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¿La religión nace del miedo? El cristianismo de la confianza. No temáis.

Domingo, 7 de agosto de 2022
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trans-madre-1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- El miedo.

El miedo es una sensación de angustia ante un peligro real o supuesto, presente o futuro.

Podemos sentir miedo ante una enfermedad, ante el sin-sentido, ante una situación familiar, política, ante un fracaso. Podemos sentir miedo ante la muerte. Dependiendo de la educación que hayamos recibido y cuál sea nuestra imagen de Dios y de la religión, podemos temer, sentir miedo a Dios

A veces el miedo deriva en angustia, que es más difusa, más inconcreta y más profunda. Se trata de un estado de ansiedad “generalizada”. Es un síntoma existencial que no depende de la riqueza o pobreza, de la salud o enfermedad. De hecho podemos sufrir angustia y depresión el rico y el pobre, el sano y el enfermo, el ignorante y el culto, el creyente y el ateo, el hombre y la mujer.

¿Habrá alguna persona que no haya sentido miedo o angustia en algún momento de su vida?

02.- No temas pequeño rebaño mío.

    Hay una tesis (una corriente de pensamiento) que sostiene que la religión tiene su origen en el miedo. Tenemos miedo en la vida y por ello recurrimos a Dios, a los ritos, cuando no a las supersticiones, magia, etc…

    Es posible que la religión tenga su origen en los miedos humanos. El cristianismo, no. El cristianismo es confianza y descanso en el Señor. ¡Cuántas veces nos dijo Jesús: no temáis, no tengáis miedo en las tempestades y galernas de la vida!

El miedo es lo contrario de la fe y de la confianza en las personas, en la vida y en Dios.

En estas cuestiones tienen mucho que decir y hacer la psicología, tal vez la medicina, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad empatía tienen mucho que decir y hacer. El miedo no es problema médico, al menos no es solamente una cuestión médica. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un “buen tratamiento” en la confianza, la amistad y la fe.

La ciencia, la psiquiatría son muy valiosas en estas cuestiones, pero no es lo mismo vivir en paz que estar sedado. La serenidad y paz es algo más profundo: pase lo que pase, me pase lo que me pase sin Ti, Señor. Mi vida está bien en Dios: por ello no temo en la vida, ni en la muerte, y aunque peque, que peco, encuentro paz en el Señor…  No temamos: el Señor está de nuestro lado, da sentido a la vida, nos acoge siempre con bondad y perdón; nos da vida.

La serenidad y calma de Cristo no provienen de que al final de la vida cuadren las cuentas morales en un supuesto juicio bancario allá en el juicio final, sino que la serenidad del creyente proviene de que estamos anclados, firmes en Dios: firmes en un Dios que no es un contable (un Dios que se limite a ser un mero contador de los pecados y de acciones buenas cuando el ser humano muere es un Dios superfluo, ese Dios no vale absolutamente para nada ni es el Dios de Jesucristo).El encuentro con Dios es siempre salvífico: en la vida y en la muerte

La palabra “fe” (confianza) aparece hoy más de siete veces en la primera lectura (Hebreos).

La paz y la calma interiores provienen de una profunda confianza –fe– en el Señor: es la experiencia del abandono en el Señor, la confianza radical en Dios. S Pablo dirá: “Sé de quién me he fiado“: desde esa profunda confianza en el Señor la vida transcurrirá en paz aún dentro de las crisis y dificultades.

Esto es lo que recoge bien la mística: nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta. De otra manera lo dice el  salmo 61: Solamente en Dios descansa mi vida… Y es lo que nos dice Cristo: no temáis, vivid serenos, en paz.

No temas, pequeño rebaño.

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6.7.22. Tansfiguración. Transfiguración. De la guerra de Dios a la curación del niño enfermo (Mc 9, 2-29)

Sábado, 6 de agosto de 2022
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xtabor2_israeltourism-flickr3.jpg.pagespeed.ic.tjUjjFGDjUsy272YGejFDel blog de Xabier Pikaza:

Un oficial del ejército de Israel, me dijo un día (en un congreso de Fe y Secularidad, de Majadahonda): Yo veo a Jesús con frecuencia yme identifico con  él, en el monte Tabor, que vosotros llamáis de la Transfiguración.

‒ Allí se me aparecen los dos personajes que hablaban con Jesús.Moisés, que es la Ley Elías que es la profecía. Se me aparecen con claridad, les veo con ojos cerrados, les siento con ojos abiertos, me llenan por dentro  espíritu y escucho lavoz delInfinito que me dice, lo mismo que Jesús: ¡Tú eres mi Hijo, redime tú esta tierra, libérala de los poderes!

Recordando a ese oficial judío quiero evocar los dos elementos del “icono” de la transfiguraciòn: Ver a Jesús  y curar al niño enfermo (no luchar en guerra de muerte), en un mundo lleno de visionarios de monte e inutiles de llano).

05.08.2022 | X Pikaza

 1. LÍNEA DE GUERRA: LIBERAR LA TIERRA CON VIOLENCIA

 Así me siguió diciendo el judío:Sobre el monte me elevo como Jesús y me siento enviado por Dios para cumplir la tarea de liberación de esta tierra, con la ley de Israel en la mano (Moisés), con la experiencias más alta de oración (Elías…), con razones y con armas…

Jesús retomó aquí en su tiempo el buen camino, pero no lo supo culminar… o no lo culminaron sus seguidores, los cristianos. Por eso, nosotros, los buenos judíos, herederos de Jesús, en la línea de Moisés y Elías, debemos culminarlo, liberando esta tierra con  leyes,  armas y oraciones

Sí, ya sé que Usted, cristiano, no quiere o puede reconocerlo, me dijo, pero el Tabor es el monte de Barac, el Rayo, el gran guerrero de Israel, con Débora, la Abeja, la profetisa más grande. Allí subieron los soldados escogidos, como sabe Jueces 4, y de allí bajaron, con la ayuda del Dios de Moisés y de Elías (aunque Elías sea posterior), para vencer en la gran batalla a todos los cananeos y palestinos enemigos. No hace falta que se lo recuerde, Usted lee la Biblia, y sabe que este monte, antes de lo que llaman Transfiguración de Jesús, era y sigue siendo la Montaña de la Transfiguración militar y victoriosa de Israel, con Barac y Débora.

 No quise argumentar, guardé silencio. Pero, en un momento dado, me preguntó: Y usted, cristiano ¿ve a Jesús con Moisés y con Elías, como el judío eterno, el hombre universal de la libertad israelita? ¿No habrá espiritualizado a Jesús y convertido   esta imagen poderosa de la Transfiguración, que es una especie de “jura de bandera”  de Israel, en evocación puramente estética de un cielo superior “sin carne” y sin historia,  para evadirse del mundo real, mientras los hombres, mujeres y niños reales siguen oprimidos?

INTERMEDIO

Soy de respuestas retardadas, quizá retrasadas. No quise entrar en polémica con el judeo-argentino, oficial del Ejército de Israel. No dije nada al buen porteño-israelita, que interpretaba con armas de guerra el relato de la Transfiguración y que subía a Tabor para retomar la experiencia de Jesús, con signos de Barac/Débora y para así cumplirla liberando toda la tierra de Israel, el mundo entero, e iniciando la era mesiánica anunciada por Moisés y Elías?

No le dije entonces nada, pero he seguido pensando en ello, año tras año he llegado a la conclusiòn  de que al Tabor se sube para ver a Dios en Cristo y del Tabor se baja para liberar la tierra,pero no como creía este oficial israelí, sino curando a los niños enfermos de todos los pueblos

  1. Mi dialogante judío leía el evangelio en plano mesiánico-militar, partiendo de Barac/Débora,a quienes unía con Jesús, deseando reiniciar y culminar desde el Tabor la Gran Guerra de la reconquista judía y de la culminación mesiánica del Gran Israel… Jesús estaba en el buen camino, pero no supo culminarlo.
  2. Los exegetas profesionales  suelen leeer este pasaje desde una perspectiva de Pascua cristiana y de fiesta judía de los Tabernáculos. La tradición cristiana anterior a Marcos habría “creado” simbólicamente este pasaje para presentar a Jesús Resucitado, Hijo de Dios, introduciendo su figura pascual en un momento de su historia anterior, con Moisés y Elías… De esa forma se habría cumplido, por otra parte, la fiesta judía de los Tabernáculos, es decir, de la plenitud del descanso futuro del Pueblo.
  3. La Iglesia Católica ha querido aplicar esta escena  a la vida es`piritual de los creyentes. Eso es importante, pero el signo de la Transfiguración (ver a Jesús) va unido a la curación del niño enfermo, como he mostrado en evangelio de Marcos.

