Comentarios desactivados en El camino hacia la gloria parece una sinodalidad
Sabina Marroquín
La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Sabina Marroquin (ella/ella), ministra universitaria de la Universidad de Dayton, donde para ella es una gran alegría servir a las comunidades LGBTQ+ en el campus. Después de graduarse de la Universidad Estatal de Midwestern, completó un año de servicio con las Hermanas de San Francisco de Filadelfia y ha trabajado para la iglesia de alguna manera desde entonces. Cuando no está en el trabajo, puede encontrarla pasando tiempo con su Comunidad Laica Marianista, entrenando baloncesto juvenil o disfrutando de una buena taza de café y un audiolibro.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Practicar la contemplación ignaciana, u oración imaginativa, es una de mis formas favoritas de orar con los Evangelios. A menudo me resulta fácil situarme en una escena en la que los discípulos están siendo extremadamente humanos y demasiado identificables. Despertar a Jesús durante una tormenta, preguntarme cómo podrían encontrar suficiente pan para alimentar a una multitud, Pedro sin comprender del todo las enseñanzas de Jesús pero tratando de vivirlas con gran entusiasmo: me imagino pensando o haciendo muchas de estas mismas cosas.
La lectura del Evangelio de hoy, sin embargo, me resulta un poco más difícil. Cuando los apóstoles Santiago y Juan le dicen a Jesús que quieren que haga todo lo que le piden, me sorprende su audacia. Respondiendo a su petición de lugares de honor, Jesús les pregunta si pueden beber la copa de la que él bebe. Jesús les está dando la oportunidad de reconsiderar. En cambio, Santiago y Juan se doblegan, diciendo que pueden beber de la copa. En este punto, sólo puedo imaginarme en esta escena como un discípulo recogiendo mi mandíbula del suelo. Ciertamente he pedido cosas y expresado mi propio compromiso con Dios en mis oraciones, entonces, ¿por qué la petición de Santiago y Juan me resulta tan extraña?
Para una persona LGBTQ+, la idea de pedir un lugar de honor puede parecer imposible cuando no está segura de si está siquiera invitada al banquete celestial. O, si saben que están invitados, pueden sentir que tienen que justificar por qué deberían ser bienvenidos a su llegada.
Como alguien que no siempre me considera digna de ocupar lugares distinguidos, la petición de los Apóstoles es irreconocible. Si bien un sentimiento de indignidad puede tener sus raíces en la humildad y la reverencia a Dios, la indignidad que siento al leer este pasaje no tiene sus raíces en una oración humilde como Mateo 8:8 (“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará y mi siervo quedará sano“), sino desde mi experiencia de ser juzgada y excluida. Es difícil pedir un lugar de honor cuando la mayoría de las veces sólo quiero que me valoren lo suficiente como para que me inviten a la mesa, incluso si tengo que acercar mi propia silla. Reconocernos a nosotros mismos y a los demás como amados por Dios y que tenemos un lugar en la Iglesia es una verdad simple pero profunda que la petición de Santiago y Juan puede resaltar.
Desafortunadamente, esta verdad puede verse empañada por las dolorosas experiencias de injusticia, discriminación y juicio. A pesar de saber que las personas LGBTQ+ podrían enfrentar estos desafíos en las comunidades religiosas, seguimos apareciendo. De manera similar, Santiago y Juan sabían que seguir a Jesús tendría un costo y aun así dijeron que sí a beber la misma copa que él. ¡Estoy asombrada por su rápida respuesta porque me tomó casi una década de oración y muchas lágrimas responder a esa pregunta en mi propia vida!
Las personas queer de fe saben muy bien que reconocer y compartir diferentes partes de sí mismos tiene un costo. Sin embargo, hay algo increíblemente poderoso en traer la plenitud de quién eres a Dios y llegar a creer que Dios te ama tal como eres que hace que todo valga la pena.
Como católica LGBTQ+, si esa afirmación fuera el primer mensaje que escuché sobre la fe y la sexualidad, probablemente todavía habría llorado, pero me habría ahorrado años de tratar de arreglar algo que pensaba que estaba mal en mí y de preguntarme si Dios realmente me amaba. Yo cuando nada cambió.
No importa cuál sea tu historia, todos beberemos de lo que Henri Nouwen llamó la copa de la alegría y la copa de la tristeza a lo largo de nuestras vidas. No hay manera de beber de uno y evitar el otro porque la copa de Cristo contiene ambos. Para mí, tener compañeros en el viaje ha hecho que mi taza sepa menos a café instantáneo y más a un café con leche de mi cafetería favorita.
Cuando somos invitados a la vida de alguien, es una oportunidad sagrada para servirle escuchando profundamente y recibiendo sus alegrías y tristezas con el amor de Dios. Este llamado al servicio a través del encuentro es alto y claro en el Evangelio de hoy, pero también en la invitación del Papa Francisco a una cultura del encuentro y en el Sínodo sobre la sinodalidad.
Santiago y Juan piden gloria y Jesús responde con un camino hacia la grandeza que se parece mucho a la sinodalidad. Que cada uno de nosotros escuche profundamente a quienes encontramos en nuestra vida cotidiana y seamos inspirados por el Espíritu Santo para responder con acciones amorosas.
—Sabina Marroquín (ella/ella), 20 de octubre de 2024
Comentarios desactivados en “Contra la jerarquía del poder”. 29 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,35-45)
Santiago y Juan se acercan a Jesús con una petición extraña: ocupar los puestos de honor junto a él. «No saben lo que piden». Así les dice Jesús. No han entendido nada de su proyecto al servicio del reino de Dios y su justicia. No piensan en «seguirle», sino en «sentarse» en los primeros puestos.
Al ver su postura, los otros diez «se indignan». También ellos alimentan sueños ambiciosos. Todos buscan obtener algún poder, honor o prestigio. La escena es escandalosa. ¿Cómo se puede acoger a un Dios Padre y trabajar por un mundo más fraterno con un grupo de discípulos animados por este espíritu?
El pensamiento de Jesús es claro. «No ha de ser así». Hay que ir exactamente en dirección opuesta. Hay que arrancar de su movimiento de seguidores esa «enfermedad» del poder que todos conocen en el imperio de Tiberio y el gobierno de Antipas. Un poder que no hace sino «tiranizar» y «oprimir».
Entre los suyos no ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La Iglesia no es de los obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser grande que se ponga a servir a todos.
El verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es «servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más grande.
Necesitamos en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de manera callada por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica. Seguidores de Jesús que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.
Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los ojos de Jesús.
Comentarios desactivados en “El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Domingo 20 de octubre de 2024. Domingo 29º
Leído en Koinonia:
Isaías 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años. Salmo responsorial: 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Hebreos 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia. Marcos 10, 35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.
La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel imaginado redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.
El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.
El fragmentito de la carta a los Hebreos que hoy leemos nos recuerda que Jesús ha sido probado en todo igual que nosotros, por lo que podemos tener confianza de ser bien comprendidos. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de comprender a los débiles…
El evangelio, de Lucas, nos presenta una escena breve, un pasaje simple pero muy importante del mensaje de Jesús. Jesús establece con claridad su diferencia con el espíritu del mundo, el de los jefes de este mundo, que esclavizan a los suyos y se sirven de ellos; Jesús proclama que su actitud es exactamente la contraria: «No he venido a ser servido sino a servir», y «el que quiera ser grande, que sea el servidor de todos». Es un rasgo cristiano central, decisivo. Y sin complicaciones ni alambicamientos teóricos: no se trata de creer doctrinas, sino de centrar la propia vida sobre la base del amor-servicio. No un amor cualquiera (romántico, sentimental, de bellas palabras…), sino un amor que se expresa en el servicio. No insistiremos nunca demás en este principio central del evangelio, que Lucas nos recuerda hoy.
El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades católicas de entonces, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano, que ya desapareció. No se dejó de hacer simplemente por pereza, o por olvido… sino por razones de la secularización de la sociedad. Pero hoy, con una perspectiva más amplia, vemos que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización»; también han intervenido razones que se refieren a las «Misiones» mismas.
En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)… El «proselitismo», por cualquier medio que fuera posible, estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.
Todo esto, lógicamente, ha cambiado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico» y, a la vez, una cierta ley de la «psicología evolutiva» de la humanidad, les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando hemos sido niños/as, hemos comenzado a conocer la realidad siempre a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, igual también que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta el planeta Tierra, eran el centro del mundo y hasta del cosmos… Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se han ido dando cuenta de que no son el centro, de que hay otros centros, y han sido capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo una realidad mayor.
Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente toda su historia, los varios milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal que le solemos dar, necesita sin duda una reevaluación más ponderada. Un pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa de las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar. Leer más…
Comentarios desactivados en Santiago y Juan. Para una historia de los zebedeos y su madre (20.10.34; Dom 29 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
Conforme a los sinópticos, Santiago (=Jacob) y Juan forman parte del grupo de los primeros llamados (Mc 1, 19), entre los tres o cuatro discípulos preferidos de Jesús (cf. Mc 1, 29; 5, 37; 9, 2; 13, 3; 14, 33 par).
Jesús (o la tradición de la iglesia) les ha dado el nombre de Boanerges, hijos del trueno (Mc 3, 17), quizá por su ardor mesiánico, quizá en sentido apocalíptico (cf. Ap 10, 3-4; 11, 19; 16, 18). Les encontramos entre aquellos que quieren ocupar los primeros puestos en el Reino (cf. Mc 10, 35.41) y que el fuego de Dios destruya a los que no reciben a Jesús, en especial a los samaritanos (Lc 9, 54.
