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Dios no tiene que justificarme ni condenarme.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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Lc 18,9-14

Hoy tenemos dos inconvenientes. Primero, que se trata de una parábola y la parábola tiene un único mensaje. El resto es relleno. Segundo, en todo el NT enseña la patita el maniqueísmo. Lo tenemos metido hasta el tuétano. Bueno/malo, espíritu/materia, luz/tiniebla. Pero resulta que nada es banco o negro. La realidad es una serie infinita de grises. Hoy se nos invita a ponernos de parte del publicano y en contra del fariseo y nos quedamos todos tan anchos. El fariseo tiene muchas cosas buenas que pasamos por alto y el publicano tiene muchas cosas malas que voluntariamente olvidamos.

Lucas, en la introducción a la parábola, lo deja claro: “por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” El fariseo se siente excelente y falla en su apreciación. El publicano se siente pecador y falla al considerar que Dios está lejos de él, por eso tiene que insistir en pedir un perdón que Dios ya le ha otorgado. Lo más normal del mundo sería alabar al que era bueno y criticar al malo, pero a los ojos de Dios todo es diferente. Dios es el mismo para los dos, uno le acepta por su gratuidad, el otro pretende poner a Dios de su parte por la bondad de sus obras.

Este mensaje se repite muchas veces en los evangelios. Recordemos la frase de Mateo: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. ¿A quién dijo eso Jesús? A los cumplidores de toda la Ley, que hoy serían los religiosos de todas las categorías. Aún hoy, desde nuestra visión raquítica del hombre y de Dios, nos resulta inaceptable esta idea. Seguimos juzgando por las apariencias sin tener en cuenta las actitudes personales, que son las que de verdad califican las acciones de las personas. Y lo que es peor, nos preocupa más lo que hacemos que lo que sentimos.

Dios está cerca de los dos, pero el publicano reconoce que la cercanía de Dios es debida a su amor incondicional. En consecuencia el publicano está más cerca de Dios a pesar de sus pecados. El fariseo cree que Dios tiene la obligación de amarle porque se lo ha ganado. “Los buenos de toda la vida” tienen mayor peligro de entrar en esta dinámica. Si nos atreviésemos a pensar, descubriríamos lo absurdo de esa postura. Todo lo bueno que puedo descubrir en mí viene de Él, que desde lo hondo de mi ser lo posibilita.

Dios no me quiere porque soy bueno sino porque Él es amor. Si parto del razonamiento farisaico, resultaría que el que no es bueno no sería amado por Dios, lo cual es un disparate. Este razonamiento parte de la visión ancestral que los seres humanos tenían de Dios, pero tenemos que dar un salto en nuestra concepción de un dios separado y ausente, que exige nuestro vasallaje para estar de nuestra parte. Dios no me puede considerar un objeto porque nada hay fuera de Él. El fallo más grave que podemos cometer como seres humanos es precisamente considerarnos algo al margen de Dios.

Dios me está aportando lo que soy antes de empezar a existir, es ridículo que pueda merecerlo. Lo que sí puedo y debo hacer es responder conscientemente a ese don y tratar de agradecerlo, desplegándolo en mi vida. Si no respondo adecuadamente a lo que Dios es para mí, la única actitud adecuada es reconocerlo, pedirle perdón y agradecerle que siga amándome a pesar de todo. Estas simples reflexiones me llevarán a la consecuencia de que no tengo que ser bueno para que Dios me ame, porque Él me quiere y no puede fallarme. Voy a intentar ser agradecido fallándole menos.

También tendrían consecuencias para nuestra relación con los demás. Amar al que se porta bien conmigo no tiene ningún valor. Es lo que hacemos todos, pero tenemos que revisar esa actitud. Si me porto humanamente con aquel que no se lo merece, estaré dando un salto de gigante en mi evolución hacia la plenitud. Ser más humano me hace a la vez, más divino. Hemos interiorizado que debíamos actuar divinamente, aunque ese intento llevara consigo el olvidarse de nuestra humanidad. Los altares están llenos de santos que se olvidaron por completo de las relaciones verdaderamente humanas.

El evangelio nos propone dos modos de orar, no solo distintos sino completamente contrarios. Cada oración manifiesta la idea de Dios que tiene uno y otro. Para uno, se trata de un Dios justo, que me da lo que merezco. Para el otro, Dios es amor que llega a mí sin merecerlo. Ojo al dato, porque todos estamos más cerca del fariseo que del publicano. Una vez más tengo que advertir de la importancia de hacer una reflexión seria sobre este asunto. No basta ser bueno por una acomodación estricta a la norma. Hay que ser humano, respondiendo a las exigencias de nuestro auténtico ser.

He tenido problemas serios cada ver que he dicho que Dios ama a todos de la misma manera. La respuesta automática era: “Dios es amor, pero es también justicia”. Implícitamente me estaban diciendo: ¿Cómo me va a amar Dios a mí, que cumplo su santa voluntad, igual que a ese desgraciado que no cumple nada de lo que Él manda? Una vez más estamos exigiendo a Dios que sea justo a nuestra manera. Para superar esta tentación debemos abandonar la idea de una religión que me viene de fuera. El hecho de que venga de Dios no cambia la mezquindad de la perspectiva.

Debemos descubrir la bondad de lo mandado y no conformarnos con el cumplimiento de la norma. Ese descubrimiento no es tan fácil como parece. Ningún acto u omisión son buenos porque están mandados. Están mandados porque lo exige mi ser más profundo, más allá de mi ego superficial. Para descubrir esas exigencias tengo que aprovecharme de la experiencia de aquellos que lo han descubierto, pero en ningún caso quedo dispensado de experimentarlo por mí mismo. Sin esa experiencia, toda la religiosidad se queda reducida a un puro ropaje externo que no toca lo profundo de mi ser.

El desaliento, que a veces nos invade, es consecuencia de un desenfoque espiritual. Nada tienes que conseguir ni por ti mismo, ni de Dios. Dios ya te lo ha dado todo y te ha capacitado para desplegar todo tu ser. No tengas miedo a nada ni a nadie. Tu ser profundo no lo puede malear nadie, ni siquiera tú mismo. Tus fallos son solo la demostración de que no has descubierto lo que eres, pero las posibilidades de descubrir esa plenitud siguen intactas. Las limitaciones que descubro cada día, y que tanto nos hacen sufrir, no pueden malograr todas las posibilidades que me acompañan siempre.

Cuando te sientas abrumado por tus fallos, descubre que para Dios eres siempre el mismo, único, irrepetible, necesario para el mundo y para Dios. La autoestima es imprescindible para poder desarrollarte, pero nunca puede apoyarse en las cualidades que puedes tener o no tener. Esa pretensión de apoyar la autoestima en las cualidades, adquiridas o por adquirir, nos llevará siempre a un rotundo fracaso. Tomar conciencia de que lo que soy no depende de mí es la clave para una total seguridad en lo que soy.

Meditación-contemplación

No te conformes con aceptar la religión como programación.
Aprovecha la experiencia de otros para conocerte mejor.
Descubre tu ser verdadero y actúa en consecuencia.
Lo humano que hay en ti, tienes que desplegarlo.
Baja a lo hondo de tu ser y descubre lo que eres.
No tienes que alcanzar nada, solo vivir lo que ya eres.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Otra vez los talentos.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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Lc 18, 9-14

«Os aseguro: éste último bajó a su casa justificado, y el otro no»

Corremos el riesgo de interpretar esta parábola con nuestra mentalidad de cristianos del siglo veintiuno y llegar a conclusiones que quizá no coincidan con la intención del autor. Por ejemplo, podemos pensar que no quedó justificado porque con su conducta escrupulosa solo pretendía hacerse “acreedor” a la vida eterna, pero, por una parte, esto no se desprende del texto, y por otra, ésa es una creencia legítima que aún hoy es compartida por muchos.

Tampoco podemos afirmar que no quedó justificado por su prepotencia; por su falta de humildad al considerarse mejor que los otros hombres, porque si leemos el pasaje con rigor y detenimiento, veremos que no se está arrogando mérito alguno, sino que le está dando gracias a Dios por lo recibido. Menos aún nos podemos apoyar en la última frase del texto de hoy —«el que se ensalce será humillado y quien se humille será ensalzado»— porque, según los especialistas, este epílogo es un simple añadido parenético que además resulta poco apropiado al texto.

Nos encontramos pues ante la paradoja de un hombre justo, que dedica su vida a ser grato a los ojos de Dios, que se dirige a Dios en actitud de acción de gracias, y que, según el evangelio, no queda justificado… y la pregunta es… ¿por qué?…

Probablemente, para entenderlo sea preciso partir de la parábola de los Talentos, pues, al parecer, el fariseo había recibido mucho y lo había invertido todo en su propia perfección. Al igual que el fariseo de la parábola, cada uno de nosotros ha recibido muchos talentos en forma de inteligencia, iniciativa, habilidad, simpatía, liderazgo … pero no los hemos recibido para que nos sirvamos de ellos, sino para que den fruto. Y esto debe hacernos reflexionar, y quizá por ello, Ruiz de Galarreta decía: «No me preocupan nada mis pecados; me preocupan mis virtudes» … mis talentos.

Y volvemos a un mensaje recurrente en el evangelio: lo importante son los frutos; «Por sus frutos les conoceréis» … «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro…». De nada les sirve al sacerdote y al levita que bajaban a Jericó su condición sagrada, porque Jesús pone de ejemplo al odiado samaritano que se conmueve ante la desgracia ajena y socorre a la víctima. De nada le sirve al fariseo de la parábola de hoy su fe en Dios, su conocimiento de la Ley y el cumplimiento con largueza de la misma, porque lo que Dios espera de nosotros es otra cosa; es amor, compasión, servicio… frutos.

