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Sea cauteloso al confiar en los “reyes” seculares

Lunes, 23 de octubre de 2023
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IMG_1003La reflexión de hoy es de Michaelangelo Allocca, colaborador de Bondings 2.0.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 29º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Dad, pues, al César lo que es del César; y a Dios las cosas que son de Dios”. Escuchada en la selección de este domingo del evangelio de Mateo, esta es una de las declaraciones de Jesús más malinterpretadas y causantes de problemas.

Muchos lo leen superficialmente como “cállate, paga tus impuestos y obedece la ley”. Por otro lado, se ha citado a la sierva de Dios Dorothy Day diciendo: “Si entregáramos a Dios todas las cosas que pertenecen a Dios, no quedaría nada para el César”, aparentemente argumentando que el punto de vista de Jesús era precisamente lo opuesto. . Las palabras de Jesús, por concisas y memorables que sean a menudo, ofrecen un excelente ejemplo de cómo una cita de las Escrituras puede generar interpretaciones no sólo diferentes, sino diametralmente opuestas. Necesitamos profundizar más para comprender lo que Jesús realmente quiso decir con esta declaración específica, y también para comprender mejor el tema más amplio al que se refiere: la relación entre la ley de Dios y la ley humana/civil en general.

Este tema ha sido un lío para nosotros, el segmento queer de la población. Las dificultades surgen tanto del “muro de separación” como de los puntos de vista “intrínsecamente entrelazados”. Revisaré ejemplos de eventos recientes con más detalle, después de alguna exégesis de la Escritura misma.

Lo primero que se necesita para comprender mejor cualquier pasaje de las Escrituras en particular es el contexto. El primer contexto relevante lo proporciona la primera lectura de hoy, de Isaías, elegida para acompañar esta selección de evangelios. “Así dice Jehová a su ungido Ciro, a quien tomo por la diestra, sometiendo naciones delante de él y haciendo correr reyes a su servicio”, nos muestra a Dios hablándole a un rey elegido para hacer la voluntad de Dios. Superficialmente, parecería reforzar la lectura superficial que ve a Jesús apoyando la obediencia a los gobernantes políticos, las herramientas del plan de Dios. Pero esto sólo funciona mientras sigamos ignorando el trasfondo histórico y teológico a partir del cual y dentro del cual el profeta pronunció estas palabras.

El Ciro mencionado aquí no es un rey judío, sino un jefe del Imperio Persa, uno de los enemigos tradicionales de Israel y, por lo tanto, una elección un tanto poco ortodoxa (si puedo usar esa palabra para las operaciones del Todopoderoso) para ser instrumento de Dios. La ironía se ve realzada por el título “ungido”, que de hecho es la misma palabra hebrea, mashiach (griego christos, respectivamente anglicizado, por supuesto, como “Mesías” y “Cristo”) utilizada para el descendiente de David prometido como el salvador. de Israel. ¿Cuánto más potente sería si oyéramos que el conquistador de Israel fuera llamado el “Mesías Ciro” del Señor o su “Cristo Ciro”?

Cualquiera de esas representaciones sería más fiel al impacto original. Isaías estaba profetizando a un pueblo teocrático. La única “constitución” que tenían era el pacto hecho en el Sinaí (Éxodo 20), y se suponía que solo Dios era su gobernante. Como sabemos, este marco no duró, ya que Israel finalmente exigió un rey, “como todas las naciones” (1 Samuel 8:5), olvidando que su don especial era haber sido elegidos por Dios para ser diferentes de otras naciones. Lo que surge de esta confusa historia es un largo patrón en las Escrituras hebreas de advertencias sobre lo que sucede cuando la gente –supuestamente el pueblo de Dios– cree que su seguridad y salvación están en manos de gobernantes seculares.

Dos ejemplos muestran el tipo de lecturas sesgadas que se han hecho de este texto profético. Quizás recuerden a David Koresh, el hombre que dirigió un movimiento cristiano radical separatista a principios de los años 90, que terminó en una carnicería ardiente cuando las fuerzas estadounidenses atacaron el complejo del movimiento en Waco, Texas. Quizás no sepas que su nombre era originalmente Vernon Wayne Howell, hasta que lo cambió legalmente. “David“, más obviamente, pretendía significar su papel como descendiente del rey elegido por Dios, y “Koresh” es la versión hebrea de… Ciro.

Más recientemente, los líderes evangélicos de derecha lucharon durante un tiempo sobre cómo unir fuerzas con un candidato presidencial que a veces parecía empeñado en romper tantos mandamientos de Dios como fuera posible: esa lucha terminó cuando decidieron que él era el Ciro de esta generación. .

El contexto antiguo resaltado por la lectura de Isaías fue parte del escenario del evangelio de hoy: aquellos que intentaron atrapar a Jesús plantearon el dilema de si la ley judía, que exigía lealtad exclusiva a Dios, permitía pagar impuestos al César, un gobernante extranjero llamado “divino“. ”en monedas que llevaban su imagen. Jesús sabía bien que la historia sagrada de su pueblo no ofrecía una solución fácil a este dilema, como también lo sabían sus interrogadores, al menos en teoría. Los lectores modernos a menudo pasamos por alto que hay algo sospechoso en que “los fariseos y los herodianos” anduvieran juntos, ya que los primeros generalmente odiaban a los segundos, de una manera más o menos similar a la forma en que la Resistencia francesa odiaba al gobierno de Vichy: sólo que un enemigo común (Jesús ) podría unirlos.

Jesús respondió con el golpe maestro que ganó el concurso incluso antes de responder (en realidad, nunca lo hizo) su pregunta: “muéstrame la moneda”. Incluso al llevar una moneda romana, como la mayoría de la multitud habría reconocido, sus adversarios traicionaron su hipocresía, ya que equivalía a manipular un ídolo. El verdadero punto de la respuesta de Jesús fue su negativa a respaldar la necedad de definir la justicia en referencia al poder secular.