2. FE SANADORA, CURAR AL NIÑO ENFERMO

 Mi “compañero” soldado quería bajar  del Tabor para luchar contra los enemigos malos, imponiendo su buena “ley” judía en el llano. A diferencia de eso, Jesús bajó con sus tres elegidos para expulsar al “demonio mudo” y violento de un niño enfermo:  

Éste es el mensaje del evangelio de la transfiguración.No es bajar del monte para luchar contra los enemigos, sino para curar al niño enfermo:

(a. Situación) 14 Cuando llegaron al llano la gente quedó sorprendida y corrió a saludarlo. 16 y Jesús les preguntó: ¿De qué estáis discutiendo? 17 Uno de entre la gente le contestó: Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu mudo. 18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra, y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

(b. Fe del padre) 19  Jesús dijo:  Traédmelo. 20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu le vio, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. 21 Entonces le preguntó al padre:  ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: Desde pequeño. 22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.23 Jesús le dijo: (Dices si puedo. Todo es posible a quien cree).24 El padre del niño gritó al instante: ¡Creo, pero ayuda mi incredulidad!

(c. Milagro: acción de Jesús) 25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu impuro, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él. 26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, lo levantó, y él se puso en pie (Mc 9).

CF298759-0496-43FC-A0AE-A9B520AF5067Este niño lunático (seleniakos, dice el evangelio ), dominado por la “mala luna”  (Selene)de su padre violento, forma parte de la granprocesión de pobres que recorren la trama del evangelio: locos y leprosos, publicanos y ciegos, cojos, mancos, paralíticos, mujeres impedidas y sobre todo hambrientos, hombres que buscan un poco de pan en el desierto o descampado.

Visionarios de monte, inútiles de llano

En el monte  se hallaba Jesús transfigurado; abajo está el padre impotente con el hijo enfermo, rodeado de escribas, con nueve discípulos inútiles del Cristo (pues no pueden curar al niño enfermo).

Los visionarios de arriba piensan que han hallado a Dios, que han visto su misterio; por eso quieren quedarse allí, haciendo tres tabernáculos sagrados donde pueden descansar ya para siempre con el Cristo transfigurado, sin introducirse en la pasión del mundo, sin pasar por la complejidad de la historia, olvidando todos los problemas (disputas, locuras) de este mundo viejo.

Por su parte, los inútiles de abajo disputan y razonan con todos los escribas de la historia, pero sus razones y gritos no consiguen curar al niño enfermo.

Este es el divorcio de la historia, la ruptura entre una oración sin vida (los de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen). Los de arriba desean una casa de recogimiento particular, tabernáculos santos dónde solo se escucha una oración sin compromiso con el mundo. Los de abajo disputan con escribas  sobre el niño enfermo, pero no pueden curarale.

En medio de esa escisión de los discípulos se extiende la tragedia de la historia representada por el padre y el niño enfermo. Sólo Jesús puede superarla, bajando con los discípulos orantes hasta el valle de locura y discusión, para curar al niño y decir a los discípulos de abajo que este tipo de demonios sólo pueden expulsarse con oración (9,29), es decir, subiendo a la montaña de la pascua para recibir allí la fuerza de Dios y traducirla en gesto de servicio hacia los pobres. En la unión de esos planos se mantiene Jesús, uniendo de esa forma cielo y tierra, contemplación y acción liberadora, en gesto que Mc vincula con su muerte. Así ha pintado la escena Rafael Sanzio:

 D7BFAE50-977A-4142-8928-E46EB03F8E35– Arriba está Jesús, el Hijo verdadero, culminando un camino iniciado por la ley (Moisés) y los profetas (Elías), rodeado de testigos que miran ignorantes su misterio, mientras quieren quedar allí por siempre. Ellos no saben expandir la casa de la vida; quieren cerrarse en tres tiendas “sagradas” y eternas. Sólo Dios sabe, define y constituye el sentido de Jesús, en clave de familia, en palabra de ratificación pública de su paternidad. Dios había dicho ya a Jesús, en intimidad personal: ¡Tú eres mi Hijo amado, en tí me he complacido! (1,11).

Ahora expande esa palabra en forma abierta, para que la iglesia entera lo reciba y actúa en consecuencia: ¡Este es mi Hijo amado, escuchadle! (9,7). Esto significa que el misterio de la transfiguración debe expandirse, de forma que todos acogen y escuchen a Jesús, conforme a la voz de Dios. Esta revelación superior (voz de la nube) desvela, al mismo tiempo, la paternidad bondadosa de Dios y el poder creador (salvador) de la palabra de Jesús, a quien constituye Hijo querido. Dios aparece de esa forma como Padre que confía en Jesús, diciéndonos que confiemos en el y le escuchemos, porque es su agapêtos, Hijo entrañable.

– Abajo, en cambio, hay un padre impotente: un hombre que no puede creer en el hijo, ni transmitirle su palabra (cf. 9,17-24). La tragedia de la escena está en el hecho de que el padre humano no consigue decir a su hijo enfermo lo que el Padre Dios dice a Jesús al llamarle mi Hijo amado. Por eso, toda la actuación de Jesús ha de entenderse como terapia paterna: quiere que el padre confíe, acepte a su hijo y le quiera (le crea), llamándole agapêtos, querido, traduciendo así en la tierra el misterio del Dios del reino de Jesús .Este es el tema: un padre incrédulo, un hijo loco, incomunicados entre sí, en medio de unos profesionales de la religión (escribas, discípulos inútiles del Cristo) que no saben más que discutir entre sí.

En el centro de la tierra queda una familia rota, una sociedad impotente, entregada a las disputas estériles. Este es el entorno de una iglesia mundanizada (los nueve de abajo), mientras la iglesia sacralizada del Tabor (los tres de arriba) sueña de forma egoísta en su propia tranquilidad celeste, olvidándose del mundo, olvidándose del Cristo que ha venido a dar la vida en medio de la fuerte locura e injusticia de la tierra.

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Un cuenco de madera maciza, bellamente tallado.

Lunes, 1 de agosto de 2022
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FC8323F4-3978-4544-B4D9-20EEBACF955BLa reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0, Maka Black Elk.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 18º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Así será para todos los que acumulan tesoros para sí mismos, pero no son ricos en lo que es importante para Dios”. (Lc 12,21)

Cuando yo era un niño pequeño fui a una boda con mi familia. La ceremonia se realizó a nuestra manera tradicional Lakota. El hombre y la mujer se sientan juntos sobre una túnica de búfalo en el campo abierto. Se alimentaron mutuamente con comida sagrada de pemmican y jugo de chokecherry. El líder espiritual habló, los hirió y ató un cordón de cuero alrededor de sus muñecas, uniéndolos como una pareja. Luego, como era costumbre, caminaron juntos hacia su casa mientras el resto de la comunidad celebraba.

Recuerdo el regalo de bodas que mi madre le dio a la joven pareja: un cuenco de madera maciza, bellamente tallado. Ella les dijo: “Este cuenco de madera se entrega como una oración con la esperanza de que siempre tengan un hogar y tengan la capacidad de alimentar a su familia y tengan abundancia para ofrecer comida a los demás”. Parte del mensaje del regalo fue que tenemos la responsabilidad de dar a los demás y compartir nuestros hogares ya que hemos sido bendecidos al tenerlos.

Como un niño que ya sabía en mi corazón que era gay, no sabía si alguna vez podría estar en esa situación. No sabía si sería posible construir una casa con un socio. Ni siquiera sabía si era algo que sería bueno a los ojos de Dios. ¿Me darían alguna vez un bol como ese con una pareja con la que estaba construyendo una vida juntos? Si eso sucediera, ¿qué podría compartir con los demás?

En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús cuenta la parábola de un hombre rico que atesora sus riquezas y bienes más allá de sus necesidades. Dios le dice al hombre rico: “Necio, esta noche te exigirán la vida; y las cosas que has preparado, ¿de quién serán? (Lc 12,20) Este mensaje nos recuerda la importancia del cuidado de nuestros semejantes. Atesorar la riqueza de uno es privar a los demás. ¿Qué será de tus posesiones de todos modos si no se comparten en el mundo en el que vivimos actualmente?

El cuenco de madera nos dice el mismo mensaje. Ser rico en lo que le importa a Dios es compartirnos a nosotros mismos y nuestras pertenencias. Tomar nuestra abundancia y ofrecerla a los demás.

En la comunidad LGBTQ+, esto no se puede dar por sentado. Algunos han experimentado la falta de vivienda. Otros imaginan una vida destinada a la soledad. Haríamos bien en prestar atención a las palabras de Jesús y asegurarnos siempre de compartir nuestra abundancia unos con otros, especialmente con los más necesitados.

Hoy pienso en ese cuenco y sé que es posible. Con o sin pareja, puedo construir un hogar y compartir mi abundancia. Ese cuenco me recordará que yo también puedo ser rico en lo que a Dios le importa.

—Maka Black Elk, 31 de julio de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Lucidez de Jesús”. 18 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,13-21)

Domingo, 31 de julio de 2022
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41E69F5C-5965-40C8-8E6C-BEE73C54B691Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús es la lucidez con que ha sabido desenmascarar el poder alienante y deshumanizador que se encierra en las riquezas.

La visión de Jesús no es la de un moralista que se preocupa de saber cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. El riesgo de quien vive disfrutando de sus riquezas es olvidar su condición de hijo de un Dios Padre y hermano de todos.

De ahí su grito de alerta: «No podéis servir a Dios y al Dinero». No podemos ser fieles a un Dios Padre que busca justicia, solidaridad y fraternidad para todos, y al mismo tiempo vivir pendientes de nuestros bienes y riquezas.

