Cristo Rey. Domingo 34 Ciclo C

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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75B5E8A4-AC4D-44A7-9714-1FD6E1EF1255Del blog El Evangelio del Domingode José Luis Sicre:

Inicialmente esta fiesta se celebraba el domingo anterior a la de Todos los Santos (1 de noviembre). La reforma del Concilio Vaticano II decidió cerrar el año litúrgico con esta solemnidad para subrayar la victoria final de Jesús.

David, el rey salvador (2 Samuel 5, 1-3)

La primera lectura solo se comprende recordando los acontecimientos previos. Años atrás, el primer rey israelita, Saúl, ha muerto luchando contra los filisteos. Le ha sucedido un hijo bastante inútil, Isbaal, y el poder se concentra en las manos del general Abner. Pero tensiones internas y externas llevarán al asesinato de Abner y, más tarde, de Isbaal. Las tribus del norte, sin rey ni general, se sienten desconcertadas. Y consideran que la única solución es ofrecerle el trono a David, que ya es rey de Judá desde hace siete años. Y se dirigen a la que entonces era capital de Judá, Hebrón (Jerusalén todavía no había sido conquistada).

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:
‒ Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: “Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel.”
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

Nosotros leemos estas palabras sin darle especial importancia. Pero el que los del norte vengan a buscar la salvación en el rey del sur era entonces algo inaudito, que sólo se explica por la necesidad urgente de un rey que los salve.

Jesús, el rey incapaz de salvar (Lucas 23, 35-43)

Los contemporáneos de Jesús también esperaban un rey con capacidad de salvar. La lectura del evangelio de lo deja muy claro. Las autoridades, los soldados, uno de los malhechores crucificado con Jesús, lo repiten hasta la saciedad. Pronuncian los mayores títulos: Mesías de Dios, Elegido, rey de los judíos, Mesías. Pero sólo están dispuestos a aplicárselos a Jesús si se salva a sí mismo, o, como dice el otro crucificado, «sálvate a ti mismo y a nosotros». La sorpresa aparece al final, en la petición del buen ladrón, cuando reconoce que el reino de Jesús no se realiza en este mundo, no es aquí donde lleva a cabo obras portentosas para que la gente lo acepte como rey. Su reino se encuentra en una dimensión distinta, en la que entrará a través de la muerte. Por eso, el buen ladrón no pide que lo salve. Sólo pide un recuerdo: «acuérdate de mí».

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:
A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro lo increpaba:
¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
Y decía:
Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió:
Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

El evangelio de san Juan pone en boca de Jesús, durante el juicio ante Pilato, las palabras: «Mi reino no es de este mundo». Y eso mismo dice aquí, no Jesús, sino el que conocemos como «el buen ladrón». El reino de Jesús no se realiza en este mundo, no es aquí donde realizará obras portentosas para que la gente lo acepte como rey. Su reino se encuentra en una dimensión distinta, en la que entrará a través de la muerte. Por eso, el buen ladrón no pide que lo salve. Sólo pide un recuerdo: «acuérdate de mí».

A lo largo de su vida, Jesús escuchó muchas peticiones: de leprosos que deseaban ser curados, de ciegos y cojos, de padres de niños difuntos, de discípulos asustados por la tormenta… Pero esta es la petición más bella y más sencilla: «Jesús, acuérdate de mí». El buen ladrón pide muy poco. Pero hace falta una fe profundísima para creer que ese ajusticiado, al que todos rechazan y del que todos se burlan, dentro de poco será rey, y que un simple recuerdo suyo puede traer la felicidad. Así ocurre en la promesa que Jesús le hace: «hoy estarás conmigo en el paraíso».

«Acuérdate de mí» y «estarás conmigo» son las dos caras de una misma moneda, de la intimidad plena entre el rey y su súbdito, más satisfactoria que todas las prebendas y beneficios mundanos que regalan otros reyes.

Jesús, mucho más que rey (Colosenses 1,12-20)

Si los presentes junto a la cruz negaban la realeza de Jesús, Pablo, sin llamarlo “rey”, habla de su reino y coloca a Jesús por encima de todo lo imaginable en cielo y tierra. La lectura podemos dividirla en dos secciones.

En la primera, se da gracias a Dios por un regalo inimaginable. Imaginemos que somos ciudadanos de un país pobre, miserable, sin futuro; de repente, nos conceden la ciudadanía de un país maravilloso, el pasaporte para entrar en él, incluso nos llevan en avión en primera clase. Eso es lo que ha hecho Dios con nosotros: del mundo de las sombras y del pecado nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

La segunda parte resulta difícil entender si no se conoce la situación de los cristianos de Colosas (en la actual Turquía). ¿Era Jesús superior a los semidioses tan venerados por el pueblo: tronos, dominaciones, principados, potestades? ¿Se extendía su dominio a los seres visibles e invisibles, al pasado y al futuro, al ámbito de los muertos? Preguntas que pueden parecernos trasnochadas pero esenciales para ellos. Pablo responde situando a Jesús por encima de todo lo imaginables en cielo y tierra, pero sin olvidar la realidad de su muerte en cruz.

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.       

Nota sobre el sentido originario de la fiesta

Cuando Achille Ratti fue elegido Papa en febrero de 1922 y tomó el nombre de Pío XI, tenía la experiencia reciente de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa. Pocos meses después, en octubre, Mussolini organizaba la marcha sobre Roma, que llevaría al triunfo del fascismo. Un año más tarde (8 de noviembre de 1923) Hitler intenta un golpe de estado en Múnich. Pío XI, alarmado por las tensiones crecientes en Europa y en todo el mundo, piensa que la única y verdadera solución a los problemas de tipo social, político, económico, es atenerse al mensaje del evangelio. Si Cristo fuese el rey de este mundo, muy distintas serían las cosas. Entonces instituyó esta fiesta, aprovechando que en 1925 se cumplían mil seiscientos años del concilio de Nicea, que proclamó la realeza de Cristo al añadir al credo apostólico las palabras: “y su reino no tendrán fin”.

Ha pasado casi un siglo. El lenguaje, como tantas cosas, ha cambiado; las verdades profundas, no. No creo que muchos católicos se animen a decir hoy día que la solución a los problemas que afectan al mundo actual sea Cristo Rey. Pero sí debemos estar dispuestos a defender los valores evangélicos del amor al prójimo, especialmente al más necesitado, de reconocernos todos como hermanos, hijos del mismo Padre, de la compasión, la justicia, la paz.

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Último Domingo del Tiempo Ordinario, Jesucristo Rey del Universo. 20 noviembre, 2022

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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Habían puesto sobre su cabeza una inscripción, que decía: Este es el rey de los judíos.”

(Lc 23, 25-38)

Un rey crucificado ya es lacerante, pero un Dios crucificado… si se piensa despacio, olvidando que ya nos hemos acostumbrado a ver crucifijos de todos los tamaños, estilos y materiales. Olvidando que es una imagen que muchas veces ya no nos estremece. Entonces hacer el esfuerzo de ver en Jesús a Dios ocupando el último lugar, el último de los últimos, ese que nadie nunca querría ocupar. El lugar de los delincuentes, de los blasfemos, de los pecadores, de los marginados…

Pues así, todo junto y bien mezclado, nos da una imagen muy aproximada del estilo de rey que quiere ser nuestro Dios cristiano.

No, la realeza de Dios, ya lo decía Jesús (Jn 18, 36), no tiene nada que ver con la realeza de este mundo.

Nosotros hoy, como en tiempos de Jesús los judíos, soñamos, deseamos, anhelamos, un Dios, un Mesías, un Salvador a lo grande: fuerte, invencible, poderoso. Muy al estilo de los grandes héroes. Sí, así nos gustaría.

Así  lo representamos: estatuas monumentales, ricas tallas, frescos donde Jesús es un pantocrátor en majestad, como los reyes de todos los tiempos: con corona, dignos ropajes, oro y por supuesto poder, mucho poder. ¡Todo el poder!

Pero da igual, Dios en Jesús, se empeña en ser “como uno de tantos”, se pone a la fila de los pecadores, se deja acariciar los pies por mujeres de mala fama, se mezcla con la chusma y también con los ricos corrompidos, pero siempre vestido de “paisano” y sin bolsa en la cintura. Se nos escapa del Templo y corretea por las calles, los caminos y los campos.

Le interesan, siempre le han interesado, las ovejas descarriadas, las monedas perdidas, lo que no tiene solución, el desecho social, tanto por arriba como por abajo…

Nuestro rey Jesús es el que se deja ajusticiar, ridiculizar, abofetear y escupir. Y se presenta desgarrado, sangrante y desnudo, clavado en una cruz, torturado. Ese es el camino que lleva al reino, a la realeza de Cristo.

Oración

Mi corazón no es ambicioso,

ni mis ojos altaneros,

no pretendo grandezas

que superan mi capacidad.”

(Salmo 131)

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Jesús nunca pretendió ser rey de nadie.

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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DOMINGO 34 CRISTO REY (C)

Lc 23,35-43

Toda la liturgia del año tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Comienza en Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena. Como todo ser humano, nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que culminó con una muerte que expresó sin equívocos la plenitud de ser. Pero Jesús respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo. A pesar de ello, le proclamamos Rey del Universo. Claro, nosotros sabemos mucho mejor que él lo que es y lo que no es Jesús.

Con el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de “Jesús rey del universo”? Un Jesús que luchó contra toda clase de poder; que rechazó como tentación la oferta de poseer todos los reinos del mundo. Un Jesús que dijo: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios. Un Jesús que invitó a sus seguidores a no someterse a nadie. Un Jesús que dijo que no venía a ser servido, sino a servir. Un Jesús que dijo a los Zebedeo: “El que quiera ser grande que sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último. Un Jesús que, cuando querían hacerlo rey, se escabulló y se marchó a la montaña. Podíamos hacer más referencias, pero creo que está claro lo que quiero decir.

La palabra Rey, Padre, Hijo, Mesías, Pastor, tienen gran riqueza de significados simbólicos en la escritura. Todas están relacionadas entre sí y no se puede entender separando unas de otras. La idea de un “rey”, en Israel, fue más bien tardía. Mientras fueron un pueblo nómada no tenía sentido pensar en un rey. Cuando se establecieron en  las ciudades de Canaán, sintieron la necesidad de copiar sus estructuras sociales y le pidieron a Dios un rey. Esa petición fue interpretada por los profetas como una apostasía, porque para el pueblo judío, el único rey debía ser Yahvé.

Encontraron la solución convirtiendo al rey en un representante de Dios. Para erigir a una persona como rey, se le ungía. Es lo que significa exactamente Mesías (Ungido, Cristo). La unción le capacitaba para una misión: conducir al pueblo en nombre de Dios. De ahí que desde ese momento se le llamara hijo de Dios. Lo propio de un hijo es actuar como el padre, en lugar del padre. También se le llamaba padre del pueblo y pastor del pueblo. Lo mismo que Dios era padre y pastor para ellos, el que era elegido como rey era ungido, hijo, pastor y padre. Los primeros cristianos utilizaron todas estas palabras para referirse a Jesús y nosotros podemos seguir utilizándolas, pero como símbolos.

