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No podemos caminar en dos direcciones.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Lc 14,25-33

Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final… Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra dirección.

Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere…” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.

No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer o seguridades. El fin que el instinto quiere garantizar es bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto.

Tres son las exigencias que propone Jesús: .- Posponer a toda su familia. .- Cargar con su cruz. .- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra.

Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.

El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que ese amor está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más también a nuestros familiares.

Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso, el profesar un verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros.

Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo.

Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de todos lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo puede ser causa de miseria para otros.

Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor.

En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Para que un avión despegue debe alcanzar una velocidad crítica. Si no la consigue, seguirá rodando por la pista indefinidamente. Es lo que hacemos nosotros.

Antes de poner los cimientos de un edificio debemos calcular si podré terminarlo con los medios que tengo. Si no me alcanza, es mejor que no empiece a construir porque será perder lo que tengo. Si declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el que va a salir perdiendo soy yo. Los cristianos nos conformamos con rodar y rodar por la pista sin darnos cuenta de que estamos haciendo el ridículo. Estamos diseñados para despegar. Si nos conformamos con rodar, nuestro diseño no ha servido para rada. Bien entendido que lo logrado no va ser el resultado de nuestro esfuerzo.

Meditación-contemplación

Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
Solo la sabiduría puede llevarme a la meta.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El Reino tiene un precio.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Lc 14, 25-33

«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos … e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío»

Jesús no se lanza a los caminos de Galilea para conseguir la raquítica salvación de media docena de perfectos, sino para cambiar el mundo. Aspira a una humanidad de Hijos que se realice amándose como hermanos, y eso no se alcanza con gente tibia y poco comprometida, sino con personas que tiren para adelante sin mirar lo que dejan atrás. No pide otra cosa que lo que él ya ha aceptado en grado superlativo, y esto da a su propuesta un valor especial.

Y visto desde esta perspectiva, el texto de Lucas se entiende mucho mejor. En él se nos dice dos cosas importantes: una, que la búsqueda del Reino es lo primero —por delante de lo más querido por nosotros, como es la familia—, y la otra, que quien acepta la misión debe medir bien sus fuerzas porque éste es un camino que acarrea renuncias y sacrificios.

Tradicionalmente se ha entendido que esa renuncia debía estar basada en el esfuerzo ascético, pero una lectura rigurosa del evangelio nos dice que la cosa es justo al revés; que no se trata de dejarlo todo a base de fuerza de voluntad con la esperanza de encontrar el tesoro, sino de encontrar el tesoro y renunciar a todo lo demás porque todo lo demás ha perdido su valor a nuestros ojos. Como decía Ruiz de Galarreta: «No es primero la renuncia para llegar a la alegría: es primero la alegría, y de ella se derivan las renuncias».

Pero el camino que propone Jesús tiene dos obstáculos imponentes. El primero es encontrar el tesoro, porque el mundo nos propone otros tesoros mucho más palpables que lo ocultan. El segundo es tener el valor necesario para aceptar la apuesta. Podemos estar convencidos de que su propuesta es nuestra mejor opción de felicidad, pero carecer del valor necesario para atrevernos a iniciar el camino que nos propone.

Hay un hecho que juega a nuestro favor, y es ver que las personas que sí se han atrevido, no sienten las renuncias como tales, sino como liberación. Porque el Reino nos invita a renunciar a lo que no merece la pena; a lo que estropea nuestra vida. Nos invita a no conformarnos con poco, nos invita a la plenitud, a saberse querido por Dios, a ser conscientes de nuestra misión, a convertirnos en protagonistas de la aventura humana, y, en definitiva, a encontrar el sentido profundo de nuestra vida.

Pedro, Santiago, Juan, María Magdalena… fueron sus primeros seguidores, y el evangelio muestra su proceso de conversión: le conocieron, quedaron fascinados por él, y solo después, lo dejaron todo y le siguieron. Lo primero es conocerle y fascinarse, no hay otro camino, pero hoy Jesús es un valor a la baja del que es difícil oír hablar (y mucho menos oír hablar con rigor) ni siquiera en las eucaristías; y no digamos en otros foros cristianos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Dejad de poseer.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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cruz-recordatorio-padre-nuestro-1-153Lc 14, 25-33

Quisiera iniciar mi comentario refiriéndome, por un momento, a la segunda lectura de este domingo.

Filemón 1, 15-1… Si te dejó por algún tiempo fue tal vez para que ahora lo recobres definitivamente, y no ya como esclavo, más que como esclavo, como hermano querido…

La lectura del evangelio, reforzada por las líneas de la carta de Pablo a Filemón, es un grito profético, que parece lo estoy oyendo desde los bosques ardiendo, desde las inundaciones, desde las guerras…

Y ese grito es un imperativo, que denota urgencia, inminencia, necesidad: DEJAD DE POSEER para tratar a todas, a todos, a Todo lo creado, no como esclavos, sino como hermanas y hermanos queridos.

Así nos hablan los profetas del medio ambiente sobre la situación del Planeta. La Tierra está enferma, nos está diciendo que tiene una fiebre alta, y eso es malo, muy malo, para la vida.

La causa de la infección es el ego; ese ego que busca poseer personas y cosas, y que trata a la naturaleza de forma posesiva, arrancándole la vida, como una violación de sus derechos básicos, sin ningún tipo de relación de intimidad, de complicidad. La trata como si fuese de su propiedad, como si la poseyera, como si fuera su esclava.

Pablo nos dice en este precioso texto donde vemos como el cristianismo está aboliendo la esclavitud, algo que no podemos obviar, que el rico Filemón, dueño de Onésimo es invitado a recibirle ahora como a hermano querido. Menudo cambio: de esclavo a hermano querido.

Nos dicen los profetas del Planeta que así es como tenemos que cambiar individualmente y como colectivos: tratar a las personas y a la Tierra, al agua, los bosques, de usarlos a relacionarnos familiarmente con ellos. Ese cariño que se fragua en una relación lo opuesto a posesiva: relación de igualdad, de respeto, de diálogo… es el medio, la herramienta que sana todas las distancias y diferencias, y nos hace ser y tratarnos de diferente manera.

Parece que algo de esta relación más cercana, ya se ha obtenido con los animales domésticos, pero no deja de haber una búsqueda de beneficio propio siempre.

Si así tratáramos al Planeta, al mundo vegetal, al mundo de las aguas, cada vez más escasas, a los mares y océanos en estado febril, todo sería diferente.

¿Y si así se tratara a la mujer? El eje del Planeta volvería a su Centro, la armonía dentro de la diversidad se haría una realidad. El Reinado de Jesús emergería con toda su fuerza, y a ello nos invita el Evangelio de hoy, tantas veces interpretado erróneamente.

En el fondo nos dice una cosa: en caso de conflicto de intereses en tu vida, en tus decisiones, siempre tiene que prevalecer la adhesión a Jesús. Y esta, por encima de la familia, siempre interesada, también por encima de tus intereses personales, ya que esa adhesión es la garantía para la igualdad, la justicia respetuosa.

Vivimos en una cultura occidental cristianizada culturalmente pero no en el corazón. Por eso seguimos tolerando, con cierta indiferencia, las desigualdades.

Hace años, una mujer latinoamericana muy comprometida y formada nos comentó a un grupo de mujeres preocupadas por la desigualdad infinita de la mujer en la iglesia, que la teología de la liberación no había progresado en LA porque de fondo el varón seguía siendo exasperadamente machista, poseedor de su mujer… Dijo ella, conocida de todos, pero por respeto no citaré su nombre: en las reuniones, en la calle, en los textos, todo era igualdad, pero cruzando la puerta de casa, la mujer “seguía siendo propiedad del varón, de hecho”.

También este es el trato que se le ha dado, y se sigue dando a la Tierra: es “mía”, la puedo explotar, contaminar, cementar, no cuidar.

¿Queremos acabar con la injusticia? Dejemos de “poseer”. Y así, como Pablo le invita al rico Filemón, quien entre líneas, parece decirle: deja de creer que porque compartes tus bienes eres bueno, más bien, empieza a tratar al que era tu esclavo como a un hermano querido, y yo creo que Jesús añadiría, y entonces, serás discípulo mío.