A veces podemos olvidar esta poderosa advertencia. Por ejemplo, cuando se cuestiona la justicia de la igualdad en el matrimonio civil por motivos religiosos, me retuerzo cuando escucho alguna respuesta como “qué lástima, Obergefell es una ley establecida“. Confiar en Ciro o en César –o incluso en David, el monarca “como lo han hecho otras naciones”– como garantía de justicia es algo que deberíamos haber aprendido a no hacer; Dios puede determinar lo que es justo, un rey no.

En caso de que el peligro no sea lo suficientemente claro, darle la vuelta y aplicar la misma lógica a naciones donde es un crimen simplemente ser gay. ¿Estamos satisfechos si alguien señala eso como “derecho establecido” y, por lo tanto, no debería ser cuestionado?

No existen respuestas fáciles para preguntas complicadas sobre la interacción entre religión y ley civil, pero el consejo de las Escrituras es claro, tal como lo enseñó no sólo Jesús, sino también la Torá durante siglos antes de Él: nuestra salvación y felicidad no descansan en los sistemas de este mundo, sino sobre el sistema de Dios, que es amor y no legalismo.

—Michaelangelo Allocca, Ministerio New Ways, 22 de octubre de 2023

Fuente New Ways Ministry

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A cada uno lo suyo pero… “Yo soy el Señor; y no hay otro” (Is 45,5).

Domingo, 22 de octubre de 2023
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La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley […].

El concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, o cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el Espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que éstos se reducen meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinados obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otro. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, o sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.

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Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo octual, nn. 42-43, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1970, 319-322).

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En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:

-“Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

-“Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.”

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

-“¿De quién son esta cara y esta inscripción?”

Le respondieron:

-“Del César.”

Entonces les replicó:

-“Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

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Mateo 22,15-21

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“A Dios lo que es De Dios”. 29 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,15-21)

Domingo, 22 de octubre de 2023
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dad-al-cesarLa trampa que tienden a Jesús está bien pensada: «¿Es lícito pagar tributos al César o no?». Si responde negativamente, lo podrán acusar de rebelión contra Roma. Si acepta la tributación, quedará desacreditado ante aquellas gentes que viven exprimidas por los impuestos, y a las que él tanto quiere y defiende.

Jesús les pide que le enseñen «la moneda del impuesto». Él no la tiene, pues vive como un vagabundo itinerante, sin tierras ni trabajo fijo; no tiene problemas con los recaudadores. Después les pregunta por la imagen que aparece en aquel denario de plata. Representa a Tiberio, y la leyenda decía: «Tiberius Caesar, Divi Augusti Filius Augustus». En el reverso se podía leer: «Pontifex Maximus».

El gesto de Jesús es ya clarificador. Sus adversarios viven esclavos del sistema, pues, al utilizar aquella moneda acuñada con símbolos políticos y religiosos, están reconociendo la soberanía del emperador. No es el caso de Jesús, que vive de manera pobre pero libre, dedicado a los más pobres y excluidos del Imperio.

Jesús añade entonces algo que nadie le ha planteado. Le preguntan por los derechos del César y él les responde recordando los derechos de Dios: «Pagadle al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que es de Dios». La moneda lleva la imagen del emperador, pero el ser humano, como recuerda el viejo libro del Génesis, es «imagen de Dios». Por eso nunca ha de ser sometido a ningún emperador. Jesús lo había recordado muchas veces. Los pobres son de Dios; los pequeños son sus hijos predilectos; el reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.

Jesús no dice que una mitad de la vida, la material y económica, pertenece a la esfera del César, y la otra mitad, la espiritual y religiosa, a la esfera de Dios. Su mensaje es otro: si entramos en el reino, no hemos de consentir que ningún César sacrifique lo que solo le pertenece a Dios: los hambrientos del mundo, los subsaharianos abandonados que llegan en las pateras, los «sin papeles» de nuestras ciudades. Que ningún César cuente con nosotros.

José Antonio Pagola

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“Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Domingo 22 de octubre de 2023. 29º domingo del Tiempo ordinario.

Domingo, 22 de octubre de 2023
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52-OrdinarioA29Leído en Koinonia:

Isaías 45,1.4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones. 
Salmo responsorial: 95: Aclamad la gloria y el poder del Señor.
1Tesalonicenses 1,1-5b: Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza.
Mateo 22,15-21: Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

En la primera lectura nos encontramos ante un texto que se encuentra ubicado en lo que se llama el «Segundo Isaías» o «libro de la consolación» de pueblo de Israel. Este dato, aparentemente simple, nos permite entrar al texto desde una clave de interpretación especial. Isaías, el profeta del juicio y el castigo, siempre tiene al final una palabra de ánimo, de esperanza, de consolación, sobre todo en estos tiempos en los que las propuestas alternativas son buscadas por el sistema globalizante para eliminarlas.

Yahvé habla a Ciro –una persona que «no conoce a Dios», insiste el texto- y le habla, para encomendarle una misión. Es decir: el no conocer a Dios no es una limitación para ser llamados por Dios a una misión, y la de Ciro va a ser la de anunciar palabras de consuelo. El monopolio de la elección de Dios por parte de sólo un pueblo entre todos los pueblos de la humanidad, se desdibuja ante este relato del profeta. Constatamos que un «no judío» puede servir también de mediación adecuada para la actuación de Dios. En buena parte, eso es una gran novedad.

