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El dinero no cree ni en Dios ni en el ser humano

Domingo, 18 de septiembre de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Un momento difícil.

         Estamos terminando un verano que está siendo difícil: los últimos  rebrotes de la pandemia, un verano con muchos incendios, con la larvada guerra de Rusia-Ucrania, que está provocando muchas muertes y una gran crisis energética al mismo tiempo que una subida de los precios y de la vida.

         Y en esta situación escuchamos hoy en el evangelio unas palabras muy extrañas que sacuden nuestra conciencia: no podéis servir al dinero.

02.- Jesús fue pobre.

Cristo no fue rico, fue pobre. Jesús no fue un “super-Dios”. Jesús nace pobremente, fuera de la ciudad, porque no había sitio para esta familia en la ciudad (Lc 2, 7), porque los suyos no le recibieron, que dice el evangelio de Juan (1, 11). Jesús fue un emigrante, que con su familia hubo de huir a Egipto (Mt 2, 13-23), Jesús no tuvo dónde reclinar su cabeza y murió también fuera de la ciudad, en el Calvario, (Mc 15, 22). Jesús no fue un hombre hacendado, no fue un terrateniente, ni un eclesiástico, no tuvo poder ni riqueza política. En otras palabras menos narrativas y más teológicas dice San Pablo que Jesús vivió y murió en un desprendimiento absoluto y se entregó a la muerte y una muerte de cruz. (Flp 2, 5-11).

Jesús es enviado a los pobres. Jesús les dice a  los discípulos de Juan Bta: he sido enviado a anunciar el evangelio: a los pobres se les anuncia el evangelio, (Mt 11, 2-6). Jesús se siente enviado a los pobres: El Espíritu del Señor está sobre mí porque he sido enviado a anunciar el evangelio y la liberación a los pobres, (Lc 4, 16-30).

A Jesús se le ve siempre entre gente pobre y sencilla: Jesús se pasa la vida entre los leprosos (Mc 1, 40-45), ciegos (Jn 9), epilépticos (Mc 5), paralíticos  (Mc 9, 14-29) y enfermos en general (Mc 6, 53-56). Jesús está siempre defendiendo la causa de los niños (que, en las culturas primitivas son pobres, (Mc 10, 13-16).

Jesús propone la pobreza no como modelo de virtud, ni como desprecio de los bienes materiales o por motivos puramente ascéticos, (Mc 14, 3-9, sino como modo de ser persona y feliz: Bienaventurados los pobres (Mt 5, 3). La riqueza no es un modelo humano para ser feliz.  No son bienaventurados los ricos, sino los pobres. Dios despide a los ricos vacíos (Lc 1, 52).

03.- El dinero no genera ni solidaridad ni felicidad.

Las lecturas de hoy denuncian que el amor al dinero y a las riquezas conduce a cometer graves injusticias. El dinero nunca puede ser el valor principal ni el bien absoluto. Dios y el dinero son radicalmente incompatibles, no los podemos colocar a la misma altura.

Es imposible ser fiel a un Dios que es Padre de todos los hombres y vivir, al mismo tiempo, esclavo del dinero y del propio interés. Esta actitud es muy frecuente en temperamentos religiosos: utilizan a Dios pero para servirse del dinero.

En otro orden de cosas el amor al dinero genera miseria, injusticia, insolidaridad, hambre, paro, etc. El dinero y la riqueza crean más problemas de los que resuelven. Sea en el ámbito familiar, laboral, social, político. Media humanidad pasa hambre mientras la otra medida está harta (en todos los sentidos). Pensemos en las guerras, en el tráfico de armas, en el tráfico de drogas, en el encarecimiento de la vida por los intereses económicos.

04.- La pobreza hace personas serenas y felices

         Probablemente esto no se lo cree nadie. Siempre ponemos nuestras excusas de que el dinero es necesario y que hay que tener medios para vivir, el dinero ayuda a ser feliz, lo cual es verdad hasta cierto punto.

Más bien, la riqueza es un impedimento para ser persona y para ser feliz. ¡Qué difícil es que el rico entre en el reino de los cielos! (Mc 10, 23-27).

Quien confía en el dinero termina teniendo dinero y solamente dinero. Y eso es ser rico: amar el dinero.

Hemos rezado comentando el salmo 20,7:

Unos confían en sus carros de combate, otros en sus misiles, otros en su dinero; nosotros confiamos en nuestro Dios.

Esto no significa que los ricos no vayan a ir al cielo. Eso es otra historia, que mejor la dejamos en manos de Dios. Lo que significa es que la riqueza no ofrece ni felicidad. No se puede ser rico y serenamente feliz. El ídolo dinero (mamón es una palabra aramea que significa: “dios de la avaricia”) genera un ansia insaciable. Amar el dinero es como querer saciar la sed con agua del mar.

La visión que sobre el dinero y la riqueza tienen los evangelios podría resumirse así: el dinero constituye una continua fuente de preocupación para los seres humanos, impropia de los seguidores de Jesús, cuyo interés fundamental ha de ser que reine la justicia y solidaridad de Dios Padre

05.- Por qué la pobreza es realizadora y constructiva y el dinero, no.

Pues, porque  la pobreza -libremente elegida-  crea libertad. La pobreza nos hace libres ante las cosas. El dinero, el amor al dinero da cosas, (basta mirar un supermercado – consumismo) pero crea una esclavitud radical. El dinero promete paraísos terrenales, pero en el fondo es lo más parecido a la droga: crea una adición y una profunda esclavitud.

El modo de ser persona, de ser libre y feliz es la pobreza. Una pobreza libremente elegida

Dios libera, el dinero esclaviza. El evangelio de hoy tiene como transfondo la cuestión de fe: no podéis servir a Dios y al dinero. ¿En quién confío, en Dios o en el dinero?

En el fondo es un problema de fe. El dinero no cree ni en Dios ni en el hombre. Creer en el ser humano cambiaría muchas situaciones en la vida, en la sociedad, en la convivencia.

06.- Dios y el dinero son dos amos mal avenidos.

         Dios -y si no somos muy creyentes: el humanismo- se llevan muy mal con el dinero.

         Dios y el dinero son dos principios que ven la vida de modo antitético y son como dos motores que encauzan la vida por derroteros opuestos

         No es lo mismo ver la vida desde el humanismo cristiano (o humanismo no cristiano), que desde el dinero, o desde la patria o desde el placer o desde el fanatismo religioso o desde el dinero.

         Si mi finalidad en la vida es ser rico, entonces la justicia, la paz, los pobres y el hambre saltan por los aires. Me llevo tus materias primas y te vendo armas químicas o no químicas y a correr. Si mi etnia es mejor, más fuerte y más rubia que la tuya, tú no serás sino un ser inferior a mi servicio, etc.

         Esto tiene poco que ver con: todos vosotros sois hermanos, dad el dinero a los pobres, seréis felices en la pobreza, etc.

La pobreza acontece en el fondo de nuestro ser

         La pobreza es algo bueno, aunque no nos lo creamos. La pobreza, como la libertad, como la bondad acontecen en el fondo de nuestro ser, de nuestra alma. Quiero ser libremente pobre para vivir despegado de las cosas, confiar en Dios y crear un ambiente solidario.

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Escapando de la Crueldad del Rebaño: Repensando la Parábola de la Oveja Perdida

Lunes, 12 de septiembre de 2022
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B96DFE6A-E6AE-40EC-B86B-437F427FD23BHermana Luisa Derouen, OP

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Luisa Derouen. La Hna. Luisa es una Hermana Dominica de la Paz que comenzó a ministrar entre la comunidad transgénero en 1999 y ha sido compañera espiritual formal e informal de unas 250 personas transgénero en todo el país. Ahora está semijubilada en St. Catharine Motherhouse en el centro de Kentucky.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 24 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Me desperté tarde una noche con el timbre de mi teléfono. Era Shane, un joven trans que amaba su fe católica, pero había dejado de ir a la iglesia porque se sentía atacado y rechazado. Estaba sollozando. No dejaba de decir: “¡Extraño ir a Misa y extraño recibir la Sagrada Comunión! Pero no puedo volver a la iglesia porque no estoy seguro allí. La Iglesia Católica no me quiere”.

En otro momento, una mujer trans recurrió a los obituarios del periódico de la mañana. Vio que alguien de su familia inmediata había muerto. Su familia la había rechazado por completo y, para su sorpresa, vio que figuraba en la lista (con su nombre masculino anterior) ¡por haber precedido a esta persona en la muerte! No puedo imaginar cómo se sentiría si mi familia me repudiara hasta el punto de nombrarme públicamente muerta.

El Evangelio de hoy del conocido capítulo 15 de Lucas, las parábolas de una oveja perdida, una moneda perdida y un hijo perdido, es lo que me trajo a la mente estos recuerdos. La parábola que quiero reflexionar aquí es la historia de la oveja perdida. Para la mayoría de nosotros, la interpretación familiar de esta parábola es que la oveja se distrajo y se separó de las demás. Tal vez era demasiado joven para conocer el peligro de irse solo. Tal vez solo estaba siendo terco y no quería ir con el rebaño. Cualquiera que sea la explicación que se dé, generalmente la responsabilidad de este dilema recae sobre la oveja perdida. Ninguna de las otras ovejas está realmente implicada.

C333D955-245B-43BF-A71B-3628AA8A8225Pero desde que leí el libro de Austen Hartke, transforming: The Bible and the Lives of Transgender Christians, pienso en esta parábola de manera muy diferente. Él ofrece la posibilidad de que tal vez la oveja realmente no se alejó en absoluto, sino que estaba tratando de escapar de la crueldad del rebaño. Tal vez el rebaño lo rechazó rotundamente y lo echó fuera de entre ellos. Hartke escribe que se sabe que las ovejas rechazan a una de las suyas si son demasiado diferentes.

Los seres humanos tienen una historia notoria de, en el mejor de los casos, marginar a aquellos que decidimos que son “otros” y, en el peor de los casos, matarlos. Muchos de ustedes que son personas preciosas LGBTQ+ de Dios saben bien lo que se siente ser mal juzgado y expulsado por su comunidad católica. ¡Cuánto anhelamos que los pastores de nuestra Iglesia te busquen y te abracen! Hay algunos obispos valientes que están con vosotros y por vosotros, pero todavía son muy pocos.

Pero a lo largo de las Escrituras, Dios nos llama a algo muy diferente. Dios nunca nos rechaza a ninguno de nosotros, y como el pastor, la mujer y el padre amoroso en las parábolas de hoy, Dios nos busca cuando estamos perdidos o echados fuera. Dios ha elegido consistentemente manifestarse precisamente a través del “otro”, el marginado, el inaceptable. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is. 55:8).