El letrero que Pilato puso sobre la cruz era una manera de mofarse de Jesús y de las autoridades. Es curioso que nosotros hayamos ampliado el ámbito de su realeza a todo el universo. ¿Para escarnio de quien? Los soldados también le colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado de piedras preciosas? Podemos seguir empleando el título, con tal que no le demos un sentido literal. Todo lenguaje sobre Dios es analógico. También el aplicado a Jesús una vez que terminó su trayectoria humana.

Las autoridades, el pueblo, uno de los ladrones le piden que se salve; pero Jesús no bajó de la cruz. Desde el bautismo hasta la cruz, le acompaña la tentación de poder. Jesús se salvó de esa tentación, pero no como esperaban los que estaban a su alrededor. Hoy seguimos esperando, para él y para nosotros, la salvación que se negó a realizar. Nos negamos a admitir que nuestra salvación pueda consistir en dejarnos aniquilar por los que nos odian. Si seguimos esperando la salvación externa, seguridad, poder o gloria, quedaremos decepcionados como ellos. Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor reinen en toda la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad.

El centro de la predicación de Jesús fue “el Reino de Dios”. Nunca se predicó a sí mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo, y todo lo que dijo, hacía siempre referencia a Dios. El Reino de Dios es una realidad que no hace referencia a un rey. Ese “de” no es posesivo sino epexegético. No es que Dios posea un reino. Dios es el Reino. Jesús se identificó de tal manera con ese Reino. De Jesús terreno carecería de sentido hablar de su reino. Podemos hablar del Reino de Cristo como una gran metáfora, como el ámbito en el que se hace presente lo crístico, es decir, un ambiente donde reina el amor. Entendido de ese modo y no literalmente, puede tener pleno sentido hablar del Cristo Rey.

Los cristianos descubrieron esta identificación, y pronto pasaron de aceptar la predicación de Jesús a predicarle a él. Surge entonces la magia de un nombre, Jesucristo (Jesús el Cristo, el Ungido). El soporte humano de esta nueva figura queda determinado por la cualidad de Ungido, Mesías. El adjetivo (ungido) queda sustantivado, (Cristo). Lo determinante y esencial es que es “Ungido”. Lo que Jesús manifiesta de Dios, es más importante que el sustrato humano en el que se manifiesta lo divino. Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido, pero tampoco puede haber un “Ungido” sin el ser humano, Jesús.

Cristo no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús. El Reino, que es Dios, es el Reino que se manifiesta en Jesús. Para poder aplicar a Jesús el título de rey, debemos despojarlo de toda connotación de poder, fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no solo condenó al que somete; condenó con la misma rotundidad al que se deja someter. Este aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan. No hay opresor sin oprimido. El reinado de Cristo es un reino sin rey, donde todos sirven y todos son servidos. Cuando decimos: reina la paz, no queremos decir que la paz tenga un reino sino que la paz se hace presente en ese ámbito.

Jesús quiere seres humanos completos, que sean reyes, es decir, libres. Jesús quiere seres humanos ungidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo divino. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter. La opresión religiosa es la más inhuma porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser y oprimirle radicalmente. Entender literalmente términos militares, como “guerrilleros de Cristo”, “cruzados de Cristo”, para designar personas o asociaciones vinculadas a Jesús, es muestra de la más burda tergiversación del evangelio.

En el padrenuestro, decimos: “Venga tu Reino”, expresando el deseo de que cada uno de nosotros hagamos presente a Dios como lo hizo Jesús. Y todos sabemos cómo actuó Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no entramos en la dinámica del Reino. Cuando responde a Pilato, no dice “soy el rey”, sino soy rey. Quiere demostrar que no es el único, que cualquiera lo es en su verdadero ser.

 

Fray Marcos

Meditación

“No es de este mundo”, no quiere decir que es un reino para el más allá.
Quiere decir que no es un reino como los que conocemos aquí.
El reinado de Jesús es el reinado de Dios.
Es el reinado del amor, del servicio, de la entrega total.
Jesús fue rey porque fue Señor de sí mismo.
Lo que había de Dios en él gobernaba todo su ser.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Cristo Rey?

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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«Esta misma tarde estarás conmigo en el Paraíso»

No. Cristo no reina en el mundo. Reina el dinero, la avaricia, la insolidaridad, el deseo, el derroche, la ciencia mercantilizada, la economía deshumanizada, la expoliación de nuestro hábitat, la explotación de personas para exprimirlas como un limón, el vilipendio de las actitudes y los valores que nos hacen humanos, la sacralización de lo que nos animaliza, el desprecio de la concordia, la exaltación del conflicto, la ley del más fuerte, la guerra…

Y me dirán que no todo es así —lo cual es cierto—, pero lo que reina en el mundo sí que es así. Lo que reina en el mundo es lo que lo está llevando a una situación límite donde está en riesgo la propia civilización. Es lo que está cambiando el clima, destruyendo los fondos marinos, produciendo sequías y pérdida de cosechas, provocando a la larga tal escasez de productos esenciales para la vida, que traerá migraciones masivas, conflictos generalizados por obtenerlos… e infinidad de calamidades más.

Pero no hace falta apelar al futuro para ver su infausto legado. Hoy mucha gente muere de hambre y falta de medicinas básicas mientras otros tiramos el treinta por ciento de los alimentos a la basura. Hoy, dentro de toda ciudad desarrollada, convive la miseria con el derroche, y la inhumanidad campa por sus respetos. Una persona puede estar muriéndose en una acera concurrida mientras los demás pasamos indiferentes, o ser víctima una agresión brutal en plena calle y a pleno día sin que movamos un dedo por auxiliarle…

Necesitamos que en el mundo reinen otros valores, porque es evidente que con estos nos encaminamos al desastre a una velocidad de vértigo. Necesitamos sacudirnos la esclavitud a la que nos somete el dinero, sofocar el deseo irracional de cosas que no necesitamos, aprender a vivir con poco, descubrir que el prójimo también tiene anhelos y necesidades, recuperar la capacidad de compadecer, preferir dar que recibir, desterrar la violencia, acostumbrarnos a decir la verdad, trabajar por la paz y la justicia…

Necesitamos reconciliarnos con la Naturaleza, porque no es posible garantizar el bien del género humano sin ampliar nuestro desvelo al entorno que lo acoge. Necesitamos poner coto al crecimiento del mundo artificial porque si no, acabará engullendo al mundo natural…

Solo cuando esto se logre podremos decir que Cristo reina en el mundo. Pero esto no es algo que vaya a ocurrir de manera espontánea, ni solo por la fuerza del Espíritu, sino porque haya personas que trabajen en ello. Jesús creía que era posible, y su última voluntad fue encargarnos a nosotros, sus seguidores, la tarea de hacerlo. Hasta nos dijo cómo: «Que los hombres vean en vuestras buenas obras el amor del Padre».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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Fiesta de Cristo Rey.

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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Lc 23, 35-43

Y lecturas: 2Sm 5, 1-3; Sal 121; Col 1, 12-20

En la 1ª lectura se nos relata cómo el reino del Norte, Israel quiere reconocer a David como rey. Ya había sido reconocido por el reino del Sur, Judá. Se abre para el rey David una etapa en la que todos quieren confiar en él como el rey justo capaz de alcanzar la unidad entre los dos reinos.

Jesús intentó construir un reinado de Dios, una sociedad donde no hubiera fronteras. Era un buen judío y la idea de eliminar las fronteras le venía de atrás. Una idea magnífica que parece que nos hemos empeñado en sofocar a lo largo de los siglos.

Jesús de Nazaret fue elevado a las alturas con rapidez. Dicha labor San Pablo la ejecutó con perfección y quizás en demasía justificando al mismo tiempo los sufrimientos de Jesús. Clara evidencia es la carta de San Pablo a los Colosenses de este Domingo. Muchos en la Iglesia parecen querer mantenerlo allí. Aunque hay teólogos y sacerdotes que explican la cercanía de Jesús en nuestras vidas, esa elevación está tan inaccesible y tan consolidada que difícilmente lo encontramos barriendo y limpiando las paredes de nuestra casa. Este domingo  celebramos la fiesta de Cristo Rey ya que al igual que nombraron a David como rey hemos querido nombrar a Jesús como rey para parecernos a los demás pueblos. Es una fiesta establecida por Pio XI en 1925. Es bastante reciente y parece que prosperó acentuando tanto la lejanía de Jesús como la de Dios. De hecho la seguimos manteniendo en el siglo XXI. ¿De quién es Rey y para quién? Un rey goza de privilegios exclusivos imposibles de compartir. ¿Esa es la figura que corona nuestro tiempo ordinario?

Si pensamos qué relaciones tenía Jesús con Dios al que consideraba como padre, la diferencia con esa concepción de realeza es abismal y la sorpresa no puede ser mayor. ¿Qué idea podía tener Jesús de su padre Dios? Algunos profetas ya habían considerado a Dios como padre pero el trato que Jesús  tenía con él iba más allá. Veamos: El concepto que Jesús podía tener de Dios era producto de saberse hijo y haber profundizado en toda la Sagrada Escritura. En los textos del Antiguo Testamento se reflejan los premios y castigos que Dios otorga a su pueblo. ¿Cómo concebiría Jesús aquellos métodos de Dios para con el pueblo? Desde su perspectiva de misericordia, no le encontraría mucho sentido. Pero él, ya en su madurez, se los perdonaba, no los tenía en cuenta. Eran otros tiempos. Como un hijo termina olvidando los errores de su padre y de su madre y se los justifica porque eran otros tiempos quedándose con lo mejor que han podido dar. La imagen que solemos tener de nuestros progenitores es el de un padre o una madre que ha hecho muchas cosas por nosotros; la mayoría no las conocemos. Fuimos inconscientes. Incluso podríamos decir que nuestro padre o nuestra madre no han podido hacer más por nosotros. Con sus aciertos y sus errores, con alegrías y con sufrimientos pero han hecho todo lo que han podido, todo lo que han sabido hacer. Jesús descubrió otra imagen de Dios.

Y ¿qué ha pasado cuando hemos vivido la vejez de nuestro padre o de nuestra madre? Que nos han brotado sentimientos de agradecimiento y confianza pero con la certeza de que ellos, que ya lo han hecho todo, no pueden hacer más por nosotros.

