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Entradas Etiquetadas ‘Charles Péguy’

“En el principio…”, por Dolores Aleixandre.

Jueves, 13 de febrero de 2025
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IMG_9817De su blog Un grano de Mostaza:

Cuenta un midrash que,  en la tarde del último día de la creación, las letras del alefeto  hebreo se fueron presentando ante el Creador para pedirle: “Por favor, ¡elígeme como primera letra de la Torah”! La agraciada resultó ser la bet por la que comienza la palabra berakah(bendición) y beresit “En el principio…

Su forma se parece a un cuadrado incompleto, cerrado por la derecha y por ambos lados, dejando el lado izquierdo completamente abierto.  Y como la escritura hebrea va de derecha a izquierda, parece que nos está indicado el sentido del camino: – “¡Camina siempre hacia delante! Avanza sin dispersarte, no te empeñes en empinarte por encima de tu estatura ni te pegues tampoco al suelo; y ni se te ocurra retroceder porque chocarás con el tope del punto de partida”.

El comienzo de un año tiene mucho de apertura, de estreno y de novedad. Está ante nosotros como un germen sin “residuos”, sin acumulación, rigidez o endurecimiento. Algo que germina posee un máximum de libertad, de juego, de agilidad,  de gracia.  Decía Charles Péguy: “Un germen es lo menos habituado que existe, lo menos fijado por la memoria o por el hábito, donde hay menos legajos, memorias papeleo o burocracia. Es lo que está más cerca de la creación, lo más fresco, lo más reciente y salido verdaderamente de las manos de Dios”.

Excelente momento para las decisiones de cambios significativos como los que quizá estén ya aconteciendo: Fray Severiano del Divino Celo ha puesto a remojo en noches alternas su santa observancia, a ver si se le reblandece un poco. Sor Maura del Perpetuo Recuerdo está tomando un vasodilatador antioxidante para ensanchar su mentalidad. Fray Bruno del Santo Sepulcro se ha puesto a leer la vida de san Felipe Neri que dijo: “Conservar el buen humor en medio de las penas es señal de un alma buena”. Sor Albertina de la Santa Faz aplica cada día a su entrecejo un algodón impregnado en agua de Lourdes para ver si le desaparece el gesto de mal genio.

Todos ellos y todos nosotros estamos invitados a entonar: “Cantad al Señor un cántico nuevo” que en hebreo suena así: Siru laSem sir jadas

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“Jubileo de la Esperanza”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 4 de enero de 2025
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imageCon la apertura del Jubileo se nos invita también a meditar sobre el tema de la esperanza. La necesitamos, en este contexto actual, tan desgarrado de jirones, tan desgarrado de dolores, en el que nos esforzamos por recomponer el hoy, sofocando en las urgencias del presente un atisbo de un posible buen futuro. Y es bueno, aun en la inflación que todo tema decisivo conlleva cuando se coloca en el primer plano, tener la oportunidad de preguntarnos qué esperanza cultivamos, como personas, como comunidad, incluso como mundo.

Al siglo XX de utopías que atraían y luego reducían los movimientos de la esperanza, atándola a sí misma en su desaparición, el siglo XXI no ha sabido oponer todavía más que pequeñas metas, horizontes estrechos, administración o gestión de lo ordinario. Urge la esperanza, con su carga de tensión hacia el mañana, su porte profético, su llamada a la responsabilidad por el hoy y, para los que tienen fe, en su intersección con lo eterno de Dios, en el despliegue del tiempo más allá del tiempo.

Para los creyentes, la esperanza es la hermana de la fe, aunque, como señaló Charles Peguy en espléndidos versos, es la hermana olvidada: «La pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores y nadie la mira», y sin embargo es ella «la que hace caminar a las otras dos». Para el autor de la Carta a los Hebreos, la esperanza descansa y se apoya en la fe: «La fe es el fundamento de lo que se espera»: verso que Miguel de Unamuno parafraseó con finura: «La fe es, pues, fe en la esperanza: creemos lo que esperamos».  Nosotros, hombres y mujeres de camino, creemos lo que esperamos, damos fe a lo que tendemos y a lo que deseamos que sea posible, dando así raíz a la existencia: “La esperanza es nuestro interior, el soporte de la vida; la esperanza es lo que vive; sólo quien espera recibe la vida”.