Dos ejemplos de las Escrituras hebreas son la historia de Rut y la historia de Naamán. Rut era una extranjera moabita, pero su valentía y fidelidad hicieron de su hijo el abuelo del rey David. Naamán, un oficial militar de una nación gentil, no solo era “otro”, sino un enemigo otro. Sin embargo, tuvo más fe que muchos israelitas y se curó de su grave enfermedad de la piel (2 Reyes 5).

De nuestras Escrituras cristianas tenemos al centurión gentil cuya fe en Jesús sanó a su hijo, y de quien recibimos el anuncio de fe que profesamos en cada Misa: “No soy digno de tenerte bajo mi techo” (Mateo 8:1- 13). Después de veinte siglos de ser calumniada, María Magdalena finalmente es reconocida nuevamente como la Apóstol de los Apóstoles.

Jesús se propuso abrazar a aquellos que eran “otros” en su sociedad precisamente porque sabe bien lo que experimentan las personas LGBTQ+ y otras personas en los márgenes. Desde su nacimiento hasta su muerte, fue aceptado y rechazado. Sabía que estas son precisamente las personas que tienen tanto que enseñarnos sobre nosotros mismos y sobre Dios.

He experimentado esta gracia tantas veces como tuve el privilegio de acompañar a muchos de vosotros. He aprendido de ti cómo es tener el coraje de vivir en tu propia verdad aunque pagues un alto precio. He aprendido mucho sobre la fuerza interior, la compasión y la increíble capacidad de perdonar a aquellos que han sido malos al juzgarte. Tienes mucho que dar a nuestra Iglesia si tan solo te recibiéramos como el precioso pueblo de Dios que eres.

En este aniversario de la tragedia del 11 de septiembre, también recordamos al primer héroe de ese terrible día, el P. Mychal Judge, un sacerdote gay de Dios. En la muerte nos regaló a todos la maravillosa oración que lo guiaba cada día. Es una buena oración también para nosotros en nuestro deseo de ser buenos pastores para todos.

Señor, llévame a donde quieras que vaya;
Déjame conocer a quien quieres que conozca;
Dime lo que quieres que diga,
Y mantenme fuera de tu camino.

—Sr. Luisa Derouen, 11 de septiembre de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“La mejor metáfora De Dios”. 24 Tiempo ordinario – C (Lucas 15,1-32)

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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24-TO-C-600x388La parábola más conocida de Jesús, y tal vez la más repetida, es la llamada «parábola del padre bueno». ¿Qué sintieron los que oyeron por vez primera esta parábola inolvidable sobre la bondad de un padre preocupado solo por la felicidad de sus hijos?

Sin duda, desde el principio quedaron desconcertados. ¿Qué clase de padre era este que no imponía su autoridad?, ¿cómo podía consentir la desvergüenza de un hijo que le pedía repartir la herencia antes de morirse?, ¿cómo podía dividir su propiedad poniendo en peligro el futuro de la familia?

Jesús los desconcertó todavía más cuando comenzó a hablar de la acogida de aquel padre al hijo que volvía a casa hambriento y humillado. Estando todavía lejos, el padre corrió a su encuentro, le abrazó con ternura, le besó efusivamente, interrumpió su confesión y se apresuró a acogerlo como hijo querido en su hogar. Los oyentes no lo podían creer. Aquel padre había perdido su dignidad. No actuaba como el patrón y patriarca de una familia. Sus gestos eran los de una madre que trata de proteger y defender a su hijo de la vergüenza y el deshonor.

Más tarde salió también al encuentro del hijo mayor. Escuchó con paciencia sus acusaciones, le habló con ternura especial y le invitó a la fiesta. Solo quería ver a sus hijos sentados a la misma mesa, compartiendo un banquete festivo.

¿Qué estaba sugiriendo Jesús? ¿Es posible que Dios sea así? ¿Como un padre que no se guarda para sí su herencia, que no anda obsesionado por la moralidad de sus hijos y que, rompiendo las reglas de lo correcto, busca para ellos una vida dichosa? ¿Será esta la mejor metáfora de Dios: un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan «perdidos» y suplicando a los que le son fieles que acojan con amor a todos?

Los teólogos han elaborado durante veinte siglos discursos profundos sobre Dios, pero ¿no es todavía hoy esta metáfora de Jesús la mejor expresión de su misterio?

José Antonio Pagola

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“Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”. Domingo 11 de septiembre de 2022. 24º Ordinario

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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49-ordinarioC24 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 32, 7-11. 13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado:
Salmo responsorial: 50: Me pondré en camino adonde esta mi padre.
1Timoteo 1, 12-17: Cristo vino para salvar a los pecadores.
Lucas 15, 1-32: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Los textos de la liturgia de hoy nos presentan un variado abanico de temas entre los que podemos elegir para nuestra reflexión.

La parábola del padre misericordioso

Antes la llamábamos la parábola del hijo pródigo… Pero el principal protagonista en ella no son los hijos, sino el Padre, siempre lleno de misericordia, por encima de todo.

Con gestos y palabras Jesús expresa su predilección por aquellas personas que en su época eran consideradas “perdidas” a causa del pecado. La cercanía y el cariño manifestado hacia ellos era motivo de crítica por parte de quienes se erigían como garantes de la fe y la religión. Jesús justifica su manera de proceder dándonos a conocer lo que aprendió de su Padre. Sus palabras nos ayudan a entender que su vida es un reflejo del corazón de Dios.

La parábola de “un padre que tenía dos hijos” revela a Dios como un Padre que venera a sus hijos con amor entrañable. La compasión, la misericordia y la ternura son sus notas más características. El relato nos hace saber que Dios ama a sus hijos, que los acompaña en sus decisiones y sufre sus yerros; que aguarda esperanzado y con ansias su regreso; efusivo en sus demostraciones de cariño; que festeja con alegría el momento del reencuentro. ¿Qué habrán sentido los oyentes de la parábola al oír estas palabras? ¿Qué habrán experimentado al saber que Dios estaba contento por reencontrarse con los pecadores, tanto tiempo excluidos de la mesa fraterna? ¿Con qué personajes de la parábola se habrán identificado? ¿Qué habrán pensado unos y otros? ¿Era posible que Dios actuase así con todos? ¿Era necesario dejar en evidencia el reproche y la amargura de aquellos que creían conocer a Dios, pero se daban cuenta que habían errado también ellos en el modo?

Padres… y madres

La parábola también puede parecer un icono del amor que muchas madres tienen por sus hijos cuando se meten en problemas o pasan dificultades. Porque sobre todo en nuestro continente latinoamericano, muchos hogares populares tienen por cabeza de familia a la madre; el padre no está ahí para aguardar pacientemente a los hijos que se fueron.

Pensemos especialmente en aquellas mujeres sufridas de nuestro pueblo que luchan para que sus hijos salgan de la trampa de las adicciones o la delincuencia. ¡Cuánto dolor en su corazón de madres! ¡Cuánta incomprensión hacia ellas por parte de otros miembros de la familia, que no entienden su cariño! ¡Y cuánta alegría cuando ven que ellos retoman el rumbo correcto, que se recuperan, que salen de la muerte! ¡Con cuánto amor los cuidan y los sostienen hasta en los peores momentos! Pensemos también en las madres que no se cansan de buscar y pedir que regresen con vida sus hijos desaparecidos, víctimas de la violencia.

¿Se perdió una… o las 99?

Jesús habla de la pérdida de una oveja, y dice que lo normal es dejar por el momento las 99 en el redil y salir a buscar a la extraviada. Pero se está dando alguna situación en la que parece que las cifras se han invertido: serían casi 99 las que se extraviaron, y sólo quedan unas pocas en el redil.

Eso es lo que parece sugerir la realidad (que a veces iguala la ficción) en algunas latitudes eclesiales actuales, por ejemplo en el Norte de Europa y de América. Allí, en muchas partes, los cristianos andamos desconcertados. Piensan que una ola creciente de materialismo nos invade, que han muerto las viejas utopías, que una política monetarista y de realismo a ultranza se impone a todos los niveles. La sociedad parece secularizarse a marchas forzadas, y parece que la barca de Pedro zozobra… Muchos se han ido, y los hemos despedido con tristeza y resignación. Otros no entran en el aprisco, el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos que, replegados sobre nosotros mismos, nos dedicamos a salvar-conservar lo que nos queda, ya que mucho se ha perdido. Da la impresión de que, efectivamente, se fueron las noventa y nueve ovejas, quedando sólo unas pocas, a cuya atención y conservación deberíamos dedicarnos por entero.

Como estamos en tiempos de «Iglesia en salida», es obvio que no vale el argumento de conservar los restos para justificar el no salir a la calle al encuentro de las 99. Pero tampoco servirá de mucho el salir a la búsqueda de esas 99, para volverles a presentar lo mismo, aquello de lo que ellos han querido alejarse. El caso es hoy más complejo: porque cuando se trata de un fenómeno tan masivo como es en el Norte de Europa y de América, no se puede seguir echando la culpa a la secularización… (No podemos maldecir la realidad sociológica: el mundo moderno es secular, y no va a poder ser de otra manera; lo que sí tendríamos que tener es una versión del cristianismo propia para el mundo secular, no pedir a las 99 que vuelvan a un redil del que culturalmente ya salieron hace tiempo).

En América Latina no estamos en esa situación todavía, aunque los observadores socio-religiosos insisten en que vamos también en esa dirección, que nadie piense que América es distinta. De hecho, Argentina, México, y las grandes metrópolis ya presentan síntomas (y números) claros.

Los diez mandamientos

La primera lectura nos presenta el tema de los diez mandamientos… Dios se los habría dado a Moisés para el pueblo de Israel, y después para los cristianos, e intencionalmente para toda la humanidad. Serían en fundamento de la moral. Sin ellos no sabríamos cómo conducirnos moralmente. Antes de ellos (sólo nuestra especie concreta tiene 200.000 años, pero los mandamientos del monte Sinaí no podrían tener en ningún caso más de 3.200) tal vez estuvimos en un estado de amoralidad animal…

No cabe duda de que los 10 mandamientos han jugado un papel importante en el judeocristianismo (como en otras religiones lo han jugado sus diversas formulaciones morales). Y todavía hoy para muchos cristianos son la referencia moral explícita de la voluntad de Dios. Pero tampoco cabe duda de que ya hay muchas personas cultas, estudiosas, conocedoras de la historia, de la arqueología, de la psicología… que se sienten mal si van a la misa y escuchan comentar esos textos como si fueran el relato fidedigno de una revelación divina que tuvo lugar en el Sinaí, a manos de Moisés, que seguiría siendo todavía hoy el fundamento de la moralidad humana… Quizá este malestar tenga mucho que ver con esas 99 ovejas que en algunas latitudes han abandonado el redil. Leer más…

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11.9.2022. Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa de pródigos

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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5DC76446-3156-4E9B-8137-8DA08C462A22Del blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de este Dom 24 (Lc 15, 1-32) es bien conocido. No voy a comentarlo. Por otra parte, Jesús no dice cómo acabará esta “historia”, sino que ha dejado la respuesta en nuestras manos.