En Pablo, la realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad («tenemos presente la obra de su fe, los trabajos y sobre todo la tenacidad de su esperanza»): Son las palabras de Pablo y compañía a la comunidad que se reúne en Tesalónica, quienes se dejan guiar por la acción del Espíritu Santo…

El evangelio de Mateo –el más comentado en la historia de la iglesia y a la vez el evangelio del cual se ha hecho la interpretación más dogmática y espiritualista– es el marco de un texto polémico en un contexto social en el que se divinizaba al Emperador. El evangelio de Mateo es la primera síntesis de la tradición judía y cristiana después de la destrucción del templo de Jerusalén en la guerra de los años 66-74 d.C. El fragmento que hoy leemos forma parte de una serie de controversias entre Jesús y los fariseos (y otros grupos) sobre temas como el tributo, la resurrección de los muertos, el mandamiento principal, el hijo de David… Todas estas controversias tienen como telón de fondo la confrontación de Jesús con la ley romana.

Bajo el tema del tributo, una realidad que sufrían las comunidades cristianas (en las que se fue elaborando el texto del evangelio) bajo el dominio del imperio romano, el pueblo de Israel –que siglos antes había soñado una sociedad como confederación de tribus, en la que el único Señor fuese Dios, el Dios de la liberación–, vive ahora las consecuencias de una monarquía que exprime al pobre para sostener su estructura. Los más pobres son los más afectados por la política fiscal, pues la tasación recaía más directamente sobre los que trabajaban la tierra, campesinos o inquilinos.

Pero yendo un poco más allá del tributo, fijémonos en la figura del Emperador. Roma cargaba sobre sí la influencia del mundo religioso de Egipto y Grecia. La relación de los romanos con estos dioses forma parte de la estructura ordinaria y cotidiana de la vida social: se entendía al Emperador como un dios; Roma era una teocracia.

Las comunidades cristianas que habían optado por otra forma de entender la relación con Dios, con el Dios de Jesús, con el Abba, no podían entender cómo el emperador se presentaba como Dios, y se enfrentan a la religión oficial optando por lo alternativo, que en este caso es la propuesta de vida en pequeñas comunidades de hermanos y hermanas.

Ante esta realidad, la comunidad cristiana busca en la experiencia vivida con el maestro y nos trae al escenario esta frase que ha conseguido ser aceptada como adagio popular: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Por tanto ya en los albores de la reflexión de la comunidad está la conciencia de que el emperador no es Dios, y nunca lo será, porque Dios es amor, justicia, amor, igualdad… valores ausentes en cualquier imperio, de cualquier época.

Con el correr del tiempo, lo que es alternativo se transforma en oficial, y se hace necesario reemprender el camino de la creatividad, de la renovación, de lo alternativo.

En la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí nos encontramos con ciertas estructuras religiosas monárquicas e imperiales que lejos de reflejar la vivencia de la comunión entre los hermanos y hermanos, pretenden imponer la explotación de los pobres al mejor estilo del imperio Por eso, al leer este texto desde el hoy, tenemos que decir con voz profética: «a la estructura oficial religiosa lo que es de ella» y «a Dios lo que es de Dios», o sea, «a Dios Padre y a su Reino toda nuestra entrega y fidelidad».

El evangelio de Mateo con su fuerza eclesiológica renovadora, nos impulsa a trabajar incansablemente por una iglesia más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas, en las relaciones entre los hermanos, y menos pendiente de la norma y estructura, que cuya atención no puede ponerse por encima de la Justicia y de la defensa de los pequeños, los predilectos de Dios. Leer más…

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22.10.23. Devolved al César… Mataron a Jesús porque no pagó tributo y hoy haríamos lo mismo (DO 29; Mt 22, 15-21)

Domingo, 22 de octubre de 2023
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IMG_0988Del blog de Xabier Pikaza:

Jesús quiso el Reino de Dios para pobres y excluidos de los reinos y templos de este mundo. Pero, mientras llegaba el Reino (a fin de que llegue), muchos cristianos optaron por pagar tributo, convirtiéndose ellos mismos a veces en César.  

Por eso es importante volver a la palabra enigmática “devolved” (apodôte) al César…, no entréis en la disputa de tributos, en un mundo de césares contrapuestos, donde cada uno quiere su tributo: los legionarios de Roma y los celotas del monte de Galilea.

Este pasaje puede ayudarnos a entender y situar los conflictos económico-políticos del momento actual entre los que se cuentan el de Ucrania/Rusia, Palestina/Israel. Mientras muchos luchan, matan y mueren por tributos, el camino del reino de Dios sigue abierto para los que creen en el evangelio.

Texto

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 15-21)

Lectura del texto

Ésta es la pregunta que plantean en Jerusalén, en el momento clave de su revelación mesiánica. El signo de fondo es el denario del tributo, que significativamente Jesús no lleva, no por casualidad (como si hubiera olvidado tomarlo), sino por principio, pues él mismo ha pedido a sus discípulos que anuncien el Reino sin dinero o vestidos de repuesto (Mc 6, 6b-13). Por eso ha dicho al rico que venda lo que tiene, que reparta lo obtenido entre los pobres, para iniciar un camino en el que deben compartirse casas-campos y relaciones familiares (Mc 10, 17-31). En este contexto fija este relato la relación entre el movimiento de Jesús y el imperio, sobre el fondo de la tensa situación de Palestina (Israel), que desembocará tras unos años (67 d.C.) en una dura guerra contra Roma:

IMG_0989 ‒ Los defensores del Imperio, tenderán a justificar la economía y política de Roma, pagando unos impuestos que se entienden como un modo de participar en ese Imperio, en comunión con otros pueblos de aquel tiempo. El denario del tributo constituye una forma de contribuir al orden externo (mundano) de Dios.