El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar… pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, le hace olvidar su condición de hermano y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de quien está dominado por el dinero.

La raíz profunda está en que las riquezas despiertan en nosotros el deseo insaciable de tener siempre más. Y entonces crece en la persona la necesidad de acumular, capitalizar y poseer siempre más y más. Jesús considera como una verdadera locura la vida de aquellos terratenientes de Palestina, obsesionados por almacenar sus cosechas en graneros cada vez más grandes. Es una insensatez consagrar las mejores energías y esfuerzos en adquirir y acumular riquezas.

Cuando, al final, Dios se acerca al rico para recoger su vida, se pone de manifiesto que la ha malgastado. Su vida carece de contenido y valor. «Necio…». «Así es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

Un día, el pensamiento cristiano descubrirá con una lucidez que hoy no tenemos la profunda contradicción que hay entre el espíritu que anima al capitalismo y el que anima el proyecto de vida querido por Jesús. Esta contradicción no se resuelve ni con la profesión de fe de quienes viven con espíritu capitalista ni con toda la beneficencia que puedan hacer con sus ganancias.

José Antonio Pagola

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“Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Domingo 31 de julio de 2022. 18º domingo del Tiempo Ordinario.

Domingo, 31 de julio de 2022
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43-ordinarioC18 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Colosenses 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Lucas 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?.

La 1ª lectura nos enfrenta con preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez. El Eclesiastés pertenece a un grupo de libros que llamamos sapienciales. La “sabiduría” es un amplio concepto que puede englobar desde la habilidad manual de un artesano hasta el arte para desenvolverse en la sociedad, la madurez intelectual… representa una actitud de personas y pueblos cuya finalidad es encontrar respuestas a los grandes interrogantes y misterios de la existencia humana.

Podemos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés. Es una voz escéptica y crítica, disidente frente a la tradición sapiencial que confía ilimitadamente en las posibilidades de la razón y sabiduría humanas. El sabio Qohélet es un autor, por lo menos, desconcertante. La pregunta que mueve toda la reflexión de su libro es ésta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido…) todo es vanidad (1,2.17; 2,1.11. 17. 20. 23. 26; 12,8)

Éste parece un libro muy poco religioso. ¿Cómo se nos propone a los cristianos este libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista…? O esta otra conclusión: “la felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que se hace bajo el sol, durante los días que Dios da al hombre, pues esa es su recompensa” (5,17) es como decir vulgarmente “comamos y bebamos, que mañana moriremos…”

El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte… buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? Es una pregunta seria ¿qué pintamos aquí, en la tierra? ¿para qué vivir, trabajar, luchar, amar, pensar, esforzarnos en la ecología, la educación, la política, los derechos humanos…? Breve es nuestra vida sobre la tierra (Sab 2,1), la mayor parte de nuestra vida es fatiga inútil, que pasa aprisa y vuela (Salmo 89, 10). La experiencia humana es como “atrapar vientos” una tarea inútil y decepcionante. Viene a nuestra mente aquella otra frase evangélica: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero…?”.

Con el autor, el lector sigue con fruición ese recorrido por la existencia humana, por el devenir Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar…

En la época del destierro se empezó a desarrollar la teoría de la retribución personal y del destino individual: el pueblo elegido profesaba una doctrina de retribución colectivista: la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes. En el contexto del exilio estas ideas van cambiando: cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su conducta (2Re 14, 5-6; Jer 31, 29-30; Ez 18, 2-3. 26-27). Sin embargo, la experiencia desmentía este principio. Después del destierro este problema ocupa un puesto primordial en la reflexión sapiencial, y no resulta fácil encontrar una respuesta adecuada. El libro de Job refleja vivamente este drama, apuntando distintas soluciones, pero ninguna definitiva ni convincente: Job es invitado a entrar en el misterio de Dios y desde ahí poder relativizar su dolor, su desesperación y pretensiones. Qohelet se hace eco del mismo escándalo y lo amplía: aún suponiendo que el justo siempre recibiera bienes, tal recompensa no es proporcional al esfuerzo que pone el hombre en conseguirla, pues no da plena satisfacción a los anhelos del ser humano. Tanto Job como Qohelet se mueven en el ámbito de retribución intramundana, no atisban nada más allá de la muerte.

No está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios. En esto conectaría muy bien con la mentalidad de la postmodernidad: presentista, del carpe diem (aprovecha el día)… No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

Evangelio: la vida no depende de los bienes

Va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de ellos: poner la felicidad en la acumulación insaciable de bienes, la codicia.

A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden, que haga justicia. Jesús sabe ponerse en su sitio: él no ha venido al mundo como juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo: “Él sacará a la luz los pensamientos íntimos de los hombres” (Lc 2, 35b), va a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser humano. Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.

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Dom 31.7.22. Repartidor de herencias, rico tonto (Lc 12, 13-21)

Domingo, 31 de julio de 2022
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20190110-Dios-o-el-dinero-mockup-final.1jpgDel blog de Xabier Pikaza:

Al hacerse institución establecida, la Iglesia ha recreado una ley de herencias religiosas y sociales que se parece más a un mal judaísmo que al buen Jesús judío del evangelio.

Por su parte, haciéndose rica, ella ha venido a ser propietaria de herencias económicas y sociales. Es evidente muchas veces las ha empleado para bien de los pobres, pero otras veces las han puesto al servicio de sus intereses de poder. En ese contexto  se sitúa el evangelio de este domingo que consta de una relato ejemplar y de una parábola amenazadora, como pongo de relieve en Dios o el dinero

Texto. Lc 12, 13-21

(Relato ejemplar. Repartir herencias)

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

– “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

(Parábola amenazadora: el rico tonto)

Y les propuso una parábola:

– “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. “

Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

RELATO EJEMPLAR. JESÚS NO ES JUEZ DE HERENCIAS. (LC 12, 13-15). Mmm

 Este pasaje retoma un motivo de sabiduría universal, importante en la historia de Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan el hijo del dueño, para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12):

En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).

 Vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente nos ha dado la familia, la sociedad, quizá la Iglesia: del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos y hablar, de las tradiciones culturales y sociales, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc. En ese sentido, la herencia (o tradición) es necesaria, de forma que sin ella no habría vida humana, pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija el lugar de cada uno, en contra de otros tipos de familia o grupos, destruimos la verdad del evangelio, que es una buena “nueva”, una ruptura y novedad frente a herencias que dividen y fijan a los hombres en lo antiguo (lo ya sido).

 Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones y riquezas de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era para ellos buena herencia, una práctica garantizada por el tiempo, hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, dentro un pueblo definido ya desde el pasado, de forma que los escribas (maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias.

Pero Jesús no aceptó ese oficio, al servicio de la gente rica (dueños de fortunas, de tierras o bienes que pudieran transmitirse), porque pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de las familias importantes, que ratificaba un modelo social de posesión y transmisión de bienes, al servicio de los ricos. Él quiso abrir la herencia del reino para todos, empezando por los pobres y excluidos de las posesiones del mundo, y por eso pidió al rico que quiso seguirle que renunciara a su herencia (que los muertos entierren a sus muertos: Lc 9, 60), que no quisiera sobresalir en la línea de su padre, y que dejara sus bienes a los pobres, para así poder seguirle en libertad y comunión de vida (Lc 18, 18-23; cf. Mc 10, 17-22).

Conforme a ese modelo socio-religioso (y económico), la ley de herencias implica un tipo de discriminación social, un modo de perpetuar el orden clasista de la sociedad. Por eso, Jesús no quiso resolver por ley estas cuestiones, sino subir de plano y enseñar a compartirlo todo a todos, de manera que no se puede hablar de transmisión cerradas de herencias particulares, de unas familias a sus sucesoras, sino de apertura y comunión de bienes, de todos con todos, para enriquecerse de esa forma unos a otros, ofreciendo cada uno la riqueza de su vida a los demás, conforme al modelo del mismo Jesús que da/regala su existencia (cuerpo y sangre) a modo de comida superior, eucaristía.

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Crisis económica y disfrute de la riqueza. Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 31 de julio de 2022
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RiquezaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

En un momento de grave crisis económica, cuando muchas familias no saben cómo llegarán al fin de mes, resulta irónico que el evangelio nos ponga en guardia contra el deseo de disfrutar de nuestra riqueza. Sin embargo, Lucas no escribía para millonarios, y algún provecho podían sacar de la enseñanza de Jesús incluso los miembros más pobres de su comunidad. Las dos lecturas de hoy coinciden en denunciar el carácter engañoso de la riqueza, pero Jesús añade una enseñanza válida para todos.

Una elección curiosa: la primera lectura

           En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.

La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet;

vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,

y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.

También esto es vanidad y grave desgracia.

            La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal: De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

También esto es vanidad.

            Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Petición, parábola y enseñanza (Lc 12,31-21)

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

El punto de partida es la petición de uno: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 

            El punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

            Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

            El le respondió:

            ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?

            Y les dijo:

            Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

            Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

            La parábola.

Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

            A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.

            Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

            La enseñanza final. 

        Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.

            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.

            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.

            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.

            Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante, sobre todo en el capítulo 16, dejará claro Lucas cómo se puede hacer esto: poniendo sus bienes al servicio de los demás.

Jesús y el Banco Central Europeo

El BCE, en su intento de frenar la inflación, ha decidido subir los tipos de interés para que no invirtamos ni gastemos más de lo preciso. Jesús, en cambio, nos invita a invertir, pero de forma muy distinta, enriqueciéndonos a los ojos de Dios. Las posibilidades son múltiples, recuerdo una sola. Las ONG que trabajan en África y otros países del Tercer Mundo recuerdan a menudo lo mucho que se puede hacer a nivel alimenticio, sanitario, educativo, con muy pocos euros. Quienes no corren peligro, como el protagonista de la parábola, de disfrutar de enormes riquezas, pueden aprovechar lo que tienen, incluso poco, para hacer el bien y enriquecerse a los ojos de Dios.

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Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. 31 julio, 2022

Domingo, 31 de julio de 2022
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Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia… “Tened mucho
cuidado con toda clase de avaricia; que
aunque se nade en la abundancia, la vida no
depende de las riquezas
”.

(Lc 12,13-21)

El Maestro trasciende esa petición. “Y añadió: tened mucho cuidado con toda clase de avaricia”, cambia de persona (del singular al plural), ya no es uno el que le ha expuesto la petición, son todos los que le escuchan: tened mucho cuidado. He aquí cómo Jesús nos sugiere lo necio que es un corazón ambicioso, un corazón que su única esperanza es “llenar sus graneros”, “nadar en la abundancia”.

Lucas nos deja entrever que para Jesús las posesiones, el dinero, no tienen más valor que aquello que nos facilita una vida en paz. Una vida que nos ayude a crecer como personas, a descubrir la belleza de lo sencillo y lo pequeño.

Hoy, a ti y a mí, se nos ha ofrecido la novedad de una jornada para vivirla en toda su plenitud. ¡Y eso es una inmensa riqueza! Se nos ofrece la posibilidad de acercarnos a la persona necesitada y compartir con ella lo que tenemos y ella necesita. ¡Y esa es la mejor herencia!

Disfrutar de la inmensidad de la vida, del aire, de una amigable compañía. ¡Eso es la felicidad más intensa! No dejes que la envidia, la avaricia, el egoísmo o el rencor posean tu corazón. Deja que el Señor de tu existencia sea el Dios de la ternura, el dar y darnos, el amor sin medida. ¡Esa es la mejor posesión!

¡Y saberte vivida desde la comunión con Dios Trinidad! Escucha asombrada, desde el silencio como Jesús te dice: “con amor eterno te amo”. Eso desbordará tus “graneros” que nunca se vaciarán y compartirás, repartirás y siempre tendrás más para entregar.

Oración

Trinidad Santa, Tú que eres comunión, relación y entrega:

Hoy,
yo te pido en nombre de las personas pobres, marginadas,
de las perseguidas, de quienes te buscan:
Maestro, dile a mi hermana/o que reparta conmigo la herencia”,
que reparta tu amor, que reparta y comparta lo que le sobra
y así, construiremos un mundo más humano, más justo,
en el que todos cabemos y todos podemos tener espacio.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Las seguridades son una trampa.

Domingo, 31 de julio de 2022
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18C_TO-300x300Lc 12,13-21

Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos, sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después de esta vida le pagarán con creces. Llevamos muchos siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales. Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha metido por el mismo camino sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.

En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio. Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaron su propia orden fundamentada en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir, como Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.

El objetivo del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.

La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del ser al servicio de la inferior.

Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para salir de este atolladero es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento  de bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad, no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.

 

Meditación

Codiciar es desear con ansia lo que da seguridad a tu ego.
Pon todo tu empeño en desplegar tu ser verdadero.
Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El tesoro no está en las cosas, o en el cielo, sino dentro de mí.
Dentro de ti está la única seguridad, la plenitud, la felicidad.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El sentido de la vida.

Domingo, 31 de julio de 2022
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Lc 12, 13-21

«¡Necio! Esta misma noche te van a exigir la vida»

El sentido de la vida se puede buscar en Dios o fuera de él. Existen muchos cauces que nos ayudan a buscar el sentido de la vida en Dios, y a estos cauces los llamamos religiones. Quien practica una religión sostiene que el mundo tiene significado en Dios, y que el ser humano tiene un destino marcado por Él.

También existen muchos cauces para buscar sentido a la vida fuera de Dios, y el mejor ejemplo lo encontramos en la infinidad de propuestas de vida que existen al respecto. No obstante, estos cauces son más inciertos que los anteriores, porque el problema de dar sentido a una vida sin Dios y con muerte no es trivial, ya que supone vivir sabiendo que todo el esfuerzo que hagamos para lograr las metas que nos hayamos propuesto van a quedar destruidas por la muerte.

Es como si Miguel Ángel hubiese pintado la capilla Sixtina sabiendo que iba a ser destruida en el mismo momento de ser acabada.

Quede claro que no pretendemos defender la imposibilidad de dar sentido a la vida de espaldas a Dios, pues todos conocemos personas cabales y responsables capaces de hacerlo. Pero, como apuntábamos antes, da la impresión de que éste es un cauce reservado a minorías, y que, privados de Dios, la inmensa mayoría de ciudadanos no encuentra otra salida a su situación vital que banalizar su existencia para soslayar la realidad aterradora del sufrimiento y de la muerte.

Heidegger, en su ensayo “El ser para la muerte”, llama inauténtica esta forma de vivir, y afirma que para apropiarnos de un destino auténtico que nos salve de la banalidad, debemos asumir la angustia de caminar hacia la nada y vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir… Y ésta es sin duda una forma de afrontar nuestra finitud prescindiendo de Dios, aunque resulta evidente que está al alcance de muy pocos…

Finalmente, hay un hecho que no podemos pasar por alto, y es que hay personas que buscan el sentido de la vida en Dios y fracasan, y las hay que lo buscan fuera de Dios y también fracasan. Y este hecho, en apariencia nimio y natural, nos puede dar la clave para entender mejor nuestra vida y tener más oportunidades de darle sentido.

Porque si convenimos que la esencia de lo humano es “la humanidad”, la única forma de dar sentido a la vida será a través de su práctica, y esto, al menos en teoría, puede ser independiente de las creencias o increencias de cada uno. Cualquier actitud vital que genera humanidad es portadora de sentido, y cualquiera otra que no lo haga provocará un vacío imposible de llenar con actividades mundanas o con prácticas religiosas.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Lo que has acaparado ¿para quién será?

Domingo, 31 de julio de 2022
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DOMINGO 18º T.O. (C)

La Eucaristía celebra una entrega, una donación, un servicio; solo es posible celebrarla en búsqueda de justicia, en dinámica de amor-caridad.

Sin embargo, el amor-caridad ha sido con frecuencia falseado, reducido espiritualmente a consuelo de afligidos y en lo material a limosna-calderilla. Urge restituirle su sentido original, la caridad es amor. Pero también el amor ha sido prostituido por la demagogia, la retórica o la inoperancia. Ha quedado reducido al amor-sentimiento o al amor-belleza. ¡Así todos tranquilos!

Un primer paso para rescatar el amor-caridad consiste en situarlo como constitutivo antropológico humano. No puede quedar reducido solo al ámbito personal, familiar sino que implica una relación yo-nosotros, yo-hermanos, yo-aldea global, casa común. Sin acción transformadora del mundo, no hay caridad, no hay amor. El amor cristiano es caridad política; ha de alcanzar a la sociedad entera.

El prójimo del evangelio no es solo el que está próximo sino el que padece cualquier clase de necesidad, el descartado, el desvalido. Los actuales vulnerables no son hoy personas aisladas, sino clases sociales y países enteros. La liberación y su celebración cristiana solo son posibles a partir de la práctica del amor-caridad política.

En el evangelio, Jesús se niega a ser árbitro o juez de un conflicto económico pero advierte del riesgo de toda clase de codicia, de buscar seguridades terrenas, crearnos nuevas necesidades en una espiral de consumismo alienante olvidando nuestro ser esencial, el verdadero objetivo de toda vida humana. Pobreza y riqueza pueden ser igualmente engañosas si la motivación es el ego. El equilibrio del terror al que venimos asistiendo es absolutamente inaceptable, inmoral, inhumano y perverso para millones de personas. Jesús no critica la previsión o la lucha por una vida más digna, ni quiere la pobreza para ningún ser humano sino que advierte del peligro de hacerlo de forma egoísta alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos.

Asimismo, Jesús da a la Iglesia una regla de oro: la Iglesia no ha sido nombrada árbitro o juez del mundo de la economía, no es quien para ofrecer un programa político-económico concreto. ¡Muchos problemas se habrían evitado de haberlo tenido en cuenta la Iglesia! Sí debe procurar o sugerir propuestas o argumentos para que los sistemas económicos-políticos puedan ser generadores de bienes para la humanidad pero también puedan ser juzgados éticamente. Así se explica que la Iglesia haya condenado tanto el neoliberalismo capitalista como la utilización de un sistema totalitario en el que “el sinsentido de la guerra y el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz” (Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres 2022).