Ellos representan una iglesia “dura” que espera un Reino de tipo socio-político y religioso. Han sido testigos de algunos milagros de Jesús (“resurrección” de la Hija de Jairo…: Mc 5) y han recibido en el Tabor la promesa y garantía de la resurrección de Jesús (Mc 9), en línea de toma de poder… y en esa línea se mantienen.
He presentado en otros lugares la historia de los hermanos zebedeos y su madre. Aquí me limito a comentar algunos de sus rasgos, conforme a la tradición de sinópticos y Hechos, dejando abiertos (sin desarrollar) otros temas, como el desarrollo de la iglesia samarita, la relación de Juan Zebedeo con el autor del 4º Evangelio y de Apocalipsia y el posible martirio de Juan (que parece supuesto en Mc 10.
| Xabier Pikaza
TEXTO BASE (Mc 10, 35-45)
(a. Petición) 35 Y se le acercaron Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.36 Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.
(b. Respuesta. Profecía) 38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. )Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado?39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.
(c. Confirmación) 41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del humano ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por mucho (1)
10, 38-40. Profecía. Beberéis mi cáliz 38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado?39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.
Jesús responde cambiando el nivel de la petición. No acepta, ni rechaza lo que piden, pues de ese modo seguiría utilizando (a favor o en contra) la lógica de fuerza, sino que rechaza la misma petición como carente de sentido: ¿No sabéis lo que pedís! (10, 38). Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su estilo de Reino, no comprenden que Jesús no quiere el trono (¡no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos los hombres y mujeres (y en especial los más necesitados) sean “reyes”. Éstos zebedeos, que llevar largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en la línea de una “toma de poder”!
El verdadero Jesús (quizá en contra del de la promesa de logion ya citado de los Doce Tronos del Q, cf. Mt 19, 28), no puede ofrecer tronos para imponerse sobre el mundo, sino un camino de seguimiento, como sabe Mc 8, 34: ¡Quien me quiera seguir, que tome su cruz y me siga! (palabra que ellos, los Doce, y de un modo especial los Zebedeos no han querido escuchar). Jesús no puede ofrecer Tronos de Reino, sino un camino de entrega de la vida, como muestra la continuación del texto: de Jesús:
—Pregunta y respuesta. ¿Podéis beber mi cáliz, bautizaros con mi bautismo? (10, 38-39a). Ellos desean mandar con Jesús, para imponerse. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, en donación de vida. Frente a la gloria que buscan en él, Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y entrega) y en la señal del bautismo (que implica también muerte: quedar bajo el poder de las aguas destructoras). En el fondo les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.
–Concesión. Mi cáliz lo beberéis, con mi bautismo os bautizareis! (39b). En prolepsis o anticipación de lo que vendrá, Jesús confirma la disposición de los zebedeos, ratificando su entrega martirial ya cumplida (todo nos permite suponer que han muerto ya por y con Jesús cuando Marcos se escribe este pasaje, en torno al 70 d.C.). De esa forma, Jesús acepta el sentido más profundo de la vida los zebedeos, pues al fondo de ella hay algo bueno: quieren vivir con él y acompañarle, compartiendo su entrega por el reino. Evidentemente, nos hallamos en un contexto eclesial. Marcos está presentando algo que ya ha sucedido: los zebedeos han seguido a Jesús tras la pascua, muriendo como él.
—Reserva escatológica. Pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo… (10, 40). De Jesús es la entrega, la copa y bautismo que ofrece a los suyos. Pero la gloria del trono es misterio de Dios, regalo de gracia que sólo gratuitamente puede recibirse, no como dos tronos sobre los demás, sino como Vida para todos y con todos. Jesús acoge y ratifica el camino de muerte, pero la respuesta final ya no es suya, sino de Dios.
En este contexto, al menos veladamente, Jesús indica aquí que el “triunfo mesiánico” de Dios no se expresa en forma de dominio sobre los demás. No se trata, por tanto, de decir que el puesto de poder, a la derecha e izquierda de Jesús, no lo tendrán ellos, sino otros, como podrían ser María de Nazaret y Juan Bautista (que aparecen en los ábsides de muchas iglesias románicas, a los lados del Pantokrator) o como podría ser Roca (en gran parte de la simbología católica moderna…), sino de algo mucho más profundo: ¡No existirán tales tronos de poder, nadie mandará sobre los otros”.
Ésta es la i paradoja del texto: precisamente aquí, cuando más les critica, Jesús confirma la petición de los zebedeos (darán la vida por el Reino) y les indica que su entrega no implica (ni logra) ningún tipo de dominio sobre los demás(sentarse en dos tronos, al lado del Gran Trono del Hijo del hombre, pues el Hijo del Hombre no tiene un trono de ese tipo). De esa manera, Jesús escucha su deseo de poder, para transformarlo en su camino de entrega, abriendo una “ventana de pascua” y permitiéndonos ver el buen final de Juan y Jacobo, que han muerto ya por el evangelio. Por eso su recuerdo se mantiene con gozo dentro de la iglesia, pero no como recuerdo de Poder (sentados en unos tronos), sino como presencia de solidaridad al servicio del Reino . De esa manera se vinculan y separan el cáliz y el trono.
(a) Los zebedeos piden trono, y Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39); de esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en misión que se explicita como entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén.
(b) Jesús no puede darles trono sobre los demás, sino ofrecerles lugar en su camino de entrega de su vida, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a sus discípulos: «sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40).
Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), sabiendo que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos. Esta unión de cáliz y trono, de entrega actual de la vida (con Cristo) y de herencia del reino futuro (desde Dios) constituye el centro y clave del discipulado.
Lo más consolador en ese texto no es el hecho de dejar la gloria (trono) en manos de Dios (sabiendo que Dios no da a nadie un trono sobre otros), sino el decir que los zebedeos podrán beber el cáliz con el Cristo: le seguirán hasta el final en el camino de entrega de la vida. Aprender a morir con Jesús, eso es seguirle, ser su discípulo. Los zebedeos le han pedido un trono de poder, en gesto equivocado de deseo de dominio. Jesús ha querido y ha podido transformar ese deseo, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la gracia de la vida y a la entrega hasta la muerte (4) .
10, 41-45. Enseñanza. No ha venido a que le sirvan 41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.
El problema de los zebedeos es de todos los discípulos. Por eso, los diez restantes (incluido Roca, que aquí queda en segundo lugar) se enojan con ellos, iniciando una disputa general por el poder (10, 41). Es evidente que, dejándose llevar por esa disputa, la iglesia acabaría destruyéndose a sí misma. Para superar ese riesgo, Jesús ofrece la nueva lógica de autoridad y servicio que brota de su entrega. Vuelve de esa forma a la enseñanza de 9, 33-35, cuando ponía al niño en el centro de la iglesia, como veremos, ofreciendo un comentario y una ampliación del sentido de este pasaje.
Los diez se indignan contra Jacobo/Santiago y Juan, no porque rechazan su visión del reino, sino porque aceptándola también quieren alcanzar sus mismos puestos de poder a derecha e izquierda de Jesús. Estamos en la situación de 9,34: los discípulos se afanan y combaten entre sí por ocupar los “tronos” que, a su juicio, Jesús debe concederles; le han seguido buscando recompensa; le han creído, pero de una forma falsa, suponiendo que en el fondo todos sus discursos de entrega de la vida eran un simple motivo pasajero. Lo que Jesús ha de ofrecer en realidad y ellos desean ansiosamente es sentarse en unos tronos, reinar en este mundo. Piensan que hay poder en medio. Hay quizá muchísimo dinero
LOS ZEBEDEOS Y SU MADRE (Mt 20, 20-23).
El relato de Marcos ha sido reformulado por Mateo, desde una perspectiva social y eclesial, partiendo de su madre:
Mt 20, 20 Entonces, se acercó a él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, postrándose y pidiéndole algo. 21 El le dijo: ¿Qué quieres? Ella contestó: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino. 22 Jesús contestó: No sabéis lo que pedís ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Le dijeron: Sí, podemos 23 Él les dijo: Ciertamente, mi copa la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no me pertenece a mí el concederlo, sino que es para quienes ha sido preparado por mi Padre.
Este pasaje expone el deseo de poderesde la perspectiva de la madre, por medio del cual Mateo ha criticado veladamente un tipo de estructura eclesial de poder, que parece necesaria en un contexto de mesianismo político, pero que va en contra del evangelio.
‒La madre de los zebedeos, una gebîra (20, 20). Según Mc 10, 35 eran los mismos zebedeos (Santiago y Juan) quienes elevaban a Jesús la petición. Mateo, en cambio, introduce aquí a la madre, que habla en nombre de sus hijos (Mt 20, 20-21). La intercesión de la madre resulta significativa, porque ella actúa como gebîra, mujer con autoridad, representante de sus hijos, aunque ellos se llamen oficialmente hijos del Zabedeo. Tal como aparece aquí, ella ha debido ser importante en la Iglesia, como supone Mt 27, 56 (¿ha muerto el Zebedeo, que en Mt 4, 21 aparecía con sus hijos en la barca?).