Recuerdo a mi padre que con más de 90 años yo le cogía la mano y le decía: “Hola papá”. Y era suficiente para mí. No le pedía nada porque ya nada podía hacer por mí. Pienso que los sentimientos de Jesús con Dios eran similares. A sabiendas que ya Dios lo había hecho todo por Él en este mundo, era el momento de que Él actuara. Le diría a Dios: “Hola papá”. Y ya se sentiría comprendido, aliviado y entusiasmado para empezar o para seguir. Y se lo transmitiría a sus discípulos como una experiencia muy íntima y casi secreta. Me lo imagino diciéndoselo en voz muy baja. Como un descubrimiento nuevo con peligro de ser distorsionado ¡Cómo iban a poner esas palabras en boca de Jesús en la agonía de Getsemaní si Él no se lo hubiese dicho! Y ellos no le comprendieron. Algunos le tomarían por loco. Incluso le despreciarían. ¡Que Jesús se dirigiera como Papá a un Ser del que ellos ni nadie se atrevían a pronunciar siquiera su nombre! ¿Era respeto, temor, lejanía, recelo, desconfianza o quizás, un poco de todo? El término no prosperó aunque San Pablo lo retoma en sus cartas a los Romanos y a los Gálatas, asociado al término Padre. Usar solo Papá era demasiado cercano, demasiado expuesto a todo, demasiado vulnerable. Y así ha llegado hasta nosotros como Abba, Padre.

Cuando los hermanos hablan entre sí no suelen decir “padre decía” o “nuestro padre quiere”. En época de nuestros abuelos quizás eran los términos que se usaban pero no dejaban de mostrar distancia, a veces mucha, entre un padre y sus hijos. Ahora se dice mucho más papá o mamá. Son términos de más cercanía que los de padre o madre. De más confianza. Más implicados unos en otros. Ni los discípulos se atrevieron a seguir con la idea, ni la Iglesia se ha atrevido. En nuestros lenguajes de trato con Dios lo más cercano que le decimos es “Señor”, término que refleja una relación de vasallaje impropia de un hijo al que se le quiere mucho. Pero seguimos con ese lenguaje. ¿Es que acaso la ternura del término Papá nos desestabiliza, nos quita hombría, nos desarma y nos deja sin palabras? Nuestra mentalidad de orar donde desesperadamente pedimos y pedimos aunque con leves actitudes de acción de gracias nos impone distancias con Dios. Mientras que Él insiste en su cercanía a nosotros y su recordatorio de que está dentro de nosotros. Parece más bien las relaciones de una pareja que no acaba de comprenderse. ¡Qué pena! ¡Cuántos siglos de diálogos frustrados!

Es lamentable que la dulzura de las palabras de Jesús al buen ladrón nos empeñemos en dejarla allí, en la cruz. Ese paraíso del que habla se asociaba entonces al Jardín del Edén. Era como decirle al ladrón, “todas las tardes, al ir finalizando el día después de tus trabajos y de los míos, pasearemos, charlaremos, nos contaremos lo que nos apetezca, reposaremos de nuestra actividad y apreciaremos todo lo que la Naturaleza nos brinda. Nos sentiremos plenos y dispuestos a seguir o a emprender ideas nuevas”.

“Hoy estarás conmigo en el paraíso” son las palabras más hermosas de este domingo.

Amelia Hidalgo Jiménez

Tomares (Sevilla) 20.Nov.2022

Fuente Fe Adulta

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Un rey desnudo

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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Noche-300x225Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario 

20 noviembre 2020

Lc 23, 35-43

La ejecución de Jesús viene relatada bajo el reconocimiento de su realeza, tal como proclamaba el supuesto letrero colocado en la cruz: INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Con ello, sin duda, los autores de los textos evangélicos perseguían un objetivo teológico: mostrar a su Maestro como el Mesías Rey esperado.

La realidad, sin embargo, más allá de ese objetivo, proclamaba a gritos la paradoja presente en ese “rey”: despreciado, condenado, ejecutado…, absolutamente desnudo. Desnudo de cualquier cosa a la que poder aferrarse.

De ese modo, el texto nos introduce en la comprensión de lo que es la “realeza”, nuestra verdadera identidad: aquello que realmente somos es lo que queda cuando hemos sido “desnudados” de todo lo demás.

Desde esta clave, Jesús aparece como el hombre sabio que ha sabido vivir “desnudo” hasta el final. Desnudo de apetencias de tener, poder o aparentar. Pero desnudo, sobre todo, de la identificación con el yo. Y ello fue posible porque vivió en la comprensión de ser -tal como se recoge en el evangelio de Juan- “uno con el Padre”, o “todas las cosas” -como se lee en el evangelio de Tomás-.

Es precisamente esa comprensión la que le otorga autoridad para asegurar vida y decirle al compañero de suplicio: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El camino de la sabiduría -el camino de la vida- es un camino de desnudez, de soltar todo lo que no somos para vivir en conexión consciente con lo que realmente somos. Porque, con frecuencia, solemos funcionar justo al revés: nos tomamos por lo que no somos, ignorando lo que somos. No es extraño que, como consecuencia, nos veamos perdidos en la confusión y atascados en el sufrimiento.

La liberación viene de la mano de la comprensión. Y en ese camino incluso el sufrimiento puede ser un “aliado” para desnudar nuestras falsas creencias y, a través del silencio de la mente, llevarnos a saborear nuestra genuina “realeza”.

¿Vivo la existencia como un proceso de desnudez?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El perdón no arregla el pasado, pero mejora el futuro. El cristianismo es siempre perdón.

Domingo, 20 de noviembre de 2022
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J026_PantocratorDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Cristo Rey.

Terminamos el año litúrgico con esta hermosa evocación y celebración de Xto Rey, Señor del Universo.

Es evidente que Cristo rey no tiene nada que ver con las monarquías de este mundo: mi Reino no es de este mundo.El Reinado de Jesús es muy diferente al de los príncipes de la tierra y que hoy podemos ver en el ámbito político y en algunos medios de comunicación. Mucho menos se parece a alguna tendencia política que coloreó de violencia este título. Ya desde Pilato, el modo de ser del señorío de Cristo es otro, mi Reino no es como los de este mundo (Jn 18,36).

02.- Yo soy Rey, (Jn 18,36-37).

    El evangelista San Juan no emplea nunca las expresiones “Reino de Dios” o “Reino de los cielos”. [1] San Juan hablará siempre de vida: agua de vida, pan de vida, fuentes de agua vida, etc… Sin embargo en el evangelio joánico “no hay reino”, pero hay Rey. Aparece en el diálogo entre Jesús y Pilato. Éste le pregunta: ¿Tú eres rey? Sí, yo soy rey (Jn 18,33-17).

Dada la gran concentración cristológica del evangelio de Juan, Jesús responde: Sí, yo soy rey. (Esta expresión del “Yo soy” es muy propia de la cristología de Juan).

    El Reinado de Jesús es el de la Última Cena y el de la cruz: Jesús se quita el manto de Señor y se ciñe la toalla de esclavo para lavar los pies de sus discípulos. El Señorío de Cristo es el servicio y la entrega a los demás.

    En el evangelio de San Lucas el título de rey está clavado en la cruz: Este es el rey de los judíos…

El trono de Cristo es la cruz. La corona es de espinas. El manto de Señor se lo quitó en la cena del Jueves Santo

Jesús en la cruz perdona. Muere perdonando: perdónales porque no saben lo que hacen, Jesús perdona al buen ladrón.

    Es sublime que lo último que hace Jesús en vida es perdonar: hoy estarás conmigo en el paraíso.

03.- Acuérdate de mí.

Dimas (el primer santo del cristianismo, “canonizado por el mismo Jesús en la cruz), que así dice la tradición que se llamaba el buen ladrón, le pide a Jesús “Acuérdate de mí”. Es una actitud muy noble y muy evangélica. ¡Cuántas veces aparece esta postura tanto en Jesús como en muchos enfermos, pecadores: “ten compasión de mí”, Jesús “sintió lástima”, “acuérdate de mí”…

Jesús vive en la cruz su solidaridad total con el mal humano, muere entre dos malhechores.

    Los dos malhechores somos nosotros. Jesús es solidario siempre con nosotros, con los seres humanos, especialmente en cuanto malhechores.

Es una buena actitud y oración ponernos ante el Señor y decir casi sin palabra: “Acuérdate de mí”… ¿Le decimos al Señor: acuérdate, no te olvides de mí?

04.- Hoy estarás conmigo en el paraíso: La misericordia de Jesús (de Dios).

La tradición de San Lucas (evangelio de la misericordia y del perdón) subraya sobre todo la bondad y misericordia de Dios, del Reinado de Dios.

El acontecimiento al que hemos asistido en el texto evangélico de hoy es, al mismo tiempo, dramático y conmovedor. Nos abre de par en par las puertas de la esperanza.

Vemos a Jesús en pleno fracaso humano, Jesús muere en la crucifixión con unos ajusticiados, entre ladrones y maldiciones, etc. Resuenan con energía redentora estas palabras entre el buen ladrón y Jesús [2], Jesús: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino… Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

El Paraíso es la alusión al origen de la vida, al paraíso del Génesis, de la creación. Estamos llamados a la Vida. Y esto será el cielo: hoy estarás conmigo… El cielo será estar con el Señor. Para mí vivir es ser con Cristo (S Pablo)

Jesús ha pasado su vida haciendo el bien, (HH 10,34-38) y lo último que hace Jesús en vida es perdonar. Jesús muere como ha vivido perdonando. En la cruz Jesús dice: Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen, (Lc 23,34). Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Perdonar denota una elevada calidad humana y cristiana. Perdonar hace bien a todos. Nos hace bien personalmente, como iglesia, como pueblo, como familia y en las relaciones humanas. Quizás los eclesiásticos hemos creído poco en el perdón y por ello hemos vivido y transmitido poco perdón y menos confianza en Dios.

Quizás la escasez de bondad, perdón y reconciliación es lo que hace que en nuestra diócesis no exista comunión eclesial y más bien estamos en una gran ruptura. Esta será la ardua tarea de nuestra iglesia diocesana para el pueblo y para el nuevo obispo electo.

El problema de la pacificación política, viejos problemas históricos que se reflejan en las víctimas del terrorismo, tendrían otro tratamiento más humano y cristiano desde el perdón.

05.- Conclusión desde San Pablo

    Termino la homilía de hoy con un texto de san Pablo que me es especialmente querido y que recoge lo vivido en el evangelio de hoy

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva? ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de  Dios intercediendo por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? … Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas. Y estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos, 8, 31-39).

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

 

[1]  Solamente y de pasada aparece en el evangelio de Juan la idea de Reino. Es en el diálogo con Nicodemo, quien le pregunta a Jesús: ¿Qué ha de hacer un hombre viejo para entrar en el Reino”? (Jn 3,3-7)

[2] el buen ladrón es el único en todo el evangelio de Lucas que llama Jesús a Jesús.

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¿La luz para los católicos LGBTQ+ proviene del día de la ira o del sol de la justicia?

Lunes, 14 de noviembre de 2022
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93650390-D7C7-4D04-8689-FFA58ABA5155La reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 33 de l Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Conozco al director de New Ways, Frank DeBernardo, desde mediados de los 80, cuando me ayudó a entrenarme para asumir su puesto en el periódico semanal de la diócesis de Brooklyn. Cuando me invitó a escribir para este domingo, dijo que “tiene esas lecturas apocalípticas que creo que solo alguien como tú puede manejar”. Bromeé diciendo que seguro él sabe cómo hablar dulcemente a un chico, pero de hecho lo tomé como un cumplido, y yo (obviamente) dije que sí.