La codicia presente en el fondo de tantos conflictos, el indecente negocio bélico sigue poniendo en riesgo la vida de millones de personas y del planeta. “No estamos en el mundo para sobrevivir, señala Francisco, sino para que cada uno se permita una vida digna y feliz”. “La pobreza que mata es miseria, resultado de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza sin futuro porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas. Esta pobreza afecta también la dimensión espiritual que a menudo se descuida, no existe o no cuenta”.

Podríamos preguntarnos: ¿Adónde nos está llevando esta carrera de armamento que provoca la muerte de inocentes y más pobreza?, ¿qué podemos hacer?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones? Pregunta que nos remite a aquella de Jesús a Judas, poco antes de su traición: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mt 26, 50).

Algunos de nuestros dirigentes son cristianos, otros se adhieren a unos principios humanistas que deberían tener alguna relevancia en este asunto crucial. En todo caso, como creyentes, estamos obligados a actuar en consonancia con nuestra conciencia cristiana de evitar determinados males porque somos responsables de enormes bienes. En cada ser humano vemos a Cristo, somos veladores de nuestros hermanos/as. La responsabilidad cristiana no está de uno ni de otro lado dentro de la lucha de poder, sino del lado de Dios y de la verdad, aspecto extremadamente olvidado hoy, y del lado de la totalidad de la humanidad.

¿Cómo parar este desastre en estos tiempos en los que hemos acabado por desechar los valores morales tachándolos de irrelevantes e incluso los propios cristianos ignoramos las exigencias de la ética cristiana en este tema? La rectitud y la verdad moral son tan necesarias para los seres humanos y la sociedad como el aire, el agua, la comida, la casa. Como clama el papa Francisco, “¿Se está realmente buscando la paz? ¿Existe voluntad de que haya una desescalada militar? No nos rindamos ante la violencia, que nos encaminemos hacia la paz y el diálogo”.

El apego al dinero conlleva el mal uso de los bienes y del patrimonio. Manifiesta una fe débil y una esperanza miope. El problema no es el dinero en sí, que forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas, sino el valor que le damos nosotros; no puede convertirse en un absoluto como si fuera lo principal para el desarrollo humano. Ese apego nos impide mirar la vida con realismo y ver las necesidades de los demás. La acumulación de riqueza se convierte en el ídolo que termina atándonos a una vida superficial, alienada e hipócrita.

Termina el evangelio de Lucas haciéndose eco de las palabras que Dios dirige al hombre, a toda persona, a nosotros, hoy: “¡Necio, esta misma noche morirás!, ¿para quién será lo que has acaparado?” Así sucederá al que amontona riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios”.

¿Amor-caridad o ambición y codicia? ¿Paz y justicia o guerra y desolación?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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La trampa de la codicia.

Domingo, 31 de julio de 2022
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310B89D3-91CD-4422-96D8-07A7FC5A466CDomingo XVIII del Tiempo Ordinario

31 julio 2022

Lc 12, 13-21

En cuanto deseo vehemente de posesión de cosas, bienes o riquezas, la codicia se caracteriza por la voracidad. Y la voracidad, a su vez, nace de un hambre insaciable que carece de límites y no se detiene ante nada en su afán depredador.

Codicia y voracidad esconden inseguridad de base -consciente o no-, que es la que se intenta paliar a base de la posesión de riqueza. Pero caen en la trampa de pensar que esta calmará el vacío percibido como amenaza.

En realidad, la trampa es doble: por una parte, no se advierte que el vacío que se teme es simplemente consecuencia de la identificación con el yo; por otra, se piensa que ese vacío puede ser colmado de manera eficaz.

El yo es vacío, en cuanto carece de consistencia propia. Por tanto, mientras dure la identificación con él, el vacío estará siempre presente. Sin embargo, al abrirnos a la comprensión de nuestra verdadera identidad, apreciamos que, más allá de ese nivel “personal”, somos plenitud.

El vacío es un pozo sin fondo imposible de ser colmado. De ahí que embarcarse en esa tarea implique entrar en una dinámica caracterizada por la voracidad, pero tan inútil y estéril como ansiosa.

La parábola de Jesús contrapone la codicia a “ser rico ante Dios”. Y tal indicación muestra el camino para salir de la ignorancia -fuente de la codicia y de la voracidad- y asumir una actitud y un comportamiento en coherencia con lo que somos, caracterizados por la confianza y la ofrenda.

“Ser rico ante Dios” significa vivir en la luz de la comprensión de lo que somos. En la metáfora, “Dios” es lo opuesto al “yo”. Si vivir identificados con el yo conduce a la codicia y la voracidad, vivir en la comprensión de nuestra verdadera identidad nos ancla en la confianza, en la libertad interior frente a miedos e inseguridades y en la ofrenda que nos lleva a compartir.

¿Vivo más en clave de voracidad o de ofrenda?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El dinero no vuelve buenas a las personas

Domingo, 31 de julio de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Tres breves ideas de peso en la vida.

01.-Escepticismo y un cierto pesimismo.

El pequeño libro del Eclesiastés (Qohelet) es la reflexión y análisis que un sabio hace de la vida y lo hace con un pesimismo, no exento de realismo, que le lleva finalmente a sonreír con lo bueno de esta vida (2,24).

Es natural que tendamos a amar y valorar lo que da de sí la vida y sus ‘pompas’, sus ‘vanidades’: la experiencia (c 1,3-11), la sabiduría (una buena carrera universitaria) (1,12-18), los placeres y las posesiones, el poder cultural o político, (2,1-10), la familia, los herederos (2,17-21). Sin embargo la misma vida nos enseña que todo ello es vanidad, vacío, nada. La vida da poco de sí y se acaba pronto

         Sin embargo no es bueno que, con el pesimismo que nos confiere la edad, caigamos en el cinismo.

Pero, a pesar de que todo es en vano, ‘mejor es escuchar al sabio que escuchar la copla del necio’ (Ecl 7,6). Mejor es leer y atender la sabiduría del Qohelet, que perderse en la necedad de parlamentarios, políticos, eclesiásticos y las modas de la modernidad.

         En determinadas ocasiones la vida misma nos hace preguntarnos: ¿qué es lo que realmente vale la pena?

Hemos ansiado dinero, hemos visto -si no vivido- conflictos por una herencia, por un cargo político o eclesiástico, hemos podido asomarnos al vértigo del placer. Todo es puro cuento: vanidad de vanidades…

         Una existencia humana sin sentido, sin sensatez y sin esperanza, no vale la pena.

02.- Buscad lo que vale la pena en la vida. (San Pablo)

Hay muchas cosas en esta vida que merecen la pena y no defraudan: “Las de allá arriba”, como nos dice la Carta de tradición paulina de hoy. Y es nuestra tarea: ‘buscar los bienes de allá arriba’.

Nuestro anciano amigo, Qohelet, no conoció esta esperanza. [1] En aquel momento bíblico (revelativo) no creían en un “más allá” celeste. Sin embargo su noble y austero epicureismo le lleva al disfrute de las cosas y placeres que la vida nos va ofreciendo: ‘ya que es don de Dios’(5,18-19; 7,15; 8,15). Disfrutar de la vida y de la creación no significa una visión “sanferminera” de la existencia, sino algo más hermoso y menos “low cost”.

La vanidad y estupidez total no radica en trabajar, vivir y gozar de las cosas de este mundo, muchas de las cuales son excelentes, sino poner en ellas nuestra plena esperanza y pensar que ellas pueden salvarnos… No conviene poner toda la ilusión en “cosas que no salvan”.

         A ciertas alturas de la vida uno ya no puede creer y esperar que la salida (salvación) está en la ciencia, en el dinero, en lo eclesiástico, en el poder, etc. sino en los valores “de allá arriba”.

03.- La codicia.

         Codicia significa en castellano el afán excesivo de riquezas.

La codicia no se da en estado puro. Lo solemos decir de modo más refinado: hay que “tener ambiciones en la vida”, tienes que “llegar a ser alguien” (se sobreentiende que alguien rico o con puestos relevantes en la sociedad, en la cultura o en la Iglesia, porque si ni eres rico ni “importante”, eres un “don nadie”).

A este respecto estoy firmemente convencido de tres variantes:

Primera: que el dinero no resuelve al ser humano en sus cuestiones fundamentales. Ni el dinero (ni el poder) aportan un milímetro de sentido de la vida, no ofrecen un palmo de esperanza absoluta, ni crea convivencia fraterna, igualitaria, solidaria. Todos esos valores van por otros caminos.

Segunda: que el dinero causa más problemas y desgracias que las que resuelve. Todos conocemos peleas por la herencia, lucha a muerte social por conseguir el ascenso eliminando a los demás aspirantes (¡que menuda paga tiene ese cargo!, ¡a ganar una pasta gansa!), desigualdades que llevan a los países del Tercer Mundo a verse embargados por la deuda externa, que hipoteca sus recursos y mata de hambre a sus ciudadanos… ¿Tan envidiable y deseable es todo esto?

Tercera: se puede ser feliz y libre siendo pobre. El dinero nos nubla demasiado la vista. Tenemos la psicología del alcohólico, del drogadicto, pensamos calmar nuestra sed con un poco de alcohol, una dosis de heroína… Porque el dinero es una auténtica droga, como la pornografía, como el alcohol o la cocaína: prometen paraísos eternos que nunca llegan.