Son de nuevo palabras de Miguel de Unamuno, tan profundas en su entrelazamiento, indisoluble, de vida y esperanza: «la esperanza es lo que vive», pues «sólo quien espera recibe la vida», donde por vida se entiende ese enraizarse en el aquí y ahora con la mirada puesta en el más allá, con posturas activas, con hambre de futuro, con responsabilidad por el momento presente, por uno mismo y por los demás: porque la esperanza, si es verdadera, nunca es evasión, sino que -como recordaba Ernst Bloch en “Principio de esperanza”- abre el yo, en su anhelo universal, en su sueño, en su deseo que todos habitan, hacia una condición que ya es para hoy mejor.

Para quien cree, significa no dejarse vencer por una tentación siempre viva, a saber, la de posponer la ética de la esperanza al Reino venidero, a la parusía, con la conciencia de que la escatología no rechaza el presente, sino que lo ilumina y orienta, según la lección de Jürgen Moltmann y su “Teología de la esperanza”: si consideramos fiable la promesa del retorno de Cristo, no podemos rechazar su encarnación en la historia, esa historia hacia la que podemos sentirnos responsables y hacia la que podemos esperar una humanidad mejor. Que todo esto en la concreción de nuestra vida cotidiana exige la necesidad de aprender la esperanza («lo importante es aprender a esperar» decía Ernst Bloch), no concediendo espacio al mal que está ahí, para que no se haga dueño del futuro.

La esperanza es educación de la mirada, del sentimiento, de la vida, superando la pequeña frontera de nuestras seguridades o de nuestros pesimismos. A veces nos contentamos con tener en el puño, fuertemente apretados, algunos granos de trigo, y no queremos realmente ver florecer campos sin límites, prometedores de esperanza. La actitud es la del sembrador, la de quien siembra la semilla confiándola (y confiándose) al futuro, que para el cristiano no excluye, sino que abraza la dimensión de lo eterno, puesto que «no sólo actúa en el tiempo, sino que espera los frutos de la eternidad cuya semilla siembra en el tiempo. Y ésta es nuestra esperanza.

Por tanto, los peregrinos de la esperanza que somos los cristianos tratamos de sembrar en el tiempo para un fruto de eternidad, siempre, sin embargo, sin rendirnos y sin abdicar del presente y, de este modo, dando sentido a nuestros días, ya que la esperanza nos abre al deseo y, por tanto, a la alegría: «La vida activa es conducida aquí abajo, por la fe, en la peregrinación sobre esta tierra, donde la beatitud sólo está en la esperanza» (Meister Eckhart).

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Posdata: Tal vez sea bueno volver a leer a Charles Peguy y “El pórtico del misterio de la segunda virtud”. Una lectura, entre otras, que nos puede acompañar también durante el Jubileo de la Esperanza.

 

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“La santidad de los inocentes“, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 28 de diciembre de 2024
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IMG_9157En la Fiesta de los Santos Inocentes.

Dolorosa, aunque resignada, toda pena y protesta, la condena de Fyodor Dostojevski contra la arrogancia de los poderosos que se ensaña con los pobres y sobre todo con los niños inocentes: el último Fyodor Dostojevski es toda una pasión de transfiguración en la participación en tanto dolor inocente que parece hundir al hombre en el horror de lo insignificante e inútil.

El martirio de los Santos Inocentes se convierte en cambio para Charles Péguy en poema y prodigio de amor. El martirio para Péguy es una fiesta de amor, y el martirio de los tiernos niños, en brazos de sus madres desgarradas, es tal pero en un marco muy preciso: la celebración de la pureza que domina la parte anterior del admirable relato cristiano. Todo ello en el contexto de una robusta eclesiología que descansa en la divinidad del Hijo de Dios y la Comunión de los Santos en la asamblea celestial del Hombre-Dios, precedido por los Profetas y seguido por los Santos.

Jesús prefiere a los niños – es el Padre quien habla: «Es mi Hijo quien dijo una vez: sinite parvulos venire ad me, – dejad que los niños vengan a mí». Y el Hijo de Dios había dicho esto de unos niños que estaban jugando y que, acabando de recibir la bendición, lo dejaron para volver a jugar. Pero yo digo, pero se lo hacen decir a cada niño que nunca volverá a jugar…: ‘Si no es en mi Paraíso’. Y aquí Péguy, con admirable imaginación poética, describe el funeral de un niño precedido por la Cruz, las mujeres lloran pero el celebrante canta el viejo salmo de David: Bienaventurados los que son inmaculados en el camino – Bienaventurados los que no se manchan en el camino.