Unas semanas más tarde, recibí otro cumplido, que inmediatamente me conmovió mucho, pero solo más tarde me pareció una forma diferente de decir lo mismo. Estaba ayudando a dirigir un retiro para mi instituto. Como institución jesuita, repetimos con frecuencia la exhortación ignaciana de “encontrar a Dios en todas las cosas.” Durante una discusión, un estudiante dijo, “Hasta que te he oído a tí, nunca me di cuenta de que alguien podía tomar ‘encontrar a Dios en todas las cosas’ literalmente.”

Honestamente no sé lo que ese adolescente escuchó o vio de mí que le mostró eso. Puede ser que en las pocas horas que habíamos estado en el retiro para entonces, yo había juguetonamente – pero en serio – mencionado mi agradecimiento a Dios no sólo por los impresionantes colores de otoño en los hermosos terrenos de la casa de retiro, sino también por la generosidad de nuestra compartida mesa de aperitivos, que cubre todos los grupos de alimentos básicos: fruta fresca, chocolate y cosas crujientes y saladas.

Estás viendo algunos de esos colores en la ilustración de este post: es una foto que tomé durante ese retiro. En ella puedo ver las palabras de la lectura de hoy de Malaquías y el evangelio. Esos árboles de fuego se parecen al “día … que Viene, ardiendo como un horno,” así como “rastrojo … prender fuego.” Pero también puedo ver, desde el final de la lectura, “el sol de la justicia con sus rayos curativos.” Mientras estaba en este retiro, donde cada mañana y tarde me reunía con vistas tan dramáticas, también vi “vistas impresionantes y señales poderosas de Lucas … Vienen del cielo“, y reflexioné que estos pocos días allí nos dieron un breve respiro de las “guerras e insurrecciones, nación contra nación, reino contra reino” que llenan nuestro mundo ahora mismo.

En las imágenes de Malaquías, magníficamente ilustradas por esta foto, veo el talento que me atribuye Frank, así como ese adolescente. La poesía del profeta es a la vez aterradora y reconfortante, como lo es el mundo de Dios cuando se ve con los ojos bien abiertos, capaz de reconocer la oscuridad y la luz mezclada. Incluso la línea sobre “rastrojo … prender fuego” evoca otra línea de la escritura que habla de la esperanza pura, usando exactamente la misma imagen física. En el libro de la Sabiduría, escuchamos que las almas de las personas justas que han muerto “brillarán, y correrán como chispas a través de rastrojos.”

 Más allá de las imágenes, el contenido del retiro destacó mi práctica espiritual de ver y aceptar tanto el fuego que destruye como las chispas que bailan. Como un hombre gay en la Iglesia, estoy constantemente dividido entre el “vaso medio vacío” y “vaso medio lleno” puntos de vista – o más en consonancia con las imágenes a mano, la cuestión de “¿Es esa luz el próximo Día de la Ira, ardiente como un horno – o es el Sol de la Justicia, con sus rayos curativos?” Cualquiera que haya estado cerca de mí por un tiempo puede decirte mi respuesta favorita a cualquiera de las dos preguntas: sí.

Nunca la tensión es más obvia que en un entorno como ese retiro. Los varones americanos adolescentes son lo que son, había ciertamente momentos cuando noté que uno o dos estaban un poco retorcidos por tener que sentarse en una pequeña habitación con un hombre que es gay que no tiene ningún deseo de ocultarse. Soy muy consciente de que algunos de ellos probablemente usan insultos o chistes homofóbicos cuando no hay profesores alrededor para escucharlos. Podría enumerar muchos otros detalles que pueden agregar a la percepción de “ardiente como un horno“.

Pero para ver las cosas a través de la lente del “sol de la justicia”: incluso aquellos chicos que se retorcieron todavía se sentaron allí y escucharon, y se abrieron y compartieron honestamente, a pesar de su incomodidad. Y si bien es decepcionante que los jóvenes sigan usando “gay” como un insulto (por ejemplo), el beneficio de la edad es saber que al menos ahora, no lo harán en presencia de los adultos. Hace solo unos años, recuerdo que lo dijeron en voz alta sin darse cuenta de nada malo. El progreso es enloquecedoramente lento a veces, pero incluso entonces, es progreso.

Quizás lo más fácil de pasar por alto es la señal más positiva de todas, es decir, el hecho de que soy un gay que enseña en esta secundaria católica, al que se le pide que ayude a dirigir un retiro como este, sin que nadie espere que ponga parte de mí en el armario para hacerlo. Todavía hay un montón de escuelas secundarias católicas donde esto no sería posible, y eso demuestra lo lejos que tenemos que ir antes del “día venidero” del fin de los tiempos. Pero tengo la oportunidad de demostrar – “literalmente“, como ese joven dijo durante el retiro – buscando a Dios en todas las cosas, y estoy bastante seguro de que mi presencia podría ayudar a algunos chicos homosexuales a sentirse menos aislados e indefensos, y eso suena como el sol de la justicia con sus rayos curativos.

—Michaelangelo Allocca, 13 de noviembre de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá…

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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“Hemos sido testigos silenciosos de acciones malvadas, conocemos una más del diablo, hemos aprendido el arte de la simulación y del discurso antiguo, la experiencia nos ha hecho desconfiar de los hombres y con frecuencia hemos quedado en deuda con ellos en lo que respecta a la verdad y a la palabra libre, conflictos insostenibles nos han vuelto dóciles o tal vez incluso cínicos: ¿podemos ser útiles todavía? No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos.

¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y de la rectitud?”

*
D. Bonhoeffer,
Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.

***

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

“Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.”

Ellos le preguntaron:

“Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”

Él contesto:

– “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo:

“Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

*

Lucas 21, 5-19

***

Vemos, un mar turbado desde los abismos, navegantes que flotan muertos sobre las olas y otros sumergidos, las tablas de los barcos sueltas, las velas desgarradas, los mástiles destrozados, los remos sueltos de las manos de los remeros, los pilotos no sentados al timón, sino en el puente, con las manos entre las rodillas: gimen por su impotencia frente a los elementos, gritan, se lamentan, sollozan; no se divisa ni el cielo ni el mar, sino sólo las tinieblas profundas, impenetrables y turbias, hasta tal punto que ni siquiera se puede ver al vecino, y de todas partes caen monstruos marinos sobre los navegantes.

Pero ¿por qué intento describir lo que no se puede? Aunque busque cualquier imagen que exprese los males presentes, mi discurso queda superado por la realidad y retrocede. Sin embargo, aunque lo vea bien, no renuncio a la buena esperanza, pensando en el piloto de todo el universo, que no supera la borrasca con su arte, sino que deshace el huracán con un ademán. No lo hace de buenas a primeras o de inmediato, sino que acostumbra a actuar así: no aniquila los males al principio, sino cuando han crecido, cuando llegan al extremo, cuando los más ya desesperan: entonces realiza sus prodigios y sus maravillas, mostrando de este modo su poder y ejercitando en la paciencia a aquellos sobre quienes han caído los males.

No te abatas por tanto. Una sola cosa, oh Olimpia, hay que temer, una sola es la tentación verdadera: el pecado. Nunca he cesado de repetir este discurso a tus oídos: todo lo demás son fábulas, aunque se hable de insidias, de hostilidades, de engaños, de calumnias, de insultos, de acusaciones, de confiscaciones, de exilio, de espadas afiladas, de mar, de guerra en toda la tierra. Por muy glandes que sean estas tribulaciones, son temporales, limitadas; subsisten sólo en el cuerpo mortal y no perjudican al alma vigilante. Por eso, el bienaventurado Pablo, queriendo mostrarnos la mezquindad de lo que es útil y de lo que es doloroso en la vida presente, lo resume todo con una sola expresión diciendo: «Las realidades que se ven son transitorias». ¿Por qué, entonces, tienes miedo de lo que es transitorio y discurre como la corriente de un río? Así son, en efecto, las realidades presentes, sean favorables o molestas .

*

Juan Crisóstomo,
Carta a Olimpia, 1,1

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“Sin perder la paciencia” . 33 Tiempo ordinario – C (Lucas 21, 5-19)

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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Lucas recoge las palabras de Jesús sobre las persecuciones y la tribulación futuras subrayando de manera especial la necesidad de enfrentarnos a la crisis con paciencia. El término empleado por el evangelista significa entereza, aguante, perseverancia, capacidad de mantenerse firme ante las dificultades, paciencia activa.

Apenas se habla de la paciencia en nuestros días, y sin embargo pocas veces habrá sido tan necesaria como en estos momentos de grave crisis generalizada, incertidumbre y frustración.

Son muchos los que viven hoy a la intemperie y, al no poder encontrar cobijo en nada que les ofrezca sentido, seguridad y esperanza, caen en el desaliento, la crispación o la depresión.

La paciencia de la que se habla en el evangelio no es una virtud propia de hombres fuertes y aguerridos. Es más bien la actitud serena de quien cree en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia, a veces tan incomprensible para nosotros, con ternura y amor compasivo.

La persona animada por esta paciencia no se deja perturbar por las tribulaciones y crisis de los tiempos. Mantiene el ánimo sereno y confiado. Su secreto es la paciencia fiel de Dios, que, a pesar de tanta injusticia absurda y tanta contradicción, sigue su obra hasta cumplir sus promesas.

Al impaciente, la espera se le hace larga. Por eso se crispa y se vuelve intolerante. Aunque parece firme y fuerte, en realidad es débil y sin raíces. Se agita mucho, pero construye poco; critica constantemente, pero apenas siembra; condena, pero no libera. El impaciente puede terminar en el desaliento, el cansancio o la resignación amarga. Ya no espera nada. Nunca infunde esperanza.

La persona paciente, por el contrario, no se irrita ni se deja deprimir por la tristeza. Contempla la vida con respeto y hasta con simpatía. Deja ser a los demás, no anticipa el juicio de Dios, no pretende imponer su propia justicia.

No por eso cae en la apatía, el escepticismo o la dejación. La persona paciente lucha y combate día a día, precisamente porque vive animada por la esperanza. «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo» (1 Timoteo 4,10).

La paciencia del creyente se arraiga en el Dios «amigo de la vida». A pesar de las injusticias que encontramos en nuestro camino y de los golpes que da la vida, a pesar de tanto sufrimiento absurdo o inútil, Dios sigue su obra. En él ponemos los creyentes nuestra esperanza.