04.- Conclusión.

Jesús ni habló mucho ni se preocupó especialmente del dinero; “pasó” de él. Pero sí que habló mucho (bastante más de lo que solemos hacerlo nosotros; y bastante más que de otros temas, que tanto nos obsesionan, como el de la sexualidad), y lo hizo, con radicalidad y dureza, de los ricos, que son los que practican la codicia.

¡Ay de vosotros los ricos! La primera desgracia de los codiciosos es que nos volvemos unos imbéciles que perdemos el sentido de la vida.

Decimos preocuparnos del futuro, pero probablemente no nos fiamos del Futuro de Dios.

Jesús ayuda a sus oyentes a constatar lo inútil de lo material. Lo material no da más de sí ‘no podemos alargar un palmo a nuestra estatura, ni un minuto a nuestra vida’ (Lc 12,25).

Guardaos, pues, de toda clase de codicia

[1] Es muy difícil datar cuándo se escribió el libro del Qohelet-Eclesiástés. Además, probablemente no se escribió de una vez, sino que es una recopilación de otros muchos textos. ¿Quizás hacia el año 180 a.C.?

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Por su bien.

Martes, 26 de julio de 2022
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D7E686EE-6A7C-4AF1-8E35-1C33B1ECFEDDLa reflexión de hoy es de Allison Connelly, colaboradora de Bondings 2.0, cuya biografía está disponible aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Domingo 17 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Mi corazón alegre dio un vuelco de ansiedad cuando vi que la primera lectura de hoy hacía referencia a Sodoma y Gomorra. Todo cristiano gay sabe que el “pecado de Sodoma” se interpreta predominantemente como el “pecado de la homosexualidad” (aunque el consenso académico es que fue el pecado de la falta de hospitalidad). Esta creencia es lo que condujo a las “leyes de sodomía” aplicadas principalmente para ilegalizar los actos sexuales entre personas del mismo género. Para que no piense que tales leyes son historia simple, el juez Clarence Thomas reveló recientemente que quiere revisar un caso de la Corte Suprema que anuló las leyes de sodomía en Texas. Sodoma sigue siendo relevante, pero en más formas de las que podrías suponer.

La buena noticia llega cuando pasamos de las primeras oraciones de nuestra lectura de Génesis: ¡no hay referencia a la sexualidad pecaminosa aquí! De hecho, lo que presenciamos en este texto es que Abraham practica la solidaridad y la alianza a lo grande: está suplicando que la gente de Sodoma se libre del castigo divino.

Aunque Abraham conoce muy bien el “gran clamor” contra el pueblo de Sodoma y Gomorra, pone su relación con Dios, y de hecho, su relación con el poder, en juego para abogar por el bienestar y la supervivencia de este pueblo que se enfrenta a la aniquilación. . Al hacerlo, Abraham es un aliado, negociando estratégicamente con Dios al recordarle los valores de Dios. Abraham le dice a Dios: “¡Lejos esté de ti hacer tal cosa, hacer que el inocente muera con el culpable!” y “¿No debe el juez de todo el mundo actuar con justicia?

Como personas queer y trans, ¿qué más podemos pedir a nuestros aliados? A menudo (y sin embargo, no lo suficiente), veo a los aliados de la comunidad LGBTQ hacer los mismos argumentos: “¿No te acuerdas? El mayor mandamiento es el amor” o “¿No modeló Jesús nuestra responsabilidad de cuidar e incluir a los marginados?” Este compromiso de llamar a la gente de vuelta a sus convicciones fundamentales en nombre de la justicia y la liberación: esto es lo mejor de la alianza.

A menudo pienso en esta historia en mi ministerio, cuando me encuentro ministrando a o con grupos tan pequeños en estos días. Pequeños grupos de ancianos que ya no tienen la capacidad de ofrecerse como voluntarios para la iglesia como solían hacerlo. Pequeños grupos de adolescentes que están totalmente desconectados de sus comunidades de fe después de COVID. Pequeños grupos de adoradores en persona y pequeños grupos de adoradores de Zoom, ambos mucho menos numerosos que antes de la pandemia. En mi ministerio, cuando me siento cansado y agotado, frustrado por poner tanto esfuerzo por tan pocas personas, encuentro que los papeles en esta historia de Sodoma y Gomorra están invertidos. Dios me pregunta: “¿Vale la pena este club de lectura para diez ancianos? ¿Dirigirás esta clase de comunión para cuatro estudiantes? ¿Está dispuesto a invertir tiempo real en este servicio de adoración para 20 feligreses?” En esta situación, es Dios, y no yo, el aliado de aquellos a quienes ministrar. Dios me recuerda mis valores: mi compromiso de proporcionar alimento espiritual integral, formación significativa en la fe, experiencias litúrgicas y rituales creativas e imaginativas.

Pero estos valores son difíciles de vivir de manera coherente. En estos días, hay tantas cosas que se sienten derrotadas y abrumadoras: como persona queer, la Corte Suprema posiblemente vuelva a implementar las leyes de sodomía y haga que mi matrimonio sea ilegal; como persona con útero, los tribunales y los gobiernos locales me están despojando de mi capacidad para tomar decisiones de atención médica que salvan vidas por mí mismo; como un futuro padre esperanzado, los órganos de gobierno nacionales e internacionales están destruyendo el planeta que habitarán mis hijos. Me desplazo sin pensar por mi suministro de noticias, oscilando salvajemente entre estar devastado y desconsolado por cada nueva injusticia y estar completamente insensible y emocionalmente desconectado del constante estado de crisis en el que parecemos vivir.

Y, sin embargo, Dios viene a mí, siempre aliado de los vulnerables, y me pregunta: “¿Lo harás por ellos? ¿Ministrarás a estas personas, estas personas queer y trans, estos pacientes y proveedores de abortos, estos padres e hijos que son ahora y que aún serán, estos seres creados amenazados por la catástrofe climática? ¿Lo harás por ellos?”

En mi mejor momento, siento el apoyo de generaciones de ancestros queer y fieles que me han precedido, que han sobrevivido a horribles esfuerzos intencionales para destruir a aquellos que dedican sus vidas a la liberación. En mi mejor momento, con mi comunidad detrás, dentro y alrededor de mí, digo: “Sí, Dios, lo haré por su bien”. En mi mejor momento, como Abraham ante Dios como aliado de Sodoma, digo: “Lo haré, por el bien de los diez; por el bien de los cuatro; por el bien de los veinte.

—Allison Connelly, 24 de julio de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Necesitamos orar”. 17 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,1-13)

Domingo, 24 de julio de 2022
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38_17-TO-C_1588148Quizá la tragedia más grave del hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Se nos está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones abandonan las prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión interior. A veces la excluimos prácticamente de nuestra vida.

Pero no es esto lo más grave. Parece que las personas están perdiendo capacidad de silencio interior. Ya no son capaces de encontrarse con el fondo de su ser. Distraídas por mil sensaciones, embotadas interiormente, encadenadas a un ritmo de vida agobiante, están abandonando la actitud orante ante Dios.

Por otra parte, en una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento o la utilidad inmediata, la oración queda devaluada como algo inútil. Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la oración perteneciera al mundo de «la muerte».

Sin embargo necesitamos orar. No es posible vivir con vigor la fe cristiana ni la vocación humana infra alimentados interiormente. Tarde o temprano la persona experimenta la insatisfacción que produce en el corazón humano el vacío interior, la trivialidad de lo cotidiano, el aburrimiento de la vida o la incomunicación con el Misterio.

Necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.

Necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos. Necesitamos orar para vivir ante Dios en actitud más festiva, agradecida y creadora.

Felices los que también en nuestros días son capaces de experimentar en lo profundo de su ser la verdad de las palabras de Jesús: «Quien pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».

José Antonio Pagola

 

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“Pedid y se os dará”. Domingo 24 de julio de 2022. 17º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 24 de julio de 2022
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42-ordinarioC17 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando. 
Salmo responsorial: 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.
Colosenses 2, 12-14 Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados.
Lucas 11, 1-13: Pedid y se os dará.

Primera lectura

Este texto, continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero, al parecer, abusando de su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo de la hospitalidad.

Segunda lectura

A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom 7,7-9). La mejor expresión paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la cruz.

Evangelio

La oración forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar. Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16; 6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así la incluyó Lucas en su narración.

PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado, bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado.

VENGA TU REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus culturas e idiosincrasia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad, en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no reina!

DANOS EL PAN DE CADA DÍA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días.

PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado, ¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (San Cripriano): El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

ÉL LES DARÁ EL ESPÍRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos. El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de dedicarnos a agradar a Dios. Leer más…

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Dom 24. 7. 22. Enséñanos a orar. El domingo del Padrenuestro (Lc 11, 1-13)

Domingo, 24 de julio de 2022
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123a1e1cd1f20ed130070a69cc206178Del blog de Xabier Pikaza:

El domingo  anterior (10, 38-42), María estaba a los  pies de Jesús, escuchando… Hoy, todos los discípulos e quieren aprender (¡enséñanos a orar!) y Jesús se revela ante ellos como maestro de oración y vida. Así lo muestra este texto que comentaremos en tres partes, como fundamento y sentido de la oración y de la acción cristiana.