Es muy posible que esta versión de la escena en Mateo, haya sido recreada por una Iglesia antigua (quizá de Jerusalén), donde la madre de los zebedeos ha querido ejercer (a través de sus hijos) una función de control que otros grupos cristianos no aceptaban. En esa línea, la inserción de la madre, elevando su ruego a Jesús, no tendría una función de “disculpar” a los zebedeos, para condenarle a ella como “ansiosa de poder”, sino que intentaría exponer (y rechazar) una visión genealógica de la comunidad, donde la madre ejercería el poder a través de los hijos[1].
‒Que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino20, 21). Aquí no se dice en tu gloria (cf. Mc 10, 38), sino en tu reino (basileia), lo mismo que en Mt 18, 1, donde se hablaba de ser los primeros en el Reino. Sentarse a su derecha e izquierda significa “compartir” el poder de Jesús, no de modo excluyente, pero sí por encima de otros, en un contexto donde se acaba de afirmar que los Doce seguidores se sentarán sobre doce tronos, juzgando a las Doce tribus de Israel, algo que lógicamente debía culminar y realizarse en Jerusalén (cf. 19, 28). El Reino se concibe por tanto como ejercicio de dominio mesiánico: Una forma de tomar el poder y ejercerlo (a favor de otros, pero en línea de supremacía).
La madre llama a los zebedeos “estos dos hijos míos”, como si no tuviera otros (al menos varones), y dependiera de ellos para vivir (ésta podría ser la razón de que ella siguiera a Jesús y a sus hijos: cf. 27, 56). Es evidente que no ha entendido (no ha “aceptado”) la nueva formulación de Jesús sobre la familia mesiánica (cf. 19, 28-29), pues quiere reintroducir en ella estructuras de poder, centradas en sus hijos, aunque no dice quién ocupará la derecha (parte buena),y quien la izquierda.
Estos zebedeos forman con Pedro el “triunvirato” más saliente de la iglesia primitiva (cf. Mt 17, 1) y representan el mayor riesgo eclesial de dominio cristiano. Por eso, Jesús rechaza su petición y les recuerda su “compromiso”, que consiste en beber su cáliz, es decir, en compartir su camino de entrega hasta la muerte (cf. Mt 27, 27.39.42). En este contexto, Mc 10, 39 añadía el tema de “recibir el bautismo de Jesús”, que Mateo ha omitido quizá porque entiende el bautismo en sentido más eclesial (cf. 28, 16-20). Sea como fuere, Jesús rechaza la petición de (la madre de) los zebedeos, como contraria a su camino y compromiso de Reino.
Una propuesta política
Jesús no se refiere ni condena, según eso, a los malos gobernantes (que podrían ser sustituidos por otros buenos), sino a los gobernantes como tales dentro de una estructura de dominio (imperium) que se expresa y despliega en clave de poder. No critica, por tanto, el “mal gobierno”, sino la misma institución de un gobierno regido por arcontes/príncipes y megaloi/grandes, a diferencia de la glosa de Rom 13, 1-7, donde el autor postpaulino acepta básicamente el orden político de Roma.
Comentarios desactivados en Mc 10, 35-45. Jesús anti-zebedeo. Contra el “poder” de “unos” y “otras” (Dom 20.10. 24)
Del blog de Xabier Pikaza:
Los zebedeos (dueños de un barco) pidieron a Jesús una más poder para servicio del “evangelio”. Venían de la buena administración de su padre Zebedeo, armador, o, al menos, propietario de barco. Sabían organizar movimientos sociales, mejor que Jesús, pobre albañil… Podrían dirigir la política del Reino, uno a la derecha otro a la izquierda. Pero Jesús no quería política, ni buena ni mala, simplemente evangelio.
Éste es un texto para el Sínodo Vaticano y para el anti-Vaticano de las obispas y presbíteras del barco/casa del nuevo Zebedeo/a sobre el río de Roma, a un tiro de piedra del Vaticano.
| Xabier Pikaza
Los que han alquilado ese barco zebedeo de sínodos para escenificar una ceremonia de “consagración” (ordenación) de mujeres empoderadas en la Iglesia dicen que tienen razones para ello, que no actúan por protesta, sino para escenificar la igualdad de cristianos y cristianas en una iglesia, en la que, según Mt 20, 17-29, la madre Zebedea pidió a Jesús poder para sus hijos en el barco de familia.
De ese anti-sínodo de las “zebedeas ha tratado RD este mismo día, con otros “portales” que andan por ahí, entre las que quiero articulosincensura.blogspot.com). Yo me limito a presentar el evangelio de este domingo.
Por pudor presento la versión oficial de Marcos no la de Mateo con su alegato de la madre Zebedea, que actúa como “super-obispo”, de manera que un amigo me ha dicho que ella ha rogado a Jesús por sus “hijas” presbíteras y obispas zebedeas del barco/catedral del Tíber.
Dejo para mañana el tema de Mateo. Hoy me centro en Marcos,
Evangelio de Marcos: 10, 35-45
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.” Les preguntó:- “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” Jesús replico: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron /: “Lo somos”.
“Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.”
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos (Mc 10, 35-45)
Éste es un pasaje evidentemente simbólico, construido en su forma presente por la comunidad y reformado por el mismo Marcos, desde su perspectiva social y eclesial (a partir, sin duda, de una experiencia de Jesús y de un proyecto eclesial “zebedeo”, que iba en línea de poder mesiánico, no de entrega de la vida por los demás).
Zebedeos, políticamente correctos‒ Uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria, es decir, en tu Reino. . Sentarse a la derecha y a la izquierda significa “compartir” el poder de Jesús, no de un modo excluyente, pero sí superior al de los otros (recordemos que Mt 19, 28 hablaba de los doce seguidores de Jesús sentados sobre doce tronos, juzgando a las tribus de Israel:). El Reino de Dios se concibe por tanto como camino y meta de triunfo social, a fin de lograr la pacificación de todos, como una forma de tomar el poder y ejercerlo (evidentemente bien, a favor de los demás, pero en línea de poder).
‒ No sabéis lo que pedís: ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? De pronto, Jesús cambia de tercio… La meta y tarea del movimiento de Jesús no es no tomar el poder y triunfar (para crear un tipo de paz política mundial impuesta desde arriba, desde Washington, Moscú, Pekín o Tel Aviv), sino dar la vida por los demás, convirtiéndose en semilla de resurrección, no de una simple de “política distinta”.
Según la tradición de los sinópticos, estos zebedeos forman con Pedro el “triunvirato” más saliente de la iglesia primitiva, ellos desearon el deseo de convertir el proyecto de Jesús en un camino políticamente correcto de administración del poder. Pero Jesús no era políticamente correcto.
Por eso rechaza la petición de los zebedeos (y de Pedro) y les recuerda que su “compromiso” mesiánico consiste en beber su cáliz, es decir, en compartir su camino de entrega y de muerte: Ellos, los de Jesús, tienen que morir para que vivan otros… Ellos, su generación política, tienen que “dar la vida”, para que pueda surgir una humanidad distinta.
‒ Beberéis mi cáliz… Jesús les ha preguntado si “están dispuestos beber su cáliz” y ellos han respondido que sí…
Éste es el el fondo” de la escena. Estos zebedeos quieren sentarse en dos tronos para beber con Jesús la copa del triunfo final sobre los pueblos. Jesús les pregunta si pueden sufrir por él, y ellos le dicen que sí, que, a pesar de todo, van a seguir con él… Que están dispuestos a beber el cáliz de la muerte, es decir, del sacrificio y de la entrega propia, para que vivan otros, para que vivan todos, los que vienen del Este y los que son (somos) del Oeste, como dice Jesús en otra ocasión (Mt 8).
Pero sentaros a mi derecha a mi izquierda… Jesús les confía la tarea de seguirle, y así puede asegurar (confirmar) el camino mesiánico, en su vertiente de “entrega de la vida”, pero no ratificar el triunfo político final (en forma externa) que depende del Padre. De esa forma se sitúa, y sitúa a sus discípulos ante un gesto mesiánico de ofrenda y regalo de la propia vida, que ha de ser ratificado por su Padre.
Un rechazo radical del poder En ese contexto ha interpretado Jesús y ha superado el principio del poder, viendo que los otros diez (los Doce sin los zebedeos) se indignaron… (20, 24), no tanto porque los zebedeos quisieran los primeros puestos, sino porque los querían también loe otros, todos los Doce.
Aquí ofrece Jesús la carta magna de la relación entre poder político e iglesia, un tema que debe interpretarse como crítica frente a un mesianismo entendido en línea de toma de poder. El Reino de Jesús (y la iglesia) no puede establecerse en forma de toma de poder (ni económico, ni político, ni religioso), sino de renuncia a todo poder.
‒ Una teoría política: Sabéis que los jefes de las naciones (arkhontes) las aplastan, y los grandes (megaloi) las oprimen (20, 25). Ésta es una interpretación negativa de la política, que no habría sido aceptada en modo algunos por los ideólogos del poder imperial romano, ni siquiera por el autor de la glosa de Rom 13, 1-7.
Un tipo de iglesia posterior, que ha pactado con el poder romano y con los reinos de este mundo, ha interpretado esta frase en sentido moralista, como algo que puede y debe superarse. En contra de eso, el evangelio la entiende en un sentido radical (igual que lo hubiera hecho el Apocalipsis).
Jesús no dice a los arkhontes y megaloi de los pueblos (tôn ethnôn) que sean buenos administradores del poder, sino que abandonen todo poder, si quieren ser hombre o mujeres de evangelio . Jesús no está criticando el “mal gobierno”, sino la misma institución de un gobierno regido por arkhontes/primeros y megaloi/grandes.
