“Un arte evangélico”, por Gema Juan, OCD
La discreción de María en los evangelios es llamativa y una nota importante para la fe. Porque no solo habla de quién es la madre de Jesús, sino también de Dios, de cómo es y cómo obra. En todo caso, como decía el profesor Cothenet: «La discreción sobre el papel de María pertenece también al depósito de la fe, consignado en las Escrituras».
Esa discreción es un «detalle» de la humildad, tal como la concibe el Nuevo Testamento, donde al humilde se le descubre por su fidelidad en lo pequeño y por la alegría de saberse amado sin merecerlo. La humildad evangélica habla de acogida y no lleva cuentas del bien que hace, porque se lo atribuye a otro: a Dios.
Esa es la humildad de María, que acoge la bondad de Dios y se alegra con Él. Pensando en ella, pedía Teresa de Jesús a sus hermanas que la siguieran «en alguna cosita». Y escribía: «Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen Sacratísima… Siquiera en algo, imitemos esta su humildad».
El modo de aparecer María en los evangelios evoca un personaje de Dickens, en la novela David Copperfield, el doctor Chillip, que se movía de medio lado por las habitaciones para no ocupar más espacio del necesario y así, no estorbar a nadie.
Como escribía un crítico literario actual, recordando este personaje, el arte de no molestar, de no ocupar más espacio del necesario, no tiene nada que ver con la poquedad de carácter ni con el temor sino, sencillamente, con el deseo de cuidar a los demás, de no «agredir» la existencia de los otros. Y, sobre todo, con la preocupación de no ponerse en medio sino de facilitar el paso.
María parece haber elegido estar de medio lado en los evangelios, para facilitar el acceso a Jesús, para no quitar espacio al Único, para darle paso a Él. La presencia de María es insustituible y después de Jesús, es la primera para la fe cristiana, pero gran parte de su grandeza reside en ese dar paso.
Esa es la mujer que muestran los evangelios, una mujer que aparece así porque «estaba firme en la fe» –como explicaba Teresa– y que, por ello, tuvo el mayor valor: el de reconocer y acoger en sí el don de Dios mismo.
Von Balthasar decía que «en nuestra época, es especialmente necesario ver a María tal como se presenta, no tal como nos gustaría imaginarla… para no olvidar su papel en la obra de salvación y en la Iglesia». Porque comprender la verdad de María es reconocer quién es Dios: es el que ve lo escondido, ve y aprecia lo «discreto», lo que muchas veces no cuenta a los ojos humanos. Y Dios es el que obra allí donde es recibido, del único modo que puede hacerlo: amando, es decir, bendiciendo y salvando.
Teresa reconoció en María a la mujer que fue capaz de dejarse habitar por Dios y que eligió libremente albergarlo. María es, en definitiva, la mujer que revela que la presencia de Dios no rompe lo humano sino que lo hace capaz de lo mayor. Desde aquí se pueden entender, de nuevo, las palabras de Teresa, al descubrirse habitada por Él:
«A mi parecer, si como ahora con verdad entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con Él y más procurara que no estuviera tan sucio. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchera mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña! Así quiso caber en el vientre de su sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida».
A quienes no acaban de creer en este Dios o dudan de la fuerza del Espíritu, Teresa los invita a mirar a María, para aprender la mejor sabiduría, la de fiarse de Dios. Y refiriéndose especialmente a los «letrados», a quienes «quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios», escribirá: «¡Si deprendiesen algo de la humildad de la Virgen sacratísima!».
Aprender algo de la humildad de María es escuchar lo que dice y comprender su modo de vivir la fe, que es hacer sitio, dar paso y facilitar, pero sin dejar de involucrarse, sin echarse atrás. Es implicarse.
A las palabras de María en el evangelio de Juan: «No tienen vino… haced lo que Él os diga», Von Balthasar añadía una pregunta: «¿No son suficientes para caracterizarla como el arquetipo de la Iglesia que toma partido por los pobres, en su misma pobreza?».
María está presente, su humildad y su discreción la hacen brillar en medio de muchas oscuridades que siguen ensombreciendo el mundo. María apunta el camino de la luz: tomar partido por Jesús y por sus preferidos.
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