Los enemigos del Imperio, entenderán el tributo como atentado contra la sacralidad israelita. Posiblemente, identifican la familia de Dios con el grupo nacional judío y quieren acuñar moneda propia, avalada con el nombre de Jerusalén. Por eso rechazan al César y su impuesto. Unos u otros, diga Jesús lo que diga, podrán acusarle: si afirma, le llamarán colaboracionista; si niega, insumiso, anti-romano.

Pues bien, Jesús no defiende la oposición violenta (no pagar, guerra contra Roma), ni apoya el orden de Roma (pagar), pues sabe que le tientan y, subiendo de nivel, responde que devuelvan (apodôte) al César el dinero que pertenece al César. En principio, podemos suponer que él era contrario al pago del tributo, no sólo por lo que ello implicaba de colaboración con el Imperio, sino también porque ese impuesto estaba al servicio de una economía fundada en el dinero. En esa línea, su respuesta (¡devolved al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios!) no se puede entender como declaración de guerra contra Roma, pero tampoco como aceptación de su tributo, sino que nos obliga a subir nivel, invitándonos a un tipo distinto de comunión humana.

Jesús no se pronuncia, por tanto, en contra de la ley, sino “fuera de ella”, esto es, al margen, pues busca las “cosas de Dios” (cf. Mc 8, 33) más allá del dinero y de la espada, no en un plano de ideales espiritualistas, sino de relaciones humanas (como indica en otra perspectiva el Sermón de la Montaña: Mt 5-7; Lc 6, 20-46). Se sitúa en el margen y desde el margen responde, para resolver así desde Dios los temas de conflicto de los hombres: Pagar o no pagar; pagar a quién (al Cesar o a los guerrilleros celotas enemigos del César). Las “cosas” de Dios que definen la identidad de su proyecto mesiánico, se sitúan en un espacio de gratuidad y pan compartido, no de dinero y talión, como sabe Mt 5, 21-48: “habéis oído que se ha dicho; yo, en cambio, os digo…”.

¿Es lícito pagar o no? Fariseos y herodianos quieren situar a Jesús ante la alternativa entre el sí y el no, en un plano monetario, en una sociedad campesina en la que apenas circula el dinero, de forma que, para muchos, no existe casi más moneda que la del tributos. Pero Jesús ha superado esa alternativa. No se trata de pagar o no pagar, sino de situarse en una dimensión más alta de revelación de Dios, es decir, de humanidad solidaria, por encima de una economía y política fundada en la posesión de la moneda. Jesús no acepta el tributo ni lo rechaza, sino que supera ese plano monetario (pagar o no pagar), pidiendo que se devuelva a Roma el dinero de sus impuestos, para iniciar de esa manera un camino distinto de evangelio.

20190110-Dios-o-el-dinero-mockup-final.1jpg‒ Jesús no tiene moneda, y así pide una a sus tentadores. Ellos se la traen, y él la mira, preguntando por la inscripción y la imagen grabadas en ella. Por una parte, él quiere superar el nivel de economía en que parecen situase todos. Por otra parte, él sabe que la moneda tiene valor de curso legal (económico), pero no es profana, en el sentido moderno del término, sino que lleva grabada una imagen del César, que en ella actúa como autoridad religiosa, es decir, como signo de divinidad. También la inscripción (que podía ser “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”) tenía carácter sagrado. Según eso, el tributo del César situaba a los hombre ante un “dios” que actúa por interés de dinero (Mammón), y eso Jesús no lo puede aceptar, como ha dicho en Mt 6, 24.

‒ Devolved al César… No combate con armas contra el César, pero tampoco le obedece (no emplea su dinero), sino que sale fuera del espacio de su dominio, para situarse en un ámbito de vida y convivencia donde el tributo al César sea innecesario. Aquellos que le tientan están dispuestos a emplear la moneda del César. Pues bien, Jesús les dice que se la devuelvan, de modo que no tengan nada que deberle, nada que pagarle. No se trata, por tanto, de luchar en guerra contra el César (no pagarle, como pretendían los celotas, para crear después su propio impuesto), sino de devolverle su dinero al César, para que él lo emplee como él quiera, pues el Reino se le alcanza y crea con monedas.

Jesus no ha caído, por tanto, en la trampa que quieren tenderle (pagar o no pagar), sino que propone un camino distinto: Devolver la moneda al César, darle lo suyo, es decir, salid de su imperio económico, para así ocuparse en verdad de las cosas de Dios. Devolved al Cesar lo que es del César, es decir, “salid de su imperio”, salid de su dinero… romper el esquema imperial del denario

‒ Y dad a Dios lo que es de Dios… Sólo allí donde al César se le devuelve la moneda (sin entrar en cálculos con él) se puede dar a Dios lo que es de Dios, es decir, todo lo que somos y tenemos, inaugurando un tipo de vida distinta, en gratuidad, esto es, sin “capital” de imperio, sin la violencia política y económica que simboliza el tributo. Esta propuesta ha de entenderse a la luz de todo el evangelio. Cerrada en sí misma, ella podría tomarse como puro enigma, una salida ingeniosa, llena quizá de ironía, pero sin sentido positivo. Pues bien, ella recibe un sentido más preciso a la luz de toda la enseñanza y conducta de Jesús, que no ha querido comprar con dinero los panes y los peces de las multiplicaciones (cf. 6, 37; 10, 17-22; 14, 3-9), sino que ha mandado a los suyos que compartan lo que tienen.