Para los fariseos lo primero es la Ley. Para Jesús lo primero son las personas, y si la Ley no sirve a las personas, es que no sirve para nada. De esta radical diferencia a la hora de concebir la religión vino el permanente enfrentamiento entre ellos; y de ella también su desenlace.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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De fariseos y publicanos.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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fariseoypublicanoLc 18, 9-14

DOMINGO 30º T.O. (C)

Lc 18, 9-14

El Evangelio juzga con severidad a los fariseos, grupo de judíos nacionalistas, rigoristas, tradicionales y legalistas. No sienten la necesidad de conversión. Aferrados a sus opiniones y creencias personales, desprecian a los humildes. La soberbia les impidió conocer a Jesús como enviado de Dios.

El fariseísmo, también hoy, como sistema de pensamiento y de conducta, se formula como una religión formalista y exterior, sin interiorización personal. Está más atento a la letra, a las fórmulas celebrativas que al espíritu, exagera los actos de los hombres frente a Dios, es soberbio e hipócrita. Es, además, guardián celoso de la pureza legal, ritualista, tiquismiquis. ¿Quién no se ha topado en la Iglesia, en la escuela, con este modelo representativo de algún obispo, sacerdote, religioso/a, maestro/a? ¿Tal vez yo mismo/a?

Hoy se advierte en ciertos ámbitos de la sociedad una moral farisea, anacrónica, a saber, la de quienes manifiestan públicamente unas normas determinadas y a escondidas se guían por otras (especialmente en lo que a la moral sexual se refiere, léase, los abusos de pederastia, la manipulación de las conciencias, la discriminación por razón de género, sexo, estado, etc.); aquellos que se escandalizan de actos humanos de escasa importancia y se acogen a derechos y privilegios que se justifican sólo por la herencia, por su posición, apelando a la tradición, por el ejercicio del poder. Defienden la ley cuando les conviene y en otros momentos proclaman la primacía de su conciencia.

El espíritu fariseo se manifiesta en todos los tiempos, nos atañe a todos; es radicalmente opuesto al espíritu cristiano. De hecho, es una amenaza constante del cristianismo, ya que tiende a reducirlo a una secta de rígidas reglas y cumplimientos legales, sin universalidad y sin perdón. También los cristianos tenemos zonas de fariseísmo; son aquellos ámbitos personales que se resisten a la conversión.

En el Evangelio de hoy, vemos que la única oración que Dios acepta es la del publicano. Aquellos subalternos judíos, encargados por Roma de cobrar impuestos. Por su oficio y, con frecuencia, por su proceder tramposo se los tenía por pecadores. Sin embargo, Jesús acogía a todos y comía con ellos (Mc 2,15-16). Los maestros de la ley y los fariseos criticaban este proceder (Lc 15,1-2). En los evangelios Jesús aparece en continuas disputas con este grupo. Su mensaje se basa en la compasión y en la gracia. Pero ellos no están dispuestos a cambiar su ideal de perfección y exigencia, del premio y del mérito.

Esta parábola desmonta dos actitudes frecuentes que pueden pasarnos por alto: la indiferencia y la religiosidad basada en el enaltecimiento, en la “medalla”; religiosidad en la que paradójicamente fuimos formados durante años y que tan bien refleja la parábola de “los trabajadores de la viña” (Mt 20,1-16), que rompe nuestros esquemas y nos hace exigir nuestra recompensa. En realidad, ambas actitudes no son más que manifestaciones de nuestro ego en el modo de situarnos ante la vida y en lo religioso. El ego es incapaz de compasión; vive aferrado a sus seguridades, a sus necesidades, a sus miedos, para que nadie venga a arrebatarle lo que tanto trabajo le costó alcanzar. Asimismo, es incapaz de vivir la gracia, la gratuidad; su vida está planteada, calculada, para que todas sus acciones tengan recompensa, y en lo religioso necesita ser salvado, situarse por encima de “los otros” porque es fiel cumplidor y espera que Dios le recompense adecuadamente todos sus esfuerzos y sacrificios.

Es la tentación del triunfalismo que todos podemos sentir y que Pablo expresa magníficamente en su Carta a los Corintios (2 Cor 12,7b-10). La clave es justamente el agradecimiento a Dios por nuestras debilidades: limitaciones, dificultades físicas, ofensas recibidas, falta de empatía con personas concretas, críticas duras… porque todo ello es motivo de conversión gozosa, no de juicios, sino de cambio interior profundo, de humanización permanente, de ofrecer valores en lugar de imponer normas.

En esta parábola se denuncia precisamente esa religiosidad basada en el mérito. De hecho, “Jesús la dice por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Es una religiosidad que coloca a la persona en un plano de superioridad (con derecho a juzgar a los demás, en actitud de constante comparación e incluso desprecio hacia el/a diferente, personas que abusan de las libertades por las que otros han luchado, personas en el fondo “no reconciliadas” consigo mismas. Aquello que condenamos en los otros, está también oculto y reprimido en nosotros. Cuando juzgamos o desacreditamos, conscientes o no, nos mostramos a nosotros mismos. Por el contrario, al reconocer nuestra propia debilidad, desaparecen los juicios, las descalificaciones y entramos en el ámbito de la compasión, de la gracia.

Es significativo también el lenguaje de gestos. El fariseo erguido, orgulloso, en lugar destacado. El publicano situado detrás, sin atreverse “a levantar los ojos al cielo”. El primero pregonando sus méritos, el segundo admitiendo su debilidad, susurraba: “Ten compasión de este pobre pecador”.

Respecto a la indiferencia como apuntaba más arriba, nos duele, y mucho, la reciente muerte de una joven kurda, Mahsa Amini, tras ser detenida en Teherán por la policía de la moralidad, encargada de hacer cumplir las reglas de indumentaria impuestas a las mujeres iraníes (o el burka de las mujeres afganas), pero nos dejan indiferentes las arbitrarias interpretaciones bíblicas, teológicas, el soporte jurídico del CIC [1], especialmente antievangélico, y el comportamiento de una parte de la jerarquía empeñada en ignorar y silenciar la voz de las mujeres en la Iglesia durante décadas [2].

En ese sentido y desde el Evangelio de Jesús, ¿somos fariseos o publicanos?

¡Shalom!

 

Mª Luisa Paret

 

[1] CIC Código de Derecho Canónico

[2] http://www.redescristianas.net/la-revuelta-de-mujeres-en-la-iglesia-hasta-que-la-igualdad-se-haga-costumbre-manifiesto/

https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/14259-la-revuelta-de-las-mujeres-en-la-iglesia.html

Fuente Fe Adulta

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Una breve parábola que contiene todo un tratado de psicología y espiritualidad

Domingo, 23 de octubre de 2022
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 ED7C8DF9-88AF-46B0-AE44-1B3011A59BF7Domingo XXX del Tiempo Ordinario

23 octubre 2022

Lc 18, 9-14

Quienes han sido educados en el “ideal de perfección” y, además, sienten que se han tenido que “esforzar” para “cumplir” lo requerido, suelen alimentar un sentimiento de “superioridad moral” con respecto a los demás, por cuanto se creen “más perfectos” y -como en el caso del fariseo de la parábola- aportan sus credenciales.

Con frecuencia, el intento por “ser mejor” suele producir el efecto contrario, no solo porque cuanto más se lucha contra algo, más se refuerza; no solo porque ese mismo esfuerzo voluntarista suele producir neurosis, sino porque en lugar de favorecer la desapropiación del ego, este se fortalece.

El objetivo del trabajo psicológico es construir un yo lo más “sano” -integrado, unificado, armonioso- posible; el del trabajo espiritual, trascender el yo, porque comprendemos que nuestra identidad trasciende nuestra personalidad.

Pues bien, tanto en el plano psicológico como en el espiritual, únicamente se puede crecer a partir del reconocimiento y aceptación de la propia verdad, de toda nuestra verdad. Solo la verdad construye y libera. Solo la aceptación de la propia verdad -como concluye Jesús en la parábola- “reconcilia” y nos permite vivir como personas reconciliadas con nosotros mismos, con los demás y con la realidad.

La búsqueda de perfección -sin negar el valor de la misma cuando se entiende y se vive de manera ajustada, es decir, desde la humildad o aceptación de la propia verdad- conlleva con frecuencia un movimiento de represión de todo aquello que, teóricamente, chocaría con la perfección buscada. Por tanto, se reprime y se genera sombra que, a continuación, se proyectará en los demás, como hace el fariseo con el publicano.

Movidas por un “ideal de perfección”, no es raro que las personas se conviertan en jueces tan implacables como injustos, ya que no advierten que todo aquello que les crispa de los demás habita también en ellos.

Por el contrario, el conocimiento propio y la aceptación de toda nuestra verdad -también aquella que habíamos tratado de ocultar y reprimir-, es decir, el reconocimiento de la propia sombra, nos baja del pedestal en el que nos había instalado nuestro orgullo neurótico exigiéndonos ser “perfectos” y nos humaniza: la aceptación de toda nuestra verdad elimina el juicio a los otros, nos hace humanos, humildes y compasivos.

En una breve parábola, Jesús ofrece un tratado completo de psicología y de espiritualidad.

¿Vivo más el juicio o la compasión?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los fariseos (incluidos los de hoy) de la historia se sienten muy seguros. Los publicanos siempre confían en la compasión de Dios.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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fariseoypublicanoDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Dios es compasivo

En la parábola del fariseo y el publicano que acabamos de escuchar aparecen, una vez más, los grandes y humildes temas cristianos: el mensaje de compasión, consuelo y perdón de Dios ante la miseria y el pecado humano.

