Plenitud
Del blog Nova Bella:
Cosas que ocupan todo su espacio
y tienen en si mismas su propia suficiencia…
cambiar el agua de las flores.
La huella de un gorrión en la nieve recién caída.
El amor.
*
Christian Bobin
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Del blog Nova Bella:
Cosas que ocupan todo su espacio
y tienen en si mismas su propia suficiencia…
cambiar el agua de las flores.
La huella de un gorrión en la nieve recién caída.
El amor.
*
Christian Bobin
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Del blog Nova Bella:
Prefiero la locura,
no la que se padece,
sino con la que se baila
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Christian Bobin
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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
15 septiembre 2019
Lc 15, 1-10
Parece claro que “publicanos y pecadores” se sentían a gusto con Jesús y su enseñanza. Al contrario de la gente biempensante –religiosos y teólogos oficiales del judaísmo– que le recriminaba justamente aquella cercanía.
Desde cualquier tipo de creencia es fácil dividir a las personas en “buenas” y “malas”, así como dar por “perdidas” a aquellas que se desvían de los propios parámetros. De ese modo, el ego se robustece en la confrontación, el juicio y la descalificación de lo diferente.
Sin embargo, la realidad es que nada valioso se pierde. Las formas nacen y mueren, sanan y enferman: todo ello pertenece a su naturaleza impermanente. Pero lo que somos se halla siempre a salvo, no puede perderse. Por eso, la actitud de quien sabe ver es el gozo, la alegría profunda.
Eso se nos escapa cuando nos perdemos en los objetos de la experiencia, al identificarnos con las formas. Entramos así en un estado de hipnosis donde absolutizamos lo impermanente e ignoramos lo realmente real.
Me viene la imagen de la película y la pantalla. Al entrar en el cine, podemos quedar tan fascinados, incluso hipnotizados, por el desarrollo de la película que ni siquiera percibimos la pantalla en la que se está proyectando. Sin embargo, toda la película ocurre dentro del marco de la pantalla, pero habitualmente esta pasa desapercibida, porque las acciones que se desarrollan captan toda nuestra atención. La pantalla parece convertirse en las imágenes, pero no es así. Lo mismo ocurre con lo que somos: debido al pensamiento, todo parece reducirse a lo que pensamos o sentimos, pero no es así; se trata solo de un efecto hipnótico.
Toda la película solo puede acontecer dentro de la pantalla. De modo similar, no hay –ni puede haber– nada que ocurra “fuera” de la consciencia, como “fondo”, soporte y núcleo último de todo lo que aparece. Pero, dado que la mente solo puede captar objetos –sean físicos, mentales o emocionales…-, la realidad de la consciencia queda oculta a su percepción. Y de ahí no es difícil dar el paso para afirmar que no existe. Sin embargo, al igual que sin la pantalla no podría verse la película, sin la consciencia no se darían las formas en que se expresa. Todo cambia porque hay Algo que no cambia.
Las formas cambian constantemente, pero lo que somos siempre es lo mismo, inafectado, y está ahí, sea lo que sea lo que pensemos y lo que ocurra. Lo que somos es siempre presente y siempre consciente. Incluso aunque no la veamos, la pantalla siempre sigue ahí; antes o después, la película termina, pero la pantalla queda.
Desde ahí brota la aceptación profunda, en la certeza de que nada se pierde. Por eso es sabia la invitación del poeta Christian Bobin: “Os invito a ser como la tierra desnuda, olvidada de sí misma acogiendo igualmente la lluvia que la golpea y el sol que la reseca”.
¿Mi atención está puesta en la “pantalla” o me pierdo en las “imágenes” que aparecen en ella?
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
Del blog Nova Bella:
Albain fue un bebé muy práctico. Su madre, en los días buenos, lo llevaba en brazos hasta el jardín y lo dejaba allí, sentado en la hierba. El podía quedarse horas, sin aburrirse. De esta larga práctica contemplativa, él conservaba el gusto por lo maravilloso-
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La menor de las alegrías abre a lo infinito. Albain se sostiene allí.