José Antonio Pagola

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“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Domingo 17 de noviembre de 2019. 33º Ordinario

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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58-ordinarioc33-cerezoLeído en Koinonia:

Malaquías 3, 19-20a: Os iluminará un sol de justicia.
Salmo responsorial: 97:El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
2Tesalonicenses 3, 7-12: El que no trabaja, que no coma.
Lucas 21, 5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

 Estamos ya en el final del año litúrgico, y por una lógica probablemente mal aplicada al distribuir los textos bíblicos a lo largo del año litúrgico, el tema de las lecturas de este domingo es también el del «final de los tiempos», el «final del mundo». De hecho, en el evangelio hay numerosos pasajes que aluden a este tema, los famosos textos «apocalípticos» (el género «apocalíptico» era muy del gusto de aquellos tiempos).

Durante la historia del cristianismo, también el final del mundo ha sido un tema siempre presente. Formaba parte de la identidad cristiana, diríamos. Ser cristiano implicaba creer que nuestra vida va a acabar con un juicio de Dios sobre nosotros, y también sobre la existencia del mundo como conjunto: Dios decidiría en algún momento -muy probablemente por sorpresa- el final del mundo, y toda humanidad sería convocada a juicio, en el Valle de Josafat por más señas, junto a la muralla oriental del templo de Jerusalén (lo que convirtió a ese valle en un auténtico cementerio VIP, muy cotizado…).

Este concepto del «final del mundo» estaba enmarcado (hasta ayer mismo, cuando nosotros éramos niños) dentro del contexto de una cosmovisión que imaginaba a Dios como un «Señor todopoderoso», situado fuera del mundo, encima, en un segundo piso celestial, observando y con frecuencia interviniendo en el mundo, donde se debatía la humanidad que Él había creado allí para superar una prueba y pasar a continuación a la vida definitiva, que ya no sería aquí en la tierra, sino en otro lugar, en «un cielo nuevo y una tierra nueva», porque la vieja tierra sería destruida con el final del período de prueba de la Humanidad. A continuación ya todo sería distinto: una «vida eterna» en el cielo -o en el infierno tal vez para algunos-.

Ruboriza hoy –y casi parece caricatura– contar o describir aquella visión que durante siglos se identificó con la doctrina cristiana. Durante milenio y medio al menos la creyeron revelada por Dios mismo. Dudar de ella o de cualquiera de sus detalles era tenido como un pecado (grave) de «falta de fe» y -peor aún- como un desacato a la revelación. Sobre la visión global o el «gran relato» –porque además era realmente un relato– que el cristianismo ofrecía (pecado original, juicio particular, juicio universal, cielo, purgatorio o infierno…) no era permitido dudar.

Hoy nos podemos llevar las manos a la cabeza al caer en la cuenta de qué parte tan grande de toda esta visión estaba constituida por tradiciones mitológicas ancestrales, pensamiento platónico… ¡Genial Platón!, que logró crear una «imagen» del mundo que cautivaría la imaginación de la humanidad por generaciones y generaciones, durante varios milenios, por vinticinco siglos, hasta hoy.

La revolución científica comenzada en el siglo XVI comenzó a cuestionar aquella cosmovisión platónico-aristotélica del cristianismo: las esferas celestiales, los siete cielos, la separación entre el mundo perfecto supra-lunar y el imperfecto o corruptible infra-lunar, la descripción tan viva de los «novísimos» (muerte, juicio, infierno y gloria)… Pero lo que en la visión científica o el conocimiento simplemente físico de las personas iba desmoronándose, se refugiaba en la visión religiosa, como si el cielo de la fe fuera el aristotélico-platónico, aunque el cielo astronómico fuera totalmente otro.

Hoy día, con el avance que la ciencia ha realizado, la escatología (rama de la ciencia que trata del «eskhatos, lo último») no sabe dónde colocar eso último, ni cómo conectarlo con lo que hoy sabemos todos. Y por eso cuesta seguir hablando de lo que era «lo último» dentro de las coordenadas teológicas tradicionales: unas realidades últimas conectadas directamente con la «prueba» y el «juicio de Dios» sobre nosotros, y una «vida eterna» vista como el premio o castigo correspondiente… La vida, la muerte, y la posible continuidad o no de la vida… todo ello era planteado en las coordenadas de aquella visión mítica (Dios arriba, que decide crear una humanidad y la pone a prueba para llevar a quienes la superen a la vida eterna…).

Tan internalizada está esta convicción mítica del «Dios que crea a los humanos en una vida provisional para probar si pueden acceder a la vida eterna», que todavía hoy, muchos cristianos no sólo siguen pensando así, sino que no ven la posibilidad de que vida, muerte y más allá de la muerte sean dimensiones existenciales humanas que deban dejar de ser «utilizadas» con la idea de premios y castigos de Dios a los humanos por su conducta. Muchos predicadores tendrían hoy dificultades para enfocar su homilía superando esa interpretación tradicional.

Pero, afortunadamente, «otro cristianismo es posible». Es posible… porque ya es real: ya lo viven muchos, y algunos incluso dan razón de esta su fe, y su nueva esperanza, desligada de premios y castigos. No es éste el lugar para presentar toda una escatología renovada, pero sí para remitir a tres obras recomendables a quien trate de replantear su fe fuera del paradigma premoderno mítico:

– Roger LENAERS sj, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito, Ecuador, 2006 (http:/tiempoaxial.org).

– Las «12 tesis del obispo John Shelby SPONG», que pueden ser encontradas en la mayor parte de los buscadores de internet.

– La revista CONCILIUM dedicó recientemente un número monográfico a la «resurrección de los muertos», en noviembre de 2006 (el número 318).

– John Shelby SPONG, Vida eterna: una nueva visión. Más allá de las religiones, más allá del teísmo, más allá de cielo e infierno, 232 pp, publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en su colección «Tiempo axial» (http:/tiempoaxial.org). El subtítulo lo dice todo sobre la intención y el enfoque de este libro.

Completamos con una referencia tradicional a las tres lecturas de hoy:

Malaquías, a través de un lenguaje apocalíptico, alienta al pueblo justo que sirve enteramente al Señor, indicándoles que ya llegará el día en que se hará sentir la justicia de Dios sobre los que no guardan su ley; que ellos no son los que realmente dirigen el caminar de la historia, sino que es el Dios amante de la vida quien la guía, conduciéndola por el camino de la paz y de la vida. Todos los que caminan por el camino del Señor serán iluminados por el “sol de la justicia” que irradia su luz en medio de la oscuridad, en medio del dolor y la muerte.

El salmo que leemos hoy es un himno al Rey y Señor de toda la Creación, quien dirige con justicia a todos los pueblos de la tierra, quien es amoroso y fiel con el pueblo de Israel. Dios es un Dios justo, que merece ser alabado por todos, pues ha derrotado la muerte y ha posibilitado la vida para todos; por ello toda la Creación lo alaba, celebra la presencia de ese Dios misericordioso y justo en medio del pueblo liberado. Es un salmo de agradecimiento por los beneficios que el pueblo ha recibido por tener su esperanza puesta en el Dios de la Vida.

Muchos de los creyentes de Tesalónica, concretamente las “clases superiores”, pensaron que no debían preocuparse por las cosas de la vida cotidiana, como el trabajo, y que más bien debían esperar, de brazos cruzados, la inminente venida del Señor y dedicarse a la ociosidad. Pablo llama fuertemente la atención sobre esa actitud, pues son personas que viven del trabajo ajeno, son explotadores de los otros (esclavos) y, gracias a ello, acumulan riquezas sin esforzarse en absoluto. Es a ellos a quienes Pablo se dirige con vehemencia: «el que no trabaje que no coma» (v.10), ya que esta actitud no es propia de la enseñanza de los apóstoles.

Puede ser que la presencia magnífica del templo de Jerusalén alentara la fe de los judíos hasta el punto de ser más significativos la arquitectura y el poder de la religión que el mismo Dios de Israel; puede ser que fueran más importante los sacrificios, el ritual, la construcción majestuosa… que las actitudes exigidas por el mismo Dios para un verdadero culto a él: la misericordia y la justicia social. Por eso Jesús afirma que el templo será destruido, pues no posibilita una relación legítima con Dios y con los hermanos, sino que crea grandes divisiones sociales e injusticias. Es importante ir descubriendo en nuestra vida que la experiencia de fe debe estar atravesada por el servicio incondicional a los demás; es así como vamos sintiendo el paso de Dios por nuestra existencia y es así como vamos construyendo el verdadero templo de Dios, el cual no se debe equiparar con edificaciones ostentosas, sino con la Iglesia-comunidad de creyentes que se inspira en la Palabra de Dios y se mantiene firme en la esperanza de Jesús resucitado. Leer más…

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Dom 13. XI. 2022. 33 del Tiempo ordinario. No quedará piedra sobre piedra. Escatología bíblica y ecología: Las cinco bombas (Lc 21, 5-19)

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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templo-de-salomon__800x800Del blog de Xabier Pikaza

Los evangelios del fin del año litúrgico nos vienen situando ya ante el riesgo de la “destrucción final” del hombre y del mismo mundo. Éste es un tema crucial de la ecología que he vuelto a plantear en el blog (RD) y en el FB de hace dos días, distinguiendo los dos planos de la vida humana:

(a) Como ser de este mundo el hombre puede destruirse a sí mismo, convirtiéndose en ser para la muerte.

(b) Como ser que “habita” en Dios, el hombre puede vivir eternamente (es “hijo” de la resurrección).

El tema teológico de fondo del evangelio de pasado domingo consiste en vincular los dos  aspectos o planos ya evocados de la vida humana: Que el hombre viva en este mundo de tal forma que su misma existencia humana (en el mundo) se mantenga abierta a la resurrección o vida eterna de Dios.

Había preparado esta postal  para del domingo (13.11.22), pero he preferido retrasarlo, para dedicar el post de ayer a la prof. Esther Miquel, amiga y profesora que falleció el pasado 11.

Este es un tema complejo, que iré desarrollando a lo largo de las próximas semanas. Hoy presento el evangelio del domingo desde la perspectiva de las cinco bombas o riesgos principales de la vida humana, en una línea que ha sido desarrollada por el Papa Francisco (Laudato si).

Evangelio, extracto (Lc 21, 5-19)

 En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. “Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso? Él contestó: …

  Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico…  Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre… Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel…

Introducción.  Temas de conflicto y destrucción según el evangelio.

Son los normales en la literatura bíblica: A fame, peste et bello. Según la Biblia,  riesgos mayores de destrucción del hombre son  el hambre, la enfermedad/peste (epidemias)y la guerra.  A esos se añaden otros dos riesgos: los “terremotos” (como riesgo cósmico) y las  “persecuciones” en contra de los distintos (adversarios, enemigos etc.) y en general en contra de las víctimas. ).

En otro tiempo, los hombres girábamos en torno a la naturaleza que se elevaba ante nosotros como  perfecta  de manera que debíamos limitarnos a conocerla, ajustándonos a sus ritmos. El hombre estaba inmerso en un mundo exterior fijo y terminado y no lo podía cambiar. Las cosas eran como eran: formaban como una “bóveda” o gran círculo perfecto donde los hombres se limitaban a residir de un modo pasivo. No podía haber ecología activa.