Según eso, él quiere en la iglesia un gobierno que no sea gobierno, un poder sin poder, sin arkhontes y megaloi, un poder que no venga desde arriba para imponer y dominar a los pequeños.
Eso significa que es la misma estructura del poder de los pueblos (que según Marcos se expresa en la política del imperio romano) está pervertida, pues no es servicio, sino como pre-potencia.
‒ Iglesia, anti-política: No sea así entre vosotros, sino que quien quiera ser grande sea vuestro servidor, y quien quiera ser primero sea vuestro esclavo. Así formula Jesús la destrucción cristiana del poder (sin recreación cristiana posible), rechazando para ello un tipo de orden y dominio social, fundada en la pre-eminencia del emperador sobre el pueblo, y de los estratos más altos de población (orden senatorial, ecuestre etc.) sobre los más bajos, utilizando para ello el poder sagrado del ejército, entendido como revelación del poder de Dios sobre los hombres.
Formulando así el tema, Jesús invierte también el orden religioso de un tipo de judaísmo fundado en la preeminencia de los sacerdotes y de otros grupos influyentes de la población sobre el resto de los hombres y mujeres. No es que las buenas mujeres sean “ordenadas” en un barco de Roma para tomar el poder de sacerdotes y obispos como mujeres…sino que no haya poder de sacerdotes ni obispos (no dice Jesús que no haya sacerdotes y obispos, varones o mujeres, sino que no sean poder).
En contra de ese “orden” político-social de poder (de emperadores, reyes u obispos/obispas), Jesús propone un cambio radical, que se expresa a través de la figura y presencia de los siervos y esclavos (diakonoi, douloi), pero no con el fin de tomar el poder y ocupar así el puesto de los dominadores antiguos, sino para superar de raíz la estructura y sentido del conjunto centrado en la superioridad de los arkhontes/megaloi. Jesús no busca, pues, una simple inversión de lugares (los de abajo arriba, y los de arriba abajo), sino de una superación de este tipo de lugares sociales, que se expresan a través de una dominación ideológica y social de clase.
‒ Una tradición bíblica. Este Jesús que sube a Jerusalén (cf. 20, 17-19) no propone una toma de poder, sino una negación del mismo poder, entendido como dominio de unas “clases altas” (arkhontes, megaloi), que utilizan su pretendida grandeza como justificación y medio de dominio económico, social e ideológico (religioso) sobre los demás.
Al plantear de esa forma el tema, Jesús se sitúa en una línea de tradición antigua de la Biblia que ha formulado, al menos desde el Canto de Ana (1 Sam 2, 1-10), que proclama la exigencia (experiencia y tarea) de una inversión de todos los poderes, hasta culminar en el canto de María, que ofrece la versión lucana del tema, desde un contexto de judeo-cristianismo (Lc 1, 47-55) . Pero aquello que en otros casos era una visión “profética” o una anticipación apocalíptica se ha convertido ahora en proyecto concreto de vida social, encarnado en los seguidores de Jesús, a quienes Jesús ofrece su enseñanza: “No sea así entre vosotros, sino que…” (20, 27).
De manera bastante común, la iglesia posterior ha tomado estas palabras como un “proyecto espiritual”, para regulación interna de la vida de algunos privilegiados (sobre todo monjes), dejando sin cambiar la forma y estructura externa de la vida de los hombres. Pues bien, en contra de eso, Jesús propone aquí un programa activo de transformación social, encarnado en el grupo de sus seguidores, que aparecen de esa forma a modo de “comunidad protesta”, como alternativa social concreta, en medio de un contexto imperial que piensa y actúa de otra forma.
La pequeña iglesia de los seguidores de Jesús ha de instituirse según eso en forma de grupo testimonial y de protesta, en contra del gran imperio de Roma. ‒ Como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. En la línea de lo que vengo diciendo, esa tradición socio-política de superación del poder antiguo se funda en la experiencia del Antiguo Testamento, pero ella ha sido ratificada y ha venido a culminar en una línea de transformación mesiánica en la figura y obra de Jesús, que aparece así como aquel que da la vida por los otros, y que triunfa precisamente al no triunfar, en una perspectiva que por los demás ha sido ratificada por Pablo en Flp 2, 6-11. Esta frase (el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido…) recoge el cambio esencial del mesianismo de Jesús, que se opone expresamente a la imagen de Dan 7, 13-14, donde se decía que el Hijo del Hombre vendrá al final, tras el juicio del Anciano de Días, para recibir el poder regio y el dominio sobre las naciones…
Según eso, el Hijo de Hombre de los evangelios, lo mismo que el de Flp 2, 6-11 lugares, no ha venido recibir el honor de los pueblos (a ser servido), sino a servir, dando la vida por los otros, para iniciar de esa manera un tipo nuevo de “redención”, es decir, de lytron, que no es el viejo sacrificio de los que se “humillan” o quedan destruidos ante Dios, sino el de aquellos que entregan su vida por los demás.
Jesús, que no ha venido a tomar el poder de los que mandaban (sacerdotes de Jerusalén, emperadores de Roma), ni a invertirlo en un tipo de poder opuesto, aunque equivalente, sino a superarlo, convirtiendo así la vida en gesto de servicio y comunión por los demás. Ésta ha sido la enseñanza más honda del evangelio, la lección que él ha debido transmitir a los zebedeos (y a través de ellos a otros), es decir, a todos sus discípulos, mostrándoles la necesidad de un cambio radical en la visión del poder.
(Seguira mañana la historia de los zebedeos… empezando por la madre que quiere el poder para los hijos)
En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.
En lo que piensa Jesús
Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.
En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro
Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.
En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.
Jesús replicó:
–No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
-Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.
La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relaciones dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:
1)el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen”.
2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.
En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.
Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder
Primera lectura: Isaías 53,10-11
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).
Reflexiones
1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.
2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.
3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.
4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.
Es triste que el evangelio de hoy no haya perdido actualidad. Si nos asomamos al panorama político actual vemos claramente cómo “los jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen.”
Parece que el deseo de poder es algo “incrustado” en la condición humana. Santiago y Juan querían ser importantes, poderosos. No querían ser un discípulo más y no les bastaba ser uno de los “doce”. Ellos quería ser los primeros. Bueno, los segundos. Estar a la derecha y a la izquierda de Jesús.
Y hay que ver cómo se acercan a Jesús, más que pedirle o preguntarle le exigen: “ Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.”
Los otros diez, aunque no se han atrevido a exigir nada a Jesús, adolecen de los mismo. Se indignan porque en el fondo todos quieren lo mismo. Todos queremos lo mismo.
Los discípulos de hoy no somos muy distintos a estos doce. La historia de la Iglesia es preclara en este sentido. No faltan luchas de poder, ni tiranías, ni opresiones.
Parece que las últimas frases del evangelio de hoy se nos suelen olvidar. “Vosotros, NADA DE ESO: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser el primero, sea el esclavo de todos.”
Las olvidamos no porque sean difíciles de entender, sino más bien porque no necesitan ninguna explicación. Son demasiado claras.
Ah!, sí, a veces nos acordamos de estas palabras de Jesús, sobre todo para “lanzárselas” a otra persona. La mota del ojo ajeno es fácil de ver. Se las recordamos a las demás. Hablamos mucho de servicio y hasta escribimos libros, pero el servicio callado y desinteresado sigue siendo un bien escaso.
Nos gusta tanto ser las primeras que enseguida pensamos: “Bien, pues yo seré la primera en servir”. Pero entonces no servimos para ser como Jesús sino para que se nos reconozca, para ser grandes, importantes, para ser las primeras. Y quizá entonces ese servicio no nos lleve al Reino de Dios sino a cualquier tiranía humana.
Oración
Libéranos, Trinidad Santa, de la angustia de no poder ser el primero. Libéranos de los sentimientos de culpar de nuestros fallos al otro.(Cfr. “Liberame”, Brotes de Olivo.)
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DOMINGO 29º (B)
Mc 10,32-45
Sigue el camino hacia Jerusalén. Al anunciar Marcos tres veces la pasión, está mostrando la rotundidad del mensaje. Al proponer después de cada anuncio la radical oposición de los discípulos, resalta la dificultad de entenderle. A continuación del primer anuncio Pedro dice a Jesús que, de pasión y muerte, ni hablar. Después del segundo, lo discípulos siguen discutiendo quién era el más importante. Hoy al tercer anuncio de la pasión los dos hermanos pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda ‘en su gloria’.
Uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Le llaman maestro, pero le dicen lo que tiene que hacer. Los dos hermanos están pidiendo los primeros puestos en el reino terreno que Jesús va a instaurar. Pero, aunque estuvieran pensando en el reino escatológico, estarían manifestando el mismo afán de superioridad. Ya decíamos el domingo pasado que la actitud egoísta es la misma, se pretendan seguridades para el más acá o para el más allá.
No sabéis lo que pedís. Se refleja una diferencia abismal de criterios. Jesús y los discípulos están en distinta longitud de onda. Con esta frase, Marcos está proponiendo una sutil proyección sobre el momento mismo de la muerte de Jesús. Si tenemos en cuenta que, para Jesús, el lugar de la gloria es la cruz, le estarían pidiendo que vayan con él a la muerte. Curiosamente, todos los evangelios nos dicen que, efectivamente, había en aquel momento uno a su derecha y otra a su izquierda, pero eran malhechores comunes.