Y si al esclavo añadimos la esclava, el panorama se abre como un abanico inabarcable de rostros de mujeres a nuestro alrededor, que nosotros, los seguidores de Jesús, todavía tenemos que mirar y valorar de modo distinto: la chica de la limpieza, la señora que cuida a mi madre, las mujeres africanas y afganas, las ucranianas…no son de otra pasta, son mi hermana, y tienen sentimientos y necesidades y añoranzas, mucha añoranza de su país, de sus hijos, de sus raíces, de vivir en su casa y no en la de los ancianos que cuidan, de cuidar de su madre y no de la mía… pero como dicen ellas “no me queda otra”.

Pero a nosotros nos cuesta verlas como a nuestras hermanas queridas.

Si dejamos de “poseer” el rango que nos auto adjudicamos por ser Europeos, o blancos, o cultos…y compartimos lo que somos y tenemos, empezaremos a ver hermanas y hermanos. Y seremos discípulas. Sí, entonces Jesús nos invitará a ser del grupito que “lo va pillando” para que siga su mensaje y su persona viva, a través de nosotros, en el tiempo y en todo lo que está vivo.

Hoy Jesús nos mueve a preocuparnos también por tantas jóvenes, que por lo menos en Europa, vemos desconcertados por ese cambio tan radical de paradigma, de realidad, que hace que su futuro, incluso su vida en el Planeta se vea cuestionada, algo que los que tenemos ya unos años, jamás cruzó por nuestra mente.

Las estadísticas dicen que en España se han triplicado los suicidios e intentos de suicidio estos últimos años en mujeres jóvenes. ¿Por qué? Estas personas tienen un panorama nada fácil a nivel laboral, a nivel profesional, a nivel religioso. Hay que proponer nuevos paradigmas, y apoyarlos, con sus proyectos y procesos, antes de que sea demasiado tarde.

¿Podemos decir que la fiebre de la Tierra, es paralela a la inestabilidad que las mujeres con futuro experimentan? Ambas realidades son consecuencia de un mundo entendido con mente de varón, donde lo que importaba era la productividad. También por una Iglesia que margina a la mujer y donde la espiritualidad no es una buena invitada. No en formas y lenguaje de hoy.

Hermana querida Tierra y generación de jóvenes adultas, quisiéramos poder decir “contad con nosotras”.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

 Fuente Fe Adulta

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¿Desde dónde tomar las decisiones?

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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1088268B-0C4B-4D1B-A63B-7C6FC1B4B730Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

4 septiembre 2022

Lc 14, 25-33

La invitación evangélica a hacer “cálculos” lúcidos antes de emprender una acción importante -esa es la tarea del discernimiento- me lleva a plantear la cuestión acerca de la toma de decisiones.

En principio, una decisión puede nacer de tres lugares diferentes: de las necesidades, del superyó o de la docilidad a lo que la vida quiere vivir en nosotros.

Las necesidades son una llamada a decidir. Pero, entre ellas, podemos distinguir las “normales” (adecuadas) y las desproporcionadas. Alimentarse, protegerse, cuidar la integridad psíquica, etc., pertenecen a las primeras. Acumular sin medida, buscar el aplauso de los demás o pretender imponerse a ellos son ejemplos de desproporción. Sin duda, la desproporción hará que las decisiones tomadas desde ella sean erradas porque, más allá de la intención con la que se hagan, nacen de una mentira.

Las decisiones pueden nacer también del superyó, es decir, desde una instancia moralista, previamente internalizada, que se expresa en constantes “deberías”. También en este caso nacerán viciadas, ya que conllevan un componente de alienación: la persona, aun sin ser consciente de ello, queda alienada a exigencias externas. Siguiendo imperativos provenientes de algún tipo de autoridad -parental, social, religiosa…-, la persona termina desconectada de sí misma: son otros los que han decidido por ella y en su lugar.

Las decisiones acertadas nacen de la docilidad a la vida. En cierto sentido, puede decirse que “pasan” a través de nosotros, pero tienen su origen “más allá” de nosotros. Dicho con más precisión: no soy yo quien elige; elige la vida. Lo que a mí me toca es decir “” y fluir con ella.

A primera vista y a falta de experiencia en ello, alguien podría decir que nos hallaríamos ante otra alienación: al final, no decido yo. Sin embargo, la comprensión nos permite ver que la vida no es “algo” al margen de nosotros, sino que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que ser dóciles a la vida, entregarnos a ella, es identificarnos con lo que realmente somos. No elige el yo que, erróneamente, creemos ser, sino la vida que somos.

Es cierto que también aquí cabe el engaño: alguien puede pensar que es la vida quien decide cuando, en realidad, se trata de una elección egocéntrica. El criterio que puede ayudarnos a superar tal tipo de trampas se llama desapropiación. Advierto que es la vida la que decide porque en la decisión no busco apropiarme de nada, sino que, más bien al contrario, solo pretendo ser dócil.

Cuando se recibe el regalo de la comprensión, se advierte que ya no «se toman» decisiones; no hay nada que decidir: es la vida la que decide. Solo queda decir “sí”. En ese momento, la pregunta que surge no es: “qué quiero vivir” o “qué le pido a la vida”, sino “qué quiere la vida vivir en mí”.

¿Confío en la sabiduría de la vida y me ejercito en vivir diciendo sí?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven

01.- El libro de la Sabiduría

    La homilía de hoy versa sobre la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría, que cronológicamente es el último libro del AT. Con este libro de la Sabiduría estamos en los umbrales del tiempo de JesuCristo, hacia el año 50 a.C.

    Que no se nos olvide el AT, porque también nosotros podemos vivir en situación de AT.

El tiempo en que se escribe el libro de la Sabiduría es el inmediatamente anterior a Jesús y se estaba produciendo una gran expansión de la cultura griega (helenismo).

La cultura griega contribuyó a universalizar la Biblia (AT) en las comunidades judías de la diáspora, en el Imperio romano (versión de los LXX) y abrió el pensamiento judío a la filosofía y a las ideas griegas. El libro de la Sabiduría es un buen testimonio de este momento cultural. Expresará en ideas y leguaje griego el pensamiento judío.

Por ejemplo:

  • La antropología judía (semita) no habla de cuerpo y alma. El mundo judío entiende al ser humano con otros términos. Sin embargo en el libro de la Sabiduría se habla de cuerpo y alma, que son términos griegos (lo hemos escuchado en la lectura de hoy).
  • El pensamiento judío cuando llegó a la fe en una vida más allá de esta, le llama resurrección. La Sabiduría siguiendo el pensamiento griego habla de inmortalidad.

El libro de la Sabiduría es una reflexión del ser humano cuando entra dentro de sí mismo para preguntarse por las cosas más importantes: ¿qué es el hombre? ¿Qué es el hombre frente a Dios? ¿Quién conoce el misterio de la vida y de la muerte?

02.- El ser humano es débil, frágil.

La experiencia nos demuestra que somos muy limitados y que lo que hacemos y tocamos es muy débil, pero al mismo tiempo intuimos que debe haber algo que no fenece: el misterio de Dios. Decía el médico y filósofo Laín Entralgo (1908-2001) que: el ser humano espera por naturaleza algo que no está en su naturaleza, en su debilidad.

Queremos –necesitamos- conocer, penetrar el misterio, el después de la muerte.

La primera lectura de hoy  presenta catorce términos que tienen que ver con el conocimiento: conocer (2 veces), imaginar, pensamientos, razonamientos, mente pensativa, vislumbrar, descubrir, rastrear, sabiduría (2 veces), santo espíritu, enderezar, aprender. El texto comienza con una pregunta: ¿Qué hombre conocerá el designio de Dios? La lectura concluye con la afirmación categórica: Los hombres… se salvaron por la sabiduría.

El cuerpo, nuestro cerebro (de humilde barro)tiene, tenemos “unas cuantas neuronas” y con el paso del tiempo y la edad, bastante deterioradas. Por eso pensamos como podemos: nuestros pensamientos son falibles. El cuerpo es el lastre delalma

(Esta distinción cuerpo y alma no es judía, sino griega). Jesús no conoció esta antropología griega. San Pablo, nunca habla en estos términos de cuerpo y alma, ni el AT tiene esta antropología.

Sin embargo el libro de la Sabiduría nos está diciendo que la debilidad humana (barro – cuerpo) no es negativa, sino que es valiosa aunque limitada y sentimos la necesidad de Alguien que nos busca y nos llama amorosamente. La debilidad reclama salvación, ayuda, necesidad de Alguien que es creador y salvador.

Esto solamente lo decimos o lo aprendemos en la medida en que la vida se nos escapa de las manos. El deseo natural de trascendencia, de cielo, es algo que llevamos en el corazón, y sólo con sabiduría y espíritu lograremos que no muera nunca.