 Habían querido tenderle una trampa (pagar el tributo, oponiéndose a los nacionalistas judíos, o no pagarlo, enfrentándose con Roma). Pero Jesús se elevó de plano, sin caer en la trampa de fariseos y herodianos. No dice “sí” (paguen), ni dice “no” (niéguense a pagar), sino algo anterior y mucho más profundo: Apodote (devolvedle) al César lo que es suyo (salid de su campo), a fin de “dar” a Dios lo que es de Dios (para realizar su proyecto en el mundo). Por eso, el texto acaba comentando que se admiraban de él, aunque sus acusadores podrán decir más tarde que él ha ido soliviantando a la gente, para que no pague tributos al César, con lo que eso significa en aquel contexto (cf. Lc 23, 2).

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Jesús no sataniza al dinero y a su César (contra los celotas), ni lo diviniza (como hace Roma), sino que lo expulsa el ámbito mesiánico, pues él mismo ha dicho que lo opuesto a Dios es Mammón, el dinero convertido en “dios” supremo de este mundo (cf. Mt 6, 24), por encima incluso del imperio de Roma y del templo de Jerusalén. En esa línea debemos añadir que tarea y proyecto de Reino es una experiencia y tarea de gratuidad universal, superando el plano del dinero (cf. Mc 10, 17-31). En esa línea debemos seguir afirmando que el proyecto de Jesús va en contra de la raíz económica y religiosa del Imperio, pues él pide a los suyos que devuelvan el dinero al Cesar, saliendo así de su dominio.

Leer más…

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A Dios lo que es de Dios y la carta más antigua. Domingo 29. Ciclo A.

Domingo, 22 de octubre de 2023
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denario-tiberioDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Dos posturas ante el tributo al César

Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. Esta vez, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador romano. Por entonces, además de los impuestos que se pagaban a través de peajes, aduanas, tasas de sucesión y de ventas, los judíos debían pagar el tributo al César, que era la señal por excelencia de sometimiento a él.

            Fariseos y herodianos no tenían dudas sobre este tema; ambos grupos eran partida­rios de pagarlo. Los fariseos, porque no querían con­flictos con los romanos mientras les permitieran observar sus prácticas religiosas. Los herodianos, porque mantenían buenas relaciones con Roma. Como a nadie le gusta pagar, los rabinos discutían si se podía eludir el tributo. Y algunos adoptaban la postura pragmática que refleja el tratado Pesajim 112b: «… no trates de eludir el tributo, no sea que te descubran y te quiten todo lo que tienes».

          Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical, basada en motivos religiosos. Dado que el pago del tributo era signo de sometimiento al César, algunos lo interpretaban como un pecado de idolatría, ya que se reconocía a un señor distinto de Dios. Este era el punto de vista de los sicarios, grupo que comienza con Judas el Galileo, cuando el censo de Quirino, a comienzos del siglo I de nuestra era. Al narrar los comienzos del movimiento cuenta Flavio Josefo: «Durante su mandato [de Coponio], un hombre galileo, llamado Judas, indujo a los campesinos a rebelarse, insultándolos si consentían pagar tributo a los romanos y toleraban, junto a Dios, señores morta­les» (Guerra de los Judíos II, 118). Más adelante repite afirmaciones muy pareci­das: «Judas, llamado el galileo…, en tiempos de Quirino había atacado a los judíos por someterse a los romanos al mismo tiempo que a Dios» (Guerra de los Judíos II, 433).

La trampa de la pregunta

            Con este presupuesto, se advierte que la pregunta que le hacen a Jesús sobre si es lícito pagar el tributo podía compro­meterlo gravemente ante las autoridades romanas (si decía que no), o ante los sectores más progresistas y politizados del país (si decía que sí). Además, la pregunta es especialmente insidiosa, porque no se mueve a nivel de hechos, sino a nivel principios, de licitud o ilicitud.

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:

̶ Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?

La respuesta de Jesús

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

– Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

̶ ¿De quién son esta cara y esta inscripción?

Le respondieron:

̶ Del César.

Entonces les replicó:

̶ Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

            Jesús, que advierte enseguida la mala intención, ataca desde el comienzo: «¿Por qué me tentáis, hipócritas?» Pide la moneda del tributo, devuelve la pregunta y saca la conclusión. Jesús, como sus contemporáneos, acepta que el ámbito de dominio de un rey es aquel en el que vale su moneda. Si en Judá se usa el denario, con la imagen del César, significa que quien manda allí es el César, y hay que darle lo que es suyo.

            Estas palabras de Jesús, tan breves, han sido de enorme trascen­dencia al elaborar la teoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Y se han prestado también a inter­pretaciones muy distin­tas.

Las cosas de Dios

            Si analizamos el texto, las palabras: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no constituyen una evasiva, como algunos piensan. Van al núcleo del problema. Los fariseos y herodianos han preguntado si es lícito pagar tributo desde un punto de vista religioso, si ofende a Dios el que se pague. La respuesta contundente de Jesús es que a Dios le interesan otras cosas más importantes, y ésas no se las quieren dar. Teniendo presente el conjunto del evangelio, «las cosas de Dios», lo que le interesa, es que se escuche a Jesús, su enviado, que se acepte el mensaje del Reino, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y religioso, que se sepa acoger a los débiles, a los menesterosos, a los marginados. Eso no interesa ni preocupa a fariseos y herodianos, pero es la cuestión principal. Si el evangelio no fuese tan escueto, podría haber parafraseado la respuesta de Jesús de esta manera: ¿Es lícito poner el sábado por encima del hombre? ¿Es lícito cargar fardos pesados sobre las espaldas de los hombres y no empujar ni con un dedo? ¿Es lícito llamar la atención de la gente para que os hagan reverencias y os llamen maestros? ¿Es lícito impedir a la gente el acceso al Reino de Dios? ¿Es lícito hacer estúpidas disquisiciones sobre los votos y juramentos? ¿Es lícito dejar morir de hambre al padre o a la madre por cumplir un voto? ¿Es lícito pagar los diezmos de la menta y del comino, y olvidar la honradez, la compasión y la sinceridad? En todo esto es donde están en juego «las cosas de Dios», no en el pago del tributo al César.