*
No, no tengo ganas de una piscina. ¿Es que tengo que tener ganas de algo? Lo tengo todo. Cada mañana abro los ojos y me descubro millonario. la vida está aquí, silenciosa, bulliciosa, colorida, pequeña, inmensa.
(…)
La carta que Geai había envíado era la más breve:”Me llamo Albain, amo las cosas hermosas”
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Christian Bobin.
Geai
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Del blog Nova Bella:
¿Qué pasa con las cosas que nadie ve?
Crecen.
Todo lo que crece lo hace en lo invisible
y adquiere,
con el tiempo,
más y más fuerza,
más y más espacio.
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Christian Bobin,
Geai
(las aventuras de una sonrisa)
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Del blog Pays de Zabulon:
“Hay un problema con la navidad.
El recién nacido que se celebra, lo mataremos unos meses después, en Semana Santa …
Y luego aprendemos que de esta masacre, no nos culpamos.
Es el enigma más grande de todos:
La Pascua es más grande que la Navidad.
pero están vinculados, como las dos caras de una misma moneda.
¿Quién no ha visto el terror en los ojos de un recién nacido? Uno debe imaginar una estrella caída en la habitación sobrecalentada de una sala de maternidad. Esta estrella no entiende dónde está, o qué hace, y comienza a sentir los temblores del hambre y la sed, amenazas cuyo nombre no conoce.
Lo extraordinario es que el que está más expuesto es el mayor donante. Porque obviamente, nada es más agradable que un bebé. Pero, ¿cómo puede alguien que está en peligro cada segundo de su vida, alguien que está tan ansioso, complacernos tanto? Un bebé recién nacido es la encrucijada de la mayor angustia y del mayor apaciguamiento.
No podemos resolver esta paradoja.
Pero al vislumbrarla
Sabemos que tenemos una respuesta absolutamente imposible de formular.
A nuestras preguntas sobre el sentido de la vida.”
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Christian Bobin,
Abécedaire intime de Noël in La Vie
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Fuente fototo : The Conversation
Del blog Nova Bella:
“Sin lo invisible
no veríamos nada“
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Christian Bobin
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De su blog Un grano de Mostaza:
“He quitado de mi vida muchas cosas inútiles y Dios se ha acercado a ver lo que pasaba”. Leo estas palabras de Christian Bobin en vísperas de la Pascua y acuden a mi memoria muchas otras de procedencias dispares pero con un punto de coincidencia en ese verbo de ardua conjugación: soltar con su cortejo de sinónimos: dejar, desasir, desprenderse, desatarse, abandonarse…
Nosotros solemos preferir sus antónimos: retener, guardar, aferrarnos, reservar, sujetar y lo hacemos con determinación y a veces hasta con ferocidad, sin distinguir tantas veces si aquello a lo que nos agarramos tiene la consistencia de una cuerda o la fragilidad de un hilillo. Y ya avisaba Juan de la Cruz de que ninguna de esas ataduras dejan volar al pájaro.
Rilke hablaba del aprendizaje siempre pendiente de dejarse caer para “pacientemente descansar en la gravedad”.
Thomas Merton lo refleja en su Diario de Asia con esta anécdota pintoresca: “Trungpa Rimpoche, un lama tibetano, tuvo que huir a la India y el monje que lo acompañaba llevaba una caravana de cerca de 25 yaks cargados con todo tipo de provisiones. El lama le dijo: – No vamos a ser capaces de llevar todos esos yaks: tendremos que vadear y atravesar ríos a nado y necesitamos viajar ligeros. El otro repuso: – Tenemos que llevarlos, tenemos que comer. Emprendieron el viaje y, cuando los comunistas chinos vieron la caravana de yaks por el camino, los requisaron. Pero el lama ya no estaba allí: se había adelantado, se encontraba nadando en un río y escapó”.