¿Cómo rastrear las cosas del cielo? ¿Cómo comprender el misterio de la vida y de la muerte?

03.- No es lo mismo Sabiduría que Ciencia

    La Sabiduría no es un almacenamiento de datos científicos, sino un modo de vivir abierto al Ser, a la Verdad.

La ciencia conoce, la sabiduría, sabe (saborea la vida). No es lo mismo conocer datos que saber vivir. Se puede conocer muchas cosas científicas y no saber vivir. ¡Cuántos científicos, políticos, economistas, eclesiásticos conocen, pero no saben vivir!

    La Sabiduría es un modo, un tono vital de vivir abiertos a la verdad y al bien.

No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven.

    Que el Señor nos conceda su Sabiduría para que comprendamos el misterio de la vida.

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Reconciliando la “Mentalidad Colonizadora” de la Iglesia hacia las Personas LGBTQ+

Lunes, 29 de agosto de 2022
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B5B594F3-3944-46C6-B096-E63A2AC7BD33Mark Guevarra

La publicación de hoy es del colaborador invitado Mark Guevarra. Después de ser despedido como Asociado Pastoral por no revelar el estado de su relación, Mark se ha convertido en un defensor de la inclusión LGBTQ+ en la iglesia. Mark es un estudiante de doctorado en Graduate Theological Union, en Berkeley, California, con interés en la sinodalidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 22º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden leer aquí.

El Papa Francisco se embarcó en un viaje histórico el mes pasado para unirse a los colonos y pueblos indígenas de Canadá en la búsqueda de “reparar el legado de las escuelas residenciales y avanzar en el proceso de reconciliación canadiense”. El sistema de escuelas residenciales, en gran parte administrado por la Iglesia Católica, destruyó sistemáticamente la cultura indígena al asimilar a los niños indígenas a la cultura de los colonos blancos.

Como católico gay, presté mucha atención a las palabras y acciones de Francisco. Veo su enfoque para abordar las escuelas residenciales como un modelo de cómo la iglesia algún día podría reconciliarse con los católicos LGBTQ+ que han sido perjudicados y excluidos.

Desde una perspectiva teológica, la disculpa de Francisco puede verse como un niño nacido de “la madre de todas las virtudes”: la humildad. El evangelio de hoy de Lucas es una parábola de Jesús sobre la humildad. El Catecismo define la humildad como “la virtud por la cual el cristiano reconoce que Dios es el autor de todo bien” (CCC 2259). Bajo esta luz, la humildad no se trata de reconocer cuán humildes somos, sino más bien de reconocer cuán grande es Dios. “La humildad significa vernos a nosotros mismos como Dios nos ve: saber que cada bien que tenemos viene de Dios como puro don”, como dice Santo Tomás de Aquino.

El rechazo del Papa Francisco a la “mentalidad colonizadora” que motivaba los internados es también un rechazo a la arrogancia de la iglesia. La “mentalidad colonizadora” rechazó que se pudiera encontrar algo bueno en las culturas indígenas, y en cambio impuso la cultura cristiana europea. Se suprimieron las lenguas y la religión indígenas, se rechazó su forma de vida, incluida la cantidad de grupos indígenas que aceptaron a personas de 2 espíritus, que viven fuera de un binario de género. Trágicamente, cuando los europeos se pusieron en contacto, no fue, como dijo el Papa Francisco, “una gran oportunidad para lograr un encuentro fructífero entre culturas, tradiciones y formas de espiritualidad.

Me pregunto cómo habrían sido los primeros contactos entre la iglesia y las personas LGBTQ+ si la iglesia buscara humildemente encontrar y aprender del Espíritu Santo activo en sus vidas y relaciones. En cambio, la iglesia institucional ha optado por rechazar las experiencias LGBTQ+, imponer enseñanzas dañinas de la iglesia y condenar las relaciones entre personas del mismo género. ¿Podríamos haber evitado la pérdida de fe de innumerables personas LGBTQ+? ¿Podríamos haber evitado la fractura de las familias? ¿Podríamos haber encontrado una gracia radical y sorprendente en el amor entre personas del mismo sexo?

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Papa Francisco en Canadá

En Canadá, el Papa Francisco lamentó la trágica realidad de que las mentalidades colonizadoras continúan hoy. Citando la exhortación postsinodal del Sínodo sobre la Amazonía, el Papa Francisco expresa: “la colonización no ha terminado; en muchos lugares se ha transformado, disfrazado y encubierto”. Veo que esta mentalidad colonizadora continúa en la iglesia. En lugar de ser encontrados y abrazados, las enseñanzas condenatorias simplemente se reafirman. Como resultado, se sigue infligiendo un gran daño a las vidas, las creencias, las relaciones y la iglesia misma.

En Quebec, una provincia que ha rechazado abrumadoramente su herencia católica, el Papa Francisco exhortó a los Fieles en una homilía a no juzgar a la sociedad secular y reconstruir “erróneamente” un “mundo sacralizado, una sociedad pasada en la que la Iglesia y sus ministros tenían mayor poder y relevancia social.” Más bien, llama a los Fieles a conocer y aprender del secularismo y de la cultura que lo ha adoptado, para volver a proponer creativamente el corazón de la enseñanza cristiana de manera significativa. Esta es la humildad que enseña la parábola del evangelio de hoy. Solo en esta gran humillación, en las palabras del Eclesiástico en la primera lectura, “encontrarás el favor de Dios”. Es solo en esta gran humillación que, en palabras del salmista, los pobres, los necesitados, los huérfanos, las viudas y los marginados encontrarán verdaderamente un hogar.

Como compañero amoroso y padre, hay mucho que le enseñaría a la iglesia. Compartiría cómo es mi relación con Dios. Explicaría cómo los sacramentos y la comunidad de la iglesia podrían nutrir y apoyar esta fe. Mostraría lo difícil que es transmitir a mi hijo una fe que rechaza a los padres en una relación del mismo género. Mencionaría cómo mi familia ha sido desgarrada por su lucha por aceptarme y cómo las parroquias están desgarradas por el despido de trabajadores LGBTQ+ como yo.

La experiencia sinodal diocesana ha sido una experiencia de gran escucha humilde. Muchos informes capturan una imagen completa de las experiencias vividas por los católicos LGBTQ+ en la actualidad. Rezo para que la iglesia deje de lado su “mentalidad colonizadora” sobre el género y la sexualidad, eligiendo en cambio reparar el daño causado para que entre la iglesia y las personas LGBTQ+ pueda haber un “encuentro fructífero entre culturas, tradiciones y formas de espiritualidad”.

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Guevarra con su pareja, el reverendo Mark Chiang (derecha), ministro de la Iglesia Presbiteriana de St. Andrew en Edmonton. (Proporcionada)

—Mark Guevarra, 28 de agosto de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Invitar a los pobres”. 22 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,1.7-14)

Domingo, 28 de agosto de 2022
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22-TO-C-600x401Jesús vivió un estilo de vida diferente. Quien quiere seguirlo con sinceridad se siente invitado a vivir de manera nueva y revolucionaria, en contradicción con el modo «normal» de comportarse que observamos a nuestro alrededor.

¿Cómo no sentirnos desconcertados e interpelados cuando escuchamos palabras como estas? «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado… Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual. Se nos llama a compartir sin seguir la lógica de quienes buscan siempre cobrar las deudas, aun a costa de humillar a ese pobre que siempre está en deuda con todos.

Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que está en contradicción con el comportamiento normal dentro del sistema, que siempre termina abandonando a los más indefensos.

Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vivir, aunque sea con gestos muy modestos y humildes. Esta es nuestra misión: introducir en la historia ese espíritu nuevo de Jesús; contradecir la lógica de la codicia y la acumulación egoísta. No lograremos cambios espectaculares, y menos de manera inmediata. Pero con nuestra actuación solidaria, gratuita y fraterna criticaremos el comportamiento egoísta como algo indigno de una convivencia sana.

El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerable para la «lógica» de la mayoría. Pero sabe también que con sus pequeños gestos está apuntando a la salvación definitiva del ser humano.

José Antonio Pagola

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“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Domingo 28 de agosto de 2022. Domingo 22º Ordinario

Domingo, 28 de agosto de 2022
Comentarios desactivados en “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Domingo 28 de agosto de 2022. Domingo 22º Ordinario

47-ordinarioC22 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios.
Salmo responsorial: 67: Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.
Hebreos 12, 18-19. 22-24a: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Lucas 14, 1. 7-14: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Es humano el afán de ser, de situarse, de sentir querer estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado a veces de “tonto” en este mundo tan competitivo.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.