 Ahora, ya no  estamos inmersos en una naturaleza hecha, perfecta, inmutable…, sino que podemos destruir los ritmos vitales de la naturaleza.

 Desafío ecológico. El riesgo de las cinco bombas

 El principio de toda ecología es el respeto por la naturaleza, interpretada antaño como divina y luego puesta al servicio de los hombres, para que ellos pudieran convivir y realizarse humanamente en ella. Pues bien, avanzando en una línea de manipulación cósmica, a lo largo del proceso creador de la modernidad, desde mediados del siglo XX hemos llegado a una situación extrema: aquellos medios de conocimiento cósmico que podían servir para mejorar nuestra forma de vida en el mundo han venido a convertirse en un arma destructora; somos capaces de conocer muchos mecanismos interiores de esa naturaleza, de manera que podemos ayudarla y embellecerla, pero al mismo tiempo los podemos emplear por medio de la bomba o explosión atómica, de manera que podemos destruir por entero la misma naturaleza.

Antes no podíamos, no sabíamos, no teníamos la posibilidad de realizar un suicidio cósmico. Ahora la tenemos.  Antes podíamos pensar que el mundo es eterno y que nosotros somos también eternos como humanidad sobre la tierra.  Ahora sabemos que no sólo podemos destruirnos nosotros mismos como humana, sino que podemos destruir el mismo como manantial espacio de vida. Esa destrucción podemos “realizarla” de diversas formas, pero todas pueden condensarse básicamente en cinco bombas, que empiezo presentando, de un modo general, por orden  de gravedad.

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1. Bomba atómica. Riesgo militar. Esta es quizá la más peligrosa de todas las bombas, vinculada a la capacidad de destrucción directa de la vida humana. Quizá por vez primera en la historia de la humanidad tenemos el poder de destruirnos a nosotros mismos, todos los seres humanos. No vivimos ya por simple “deseo biológico”, sino porque, en un sentido general, los dueños de las armas y de la tecnología destructiva no quieren destruirse y destruirnos a todos con armas atómicas.

Bomba cósmica. Matar el Planeta.. Hasta ahora la tierra ha subido en el nivel de la vida hasta llegar a la conciencia y libertad humana. Una fuerza inmensa que algunos pensamos que viene de Dios, viniendo de la misma raíz del cosmos, nos ha hecho crecer, asumir la libertad, vivir en un nivel de conciencia. Pero con la vida humana ha crecido el poder y la violencia mutua, el egoísmo de utilizar para nuestro capricho los dones de la tierra, hasta llegar a destruirlos, a través de la bomba que llamamos ecológica. Éstos son algunos de los signos de la destrucción ecológica, que ha sido evocados en el relato del diluvio  (Gen 6-8) pero también, y de un modo más intenso, en el Apocalipsis. Hoy podemos encender (quizá estamos encendiendo la mecha de esa bomba):

Aumenta la chatarra volante de la atmósfera, dando vueltas a la tierra a velocidades inmensas… Si seguimos engrosando ese gran basurero de la “nube de deshechos” de “planetas artificiales errantes” podrá llegar un día (algunos dicen que puede estar cercano) en que se producirá un gran estallido mortal en la alta atmósfera, un daño irremediable para la vida del mundo.

Crece la polución, aumenta el calor. Los residuos tóxicos. No podemos romper a cañonazos la “bóveda” del cielo, que la Biblia interpretaba en forma de cubierta protectora, pero podemos calentarla y agujerearla con emisiones de gases que producen un efecto de cubierta de invernadero, que no sólo calientan la atmósfera, sino que la “polucionan”, de forma creciente, convirtiéndola en un espacio irrespirable, de manera que si  seguimos así llegará el día en que no podamos respirar, de manera que la tierra se convertirá en un infierno… Por ahora o podemos secar todas las aguas de los mares, pero podemos envenenarlos con residuos tóxicos de todo tipo, de manera que al fin será imposible la vida en el planeta… No podemos destruir la tierra, pero podemos convertirla en un desierto, si no mantenemos el equilibrio de las especies vegetales y animales.

Bomba genética, biológica Riesgo de destruir la identidad humana.Hasta ahora, el proceso de la evolución biológica se había venido desplegando por sí mismo, como si una fuerza interior (que podemos llamar divina) fuera guiando las mutaciones genéticas, externamente expresadas a través de unos procesos de azar y necesidad. De esa forma, la vida ha funcionado, se ha extendido y diversificado, hemos surgido los hombres como seres especiales y nos hemos propagado. Pues bien, ahora hemos descubierto que podemos penetrar con nuestra ciencia en el interior de esos procesos, suscitando mutaciones, seleccionando cambios genéticos e influyendo no sólo en el despliegue de la vida vegetal y animal (creando transgénicos y clonando animales), sino de la vida humana. Sin duda, esa capacidad de influjo genético es buena; pero allí donde unos hombres manipulan los genes (especialmente los humanos) para servicio egoísta de algunos o del propio sistema puede estallar esa bomba genética, llevando en sí la destrucción de nuestro ser humano.

 – El aspecto positivo de esta bomba viene dado por el hecho de que se puede planificar de un modo coherente el proceso generativo, dentro de la línea de eso que suele llamarse la paternidad o maternidad responsable. Entendida rectamente, la liberación sexual constituye una de las mayores conquistas de la modernidad, no sólo para las mujeres, sino también para los varones. Unos y otros pueden descubrirse responsables de sus relaciones afectivas sin que ellas impliquen necesariamente un compromiso inmediato de tener hijos). Unos y otros deben saberse responsables de los hijos que quieran tener, con la ayuda de las técnicas médicas de tipo biológico. Puede llegar un tiempo en que los niños nazcan “del espíritu de Dios” (como Jesús, el hijo de María); es decir, del gozo de la vida y de a esperanza de futuro.

 – Pero la bomba genética puede tener un aspecto negativo, allí donde se quiera manipular la generación de nuevos seres humanos que no sean ya “fines en sí”, seres autónomos, sino que se gesten con una finalidad distinta, como medios para otro fin (económico, social o militar). En este contexto podríamos hablar de una perversión suprema del “deseo de Eva (de los seres humanos como engendradores”, que quiere poseer las llaves del bien y del mal para engendrar un tipo de vida a su medida, conforme a sus necesidades o apetencias, sin verdadera autonomía. Si esto fuera así, los niños ya no nacerían del Espíritu de Dios, a través del gozo y de la donación humana, sino del puro cálculo económico, como si fueran máquinas programadas para el consumo. Si fuera así, conseguiríamos máquinas eficaces, pero habríamos destruido para siempre al hombre.

Bomba social, el gran enfrentamiento: Lucha de todos contra todos.El tercer tema ecológico estaba vinculado con la justicia social, es decir, con las grandes relaciones económicas y laborales, políticas y administrativas. En esta línea,  junto al terror atómico y el control genético, viene a elevarse el terror social que puede estallar y estalla cuando existen unas condiciones especialmente duras de injusticia o e falta de trasparencia entre los grupos humanos. Como hemos dicho, en otro tiempo solían darse sólo condiciones locales y particulares para el surgimiento de ese terror. Pero ahora pueden surgir y están surgiendo unas condiciones generales o universales, que son capaces de hacer que estalle un tipo de guerra social sobre el conjunto del planeta.

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“El fín de año y el fín del mundo”. Domingo 33 Ciclo C

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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Destrucción de JerusalénDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

“Llegará un día que no quedará piedra sobre piedra”

Para la Iglesia, el año litúrgico no termina el 31 de diciembre sino a finales de noviembre. De ese modo puede reservar cuatro domingos antes del 25 de diciembre para celebrar el Adviento, que forma ya parte del nuevo ciclo litúrgico. El último domingo del tiempo ordinario se dedica en los tres ciclos a celebrar la fiesta de Cristo Rey. Y el penúltimo, el 33, a recordar el fin del mundo y de la historia. Algo que puede parecer bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura, pero que fue esencial para los primeros cristianos y que ofrece materia interesante de reflexión.

Del entusiasmo ingenuo a la esperanza apocalíptica

La gran tragedia experimentada por el pueblo judío a comienzos del siglo VI a.C. (en el año 586), cuando parte importante de la población fue deportada a Babilonia, Jerusalén y el templo quedaron en ruinas, y el pueblo perdió la independencia, provocó al cabo de unos años un florecimiento de profecías que anunciaban la vuelta de los desterrados, la prosperidad y esplendor de Jerusalén, la gloria futura del pueblo de Dios. Los profetas rivalizaban entre ellos por ver quién anunciaba un futuro mejor. Y la gente, durante siglos, alentó aquellas esperanzas. Hasta que la realidad se impuso, dando paso a una gran decepción: ni independencia, ni riqueza, ni esplendor. La decepción fue tan fuerte, que algunos grupos vieron la solución en la desaparición del mundo presente, radicalmente malo, y la aparición de un mundo futuro maravilloso, del que sólo formarían parte los buenos israelitas. La primera lectura lo afirma con toda claridad.

La primera lectura (Malaquías 3, 19-20a)


Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir ‒dice el Señor de los ejércitos‒, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

En este breve pasaje, lo único que precisa comentario es la metáfora final. Para nosotros, «un sol de justicia» es un sol terrible, del que buscamos refugio bajo cualquier sombra. Pero este no es el sentido aquí, sino todo lo contrario: «un sol salvador, que nos salva con sus rayos». ¿De dónde viene esta extraña metáfora? Probablemente de Egipto, inspirándose en la imagen del sol alado, que representa su acción benéfica sobre todo el mundo.

El cálculo del momento final y las señales

Ya que la mentalidad apocalíptica considera inminente el fin del mundo, desea calcular el momento exacto en que tendrá lugar y las señales que lo anunciarán. Las dos preguntas que formulan los discípulos a Jesús en el evangelio de hoy recogen muy bien ambos aspectos: ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Los Testigos de Jehová, cuando afirmaban a mediados del siglo pasado que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de la gran conflagración, marcada por el comienzo de la Gran Guerra en 1914) son los mejores exponentes modernos de esta forma de pensar.

            Para la mentalidad apocalíptica, cualquier acontecimiento trágico, sobre todo si era de grandes proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, en el evangelio de este domingo, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, inmediatamente piensan en el fin del mundo.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.  Jesús les dijo:

‒ Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

Ellos le preguntaron:

‒ Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

            El peligro de esta mentalidad es que resulta estéril. Todo se queda en cálculos y señales, sin un compromiso directo con la realidad. Y eso es lo que pretenden evitar los evangelios sinópticos cuando ponen en boca de Jesús un largo discurso apocalíptico, que la liturgia se encarga de mutilar abundantemente (en nuestro caso, los 29 versículos de Lucas 21,8-36 quedan reducidos a los doce primeros; menos de la mitad).