Escapó también aquel muchacho envuelto en una sábana que seguía a Jesús en el huerto y que, cuando intentaron agarrarle, soltó la sábana y escapó desnudo (Mc 14,51-52).
Un personaje misterioso en el que podemos contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, soltándolo todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión. “El Hijo ha renunciado a toda previsión, dice Von Balthasar, ha dejado toda pro-videncia al Padre que lo envía y lo conduce. Esto le otorga un arrojo infinito, ya no necesita preocuparse por los muros de contradicción, dolor, fracaso y muerte pues el Padre que le guía, le recoge al final extremo de la noche”. Y en esas manos él había aprendido a dejarse caer.
Del blog Pays de Zabulon:
Que hubiera, en este instante en el que escribo, dos personas que se aman en una habitación, dos notas que charlan riéndose, es suficiente para hacerme la tierra habitable.
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Christian Bobin
en “La presencia pura y otros textos”
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Foto : “Gustavo e Clayton“, obra de © Giulio Durini
Fuente: via Loquito
Del blog Pays de Zabulon:
“El encuentro es el fin y el sentido de una vida humana.
Permite que no se la atraviese como un sonámbulo.
Cuando mis ojos se cierren, lo harán sobre una inmensa biblioteca constituida por rostros que me habrán emocionado, confundido, alumbrado.
Un rostro es luminoso cuando un ser es benévolo y cuando se vuelve hacia otra cosa que él mismo.
El cuidado que toma del otro, lo ilumina, lo hace vivo.
Capta una luz y la reenvía. Es algo raro.
La riqueza de esta vida está hecha sobre todo de rostros y de algunas palabras. “
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Christian Bobin
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Foto: Pietro Baltazar, Ubiratan Santos, Renan Santana, Paulo Cruz y Alan Mendes, fotografiados por Philippe Vogelenzang para Made in Brazil.
Vía Loquito … (¡ Gracias!)
“La verdad no es un agujero en tierra. La verdad es lo infinito del amor recibido a veces en esta vida cuando ya no nos quedaba nada más. Un segundo basta para conocerlo y comprender –incluso si “comprender” no es la palabra– que este infinito tiene necesariamente un lugar que a su vez tiene que ser también él necesariamente infinito. Un agujero en la tierra no es lo bastante grande para contener todo eso”.
Lo escribe Christian Bobin, lo escribieron con su gesto antes que él estas mujeres que fueron al sepulcro en la madrugada del primer día de la semana. Lo mismo que todos los que pasaron el sábado encerrados en el cenáculo, se sentían engullidas por la muerte, fracasadas en todas sus expectativas, envueltas en la tiniebla del sin sentido. Y, junto a ellas, quizá también nosotros, abrumados por la ausencia de Dios, el exceso de dolor y la desesperanza, como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas.
Aferrados a la reacción más fácil: “la verdad es un agujero en tierra” y reaccionando “llorando y hacer duelo” (Mc 16,10) “cerrando las puertas por miedo…” (Jn 20,19). La piedra es demasiado grande para nuestras fuerzas, el orden internacional demasiado injusto, la violencia demasiado arraigada, la presencia creyente irrelevante, la Iglesia demasiado temerosa…
Vamos a prolongar el sábado, vamos a refugiarnos en una espiritualidad evadida y permanecer en una parálisis inerte. Volvamos a Emaús, lejos de los sepulcros y de los crucificados, escapemos no sólo de su dolor sino también de su memoria.
Pero hay en la mañana del “primer día de la semana” un camino alternativo:
“En la madrugada del primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro (…) De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: —Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies”(Mt 28,1.8)
Lo mismo que ellas, sigue habiendo hoy gente que echa a andar todavía a oscuras y se acerca a los lugares de muerte para intentar arrebatarle a la muerte algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes.