El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des”, y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”.

Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico, se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. Él se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que, como Jesús se propuso, no haya quienes estén arriba y abajo. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.

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Dom 28.8.22. Invita a los cojos mancos y ciegos… De una ley cerrada en sí misma (Prov 25) al ministerio universal del reino (Lc 14)

Domingo, 28 de agosto de 2022
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38449856-66AA-4F1C-B9B2-6553CE518C2DDel blog de Xabier Pikaza:

  El libro de Proverbios (Prov) del siglo V-III a.C. interpreta la vida social (y sacral) como banquete jerárquico de rey y de nobles, presidiendo sobre una totalidad rigurosamente  graduada (de grados), desde los más grandes a los más pequeños, por orden (sacramento principal ) de honores, poderes y comidas.

Esa estructura social y sacral (religiosa) no responde a la inspiración primaria de Israel, fundado en el Éxodo de pobres y esclavos y en la comunión profética de todos los hombres. Pero esa estructuración se fue imponiendo en todo el oriente, a partir del siglo V-IV a.C., partiendo de modelos persas y griegos, no judíos. Así lo muestra de un modo ejemplar este pequeño “recordatorio”, dirigido a un judío de clase media:

Prov 25, 6 No te vanaglories ante del rey, ni te entremetas en el lugar de los grandes; 7 porque mejor es que te digan: “Sube acá”, y no que seas humillado ante los noble. No te metas en pleito (ni subas a un lugar que no es tuyo),  porque, ¿qué harás al final, cuando tu prójimo más noble te haya avergonzado? 9 Mantente en tu lugar, y no des a conocer los secretos de los otros. 10 No sea que te deshonre el que te oye, y tu infamia no pueda ser reparada….  

 La infamia (el gran pecado) consiste en romper el orden social, queriendo ocupar el lugar de los más ricos, pues el que es jerarquía Dios ha asignado  cada persona (familia o pueblo) un lugar en la gran mesa del banquete (para la reflexión que sigue retomo ideas del comentario clásico de F. Delitzsch,Sprüche 1876; proverbios,  Clie 2023; las palabras hebreas son indicación erudita, no hace falta entenderlas).

               Prov 25, 6-7No te muestres ante del rey… Este  un proverbio con מלך, rey, como advertencia para no mostrarse arrogante ante reyes y nobles, queriendo ocupar sus puestos en el banquete. Los גּדלים o grandes, a los que no debes acercarte, son aquellos (cf. Prov 18,16), que en virtud de su descendencia y su oficio ocupan un alto lugar de honor en la corte y en la administración de la sociedad. P

             El verbo התהדּר  significa comportarse como הדוּר o נהדּר (vid. Prov 20,29), desempeñando el papel de alguien muy distinguido, rompiendo así el orden social de “dios” que exige que cada uno ocupa su lugar en el conjunto sagrado.  

 La razón dada en Prov 25,7 armoniza con la regla de la sabiduría, un tema sido retomado (y superado)  por Lc 14,10. Mejor es que uno te diga sube aquí, עֲ‍ֽלֵ֫ה הֵ֥נָּה, προσανάβηθι ἀνώτερον (sube más arriba, como en Lucas 14, 10) y no que seas humillado. Tienes que ver por tí mismo y ocupar el lugar que te corresponde en la mesa (en el banquete, en la sociedad), más arriga o más abajo, con poder o sin poderes, con comida abundante o sin comida. Pasar hambre en un mundo de ricos forma parte del orden de Dios.

 Tus ojos han de verlo y tú aceptarlo: Este lugar le pertenece a él (al rico, poderoso), según su rango, y no a mí. Por eso, la humillación que recibas cuando él venga y te expulse tú tengas que descender de ese lugar será mayor. Esa humillación será justa, porque los ojos que tenías para ver a las personas de más honor y calcular tu lugar estaban ciegos.

25, 8No entres apresuradamente en contienda por un puesto superior… pues al fin tendrás que abajarte y ocupar el lugar que te corresponde por orden social y nacimiento.  Este proverbio nos sitúa ante un tema de orden social y religioso: Dios es jerarquía, y obedecer a Dios implica  aceptar el lugar que élte ha asignado en el conjunto, como rey o como esclavo. Por eso, no debes transgredir los límites de la moderación, no te eleves por encima de ti mismo, de aquello que tú  eres, ne te laisse pas emporter.

                 Piensa en lo que pasaría si actúaras rompiendo el orden de conjunto. Al final serás arrojado duera de ese lugar que no es tuyo. Este proverbio es, por tanto, una reflexión sobre aquello que podría pasar en el caso de que el hombre al que se refiere el proverbio quisiera mantener su actitud desafiante ante aquel que tiene más nobleza que él.

25,9-10. Debate tu causa con tu prójimo mismo…. Éste es un doble proverbio muy  importante para conocer el modo de relaciones personales y de honores de la sociedad israelita de ese tiempo, dominada por el espíritu de los grandes imperios, persas o helenistas. Frente a un mundo moderno donde importa más el dinero de cada persona y grupo, aquí es más importante el sistema de honores (sin negar evidentemente la importancia del dinero).

               Estos versos nos sitúan ante una disputa de honores escenificada, conforme a los versos anteriores en un banquete, en el que cada uno debe ocupar su lugar dentro de una jerarquía de dignidades muy bien establecidas, más cerca o más lejos del rey y de los primeros puestos. Cada uno ha de ocupar su lugar, bien establecido por tradición y honor de familia, no sea que llegando uno que es “más honrada” te hagan descender de su puesto. La mesa del banquete es, según eso, la imagen más perfecta de la “gradación social del conjunto”.

              Cada uno ha de mantener su lugar en el conjunto, y ha de hacerlo el silencio, con reverencia, sin protestar. Pues bien, en este momento, tras haberse colocado cada uno en su lugar en la mesa, puede surgir una discusión entre los comensales, una discusión sobre el lugar que debe ocupar cada uno. En este contexto resulta fundamental la conversación de unos con otros,  una conversaicón razonada de forma sacral: Que nadie critique a nadie, que nadie quiera romper el orden del conjunto.

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“Banquete, enseñanza y consejo”. Domingo 22 ciclo C

Domingo, 28 de agosto de 2022
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image“Cuando des un banquete invita a…”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que parece esconder una trampa.

Un banquete con trampa

Un sábado, no se dice dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.) Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6).

Primera parte: una enseñanza

El evangelio de este domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos, y Jesús aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y un consejo al que lo ha invitado.

 

            Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste. “Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.”
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» 

Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias.

Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.

            “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).

Segunda parte: un consejo

            A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:

            Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. 

            Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos.

            Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. En las sociedades agrarias, como la del imperio romano, «pobres, lisiados, cojos y ciegos», al no poder trabajar, formaban parte del estrato más bajo, la clase de los despreciables. Y, desde un punto de vista religioso, estas personas quedaban excluidas en Israel de ciertas funciones sacerdotales o de la pertenencia a la comunidad de Qumrán.

Por consiguiente, Jesús se manifiesta en contra de las normas sociales y religiosas vigentes. Pero hay otro aspecto fundamental en sus palabras: lo importante no es lo que obtenemos en esta vida, sino lo que nos darán en la otra. Lo mismo que dice a propósito de la limosna, la oración y el ayuno en el Sermón del monte, cuando contrapone la recompensa efímera que se consigue en la tierra con la perenne que Dios da (Mateo 6,1-18).

La referencia a la «resurrección de los justos» no significa que solo ellos vayan a resucitar. La expresión solo aparece otras dos veces, y en ambas ocasiones va acompañada de la resurrección y castigo de los malvados. Pablo dice al gobernador Félix que «habrá resurrección de justos e injustos» (Hechos 24,15). Y el cuarto evangelio: «los que obraron bien obtendrán una resurrección de vida, los que obraron mal una resurrección de juicio» (Juan 5,29).

Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)

Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.

            Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

          Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. 

            No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.

           El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. 

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Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 28 agosto 2022

Domingo, 28 de agosto de 2022
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“Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal no sea que llegue otro invitado más importante que tú,  y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro. Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento.”

(Lc 14, 1.7-14)

El puesto de nuestro Corazón.

Al leer este evangelio me llama la atención el gran conocimiento que tenía Jesús de las sombras que habitan el corazón humano. Su  explicación es certera y práctica utilizando nuestras categorías humanas para hacerse comprender.