Los otros diez se indignaron. Señal inequívoca de que todos estaban deseando los mismos puestos. El resto de los discípulos tenían las mismas ambiciones que los dos hermanos, pero eran cobardes y no tenían la valentía de manifestarlo. Normalmente en la protesta por lo que hace otro podemos manifestar el deseo de hacer lo mismo. La inmensa mayoría de los cristianos seguimos intentando utilizar a Dios en nuestro provecho.
Los jefes de los pueblos los tiranizan… Es impresionante el resumen que hace de la manera de utilizar el poder en el mundo. Jesús no critica ni la democracia ni la monarquía; critica a las personas que ejercen el poder oprimiendo. Da por supuesto que, en el ámbito civil, lo normal, es ejercer el poder tiranizando. ¡Qué distinto lo que propone Jesús! “Nada de eso” sino lo contrario: Servir. Una lección difícil de aprender.
El Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir. Ahora no son los jefes de los sacerdotes los que le quitan la vida, sino que es él el que la entrega libremente. Este cambio de perspectiva en muy importante para el sentido general. Al decir que da su vida, el texto griego no dice “zoe” ni “bios” sino “psyche”, que no significa exactamente vida, sino lo humano, lo psicológico, la persona. Dar su vida no significaría morir, sino poner su humanidad al servicio de los demás mientras vive.
Hoy muy probablemente en la homilía se criticará a la Iglesia porque no sigue el evangelio huyendo de todo poder y sirviendo a todos. Los entes de razón no son sujetos de reacciones humanas. Somos las personas con nombre y apellidos las que seguimos actuando sin tener en cuenta el evangelio. En muy pocos siglos los cristianos volvieron a considerar correcto y deseable lo que Jesús había criticado tan duramente.
El evangelio nos dice, por activa y por pasiva, que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto, no hemos comprendido el a b c del mensaje de Jesús. Este mensaje es también la x, porque es la incógnita más difícil de despejar, la realidad más camuflada bajo la ideología justificadora que siempre segrega toda religión institucionalizada. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos de ellos, de cualquier forma, para estar por encima de ellos.
Este principio básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da.
En ese don total, encuentra el hombre su plena realización. Cuando descubre que la base de su ser es el mismo Dios, descubre la necesidad de superar el apego al falso yo. El ego es siempre falso porque es una creación mental, por eso necesita estar siempre afianzándose. Liberado del “ego”, se encuentra con la verdadera realidad que es. En ese momento, su ser se expande y se identifica con el Ser Absoluto. El ser humano se hace uno con Él. No va más. Ni Dios puede añadir nada a ese ser. Es ya una misma cosa en él.
Mientras no haga este descubrimiento, estaré en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás. Si acepto darme a todos por programación (será a regañadientes y esperando una recompensa, aunque sea espiritual) estoy buscando potenciar mi “ego”. Tampoco se trata de sufrir, de humillarse ante Dios o ante los demás, esperando que me lo paguen con creces. La máxima gloria será vivir y desvivirse en beneficio de los demás.
Los evangelios están escritos desde una visión mítica. En el relato no se cuestiona que Jesús se sentará en su trono ni que habrá alguien a su derecha y a su izquierda. La expresión tan repetida en los evangelios: “reino de Dios” o “reino de los cielos, no debemos entenderla como una realidad que existe en alguna parte sino como una metáfora de lo que Dios es en todos. La mejor prueba es que, a renglón seguido, nos dice que la gloria consiste en el servicio, en el amor manifestado no en ningún gobierno.
El objetivo último de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Su consumación en la identificación con Dios, fue idéntica realidad a su consumición en favor de los demás. No tiene sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria. La superación del yo y la identificación con Dios es su máxima gloria. No puede haber más. No hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando Jesús dice. “Yo y el Padre somos uno”, está manifestando que ha llegado a la plenitud de ser.
Hoy descubrimos una contradicción más del evangelio, pero no literal (como la paz os dejo y no he venido a traer paz sino espada) sino formal. Jesús da por supuesto que se sentará en su gloria, pero a continuación nos dice que no ha venido a ser servido sino a servir. Indica con claridad que los primeros cristianos no asimilaron fácilmente el mensaje de Jesús. Incluso llegaron a entender su muerte como requisito para su total glorificación. No nos debe extrañar que, después de dos mil años, seguimos sin aceptar el mensaje y solo aspiramos a que nos paguen con creces los sacrificios que hemos hecho por los demás.
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Mc 10, 35-45
«No sabéis lo que pedís».
Eran pescadores de Cafarnaún. Jesús los llamaba “los hijos del trueno” por su temperamento vivo y tumultuoso. Uno de ellos, Juan, conoció a Jesús a orillas del Jordán en el entorno del Bautista, y quedó tan fascinado por él, que muchas décadas después recordaba hasta la hora del encuentro: «Serían las cinco de la tarde» … De vuelta en Cafarnaún, Jesús les invitó a Juan, a su hermano Santiago, a Pedro y a Andrés a una aventura insólita, y le siguieron porque junto a él la vida prometía adquirir todo su sabor.
Ese mismo sábado, en la sinagoga, fueron testigos de su primera intervención pública y participaron del estupor de los asistentes al acto: «¿Qué es esto? ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad?» … Al día siguiente salieron a las aldeas próximas y comenzó la aventura. Recorrían mil caminos y visitaban docenas de pueblos y ciudades. Jesús atendía a los enfermos y necesitados y predicaba la buena Noticia del Reino por todos los rincones de Galilea. La gente le seguía entusiasmada.
Quizá fue cuando vieron que su fama se extendía y que muchos comenzaban a ver en él al mesías esperado, cuando empezaron a acariciar la idea de convertirse en jefes del pueblo. Así, cuando Jesús les hablaba del Reino de Dios, ellos entendían el reino de Israel –con trono y sin romanos–, y por mucho que Jesús lo negara, ellos seguían aferrados a ese sueño. Tras la multiplicación de los panes se les presentó la oportunidad esperada, y dado que Jesús tuvo que despacharlos en la barca a toda prisa, es probable que fuesen ellos los que estaban azuzando a la gente que quería proclamarle rey.
Pero no desfallecieron. Un día, de regreso a Cafarnaún, se enzarzaron en una agria discusión para acordar quien sería el primero en el nuevo reino, pero no llegaron a ningún acuerdo. Poco después, Santiago y Juan decidieron zanjar la cuestión hablando directamente con el Maestro, pero solo consiguieron exasperar a sus compañeros. Jesús insistía, una y otra vez, en que aquello iba a acabar mal, pero ellos le habían visto vencer tantas veces a quienes le acosaban, que no admitían un final que no fuese glorioso.
Subieron a Jerusalén y prendieron a Jesús. Ellos se atrancaron en casa de un amigo, y solo las mujeres fueron capaces de estar a la altura de la situación. Pedro tuvo un arranque de coraje… pero se rajó… Es probable que huyeran de Jerusalén entre la gente que regresaba de celebrar la Pascua; aterrados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho. Pedro, Andrés y los Zebedeos volvieron a faenar en la mar.
Pero algo insólito ocurrió en sus vidas que les hizo renacer en la fe y presentarse de nuevo en el Templo, afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que Jesús había resucitado. Todo había cambiado radicalmente, y si en el evangelio aparecen los discípulos anclados en lo antiguo, en Hechos aparecen ya “convertidos“, creyendo en Jesús por encima de todo mesianismo patriótico y de todas las tradiciones anteriores.
Ruiz de Galarreta resumía así el camino de su conversión: «Le conocieron, quedaron fascinados por él, le siguieron y solo al final creyeron»… Todo empieza por conocerle, y si el mundo no le conoce es imposible que crea en él.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en Cáliz, bautismo y vida.
(Mc 10,35-45)
El cáliz representa -en muchas prácticas religiosas, filosóficas o iniciáticas- la vida entera. Beber del cáliz simboliza la participación en la vida y el destino de otra persona o de un grupo reunido alrededor de la mesa, cuanto menos a nivel ritual.
¿Pueden los amigos de Jesús beber el cáliz que beberá Jesús? Esta pregunta está en el centro del relato de Marcos 10,35-45.
El discurso había comenzado con una clara referencia escatológica en que los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, piden “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Se refieren a la “gloria” casi como repuesta al anuncio que Jesús había hecho de su muerte y su resurrección (relatado en los versículos previos a este relato).
Esta pregunta, que es más bien escatológica, no es respondida directamente, sino que da lugar a otra pregunta más simbólica y ritual en términos de el cáliz y el bautismo: “¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. Es decir, en lugar de dar una respuesta, Jesús cambia la pregunta. La respuesta afirmativa de los hermanos es corroborada por Jesús, pero este se niega a conceder los “puestos” de cercanía a él en la gloria.
Veamos un poco qué representan el cáliz y el bautismo. Participar del cáliz es participar en su vida. Como en muchas otras tradiciones, quienes están juntos a la mesa son del grupo del maestro y les espera su mismo destino. Bautizarse no es una novedad ya que existía el bautismo de Juan (y otros), pero bautizarse con el bautismo con el que Jesús se bautizará, sí que parece una construcción más inesperada. Jesús en el relato mateano ya ha recibido el bautismo de Juan. Le espera ahora otro bautismo: el del paso por la muerte hacia la vida.