Texto. Lucas 11, 1-13

(a)Introduccion.Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”

(b) Padrenuestro. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

(c) Añadidos.Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos. “Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros:Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

PADRENUESTRO. PRESENTACÓN BÁSICA

     Lucas presenta a Jesús como “maestro de oración” y así le muestra varias veces, orando en la montaña, de noche (Lc 6, 12; 9, 28) y diciendo a sus discípulos que oren sin cesar (18, 1). También ahora ha estado orando y sus  discípulos le ven y le piden: “enséñanos a orar….como Juan enseñó a sus discípulos”. Ese añadido (como Juan enseñó…) es muy significativo y muestra en conjunto (con lo que sigue) cuatro cosas.

(1) Los discípulos de Juan formaban una “comunidad orante”, que tenía una oración específica, distinta de las oraciones de otros grupos judíos (sacerdotes,  fariseos). Quizá lo que más distinguía a los discípulos de Juan era un tipo de oración escatológica, pidiendo la llegada del Reino de Dios, en actitud de ayuno (pues de dice que ellos ayunaban, y el ayuno y la oración solían ir unidos: cf Mc 2, 18).

(2) Es muy posible que, al principio, los discípulos de Jesús oraran lo mismo que los de Juan. Además, todo nos permite suponer que los discípulos de Juan eran más orantes que los discípulos de Jesús… Juan parecía más “piadoso”. Por el contrario, Jesús ponía más de relieve otros aspectos de la vida: el pan compartido, la acogida mutua, la solidaridad…En ese primer momento, los cristianos no tenían una oración característica, de tal manera que ni Pablo ni Marcos recogen una oración típicamente cristiana de cierta extensión. Sólo el “Abba” y el “Maranatha” parecen haber distinguido a los cristianos, que en el resto de las oraciones serían como los demás judíos… como los discípulos de Juan.

(3) De todas formas, la tradición cristiana recuerda una oración específica de Jesús,  el Padrenuestro, que aparece transmitida por la tradición del Q (Mateo y Lucas), aunque en formas distintas. Podemos suponer que Jesús enseñó de alguna forma esa oración, que está vinculada a todo su mensaje, a su visión del reino. La versión de Lucas parece más cercana a las palabras de Jesús. Los añadidos de Mateo (nuestro, que estás en los cielos; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; más líbranos del mal…) forman parte de la liturgia de la Iglesia.

(4) Tanto en su forma reducida (Lucas) como en su su forma externa, el Padrenuestro podría ser (es) una oración judía, pues todas sus palabras tienen una resonancia israelita. No tiene nada cristiano específico: ni Trinidad, ni Jesús como Hijo de Dios, ni Iglesia, ni Espíritu Santo, ni Eucaristía, ni sacramento… Jesús oró como un “judío mesiánico” y así nos enseñó a orar. Pero, al mismo tiempo, su oración es una universal, pues pueden asumirla todos los que creen en Dios y se atreven a invocarle con el símbolo de «Padre», pidiéndole pan compartido y perdón. No contiene tampoco ninguna referencia que sea exclusivamente judía (nombre de Yahvé, patriarcas, Moisés, Ley, templo, ciudad/tierra sagrada, expiación ritual, tradiciones nacionales, alimentos puros, purificaciones, fiestas o Mesías especiales…). Todo lo que el Padrenuestro pide es universal (padre, pan, perdón), siendo, al mismo tiempo, muy judío, muy cristiano, es decir, humano.  Aquí comentamos el texto de Lucas:

Padre

El paralelo de Mateo es más  extenso: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9). El Lucas es más sobrio y reza simplemente «Patêr ¡Padre!». A Jesús y a sus compañeros les basta decir eso. Han dejado a un lado los restantes títulos y nombres de Dios, vinculados a la tradición de Israel (Yahvé, Dios de patriarcas o templo, de Ley o de pueblo), han superado las posibles elevaciones sacrales (o metafísicas) y sólo ponen de relieve aquello que vincula a Dios con todos los hombres, diciendo: ¡Padre!

Por situarse en un contexto más litúrgico, Mt 6, 9 ha querido ampliar la invocación: «¡Padre nuestro que estás en los cielos!». De esa forma se acerca a los modos de orar del judaísmo, pues palabras como esas aparecen en textos rabínicos que empiezan diciendo: Abinu she-ba-shamayim (¡Nuestro Padre de los cielos!) o, de un modo más usual, Abinu Malkenu (¡Padre nuestro, Rey nuestro!), como en la plegaria de las Dieciocho Bendiciones. El orante de Lucas decía simplemente «Padre», en actitud de confianza radical, en gesto de nuevo nacimiento y eso resultaba suficiente.

Poder decir Padre (Padre/Madre) eso es ser cristiano: Saber que estamos en manos del Padre, que somos presencia de Dios (que él vive y se expresa en nosotros), esa es la oración cristiana. Nada más, eso sólo: Abba, Padre/Madre, dicho y vivido…para así crecer  y ser personas desde Dios, eso es orar…

Santificado sea tu Nombre (hagiasthêtô to onoma sou).

El nombre de Dios es Padre (no es Rey, ni Ser Excelso, ni Señor Infinito…). Por eso, pedirle que su nombre sea santificado es decirle: Muéstrate como Padre; nosotros queremos mostrar que tú eres Padre.Hay que fijarse en la formulación, que está en una forma que suelen llamar “pasivo divino”: ¿Quién tiene que santificar el nombre de Dios? ¡Dios mismo! Por eso le decimos a él que santifique su nombre, que se muestre como Padre. Pero, al mismo tiempo, nosotros nos comprometemos a hacerle: queremos que, a través de nuestra vida, Dios se muestra en todo el mundo como Padre.

Pero aquí se utilizar la palabra “santificar”, es decir, mostrarse como “santo”. Éste es un tema tradicional israelita, que aparece ya en Ez 36, 23, donde el profeta pide a Dios que manifiesta su santidad… ¿Cómo debe hacerlo? liberando y salvando a los oprimidos y liberando a los presos…Eso es lo que hace aquí Jesús, es lo que hacen aquellos que le siguen: piden a Dios que manifieste su honor y su gloria de Padre, que no se expresa a través de un tipo de victoria cósmica o militar, sino con la vida y honor de sus hijos. Dios santifica su Nombre (mostrándose santo) allí donde libera en amor a sus hijos oprimidos.

La santidad de Dios no es un edificio exterior (como Santa Sofía de Bizancio o San Pedro de Roma), ni tampoco una comunidad eclesial llena de poderío. La santidad o gloria de Dios es la vida de los hombres, como decía Ireneo (Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei: Adv. Haer., IV, 20, 7) y más en concreto la vida de los pobres: que ellos puedan “ver” a Dios, descubrirle como amor liberador. Es evidente que quien ora de esta forma debe santificar a Dios ayudando a los pobres.

Venga tu Reino (elthetô hê basileia sou).

 La tradición judía conoce ya la relación entre Santidad y Reino de Dios. Pero Jesús ofrece una novedad muy significativa: el Reino que pedimos no viene de un Rey, sino de un Padre. La oración no se dirige a un monarca poderoso en línea militar, en clave de imposición o dominio, sino al Padre, que ofrece vida a todos, en amor generador, no por la fuerza.

 Quiero repetir esta idea: el que puede instaurar el Reino no es un Rey….  sino el Padre. Eso significa que el Reino de Dios no se instaura mandando y dominando, sino amando como ama el Padre, para que los hijos crezcan y vivan…Los portadores del Reino son aquellos que aman como un Padre, no los que se imponen como un Rey.

De esa forma, esta oración del Padrenuestro, que es la misma que Jesús emplea, aparece como una confesión de fe que Jesús comparte con los oprimidos de Galilea. Todos, Jesús y los pobres, pueden apoyarse en un Padre que es más poderoso que el Rey del imperio, más fuerte que el “Dios” de aquellos que se imponen a la fuerza, por encima de los pobres.

La oración de Jesús nos pone un Reino sin rey impositivo, ante un Reino de Padre. Por eso, los pobres de Jesús oran diciendo “venga (a nosotros) tu reino”, comprometiéndose a recibirlo y compartirlo con todos. Cuando decimos “venga tu Reino” estamos diciendo: y nos comprometemos a ser tu Reino, a traer tu Reino.

Danos cada día nuestro pan cotidiano (ton arton hêmon…).

 Jesús pasa del Padre y del Reino al “pan nuestro”, es decir, al alimento compartido. El primer signo del Padre Dios no es la Ley, Torah de Israel, ni la iglesia cristiana, ni algún tipo de institución social o religiosa (templo, imperio), sino el pan concreto, fraterno, es decir, la comida compartida, nuestra. El primer signo de la santidad de Dios y de su Reino no es una gloria “sagrada especial”, sino el pan: que los hombres y mujeres coman, que compartan el alimento y la vida. Eso es Reino, eso es Santidad.