Me llama la atención que Jesús no explique que no es bueno ocupar el primer lugar, porque es un endiosamiento y es un vivir fuera de quienes somos, moviéndonos por la apariencia, la posición social, el qué dirán, y que eso no otorga la paz.

En cambio hace un paralelismo…y dice “si llega otro invitado más importante que tú, el dueño de la casa te dirá que dejes ese lugar”, y esa es la explicación que entendemos porque nos movemos dentro de categorías de bueno, mejor, más poder, más tener…

A mi entender actuamos así porque funcionamos desde nuestra mente. Dentro de unos patrones culturales aprendidos, marcados por nuestra sociedad y familia. Sin embargo ello no nos otorga la felicidad, sino la esclavitud de vivir según los roles establecidos.

Funcionamos según la “idea”, “el concepto mental”  de lo que nos otorgará la felicidad. Sin embargo, Jesús nos habla de vivir en el interior donde la idea no tiene poder. De sentirnos a gusto con quienes somos, disfrutando el instante, sin categorías, siendo nosotros. Y para disfrutar de nosotros no necesitamos ocupar puestos “especiales” según las clases sociales. Necesitamos ocupar el puesto de vivir en nuestro corazón, donde quien otorga “el poder” es nuestra capacidad de amar.

Quien ama no se mueve por categorías humanas, las del endiosamiento, si no por “desaprendizajes” egoícos, que conllevan la entrega y el servicio, entonces somos en la medida que dejamos a los demás ser un@  en nosotr@s. “ El Padre y yo somos uno” ( Jn 10,30).

Oración

Jesús, maestro de la desidentificación de patrones mentales,

enséñanos la sabiduría de descubrirnos plen@s en nosotr@s mism@s,

sin tener que representar ningún papel, ocupando puestos que nos descentren de Ti.

Te lo presentamos a Ti, Padre de la Vida, por medio de Jesús tu Hijo,

y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Ser más o ser menos, atañe solo al ego.

Domingo, 28 de agosto de 2022
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E
Lc 14,1.7-14

Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado).

En el texto encontramos dos parábolas. Una se refiere al invitado, otra al anfitrión. Se trata de la relación que inicias tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar una visión más profunda de la humildad. Jesús aconseja no buscar los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria por contraria a su mensaje. El texto conecta con el final del domingo pasado: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

La segunda encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés. La demostración de que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resucites los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen más allá. Esta dinámica no tiene nada de cristiana.

En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús trastoca comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es, sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino, buscando el bien de la persona y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo.

Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos. Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo.

No hay que hacer nada para ser humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, etc. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la verdad”. Ella dice: “humildad es andar en verdad”. Se trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese realidad. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está diciendo que es auténtico.

Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad. No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de descubrir nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores. Si la humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. Muchas veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad.

Un conocimiento cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria. No se trata de un conocimiento analítico desde fuera, sino interior y vivencial. Para conocerse, hay que tener en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego.

La mayoría de las enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos afectan puede impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias forman parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora. Ser humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: “Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti”.

El orgulloso no necesita que nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se deshumaniza al despreciar a los demás. Tampoco es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su humildad, es que de verdad está en la dinámica del evangelio. La humildad va de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la mayoría de las veces, es sometimiento y servilismo. No es humilde el que reconoce la grandeza del superior sino el que reconoce la grandeza del inferior.

La humildad no se predica, se practica. Si sientes la necesidad de parecer humilde es que no lo eres. Constantemente estamos engañándonos a nosotros mismos al creernos más que los demás. Las mentiras más comunes son las que nos decimos a nosotros mismos. Es también la que más daño nos puede hacer, porque no permite que los demás te saquen del error. Hacer las cosas lo mejor que sé no es ninguna garantía de verdad, siempre hay una manera mejor de hacerlas que ni siquiera intento descubrir. Debo estar alerta para no caer en la trampa.

Meditación-contemplación

Tú eres más de lo que crees ser.
Nada ni nadie te puede impedir alcanzar esa meta.
No tienes que hacer nada, ni conseguir nada.
Todo lo que pretendes alcanzar, ya lo tienes.
Todo lo que pretendes ser, ya lo eres.
Solamente tienes que tomar conciencia de ello.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La felicidad

Domingo, 28 de agosto de 2022
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pobre-ayuda

Lucas 14, 7-14

«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

La felicidad es el fin último del ser humano, y todos nuestros actos, sean conscientes o inconscientes, están orientados a ella. Quizá sea ésta la razón por la que Jesús alterna su profundo mensaje teológico con consejos prácticos de mera sabiduría de la vida, como ocurre en el texto de hoy y como ocurre en otros muchos textos. Entre ellos cabe destacar los recogidos en los capítulos quinto y sexto de Mateo, donde se muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: «Cuánto más felices seríais si…»

Vamos pues a detenernos a hablar de la felicidad, y la primera consideración es que cuando preguntamos a dos personas si se consideran felices, nos van a contestar a cosas diferentes, porque hay mil concepciones distintas de la misma y cada uno de nosotros tenemos la nuestra. Algunos, abriendo mucho el concepto, la definen como cualquier situación de “satisfacción y contento”, mientras que otros lo restringen y la definen como un estado de “plenitud y armonía del alma”.

Si entendemos la felicidad como simple situación de satisfacción, podemos buscarla fuera de nosotros o dentro de nosotros. Fuera de nosotros existen infinidad de cosas capaces de provocarnos sensaciones gratas, y dentro de nosotros podemos generarla al sentirnos importantes, virtuosos, listos o eficaces… No es difícil encontrarla.

Pero concebida como plenitud, es algo que sentimos circunstancialmente; algo que no somos capaces de abarcar ni comprender y mucho menos aprehender, lo que nos mueve a pensar que se trata de una realidad ontológica que nos supera; un eslabón que nos une a algo muy superior en ciertos momentos de nuestra vida. No sabemos cuándo se va a presentar o dónde buscarla, y aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estarán actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino la consecuencia; la respuesta somática a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.

Muchos de nosotros aspiramos solo a pasar por la vida con un alto grado de bienestar, pero hay personas que piensan que la vida es un don demasiado valioso para gastarlo en pequeños o grandes egoísmos. Buscan la felicidad en el compromiso con el bien común o la causa de los más desfavorecidos, y condicionan su felicidad a la felicidad de todos. Son personas que se sienten portadoras de una misión y que contribuyen de forma determinante al progreso de la humanidad.

Esta actitud ante la vida es capaz de generar en nosotros la auténtica felicidad, la que definíamos como “plenitud del alma” (del ánimo), y la experiencia nos dice que solo se alcanza a través del ejercicio de nuestra humanidad; es decir, de nuestra capacidad de sentir, de amar, de compadecer, de ayudar, de servir…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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Hazte pequeño y andarás en verdad.

Domingo, 28 de agosto de 2022
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Familia JesúsLc 14.1.7-14

DOMINGO 22º T.O. (C)

Hazte pequeño y andarás en verdad”. Santa Teresa de Jesús, Moradas VI 10,7

Cualquier decisión humana requiere una toma de actitud. La persona madura de actitudes firmes reacciona ante la vida con una predisposición de fondo después de sopesar todas las razones. En general, nos movemos por diversos motivos más o menos importantes o actuales pero es decisivo que nuestro comportamiento responda a una actitud madura.

El Evangelio insiste en las actitudes que debe poseer el discípulo/a de Cristo: un corazón limpio, una conducta íntegra, honesta, confiar en Dios dejándose acompañar por Él/Ella. La conciencia cristiana es buena e intachable cuando es conciencia humana con todas sus consecuencias y se rige según el amor concreto de Jesús. Lo contrario es mala conciencia o conciencia reprochable.

Ahora bien, el Espíritu de Dios manifestado en Jesús, es un componente nuevo de la conciencia cristiana que es en definitiva, juicio al estilo de los/as profetas, hombres y mujeres de Espíritu que se sumergen en la vida cotidiana para denunciar abusos, anunciar el Reino y orientar la vida comunitaria.

El cristiano que falla, que peca, no se arrepiente sólo por tener “mala conciencia”, por ser culpable de su error, sino porque obra con una conciencia con déficit de Espíritu de Dios o porque ha actuado en contra de ese mismo Espíritu. Toca, pues, revisar nuestras actitudes que conllevan comportamientos no cristianos.