La respuesta de Jesús

Él contestó:

‒ Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

            Luego les dijo:

            ‒ Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

            Las palabras de Jesús recogen un buen catálogo de las señales habituales en la apocalíptica: 1) a nivel humano, guerras civiles, revoluciones y guerras internacionales; 2) a nivel terrestre, epidemias y hambre; 3) a nivel celeste, signos espantosos.

            Pero nada de esto anuncia el fin del mundo. Antes, y aquí radica la novedad del discurso, ocurrirán señales a nivel personal y comunitario: persecución religiosa y política, cárcel, juicio ante tribunales civiles; incluso la traición de padres y hermanos, la muerte y el odio de todos por causa de Jesús. Esta parte abandona la enumeración de catástrofes apocalípticas para describir la dura realidad de las primeras comunidades cristianas. En todas ellas habría algunos juzgados y condenados injustamente, traicionados incluso por sus seres más queridos.

            Sólo dos frases alivian la tensión de este párrafo tan trágico.

            La primera resulta casi irónica, pero no lo es: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos.

            La segunda alienta la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante.

            Si siguiésemos leyendo el discurso, todo culminaría en la aparición de Jesús, «el Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria». Es el sol del que hablaba Malaquías, que ilumina y salva a todos los que creen en él.

Frente a la curiosidad, testimonio

Las lecturas de este domingo corren el peligro de ser interpretadas en el Primer Mundo como mero recuerdo de lo que ocurrió entre los primeros cristianos. Muy distinta será la interpretación de bastantes iglesias africanas y asiáticas, que se verán muy bien reflejadas y consoladas por las palabras de Jesús. También nosotros debemos recordar que, sin persecuciones ni cárceles, nuestra misión es aprovechar todas las circunstancias de la vida para dar testimonio de Jesús.

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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 13 de Noviembre, 2022

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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Pero antes de todo, os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por mi nombre. Esto os servirá para dar testimonio.

Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y a alguno de vosotros os matarán. Todos os odiarán por mi causa. Pero ni un pelo de vuestra cabeza se perderá.

CON VUESTRA PRESEVERANCIA OS SALVARÉIS.

(Lc 21, 5-19)

Es inevitable que la lectura de este Evangelio nos traiga al corazón a cada una de nuestras hermanas y hermanos perseguidas a causa de su fe en Jesús.

El corazón se estremece cuando te vienen al recuerdo imágenes, noticias, testimonios…

Estremece pensar que hay personas tan convencidas de su fe que no pueden renegar de ella, incluso si el precio a pagar es entregar la propia vida.

Inevitablemente una mira su propia fe, su propia vida…¡y se avergüenza!

Personalmente he manifestado, además públicamente, mediante una Profesión Solemne, que entregaba mi vida pero tengo que admitir que ante una muerte violenta no sé si sería capaz de mantenerme fiel a mi compromiso, ¿me vencería el miedo?… creo que sí.

Pero sin ir tan lejos, sin llegar al extremo de tener que entregar la propia vida, también me descubro tacaña y mediocre en lo pequeño. No siempre soy capaz de entregar mi tiempo, mi esfuerzo, mi servicio…¡ni tan solo soy capaz de renunciar a ciertas comodidades! “Os echarán mano y os perseguirán”.

Hoy el evangelio y el testimonio de quienes están siendo perseguidas a causa de su fe me espolean, me reclaman, me hieren. Ojalá la herida sea lo suficientemente profunda como para que me ayude a entregar de verdad la vida.

Oración

Sácanos, Trinidad Santa, de la mediocridad,

esa que nos paraliza a la hora de entregar la vida.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no puede hace promesas porque no tiene futuro.

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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DOMINGO 33(C)

Lc 21,5-19

Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey que remata el ciclo. El evangelio nos invita a reflexio­nar sobre más allá. El lenguaje apocalíptico y escatológico tan común en la época de Jesús, es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y al mundo. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra manera de ver lo último, el “esjatón”. Los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el cómo, que por el mensaje.

El pueblo judío estuvo siempre volcado hacia el futuro. La Biblia refleja una tensión, esperando la salvación que solo puede venir de Dios. A Noé se le ofrece algo nuevo después de la destrucción de lo viejo. A Abrahán, salir de su tierra para ofrecerle algo mejor. El Éxodo promete salir de la esclavitud a la libertad. Pero todas las promesas, en realidad, son la expresión humana de todas las carencias que el ser humano experimenta.

Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación definitiva. Pero también introdujeron una faceta nueva: El día de esa salvación debía de ser un día de alegría, de felicidad, de luz, pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo de este discurso era urgir a la conversión.

Los primeros cristianos no tienen inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía, que era el ámbito religiosos en el que se desenvolvían. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a la vida de Jesús. El NT pone en boca de Jesús un lenguaje que se apoya en los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia.

Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo y poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología). La justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, solo que más perfecta. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de una injusticia ni en un hipotético último día.

El evangelio de hoy tiene dos partes. Ninguna de ellas se puede atribuir a Jesús. La primera porque el evangelio se escribió veinte años después de la destrucción del templo. Es fácil poner en boca de Jesús una profecía de lo que ya había pasado. La segunda porque en el año 90, los cristianos ya eran acosados por todas partes. Los judíos los persiguieron desde que el templo fue destruido. Los romanos ya estaban también persiguiéndolos.

Nuestra contingencia es consecuencia de nuestra condición de criaturas. El dolor, el pecado, la muerte no son fallos, sino que pertenecen a nuestra misma naturaleza. La salvación no consistirá en que Dios nos libre de esas limitaciones, sino en darse cuenta de que Él está siempre en nosotros, y todo hombre puede alcanzar plenitud de ser, a pesar de ellas. Es un error pensar que podré alcanzar plenitud cuando las cosas cambien. Si me quitan unas limitaciones, aparecerán otras. Debemos tomar conciencia de mi plenitud de humanidad es posible aquí y ahora. Nunca habrá un momento más propicio para hacer mía esa plenitud.

Lo que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de interpretarla. Lo que nos debía preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ahí nuestra tarea es inmensa. El ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos, y al mismo mundo, que debíamos estar aterrados.

No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del tempo era el “fin del mundo”. Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo. De ahí la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Pero Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo. La única preparación posible es la confianza total en lo que Dios nos está dando.

Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión apocalíptica. En la lectura de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual (“antes de eso”). ¡Que nadie os engañe! La advertencia vale para hoy. Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada. La realidad no debe perturbarnos. Sabemos que la realidad material termina, pero lo esencial dura.

La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir edificando “templos” que nos den seguridades. Ni organigramas, ni doctrinas, ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: “Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen”.

Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a los miedos por un pasado catastrófico o las especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no solo de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y existirá.

Jesús venció a la muerte, muriendo. Su muerte no fue un paripé para recuperar la misma vida que perdió. Fue la aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto. Solo descubriendo y aceptando plenamente mi limitación, podré entrar en la dinámica de lo eterno que hay en mí. El mayor peligro que nos acecha es que busquemos en la vida espiritual la manera de potenciar lo material. El tiempo material es una sucesión de puntos. La eternidad es un punto que se encuentra en todos los lugares de la línea.

 

Meditación

Cuidado con que nadie os engañe.
Nos convence lo que halaga el oído
Cuando la verdad nos exige esfuerzo,
profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
es el único camino para escapar de las voces de sirena.
Las promesas de futuro son falsas, porque Dios no tiene futuro.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Encarando la muerte.

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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Lc 21, 5-19

«Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá»

Es evidente que Lucas (y el resto de evangelistas) está describiendo unos hechos que ya han ocurrido: la destrucción del Templo, las persecuciones, los falsos profetas… y los mezclan con expresiones de Jesús para ofrecernos un discurso escatológico de muy difícil interpretación. Pero, dentro su complejidad, hay en él un mensaje en el que queremos incidir: el fin de los tiempos.

A nosotros no nos interesa nada el fin del mundo porque dudamos que estemos aquí para verlo, pero sí nos interesa, y mucho, el fin de nuestro propio tiempo. Sabemos que nuestro destino inmediato es la muerte, y siendo coherentes, debemos aprender a vivir con esa perspectiva, aunque la sintamos como un trance terrible y absurdo por el que todos vamos a pasar.

Tradicionalmente, la mejor defensa ante este hecho ha sido la esperanza de más vida después de la muerte. Nietzsche llamaba ruin y miserable a quien se refugiaba en el más allá para huir de la realidad de la vida, pero el deseo de evadirse es algo propio de la condición humana, y el hombre moderno lo sigue sintiendo como una necesidad acuciante. La diferencia es que, a falta de esperanza, ahora se evade a través de la infinidad de mecanismos que la sociedad de consumo ha puesto a su disposición precisamente con ese fin.

Heidegger, ateo destacado, llama inauténtica a esta manera de vivir, y propone una forma de afrontar la finitud de la vida sin menoscabo de su sentido. En su obra “El ser para la muerte” nos invita a vivir con autenticidad asumiendo como algo natural el hecho de la muerte. «Debemos aceptar que somos finitos, asumir la angustia de caminar hacia la nada, no renunciar a disfrutar de todas las posibilidades que se abren ante nosotros, correr el riesgo de equivocarnos y arrepentirnos, vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir»

Juan Antonio Estrada S.J., desde su posición de creyente, hace unas consideraciones en torno a la forma de encarar nuestra finitud que nos parecen muy interesantes y que queremos compartir. Dice que «es muy saludable actuar sabiendo que esta vida se acaba y que no sabemos cuándo se va a acabar, porque esta actitud nos urge a vivir con más intensidad, a no darnos tanta importancia, a ser menos egoístas y tratar de mejorar nuestra relación con los demás».

Añade que cuando alguien interioriza de verdad que la vida en este mundo es efímera, se da cuenta de que el apego a las cosas es una gran necedad que le hace daño y no le lleva a ninguna parte. Entonces combate sus apegos y comprueba que se pueden vencer, y con ellos, el dolor que le provocan. Y de esta forma gana en compasión, en alegría, en amor, en bondad, en sabiduría… porque su corazón se ha librado del temor que le atenazaba…

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Salir con lo puesto.

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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fotonoticia_20210921143254_420Un hombre sale de su casa con libros durante la evacuación en La Palma – Arturo Jiménez/dpa

“Vino la guardia civil y nos dijo que no podíamos esperar más y que en media hora teníamos que salir de nuestra casa porque la lava del volcán estaba ya cerca. Así que metimos en un par de bolsas lo que pudimos y nos marchamos dejándolo todo atrás, sin saber si podríamos volver o no…”

Todavía tenemos grabados en la memoria relatos como este de gente de La Palma cuando, al verles salir de sus casas con lo puesto, despertaron en muchos de nosotros la pregunta: -¿Qué me llevaría yo si tuviera que abandonar todo lo mío con urgencia?

Algo de esa experiencia está resonando en las imágenes truculentas del texto evangélico de este domingo que comienza con una sentencia demoledora: “No quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” (Lc 21,6). ¿Qué hacer con este lenguaje amenazador?