Jesús y el Dios -Padre de Jesús- tienen alergia a la autosuficiencia y fanfarronería de los orgullosos y fariseos.

Pero nos quedaríamos en una visión superficial de esta parábola si únicamente viésemos en ella un enfrentamiento entre el orgullo del fariseo y la humildad del publicano. No es que el publicano sea humilde –que lo es-, sino que confía en la misericordia de Dios: Ten compasión de mí.

El cristianismo es compasión, siempre compasión y misericordia.

02.- La Actitud farisaica no se fía ni de Dios.

Ante este Dios bueno y perdonador el fariseoes el representante de un tipo de religión, que tiene por base la auto.seguridad, auto.suficiencia y, por tanto, el fariseo no necesita propiamente ninguna ayuda de Dios. Dios es un mero espectador de su auto.salvación y de su auto.incensación.

El fariseo propiamente no debe nada a Dios. Para el fariseísmo Dios es un mero inspector de hacienda que pasa revista a la infinidad de cosas religiosas que ha hecho bien. El fariseo no cree ni necesita de Dios: el fariseo, como tantas posturas católicas creen en sí mismos, son unos creídos… La actitud farisea no cree en el perdón, en la gratuidad de la salvación, no cree en la redención de Cristo, el fariseo no cree a Dios, desconfía de Dios y únicamente cree en sí mismo y se fía de sí mismo y de sus obras, “por si acaso Dios no es bueno” voy a hacer esto y lo otro… El fariseo no cree en la gracia por eso no tiene que agradecer nada a Dios, todo lo logra por sí mismo… El fariseo no se fía ni de Dios.

Nosotros no podemos hacer nada para salvarnos, nada más que acoger la gracia y la bondad que Dios nos ofrece. Habéis sido salvados (justificados) por pura gracia, (Efesios 2).

En el fariseo y fariseísmo todo gira con fuerza en torno al “yo”: sus acciones, su justicia, sus méritos etc…

03.-Señor, ten compasión de mí

La postura del publicano es de gran contenido humano y cristiano. El publicano es un hombre pecador y que se sabe pecador, reconoce su culpa y recuerda –como el hijo perdido- la bondad del Padre: ¡Señor, ten compasión de este pecador! El publicano es un hombre religiosamente condenado, que sabe que no tiene salida porque no puede hacer nada para salvarse: solamente le queda -nos queda- una posibilidad de salvación: la compasión del Padre y de Cristo Jesús, es decir caer confiadamente en brazos de Dios misericordioso: poner su confianza en el Padre del hijo pródigo, en Jesús que acoge a la adúltera, en el buen Pastor que sale a buscar la oveja perdida, en el mismo que cena con Zaqueo, en el mismo que da la vida a la hemorroísa y perdona al buen ladrón.

La actitud del publicano es humilde: misericordia, Dios mío por tu bondad (salmo 50), no por mis acciones… Misericordia, Señor, porque eres bueno y tu misericordia es eterna (salmo 99). Para el publicano su único punto de apoyo es el Señor, que es bueno y rico en misericordia, (salmo 85).

El publicano desde su pecado reconoce y es comprensivo con el pecado de los demás. Si yo soy el primero que peca cómo no voy a comprender a los demás que también pecan. ¿Cómo voy a lanzar una pena, una excomunión, una condena contra mi hermano si yo soy más pecador que él?

El publicano no es un hombre seguro de sí mismo, “pagado de sí”, el publicano confía en Dios y admite la crítica de su pensamiento y de su actuación. El publicano es un hombre que agradece infinitamente la comprensión y la gracia -lo gratuito- de la salvación de Dios.

04.-El fariseo no salió justificado, el publicano, sí.

El fariseo no salió justificado (tampoco le hacía falta…). Este tipo de personas no necesitan justificación, ya están justificadas por sí mismas.

El publicano es quien queda justificado por la bondad de Dios.

Algunos años más tarde a esta parábola, San Pablo, inicialmente fariseo, romperá con el esquema religioso de la ley. La ley mata, la circuncisión y el rito son puro cuento, el cumplimiento no sirve para nada más que para satisfacer la arrogancia del ego. Sois hijos de la libertad y del espíritu. Estáis justificados por pura gracia y don de Dios.

Os digo que el publicano salió justificado y el fariseo, no.

¡Ten compasión de mí, de nosotros!

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Persistiendo como la viuda: un viaje de un católico transgénero a la oración

Lunes, 17 de octubre de 2022
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F1176EAF-0758-4818-B46C-6F48B67BB2F2Michael Sennett

La reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Michael Sennett, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 30 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Advertencia de contenido: la publicación de hoy contiene menciones de suicidio.

Tengo una confesión que hacer. Durante un período de mi vida, temía la oración absolutamente.

A los 14 años, me di cuenta de que era transgénero. Desafortunadamente, había pocos recursos a mi disposición. Aunque recuerdo con cariño la Guía de recursos de Hudson, un sitio web dedicado al asesoramiento para la gente Trans Masculina, la mayoría de los medios se burlan y vilizaron a las personas transgénero. Debido a las opciones limitadas disponibles para mí, me aferré a lo que estaba familiarizado: la Iglesia Católica.

Los mensajes que encontré en la iglesia no afirmaban. El clero y los laicos describieron la rareza como una enfermedad que podría curarse. Cuando era adolescente, no sabía que había parroquias católicas y espacios en línea que me aceptarían con los brazos abiertos. Recé, rogándole a Dios que me arreglase, pero nada cambió. Cuando finalmente armé de valor a los 16 años para salir, mi familia estaba aceptando y mis amigos me apoyaron. Sin embargo, todavía pensaba que Dios me odiaba. Todas las noches, me acostaba en la cama y suplicaba a Dios en la oración para que reparase mi identidad.

Este primer acercamiento a la oración se basaba en suplicar a Dios por desesperación. No tenía intención de escuchar o tener en cuenta. Cuando no había evidencia de que mis oraciones fueran respondidas, es decir, que ya no sería trans, perdí el corazón y me cerré. Este estilo no cultivó una fructífera devoción. En cambio, me sumergió en oleadas de cansancio. Convencida de que estaba rota y no era querida, busqué una manera de escapar del dolor y el miedo que pesaba mucho en mi corazón. En mi desesperación, solo había una solución. Hoy hace diez años intenté suicidarse.

Afortunadamente, he recibido la gracia de la curación. Es cierto que la cura no era lo que esperaba. El capellán que me visitó en la unidad psiquiátrica compartió conmigo Escrituras esperanzadoras. Un sacerdote con el que hablé más tarde ese año me aseguró que ser trans no es un pecado. Las Hermanas de la Misericordia con las que tuve el privilegio de reunirme en la universidad pacientemente me enseñaron cómo rezar genuinamente. Un jesuita que conocí durante esos años enfatizó la importancia de la autenticidad en la relación con Dios. Mi identidad transgénero no era lo que necesitaba reparación, era mi forma de oración.

D4AB5D5D-EF29-492F-A759-B99E18A9CE07En el Evangelio de hoy (Lucas 18: 1-8), Jesús le dice a la parábola de una viuda persistente y un juez deshonesto. Admiro a la viuda por no cesar en su búsqueda de justicia. El juez, que ni teme a Dios ni respeta a ningún ser humano, no está inclinado a concederle una decisión justa. Solo para evitar sus apelaciones incesantes, el juez finalmente emite una decisión justa para la viuda.

A diferencia de la viuda persistente, una vez me rendí rápidamente cuando me enfrenté a la injusticia. Jesús nos asegura que Dios sin duda “asegurará los derechos de sus elegidos que le llaman día y noche”. Si nos mantenemos firmes en la oración, no debemos preocuparnos: Dios nos atenderá. Sin embargo, la fe no siempre es fácil de mantener. Personas LGBTQ+ católicos y aliados podrían luchar con la fe frente a la injusticia persistente. Ciertamente lo hice. ¿Cómo permanecemos siendo fieles, como Jesús espera de nosotros, incluso en medio de la decepción de las oraciones que parecen quedar  sin respuesta?

La persistencia es clave. La persistencia en la oración no significa que simplemente hagamos demandas para que Dios nos las conceda. Dios no es un genio que otorga deseos. Nuestro creador amoroso quiere estar en relación con nosotros. Tomar conciencia de la presencia de Dios, nos conecta mejor. Meditar sobre las Escrituras o imaginar una escena de los Evangelios, permitiendo que el Espíritu nos guíe, nos ayuda a reconocer lo que Dios está tratando de decirnos. La incomodidad y las distracciones pueden aparecer, pero considera a dónde te llevan. Dios no ignora nuestras oraciones, pero las respuestas no siempre son lo que pensamos. Como cualquier otra habilidad, la oración requiere práctica.

Nuestra persistencia es importante porque Dios es persistente con nosotros. En retrospectiva, sé que he sido testigo de la presencia de Dios muchas veces. En mi tía Carol que me visitaba en el hospital todos los días para jugar a las cartas y animarme. A través de los sacrificios de mis padres por mí y mis hermanas. En los magníficos colores de una puesta de sol sobre el océano. Dios está constantemente acercándose a nosotros. Cuando aceptamos la invitación y persistimos en nuestra comunicación con Dios, nuestra propia fe se fortalece. La persistencia me ha alentado a comenzar recientemente los Ejercicios Espirituales, a discernir verdaderamente dónde Dios está guiando mi futuro.