            Naturalmente, la comunidad cristiana pudo sacar de aquí conse­cuencias prácticas. Frente a la postura intransigente de los sicarios, defender que no era pecado pagar tributo al César. Y, con una perspectiva más amplia, fundamentar una teoría sobre la conviven­cia del cristiano en la sociedad civil, sin necesidad de buscar por todas partes enfrentamientos inútiles. Siempre, incluso en las peores circunstancias políticas, nadie podrá arrebatarle a la iglesia y al cristiano la posibilidad de dar a Dios lo que es de Dios.

El emperador no siempre es enemigo (1ª lectura)

            En Israel, desde los primeros siglos, hubo gente fanática y enemiga de conceder el poder político a un hombre mortal. El único rey debía ser Dios, aunque no quedaba claro cómo ejercía en la práctica esa realeza. Otros grupos, sin negarle la autoridad suprema a Dios, aceptaban el gobierno de un rey humano. Pero siempre debía tratarse de un israelita, no de un extranjero. La novedad del texto de Isaías, una auténtica revolución teológica para la época, es que Dios, aunque afirma su suprema autoridad («Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios»), él mismo escoge al rey persa Ciro, lo lleva de la mano, le pone la insignia y le concede la victoria. Porque Ciro, al cabo de pocos años, será quien conquiste Babilonia y libere a los judíos, permitiéndoles volver a su tierra.

            Este proceso de esclavitud – liberación – vuelta a la tierra recuerda al ocurrido siglos antes, cuando el pueblo salió de Egipto. La gran novedad, escandalosa para muchos judíos, es que ahora el salvador humano no es un nuevo Moisés sino un emperador pagano.

          El texto ha sido elegido para confirmar con un ejemplo histórico que se puede respetar al emperador, pagar tributo, sin por ello ofender a Dios.

Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.

El escrito más antiguo del Nuevo Testamento (2ª lectura)

            Desde este domingo hasta el 33 inclusive la segunda lectura se toma de la 1ª carta de Pablo a los tesalonicenses, escrita en Corinto hacia el año 49/50.

            El breve fragmento elegido por la liturgia de hoy solo contiene el exordio, con loselementos típicos (remitentes, destinatarios, saludo) y el comienzo de la acción de gracias, donde Pablo recuerda las tres grandes virtudes de los tesalonicenses (fe, amor, esperanza) y el don de la elección. Adviértase el tono tan cordial con que escribe Pablo.

Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino, además, fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis.

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Domingo XXIX. 22 Octubre, 2023

Domingo, 22 de octubre de 2023
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Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: -¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.”

(Mt 22, 15-21)

El evangelio de este domingo nos enseña que podemos caer en la tentación de creernos mejores que los fariseos y pensar: “mira qué mala gente, cómo quería pillar a Jesús.”

Bien, precisamente esa fue la tentación en la que cayeron los fariseos. Ellos se creían mejores que Jesús y eso les llevó a buscar dejarle en evidencia.

Creernos ser mejores que las demás es una gran tentación y un gran peligro. De hecho, está en la base de los grandes conflictos de la historia pasada y la que vamos escribiendo.

Los grandes conflictos surgen de la creencia de que lo propio es mejor y por lo mismo nos consideramos con derecho a imponerlo o a rechazar lo diferente.

Pensemos por un momento en la situación política actual en la que cada quien repite su maravillosa idea sin escuchar la realidad ajena. ¿Cómo puede haber diálogo? No puede haberlo. Si no estamos dispuestos a dejarnos afectar por las ideas y puntos de vista ajenas no hay comunicación.

En el evangelio los fariseos se presentan como queriendo dialogar, cuando en realidad su intención es comprometer a Jesús. Jesús en lugar de entrar en su juego pone de manifiesto sus intenciones y zanja el problema sin evadirse en largas discusiones estériles, otorgando a cada cosa su lugar: “al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.”

Dialogar no es aportar una idea sino arriesgarla. “Comprendiendo su mala voluntad”. Se trata de exponer mi propio punto de vista, aceptando que no es el único y ni siquiera es el mejor. Es más, quizá ni siquiera sea bueno para otras personas que ven otras cosas porque tienen diferentes realidades.

Para dialogar se necesita mucha humildad y apertura, un corazón pacífico y una mente flexible. Es una pena que en nuestras sociedades modernas, en la era de la comunicación, nos enseñen a hablar y a opinar, pero no a dialogar.

Oración

Trinidad Santa, comunión en la diferencia, enséñanos el arte de la escucha que nos abre a la realidad ajena. Danos la humildad que necesitamos para poder encontrarnos y dialogar

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No hay un Dios-César ni un César-Dios.

Domingo, 22 de octubre de 2023
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Mt 22, 15-21

Los jefes comprendieron que las tres parábolas se referían a ellos (los obreros de última hora, los hermanos mandados a la viña, el banquete de boda. Contraatacan con tres preguntas que intentan tenderle una trampa para tener de qué acusarlo. La primera es la del tributo al César que acabamos de leer. La segunda es sobre la resurrección de los muertos. La tercera, cuál es el primer mandamiento, que leeremos el próximo domingo.

Merece atención el texto del segundo Isaías que hemos leído. Es muy interesante, porque es la primera vez que la Biblia habla de un único Dios. Estamos a mediados del s. VI a. c., y hasta ese momento, Israel tenía su Dios, pero no ponía en cuestión que otros pueblos tuvieran sus propios dioses. Esto no lo hemos tenido nunca claro. El creer en un Dios único es un salto cualitativo increíble en el proceso de maduración de la revelación.