Estrategia de Jesús

  Jesús edificó su iglesia con pródigos y hambrientos, enfermos, extranjeros y carentes,aquellos a quienes su misma pequeñez ha colocado al borde del camino: expulsados, marginados por razones de tipo social o religioso, formando así la iglesia samaritana.

En esa iglesia samaritana la primera “jerarquía” (autoridad de Dios) son los pródigos, con los niños y menores (como dice Mt 18).  El mismo Jesús plantea la alternativa: O crear una iglesia de sabios y prudentes, pero sin el Dios de Jesucristo, o ser iglesia de menores y pródigos que se abren y acogen a todos en su casa abierta (cf. Lc 10, 21‒22, en la línea Mt 25, 31‒46). (Texto de Diccionario de la Biblia).

  La parábola del hijo pródigo nos invita a crear una iglesia de “pródigos” a quienes el padre les abre y regale su casa, para iniciar en ella una fiesta de vida en la que caben todos. La iglesia de los grandes, hermanos mayores (que quieren dominar el mundo con métodos de ley) excluye a los pródigos.  Sólo una iglesia de pródigos abiertos a la vida puede abrir su casa a todos, incluso los grandes, pero convertidos. Así lo ha puesto dramáticamente de relieve el papa Francisco, no sólo en Evangelii Gaudium (2013), sino en Laudato si (2015).

Esta parábola es una revelación de la gracia de la vida, expresada en el Dios de Jesús, Padre prójimo.   

Esta es una parábola arriesgada, pues aquellos que perdonan e inician un camino de perdón pueden acabar siendo perseguidos, como Jesús, crucificado por romper (superar) la ley de los mayores (escribas‒fariseos…). Ese gesto mesiánico de Jesús puede y debe estructurarse en forma de comunidades de perdón y acogida, en una iglesia formada por aquellos que mantienen su recuerdo y camino (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 23), una iglesia de pródigos, pero no contra los “grandes”, sino para todos, incluso los grandes.

          Esa iglesia sólo puede nacer del perdón, como dice la parábola y muestra la vida de Jesús, que ha proclamado y ofrecido el perdón como punto de partida, acogiendo en la casa del reino a los pródigos, sin exigirles conversión (que podrá venir después), en nombre del Dios que acoge y perdona (es decir, crea) en amor a los pródigos, no para dominarles mejor, sino para crear vida en amor, desde ellos y con ellos.

Ésta es la estrategia de Jesús, ésta es su alternativa: Él sabe que Dios no “juzga”, sino que ama y confía en que los hombres (los pródigos), siendo amados, seguirán amando a los demás, incluso a sus enemigos (los hermanos grandes). Por eso no funda una religión de pecado y perdón legal o sacrificio (como en el templo de Jerusalén), con sacerdotes superiores (grandes), sino una casa de liberación (comunión) y perdón desde los pródigos

‒ El primer gesto de Jesús, el más sencillo y profundo, es comer con “pecadores”(cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), haciendo así casa con ellos.  Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje.  Comer es acoger al hambriento (como el hijo pródigo que viene con hambre), y es, al mismo tiempo, perdonar (reconciliarse), formando así una casa‒comunión donde quepan todos, partiendo del pan.

‒ Jesús no solo come con pecadores, sino que cura y perdona a los enfermos, como paralítico(Mc 2, 1-10), haciéndole capaz de caminar, cuando le dice: ¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados! La curación verdadera de la vida es el perdón, la reconciliación con Dios que se expresa en la reconciliación con los hermanos, suscitando así una humanidad liberada (sanada) para comunión de amor.

Sólo el perdón libera y funda comunión entre los hombres,

 rompiendo la barrera que separa a los hermanos, no el perdón, no el perdón de los que se creen grandes, sino el de los pródigos y pobres, un  perdón universal y gratuito, gozoso, de Dios padre, el perdón de los pródigos que acogen en su casa (iglesia) a los mismos grandes que les critican y quieren expulsar, como el fariseo de otra parábola de Lucas, que invoca a Dios más o menos así:

“Gracias te doy Padre, porque oro y porque ayuno, y además porque puedo perdonar a gente como esa, a ese mal publicano”. (cf. Lc 18, 9‒14)

En contra de esa pretendida oración de fariseos y escribas como los que critican a Jesús en Lc 15, 1‒2, la oración de los hermanos pródigos perdonados por Dios, puede y debe acoger, perdonar y curar a los “justos” fariseos, conforme al discurso de misión de Mc 6, 1‒13; Lc 9, 1‒6 y al Padrenuestro (Mt 6, 9‒13; Lc 11, 2‒5). Tras haber pedido a Dios que llegue el Reino (y que haya pan), los pródigos se atreven a decirle que perdone todas sus deudas (y/o pecados), como ellos se perdonan entre sí y perdonan a los ricos (es decir, a los mayores que quieren imponerse sobre ellos).

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Cuatro actitudes ante los pecadores. Domingo 24 Ciclo C.

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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hijo prodigoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Por una extraña coincidencia, las tres lecturas de este domingo hablan del perdón a los pecadores.

Moisés: intercesión

            Según el libro del Éxodo, Moisés pasó cuarenta días en la cumbre del monte Sinaí hablando con Dios. Demasiado tiempo para el pueblo, que termina pensando que ha muerto. En busca de algo que le ofrezca garantía y seguridad, convence al sacerdote Aarón para que fabrique un becerro de oro. En el Antiguo Oriente, el toro era un símbolo muy adecuado para representar la fuerza y vitalidad de un dios, y por eso los israelitas proclaman: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto».

            Sin embargo, construir imágenes de Dios es una forma de intentar manipularlo. A la imagen se la puede premiar o castigar; se la puede ungir con perfumes y ofrecer regalos si Dios me concede lo que quiero, o se la puede privar de todo si no me lo concede. Además, la imagen destruye el misterio de Dios reduciéndolo a un objeto visible.

            ¿Cómo reaccionará el Señor ante este pecado? El relato no carece de cierto humor. Dios se muestra indignado, pero no actúa. Al contrario, provoca a Moisés para que interceda por el pueblo. Como un padre que, indignado con su hijo, le dice a su esposa que piensa castigarlo para que ella interceda y le anime a perdonar.

            Las palabras que dirige a Moisés: «se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste de Egipto» recuerdan a las que tantas veces dice un marido a su mujer: «tu hijo…», como si no fuera también suyo. Como si Israel no fuera el pueblo de Dios y no hubiera sido él quien lo sacó de Egipto. El tono humorístico, dentro de la tragedia, alcanza su punto culminante cuando Dios le pide permiso a Moisés para terminar con el pueblo: «Déjame, mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

            Pero Moisés no se deja tentar por la promesa de ese nuevo gran pueblo. “El que ahora guío ˗le responde a Dios˗ aunque sea pervertido y de dura cerviz, es tu pueblo, el que sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta. No me eches a mí la culpa y acuérdate de lo que prometiste a Abrahán, Isaac y Jacob”. Bastan estas pocas palabras para que el Señor se arrepienta de la amenaza.

            Dos grandes enseñanzas en este breve relato: 1) lo fácil que es convencer a Dios para que perdone; 2) el responsable de la comunidad nunca debe rechazarla por más pervertida que pueda parecer; su postura debe ser la de Moisés, recordando lo bueno que hay en ella y defendiéndola.

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

– «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:

“Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.”»

Y el Señor añadió a Moisés:

– «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.»

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

– «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac y Jacob, a quienes juraste por ti mismo, diciendo:

“Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.”»

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Los seglares piadosos y los teólogos: rechazo y crítica

«En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»

            La lección de Moisés, intercediendo por los pecadores, no la han aprendido los teólogos de la época (los escribas) ni los seglares piadosos (fariseos). Son partidarios de una separación radical de buenos y malos que excluya cualquier contacto entre ellos. Y, dentro de los malos, los peores son los publicanos, explotadores al servicio de Roma, y los pecadores, gente que no va a la sinagoga el sábado, no ayuna, no reza tres veces al día, no paga el tributo al templo ni los diezmos, no observa las leyes de pureza, etc.

            Pero lo interesante es que escribas y fariseos no se indignan con los pecadores sino con Jesús, porque los acoge y come con ellos. No debe extrañarnos demasiado. ¿Qué dirían muchos católicos, obispos incluidos, si viesen hoy día a Jesús tomándose una cerveza en la sede de LGTBI?

Jesús: alegría y acogida

            A la murmuración y la crítica de sus adversarios Jesús no responde con un ataque durísimo a su hipocresía sino contando tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida y los dos hermanos), que insisten las tres en la alegría de Dios por la conversión de un solo pecador.

            ‒ Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al Regar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

            Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.


También les dijo:

            ‒ Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes.

            No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. 

            Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

            Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. ” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestido; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” 

            Y empezaron el banquete.

            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.” Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

            La parábola de los dos hermanos (conocida con el título equivocado de “el hijo pródigo”) es la que más encaja con el problema inicial. El hermano menor representa a publicanos y pecadores, el mayor a escribas y fariseos. Quien lee la parábola sin prejuicios, se escandaliza de la conducta del padre, que malcría a su hijo menor mientras se muestra duro y exigente con el mayor. Este escándalo es el mismo que experimentaban los fariseos y escribas con Jesús. Y es el que él quiere que superen pensando en el amor y la alegría que siente Dios como padre que recupera un hijo perdido. El que no vea a Dios como padre, sino como legislador, obsesionado porque se cumplan sus leyes, nunca podrá comprender esta parábola ni la vida y el mensaje de Jesús.

            La parábola nos ayuda al mismo tiempo a autoevaluarnos. A veces nos portamos con Dios como el hijo pequeño que se marcha de la casa y sólo vuelve cuando le interesa; otras, en circunstancias familiares difíciles, actuamos como el padre, perdonando y aceptando lo inaceptable; otras, como el hermano mayor, condenamos al que no se comportan adecuadamente y evitamos el contacto con él. Conviene repasar la propia historia desde estos tres puntos de vista y ver cuál predomina.