Y así se unen la pregunta de los hermanos en términos de gloria con la respuesta de Jesús en términos sacramentales de presente orientado a eternidad: el presente se orienta al cáliz y al bautismo y así a la vida. Bautismo y Eucaristía resumen en este texto la participación en la vida, muerte y resurrección. No son ritos vacíos. No son meros momentos importantes en la vida. Por el contrario, manifiestan cómo la vida misma es fecundada en todos sus momentos, tanto los más conectados como los más dolorosos, por la gracia. Cada acontecimiento es la oportunidad para dar la vida por los demás. Y todo acontecimiento se vuelve oportunidad para servir (como se explica en los versículos siguientes).
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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
20 octubre 2024
Mc 10, 35-45
Desde el momento mismo en que al niño se le hace ver, de manera expresa o tácita, que no es suficientemente adecuado, es decir, que no nos gusta tal y como es, empieza a grabarse en su mente el mensaje de que no basta con ser, sino que es preciso ser “alguien”.
Una vez instalada esa creencia-programa en nuestro cerebro, aprenderemos a leernos en clave de carencia y viviremos sometidos al empeño de ser alguien “especial”, en una carrera ansiosa en la que echaremos mano a todo aquello que pueda fortalecer nuestra imagen, para terminar girando en torno al tener, al poder y al aparentar.
Detrás de ese denodado y siempre insaciable esfuerzo, late la que fue nuestra necesidad primera: sentirnos reconocidos. Al no haberlo logrado satisfactoriamente, podemos pasarnos toda nuestra existencia persiguiendo aquel sueño que -imaginamos- algún día podría saciarnos por completo.
Se trata, obviamente, de un empeño destinado a la frustración. Porque equivale pedir una sensación de plenitud a un yo que, en último término, es vacío. Esa es la razón por la que el deseo es insaciable, por más que nos dediquemos a acumular bienes, poder o prestigio.
Todo cambia, sin embargo, al reconocernos en nuestra verdadera identidad: somos plenitud experimentándose en un yo carenciado. Al comprenderlo, cesa la búsqueda ansiosa. No buscamos más ser “alguien” u obtener no sabemos bien qué metas para lograr el aplauso ajeno. Hemos descubierto que basta con, sencillamente, ser. Y es justo en ese momento, al ser, cuando se produce un doble efecto: por una parte, saboreamos la paz anhelada e infructuosamente buscada; por otra, constatamos que fluye a través de nosotros la vida que se despliega en beneficio de los demás. La comprensión hace posible que dejes de vivir para el yo -y sus afanes- y, en ese mismo movimiento, posibilitas que la plenitud que eres se exprese de manera gratuita y desapropiada.
Comentarios desactivados en DOMUND: Dios no dice cosas doctrinales, se dice a sí mismo: bondad
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Domund: Día de las misiones.
En nuestro sentido cristiano misión es anunciar el evangelio de JesuCristo.
El mismo Jesús iba predicando la buena noticia por los pueblos y aldeas a todas las gentes. Jesús envió a los suyos a anunciar el Evangelio: Id por todo el mundo y predicad el evangelio.
El libro de los Hechos de los Apóstoles es como una historia breve historia de los primeros pasos de las comunidades cristianas y nos ofrece un reflejo de la misión de la iglesia por todos los pueblos del mar Mediterráneo.
S Pablo en tres grandes viajes misionales abrió el cristianismo de origen judío a los gentiles de cultura pagana (greco-romana) del Imperio romano.
Más adelante, en la Edad Media (siglos VI-VIII), el Evangelio fue impregnando el norte de Europa.
A partir de 1.500 el Evangelio se expande hacia la recién “descubierta” América Latina, hacia Oriente (India, China…) (Recordemos a nuestro San Francisco Javier. Jesuitas, Franciscanos, etc.). Más adelante en los siglos XVIII y XIX el Evangelio se va introduciendo en África, (Padres Blancos, Combonianos, Consolata). Las misiones diocesanas nacen a mediados del siglo XX, etc.)
02.- La iglesia no es una ONG.
El día de las misiones, domund, y otras jornadas misionales: misiones diocesanas, infancia misionera, clero nativo, etc. casi han quedado reducidas a la colecta que se hace para enviar un dinero, unos bienes a determinados lugares. Eso ya lo hacen -y bien- las diversas ong que existen hoy en día. Pero la Iglesia no es una ong. La Iglesia, el creyente misiona, evangeliza.
Una jornada misional en una comunidad cristiana es celebrar, disfrutar con gozo el evangelio que hemos recibido y transmitirlo en el modo y manera que nos sea posible.
El punto de partida de un día misional es la buena noticia de Jesucristo: el evangelio de salvación.
Siempre, pero más en una jornada misional es bueno, nos hace bien percibir el evangelio como la experiencia de sentirse amado por Dios. El evangelio del Señor es una alegría (salvación). Y porque es salvífica transmitimos la buena noticia.
Al mismo tiempo, una jornada misionera, es sentirnos en comunión de fe con los hermanos cristianos “dispersos” por toda la tierra. Es hermoso saber que personas de todo el mundo, de toda raza y cultura vivimos en la misma longitud de onda cristiana.
Somos hermanos de sencillas pero muy vivas comunidades africanas atendidas muchas de ellas por un catequista nativo africano. Muchas de estas comunidades no tienen sacerdotes, pero tienen evangelio y fe.
Comunidades en Latinoamérica alentadas por el espíritu eclesial vivido desde los pobres, (Teología de la Liberación) con el testimonio de tantos mártires.
Comunidades del lejano mundo oriental en cuyas tradiciones y religiones hay semillas de la Palabra también creen en el Señor.
Podemos sentirnos cercanos a los cristianos hermanos perseguidos en Nicaragua, China, en algunos países islámicos: son hermanos nuestros en la fe y en la esperanza.
Quizás conocemos alguna iglesia, alguna misión, tal vez conocemos a algunos misioneros familiares, compañeros, amigos…
En este día misional seamos solidarios en la fe. Nos une la misma fe. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, una misma esperanza…
03.- Procuremos misionar – Evangelizar
Una jornada misional nos recuerda a nosotros mismos la tarea de comunicar, de transmitir esa buena nueva.
El Evangelio es bueno y merece la pena comunicarlo.Pero, ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?
Quizás nosotros mismos hoy en día hemos de ser evangelizados y lo hemos olvidado.
Allá por 1943 se publicó con gran escándalo un libro en Francia: Francia país de misión. Nos podemos aplicar la versión ¿Dónde queda la España católica? y el “euskaldun fededun”?
Hoy la misión, las misiones las tenemos en casa.
La misma vida pastoral de nuestra diócesis no es evangelizadora, misionera, sino ritualista, sacramentalista. En este sentido las sencillas iglesias y comunidades africanas son y viven más ágilmente que nosotros. No tienen clero (la iglesia nació sin curas) pero sus sencillos catequistas nativos convocan y mantienen como pueden pero con gran fe la comunidad cristiana.
¿No nos hace falta también a nosotros anunciar el evangelio de JesuCristo a nuestros niños, a los jóvenes, como consuelo a nuestros mayores y enfermos?
03.- La misión es una hermosa tarea eclesial.
Misionar es anunciar la bondad y la misericordia del Señor. El papa Francisco habla con alguna frecuencia de curar heridas y siempre habla de misericordia.
El Evangelio hace bien, en el evangelio se está bien. Pero no confundamos la buena noticia con los sistemas religiosos.
Demos gracias a Dios por el evangelio que hemos recibido y que guía nuestra vida.
Dejemos de lado lo que no sea evangelio, lo que no sea expresión de la misericordia de Dios.
Dice el profeta Isaías: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el bien!
Comentarios desactivados en “ Un seguimiento en la lógica del servicio y no del poder”, por Consuelo Vélez
Comentario al evangelio del domingo XXIX del Tiempo Ordinario 20-10-2024
Jesús vuelve a explicar, a los suyos, en qué consiste su mesianismo: no es igual al de los señores del mundo que solo saben de poder y de oprimir a los otros, sino de servicio al mismo estilo de Jesús
No va por el camino de los ascensos, del prestigio, del honor, del poder. Va por la lógica del servicio y en eso consiste la grandeza de la comunidad del reino.
Es necesario revisar el tipo de seguimiento que vivimos para verificar si se inscribe en la lógica del servicio y, un servicio que comience por los más pobres
Se acercan a Él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo y le dicen:
– Maestro, queremos nos concedas lo que te pidamos.
Él les dijo:
+ ¿Qué quieren que les conceda?
Ellos le respondieron:
– Concédenos que nos sentemos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús les dijo:
+ No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?
Ellos le dijeron:
– Sí, podemos.
Jesús les dijo:
+ La copa que yo voy a beber, si la beberán y también serán bautizados en el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice:
+ Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos.
(Mc 10, 35-45)
La segunda parte del evangelio de Marcos se estructura en base a los tres anuncios de la pasión, anuncios que no son comprendidos por los suyos. El evangelio de hoy, está precedido por el tercer anuncio que Jesús hace a los suyos subiendo a Jerusalén en el que les dice que el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán y a los tres días resucitará(Mc 10, 33-34). Y en ese contexto Santiago y Juan se acercan a Jesús para pedirle que les conceda el estar a su derecha y a su izquierda.