Los Santos Inocentes son los inmaculados, estos desdichados niños que los soldados de Herodes masacraron en los brazos de sus madres – Oh Santos Inocentes seréis por tanto los puros – Santos Inocentes seréis por tanto los inmaculados y blancos. – Benditos inmaculados en el camino. Benditos los inocentes, los sin mancha en el camino.

Y ahora el círculo lírico teológico se amplía y Cristo mismo entra a participar en la fiesta. «Ego sum via, veritas et vita. – Yo soy el camino, la verdad y la vida». Oh Santos Inocentes con la blancura original de toda vuestra inocente infancia. Los más cercanos a Cristo serán estos inmaculados e inocentes infantes, junto con el pobre Lázaro, que no han hecho nada en la vida ni en la existencia más que recibir un buen golpe del dolor y de la muerte. Es el triunfo de los puros en el Juicio Final junto al Cordero. No hay martirio más inaudito, más atroz, más espantoso… que los creyentes de todos los tiempos hayan sufrido por Cristo…

La conclusión final sólo puede ser la sencillez de la más alta alegría: «Así es mi paraíso, dice Dios. Mi paraíso es lo más sencillo: un altar, y los niños jugando con sus palmas y sus coronas. Y la ‘palmera’ -es el último toque de tanta poesía- siempre les sirve aparentemente de bastón». Así es como la liturgia celebra la gloria del «misterio de los Santos Inocentes» con la glorificación que hace la oración: un misterio de fe que llega hasta la gloria del Paraíso en los rayos del Apocalipsis de Juan.

Ciertamente, el misterio del mal, de la iniquidad, permanece: pero queda el «misterio de los Santos Inocentes», queda la dignidad de todo ser humano frente a toda tiranía. Desgraciadamente, la historia enseña que el ser humano prefiere la esclavitud a la libertad, que es la esclavitud del pecado según la Biblia de la que sólo Cristo nos ha liberado; es la esclavitud de las tinieblas que los hombres han preferido a la liberación de la luz. Pero el hijo de Dios que es el cristiano reza siempre para que «venga el reino de Dios» y para que «Dios nos libre del mal» (Mt. 5, 11 ss.).

Así, el misterio de los Santos Inocentes, que había escandalizado a Albert Camus e Ivan Karamazov, como misterio del mal invencible y prueba de la inexistencia de Dios, se convierte para el converso Charles Péguy en el signo del triunfo del amor de Dios y en la aurora de la esperanza de nuestra salvación.

Las voces de los pequeños víctimas de la violencia de todos los tiempos y de todos los lugares hoy se alzan en una acción de gracias a esta celebración. En su dolor está el sufrimiento de todos aquellos pequeños que todavía hoy pagan por el egoísmo de los adultos. La escena que propone hoy la liturgia golpea el corazón: el rey de Judea, atemorizado por lo que podría llegar a ser Jesús, es decir, un nuevo «gobernante» como anunciaban los Magos, decidió hacer matar a todos los niños nacidos al mismo tiempo.

La provocación es muy actual: ¿están dispuestos los adultos a dejar que las nuevas generaciones se conviertan en aquello a lo que están llamadas, o prefieren sofocar su destino para evitar cualquier «riesgo»? Creer significa también dar crédito al futuro, confiarse totalmente a un niño indefenso, nacido en una «periferia» y acostado en un pesebre. El verdadero inocente a los ojos de Dios es la criatura que no conoce la malicia, no conoce la mentira, no conoce la fealdad, y nadie es más inocente que un niño que se confía total, loca y amorosamente.

Es la inocencia la que está llena y es la experiencia la que está vacía. Es la inocencia la que gana y es la experiencia la que pierde. Es la inocencia la que es joven y es la experiencia la que es vieja. Es la inocencia la que sabe y es la experiencia la que no sabe. Es el niño el que está lleno y es el adulto el que está vacío.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Salvarse juntos.

Jueves, 28 de julio de 2022
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Del blog de la Comunidad Fronteras Abiertas (CAFA) de Zaragoza:

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A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no
Mt 13, 10-17


Hay que salvarse juntos,
hay que llegar juntos a la casa de Dios.
No vayamos a encontrarnos con Dios
estando los unos separados de los otros.
Hay que pensar un poco en los otros,
hay que trabajar un poco por los otros.
¿Qué nos diría Dios si llegásemos hasta él
los unos sin los otros?

*

Charles Péguy, 1873-1914

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***

Dios fuerte y misericordioso,
que destruyes las guerras y derribas a los soberbios;
aparta de nosotros la destrucción y las lágrimas,
para que todos podamos llamarnos,
en verdad, hijos tuyos.