Dios: compasión

            Los textos anteriores enseñan a través de relatos (Éxodo) y parábolas (evangelio), la segunda lectura cuenta la experiencia personal de Pablo. Él, fariseo de pura cepa, termina descubriéndose como «un blasfemo, un perseguidor y un violento». Ha maldecido a Jesús, ha metido en la cárcel a los cristianos, ha querido exterminarlos. «Pero Dios tuvo compasión de mí… Dios derrochó su gracia en mí… Jesús se compadeció de mí». La experiencia de Pablo, en mayor o menor grado, es la de cualquiera de nosotros. Y nuestra reacción debe ser también la suya de servicio y alabanza a Dios.

            Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 12-17

Querido hermano:

Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mi: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 11 septiembre, 2022

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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Solían acercarse a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle.

Jesús les dijo esta parábola:

Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa con cuidado, hasta que la encuentra?”

 (Lc 15, 1-10)

 

El evangelio de este domingo nos pone dos ejemplos de escucha. La escucha de los publicanos y pecadores y la escucha de los fariseos y escribas.

La escucha de los fariseos y escribas.

Estos últimos son “mensajeros” de críticas, están al acecho de lo que Jesús hace y dice, tienen el corazón enfermo, amargado, no pueden escuchar, oyen y al oír desatan un parloteo interior, un desenfoque de la realidad.

La mente nos agita, engendra ambición, no deja perdonar, nos agarrota con ruidos que nos hacen personas duras, sin capacidad de acoger, de perdona; nos atiborra de ruidos, de orgullo; nos hace sentirnos “las mejores”.

La escucha de los publicanos y pecadores.

El otro ejemplo, el de los publicanos y pecadores que se acercan a Jesús para escucharle. Escuchar con la cabeza y con el corazón. Se acercan a Jesús para escucharle. Es un modo, un talante de ser y de vivir. Dicen los místicos que el camino más largo de recorrer en la vida es un camino muy corto, el que va de la cabeza al corazón.

Cuando llegamos al corazón nos invita con suavidad a escuchar. Y es una llamada a buscar lo que hemos perdido, la “moneda perdida” que es muchas veces la paz del corazón. Sentirnos vulnerables, nos llama a escuchar al Maestro, al Señor Jesús. Quien se abre a la escucha de Jesús, se abre a la plenitud.

Quien con sencillez escucha, siente “cosquilleos” en el corazón, y como la mujer de la parábola, necesitamos comunicar lo que sentimos y decir a quienes nos rodean: ¡felicitadme! He encontrado lo que buscaba: el Espíritu de Dios.

Oración

Padre bueno,

que nos has enviado a Jesús:

nuestra gratitud.

Jesús, Tú nos hablas,

nos invitas a la escucha,

silencia nuestro corazón.

Santo Espíritu,

que nos iluminas y fortaleces.

Sólo podemos decir:

¡Hágase en mí tu voluntad! Amén

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Para Dios nadie está perdido

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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DOMINGO 24(C)

Lc 15

Hoy leemos el c. 15 de Lc, que empieza exponiendo el contexto en que se desarrollan las tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdidos. Todos los publicanos y pecadores se acercaban a él. Los fariseos critican a Jesús por esto. Las tres parábolas son una respuesta de Jesús a esas murmuraciones. Los fariseos pensaban acercarse a Dios a través del cumplimiento de la Ley. Tantas veces se nos ha inculcado la obligación de buscar a Dios por ese camino, que nos quedamos alelados cuando Jesús nos dice que es Él el que nos busca.

A pesar de la radicalidad del domingo pasado (odia a tu familia, ama la cruz, renuncia a todo), hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús. Es la mejor demostración de que no lo entendieron como rigorismo, sino como acogida entrañable. Los fariseos y letrados se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está radicalmente en contra del sentir excluyente de los fariseos.

Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación. El dios que nos hemos fabricando a nuestra imagen tiene que saltar por los aires. Atreverse a romper el ídolo es la tarea más complicada de todo ser humano. El Dios de Jesús se identifica con cada una de sus criaturas haciéndolas participes de todo lo que él es. No somos nosotros los que tenemos que “convertirnos” a Dios, porque Él está siempre vuelto hacia cada uno de nosotros. No puede esperar nada de nosotros, pero nosotros, todo lo recibimos de Él.

Las tres parábolas que hemos leído van en la misma dirección. No solo nos invitan a la confianza en un Dios que nos busca con amor sino que trastocan radicalmente la idea de Dios, la idea de pecador y de justo. Si comparamos la primera lectura con el evangelio, descubriremos el abismo que existe entre una concepción y otra. Pero se trata de sustituir conceptos religiosos, que son los más difíciles de desarraigar. Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios.

Jesús no pudo expresar toda su experiencia de Dios pero podemos descubrir en su mensaje, rasgos definitivos del verdadero Dios. El Dios de Jesús es, sobre todo, Abba, padre y madre que se entrega incondicionalmente a sus criaturas. Es amor, misericordia y compasión. No el ser poderoso que espera de nosotros vasallaje. Nada del juez que analiza con meticulosidad nuestras acciones. Nada del impasible que defiende su honor por encima de todo. Las tres parábolas insisten en la búsqueda, por su parte, del hombre, aunque se haya extraviado.

Hoy podemos apuntar a Dios con mucha más precisión que los evangelios, porque tenemos mejor conocimiento del hombre y del mundo. Hoy sabemos que Dios no es un ser, ni siquiera el más sublime de todos los seres. Lo que es, lo ha dejado plasmado en cada una de sus criaturas. Dios no puede ser aislado de la creación. No es ni cada criatura ni el conjunto de lo creado; pero tampoco es algo al margen, que se encuentra en alguna parte fuera de la creación. El concepto de creación que hemos manejado hasta la fecha debemos superarlo. La creación es la manifestación de Dios que no exige un principio temporal.

El Dios de Jesús es don absoluto y total. No un don como posibilidad, sino un don efectivo y ya realizado, porque es la base y fundamento de todo lo que somos. Al decir que es Amor (ágape) estamos diciendo que ya se ha dado totalmente y que no le queda nada por dar. Es ridículo querer comprender a Dios poniendo como ejemplo la bondad de los seres humanos. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios, que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido.

Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno puede hacer o no. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos es una aberración incompatible que el espíritu de Jesús. Dios no nos ama porque somos buenos, al contrario, somos “buenos” porque hemos descubierto lo que hay de Dios (Amor) en nosotros. Somos “malos” porque no hemos descubierto a Dios.

Alguno puede pensar que aceptar la misericordia de Dios invita a escapar de la responsabilidad personal. Si Dios me ama igual cuando soy bueno que cuando fallo, no merece la pena esforzarse. Esta reflexión indica que no hemos entendido nada del evangelio. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, infinita y eterna, pero no puede afectarme hasta que yo no la acepto. Creer que puedo acogerme a la misericordia sin responder a su bondad, es entender la relación con Dios de una manera jurídica y externa. La actitud de Dios para conmigo debe ser el motor de cambio en mí.

Para nosotros la máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa del otro. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Dios es solo amor, pero ese amor llega a nosotros como perdón cuando nos sentimos perdonados, por eso para nosotros está siempre unida al pecado. Para aclararnos un poco, vamos a examinar dos conceptos: cómo podemos entender el perdón de Dios y cómo podemos entender el pecado.

Dios solo puede amar. Decimos que Dios ama porque Él es amor, no porque las cosas o las personas sean amables. Dios no ama las cosas porque son buenas, sino que las cosas son buenas porque Dios las ama. El perdón en Dios significa que su amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los hombres. Si nosotros amamos unas criaturas y no otras, se debe a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia. Ahora comprenderéis lo equívoco de nuestro lenguaje sobre Dios cuando hablamos de su perdón como un acto puntual.

Es ridículo pensar que podamos ofender a Dios. La incapacidad de los cristianos para aceptar los fallos se debe a que los identificamos con la persona misma. La persona es una cosa y sus acciones otra. El pecado es siempre fruto de la ignorancia. Para que la voluntad se incline a un objeto, tiene que presentarse como bueno. El entendimiento puede ver una cosa como buena, siendo en realidad mala. Esta es la causa de nuestros fallos. Para superar una actitud de pecado, no debemos apelar a la voluntad, sino al entendimiento.

Si las reflexiones que acabamos de hacer, son ciertas, ¿de qué sirve la confesión? Mal utilizada, para nada. Pero es el hallazgo más interesante de los dos mil años de cristianismo porque responde a una necesidad humana. Somos nosotros, no Dios, quienes necesitamos la confesión como señal de su perdón. La confesión no es para que Dios nos perdone, sino para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de Dios que llega a nosotros sin merecerlo. La confesión es el signo de que Dios ni me falla ni puede fallarme.

 

Meditación-contemplación

El amor de Dios es anterior a mi propio ser.
Todo lo que soy depende de ese don gratuito de Dios.
Deja que ese Ágape se manifieste a través de tu ser.
Tengo que dejarme encontrar por ese Dios.
Tengo que sentir su energía y dejar que me inunde.
Dios en mí es fuerza trasformadora.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La psicología del pecado.

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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HIJO-PRODIGO

Lc 15, 1-32

«Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde»

El capítulo quince de Lucas expresa de forma sencilla la esencia misma de la buena noticia. A través de las tres parábolas que lo componen, Jesús nos dice que Dios no es el que nos juzga, el que nos aparta de sí por causa de nuestros pecados y nos condena si hemos pecado. Dios es el que nos busca cuando estamos perdidos; el que sale cada atardecer al camino a esperar nuestro regreso; el que nos restituye a nuestra condición de Hijos sin que medie ningún mérito para ello.

El protagonista indiscutible de la parábola del hijo pródigo es el paterfamilias que da al traste con su dignidad y la mitad de su hacienda porque ha recuperado al hijo que estaba perdido, pero hoy queremos extraer de este texto universal una enseñanza sobre la psicología del pecado.

En primer lugar, el pecado es error. El hijo pequeño se va porque piensa que va a vivir mejor lejos de la casa de su padre, pero se equivoca y arruina su vida.

Nuestra condición humana se ve atraída por lo que no le conviene y es propensa a engañarse acerca del bien y el mal. Nos apetece lo que no merece la pena; nos fascina lo que nos perjudica. Por eso, nuestra condición de pecadores significa, básicamente, que no sabemos distinguir; que nos sentimos atraídos por cosas que nos parecen buenas, pero que estropean nuestra vida y hacen daño a los demás. Una buena definición de pecado podía ser ésta: “Preferir el mal engañados por su apariencia de bien”.