El evangelio de hoy no es sencillo. Con la frasecita de marras, Jesús contesta a lo que no le habían preguntado. No se mete en política, pero apunta a una actitud vital que supera la disyuntiva que le proponen. Una nefasta interpretación de la frase de Jesús la convirtió en un argumento para apoyar el maniqueísmo en nombre del evangelio. Seguimos entendiendo la frase como una oposición entre lo religioso y lo profano; hoy entre la Iglesia y el Estado. Se trata de una falta absoluta de perspectiva histórica.

Moisés utilizó a Dios para agrupar a varias tribus en un solo pueblo. Israel fue siempre una teocracia en toda regla. Cuando se instauró la monarquía por influencia de las naciones próximas, al rey se le consideró como un representante de Dios (hijo de Dios), sin ningún poder al margen del conferido por su divinidad. Al proponer la pregunta, los fariseos no piensan en una confrontación entre el poder religioso y el poder civil, sino entre su Dios y el César divinizado. La moneda es clave para entender la respuesta.

TI(berius)CAESAR DIVI AUG(usti) F(ilius) AUGUSTUS: PONTIF(ex) MAXIM(us)

Tiberio César, glorioso hijo del divino Augusto, sumo pontífice

Jesús pregunta: ¿De quién es esa imagen e inscripción? Se cuestiona si un judío tiene que aceptar la soberanía del César o seguir teniendo a Dios como único soberano. Con su respuesta, Jesús no está proponiendo una separación del mundo civil y el religioso. En tiempo de Jesús tal cosa era impensable. No hay en el evangelio base alguna para convertir la religión en una especulación de sacristía sin influencia en la vida real.

Fariseos y herodianos, enemigos irreconciliables, se unen contra Jesús. Los fariseos eran contrarios a la ocupación, pero se habían acomodado. Los herodianos eran partidarios del poder de Roma. La pregunta era una trampa. Si decía que no, se ponía en contra de Roma. Los herodianos lo podían acusar de subversivo. Si decían sí, los fariseos podían acusarlo de contrario al judaísmo, porque se ponía en contra del sentir del pueblo.

El verbo que emplea Jesús, “apodídômi“, no significa dar sino devolver. El que emplean los fariseos (dídomi), sí significa “dar”. Una pista para comprender la respuesta. Estaban contra el César, pero utilizaban su moneda y tiene derecho a exigir que se la devuelvan. Un verdadero judío tenía que renunciar a utilizar el dinero de Roma. Les hace ver que ya han contestado, pues han aceptado la soberanía de Roma.

Al preguntar por la imagen, Jesús está haciendo clara referencia al Génesis, donde se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios. Si el hombre es imagen de Dios, hay que devolver a Dios lo que se le ha arrebatado, el hombre. La moneda que representa al César tiene un valor relativo, pero el hombre tiene un valor absoluto, porque representa a Dios. Jesús no pone al mismo nivel a Dios y al César, sino que toma claro partido por Dios. El hombre como valor supremo es la clave del mensaje de Jesús.

Tampoco se puede utilizar la frase para justificar el poder. Si algo está claro en el evangelio es que todo poder es nefasto, porque machaca al hombre. Se ha repetido hasta la saciedad que todo poder viene de Dios. Pues bien, según el evangelio, ningún poder puede venir de Dios, ni el político ni el religioso. En toda organización humana, el que está más arriba está allí para servir a los demás, no para dominar.

Jesús dice que el César no es Dios, pero no hemos dudado en convertir a Dios en un César (he leído una homilía: “el único César que existe es Dios”). No es fácil asimilar que tampoco Dios es un César. No se trata de repartir dependencias, ni siquiera con ventaja para Dios. Dios no hace competencia a ningún poder terreno, sencillamente porque no tiene ningún poder. Esto, bien entendido, evitaría toda solución falsa. El problema es una trampa en sí mismo. No existe una alternativa entre César y Dios.

Se ha predicado que había que estar más pendiente del César religioso que del César civil. Ningún ejercicio del poder es evangélico. No hay nada más contrario al mensaje de Jesús que el poder. Siempre que pretendemos defender los derechos de Dios, estamos defendiendo nuestros propios intereses. El que te diga que está defendiendo a Dios, en realidad lo está suplantando. Tampoco el estado tiene derecho alguno que defender. Los dirigentes civiles tienen que defender siempre los derechos de los ciudadanos.

No hablamos de anarquismo. Al contrario, una sociedad, aunque sea de dos personas, tiene que estar ordenada y en relaciones mutuas de interdependencia. En ella, una tiene mayor responsabilidad; pero todas las relaciones humanas deben surgir del servicio a los demás, no del dominio. Ningún ser humano es más que otro ni está por encima de otro. “No llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie jefe, no llaméis a nadie señor”.

No existe una realidad sagrada y otra profana. Hoy no existe un César con poder absoluto, ni existe un Dios que disputa el poder al César. Es descabellado hacer creer a la gente que tiene unas obligaciones para con Dios y otras con la sociedad civil. Dios se encuentra en todo lo terreno, pero en lo más hondo del ser. Si solo lo encontramos en la iglesia, hemos caído en la idolatría. La única manera de entender todo el alcance del mensaje de hoy es superar la idea de un Dios fuera que arrastramos desde el neolítico.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Lo profano y lo sagrado.

Domingo, 22 de octubre de 2023
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Mt 22, 15-21

«Hipócritas, ¿por qué me tentáis?»

Los fariseos y los herodianos se odiaban a rabiar, y el objeto de la extraña alianza que muestra el texto es sin duda tapar todo resquicio por el que Jesús pudiese escapar de la trampa que le habían tendido. Si contestaba que sí, que era lícito pagar tributo al César, los fariseos le acusarían ante el pueblo de ser amigo de sus opresores romanos, y si contestaba que no, que no era lícito, los herodianos lo prenderían por sedicioso. Lo que no esperaban era que Jesús fuese capaz de salir airoso de aquel atolladero: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Y como argumento para conjurar la trampa que le habían tendido es genial… pero lo del César también es de Dios.