Jesús oró. Oró antes de las comidas, por la mañana y por la noche. Oró en momentos de alegría y tristeza. Jesús oró durante su bautismo y su pasión. Oraba diariamente sin desanimarse. Esta es una lección para nosotros. No deberíamos desanimarnos si creemos que nuestras oraciones no han sido respondidas, deberíamos pedir la gracia para ver la respuesta de Dios en nuestras vidas. ¿Encontrará Jesús fe en la tierra cuando regrese? Solo si devolvemos la energía persistente de Dios en nuestra propia oración para mantener la fe que Jesús anhela encontrar.

—Michael Sennett (he/him), Octubre 16, 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Dios no es imparcial”. 29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

Domingo, 16 de octubre de 2022
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La parábola de Jesús refleja una situación bastante habitual en la Galilea de su tiempo. Un juez corrupto desprecia arrogante a una pobre viuda que pide justicia. El caso de la mujer parece desesperado, pues no tiene a ningún varón que la defienda. Ella, sin embargo, lejos de resignarse, sigue gritando sus derechos. Solo al final, molesto por tanta insistencia, el juez termina por escucharla.

Lucas presenta el relato como una exhortación a orar sin «desanimarnos», pero la parábola encierra un mensaje previo, muy querido por Jesús. Este juez es la «antimetáfora» de Dios, cuya justicia consiste precisamente en escuchar a los pobres más vulnerables.

El símbolo de la justicia en el mundo grecorromano era una mujer que, con los ojos vendados, imparte un veredicto supuestamente «imparcial». Según Jesús, Dios no es este tipo de juez imparcial. No tiene los ojos vendados. Conoce muy bien las injusticias que se cometen con los débiles y su misericordia hace que se incline a favor de ellos.

Esta «parcialidad» de la justicia de Dios hacia los débiles es un escándalo para nuestros oídos burgueses, pero conviene recordarla, pues en la sociedad moderna funciona otra «parcialidad» de signo contrario: la justicia favorece más al poderoso que al débil. ¿Cómo no va a estar Dios de parte de los que no pueden defenderse?

Nos creemos progresistas defendiendo teóricamente que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», pero todos sabemos que es falso. Para disfrutar de derechos reales y efectivos es más importante nacer en un país poderoso y rico que ser persona en un país pobre.

Las democracias modernas se preocupan de los pobres, pero el centro de su atención no es el indefenso, sino el ciudadano en general. En la Iglesia se hacen esfuerzos por aliviar la suerte de los indigentes, pero el centro de nuestras preocupaciones no es el sufrimiento de los últimos, sino la vida moral y religiosa de los cristianos. Es bueno que Jesús nos recuerde que son los seres más desvalidos quienes ocupan el corazón de Dios.

Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.

José Antonio Pagola

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Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan. Domingo 16 de octubre de 2022. 29º Ordinario

Domingo, 16 de octubre de 2022
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54-ordinarioc29-cerezoDe Koinonia:

Éxodo 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Salmo responsorial: 120: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
2Timoteo 3, 14-4, 2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Lucas 18, 1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello, además de trabajar duro, deberán ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque no siempre suele suceder así en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.

No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.

En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella. Leer más…

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16.10.22. Grito de asesinados; rebelión de viudas contras jueces (Lc 18, 1-8; Dom 29 TO

Domingo, 16 de octubre de 2022
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juez250Del blog de Xabier Pikaza:

Henry Dumery escribió un famoso libro titulado “la fe no es un grito”; es conocimiento razonado, elevación  del “alma”, razón clara, justicia. Por su parte,  J. de Dios Martin Velasco comentó ese libro en una tesis doctoral fuerte sobre Dumery.

Pero, a pesar de las razones de Dumery y M. Velasco,  la fe es también (y sobre todo) grito ante la sangre de los asesinados.rebelión de viudas, protesta contra jueces de falsa justicia que desoyen por sistema a los pobres y excluídos de su des-orden social.

Más allá de un tipo de razón judicial que quiere arreglarlo todo con justicia insuficiente y partidista (opresora), está el grito de Jesús en la Cruz (Mc 14, 34), el rugido apocalíptico de los asesinados (Ap 6, 9) la rebelión de la viuda de este evangelio de hoy, que quiere pegar en la cara al juez injusto.

Texto. Lc 18 1, 8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)

 Introducción

En el principio era la palabra, dice Jn 1,1. Pero esa palabra puede tener muchos tonos y matices: Puede ser palabra de amor, razonamiento filosófico, parlamente político, imposición dogmática… Pero, en un momento dado, la primera palabra puede y debe ser el grito de dolor y de protesta, en contra de las malas razones, de jueces y manipuladores de la razón (sin-razón) a su servicio. La fe es un grito en contra de todos los asesinatos de la historia. En esa línea, el  evangelio de hoy concede la palabra de una viuda que no tiene “juez” que la defienda (en su vida) fe y que protesta, pidiendo justicia, dispuesta a pegar en la cara al mismo juez.

Esta viuda está en la línea de otras que van aparecido en  el evangelio de Lucas:  (a) La del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37). (b) La viuda y madre del niñomuerto de Naím (Lc 7, 12). (c) La viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana (Lc 21, 2-3).

 Primer desarrollo

En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político o eclesial) nos pone este evangelio ante el ejemplo de la fe y del grito de protesta  (de rebelión) de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema. Muchas veces queda más respuesta  y propuesta que el grito de protesta, en contra de las instituciones de injusticia de la tierra (incluso dentro de la Iglesia).

Ciertamente, es necesaria la justicia, con el buen pensamiento, con el compromiso de instituciones e iglesias, pero hay muchos jueces (políticos, poderosos, eclesiásticos) que ponen su pretendida justicia al servicio de su opresión. En contra de ellos no existe más solución que el grito, la protesta, incluyendo el gesto de la viuda que quiere pegar en la cara al juez del sistema opresor.

Por eso es importante la rebelión y el grito insistente de las viudas, que claman ante Dios y ante los hombres. Para que el mundo cambie sigue siendo también ese grito de las viudas, la voz de todos los oprimidos del mundo, a los que el mismo Jesús dice: Juntaos y gritad al Dios omnipotente…

            En esa línea  se sitúa la pregunta final de este evangelio: El Hijo del Hombre, cuando vuelva ¿encontrará esta fe en la tierra? ¿Qué fe?

La de la viuda que insiste pidiendo justicia.  Ésta sigue siendo la fe-oración que mueve, la fe-oración que cura, fe que se mantiene tensa, en búsqueda de justicia, hasta que llegue el Hijo del Hombre.

La viuda “cree” (tiene fe) en el valor de su insistencia:e stá convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.

 Se trata, pues, de no resignarse, de no aceptar sin más el mundo tal como ahora como está, de protestar… Ésta viuda es el signo de las voces de todos los que gritan y  protestan… ¡Si todos los pobres gritaran, como esa viuda, el sistema de poder tendría que cambiar  (que destruirse). Un sistema que se dice “democrático” no puede gobernar en contra del grito de la mayoría.

Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

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Los ejemplos de tres mujeres… y de tres varones. Domingo 29 Ciclo C”. Domingo 29 Ciclo C

Domingo, 16 de octubre de 2022
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El ejemplo de una viuda (Lucas 18, 1-8)

            Los cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos. Lucas se esforzó en inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida.

            El comienzo del evangelio de este domingo parece formar parte de la misma tendencia. Sin embargo, el final nos depara una gran sorpresa.

            En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

            ‒ Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

            ‒ Hazme justicia frente a mi adversario.

            Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

            ‒ Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

            Y el Señor añadió:

            ‒ Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios…

            Interrumpe la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues Dios, ¿no escuchará a los quienes le suplican continuamente, sin desanimarse?

            Sin embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras:

            Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

            El acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis muy grave. Recordemos que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. El año 81 sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo si no renuncia a su religión”.

            En este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia frente a las injusticias de sus perseguidores.

            Sin embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». En medio de las dificultades y persecuciones, un desafío: que nuestra fe no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a Dios día y noche.

Los ejemplos de una abuela y de una madre (2 Timoteo 3,14-4,2)

            “Desde niño conoces la Sagrada Escritura”, dice Pablo a su querido discípulo y compañero Timoteo en la segunda lectura de hoy. ¿Quién se la dio a conocer? Lo dice el comienzo de la carta: su abuela, Loide, y su madre, Eunice (2 Tim 1,5). Timoteo es un caso curioso: su padre era pagano; su madre, judía, no circuncida a su hijo (como si hoy día no lo bautizase), pero tanto ella como la abuela instruyen al niño en la Sagrada Escritura. Al pasar los años, quizá por no estar circuncidado, se siente más cerca de los cristianos que de los judíos y tiene excelentes relaciones con las comunidades Iconio y Listra. Estas se lo recomiendan a Pablo y le servirá de compañero durante su segundo viaje misional.

            El texto litúrgico recuerda las ventajas de la Sagrada Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. Pero recordemos que su conocimiento no le vino a Timoteo de la sinagoga, sino de su abuela y de su madre. No le podrían proporcionar los conocimientos profundos de un escriba, pero le hicieron enorme bien y a nosotros nos dejan un ejemplo muy digno de imitar.

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.

El ejemplo de Moisés, Aarón y Jur (Éxodo 17, 8-13)

            En comparación con los ejemplos de las mujeres, el de los varones tiene luces y sombras. Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra Prometida. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja, son derrotados. ¿Y si se cansa? A los judíos nunca le faltan ideas prácticas para solucionar el problema.

            En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

            ‒ Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.

            Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

            Este texto se ha elegido porque va en la misma línea del evangelio: orar siempre sin desanimarse. Pero usar la oración para matar amalecitas no parece una idea muy evangélica.