Saben que no pueden mover la piedra pero eso no les detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre las manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado.
Quizá no viven todo eso desde la plenitud de la fe, ni le ponen el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertos al asombro, apoyados en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestos a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida.
Los evangelios de Pascua “están de su parte”. Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: “¡Hemos visto al Señor!”.
De ellas recibimos la buena noticia: Un agujero en la tierra no era lo bastante grande para contener tanto amor. El Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los envía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos.
Él va siempre delante de nosotros. Galilea es la encrucijada de todos nuestros caminos.
Dolores Aleixandre
Fuente Fe Adulta
Paz y Bien, amiga, amigo. Así le gustaba saludar y nos enseñó a saludar San Francisco, el Poverello de Asís, el Hermano, el Pequeño, el Mínimo. Fue hombre de paz y de bien, porque se hizo pequeño, y no compitió con nadie. Cuando bajó del todo, fue libre y creció hasta el fondo de sí. Cuando nos volvamos pequeños, seremos libres, hermanos, dichosos. Divinos. Seremos nuestro ser verdadero.
El pasado 4 de octubre, fiesta de San Francisco, tuve el gusto de participar en Bilbao en la presentación de un libro muy especial sobre él: El Bajísimo, de Christian Bobin (Ed. El Gallo de Oro). Es un libro corto de sorprendente belleza y fuerza. Un libro poema de la primera hasta la última frase, escrito con la inocencia de un niño y el vigor de un profeta. La traducción de Alicia Martínez es espléndida, digna del texto original. Sobre su autor ha dicho André Comte Sponville, pensador místico y ateo: es el “el escritor más grande de su generación, el más dotado, el más original, el más libre –al margen de las modas–; uno de esos raros escritores que nos ayudan a vivir”.
El libro se abre con estas palabras: “El niño se fue con el ángel y el perro iba detrás”. ¿Reconoces la frase? Está en la Biblia, en el libro de Tobías, una breve y deliciosa novela del siglo III antes de nuestra era sobre una familia judía deportada a Nínive (entonces Asiria, hoy Irak). Los protagonistas son Tobit y Ana, su hijo Tobías y Sara, su esposa. Y un buen joven que, sin ellos saberlo, resulta ser un ángel llamado Rafael o “medicina de Dios”. Y el perro que les acompaña en la dicha y la desdicha, en todos sus caminos. Tob significa en hebreo “bueno” o “bondad”. Es una historia de bondad. La bondad es más fuerte que el exilio, más fuerte que la pobreza, más fuerte que la ceguera, más fuerte que la muerte. Y no te digo más, para que busques el librito en la Biblia y lo leas entero. Merece la pena, y son 14 páginas.
También El Bajísimo es un canto a la bondad, como la propia vida de Francisco de Asís, el hermano humilde, el hermano menor de la cigarra y del lobo. Porque el corazón le llevaba. O el gusto. “El amor no es amado”, exclamaba por los bosques, a veces cantando, a veces llorando. Deja a tu corazón que sea y haz lo que quieras.
En la Regla para sus hermanos escribe Francisco: “Que nadie sea llamado prior, mas todos sin excepción llámense hermanos menores. Y lávense los pies el uno al otro”. No son órdenes. No es cosa de duro empeño, sino de dejarse llevar por el impulso más profundo. En una sociedad medieval dividida como hoy en dos clases, “mayores” y “menores”, Francisco aspiró primero a ser caballero noble, señor, mayor. Pero pronto fue hallando otra satisfacción más grande, la de ser menor entre los menores, servidor de los leprosos, desecho social a las afueras de Asís. “Me era amargo ver leprosos –escribirá en su Testamento–, pero fui donde ellos y los traté con misericordia y lo que antes me era amargo se me tornó en dulzura de alma y cuerpo”.