***

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“Ante el misterio del niño”. Natividad del Señor – C (Lc 2,1-14 / Lc 2,15-20 / Jn 1,1-8)

Martes, 25 de diciembre de 2018
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Natividad_CLos hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada a casi todo». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada».

Estamos acostumbrados a escuchar que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se ofrece como niño. Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso Principito: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.

Pero esa es justamente la gran noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño.

Y este es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños.

Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y compromisos.

Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (A. Saint-Exupéry).

Y, sobre todo, es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino ilumina; que no teme sino que ama.

José Antonio Pagola

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“Ética de la esperanza, pero ¿qué esperanza?”, por Antonio Gil de Zúñiga,

Viernes, 19 de febrero de 2016
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bike-2Leído en Atrio:

En la web de Atrio, en esta última semana, se ha prodigado la palabra esperanza. Sin duda, es tiempo de ello. Estamos en Navidad, que es liberación y esperanza. Estamos a una semana después de unas elecciones generales, cuyos resultados señalan un camino de esperanza. Pero habría que preguntarse, ¿qué esperanza?

No me vale la virtud de la esperanza, como se ha enseñado tradicionalmente por la teología. Una esperanza demasiado escatológica y providencialista, que lo deja todo en mano de la resignación; aunque tampoco me vale la de E. Bloch, demasiado chata y telúrica, sin horizonte de Trascendencia. Creo que hay que aunar esa esperanza trascendente de la virtud cristiana y el “todavía no” blochiano transformador de la realidad y de la historia.

El territorio de la esperanza es el sufrimiento, el drama humano, como nos advierte A. Malraux en su novela La esperanza, quien, por medio de una prosopopeya, pone en boca de Madrid, acorralada y destrozada por los bombardeos del rebelde ejército franquista, una queja profunda y angustiosa contra Miguel de Unamuno: “¿para qué puede servirme tu pensamiento, si tú no puedes pensar mi drama?”. Esta situación se puede actualizar de muchas maneras: guerra de Siria, millones de desplazados; recortes sociales del gobierno del PP, millones de familias empobrecidas; y un largo etc. Es en el aquí y ahora donde ha de actuar la esperanza; tiene que mirar al futuro, próximo o lejano, pero desde la realidad sufriente del ahora. Tal vez no les falta razón a E. Lévinas y Rosenzweig para quienes la filosofía es ideología de la guerra al considerar unos elementos como esenciales (Dios, hombre, mundo) y despreciar otros como accidentes (el sufrimiento, la pobreza, la esclavitud). También TW Adorno se sitúa en esta línea al entender, por un lado, que “el sufrimiento perenne tiene tanto derecho a la expresión como el martirizado a aullar”, retractándose de algún modo de otra afirmación suya de que después de Auschwitz ya “no se podía escribir ningún poema”; y de otro, que ante el bárbaro e irracional Holocausto la propia metafísica ha quedado desarmada y paralizada, “porque lo que ocurrió le destruyó al pensamiento metafísico especulativo la base de su compatibilidad con la experiencia”. Es, pues, hora de que la esperanza tome la iniciativa y el ser humano recupere su propia identidad óntica, pues, siguiendo a Laín Entralgo, “el hombre sin esperanza sería un absurdo metafísico”.

Desde el punto de vista de la creencia la esperanza es el guía fiel que acompaña al hombre a la frontera de la finitud para entrar en el territorio de la trascendencia; donde ya no hay esperanza, porque el acontecimiento gozoso se hace patente. Se presenta, pues, al sujeto sub specie boni, colmando todos los anhelos insatisfechos y plenificando la finitud de la existencia humana. De ahí que el Ser trascendente sea el horizonte del “homo viator”,  que no es un ser acabado, perfeccionado, como mantiene la filosofía escolástica siguiendo a Aristóteles, sino un ser en proyecto, que deviene y se realiza cada día: “vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser…¡Un ser que consiste, más que en lo que es, en lo que va a ser; por lo tanto, en lo que aún no es!”, escribe Ortega y remata en otro lugar, “yo no soy una cosa, sino un drama, una lucha por llegar a ser lo que tengo que ser”.