Pero no cabe duda de que el pecado tiene también una componente de debilidad, de esclavitud, que, unida al error, nos arrastra a perder la dignidad e incluso la identidad; como le ocurre al hijo de la parábola. Pablo, en su carta a los romanos, se lamenta amargamente de ello: «Realmente, mi proceder no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, en realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí»

«Me esclaviza la ley del pecado», dice Pablo en esa misma carta. El evangelio no nos considera libres sin más, sino esclavos del pecado, y desde esa óptica, el papel de Dios no es el del juez que juzga a personas libres y responsables, sino el del padre que ayuda a sus hijos a que vean mejor y se liberen de sus cadenas.

Finalmente, también podemos concebir el pecado como una pesada carga de la que Dios quiere librarnos. Como decía Ruiz de Galarreta: «Habitualmente hablamos del pecado cometido, pero rara vez del pecado padecido». Jesús nos libera de esa carga proponiéndonos un modo de vida mucho más atractivo que el que nos ofrece el mundo; nos descubre un tesoro escondido que, cuando alguien lo encuentra, renuncia a todo lo demás porque todo lo demás deja de tener valor para él.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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¿Creemos en el Dios Abbá de Jesús? ¿Nos sentimos hijos e hijas?

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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hijo-prodigoLucas 15, 1-32

Nuestro Dios es siempre el que sale al encuentro, el que abraza, acoge, carga sobre sí y siente su corazón tan feliz y lleno de alegría al recuperar a uno solo de sus hijos e hijas, que no puede guardarla solo para sí y organiza una fiesta. ¿Vivimos la alegría de experimentarnos hijos e hijas?

Nos encontramos en este evangelio con dos tipos o grupos de personas muy definidos en el evangelio y en la sociedad de Jesús. Grupos muy distintos entre sí. Los publicanos y pecadores, a ambos se los considera perdidos, alejados de Dios y no cumplidores de la Ley. Y los escribas y fariseos, conocedores y cumplidores de la Ley, oficialmente buenos religiosos,  convencidos ellos mismos de ser “puros”  e intachables.

Estos dos grupos se acercan a Jesús de manera muy distinta. Los primeros van a escucharle, admirados y esperanzados ante sus palabras. Los segundos le critican y murmuran. Se acercan para echarle algo en cara o plantearle cuestiones que le pongan en una situación difícil. En esta ocasión, nos dice el evangelio, le acusan de ser amigo de los pecadores, de acogerlos y comer con ellos.

Comer con alguien, entre los judíos era signo de compartir la vida, de  amistad. No se invitaba a comer a cualquiera, en cualquier sitio, como podemos hacer hoy. Se invitaba a casa, de alguna forma se le daba entrada a la vida de la familia. Y esto, para extrañeza de los que se creían cumplidores de la Ley lo hacía Jesús con los pecadores. Jesús, el maestro, en quien algunos ponían las esperanzas reservadas al Mesías, al enviado de Dios.

Este es el escenario que enmarca las palabras de Jesús, ese mensaje largo de este domingo que va dirigido, tanto a los que se le acercan a escucharle con el corazón abierto como a los que se han acercado a criticarle. A todos responde con estas tres parábolas:

  • La del pastor que tiene cien ovejas y se le pierde una
  • La de la mujer que tiene diez monedas y pierde una
  • La del hijo pródigo.

Lo primero que puede sorprendernos es que Jesús no rebate la acusación, ni explica por qué se porta así con los pecadores. Jesús va al fondo de la cuestión: ¿Cómo es Dios? ¿Cómo es el Dios en quien creemos? Porque en definitiva lo que están cuestionando los escribas y fariseos es: ¿Quién es Dios? ¿Cómo se comporta con los hombres? ¿No está Dios solamente cerca de los que “cumplen” la ley?… Y Jesús responde revelando el verdadero rostro de Dios, el auténtico protagonista de estas parábolas. Las tres nos dicen que nuestro Dios:

  • Es el pastor que, entendiendo muy poco de matemáticas, deja noventa y nueve ovejas y sale a buscar a la que se ha perdido, o se ha escapado, o se ha querido esconder…
  • Es la mujer que no se conforma con asegurar las nueve monedas sino que revuelve toda la casa porque ha perdido una
  • Y es el Padre que por encima del dolor que le haya podido producir la marcha de su hijo y el ver como despilfarra sus bienes sale continuamente al camino a esperarle.

En los tres casos es el que sale al encuentro, el que busca, abraza, acoge, carga sobre sí y siente su corazón tan feliz y lleno de alegría al recuperar a uno solo de sus hijos e hijas, que no puede guardarla solo para sí y organiza una fiesta. El Dios Abbá “misericordioso con todos, que hacer salir el sol sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45)

En ninguna parábola se nos narra un reproche, un “ya te lo dije”, “te avisé que…” Ni siquiera expresa su perdón, ni pide cambio de conducta… es sin duda chocante. ¿Cuántos de nosotros tratamos así a nuestros hijos, alumnos, amigos…? Es más, ¿nos tratamos así a nosotros mismos? O aún más importante, ¿nos creemos de  verdad que nuestro Dios, nuestro Abbá nos trata así?

¿Esperamos que vaya a buscarnos porque estamos perdidos, que nos abrace cuando nos dejamos encontrar, que nos restituya y nos siga tratando como a hijos, sin ni siquiera pedirnos cuentas?

Al escuchar estas parábolas, es fácil comprender la alegría que invadiría a los que se sentían pecadores y el malestar y enfado en el que caerían los que se creían mejores. El mismo Lucas, quizá para prevenir también a los primeros cristianos, nos lo dibuja en la persona del “hijo mayor” el bueno, el que nunca se ha ido de la casa del padre, el que no ha dejado el rebaño, el que nunca se ha perdido…

Este, posiblemente esperaba que el padre castigara al “mal hijo”, que le llamara al orden, quizá que lo perdonara y lo acogiera de vuelta también, pero que haga una fiesta… ¡hasta ahí podíamos llegar! Y aquí sale esa amargura y dolor: “Yo siempre, yo he hecho, yo… Y a mí nunca me has dado…”

No, no es malo el hermano mayor. El Padre con infinito amor y ternura tampoco le recrimina a él, solo le hace ver “Hijo mío, todo lo mío es tuyo, tu siempre estás conmigo…”. No es malo, lo que le pasa es que no se siente hijo.  Calcula, obedece, pero no ha descubierto el amor inmenso de su padre hacia él mismo, no porque sea bueno, solo porque es hijo. Esta es la Buena Noticia de Jesús, su evangelio, somos hijos de un Dios que es nuestro Padre y Madre. Imagen que choca con la imagen de Dios que muchos tenían en su tiempo.

Y ahora es bueno que nos preguntemos, ¿cómo me siento yo al leer esto? ¿Me entusiasma saber que soy amado, que soy amada así?  ¿Qué el amor que Dios me tiene no me lo estoy ganando, y por tanto no lo voy a perder, aunque me “pierda” o me “vaya”?

Lo importante es que nos dejemos grabar a fuego en nuestros corazones esta realidad del amor que Dios nos tiene.

Lo importante es vivir la experiencia de ser hijos e hijas. Porque perdernos, nos hemos perdido y nos vamos a perder muchas veces. Irnos, también nos hemos ido y  nos vamos a ir, pero si en el fondo de nosotros mismos está esta experiencia, de ser hijos e hijas amadas, volveremos, nos pondremos en camino para volver al corazón de Aquel que ya está en camino para encontrarnos y nos espera con los brazos abiertos.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. Fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Gratuidad y Alegría.

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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4D7C3018-E426-452A-9968-CB2740799D82Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

11 septiembre 2022

Lc 15, 1-10

Muchos de nosotros hemos sido educados en la idea del mérito y el ideal de perfección. No dudo de que nuestros educadores, formados también en esas mismas claves, lo hicieron con la mejor intención.

Sin embargo, ambas claves conllevan riesgos graves, ya que, en la práctica, refuerzan el voluntarismo, el moralismo, el orgullo espiritual, el fariseísmo, la represión -y el consiguiente descuido- de la propia sombra, el juicio rápido a los otros -a quienes se mide con la vara del mérito y de la “perfección”- y el olvido de la gratuidad como dimensión básica de la existencia.

Estos elementos permiten captar la ironía de Jesús cuando habla de “los justos que no necesitan arrepentirse”. Quienes se hallan asentados en el pedestal de la “perfección” -quienes se creen “justos”- no pueden sino mirar con desprecio a los “pecadores”. Sin advertir que en ellos mismos ha desaparecido la actitud más clara de madurez -o de perfección bien entendida-: la gratuidad. Por el contrario, quienes reconocen y aceptan su propia sombra no caerán en la trampa de creerse por encima de los demás. El autoconocimiento constituye, sin duda, la mejor escuela de humildad.

Quien sabe que todo es gracia, aun valorando el esfuerzo e incluso el mérito, no hace de estos el “ideal” de vida, sino que vive en apertura, disponibilidad y gratitud, sin apropiarse de algo que no es suyo.

La vivencia de la gratuidad es, al mismo tiempo, la fuente de la alegría. Alegría que desaparece cuando predomina la apropiación y la dinámica del ego. Y es sustituida por la sensación de carga, la tensión y, con frecuencia, por el resentimiento más o menos amargado.

Para quien recibe todo como regalo y aprende a vivir diciendo “” a la vida, se abre el manantial de la alegría y de la compasión. O, como dice Jesús, la “alegría en el cielo”.

¿Qué lugar ocupa la gratuidad en mi vida?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Cuando todo está perdido, allí está Dios.

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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Rembrandt_Harmensz._van_Rijn_-_The_Return_of_the_Prodigal_SonDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Algunas notas previas.

– Estas tres parábolas constituyen el evangelio del Evangelio, el núcleo central del mensaje de Jesús, del cristianismo.

– Es un evangelio, es la buena noticia, dicha de tres modos distintos. Son las tres parábolas de la misericordia.

– Estas tres parábolas están tejidas de infinidad de aspectos, actitudes y todos muy valiosos. Las hemos meditado y podemos volver sobre estas parábolas mil veces en nuestra vida.

         Fijémonos hoy en el eje o esquema sobre el que están construidas las tres parábolas:

  • Alguien se pierde en la vida.
  • Un Dios que sufre hasta que encuentra lo perdido.
  • La fiesta, la alegría que causa el encuentro.

02.- Cuando nos hemos perdido

En la parábola del hijo pródigo: un padre tenía dos hijos. Dos fueron Caín y Abel: es decir, toda la descendencia de la humanidad.

         Nosotros podemos ser (¿somos?) la oveja que ha marchado del redil del pueblo, de la familia, de “nosotros mismos”. Podemos ser ese dracma que se ha desgajado de la iglesia, de la vida eclesial o de la familia, o que hacemos nuestra vida por libre en la comunidad. Tal vez somos seres humanos alejados de la humanidad, de la convivencia.