En la primera lectura, el libro del Eclesiastés (3,17-20.28-29) nos recuerda algo esencial: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Es la enseñanza de quienes parten de una experiencia razonable, asumible y termina en hondura trascendente. No necesitamos buscar puestos ni reconocimientos. Estas actitudes mundanas también existen en la Iglesia y causan mucho daño. La humildad halla el favor de las personas y de Dios. El cristiano se alegra del progreso del otro porque sabe que también le da gloria a Dios. Y toda la grandeza humana al reconocerse en su pequeñez de criaturas, se abre a la infinitud. Dios se revela como suprema sabiduría al humilde “porque su misericordia es grande y revela sus secretos a los humildes”. El autosuficiente, el vanidoso, se termina en sí mismo, en su ego.

Esta lectura entronca a la perfección con el Evangelio de hoy. Jesús acepta la invitación del fariseo aunque sabía que su intención no era del todo inocente pues le estaban espiando y querían comprometerle ante sus invitados.

El relato consta de dos partes. En la primera Jesús se refiere a los invitados, en la segunda al anfitrión. Es una situación que nos puede acontecer a cualquiera. Pero Él nos propone una manera diferente de entender las relaciones humanas. Se trata de cambiar comportamientos “normales”, para entrar en una dinámica nueva que subvierte la escala de valores de la sociedad. Ponerse en el último lugar no debe ser una artimaña para conseguir admiración o elogio. Sería una falsa humildad a fin de lograr algún tipo de reconocimiento o recompensa.

La segunda parte posee un matiz diferente. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá de los sentimientos o del interés personal. Si tú invitas para que te inviten o buscas el reconocimiento entre los tuyos, “¿qué mérito tenéis?”. Entrar en la dinámica del Reino significa buscar el bien de los demás sin esperar nada a cambio. Pero, ¡ojo!, porque la frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen en el cielo. Esta práctica ha influido con frecuencia la moral cristiana, pero no es en absoluto cristiana. ¿Estamos haciendo méritos para que me premien en el más allá? Suele darse, lamentablemente, en la persona que se menosprecia, cuya autoestima es nula, o que no encuentra nada valioso o satisfactorio en ella.

Humildad es reconocer lo que somos, sencillamente. Ni creernos superiores ni inferiores. Desechar de nuestras actitudes la soberbia, la vanidad, el orgullo, la arrogancia, el hedonismo generalizado en nuestra sociedad, en los líderes de palabras huecas o en las instituciones obsoletas. En ese sentido, hay una iniciativa esperanzadora de reinvención de la ONU para que un día pueda lograrse un mundo verdaderamente democrático, sin bloques imperiales, desprovisto de armas nucleares, justo, fraterno, pacífico y respetuoso con nuestra Casa Común, la Naturaleza.

También en la Iglesia se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad. Algo que el papa Francisco denuncia una y otra vez: caminar juntos, eso es fraternidad, sororidad, sinodalidad. La humildad que me lleva a la obediencia servil, no es cristiana. Ni tampoco tiene que ver con la timidez, la debilidad, la cobardía o la mediocridad.

Sta. Teresa dice: “humildad es andar en verdad”. Es decir, conocer la verdad de lo que uno es, y además, vivir (andar en) ese conocimiento de sí. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones pero también con inmensas posibilidades, con talentos que Dios nos ha otorgado (Jn 1,16) con el fin de  cumplir nuestra vocación-misión y hacerlos rendir al máximo para su gloria. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad.

El/a cristiano/a que actúa con madurez, que no espera elogios de su actitud, que no tiene que demostrar nada excepto ante su conciencia, “anda ya en verdad” el dinamismo del evangelio, pues el que se hace pequeño ya es grande.

Crecemos en humildad cuando reconocemos nuestra nada y contemplamos la grandeza de Dios. Cuando recibimos las inevitables humillaciones como un don de Dios. Cuando rectificamos nuestros errores en vez de justificarnos. Cuando respetamos los cargos que son necesarios para el bien común, no para el despilfarro y la vanidad. Y sobre todo, cuando respetamos la dignidad de todo ser humano.

No es humilde el que reconoce la grandeza del que está por encima sino el que reconoce la grandeza en el que está por debajo. Debemos ser humildes ante los que se sienten por debajo de nosotros; ante todos los descartados de este mundo.

¿Andamos en verdad o seguimos engañándonos?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Los primeros puestos

Domingo, 28 de agosto de 2022
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28218858 - vip Domingo XXII del Tiempo Ordinario

28 agosto 2022

Lc 14, 1.7-14

La búsqueda de los primeros puestos se enraíza en la primera necesidad psicológica: sentirse reconocido. Que lleva asociadas otras como la de «ser visto», “ser único” o “ser especial”. Sabemos que todo niño reclama respuesta a la misma. Y cuando tal respuesta no se da de manera adecuada, se produce una herida de inseguridad afectiva.Por lo que, teniendo en cuenta todo ello, parece obvio que la búsqueda de los “primeros puestos”, de entrada, es síntoma de inseguridad tal vez no reconocida por la propia persona. Y dado que esa inseguridad primera va acompañada de un vacío afectivo -el vacío de aquella presencia segura de la que se careció-, la búsqueda de los “primeros puestos” se convierte fácilmente en una adicción.

La imagen de los “primeros puestos” se convierte, por tanto, en una metáfora de todo aquello que hacemos con el objetivo -manifiesto o, con más frecuencia, disimulado- de destacar, sobresalir, ser vistos, impresionar, sentirnos “especiales”…, en definitiva, ser reconocidos. Por esa razón, detrás de esa búsqueda hay siempre un niño más o menos herido que hambrea reconocimiento.

Tal búsqueda, decía antes, funciona como una droga, con sus promesas, su engaño… y su trampa. Promete liberación de la sensación de vacío y logro de la plenitud añorada, pero lo que produce, en realidad, es alienación y separación. Aliena porque nos hace esclavos del yo (ego) y de sus intereses. Con lo cual perpetúa y ahonda la confusión y el sufrimiento.

La solución, sin embargo, no pasa por “olvidar” aquella necesidad -tarea, por otra parte, imposible- ni mucho menos por reprimirla, en aras incluso de una visión pseudoespiritual que descuidara el trabajo psicológico. La resolución pasa, justamente, por ese trabajo, que incluye autoconocimiento, aceptación de nosotros mismos y de toda nuestra historia, reeducación de la manera de gestionar aquella carencia y, eventualmente, terapia dirigida a curar en lo que sea posible la herida de no-reconocimiento. Solo este trabajo -unido a la comprensión propiamente espiritual- liberará de la compulsión por buscar los “primeros puestos” o por ser “especial”. Liberados de la tiranía de aquella necesidad infantil, habremos comprendido que, en nuestra verdadera identidad, no hay nada que buscar.

¿Cómo se manifiesta en mí la necesidad de ser reconocido o ser “especial”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, que viene de “humus”: barro

Domingo, 28 de agosto de 2022
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C7981AD2-34BB-4DB2-924F-AE621121023DDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Humildad: humus.

    Nunca está de más acudir a la etimología de las palabras. Humildad viene de humus, es decir: tierra, barro, tierra fértil.

  • A la hora de tratar de entender lo que pueda significar la humildad, tenemos un primer elemento: caer en la cuenta de que somos tierra, barro. El ser humano más grande o quien se cree grande es, como todos, tierra, barro. Adam, (Adamah) significa barro.
  • Y, sobre todo, somos barro en manos de un buen alfarero que modela nuestro ser, nuestra persona. Cuando Dios nos infunde su aliento vital, llegamos a ser seres, personas vivientes, (Gn 2,7).

02.- Humildad y personalidad.

La humildad es como una radiografía, como una analítica que nos “sitúa en nuestro lugar”: nos enseña lo que somos y en qué situación nos encontramos. Tenemos tal edad, tal estatura, determinadas capacidades y limitaciones.

  • Un segundo aspecto es que la tierra es fértil, genera vida. Aquí cabe evocar la cuestión de los talentos, de los carismas (cualidades) de los que habla san Pablo. Todo humus da vida.
  • Desplegar las cualidades que Dios nos haya podido dar y ponerlas al servicio de los demás es vivir humildemente: humus: vida.

03.- La humildad es vivir entendiéndose desde dios en una buena relación conmigo mismo con los demás y con la creación.