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 16 octubre, 2022

Domingo, 16 de octubre de 2022
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“Para mostrar (a sus discípulos)  la necesidad de orar siempre, sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: `hazme justicia frente a mi enemigo`. El juez se dijo: ´aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez´. Y el Señor añadió: ´cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”.

(Lc 18,1-8)

¡Qué bella invitación nos hace Jesús! Nos llama a perseverar, a confiar en nuestro Dios.

La oración cristiana es una relación personal con Dios. Relación que nos descubre lo que en verdad somos: ¡Hijas e hijos de Dios! No hay mayor gozo para una persona buscadora de interioridad que saber que Dios Padre está esperando nuestra súplica insistente, como la de la viuda.

Súplica que es un balbuceo del corazón, una mirada confiada. Un dejarse descubrir por la ternura de Dios Padre-Madre, que no responde cansado y malhumorado como el juez, sino con amor tierno a nuestras miradas, a nuestras búsquedas, a nuestras añoranzas de interioridad.

Este es el fin de nuestra oración: llegar a las entrañas de Dios, dejarnos tocar, dejarnos atraer por su Amor. Y esta experiencia tiene retorno, no queda en las nubes perdida,  sino que nos enseña: “aprended a hacer el bien, buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda” (Is 1,17) todo lo contrario del juez.

Oración

Abre tu corazón, levanta la mirada más allá de lo tangible y con corazón suplicante pon en manos de Dios Padre-Madre el dolor de la humanidad y el tuyo propio. Ante Él todo se transforma.

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios nunca entrará en la dinámica de nuestra justicia.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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DOMINGO 29 (C)

Lc 18,1-8

Comentar las lecturas de hoy es complicado porque, partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos y nosotros sigamos pensando otra cosa. La 2ª: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo… pero yo os digo… La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, va a hacer justicia humana de ninguna manera.

Lo que llamamos palabra de Dios es fruto de una profunda experiencia religiosa personal, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al intentar entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento desesperado de convertir el mito en logos. El mito nunca podrá ser racionalizado. Si lo entendemos racionalmente, lo destrozamos y nos impedirá descubrir su valor, llevándonos a una falsificación de la verdad que en él se contiene.

La modernidad racionalista cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico, en que venía presentada, con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, siguen manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tiene posibilidad ni valentía para proponer la verdad separada del mismo mito.

Hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo.

La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No podemos poner como modelo para Dios a un juez injusto que actúa por aburrimiento. Pero es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros.

El tema es de máxima importancia, porque la oración de petición, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. Lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que si la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible, porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.

De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un desequilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios no puede actuar contra nadie por malo que sea. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios nunca podrá hacer justicia, tal como la entendemos los humanos.

Aquí no se trata de la oración sino de la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No debemos esperar la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder.

La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi verdadero ser. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente de tanta injusticia humana como experimentamos en el mundo. El silencio de Dios, ante tanta injusticia, me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.

Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la realidad de una injusticia presente. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte.

El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia.

La injusticia no se puede arreglar desde las víctimas. Mirada desde el que la sufre, la injusticia no tiene arreglo. La mayoría de las veces lo que provoca es más injusticia o venganza. La injustica nunca podrá afectar a la esencia del injuriado, con tal de que no se deje arrastrar para caer él mismo en injusticia. La única manera de superar una injusticia es que, el que la cometió tome conciencia de que se ha hecho daño a sí mismo y salga de esa dinámica.

Meditación

La mayor injusticia, sufrida desde esta perspectiva,
es compatible con la plenitud humana más absoluta.
Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza.
Mi plenitud no está en la derrota del enemigo
sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor.
Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree?

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La esencia de Dios.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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12190055_984102751651193_5912908670137319560_nLc 18, 1-8

«Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos…?

Jesús nos habla frecuentemente de Dios en el evangelio, pero siempre a través de un lenguaje parabólico, analógico, que no trata de definirlo ni abarcarlo, sino de desvelar su relación con nosotros. Por supuesto, Dios no es padre, ni pastor, ni médico, ni sembrador, pero estas imágenes al alcance de todos tienen la virtud de situar nuestra mente en la buena dirección cuando pensamos en Él.

Sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y no sabemos nada más. Sus hechos reflejan cómo es Dios para nosotros, y sus dichos nos muestran su concepción de Dios. Como dice Juan en su prólogo solemne: «A Dios nadie le ha visto jamás, el hijo Unigénito es quien nos lo ha dado a conocer». Y algo similar ocurre con el ser humano; sabemos de nosotros lo que hemos visto en Jesús, y nada más.

Pero los humanos somos gente curiosa y tratamos de obtener respuestas a través de la razón. A lo largo de la Edad Media, la posibilidad de acceder racionalmente a Dios era una idea generalmente aceptada, pero fue rechazada a partir del Renacimiento —si lo puedes entender, no es Dios.

No obstante, persiste el viejo debate filosófico en torno a Dios, y por extensión en torno al ser humano. Y nos gusta polemizar sobre inmanencia y trascendencia, creacionismo y panteísmo, teísmo y deísmo, dualismo y monismo… Y esto puede estar muy bien como ejercicio intelectual, pero corremos el riesgo de elevar estas ideas al rango de verdades básicas para nuestra vida, olvidando que no pasan de ser proposiciones filosóficas sometidas a error.

Inmanuel Kant afirmaba —y justificaba— que cualquier proposición metafísica tiene las mismas probabilidades de ser cierta que su contraria, y esto es algo que nos conviene no olvidar cuando decidimos hacer metafísica. ¿Es Dios transcendente o inmanente? ¿Es el creador del universo? ¿Se preocupa por nuestra suerte?… ¿Es el ser humano parte de Dios? ¿Es una mera criatura compuesta de cuerpo caduco y alma inmortal?… No lo sabemos, pero si alguna de estas hipótesis le ayuda a alguien a vivir con más sentido, pues bendito sea Dios.

En su libro “La pregunta por Dios”, Juan Antonio Estrada, sacerdote jesuita, nos deja esta excelente reflexión con la que vamos a finalizar. Dice así: «Es característico de la naturaleza humana plantearse grandes cuestiones filosóficas que escapan a las limitaciones de su conocimiento, y acabar reconociendo que nuestra mente limitada no tiene respuesta para muchos enigmas existenciales que ella misma nos plantea».

Y añade: «Debemos acostumbrarnos a vivir sabiendo que hay cosas que no conocemos y que hay preguntas a las que no sabemos responder».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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¿Aún encontrará fe en este mundo?

Domingo, 16 de octubre de 2022
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images16 de octubre de 2022

Lc 18, 1-8

Continuamos nuestro camino litúrgico de la mano del Evangelio de Lucas que, este domingo, nos deja un texto complejo, ambiguo, pero muy significativo.

Jesús narra una parábola que forma parte de la pedagogía del camino tan propia de Lucas. Muy fiel a su narrativa, no se centra en contextualizar la parábola sino en meternos directamente en ella. En esta ocasión, incluso, ya la interpreta para que no nos molestemos en muchas elucubraciones. Ha introducido un tema que preocupaba mucho a las primeras comunidades cristianas: la llegada del reinado de Dios y la nueva humanidad que traía consigo. Sin embargo, Jesús parece estar más preocupado por su deseo de que ese Reino se haga realidad en el mundo que ya tenemos. El texto de hoy, claramente, pone sobre la mesa la necesidad de justicia y qué tiene qué ver Dios con ella.

La insistente petición de una viuda consigue que le haga justicia un juez que no tiene muchas ganas de ello. En cuatro momentos del breve texto se repite “Hacer justicia”. Sin duda, es el centro de la parábola y de su mensaje. Este “hacer justicia” pone en escena a dos personajes enfrentados: la viuda y su adversario. La viudedad femenina suponía una vida en soledad y desprotección, dolor y lágrimas, y solía estar asociada a la espantosa presencia de un juez corrompido. Esta figura era necesaria porque siempre existían conflictos de herencia que la ponían en pleito contra un adversario con más poder que ella. Como mujer y como oprimida no puede hacer nada con su contrario. Por eso, no tiene más opción que atosigar al juez hasta lograr recibir su justicia.

Estaremos de acuerdo en afirmar que esta parábola no desprende mucha lógica. Cabría esperar una reacción más dura del juez como castigarla o prohibirla acercarse para siempre al tribunal. Sin embargo, cede para dejar de ser molestado por las continuas quejas de la mujer. Desplacémonos ahora a la figura del juez ya que Jesús quiere que los oyentes nos paremos ante su reacción. Como este juez, muchas personas viven insensibles hacia las realidades más vulnerables, pero también pone de manifiesto que, de una manera contradictoria e inexplicable, resuelve la situación a favor de la viuda.

La intención de Jesús no parece ser blanquear la actitud del juez cuya motivación para hacer el bien no puede ser más egoísta. Tal vez pretende insistir a los  judeo-cristianos (de antes y de ahora) que vayan abandonando la imagen e interpretación de un Dios que no siempre favorece al más vulnerable sino al más cumplidor.