         Quién sabe si estamos perdidos en la vida: nuestra psicología se halla descolocada, podemos andar descentrados afectivamente, quizás no sabemos dónde pisamos ideológicamente, sin un “redil cristiano” o religioso habitable, tal vez vivimos a descampado sin poder asumir nuestras limitaciones, nuestras situaciones familiares. Quizás hemos perdido la ilusión y la esperanza; tal vez estamos perdiendo la salud, las facultades

03.-Cuando y donde todo está perdido, está Dios.

         Hay situaciones en la vida en las que “tocamos fondo” y no podemos salir: física, moral, psíquicamente nos podemos ver hundidos. En esa profundidad está Dios. Y Dios nos conoce en esos bajos fondos.

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
(Salmo 138)

Cuando todo está perdido, allí está Dios con nosotros. Y lo decisivo es que Dios esté con nosotros. Otras cuestiones eclesiásticas: litúrgicas, dogmáticas, etc., son de menor importancia.

El Dios de Jesús no se queda tan tranquilo ante nuestros hundimientos. Desciende hasta los infiernos para encontrarnos y rescatarnos. Esto es lo que significa que Jesús descendió a los infiernos, es decir: hasta las profundidades de la condición humana.

La actitud más genuina del Dios de Jesús es salir a buscar lo que estaba perdido.

No estamos muy acostumbrados a estas cosas en el catolicismo. Las actitudes han sido y son otras: de condenas eclesiásticas, castigos, excomuniones, descalificaciones, heterodoxias, etc.

Si queremos saber quién y cómo es el Dios de Jesús, es la parábola del Padre y del hijo pródigo (y el hermano mayor), Dios es el Buen pastor que nos busca siempre en la vida.

Humanamente cuanto más íntimo es algo que se pierde o que perdemos, mayor es el sufrimiento. Cuando nos perdemos, sufrimos nosotros, sufren quienes conviven con nosotros; y sufre Dios. Por eso Dios sale disparado al encuentro de la oveja, de la dracma, de su hijo (s) perdidoso (s). La actitud cristiana es salir al encuentro, buscar, acoger al que está sufriendo, al que está perdido.

La parábola la “preside” el padre, con bondad, amor y compasión. La parábola es un canto al amor de Dios hacia sus hijos perdidos. El amor del padre se dirige hacia el hijo perdido. El hijo mayor está en casa (planteará otros y más graves problemas). El Padre prefiere perderse él a perder un hijo. La presidencia en el cristianismo está en las búsquedas, en la alegría del encuentro, en el amor, no en el báculo ni en la mitra. A Dios no le cuesta ningún trabajo ser bondadoso ni perdonar.

El buen pastor busca la oveja perdida, las otras 99 están en el redil. Prefiere arriesgar su vida para encontrar lo que estaba perdido.

         El sufrimiento del Padre por un hijo perdido expresa el valor y amor que siente por cada ser humano. Un solo ser humano tiene un valor infinito para Dios.

         Y, sobre todo, en lo más profundo de nuestro interior, cuando nos podemos sentir “lejos de casa”, perdidos, quizás “medio muertos”, precisamente en esas situaciones, Dios está en nuestra profundidad.

04.-La memoria de los dos hijos respecto del Padre.

Los dos hijos guardan una memoria muy distinta del Padre.

El hijo perdido.

El hijo perdido / muerto (¿y quién no somos hijos pródigos y en situaciones de muerte?) recuerda a su padre como padre, aún en las situaciones más bajas y sombrías de su vida. En su memoria hay nostalgia de Padre:

¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre!…Padre, no merezco llamarme hijo tuyo…

El hijo perdido tiene el recuerdo de su buen padre. Siente pena en su interior.

El hijo pródigo comienza a preparar el examen de conciencia y va haciendo la lista de pecados: iré y le diré… Pero el Padre “no hace ni caso, le “tapa la boca”: se conmueve, le abraza y le devuelve a la vida: abrazos, túnica, sandalias, anillo, fiesta, ternero cebado, música…

La memoria del Padre es sanante, liberadora, este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.

También nosotros podemos llegar a situaciones de muerte, a abismos profundos y no solamente por el pecado, sino también por los fanatismos que podemos ejercer o soportar, por la depresión, por las noches oscuras del alma, abatimientos, decepciones, por situaciones de odio, venganzas

La memoria -el recuerdo- del Padre abre horizontes, sana, devuelve a la vida..

La última palabra del Dios de Jesús (del cristianismo) es la bondad, la gracia. La realidad última y definitiva cristiana es la casa el Padre: la vida, la fiesta.

El hijo mayor.

l personaje trágico de esta parábola es el hijo mayor

Nunca llama padre a su padre.

Nunca llama hermano a su hermano: ese hijo tuyo…

No es el Padre, sino el hijo mayor quien condena a su hermano menor. (El Dios de Jesús no enjuicia a los “hijos perdidos”). La mirada que el hermano mayor dirige a su hermano pequeño es la de Caín a Abel, es la mirada de los hermanos mayores a su hermano pequeño, José, (que le venden).

         El hijo mayor se siente no un hijo, sino un asalariado de su padre al que éste, le debe pagar.

La memoria y recuerdo del hijo mayor es una memoria legalista y cumplidora, justiciera, super-religiosa, etc., pero no cristiana

El hijo mayor no quiere entrar en la fiesta de la bondad y de la vida. [2]

05.-Alegría y celebración del encuentro.

         Las tres parábolas, (el único evangelio) expresan alegría por encontrar lo que estaba perdido: ¡felicitadme! porque he encontrado la oveja perdida, el miembro de la comunidad, de la familia, de los amigos (dracma) perdido. Y por eso hay que celebrar una fiesta. El encuentro, todo encuentro entre personas es siempre motivo de paz, de serenidad, de alegría. Cuando un matrimonio se reencuentra, cuando un hijo vuelve a casa es motivo de gran alegría…

Cuanto más profundo e íntimo es aquello que hemos perdido y que encontramos, mayor es la alegría. Había que celebrar una fiesta.

06,- ¿Y entre nosotros?

         Nos hace falta recordar, memoria, la bondad de Dios.

La misericordia y bondad crea memoria sanante, cicatriza viejas heridas.

  • La memoria de los obispos, cardenales, curas y laicos contrarios y polémicos con el papa Francisco han perdido el norte de la bondad, de la misericordia, de los débiles, de los que sufren por un divorcio, etc.
  • En nuestra propia diócesis hemos vivido largos años sin misericordia ni bondad. Hemos visto decretos, ventas inmobiliarias, adoración al santísimo, viajes, pero no vemos alegría, ni encuentros, ni fiesta, ni paz. Hemos vivido la mentalidad del hijo mayor, pero hemos perdido la memoria del Padre, de la bondad, de la misericordia. Una diócesis en las que las relaciones las presidiera el Padre de la parábola, sería una iglesia muy distinta de la que conocemos. (No es lo mismo tener -o pretender tener- la razón a tener bondad en la vida). No sigamos cultivando una religión leguleya y farisaica.
  • Quiera Dios que quien haya de ser nuestro nuevo obispo crea en la actitud de estas parábolas y sea hombre de búsquedas, misericordia, hombre de encuentro, de alegría y celebración porque esta diócesis estaba medio muerta y ha vuelto a la vida.

 

Jesús comía con pecadores. La Iglesia de Jesús no es una comunidad de élite, de puritanos, de ultra-ortodoxos, sino una asamblea de gente perdida: pobres hombres y mujeres, separados y divorciados, impuros, pobres,

¡Cuando estamos perdidos es cuando más necesitados estamos del amor de Dios! Y Él no nos niega nunca su cercanía.

¿Va a resultar que lo eclesiástico dificulte o impida los acercamientos de Dios a quienes andamos perdidos en la vida?

Celebremos la Eucaristía, celebremos la vida porque estábamos perdidos y Dios nos ha encontrado y llevado a su casa.

[1] Nostalgia significa: dolor por la vuelta.

[2] El cuadro de Rembrandt sobre el esta parábola representa bien al hijo mayor a la puerta de casa, sin querer entrar.

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La madre siempre es memoria para los hijos

Jueves, 8 de septiembre de 2022
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1322758554_madre_adolescente__crop_629x356_thDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Natividad de María, madre de JesuCristo.

En el NT, en los evangelios, no hay ninguna alusión al nacimiento de María, madre de Jesús.

María aparece en algunos momentos decisivos: nacimiento de Jesús, las bodas de Caná, (Jn 2). María está presente al pie de la cruz en la muerte de Jesús, (Jn 19). Por lo demás, María queda siempre en un discreto y creyente segundo plano. Se nos dice que María guardaba en su corazón todo lo que veía y vivía en su hijo, Jesús, ¡y lo meditaba! María pensaba y oraba.

No es crear fantasías pensar que María le daría más de cuatro vueltas en su cabeza y en su corazón a las actitudes, gestos y palabras de Jesús: discutiendo con fariseos, con la gente del Templo, acogiendo a enfermos, conviviendo con gente de “mal vivir”. María no entendería ni palabra a la Palabra, por eso meditaba y pensaba las cosas y por eso María llegó a la fe en su hijo. No es extraño que María llegara a conocer, reconocer y creer en su hijo. Se podría decir que María vive discreta y silenciosamente el camino a la fe en su hijo.

Nos lo pensamos y meditamos.

02.- Una madre (una familia) con entereza. (2 Macabeos)

El contexto de la primera lectura (2 Mac) se sitúa hacia el año 100 a.C., es decir, prácticamente en vísperas de JesuCristo.

Israel, el pueblo, estaba llegando a una fe clara en la “vida más allá” de esta vida, poco a poco, ya va tomando cuerpo la fe en la resurrección.

Políticamente Israel se encuentra bajo el dominio seléucida y los Macabeos [1], es decir, los soldados israelitas luchan contra el dominio opresor.

La cuestión de fondo del segundo libro de los Macabeos es que los soldados en el campo de batalla, tienen otra vida en el más allá.

En este marco, esta madre “¿coraje?” sostiene la fe y la esperanza de sus siete hijos que no se postran ante Antíoco Epífanes, ni traicionan sus costumbres, su tradición, su ley. Los siete hijos y la madre mueren por su ideal con la esperanza puesta en el Dios de la vida.

03.- Tres grandes instituciones en crisis.

Si miramos y analizamos nuestra sociología actual, podemos darnos cuenta de que las tres grandes instituciones encargadas de transmitir la tradición, la cultura, la identidad de una fe y de un pueblo, etc., las tres se encuentran en una profunda crisis: la Iglesia, la Familia y la Escuela (mundo de la educación).

La familia.