Un día, yendo de camino con un compañero, se encontró con un pobre más pobre que ellos, y a Francisco le dio vergüenza. O le dio envidia más bien. “Envidia nunca vista”, comenta Tomás de Celano, coetáneo suyo y primer biógrafo. Francisco no era masoquista. Le guiaba el sano, santo gusto de ser hermano del último. Por eso fue feliz. Se hizo menor porque se sentía feliz, fue feliz porque se hizo el menor. “Escribe, hermano León –le dijo un día– cuál es la verdadera alegría. No consiste en que crezca la Orden, vengan a nosotros doctores y obispos, hagamos milagros, convirtamos a todos y seamos admirados”. ¿En qué consiste, pues?, le preguntó fray León. “Consiste en ser los últimos, tener paciencia en todo y hacer el bien a quien nos hace el mal”.
A esa otra alegría nos remite el último párrafo de El Bajísimo. Describe una foto de una familia con diez niños de caras radiantes que vienen de rebuscar en un basurero. Detrás viene un ángel. “Casi invisible, relegado al último plano, en la lejanía brumosa de la imagen, tres pasos por detrás, indolente, siguiendo el rastro de los niños, el carro y el ángel, el otro, el perro de Tobías y esa alegría en su paso, esta alegría insensata, la contraria de la alegría mercantil. Es al ver la alegría del perro sarnoso cuando habéis sabido que estabais ante o que se llama una imagen sagrada”. El libro concluye con estas palabras y nuestros ojos se abren al Infinito.
Del blog de la Communion Béthanie:
Hacer sin cesar el esfuerzo de pensar
en quién está delante de ti,
prestarle una atención efectiva y constante,
no olvidar un segundo
que este o aquella con quien hablas
viene de otra parte, que sus gustos,
sus pensamientos y sus gestos
han sido formados por una larga historia,
poblada de muchas cosas y otra gente a la que jamás conocerás.
Recordarte sin cesar que este o aquella
a los que miras no te deben nada.
Este ejercicio te conduce al más grande disfrute cualquiera que sea:
Amar a este o aquella que está delante de ti,
amarle por ser quien es,
un enigma,
Y no ser lo que tú crees,
lo que temes,
lo que es tu esperanza,
lo que esperas,
lo que buscas,
lo que quieres.
*
Christian Bobin
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Del blog À Corps… À Coeur:
La duració amorosa no es duración.
El tiempo transcurrido en el amor no es tiempo,
sino la luz, un junco de luz,
un edredón de silencio, una nieve de carne dulce.
*
Christian Bobin, en “ La parte que falta“
***
Del blog de la Communion Béthanie:
Contemplar es una manera de ocuparse. Es romper todo lo que en nosotros se parece a una avidez, pero también a una espera o un proyecto. Mirar y emocionarse de la falta de diferencia entre lo que está en frente y nosotros.
Tengo ante mí, en este bosque, algo que es mucho más rico que todo lo que un museo jamás podrá ofrecer. En fin, un poco de musgo, un poco más lejos zarzas, un helecho que el sol atraviesa como una vidriera.
Este helecho es santo por su mortalidad, por su fragilidad, por el hecho de que va a conocer el marchitarse. ¿Que mejor que saludar a los que están caminando con nosotros? Sería bueno edificar toda una conversación alrededor de este helecho…
El mundo está lleno de visiones que esperan los ojos. Las presencias están allí, pero lo que falta son nuestros ojos.
¿Quién ve este pequeño helecho atrapado en una rama espinosa? El viento lo conoce, el viento le habla.
*
Christian Bobin
***
Del blog À Corps… À Coeur:
Hay más texto escrito sobre un rostro que en un volumen de la Pléyade (*), y cuando miro un rostro, trato de leerlo todo, hasta las notas a pie de página.
Penetro en los rostros como nos adentramos en la niebla, hasta que el paisaje se aclara en sus menores detalles.
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Christian Bobin
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(*) La Pléiade: Editorial y colección francesa de autores clásicos.
Recordatorio
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