Si el juez humano resuelve a favor de la viuda, cuánto más el Dios que quiere revelar Jesús; un Dios que no actúa por cansancio sino por amor a sus hij@s y a los que insta a vivir en esa confianza profunda y radical. Es decir, una fe más identificada con vivir en una conexión permanente con nuestro origen, con nuestro espacio divino; la bondad, la justicia, no es una sentencia sino una consecuencia de lo que somos en nuestra existencia más esencial y profunda.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo? No una fe a golpe de talón, a golpe de premio-castigo, de sentencias contra los malos, excluidos, diferentes, a golpe de ofrendas para conseguir algo, porque tiene una caducidad muy breve, porque cuando es saciada, ya no quiere más. Es lo que llamamos la tranquilidad de conciencia cuando “cumplimos” con lo que nos piden nuestros “superiores” humanos o ideológicos. Esta viuda pide justicia, es decir, no pide tranquilidad para su conciencia, pide ser reconocida en su dignidad. No pide nada material que, probablemente necesitaba, sino “existir” como ser humano con el valor intrínseco que tenemos como hij@s de Dios. No dice Jesús que cuando llegue la plenitud habrá sentencia, sólo se pregunta hasta dónde va a durar nuestra fe: si es una costumbre o un vínculo liberador que nos lleva hacia la plenitud.

Y no hay que dejar escapar la situación de la viuda que, simbólicamente, aglutina muchas realidades de nuestro planeta que necesitan ser restauradas en su dignidad y en sus derechos. Veo a las mujeres iraníes, a tantos hombres y mujeres que están siendo conducidos a perder su vida para que un dictador inhumano sacie sus delirios de poder, todas las víctimas de la violencia machista física y psicológica, cualquier violencia que mal-trata a otro ser humano. Os emplazo a seguir añadiendo situaciones personales, sociales, planetarias, que necesitan una respuesta, como esta viuda, de JUSTICIA, no desde el egoísmo sino desde la DIGNIDAD.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Dios juez.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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0F039A2F-ED73-4D2F-ACDB-2A3F20DD0914Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

16 octubre 2022

Lc 18, 1-8

Parece claro que estamos ante una “parábola de contraste” (probablemente no pronunciada por Jesús, sino construida por la comunidad posterior) que, mostrando la indignidad de un juez concreto, busca subrayar la magnanimidad de un Dios justo y solícito que cuida de los suyos.

Con todo, no deja de apreciarse un elemento sectario por parte de aquella comunidad de seguidores que se autocalifican como “sus elegidos”. Y algo que es más grave, visto siempre desde nuestra perspectiva: la imagen de Dios como juez. Tal imagen corresponde a un nivel mítico de consciencia, caracterizado -por lo que se refiere a esta cuestión- por la heteronomía, el mérito y la recompensa.

Pocas imágenes han pervertido tanto la conciencia religiosa como esta de “Dios Juez” que, tal como se enseñaba habitualmente en la predicación y en la catequesis, te estaba vigilando constantemente (“mira que te mira Dios…”), no se le escapaba nada y anotaba todo para darte el castigo merecido.

Tal imagen contaminó la conciencia religiosa inoculando en generaciones cristianas sentimientos angustiantes de miedo y de culpa. Como ha quedado dicho, se trata de una imagen mítica, pero extremadamente fácil de grabar en la conciencia y sumamente “eficaz” para sostener la institución religiosa, que poseía el poder de definir el comportamiento moral.

Resultaba fácil de inocular porque se asentaba en la experiencia vivida con las figuras parentales (percibidas como “jueces” que premian o castigan): se trata, sin duda, de un esquema infantil, seguramente ya olvidado, pero no por ello menos activo en la vida adulta. Es sabido que los esquemas o patrones vividos en la infancia quedan grabados a fuego en el cerebro, por lo que tienden a perpetuarse, condicionando nuestro modo de ver y de vivir, hasta que no se “ajustan cuentas” con ellos.

Y se convertía en un eficaz instrumento de sumisión porque la persona que se siente culpable (piénsese en el fenómeno frecuente de los “escrúpulos” en el ámbito religioso) está dispuesta a someterse con tal de liberarse de aquel sentimiento agobiante.

La espiritualidad acaba con la imagen de un “dios juez” y con todo sentimiento de culpa. Se comprende que “Dios” no es un Ente que dirige nuestra vida desde fuera y marca nuestro comportamiento en base a premios y castigos, sino la Realidad última que nos constituye. Por decirlo brevemente, “Dios” no es un Ser, sino un estado de ser. A su vez, esta comprensión muestra el engaño y la perversión de la culpabilidad; lo que emerge, en su lugar, es responsabilidad.

¿Mantengo imágenes míticas De Dios?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Orar es demorarse en Dios para que nos importen los hombres…

Domingo, 16 de octubre de 2022
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ORAR-GRANDEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Orar en la vida.

El tema central de este domingo es la oración.

San Lucas es el evangelista que más presenta a Jesús orando.

Jesús les cuenta a los suyos esta parábola del juez injusto y la pobre viuda para mostrarles la necesidad de orar siempre y sin desanimarse.

Orar es la actitud en la vida de abiertos a Dios, en silencio (no digáis muchas palabras) y a la escucha del Señor. Orar es poner en Dios nuestra vida y todo lo que ella conlleva. Orar es ver la vida desde Dios, al menos intentarlo.

    JesuCristo vivió toda su existencia en oración, es decir vivió siempre en relación con Dios, en comunión con Dios.

Jesús vivió con la mirada puesta en Dios Padre. Frecuentemente pasaba la noche orando a Dios. Toda su vida fue una oración.

¡Cuántas vueltas no le daría Jesús a su situación ante el templo, el culto, los sacerdotes, zelotas, los fariseos – la ley, la justicia, el amor, los pobres! Tal y como iban  las cosas, Jesús pensó, oró en su final Jesús se preguntaría muchas veces: ¿Cómo terminaré? ¿Lo que estoy haciendo será lo que Dios Padre quiere?

02.- Orar no es pedir cosas.

ilíaOrar no es pedir cosas, sino confiar infinitamente en Dios.

Quien cree y confía en Dios, pone su vida, sus problemas en Él y vive toda la existencia desde Dios. Solamente ora quien cree y confía.

    A veces nos dirigimos a un Dios que desconociera nuestros problemas, y no es así.

Si pensamos que Dios ya ve los problemas humanos, pero no puede o no quiere intervenir, todavía sería peor.

No se trata, pues, de pedir que Dios acabe con el hambre en el mundo, que pare la guerra o que cure un cáncer. Como bien sabemos, Dios no hace, ni va a hacer esas cosas, si es que no las hacemos nosotros o, cuando menos, no comenzamos a trabajar. ¿Qué hace Dios por el problema del hambre en el mundo? Pues nos ha hecho a nosotros: dadles vosotros de comer…

Porque la oración no consiste en pedir que Dios se salte las leyes de la creación, que por otra parte Él mismo ha dispuesto. Oramos para que tal enfermo o nosotros mismos vivamos con dignidad y sobrellevemos humana y dignamente nuestra enfermedad, nuestras limitaciones, nuestra propia muerte.

Cuando oramos, ponemos nuestra vida y la de nuestros hermanos los hombres ante Dios. En la oración tomamos conciencia de nuestra indigencia, hacemos presente ante Dios nuestra situación; nuestra oración es expresión de la preocupación y compromiso que sentimos por los problemas y las situaciones.

Cuando Dios trabaja, el que suda es el ser humano.

Cuando de nada nos sirve rezar escribía Antonio Machado y cantaba JM Serrat. Cuando de nada nos sirve rezar, permanezcamos silenciosamente en oración en el Señor. Él escucha nuestra presencia. Él alivia la profundidad de nuestra vida.

03.- La oración es un encuentro y una experiencia.

Somos cristianos porque hemos experimentado el amor de Dios, por eso nos acercamos a él para presentarle y compartir nuestras necesidades, expresarle también nuestras quejas o manifestar nuestro agradecimiento.

No hay que hablar mucho: no digáis muchas palabras… (Mt 6,7). Dios ya conoce nuestra historia y nuestras historias. Basta con estar con el Señor.

En estos tiempos de prisas y de ansiedades, orar es encontrarse con el Señor en quietud, en calma, permanecer en Él.

    Cristo nos llama a orar, pero no tanto porque Dios no conozca nuestros problemas o no nos escuche, o para ver si nos cae la lotería o apruebo el examen de fin de curso, o nos cura de esta enfermedad sino porque nosotros mismos necesitamos vivir siempre desde Dios. Orar es vivir en el Señor.

    Orar es acoger el don de Dios. La oración no cambia a Dios, sino al que ora. El Señor Jesús vivió toda su existencia desde Dios, en oración.

    La oración es, pues, valiosa, realizadora y, por eso, los creyentes oramos, vivimos en una actitud de oración.

Orar es distinto de rezar. Orar es vivir en referencia a Dios. Orar es demorarse en Dios.

Rezar es expresar nuestra apertura a Dios. Muchas, las más de las veces de forma muy elemental. Hacer la señal de la cruz a un enfermo, un avemaría en momentos de abatimiento es más valioso y eficaz que todas las verborreas y moniciones litúrgicas. Una señal de la cruz es un “icono” que nos evoca -llama- a la ultimidad de Dios.

A veces la oración es aquello de Santa Teresa de Jesús:

Nada te turbe; nada te espante;

Todo se pasa; Dios no se muda;

la paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene, nada le falta.

Sólo Dios basta.

 

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Solo el extranjero regresó: Católicos LGBTQ+ en el camino sinodal

Lunes, 10 de octubre de 2022
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D3210EB0-7BF1-4288-B345-B04141A8E172La publicación de hoy es del editor gerente de Bondings 2.0 Robert Shine, cuya breve biografía se puede encontrar aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 28 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Solo el extranjero regresó.

En el Evangelio de hoy, Jesús se representa curando a diez leprosos, personas rechazadas por la sociedad cuyas enfermedades se entendieron como las consecuencias del pecado. Sin embargo, Jesús se acerca a los leprosos, los cura y en otras historias incluso los toca. Más notable, aquí Jesús cura a un leproso samaritano entre los diez, una persona doblemente “otra” por la comunidad de Jesús.