Situados en todo el contexto se entiende con más fuerza la incomprensión de los discípulos del camino de Jesús y la diferencia de valores que tienen en su horizonte de seguimiento. Una vez más Jesús les explica por donde va la lógica del discipulado y para eso se sirve de los símbolos de la copa y del bautismo para explicarles, de nuevo, que él va morir en rescate por muchos, como se dirá al final de este evangelio. Es decir, una muerte vicaria en el que Jesús se entrega por los suyos. Cabe anotar que el término “muchos”, en la cosmovisión de ese tiempo se entiende como “todos”, es decir, realmente Jesús se entrega por toda la humanidad
Pero visto que los discípulos no logran entender la lógica del reinado de Dios anunciado por Jesús y las consecuencias que Jesús va a vivir por dicho anuncio, Jesús llama a sus discípulos -los cuales ya estaban indignados por la postura de Santiago y Juan- y les vuelve a explicar en qué consiste su mesianismo: no es igual al de los señores del mundo que solo saben de poder y de oprimir a los otros, sino de servicio al mismo estilo de Jesús. La lógica del reino no va por el camino de los ascensos, del prestigio, del honor, del poder. Va por la lógica del servicio y en eso consiste la grandeza de la comunidad del reino. El que quiera ser el primero ha de ser el servidor de todos.
No es difícil entender el mensaje del evangelio de hoy, pero sigue siendo difícil vivirlo en la iglesia actual. Justamente la experiencia del sínodo de la sinodalidad invita a caminar juntos, a ser una comunidad donde la única dignidad sea la del bautismo y en la que todos los ministerios se entiendan en clave de servicio. Pero no está siendo fácil practicar esa otra manera de ser iglesia porque son demasiados siglos de clericalismo, de estructura piramidal, de honor eclesial, de dignidad sacerdotal o episcopal, de títulos honoríficos para quienes están en los niveles de decisión, de ejercicio del poder entendido como superioridad y no como servicio.
El papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha criticado el clericalismo -que no solo es vivido por los clérigos sino también por los laicos que apoyan con sus actitudes esa manera piramidal de ser Iglesia. También Francisco se refirió a los pastores con olor a oveja y a cómo deben caminar no solo delante sino en medio y detrás de la porción del pueblo de Dios que se les ha encomendado.
Conviene, entonces, revisar el tipo de seguimiento que vivimos para verificar si se inscribe en la lógica del servicio y, un servicio que comience por los más pobres.
(Foto tomada de: https://es.zenit.org/2020/01/23/venezuela-sacerdotes-con-zapatos-rotos/)
Comentarios desactivados en Las bendiciones de Dios caen en manos abiertas
La reflexión de hoy es de Ariell Watson Simon, colaboradora de Bondings 2.0..
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo octavo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Recuerdo vívidamente los cálculos mentales que precedieron a mi declaración pública. ¿Qué amigos perdería? ¿Qué miembros de mi familia? ¿Qué carreras profesionales me serían vedadas? ¿Qué significaría esto para mi capacidad de mantenerme trabajando en el ministerio? Durante ese tiempo de ansiedad, calculé el costo de lo que significaría salir del armario y, poco a poco, hice las paces con lo que estaba arriesgando. Aunque esperaba y rezaba para que mi comunidad me aceptara y me apoyara, tenía que prepararme para la pérdida. Estaba cambiando mi seguridad social y profesional por la promesa de una vida integrada compartida con mi pareja.
En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una persona que expresa un deseo sincero de realización espiritual. El texto nos dice que esta persona tiene mucho a su favor en términos de riquezas mundanas. Me imagino que entró en la conversación con Jesús esperando un “buen trabajo” por su excelente historial religioso y moral.
Pero a pesar del currículum religioso del hombre, Jesús le dice: “Te falta una cosa”. Curiosamente, Jesús no dice directamente qué es esa “única cosa”. En cambio, Jesús parece dar instrucciones sobre cómo obtenerla: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Sea lo que sea esa “única cosa”, es algo que sólo se puede obtener intercambiando lo que uno tiene y reinvirtiéndolo en el reino de Dios.
Este tema de intercambiar bienes mundanos por bienes eternos hace eco de la primera lectura del libro de la Sabiduría, que proclama un deseo de sabiduría, incluso a costa de lujos y poder. En conjunto, estas lecturas sugieren que la única manera de obtener la plenitud espiritual es dejar ir todo lo demás.
En mi trabajo como capellán, a menudo uso la imagen de cada bendición mundana como un objeto, sostenido en la palma de la mano. Si cierro los dedos, apretándolos con fuerza, mi mano ya no está abierta para recibir nada más. Dios está esperando ofrecer el don mayor de la vida eterna y abundante, pero no tengo espacio para agarrar mientras tengo el puño cerrado. Imagino que por eso la Escritura dice del hombre rico que “Jesús, mirándolo, lo amó”. Jesús deseaba bendecir amorosamente a esta persona, pero sabía que no tenía espacio para aceptar la bendición de la vida eterna, porque su corazón se aferraba demasiado a las cosas buenas de este mundo.
El proceso de salir del armario me mostró a qué cosas me aferraba con más fuerza y, poco a poco, me enseñó a soltarlas. De hecho, la única forma de hacer espacio para la abundante gracia de Dios es abrir los dedos y sostener las cosas de este mundo (mis relaciones, mi cuenta bancaria, mi trabajo y mi reputación) con una mano abierta.
Por supuesto, salir del armario nunca termina realmente. Ya sea que me esté delatando a la cajera del supermercado o a un nuevo supervisor en el trabajo, siempre llevo en el fondo de mi mente la misma pregunta: ¿Qué podría perder? Trabajamos y oramos por un mundo en el que salir del armario como LGBTQ+ no implique una sensación de riesgo personal. Sin embargo, en el mundo en el que vivo hoy, cada vez que salgo del armario, se corre algún riesgo en cuanto a reputación, conexiones o incluso seguridad. Con cada vez que salgo del armario, aflojo mi control sobre estas cosas y, a su vez, encuentro una mayor libertad espiritual.
Al mirar atrás a esos cálculos mentales asociados con mi primera salida del armario, puedo ver que muchas de las relaciones y objetivos que estaba dispuesta a arriesgar no se pusieron en peligro en última instancia. Los sostuve con una mano abierta y allí permanecieron. Siento que Dios me los devolvió y que tengo una perspectiva más saludable sobre ellos por estar dispuesta a dejarlos ir.
Otros “bienes” que arriesgué al salir del armario, de hecho, me los arrebataron. Como muchos de mis hermanos LGBTQ+, he perdido amigos, conexiones familiares, oportunidades laborales (¡y más que un poco de sueño!) por la homofobia. Sin embargo, cuando pienso en esas pérdidas, encuentro las palabras de Cristo resonando en mi mente:
“En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por mi causa y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero” (Marcos 10).
Experimento los primeros frutos de esta promesa cuando miro a mi alrededor y veo mi vida actual, llena de familia y familia elegida, trabajo significativo y ministerio gratificante. En esos cálculos iniciales que hice antes de salir del armario, no preví estas bendiciones inesperadas.
También sigo aprendiendo a regalar otros bienes con mayor libertad por el bien de los demás. Por ejemplo, salir del armario me ha enseñado a ser más libre al arriesgar mi reputación por el bien de una buena causa. Así como Jesús invitó al hombre rico a compartir su riqueza con aquellos que eran materialmente pobres, mi fe me llama a aprovechar mi privilegio como persona blanca y cisgénero para amplificar las voces de los miembros más marginados de nuestra comunidad.
Tal vez esa “única cosa” que le faltaba al hombre rico era la libertad: la libertad que surge al saber qué es lo más valioso en la vida y estar dispuesto a alejarse de todo lo demás. La libertad es el regalo inesperado que el hecho de salir del armario le ha dado a mi vida espiritual. Rezo para que cada uno de nosotros siga viviendo en el riesgo de la autenticidad y crezca en libertad con cada salida del armario. Que podamos confiar en las bendiciones de Dios que caen en manos abiertas.
—Ariell Watson Simon (ella), New Ways Ministry, 13 de octubre de 2024
Comentarios desactivados en “El cambio fundamental”. 28 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,17-30)
El cambio fundamental al que nos llama Jesús es claro. Dejar de ser unos egoístas que ven a los demás en función de sus propios intereses para atrevernos a iniciar una vida más fraterna y solidaria. Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en su propia riqueza, le falta algo esencial para ser discípulo suyo: compartir lo que tiene con los necesitados.
Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad. El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.
El hombre más logrado no es, como a veces se piensa, aquel que consigue acumular más cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraterna. Por eso, cuando alguien renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre.
Aunque viva observando fielmente unas normas de conducta religiosa, al encontrarse con el evangelio descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría, y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que «se marchó triste porque era muy rico».
Con frecuencia, los cristianos nos instalamos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin buscar ningún cambio decisivo en nuestra vida. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.
Ante el evangelio nos hemos de preguntar sinceramente si nuestra manera de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca solo acumular. Si no sabemos dar de lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.
Comentarios desactivados en “Vende lo que tienes y sígueme”. Domingo 13 de octubre de 2024. Domingo 28º ordinario
De Koinonia:
Sabiduría 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza. Salmo responsorial: 89Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría. Hebreos 4, 12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón. Marcos 10, 17 – 30: Vende lo que tienes y sígueme.
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.
En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).
La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante… hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.
La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama “el joven rico” (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): “no seas injusto” (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.
Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas “agujas”… y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja…
Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?” (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).
Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el “espíritu de sabiduría” (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?
Una lectura ecológica del evangelio de hoy
El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir… no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.
Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.
Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia…
El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).
Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá… sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.
Pero… «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»… una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.
Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso… Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.
Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual… y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra… tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano. Leer más…
Comentarios desactivados en 13.10.24 Ni al uno por cien de evangelio (Mc 10, 28-30, Dom 28 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
Puede haber algo de cristianismo, pero cada vez que me asomo un poco más al NT veo menos evangelio.
Puedo tener una deformación semi-senil, pero cuando vuelvo a textos como este evangelio del domingo me embarga una inmensa melancolía. ¿Será tarde para empezar de verdad? Siga leyendo lo de Jesús quien quiera. Lo mío no será necesario.
La primera iglesia de Jerusalén fue iglesia para morir: Vender los bienes, repartirlos entre todos y consumirlos, esperando la muerte (el Reino de Dios).
La iglesia clerical posterior ha sido también para morir: Obedecer a Dios y a sus ministros, sufrir lo necesario y esperar después el cielo. pues para el cielo hemos sido creados, si superamos el “trago” (cáliz) de este mundo.
Jesús nos dice hoy que vivamos para ganar (=dar y recibir) el ciento por uno en familia (amigos, parientes) y en bienes (casas, campos), aunque ello nos exija una gracia y esfuerzo especial (con persecuciones y dificultades).
A por ello, iglesia, de lo contrario te mueres (=estás muerta)
| Xabier Pikaza
Texto
Jesús les dijo. ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”
Los discípulos se extrañaron de estas palabras.
Jesús añadió: “Hijos, ¡que difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, quién puede salvarse?”
Jesús se les quedo mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.”
Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.”
Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más- casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.”
Pedro se puso a decirle a JSÚS: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.”
Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.”
Advertencia
Este pasaje ha inspirado de un modo especial a muchas comunidades particulares (religiosas, carismáticas, ministeriales…) que están siendo en este momento de sínodo “juzgadas con rigor” por el Vaticano (sin que quizá el Vaticano se dé cuenta de que se está juzgando a sí mismo).
Jesús aplica este pasaje/camino del ciento por uno a todos sus compañeros, amigos, seguidores no a grupos “particulares” (monasterios, cuadrillas, compañías, sodalicios, “opus/obras” clericales o semi/clericales, que al cerrarse en grupos presuntamente pobres de profesionales de riqueza tienden a volverse ricos (=dominadores económicos-afectivos-ideológicos) de los otros, en contra del evangelio.
Este ha sido y sigue siendo el cáncer de una ideología “clerical” (de cleros/grupos) que, separándose de la “clase de tropa” para vivir en pretendida pobreza (=para servir a otros), terminan sirviéndose del evangelio para servirse a sí mismos.
Pedro dice que está dispuesto
Así se presenta ante Jesús como portavoz de aquellos que “han dejado todo y le han seguido”, es decir, de sus discípulos (cf. Mc 10, 23), distinguiéndose de aquel, de aquellos que se quedan con sus bienes egoísta y rechazan a Jesús.
. El texto le presenta así como “discípulo ideal”, que lo ha dejado todo por obtener todo de un modo distinto, conforme al ideal de Jesús. ¿Es cierto que Pedro lo ha dejado todo? ¿Pedro es sólo el Papa o somos todos los cristianos?
Respuesta de Jesús:
‒ Quien haya dejado casa o hermanos o campos, por mí y por el evangelio… Casa y campo se vinculan, pues la propiedad agrícola, de la que se come, resulta inseparable de la casa, en la que se vive, siendo familia. En un primer momento, Jesús había dicho al hombre rico que diera todos sus bienes a los pobres, no a los miembros de una comunidad. Pero aquí ese don de todo a los pobres se concreta y cumple en forma de una comunión mesiánica; Dar a los pobres significa dar todo a todos para compartirlo con ellos, obteniendo así obtener el ciento por uno, en casas/campos y familia.
Este pasaje incluye dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y compartir en comunidad recuperando así el ciento por uno con los pobres, con todos).
Nos hallamos ante la misma dinámica que subyace en el “amor al enemigo” de Mt 5, 35-45. (a) Sólo allí donde se empieza amando de manera radical a los enemigos puede amarse de verdad a los amigos, amándonos odos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se empieza dando a todos los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en la comunidad (Mc 10 30).
Se empieza así dando todo en gratuidad, pero no para perder lo que se tiene, sino para tenerlo de manera más intensa, y así multiplicarlo, creando un espacio en el que se logra y comparte el ciento por uno (como en las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta: Mc 6, 40). Esta multiplicación del ciento por uno no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones de Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par., sino de hermanos/familia y casa/campos; ella define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no se entiende ya como dominio de unos sobre otros, sino como experiencia de riqueza compartida (que es propia de la Iglesia, pero que se abre a todos los necesitados) [1].
‒ Dejar casa (oikia) y familia (hermanos…). Se trata en el fondo de lo mismo, pues casa significa familia (con los diversos tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias (en especial los campos, que son bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura concreta de un tipo de familia, desde la perspectiva del varón patriarcal, en línea de dominio y separación frente a los de fuera.
Se trata, pues, de superar una economía doméstica de tipo particular donde cada familia (grupo, clase, nación) vive para sí, en contra (o separada) de las otras, para crear una familia abierta de hermanos y hermanas (plano horizontal) y de madres, hijos (en línea vertical, sin la figura de un padre dominador que aquí desaparece). En ese contexto, los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia, fuente de riqueza, de trabajo y alimento.
Aquí no se dice ya sólo que se entreguen los bienes a los pobres en general, sino que, supuesto eso, tras haber dicho al rico que venda todo y lo regale sin más a los pobres, Jesús puede afirmar que los bienes, así vendidos/dejados pueden y deben compartirse “en familia”, en grupos comunitarios de madres/hermanos/hijos con casas y campos. De esa forma, el don anterior (darlo todo) se convierte en principio de multiplicación (ciento por uno) en un plano de vida familiar, trabajo y de comunicación de bienes.
Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirle.
Salomón: la sabiduría vale más que el oro
El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:
Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza; no le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro; la quise más que a la salud y la belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
El joven rico: la riqueza vale más que seguir a Jesús
El relato ofrece detalles curiosos, típicos de la forma de contar de Marcos. Se acerca uno «corriendo», «se arrodilla», lo llama «maestro bueno» (provocando cierto malestar en Jesús), formula su pregunta, Jesús «lo mira con cariño». Al final, el individuo «frunce el ceño» y se va triste. El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (Strack-Billerbeckx sólo recoge un ejemplo del siglo IV d.C.).
Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
‒ Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?
Jesús le respondió:
‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él le contestó:
‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
Jesús lo miró con cariño y le dijo:
‒ Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.
La pregunta
El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, “formar parte de la vida futura” o “del mundo futuro“; lo que muchos entre nosotros entienden por “salvarse“. Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para “salvarse“, las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida le hicieron sus discípulos al rabí Eliezer (hacia el año 90) y les respondió: “Procuraos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro“.
La respuesta de Jesús
Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).
Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo.
Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.
Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.
La reacción del rico
Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.
No es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios
Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.
Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:
‒ Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.
Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:
‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos quedaron espantados y se decían:
‒ Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dice:
‒ Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.
Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.
Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana.
¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿cómo vamos a subsistir?
En el primer caso, los discípulos reflejarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsistir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposición de todos.
En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado el tema.
Los discípulos: Jesús vale más que todo
Pedro entonces le dijo:
‒ Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó Jesús:
‒ Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.
La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.
La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».
Decía Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.
Reflexión y advertencia
Este pasaje del evangelio sólo tiene en cuenta dos posturas extremas: la del rico que conserva sus bienes y no sigue a Jesús, y la de los discípulos que lo siguen renunciando a todo. ¿No cabe un término medio? Otros relatos evangélicos y las cartas del Nuevo Testamento dejan claro que sí. Marta, María, Lázaro, José de Arimatea, Nicodemo… forman parte de la comunidad cristiana sin renunciar a todos sus bienes ni seguir a Jesús físicamente. Sin embargo, el evangelio de este domingo no pretende ofrecer ese término medio, sino animar al seguimiento de Jesús renunciando a todo
“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.
Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.”
Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.
Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.”
Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.
Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.
Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.
Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.
No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.
¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?
Oración
No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.
Comentarios desactivados en No se trata de renunciar a algo sino de elegir lo mejor.
DOMINGO 28º (B)
Mc 10,17-30
Es un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.
El llegar corriendo indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse es un signo exagerado de respeto y admiración.
“Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoeaionion” que una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús es asegurar la misma felicidad, o mayor, para el más allá.
Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva religiosidad. La verdadera humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios.
¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela dónde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios.
Una cosa te falta. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’ basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. No está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el más acá.
¡Qué difícil será entrar en el Reino al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre, o peor aún a costa de él, es lo que impide al hombre alcanzar una meta humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es más desolador. Los discípulos quedan hundidos en la miseria.
Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, con la salvación tal como la entendemos hoy (cielo), sino quién podrá mantener una vida verdaderamente humana, si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios”.
Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla. La propuesta de Jesús es la total superación del hedonismo, es decir, satisfacción y seguridades.
Buscar la propia salvación individual aquí abajo, o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para el más acá o para el más allá.
Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado es demagogia. El hecho de tener, o no tener bienes materiales, no es lo significativo. El que no tiene nada puede estar más apegado a los bienes que ambiciona, que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita vivir humanamente y no nos impida darnos al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio.
Otra trampa es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esto, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular riquezas. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades.
El relato tampoco ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales.
El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero, más seguridades y más poder.
La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección
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