Así pues, el ser humano es un-ser-en-esperanza. Que es tanto como decir que está abierto al futuro, nota esencial de la esperanza. Es un proyecto en constante devenir que en su trayectoria diacrónica se va configurando y consolidando como ser humano. Es agente y responsable de su propio futuro, como individuo y como colectividad, y su tarea primordial es transformar el presente, para que el futuro sea menos incierto, incluso un futuro liberador, donde las aspiraciones humanas se vean cumplidas. Se aproximan así esperanza y utopía, por cuanto se vislumbra una realidad diferente a la que se vive y se posibilita una calidad de vida, fruto del quehacer transformador del hombre. El futuro será, pues, una realidad para todos; de que los demás van a estar conmigo y yo con ellos. Es la urgencia de la solidaridad. Pero conviene resaltar que a la realidad adversa se encara desde una posición erguida, de ahí el dicho de no meter la cabeza debajo del ala como el avestruz. A esto P. Tillich lo llamó “el coraje de ser”. Conseguir esa actitud erguida, factor importante en la evolución del primate al homínido, como gustaba repetir el biólogo Faustino Cordón, no fue cosa de unos días, sino de siglos. El primate pasó del bosque a la sabana, y para comer y poder defenderse de otros depredadores comenzó a erguirse, mantenerse de pie. Sin esta actitud de reto, de confianza desafiante, no es posible la esperanza.

El hombre es además un-ser-con-esperanza. Su existencia como historia se fundamenta en la confianza de su proyecto, un proyecto con futuro. Confiar es tanto como dar crédito a la realidad por más que esta realidad y este proyecto puedan atravesar campos minados que hagan peligrar la actitud desafiante del ser confiado. Con la mirada hacia delante, hacia el futuro. Es la sensación que muestra la sociedad española después de las elecciones del 20D, por más que Ortega nos diga que el español suele “hacerse ilusiones sobre su pasado, en vez de hacérselas sobre su porvenir”; o la actitud desafiante de algunos, demasiados, obispos españoles, que no respetan ni la libertad personal, ni la libertad de conciencia.

Pero la esperanza, tanto biográfica como histórica, no es otra cosa que el compromiso con la realidad, individual y colectiva; una realidad considerada sub specie boni, que implica armonía y felicidad para uno mismo y para los demás. El dato empírico es que la realidad del ser-ahí anhela su total transformación, como también la creación entera, según escribe Pablo de Tarso en la Carta a los Romanos. Y es K. Marx quien pone las bases en la tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Aquí está la clave de la esperanza, de la “pequeña esperanza” de Ch. Pèguy, ya que no es otra cosa que la consecuencia y el fruto de los comportamientos éticos del trabajo por la justicia, la libertad o la paz. No hay futuro esperanzador si no hay libertad, aunque vivamos en una democracia, pero las mayorías absolutas imponen absolutamente sus prioridades y su bienestar; aunque la Iglesia sea un espacio de libertad, pero nuestros jerarcas quieren imponer “su verdad”, ya que los laicos somos “un rebaño” sin capacidad de decisiones… El hombre es un “ángel fieramente humano”, diría Blas de Otero, pero con “grandes alas de cadenas”, tanto individual como colectivamente. No hay un futuro esperanzador si no hay justicia, o lo que es lo mismo, igualdad, ausencia de explotación del hombre por el hombre; en definitiva, ausencia de marginalidad y pobreza. No hay futuro esperanzador si no hay paz, ausencia de violencia que es la generadora de conflictos y de dolor humanos.

Esta es la formidable tarea de la “pequeña esperanza”. En otro lugar (Palabras para este tiempo, Madrid, 2012) le dediqué un soneto que, abreviándolo, dice:

Callada energía de la humana
existencia. No eres, pues, espera
en sala de espera sin ventana,
sino GPS robusto hasta la frontera

… Vacuna fiel contra la pesadilla
de la injusticia y la pobreza. Palma
en el desierto. Una aurora que brilla.

***

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Como signos de interrogación

Jueves, 17 de diciembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

Crime and Punishment....

“¡Pontífices! ¡Pontífices! Somos todos pontífices arengándonosunos a otros, blandiendo nuestros báculos unos contra otros, dogmatizando, amenazando con anatemas!

 Recientemente, en el breviario, leíamos sobre un santo que, a punto de morir, se quitó las vestiduras pontificales y se bajó de la cama. Murió en el suelo, lo cual está muy bien: pero apenas hay tiempo de sentirse edificado con eso, porque uno está todavía cavilando sobre el hecho de que llevara vestiduras pontificales en la cama.
Reflexiones…: simpatía hacia Péguy, hacia Simone Weil, que prefirieron no estar en medio de la página católicamente aprobada y bien censurada, sino únicamente en el margen. Y se quedaron ahí, como signos de interrogación: poniendo en cuestión no a Cristo, sino a los cristianos.”
*
Thomas Merton
Conjeturas de un espectador culpable. 
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***

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