Sured por Jesús, los leprosos se van, aparentemente para ir a “mostrarte a los sacerdotes” como él instruyó. Pero el samaritano, el extranjero, el paria entre los marginados: esta persona regresa para glorificar a Dios y dar gracias por la curación. Y es esta demostración de fe por la cual Jesús dice que se salva el leproso ahora curado.

En octubre de 2021, el Papa Francisco lanzó el Sínodo sobre Synodalidad, un viaje de dos años que el pueblo peregrino ha emprendido para aprender o, con mayor precisión, volver a aprender cómo ser una comunidad de fe en discernimiento, asumiendo la responsabilidad colaborativa de la Iglesia. El proceso del Sínodo culminará en octubre de 2023 con una reunión en Roma. En nuestro punto medio, las lecturas de hoy son adecuadas para la reflexión.

La primavera pasada, unos 1,000 católicos y aliados LGBTQ+ participaron en nuevas formas de conversaciones espirituales del Ministerio para el Sínodo, donde las personas compartieron sus experiencias y fe. Los frutos de estas conversaciones dieron como resultado nuevas formas en que el Ministerio del Sínodo informó, “desde los márgenes hasta el Centro“, que se presentó a muchos líderes de la iglesia. (Para todas las nuevas formas en que los recursos del Sínodo del Ministerio, vea el final de esta publicación).

Los problemas LGBTQ+ también han aparecido en Diocesan y National Synod Reports Worldwide. En términos a veces marcados, la gente de Dios ha dejado en claro que los problemas LGBTQ+ deben abordarse con urgencia.

Mientras leía la línea del Evangelio de hoy, “¿No había nadie más que este extranjero para dar gracias a Dios?” Pienso en el viaje del año pasado.

Ser LGBTQ+ en la iglesia hoy todavía puede significar ser tratado como un leproso, un paria, un extranjero. Llevamos las heridas de discriminación y exclusión que otros nos infligen. Pero también sabemos, las formas en que Jesús se acerca a nosotros y nos invita a sanar y a la fe.

3477A571-19A2-46A1-BAFE-AAA28F7D064EJesús ofrece curación a todos los heridos, es decir,  a cada persona. Pero son menos los que regresan para dar gracias. Este proceso sinodal me ha expuesto de una nueva manera a la frecuencia con la que los cátólicos LGBTQ+ son los extranjeros que regresaron. En nuestro informe del Sínodo, los temas de alegría, la esperanza, la gratitud, y esa fe que salva, fueron más poderosas que las heridas. Quizás glorificamos a Dios y damos gracias tan fervientemente porque, como otros pueblos marginados, sabemos cuán profundamente es la curación de Jesús.

El segundo año del Sínodo comienza ahora con un camino que es menos que claro. Viajar juntos puede ser más difícil a medida que pasamos de escuchar ampliamente a sintetizar y, eventualmente, implementando. Donde sea que este viaje nos lleve, nosotros, como LGBTQ+ católicos y aliados, debemos recordar ser como el extranjero al volver siempre a Jesús para glorificar a Dios y dar gracias.

Espero que este viaje sinodal también nos acerque a una iglesia donde no somos extranjeros, porque ya no hay más extranjeros, leprosos o marginados (Ef 2:19). Sueño con una iglesia, para citar al Papa Francisco recientemente, “que no excluye a nadie”. Hasta entonces, glorifico a Dios y agradezco por todo lo posible por que muchos de ustedes tomen para darse cuenta de ese sueño un poco más.

–Robert Shine (él/él), New Ways Ministerio, 9 de octubre de 2022

Próximo programa: Continuando las conversaciones LGBTQ+ Synod

A principios de este año, las nuevas formas en que Ministerio celebró una serie de conversaciones espirituales LGBTQ+ que ayudaron a dar forma a su informe para el Sínodo. Muchos participantes expresaron su gratitud por la oportunidad de compartir sus historias entre sí y fomentar la solidaridad, y solicitaron más oportunidades de conversación. Este otoño, las nuevas formas en que el Ministerio está celebrando dos sesiones virtuales para la oración y la discusión de grupos pequeños sobre cómo las personas LGBTQ+ y los aliados para compartir aún más sus experiencias y fe. Para registrarse o aprender más, haga clic aquí.

Otros recursos del sínodo

Webinar: A Rainbow Synod: Global LGBTQ+ Perspectives on Synodality hasta ahora

Este seminario web presentó un panel de defensores mundiales para conversar sobre sus experiencias de este proceso sinodal hasta ahora. El seminario web de 75 minutos es una herramienta para detenerse, reflexionar y considerar los próximos pasos. Los participantes exploraron preguntas como: ¿Qué ideas fueron más pronunciadas? ¿Qué lecciones se han aprendido? ¿Cómo procedemos desde aquí? Una grabación está disponible haciendo clic aquí.

Webinar: Synodality como un camino hacia la reconciliación con la hermana Nathalie Becquart, XMCJ

Este seminario web por el subsecretario del Sínodo de Obispos en el Vaticano consideró cómo la sinodalidad se puede poner en práctica a medida que la Iglesia Católica se convierte en una iglesia escucha e inclusiva. Se puede ver una grabación de la presentación y discusión de 75 minutos haciendo clic aquí.

Webinar: LGBTQ Católicos y sinodalidad con el Dr. Robert Choiniere

Este seminario web exploró cómo todos los católicos, especialmente las personas LGBTQ y los aliados, pueden ayudar a asegurarse de que cada voz se escuche y grabe. Se puede ver una grabación de la presentación y discusión de 75 minutos haciendo clic aquí.

Webinar: Celebrando el Synodality: Sínodos como práctica espiritual con el Dr. Brian Flanagan

Este seminario web examinó los fundamentos espirituales de la sinodalidad, así como cómo todos los católicos, especialmente los católicos LGBTQ y sus partidarios, pueden prepararse y participar en oración en el Sínodo. Se puede ver una grabación de la presentación y discusión de 75 minutos haciendo clic aquí.

Para todas las nuevas formas en que los recursos del Sínodo del Ministerio, haga clic aquí.

Fuente New Ways Ministry

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“Recuperar la gratitud”. 28 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,11-19)

Domingo, 9 de octubre de 2022
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28-TO-C

Se ha dicho que la gratitud está desapareciendo del «paisaje afectivo» de la vida moderna. El conocido ensayista José Antonio Marina recordaba recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha dejado sumidos en una «cultura de la sospecha» que hace difícil el agradecimiento.

Se desconfía del gesto realizado por pura generosidad. Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da nada gratis y que toda intención aparentemente buena oculta una impostura». Es fácil entonces considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de equivocados o de esclavos».

No sé si esta actitud está tan generalizada. Pero sí es cierto que, en nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. En este clima social la gratitud desaparece. Cada cual tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.

Algo semejante puede suceder en la relación con Dios si la religión se convierte en una especie de contrato con él: «Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y Tú me aseguras tu protección. Yo cumplo lo estipulado y Tú me recompensas». Desaparecen así de la experiencia religiosa la alabanza y la acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.

Para muchos creyentes, recuperar la gratitud puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad insondable. Intuir que solo se puede vivir ante Él dando gracias. Esta gratitud radical a Dios genera en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, de relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.

El creyente agradecido sabe que su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí solo como objetos que sirven para satisfacer necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia invisible de Dios.

De los diez leprosos curados por Jesús, solo uno vuelve «glorificando a Dios», y solo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado». El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación.

José Antonio Pagola

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” ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Domingo 09 de octubre de 2022. 28º Ordinario

Domingo, 9 de octubre de 2022
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53-ordinarioc28-cerezoLeído en Koinonia:

2Reyes 5, 14-17: Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor.
Salmo responsorial: 97:  El Señor revela a las naciones su salvación.
2Timoteo 2, 8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo.
Lucas 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Después de un comentario tradicional, añadimos otro comentario crítico

Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. “Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo (animal prohibido en la dieta judía)”, dice la Misná (Shab 8.10). La relación entre judíos y samaritanos había experimentado en los días de Jesús una especial dureza, después de que éstos, bajo el procurador Coponio (6-9 p.C.), hubiesen profanado los pórticos del templo y el santuario esparciendo durante la noche huesos humanos, como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías (18,29s); entre ambos grupos dominaba un odio irreconciliable desde que se separaron de la comunidad judía y construyeron su propio templo sobre el monte Garitzín (en el siglo IV a.C., lo más tarde). Hacia el s. II a.C., el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice: “Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seir y Filistea, y el pueblo necio que habita en Siquém (Samaría)”. La palabra “samaritano” constituía una grave injuria en boca de un judío. Según Jn 8,48 los dirigentes dicen a Jesús en forma de insulto: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?

Ésta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella, ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.

Jesús, al ver a los diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad. Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos, pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a Jesús para darle las gracias.

Por lo demás algo parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamán, general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán, aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vio limpio, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre fiel a pesar de la infidelidad humana.

Lo sucedido al leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vio que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano -oficialmente heterodoxo, hereje, excomulgado, despreciado, marginado-, volvió a dar gracias. Sólo éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús; los otros quedaron descalificados.