La madre es como el punto de referencia e identidad, como la memoria y el cordón umbilical en la transmisión de la fe. Pero la familia, en gran medida, se ha venido abajo. No es momento de juzgar ni de culpabilizar nada ni a nadie, pero las cosas son como son y están como están.

La visión de la familia, de la sexualidad, de los hijos es muy distinta a otros tiempos y hacen que la vivencia de la familia sea muy diferente a la de otros tiempos ni lejanos.

Naturalmente que también hoy hay madres y familias que cuidan y transmiten criterios, valores, ideales. Pero la familia, sociológicamente hablando, está como está.

La Iglesia

La Iglesia también va como va. Gracias a Dios, que parece estar cambiando el rumbo de las cosas, aunque en nuestra diócesis sigamos en posiciones ultramontanas, por lo que este sistema eclesiástico transmite poco -más bien nada- de la esperanza de aquella madre de los siete hermanos macabeos y poco o nada de la esperanza de María.

Podríamos pensar que la ultra-ortodoxia no significa que esté en posesión ni de la fe ni de toda la verdad. Los cañonazos doctrinales, causan brechas e incendios, pero no transmiten evangelio ni paz. La “construcción de la ciudad” y el evangelio están en otros esquemas de diálogo, libertad, escucha, hermenéutica, etc.

La escuela

Una universidad que se limite a transmitir conocimientos y no aborde y dé respuesta a los problemas de su tiempo, es un almacén, un hangar de datos o un bachiller a lo bestia, pero no una Universitas.

Pensemos si nuestras ikastolas, colegios, universidades transmiten, lo que aquella madre de los macabeos transmitía a sus hijos: la propia cultura, la fe, aquella madre infundía ánimo y esperanza a sus hijos.

         Tal vez María nos evoque que la vida está compuesta por otros y más importantes elementos de los que habitualmente barajamos hoy en la vida.

04.- María presente en el nacimiento de la Iglesia.

         La madre es siempre la memoria de la familia.

         En la tradición de San Juan, la Iglesia nace al pie de la cruz. Allí están presentes María (la madre) y el Creyente – Discípulo Amado- [2] (hijo).

         Si la Iglesia es algo, es la memoria presente de JesuCristo en esa comunidad que está al pie de la cruz: la madre y todos los “discípulos amados”. La Iglesia no es, -no debe ser- una institución doctrinalmente vociferante, sino la comunidad que al pie de la cruz acoge con la madre (memoria del Hijo) su Espíritu: Jesús inclinando la cabeza, entregó su espíritu, (Jn 19,30), que no es entregar el alma a Dios, sino entregarnos su Espíritu a la Iglesia naciente.

María, la madre -como toda madre- es memoria, referencia hacia el Hijo.

María nos mantiene unidos en familia eclesial.

Ahí tenemos a nuestra madre.

[1] Macabeo significa soldado. El actual equipo de baloncesto de Tel aviv se llama: Maccabi: soldados.

[2] Discípulos amados somos todos.

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¿Cómo deben entender los católicos LGBTQ+ la llamada de Jesús para “llevar su cruz”?

Lunes, 5 de septiembre de 2022
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C8F91ADF-FB3B-4574-A744-5B61995A24AFLa reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí. Yunuen es la autora del nuevo libro, LGBTQ Catholics: A Guide to Inclusive Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 23 de la hora ordinaria se pueden encontrar aquí.

Quien no lleve su propia cruz y venga después de mí no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:27)

La lectura de hoy a veces puede estar provocando a los católicos LGBTQ, pero se entiende correctamente, es extremadamente rico para nosotros para comprender cuál es la cruz que llevamos realmente.

Durante tanto tiempo, los católicos bien intencionados nos han dicho que, para los católicos LGBTQ, “llevar nuestra cruz” implica mantenerse soltero para toda la vida o conformarse con las nociones tradicionales de género, incluso si hemos discernido que tampoco es nuestra vocación. Las personas nos alientan a esconder quiénes somos o buscar rezar elementos esenciales de la forma en que Dios nos hizo. Muchos de nosotros hemos realizado un viaje en el que, en un momento u otro, creíamos que esta versión de “llevar nuestra cruz” es lo que se requería de nosotros. Pero luego nos encontramos siendo abrazados por Dios que nos dice: te hice exactamente como eres porque te amo.

Si sabemos que esta versión de “llevar nuestra cruz” es falsa, ¿cómo entendemos las lecturas de hoy como católicos LGBTQ? Quizás las siguientes ideas pueden dar una nueva perspectiva.

Primero, el ministerio y las enseñanzas de Jesús no respaldan el dolor como una forma de purificación espiritual. Las personas LGBTQ pueden experimentar el dolor del rechazo familiar, el homo/transfobia, la violencia y la discriminación, y a veces aquellos que ministran con ellos experimentan las mismas situaciones. Jesús tiene claro que es nuestra responsabilidad acompañar a las comunidades vulnerables. Ministramos para que las generaciones futuras puedan experimentar una iglesia renovada, más amorosa, más inclusiva y más parecida a Cristo. Ministraremos para llevar la curación a las relaciones familiares, para que los católicos no sientan que tienen que repudiar a sus hijos, familiares o amigos que son LGBTQ. Y cuando nos centramos en el objetivo final, la resurrección, podemos saber que este sufrimiento no continuará para siempre.

En segundo lugar, debemos interrogar cualquier evangelio donde las palabras de Jesús no parezcan centradas en el amor. A menudo, los pasajes difíciles pueden ser el resultado de variaciones en la traducción. La nueva edición revisada de la Biblia Americana (NABRE) es la versión de la Biblia promovida por los obispos estadounidenses. En esta traducción, la lectura de hoy dice: “Si alguien viene a mí sin odiar a su padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas, e incluso su propia vida, él no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:26) ¿Jesús realmente nos pide que odiemos nuestra vida y nuestros padres? De nada. Leer este texto en diferentes idiomas nos ayuda a obtener una mejor visión del significado del texto original. Por ejemplo, una versión en español de este texto no se traduce como “odio” sino como “preferencia“. Una mejor comprensión de este pasaje es que si no preferimos nuestro Ministerio de Amor sobre los obstáculos impuestos, incluso por nuestros seres queridos o incluso por nosotros mismos, entonces no podemos ser discípulos.

Finalmente, el ministerio de Jesús es un ministerio donde el amor está en el centro. El amor es lo que debería motivar a los miembros de la Iglesia a escucharse y acompañarse entre sí, a encontrarse y hacerse amigos, abordar las necesidades de nuestras comunidades, ser una iglesia como el único cuerpo de Cristo a pesar de nuestras diferencias. Siempre debemos leer los evangelios a través de esta lente del amor de Jesús.

¿Qué está diciendo realmente Jesús a los católicos y aliados LGBTQ cuando habla de llevar nuestra cruz? A menudo en el ministerio LGBTQ, debemos superar nuestros miedos, nuestras dudas, incluso nuestras deficiencias. Debemos dejar de lado nuestra necesidad de aprobación y, a veces, incluso nuestra necesidad de ser amados y celebrados en el ministerio. Debemos centrarnos más en traer amor al mundo, incluso si el mundo aún no comprende completamente nuestro ministerio.

El discipulado implica un compromiso inquebrantable con el amor, incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Este inquebrantable compromiso con el amor es la prueba de fuego del discípulo, y es este compromiso, no nuestras identidades, que es la verdadera cruz que llevamos.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 4 de septiembre de 2022

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“Seguidores lúcidos”. 23 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,25-33)

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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072D80F3-164B-4A90-83F4-02044769141AEs un error pretender ser «discípulos» de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. Nunca pensó Jesús en seguidores inconscientes, sino en personas lúcidas y responsables.

Las dos imágenes que emplea Jesús son muy concretas. Nadie se pone a «construir una torre» sin reflexionar sobre cómo debe actuar para lograr acabarla. Sería un fracaso empezar a «construir» y no poder llevar a término la obra iniciada.

El Evangelio que propone Jesús es una manera de «construir» la vida. Un proyecto ambicioso, capaz de transformar nuestra existencia. Por eso no es posible vivir de manera evangélica sin detenernos a reflexionar sobre las decisiones que hay que tomar en cada momento.

También es claro el segundo ejemplo. Nadie se enfrenta de manera inconsciente a un adversario que le viene a atacar con un ejército mucho más poderoso sin reflexionar previamente si aquel combate terminará en victoria o será una derrota. Seguir a Jesús es enfrentarse con los adversarios del reino de Dios y su justicia. No es posible luchar a favor del reino de Dios de cualquier manera. Se necesita lucidez, responsabilidad y decisión.

En los dos ejemplos se repite lo mismo: los dos personajes «se sientan» a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y las fuerzas con que cuentan para llevar a cabo su cometido. Según Jesús, entre sus seguidores siempre será necesaria la meditación, el debate, la reflexión. De lo contrario, el proyecto cristiano puede quedar inacabado.

Es un error ahogar el diálogo e impedir el debate en la Iglesia de Jesús. Necesitamos más que nunca deliberar juntos sobre la conversión que hemos de vivir hoy sus seguidores. «Sentarnos» para pensar con qué fuerzas hemos de construir el reino de Dios en la sociedad moderna. De lo contrario, nuestra evangelización será una «torre inacabada».

José Antonio Pagola

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“El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Domingo 4 de septiembre de 2022. 23º Ordinario

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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48-ordinarioC23 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 9, 13-18: ¿Quién comprende lo que Dios quiere?  .
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Filemón 9b-10. 12-17: Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido.
Lucas 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Para ser cristiano, en realidad, la Iglesia, habitualmente, exige muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de educar en cristiano al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería serlo a pensárselo seriamente. Pocos seríamos cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Y decimos “llegado el caso”, porque estas tres formulaciones del evangelio de hoy que vamos a comentar son “formulaciones extremas”; representan la meta utópica que no debemos perder de vista, y debemos estar dispuestos a alcanzarla en el seguimiento de Jesús.

Por la primera (“si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”), el discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.

Por la segunda (“quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”), no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva frecuentemente la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar conscientemente como consecuencia del seguimiento. Por eso es necesario no precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos, o del rey que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.

La tercera condición (“todo aquel de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío”) nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que parece esta por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. Se trata, sin duda, de una formulación extrema, paradigmática, que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno, cuando alguien lo necesita para vivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

Para quienes quitamos con frecuencia aguijón al evangelio y nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente.

No en vano el libro de la Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que tiene conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será necesario para ello recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús. Necesitamos ir contra corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide el evangelio y a la que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto que en el evangelio se nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es tanto el comienzo del camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a lo que debemos tender, si queremos seguir a Jesús. Tal vez no lleguemos nunca a vivir con esa radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a ello, por más que nos encontremos a años luz de esa utopía.