  • La humildad es entendernos desde Dios en una buena relación conmigo mismo, con las personas, con la creación.
  • La humildad es vivir serenamente conscientes de nuestras cualidades y también de nuestras propias limitaciones y defectos.
  • La humildad a veces nos viene dada por la misma vida: por los propios fracasos, por los desprecios y marginaciones que nos pueden hacer.
  • La humildad la vivimos con paz desde Dios.

Por una parte me siento creado por Dios y vivo en referencia a Él. Vivo en “mi humilde sitio y condición humana”.

Cuando yo creo que provengo de Dios Padre, vivo mi debilidad y las marginaciones confiando en Dios. Y vivo agradecido por lo que Dios y la vida me han dado “¿qué tienes que no lo hayas recibido?” (1Co 4,7).

En las humillaciones propias o recibidas de afuera, uno se encuentra bien en Dios. Uno descansa y disfruta humildemente en Dios. Podemos disfrutar en la humildad.

Es mejor refugiarse en el SEÑOR
que fiarse de los poderosos.
(Salmo 117,9)

Y desde Dios, miro a los demás como criaturas y hermanos, no como siervos o inferiores. Desde Dios, no desprecio a nadie, “no piso a nadie”. Todos hemos sido creados por Dios, todos somos sus hijos, todos queridos. Cuando nos entendemos desde Dios, no miro a mis hermanos como arios y judíos, vascos y españoles, blancos y negros, hutus y tutsis: todos somos hijos, imagen de Dios.

04.- Entre carismas, talentos y cualidades. Valores.

Dios y la naturaleza nos han dotado a todos de alguna cualidad, de algún valor o, como dice el evangelio, de algún talento; S Pablo les llama carismas.

    Solemos decir que hoy en día ya no hay valores. ¡Claro que los hay! Lo que ocurre es que son otros valores. Fue Nietzsche, (que moría en 1900), quien invirtió los valores. Nada de pobreza, ni igualdad, ni humildad. Aquí lo que cuenta es el poder, la moral del más fuerte, la  voluntad de dominio del super-hombre.

    Resulta pedagógicamente llamativo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy. Cuando celebres un banquete no invites ni tan siquiera a tus familiares, sino a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.

La sociedad casi siempre mira la existencia humana desde el más fuerte, el más listo, el más sabio, sano, poderoso. En el plano económico, político, deportivo, eclesiástico nos llaman la atención los que son más fuertes y ocupan los primeros puestos.

Cristo (y el cristiano) mira la vida y al ser humano desde el más débil: desde el enfermo, el epiléptico y enfermos mentales, el hambriento, desde los lisiados, pecadores, etc.

Terminemos la primera parte de la Eucaristía rezando un versículo del salmo 130:

Mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas
que superan mi capacidad,

sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

***

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¿A quién está diciendo Jesús realmente “Apartaos de mí”?

Lunes, 22 de agosto de 2022
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D9B1D682-D98A-4B81-BFA1-63178AD77F7D  La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0 Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 21 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

No sé de dónde eres. ¡Apartaos de mí todos los malhechores!”

Confesión: Desearía poder editar las lecturas de hoy para reflejar de manera más consistente mis propias inclinaciones teológicas. Me doy cuenta de que la tentación de editar las Escrituras no es original ni única para mí (ver Thomas Jefferson). También me doy cuenta, ya que no soy un hipócrita total, que necesito resistirlo, con la ayuda del Espíritu Santo.

La cita con la que comencé (Lc 13,27) es la línea que preferiría eliminar, si pudiera. Entra en conflicto con una idea que generalmente favorezco: Jesús como alguien que da la bienvenida y acepta incondicionalmente, y que no diría “¡Apártate de mí!” a cualquiera. Sobre la cuestión de si debemos excluir a alguien de la Eucaristía, suelo señalar la única Eucaristía que conocemos donde Jesús se distribuyó, y el hecho de que los Evangelios no dan ninguna razón para creer que excluyó a Judas de compartir Su Cuerpo y Sangre. , aunque estaba plenamente consciente de la culpa de Judas. Si alguien alguna vez mereció un “¡Apártate de mí, malhechor!” sería Judas, y sin embargo no obtuvo uno de Jesús.

El Jesús que prefiero imaginar es el que encarna lo que el Papa Francisco (quien, estoy seguro que no por coincidencia, también insiste en que nunca le ha negado a nadie la Eucaristía) describe como la “cultura del encuentro”. Es decir, el Jesús que se encuentra con cualquiera y lo acoge, sin importar quién o qué sea. Francisco ha enfatizado esta idea a lo largo de su papado y recientemente la citó en una carta a los organizadores de la Conferencia Outreach 2022, celebrada en junio pasado. En esta carta, el Papa dijo: “Os animo a todos a seguir trabajando en la cultura del encuentro, que acorta las distancias y nos enriquece con las diferencias, a la manera de Jesús, que se hizo cercano a todos”.

Irónicamente, este Jesús que se hace cercano a todos se encuentra precisamente en el mismo pasaje del Evangelio de Lucas que contiene el “¡Apartaos de mí!”. Dos versículos más adelante, Jesús dice: “Y vendrá gente del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. En el lenguaje bíblico estándar, ‘del este, oeste, norte y sur’ significa que todas las personas, no solo la nación escogida específicamente por Dios, sino también los gentiles, son elegibles para la felicidad eterna en la presencia de Dios. El “de los cuatro ángulos de la tierra” de Jesús está subrayado y prefigurado en la lectura de hoy de Isaías 66:18-21, en la que Dios promete reunir a personas de todas las naciones.

Para volver a la carta del Santo Padre y la “cultura del encuentro”, y cómo se conectan con las lecturas de hoy: la carta era en realidad una nota de “gracias”. Outreach 2022 se llevó a cabo en junio en Nueva York, en la Universidad de Fordham y en la iglesia St. Paul the Apostle. (Outreach, el ministerio que organiza la conferencia, opera bajo los auspicios de America Media) Algunos de nosotros recordamos una época en la que habría sido impensable que el Papa respondiera positivamente al recibir ”una copia del folleto de la conferencia, junto con una carta describiendo lo que sucedió en la conferencia, especialmente las conversaciones del panel entre personas con diversos puntos de vista”. Pero fue precisamente esto por lo que Francisco escribió para decir “gracias”, y su énfasis en la “cultura del encuentro” parece ser la clave de las lecturas de hoy.

¿Podría Jesús querer decir su “¡Apartaos de mí!” precisamente para aquellos que tratarían de excluir a otros? Al enfatizar la acogida ofrecida a los “forasteros“, al tiempo que rechaza a los “en la multitud” que dicen “Comimos y bebimos en su compañía y usted enseñó en nuestras calles”, condena a quienes presumirían que están en la lista de invitados, y saber exactamente quién está fuera y por qué.

Donde una vez el estándar fue la herencia, los excluidores de nuestros días tienden a preferir descriptores como “intrínsecamente desordenado”. Todavía no estoy seguro de que Jesús haya querido decir literalmente que le diría a cualquiera “¡Apártate de mí!” pero estoy bastante seguro de que Él nos está diciendo que dejemos de decírselo a otras personas y afirma que lo hacemos en Su nombre.

—Michaelangelo Allocca, 21 de agosto de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Una frase dura”. 21 Tiempo ordinario – C (Lucas 13,22-30)

Domingo, 21 de agosto de 2022
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21-TO-C-600x400Es sin duda una de las frases más duras de Jesús para los oídos del hombre contemporáneo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». ¿Qué puede significar hoy esta exhortación evangélica?, ¿hay que volver de nuevo a un cristianismo tenebroso y amenazador?, ¿hemos de entrar otra vez por el camino de un moralismo estrecho?

No es fácil captar con precisión la intención de la imagen empleada por Jesús. Las interpretaciones de los expertos difieren. Pero todos coinciden en afirmar que Jesús exhorta al esfuerzo y la renuncia personal como actitud indispensable para salvar la vida.

No podía ser de otra manera. Aunque la sociedad permisiva parece olvidarlo, el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.

Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente. Se trata de asumir las renuncias necesarias para vivir de manera digna y positiva. Así, por ejemplo, la verdadera vida es armonía. Coherencia entre lo que creo y lo que hago. No siempre es fácil esta armonía personal. Vivir de manera coherente con uno mismo exige renunciar a lo que contradice mi conciencia. Sin esta renuncia, la persona no crece.

La vida es también verdad. Tiene sentido cuando la persona ama la verdad, la busca y camina tras ella. Pero esto exige esfuerzo y disciplina; renunciar a tanta mentira y autoengaño que desfigura nuestra persona y nos hace vivir en una realidad falsa. Sin esta renuncia no hay vida auténtica.