Tal vez, los cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo «los de dentro», los de la comunidad, «los católicos», o «los de la parroquia»… somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Hay gente mucho mejor fuera de nuestros círculos, incluso en otras iglesias, y hasta en otras religiones, incluso entre quienes dicen que «no creen». En el evangelio de hoy es precisamente alguien venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes no supieron agradecer. Aprendamos la lección del samaritano. Leer más…

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9.10.23. Fe samaritana, no religión de sacerdotes (Lc 17, 11-19)

Domingo, 9 de octubre de 2022
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10-lepers-31Del blog de Xabier Pikaza:

Con la parábola del buen samaritano (Lc 10), que acoge y cura al herido del camino (en contra de sacerdotes y levitas), pone Lc 17 esta parábola del samaritano agradecido (creyente) que va donde Jesús, en contra de los nueve “servidores de una ley opresora, que vuelven a la religión de los sacerdotes.

Ésta es quizá la parábola más escandalosa de los evangelios (cf. también Mc 1, 39-45):  Jesús cura a diez leprosos y les dice (en forma provocadora) que se sometan a la ley de los sacerdotes, como si todo siguiera igual en el mundo. Nueve curados “de ley” no entienden a Jesús, cumplen externamente su mandato y se refugian en la ley de los sacerdotes. Sólo uno, que es samaritano, le entiende y no va, pues eltiempo de dominio y ley de los sacerdotes ha pasado.

Este samaritado que Vuelve a dar gracias a Jesús, para caminar con él. Ha encontrado la fe, ha encontrado el amor. no necesita sacerdotes.

Este samaritano hemos de ser todos nosotros. Jesús no ha venido para liberarnos de un tipo de religión de sacerdotes antiguos, pues sólo la fe (la gratuidad amorosa) puede salvarnos. Éste es, a mi juicio,el evangelio más hondo y necesario para este siglo XXI, como puede verse en la Historia de Jesús

  Jesús cura a diez leprosos, y, en un primer momento, les “manda” que vayan donde  los sacerdotes. Nueve curados (judíos religiosos), observantes de ley, se someten a la norma  de y siguen siendo en el fondo unos “leprosos” curados en lo externo, sometidos a tipo de ley que les manipula y esclaviza

Sólo un samaritano, que que no tiene religión de ley, ni está obligado a cumplir mandamientos de sacerdotes, se descubre curado y vuelve para dar gracias a Jesús, para caminar con él. Éste es el único curado de verdad, iniciando  con Jesús una vida de agradecimiento sanador por encima de todas las religiones particulares de los sacerdotes, como he puesto de relieve en Historia de Jesús..

Texto. Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Jesús, al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes. Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” 

OBSERVACIONES PRELIMINARES

            Este milagro de los diez leprosos es una parábola de la vida humana, como la parábola de  Mt 25, 1-13, don la diez muchachas que van de bodas; cinco son prudentes, llevan aceite en sus alcuzas); cinco son necias, que no llevan llevar aceite.

Aquí (Lc 17) hay diez leprosos, todo el universo. La humanidad está representada por una “pandilla” de enfermos de covid, condenados a la muerte. Van juntos, gritando y sufriendo . Son judíos y gentiles, “cristianos” observantes de ley o gentes de la vida. Ante la lepra universal no pueden hacerse distinciones. Bajo el riesgo de esa pandemia tamos todos,  sin que se pueda decir que unos son culpables (han buscado la lepra a pulso) y otros inocentes (sufren sin causa). Todos sin excepción están (estamos) condenados .

Pero la historia sigue, en forma parabólica. Viene Jesús y nos dice “curaos todos”, vivir sin lepra… Pero añade algo sorprendente: “id y presentaos a los sacerdotes”, es decir, a laz autoridades establecidas, que puede ser levitas del templo de Jerusalén o funcionarios de las diversas leyes y sistemas de este mundo.

            Esta propuesta de Jesús, leída bien, desde el evangelio resulta escandalosa. En un primer plano Jesús parece  que quiere llevarnos atrás, a los tiempos de la letra, viviendo cada uno según su ley (según la religión o ley de los sacerdotes de sus pueblosp ueblo).

Pero leyendo el texto en profundidad, descubrimos que  Jesús nos cura para que, superando la pura ley de los sacerdotes de ley, descubramos la gratuidad, para caminar con él en gesto  de agradecimiento salvador, por encima de todos los sacerdotes legales del mundo, conforme a la letra-letra de este evangelio

En un prmer momento, Jesús deja a cada uno ante sus sacerdotes, para que vuelvan si quiere al mundo antiguo, a la religión de la ley.

Pero, en el sentido más profundo, Jesús nos cura para que pocamos volver a él sin sacerdotes, para darle gracias, para vivir en gratuidad, por encima de un tipo de ley de sacerdotes. Para esos que vuelven a los sacerdotes del sistema quedándose allli, el milagro de Jesús ha servido para nada. Sólo el samaritano, un hombre que no tiene sacerdotes de ley, qeda de verdad curado.

Esta esa una parábola para el siglo XXI. La superación de un tipo de ley de sacerdotes  de ley podrá abrirnos un camino de fe salvadora. Sólo abandonando un tipo de ley religiosa de sacerdotes podremos creer de verdad en Jesucristo y curarnos del todo, según este evangelio

  1. Los que escuchan a Jesús de un modo externo (los nueve del grupo legal), que vuelven a sus “sacerdotes antiguos” (escuchando aJesús sólo de un modo externo) siguen dominados para una ley religiosa que les esclaviza, siguen siendo en el fondo leprosos. De esa manera, lo que Jesús ha hecho con ellos termina siendo en vano: La religión de ley (de sacerdotes antiguos) les sigue destruyendo. No han quedado curados, no han dado el “salto” a la gratuidad, a superar la religión de ley, para vivir en gracia y agradecimiento con Jesús.
  2. Por eso he dicho que es mejor no tener religión que tener una religión de ley. El que no tiene religión aparece aquí, conforme al lenguaje judío, como un samaritano…No tiene ley que le esclaviza, no tiene religión, pero tiene un corazón… y siente que Jesús le ha curado y va a darle gracia… es decir, va a mostrarse como hombre de fe (no de religión o ley establecida). Los nueve restantes parece curados, pero no lo están. Siguen viviendo bajo una ley religiosa, no tienen ve verdadera, no tienen libertad, no tienen agradecimiento.

            Sólo el samaritano que deja todo a un lado y vuelve donde Jesús para darle gracias  y para iniciar con él un camino de fe ha sido salvado.

DESARROLLO MÁS PROFUNDO.

Primer acercamiento.  Este relato de la curación inicial de 10 leprosos y final de uno sólo, a quien Jesús dice “tú fe te ha salvado”, tiene una historia compleja que puede condensarse como sigue:

  1. Jesús estuvo en compañía de leprosos (como estará Francisco de Asís), y así le recuerda la tradición, ofreciéndoles presencia, abriendo para ellos un camino solidario de salud y salvación.
  2. El relato clave de la curación de un leproso es el de Mc 1, 40-45 (que Lucas ha recogido en su evangelio: Lc 5, 12-16). Es un relato fuerte: La iniciativa parte del leproso; Jesús le cura y le dice que se presenta para certificar su curación, pero él se niega, no quiere someterse más a los sacerdotes (que controlan y someten, no curan)… y se pone a pregonar lo que ha hecho Jesús.
  3. Lucas (que recoge como he dicho el relato de Marco, en Lc 5, 12-16) ha sentido la necesidad de reelaborarlo, de un modo también poderoso, en el pasaje de este domingo.

Reelaboración: Lc 17, 11-19  Lucas sitúa el relato en el camino de ascenso a Jerusalén, en el límite entre Galilea y Samaría, lugar clave de disputas religiosas.

  1. Los leprosos que salen al encuentro y le invocan de lejos (para no contaminarle), pidiendo a Jesús que les cure, son diez. Significativamente, la lepra no distingue entre judíos y gentiles, galileos y samaritanos. Todos son hermanos en la miseria.
  2. Jesús les manda “a los sacerdotes”. No dice “al sacerdote”, para no presuponer que hay uno sólo (el judío). Cada puede ir a su sacerdote de turno, Jerusalén o a Samaría, a Tiro o a Damasco. Jesús les manda “al sistema sagrado”, como queriendo que se integran de nuevo en el orden oficial.
  3. Pero uno vuelve… Se ve “limpio” (katharos) y no quiere acudir ya al sacerdote de turno, para que firme su ficha “¡curado!”; no quiere someterse nuevo a la ley del sistema que crea leprosos para decir después que puede (a veces) curarlos… Desobedece en un sentido a Jesús, pero en otro más alto le obedece.
  4. Éste es samaritano… un hombre que no tiene religión de ley, de forma que puede vivir en gratuidad, volviendo a Jesús para seguir con él, en fe, en gratuidad, en amor, por encima de los mandamientos.  A este le dice Jesús ¡Tú fe te ha salvado! (hê pistis sou sesôken se).
  5. Ésta es la fe del samaritano que confía en Jesús, por encima del sistema de ley, la fe de un hombre que confía en el amor y el agradecimiento por encima de las leyes  religiosas. Los otros nueve pueden haber quedado externamente limpios, pero no se han salvado… Siguen apegados a las leyes del poder del mundo, no creen en la gracia del Dios de Jesús, no creen en el poder de la fe sanadora que Jesús he la transmitido.

MILAGROS DE JESÚS, UN ACTO DE FE

 Desde ese fondo puedo condensar algunos rasgos de la fe y las curaciones de Jesús, tal como han sido reasumidas y entendidas por la tradición cristiana…

 Estos diez leprosos son todo el mundo, la humanidad excluida y sucia que Jesús quiere curar, con fe, es decir, con honda humanidad. Allí donde otros piensan que la vida de los hombres sigue condenada a la lepra (¡lepra de esos diez, lepra del Vaticano, como dice el Papa Francisco…!), Jesús cree que es posible no sólo la curación, sino incluso la salvación.

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