 Los que piden así son aquellos que “viven al día”, los que no tienen asegurado el alimento de mañana, los campesinos sin campo, los artesanos sin trabajo rentable y, de un modo especial, los ptôjoi (prescindibles, mendigos). Desde esa situación oran a Dios, carentes de todo, pidiéndole vida (expresada por el pan) Han empezado pidiendo Reino; ahora quieren algo que parece más sencillo que, en el fondo, pero que se identifica con el mismo Reino: el pan nuestro de cada día. Sólo aquellos que necesitan pan y quieren compartirlo pan pueden decir “Padre nuestro”.

Pan (arton) es la comida elaborada, hecha de trigo que se siembra y de harina que se muele, alimento de cultivo y cultura  social, a diferencia de los saltamontes y miel silvestre del Bautista (Mc 1, 6). Por eso, al pedir el «pan nuestro», los orantes se comprometen a cultivarlo, elaborarlo y compartirlo, en un proceso de trabajo social (cultural). Los campesinos sin campo y los mendigos sin mañana asegurado (los discípulos de Jesús en Galilea) piden su “pan”, un pan de todos, no de algunos privilegiados, el pan de la gracia de Dios para los hombres.

Perdónanos nuestros pecados,porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo

Del pan pasamos al perdón, entendido como principio de comunicación: sólo si hay perdón puede hablarse de pan compartido. En la versión de Mateo, que parece más antigua,  se dice: “perdona nuestra deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La versión de Lucas distingue los dos niveles:

Ante Dios, pecados: “perdona nuestros pecados…” (hamartia)

Ante el prójimo, deudas: como nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo (opheilonti)

Esta petición de Lucas supone que lo que llamamos  “pecados” ante Dios se puede traducir y se traduce en forma de “deudas” ante el prójimo: por eso, cuando pedimos a Dios que nos perdone los pecados (ofensas, blasfemias, orgullos…), tenemos que decirle que creemos en el perdón y que, también nosotros, queremos perdonar a los que nos deben algo. Por eso nos parece poco exacta y, en el fondo, menos evangélica, la traducción oficial del Padrenuestro en España y muchas partes de América: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Eso está bien, pero tendríamos que seguir diciendo: “como nosotros perdonamos a todos los que os deben algo, en plano económico y social”.

. Muchos campesinos pobres de Galilea estaban llenos de “deudas” legales, que no podían pagar… Pero los verdaderos deudores eran los comerciantes y terratenientes ricos, que se habían “apoderado” de las posesiones y tierras de los pobres, de un modo quizá “legal” pero contrario al orden de Dios. Pues bien, Jesús no dice aquí a los ricos que perdonen (¡ellos no pueden perdonar, porque en el fondo  lo que tienen no es suyo;  lo que tendrían que hacer es devolver)… Por eso, los que de verdad pueden perdonar son los discípulos pobres de Jesús a quienes los ricos de entonces han robado sus tierras. Ellos a Dios que les perdone sus “pecados”  como ellos perdonan a sus deudores (a los ricos) aquello que les han “robado”.

Estamos en el centro de la paradoja del Reino. Los que de verdad pueden y deben perdonar no son los ricos (¡ellos no tienen derecho a perdonar, sólo deber de devolver lo robado!), sino los pobres, que renuncian desde Dios a exigir aquello que les han robado, para iniciar un camino más fuerte de gracia compartida. La comunidad que surge en torno a Jesús tiene como ley suprema el perdón, tanto en plano religioso como social, en plano personal como económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. Llevado hasta el final, este principio del perdón iguala a judíos y gentiles, a creyentes y no creyentes, a religiosos y a no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo: ¡Que se perdonen unos a otros!

Ésta es la religión de Jesús, éste su culto. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han robado… y desde Dios que perdona todos los pecados de los hombres.

 Y no nos dejes caer, no nos introduzcas (eisenenkes) en tentación (peirasmon).

  El texto resulta difícil de traducir. Si el mê eisenenkês se toma en forma activa, le decimos al Padre “que no nos introduzca” en la tentación: lo normal sería que lo hiciera, como parece haberlo hecho en el principio (Gen 2-3); pues bien, nosotros, débiles humanos, le pedimos que no nos ponga a prueba, que no nos conduzca al peirasmos, que es la tribulación escatológica, en la que debió entrar Jesús en el huerto de los olivos. Pero el texto se puede interpretar en clave permisiva: no nos hagas caer (=no permitas que caigamos) en tentación. Se supone que hay tentación, hay prueba; pero el Padre puede y quiere ayudarnos; por eso le pedimos que no nos abandone ni rechace en medio de ella.

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“Aprendiendo a rezar. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C”. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 24 de julio de 2022
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio. La primera lectura ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo.

Primera lectura: Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

            En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            He titulado este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes.

            En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.

            En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina?

            El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos.

Evangelio: la oración modelo y la importancia de insistir (Lucas 11,1-13)

            El evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios?

            Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.

            Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota previa: En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”. La liturgia traduce “nuestro pan del mañana; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. Padre nuestro”, danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

            El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

            La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. 24 julio, 2022

Domingo, 24 de julio de 2022
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Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

(Lc 11,1- 13)

Lo habitual en la vida de Jesús es orar,  los textos hacen referencia a su oración muchas veces. En esta ocasión Jesús no está solo, cerca de él están sus discípulos, que oran con él. Jesús ora con frecuencia, y se deja ver orando. No se esconde el testimonio creíble del poder de la oración. Y despierta el deseo de Dios en los corazones que lo ven: «Enséñanos a orar».

Son ellos, sus discípulos, quienes toman la iniciativa, de donde sale la propuesta… Esto no deja de ser un reto para nosotras y para todas las personas que llevan en el corazón la Buena Noticia y desean contarla a quienes están a su lado. A veces, nos perdemos en fórmulas y teorías que no despiertan ningún deseo en quienes nos miran; y eso que los textos de nuestra tradición ya nos dicen que «la letra mata y el Espíritu da vida». (2 Cor. 3,6).

Estamos viviendo tiempos convulsos, violentos, agresivos. Duele vernos tan perdidas, tan rapaces…. Indigna verse tan manipulada por las noticias, donde nos presentan buenos buenísimos y malos malísimos, como en las películas de indios y vaqueros. Como si no existieran las personas que trabajan por la paz, que oran por la paz, que encuentran en la religión la consistencia de la vida. Como si no fueran muchos más quienes mueren fieles a Dios que quienes matan por un pseudodios. Y en este tsunami la gente busca, y busca con deseo de algo más profundo, y aparecen los guías espirituales, gurús, chamanes…

¿Y en la Iglesia? ¿Dónde están los maestros de oración que tanto estamos necesitando? Esos que despiertan el deseo de Dios, como lo hace Jesús.

El Papa escribe a las monjas: «Vivid (….) contribuyendo a que Cristo nazca y crezca en el corazón de las gentes sedientas, aunque a menudo de manera inconsciente, de Aquel que es camino, verdad y vida.» (cfr. Vultum Dei nº.37). El reto está en mostrarnos, en dejarnos ver orando, con hondura, sencillamente, sin fórmulas vacías, con espontaneidad y sobre todo, sobre todo, con profunda confianza. Y Cristo nacerá en los corazones sedientos, nacerá y crecerá con raíces hondas, libres, fuertes.

¿Cómo, dónde, cuándo? No tenemos respuestas, ni teorías, solo deseo, un profundo deseo de relacionarnos con Dios, Abba, como Jesús lo hace. Deseo de sumergirnos en la relación amorosa de la Trinidad. Para ello ya nos lo dice Jesús, ¡pidamos el Espíritu a nuestro Padre!

Oración

Enséñanos a orar, también a nosotras, como hiciste aquellos primeros discípulos.

 

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Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es infinitamente más que padre y madre.

Domingo, 24 de julio de 2022
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DOMINGO 17 (C)

Lc 11,1-13

El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su cultura.

Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión.

Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros.

Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis… ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lucas.

Padre. En el AT se llama a Dios padre. Sin embargo, el “Abba” es la clave del evangelio. Se pone una sola vez en labios de Jesús, pero con tal rotundidad, que se ha convertido en señal de su mensaje. El llamar a Dios Papá supone sentirse niño pequeño, que no sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que tiene que hacer. La petición debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo lo que necesito y está dándomelo.

Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.

Por aplicar a Dios solo la idea de padre, le hemos aplicado también la idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir de Él. Uniendo el concepto de padre y el de madre, superamos la trampa del paternalismo y nos obligamos a ampliar el abanico de atributos que le podemos aplicar.

No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es.

Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT se manifiesta en numerosas ocasiones que la tarea fundamental del buen judío era dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa plenitud en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.

Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte ni está aquí ni está allí, “está dentro de vosotros”. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga realidad. Se trata de un ámbito en el que todos los seres humanos puedan desplegar su humanidad.

Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.

Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia descubrimos muchas referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería ridículo que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Si en Él no hay tiempo, no puede hacer o dejar de actuar.

No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente, que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el latín apuntan a que “no nos induzca a pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo.

Meditación

Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy.
Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento.
Como Padre es el único modelo al que debo imitar.
Cuando experimente que yo y el Padre somos uno,
habrá terminado mi camino de perfección.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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