La vida es amor. Quien vive encerrado en sus propios intereses, esclavo de sus ambiciones, podrá lograr muchas cosas, pero su vida es un fracaso. El amor exige renunciar a egoísmos, envidias y resentimientos. Sin esta renuncia no hay amor, y sin amor no hay crecimiento de la persona.

La vida es regalo, pero es tarea. Ser humano es una dignidad, pero es también un trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la sociedad permisiva es confundir la «felicidad» con la «facilidad». La advertencia de Jesús conserva toda su gravedad también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida ni la eterna.

José Antonio Pagola

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“Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Domingo 21 de agosto de 2022. 21º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 21 de agosto de 2022
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46-ordinarioC21 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 66, 18-21: De todos los países traerán a todos vuestros hermanos.
Salmo responsorial: 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Hebreos 12, 5-7. 11-13: El Señor reprende a los que ama.
Lucas 13, 22-30: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios

Jesús continua su viaje a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto alguien pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del “cuántos” al “cómo” nos salvamos.

Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan “cuándo” se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando “cómo” prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces, en este evangelio Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema.

Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, otra positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas… No sé de dónde son ustedes”. En el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: “Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros… pero la respuesta de Señor es la misma: ¡no los conozco, apártense de mí! (Mt 7,22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.

Justamente esta “otra cosa” es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la “puerta estrecha”. Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas –una estrecha y otra ancha– que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de Deut 30,15ss y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos –leemos en la Didaché–, uno de la vida y otro de la muerte; la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma, los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.

La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: “El Señor corrige al que ama…”. El camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y “volver a entrar”

Pero, ¿porqué camino “ancho” y camino “estrecho”? ¿Acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del primer testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos…; el salmista se escandalizó por esto, hasta el punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entró en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad: comprendió “cuál es su fin”, o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y a darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. La luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.

Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no sólo es necesario pertenecer a una determinada “comunidad” ligada a una serie de practicas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto: “no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos”.

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones… es importante pero no es suficiente para alcanzar la salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías: “no puedo soportar falsedad y solemnidad” (1,13). Al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la practica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús “aléjense de mí, operarios de iniquidad”. El acento está en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.

La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la “puerta estrecha”, que representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por “esforzarse”. Indica una lucha, una especie de “agonía”; incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.

La vida cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.

Creer es una actitud seria y radical y no se reduce a ciertos actos de devoción. Éstos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón; esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción. Leer más…

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Dom 21.8.22 ¿Serán pocos los salvados? En Cristo serán salvados todos (1 Cor 15)

Domingo, 21 de agosto de 2022
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6853C032-BDCB-420C-813C-5C95CAFA1B87Del blog de Xabier Pikaza:

Un hombre preguntó a Jesús, de camino hacia Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Jesús respondió: Entrad por la puerta estrecha (Lc 13, 22-23.

Esa es la respuesta de Jesús, mientras va de camino. Pero, de forma consecuente, culminado el camino de pascua, Pablo puede responder y responde: Todos serán vivificados, pues Dios nos examinará (recogerá) en su amor.

Eso no significa que todo da lo mismo, pues si al fin de la vida Dios nos salva en amor, de forma que, hagamos lo que hagamos, al fin nos salvaremos.   

Eso significa  todo lo contrario:  a partir de aquí todo es diferente, pues allí donde actualmente no hay amor tienes que empezar a poner amor, para así hacerte digno del amor que esperas.

1 Cor 15. Todos serán vivificados todos, todos se salvarán en Cristo. Elproblema no es ya aquí para Pablo (como en 1 Tes 4) el retraso de la “parusía de Cristo” (no acaba de venir, sino la universalidad de la salvación.

Pasados tres o cuatro años  desde que Pablo nos elunció el mensaje de Jesús(en torno a 53-54 d.C.), algunos cristianos de la comunidad de Corinto empezaron a negar la resurrección y  salvación de los creyentes, porque se alargaba la espera (¡Cristo no llega!) o porque resultaba innecesaria (¡Dios está ya en nosotros y no necesitamos más  resurrecciones o salvación!). En ese contexto (cf. 1 Cor 15, 12-21) reformula Pablo el tema:

Porque así como en Adán mueren todos, así también serán vivificados todos en Cristo, pero cada uno en su orden: la primicia, Cristo; luego los que son de Cristo, en su parusía; después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya destruido todo principado, y todo poderío y potestad… Cuando le someta todo (al Padre), entonces también él,el Hijo, se someterá al que le ha sometido todo, para que Dios sea Todo en todos (1 Cor 15, 22-24. 28).

 Pablo dice que en Adán (como Adán, como seres humanos) mueren todos(rectificando quizá la idea de 1 Tes 4,13-18) no sólo (ni sobre todo) por un influjo externo de poderes satánicos (de ángeles malos, como en los libros apocalípiticos: 1 Hen y Jub), sino porque todos formamos parte de una humanidad que en un plano biológico termina en la muerte.

Todos morirán como ha muerto Cristo (cf. Rom 5), pero no para quedar en la muerte, sino para ser transformados y resucitar. En ese contexto, anuncia Pablo de manera sorprendente una resurrección universal ypositiva, sin distinguir entre justos (para la bendición y vida) y pecadores (para la maldición y muerte), a diferencia de lo que decía Dan 12, 1-3 y de lo que dirá aparentemente Mt 25, 31-45, en una perspectiva dualista.

1 Cor 15 no habla pues de una “doble resurrección” (de vida y de muerte), retomando así un esquema de pacto (en la línea de Dt 30, 15-20), sino que anuncia para todos un mismo destino de muerte (en Adán), que puede y debe convertirse en promesa universal de vida, pues en Cristo resucitarán (dsôopoiêthêsontai)todos,siendo así vivificados, por don de gracia en Cristo (1 Cor 15, 20-21). Como resultado de la obra de Cristo (en oposición a la muerte de Adán), esta vivificación/resurrección constituye un elemento luminoso de la experiencia más honda del evangelio, sobre el juicio dual (vida‒muerte, bendición‒maldición). Éstos son los elementos elementos básicos de esa “historia de resurrección o salvación”:

  1. Primero Cristo, como primicia. Pablo sabe que todos mueren en Adán, y así lo proclama, rectificando quizá, , la afirmación de 1 Tes 4,13-18, donde suponía que algunos no morirán. Todos moriremos, y la muerte no es obra de poderes perversos (invasores satánicos o Vigilantes violadores, como en 2 Henoc y Jub), sino como consecuencia de la misma condiciòn humana. En sentido estricto, la verdadera teología paulina se define y despliega como superación esa muerte, como revelación del Dios, que vivifica a todos en Cristo [1].
  2. Después de Cristo resucitan y se salvan los que son de Cristo, en su parusía, los que forman parte de su comunidad o cuerpo mesiánico. De alguna forma (como destacarán Efesios  y Colosenses), los creyentes se encuentran integrados ya en la pascua de Jesús, aunque sólo resucitarán del todo en su parusía. Más que anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es fuente de vida. Según eso, la prueba definitiva de la existencia de Dios es la resurrección de aquellos que confían en Cristo [2].
  3. Finalmente llegará el “telos” o plenitud, entendida como victoria apocalíptica, con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos y Potestades, que desembocan y se centran en la muerte) y como culminación teológica o reintegración (el mismo Cristo, como Hijo, vuelve al Padre).
  4. Jesús anunció y preparó el Reino de Dios, y ahora se cumple su anuncio, pues él mismo destruye con su victoria a los perversos (Principados, Poderíos, Potestades), de forma que tras destruirlos entrega su Reino de vida al Dios y Padre, de manera que la cristología (la función mesiánica de Jesús) se expresa en forma de teología (para que Dios sea todo en todos)[3].

Segñun eso, Dios será panta en pasin (todo en todos), pues no existen dos espíritus opuestos (bien y mal) como en Qumrán, ni dos finales de la historia (salvación y condena, como en Dan 12, 1-3 y Mt 25, 31-46), ni siquiera un Infinito (=Dios) separado de la historia de los hombres, sino que en realidad sólo habrá un Espíritu bueno, que es el Dios Universal, que ha creado las cosas desde sí mismo, para que todo sea y viva en él por Cristo, de manera que los poderes opuestos, que han querido destruir su obra, desaparecerán (como si no hubieran sido).

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