Si se hiciera realidad en la humanidad esta condición básica que Jesús pide para su seguimiento, se resolvería también el problema de la crisis ecológica, que en definitiva está producido por el maltrato, la explotación, la depredación a los que el sistema económico y de producción mundializado somete a la naturaleza, igual que a muchedumbres pobres asalariadas. El bien que persigue el Reino de Dios (ubi bonum, ibi Regnum) no es sólo para el mundo humano, sino para todo el mundo, para el planeta y toda la comunidad de la vida que en él ha surgido…

En su Carta a Filemón, Pablo nos brinda una consecuencia concreta del seguimiento, y las necesarias renuncias a los propios bienes. Por haber abrazado la propuesta del evangelio, Onésimo ha dejado de ser un esclavo para ser un hermano de Filemón. Mediando la caridad y la buena voluntad de éste, quizá también se convierta en colaborador del apóstol que se encuentra encarcelado. Este ejemplo ilustra también lo que indica el libro de la Sabiduría de acuerdo al dicho popular que reza: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. No es tarde para sentarnos a reflexionar sobre las cosas más importantes de nuestra vida… Sea para confirmar las opciones realizadas, sea para reconocer con humildad que nos hemos equivocado. Si meditamos las palabras del evangelio… ¿qué diría nuestro corazón? Leer más…

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Dom 4.10.22 Quien no renuncie a todo no puede ser mi discípulo

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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asurbanipalDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 23. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14, 25-33. Los hombres necesitan dinero y medios para conseguir sus objetivos: Ganar guerras, conquistar castillos enemigos. Jesús, en cambio, promueve otro tipo de campaña y sólo quien renuncia a todo tipo de ganancia  puede ser discípulo suyo.

            El texto no necesita muchas aclaraciones Principio y final se corresponden (hay que renunciar a todos para seguir a Jesús). En medio quedan los ejemplos de contraste (una torre un rey).

Lucas 14, 25-33.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

Principio. Dejar todo, todo, todo

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

            Así solía decir Juan de la Cruz: nada, nada, nada… Nada de familia, nada de uno mismo, en pura cruz. Nada de nada, para poder tenerlo luego todo, pero de otra forma: en gratuidad compartida, en libertad gozosa. Nada de nada, para poder disfrutarlo todo (padre y madre, mujer e hijos…), para disfrutar de sí mismo (¡negarse a sí mismo, para así poder gozarse!). Éste es el camino. Vivimos sobre una tierra donde queremos gozar teniendo, poseyendo, con una familia “exclusiva”, hecha de egoísmo, con un deseo que nos cierra en nosotros mismos… Sólo una cruz que rompe ese “cierre” egoísta puede abrirnos al todo.

Primer contraste, la torre

e41b536895224f2c8f0878d7bb81382aAsí, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

            Somos constructores de torres, desde el gran relato de Babel (cf. Gen 10). Cada uno hace su torres, todos juntos queremos hacer la gran torre de la cultura mundial capitalista, que se cuente y mide con dinero. Pero ¿tenemos dinero suficiente para hacer una torre donde resguardarnos para siempre? ¿Nos podemos salvar por lo que hacemos? La vieja tierra está llena de ruinas de torres caídas. Entre ellas caminamos, sin darnos cuenta de que caerá pronto la nuestra.

Segundo contraste, el rey que va a la guerra

7E333A6D-460D-4D69-89E9-795F8524B1A5¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Aquí no se habla sólo de reyes lejanos, emperadores, monarcas, presidentes de grandes naciones o multinacionales, siempre en guerra. Aquí se habla de nosotros: queremos ganar a los demás, cada uno nuestra guerra y después la guerra de nuestros grupo (los blancos, colorados, mikeletes o marines…). Todos queremos hacer la guerra pensando que así podremos mantenernos.

Final. Renunciar a todo

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Ésta es la torre de Jesús, ésta su guerra: no necesita nada más que el amor de la gente, el amor y la vida de aquello que saben renunciar a todo… Sólo así, cuando no se apegan a nada, cuando no quieren nada para sí mismos pueden tenerlo todo… buscando el Reino, que es don y regalo, que es gracia…

            Jesús no pone ninguna condición (saber latín, hacer teología…), no quiere gente que tenga carreras ilustres (para hacer torres, para ganar guerras…). Quiere gente que sea capaz de renunciar, de de-construir torres, de de-sertar de guerras… Gente que renuncie a todo en amor, para tener todo, de forma distinta, en amor de Reino.

SEGUNDA PARTE (Lc 14,28‒33). EL PROYECTO DE JESÚS

  Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirma que, para ser discípulo suyo, en camino de Reino hay que renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22):

 ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33) [1].

 La cuestión de fondo está en el paso de las dos primeras comparaciones, que son como premisas, en línea de cálculo económico-militar, a la tercera, que es la conclusión. El oyente o lector está esperando también en el tercer momento un tipo de “crescendo” en la línea de los casos anteriores(más dinero, más soldados…), pues seguir a Jesús es más costoso y arriesgado que edificar una torre o ganar una guerra, que son sin duda empresas de gran coste; más costoso debería ser por tanto el seguimiento de Jesús, de modo que cada uno tendría qua calcular muy bien los bienes o medios que tiene para decidirse a favor de Jesús (de su Reino).

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“Anticampaña electoral”. Domingo 23 ciclo C

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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852215AD-98BF-4568-9778-67D5020A4886Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quede completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún que ésta. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico es pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

La multitud y los discípulos

            Para entender el evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos grupos. El evangelio de Lucas habla a menudo de la multitud de gente que acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen al zonas descampadas (9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más.

            Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y dos para enviarlos de misión (10,1).

El problema

            El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones.

Primera condición: renuncia a lo más querido

            Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 

            En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:

            Dijo a sus padres: No os hago caso;

            a sus hermanos: No os reconozco;

            a sus hijos: No os conozco.

            Cumplieron tus mandatos

            y guardaron tu alianza.

             (Deuteronomio 33,9)

            Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos.

            En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo.

Segunda condición: arriesgar la fama y la vida

            Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

            Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23).

            La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir.

            El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

Una pausa para reflexionar y desanimar

            Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento. «Antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo.»

            ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?  No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

            ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Lo mismo vosotros.

            Por consiguiente, antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo. Evidentemente, Jesús no se parecía en nada a esos directores espirituales que animaban a los y las jóvenes a entrar en el seminario o el noviciado sin pensarlo seriamente.

Tercera condición: renuncia a los bienes materiales

            El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

            A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al joven rico (aunque Lucas lo presenta como un jefe): Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.      Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28).

Nada nuevo bajo el sol

            Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.

   Mientras iban de camino, uno le dijo:

   ‒ Te seguiré adonde vayas.

 Jesús le contestó:

  ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.

A otro le dijo:

   ‒ Sígueme.

 Le contestó:

    ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

   Le replicó:

    ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.

 Otro le dijo:

    ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

 Jesús le replicó:

 ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.

¿Exigencias para todos los cristianos?

            En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

            El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

            Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente sí tuvieran que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, y en la que los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús supuso en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, e incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano.

El misterio

            Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, un padre de la Iglesia que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.

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XXIII Domingo Ordinario. 4 septiembre, 2022

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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“Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo:…”

(Lc 14, 25-33)

Renunciar, no está de moda, ni mucho menos. Es una palabra que no resuena bien en nuestro interior y por tanto no la utilizamos en nuestras conversaciones. Parece que el hecho de renunciar a algo es similar a perder la libertad, esa que te permite hacer lo que quieres, sientes o piensas. Sin embargo cada día hacemos renuncias, aunque no pongamos atención en ellas o no las consideremos importantes. De hecho, por aquello de que todo el mundo lo hace, nos conformamos con seguir inercias que nos vacían o nos hieren profundamente. Lo diferente asusta, llama la atención, crea crítica y provoca nerviosismo….

Pero Jesús nos habla de renuncia en el Evangelio. No lo dice de pasada, se detiene, se vuelve a quienes le siguen, hacia quienes le queremos seguir, y, con claridad, explica lo que significa el seguimiento. Habla a mucha gente y no se deja seducir por los números, no pone “paños calientes” a la multitud. Invita a cambiar sus esquemas y a tomar una decisión, a re-enunciar, o re-elaborar, o re-pensar las relaciones, la  propia vida, las posesiones… para poder ser discípulo o discípula en verdad y autenticidad.

Llama la atención cómo este texto tan incisivo llega hasta nuestros días, a nuestra cultura, fresco como una lechuga; lo entendemos perfectamente, no hacen falta interpretaciones. Lo que sí hace falta es tomar esa decisión que te hace doblar la espalda para tomar la propia miseria, y con ella, ponerse en camino.

El primer paso es desearlo:

¿Quieres ser discípula de Jesús? ¿Reorientar tu vida, tus afectos, tus bienes tu todo hacia su Todo?

Oración

Para este camino una oración de la Madre Teresa de Calcuta:

Líbrame, Jesús mío,
del deseo de ser amada,
del deseo de ser alabada,
del deseo de ser honrada,
del deseo de ser venerada,
del deseo de ser preferida,
del deseo de ser consultada,
del deseo de ser aprobada,
del deseo de ser popular,
del temor a ser humillada,
del temor de ser despreciada,
del temor de sufrir rechazos,
del temor de ser calumniada,
del temor de ser olvidada,
del temor de ser ofendida,
del temor de ser ridiculizada,
del temor de ser acusada…

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No podemos caminar en dos direcciones.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Lc 14,25-33

Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final… Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra dirección.

Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere…” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.

No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer o seguridades. El fin que el instinto quiere garantizar es bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto.

Tres son las exigencias que propone Jesús: .- Posponer a toda su familia. .- Cargar con su cruz. .- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra.

Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.

El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que ese amor está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más también a nuestros familiares.

Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso, el profesar un verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros.

Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo.

Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de todos lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo puede ser causa de miseria para otros.

Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor.

En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Para que un avión despegue debe alcanzar una velocidad crítica. Si no la consigue, seguirá rodando por la pista indefinidamente. Es lo que hacemos nosotros.

Antes de poner los cimientos de un edificio debemos calcular si podré terminarlo con los medios que tengo. Si no me alcanza, es mejor que no empiece a construir porque será perder lo que tengo. Si declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el que va a salir perdiendo soy yo. Los cristianos nos conformamos con rodar y rodar por la pista sin darnos cuenta de que estamos haciendo el ridículo. Estamos diseñados para despegar. Si nos conformamos con rodar, nuestro diseño no ha servido para rada. Bien entendido que lo logrado no va ser el resultado de nuestro esfuerzo.

Meditación-contemplación

Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
Solo la sabiduría puede llevarme a la meta.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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