De entrada recordar, aunque nos resulte incómoda, la evidencia de que hemos llegado a la existencia con “marca de caducidad” y eso es algo incuestionable. Muchas imágenes bíblicas lo repiten para que no lo olvidemos: la vida humana es una sombra que se alarga, una flor del campo rozada por el viento, un correo veloz, una nave que atraviesa las aguas sin que su quilla deje estela en las olas; un pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; una flecha disparada al blanco que cicatriza al momento el aire hendido, escarcha menuda que el vendaval arrastra, el recuerdo del huésped de una noche (Sab 5,8-14). No poseemos aquí una ciudad permanente, somos extranjeros y viajeros (Cf He 11,13; 13,14) y es inútil tratar de esquivar esa realidad y vivir enredados para distraernos en pantallas que solo pueden ofrecernos bits y píxeles.

Ir aprendiendo también a ser, en expresión de Josep Maria Esquirol en La penúltima bondad, “sujetos de admisión”: “Ad-mitir y per-mitir son variaciones del dejar llegar. Ad-mitir es dejar venir, dejar entrar a lo que viene, no cerrarse al advenimiento”. Y eso quiere decir que cada uno de nosotros tiene que gestionar cómo incorpora a su respiración vital ese suspiro final del Apocalipsis: “Marana tha. Ven Señor Jesús”.

Permitirnos, finalmente, leer “los bordes del texto” porque son luminosos y consoladores: antes de la afirmación “No quedará piedra sobre piedra”, está la escena en que Jesús ha visto a una pobre viuda echar sus dos únicas moneditas en el tesoro del templo y por eso, cuando luego le señalan la magnificencia de los edificios, le parecen una minucia en comparación con el gesto de la mujer que es lo que a él le parece extraordinario, sólido y consistente.

Sigue hablando J.M. Esquirol, como si acabara de leer la insólita afirmación final de Jesús: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”.

“Todo se perderá”: así reza la sabiduría vinculada al paso del tiempo. Sin embargo, ¿qué posee más “realidad”: las cosas materiales del mundo, que por muy consistentes que parezcan también quedarán inexorablemente engullidas en la noche del tiempo, o la vida sentida con intensidad por cada uno de nosotros? Todo se perderá, pero casi seguro que el grosor invisible de un acto de generosidad supera al del manto de la Tierra. Todo se perderá, pero hay más “realidad” en un encuentro amistoso y franco que el rascacielos más alto del mundo. Todo se perderá, pero de algún modo cuenta más que una persona ayude a otro que mil galaxias desaparezcan del firmamento”.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Un mundo nuevo

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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refugeeConfianza-252x300Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 

13 noviembre 2022

Lc 21, 5-19

El género apocalíptico, al que pertenece el relato que leemos hoy, se refiere a la gestación de un “mundo nuevo” -de un nuevo y definitivo estado de cosas-, a través de imágenes que más tarde se han designado precisamente como “apocalípticas”: guerras, epidemias, hambre, terremotos y movimientos estelares, que siembran confusión, desolación, pánico y muerte. Todo ello venía a significar que estaba derrumbándose el “viejo orden” -de injusticia-, que daría lugar al nacimiento de un mundo nuevo (leído a tenor de las propias creencias del grupo que elaboraba el relato apocalíptico).

En medio de esa descripción de calamidades de todo tipo, se alza firme la invitación a la confianza por parte de Jesús: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”.  

La confianza se enraíza -una vez más- en la comprensión de lo que somos. Por lo que las palabras de Jesús podrían traducirse de este modo: “lo que realmente somos se halla siempre a salvo”.

En cierto modo, toda nuestra existencia es un camino de pérdidas, y empezamos a hacerlo más consciente en la medida en que vamos cumpliendo años: progresivamente, vamos a ir perdiendo todo aquello que valorábamos o a lo que nos habíamos apegado…, hasta la muerte, el último “soltar” todo.

Pues bien, en ese inexorable camino de pérdidas, hay algo que permanece: lo que somos en profundidad. El texto lo llama “alma”, pero tal vez ese término esté tan gastado que no evoca para nosotros aquella realidad a la que me refiero. Porque no se trata del “yo particular”, en cualquier forma que se lo conciba, sino de la consciencia o la vida que somos, más allá de esta forma impermanente.

Superada la identificación con el yo y el consiguiente apego a su mundo de deseos, expectativas y sueños, la comprensión nos permite descansar confiadamente, más allá de él, en la verdad de lo que somos, verdad que trasciende todos nuestros pensamientos y nos conduce al silencio de la mente o silencio del yo. Y cuando el yo se ha silenciado, toda nuestra visión se transforma por completo.

¿Dónde se apoya mi confianza?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El purgatorio es una gozada

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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hijo-prodigoDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- Final y Finalización

Las lecturas de estos domingos finales del año litúrgico -y la vida misma- nos sitúan ante el final de nuestra existencia, pero no en sentido de “punto y final”, sino en sentido de finalización, de realización del ser humano y de la historia.

    Podemos partir de la pregunta: ¿Qué ocurre cuando una persona muere?

Vaya como tesis central que después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. (San Agustín). Nuestro final y finalización es Dios.

Pero ¿Qué podemos pensar y creer que ocurre cuando una persona muere?

02.- El purgatorio.

Por una parte, cuando morimos, nos encontramos con Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro. Esto es ya fuente de paz y serenidad. (Absténganse moralistas y eclesiásticos de vía estrecha). El encuentro con el Señor siempre es amable y salvífico.

    Por otra parte, los seres humanos somos débiles y morimos con no poca miseria a cuestas, además de que morimos sin haber desplegado los talentos que Dios nos ha regalado.

    Es razonable pensar que necesitaremos alguna purificación de nuestro pecado, al mismo tiempo que necesitaremos desplegar las cualidades o talentos (carismas) que Dios nos ha regalado y llegar a ser lo que Dios tenía soñado para nosotros.

0.3.- ¿Tiempo, lugar y fuego?

    A esa situación “pos mortem” le hemnos llamado purgatorio. Y esta purificación post-mortem la hemos entendido como un tiempo en una “sala de torturas” en la que, por el fuego, el ser humano se arrepiente y mejora.

    Así el alma de la persona que ha muerto tendrá que pasar 100 ó 1000 años, ¿quién sabe?, sufriendo en el purgatorio.

No parece sensato pensar que se dé una purificación y una realización de la persona por el mero hecho de estar en un lugar “sin hacer nada”, nada más que soportando una tortura porque es lo que parece agradar al Supremo. Es una visión cruel del purgatorio y de Dios. La tortura ni cura ni realiza a nadie. Por otra parte Dios es un sanguinario.

    El purgatorio no es un horno (Malaquías) de los “Altos Hornos”.

04.- Feliz Purgatorio: el encuentro con Dios Padre.

    Podemos pensar el purgatorio con otras categorías.

El purgatorio no es un “campo de concentración”. El purgatorio no es condenación, sino salvación

Decía Dante que el purgatorio es a farsi belle, Dante, A. La Divina Comedia.

    Podemos pensar que el purgatorio no es un lugar, no es tiempo, no es fuego, no es tortura, sino que el purgatorio es un encuentro. El purgatorio es el abrazo infinito del Padre al hijo perdido.

Cuando morimos nos encontramos con JesuCristo y con Dios Padre. Y tal encuentro es, por una parte, perdonador de nuestro mal, y por otra parte es suficientemente realizador de nuestras carencias.

Cristo es el “lugar” de la purificación. El fuego no es una tortura, sino el amor de Dios Padre y de JesuCristo.

Dios mismo, nuestro encuentro con Él, es el “purgatorio”. (L. Boros).

La purificación es el encuentro con Cristo y el cielo consiste en vivir este encuentro y esta gracia.

05.- La experiencia mística

Lo más semejante a la experiencia del purgatorio es la experiencia mística.

El místico es quien siente la cercanía de Dios como luz, como alegría profunda y en ocasiones como tristeza por las propias limitaciones. Sólo quien está muy cerca de Dios es sensible y sufre lo que le separa de Él. El purgatorio es sentir la distancia personal para estar con Dios y el purgatorio será ya la cercanía absoluta de Dios

  • 06.- Para decirlo de un modo más gráfico

En la muerte y en la resurrección el ser humano se encuentra con Cristo Jesús resucitado. Ante Él y con Él veré claro quién soy yo: mis limitaciones, mi pecado, y esto será el juicio. Pero El Señor no nos mirará con aire inquisidor y forense. Su mirada será amorosa y salvífica y me transformará, me acrisolará (crisis / crisol: juicio).

Lo mismo que el padre miró y se conmovió ante su hijo pequeño que estaba muerto. La mirada de Cristo me dolerá, pero no por el fuego castigador, sino porque cuando uno se da cuenta del mal que ha podido hacer a un ser querido, a un amigo, le duele y se apena: (es el carácter purificador) y al final ese encuentro con el Señor y con la comunidad, me hacen bien y me completa.

07.- Oración por los difuntos.

Ya desde el libro de los Macabeos, -poco antes de Jesús- creemos que nuestra oración hace bien a las “benditas almas” del purgatorio. (2Macabeos 12,38-45).

La oración de la comunidad cristiana hace bien a los difuntos, pero no conviene contabilizar ni, menos, mercantilizar la oración por los difuntos. No se trata de hacer un tráfico de influencias con las oraciones, ni tampoco nosotros “tapamos” la boca a Dios a base de misas. Todo ello ha conducido a posturas realmente absurdas: ¿Los ricos, como tienen más dinero, pueden “sacar” más misas y, por tanto, llegan antes al cielo? ¿Cuantas más misas, mejor? ¿Hasta cuándo hay que decir misas y oraciones por los difuntos?

Se trata de activar la solidaridad en la fe, es la comunión de los santos.

En el “momento” de la muerte la comunidad cristiana, la comunidad parroquial, la familia, quizás los amigos, los compañeros de trabajo, el pueblo… pedimos a Dios: recíbelo ya junto a Ti, purifícale, Señor, del mal y pecado que, como nosotros, ha podido hacer en la vida y llévalo a la plena felicidad de tu casa.

Pero, desde el momento de la muerte en el que celebramos la Eucaristía por el que ha muerto, no es “sano” el perpetuar misas por los difuntos. Cuando yo celebro el aniversario de la muerte de mis padres, lo que estoy haciendo no es ya pedir por ellos, sino recordar, (recordar significa volver al corazón), me acuerdo de ellos, creo (fe) que viven con el autor de la Vida y que nos une la vida, la fe, la esperanza.

A la muerte de una persona oremos por ella, pero después oremos no tanto por nuestros difuntos, sino que oremos a y con nuestros difuntos. Son ellos quienes oran por nosotros.

Cuando muere una persona la dejamos en tus manos, Señor. Oramos por nuestro hermano, débil como nosotros. Termina la obra de la Creación que un día comenzaste en Él. Como buen alfarero modela ya su persona y llévalo al descanso de las fatigas de esta vida.

Y por eso podemos creer y decir: descansa en paz.

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