El cronista del capítulo primero del Génesis se inventa un relato precioso para decirnos una sola cosa: que todo es obra de Dios; que todo es reflejo de Dios. Y por eso, en el mundo no hay nada que pueda considerarse profano, sino que todo es sagrado; obra de Dios. Nosotros hacemos distinción entre lugares sagrados, los templos, y lugares profanos, el resto. También distinguimos en tiempos sagrados, en los que vamos al templo a cumplir con Dios, y tiempos profanos, que son para nosotros y en los que Dios no tiene parte alguna.

Para Jesús todo es sagrado. Ve a Dios en todas las cosas; todo es revelación de Dios para él, reflejo de Dios, y por eso es capaz de hablar de Él con las cosas más sencillas y cotidianas. Tampoco hace distinción entre tiempos sagrados y profanos; todo el tiempo es de Dios; tanto el que dedica a la oración de madrugada para confortarse en presencia de Abbá, como el que consagra luego a curar y enseñar; a proclamar el Reino por los caminos de Palestina.

Recuerdo que Ruiz de Galarreta se despedía de nosotros al finalizar la eucaristía con estas palabras: «Ya nos hemos alimentado… ahora a trabajar». El mundo no es un lugar profano para dedicarnos sin más a nuestras cosas, sino nuestro lugar de trabajo como cristianos. El templo es sagrado en la medida en que vayamos a él alimentarnos. El mundo lo es en la medida en que nos tomemos en serio nuestro compromiso de proclamar el Reino; de ser sal, de ser luz, de ser semilla…

Una de las cosas más característica y distintiva de la propuesta de vida que nos hace el evangelio, es que no nos propone huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Porque el Reino no es esencialmente renunciar a nada, sino dirigirlo todo hacia ese fin. Ni poseer, ni casarse, ni trabajar, ni descansar, ni disfrutar, ni esforzarse, ni dimensión humana alguna, está fuera de esta categoría esencial: medios para construir el Reino.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Dad a Dios lo que es de Dios: ¿Podemos darle algo mejor que el cuidado de la vida humana?

Domingo, 22 de octubre de 2023
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render-unto-caesar-and-unto-god_900x600_72dpi_2Mateo 22, 15-21

Un día más, estábamos sentados en la ladera del monte, esperando que Jesús abriera su corazón y nos hablara. Cuando vimos que se acercaba un grupo de herodianos, y observamos la expresión de sus rostros, supimos que venían buscando el conflicto. Desde hacía tiempo, tanto ellos como los fariseos, tenían interés en dejar a Jesús en ridículo, públicamente. Querían desprestigiarle ante la gente que le seguíamos y le escuchábamos con atención.

– ¡Vienen a por él! Se oyó a lo lejos. Y asentimos con la cabeza.

Saludaron a Jesús con la falsedad que era habitual en ellos y rápidamente abordaron el tema de los impuestos. Un tema espinoso, porque cada grupo político tenía su posición particular, lo que provocaba enfrentamientos y violencia.

Los herodianos, junto con muchos sacerdotes de alto rango, se beneficiaban directamente de los impuestos; lo mismo que muchos funcionarios, recaudadores, etc. Por eso no querían ningún cambio. Años antes, Herodes el Grande se distinguió por vivir entre la tiranía, la ambición y el despilfarro; impuso grandes tributos que sus seguidores han venido manteniendo, año tras año, a costa de la sangría de nuestro pueblo.

Por otra parte, algunos grupos revolucionarios nos proponían que nos negáramos a pagar impuestos; nos decían que así proclamábamos que Dios es el único Señor de Israel. Era muy difícil tomar postura, porque me arriesgaba a ser perseguida.

Me preguntaba: ¿qué hará Jesús ante esta trampa que le tienden los discípulos de los fariseos y los herodianos?

Jesús mantuvo la calma y pidió un denario. Rápidamente le ofrecieron uno, acuñado con el rostro del César. Por el hecho de tener ese rostro, las autoridades religiosas consideran que la moneda es impura, tan impura que no podemos usarla en el templo de Jerusalén, ni para pagar los servicios religiosos, ni para dar limosna.

Dentro del templo se acuñan las monedas “puras”, las de uso religioso. Los cambistas reciben las monedas impuras, las pesan y nos entregan el equivalente de su valor en monedas del templo. Bueno, se encargan también de quedarse con un porcentaje que muchas veces es abusivo, sobre todo a costa de la gente más pobre e ignorante.

– “Dad al César lo que es del César”, dijo Jesús, mirando fijamente al grupo.

Los herodianos respiraron tranquilos. Se dieron media vuelta para retirarse. No había de qué preocuparse. Entonces Jesús dijo con voz potente:

– “Y dad a Dios lo que es de Dios”.

Se armó un revuelo. En el aire fueron quedando muchas preguntas: ¿Qué es de Dios y qué no es de Dios? ¿Qué hay que darle? ¿Dios necesita lo que le damos? ¿No es suficiente con alguna limosna?

Entonces recordé que, pocos días antes, Jesús había dicho: Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y me pareció entender que todas las personas son de Dios, ya sean galileas o samaritanas, judías o gentiles, justas o pecadoras… Y que solo puedo darle a Dios aquello que le doy al prójimo.

Me volví pensativa a casa. Por la noche, apague el candil para no gastar aceite, y salí a meditar bajo las estrellas, pidiendo al Abbá que me ayudara a comprender con hondura lo que nos había dicho Jesús con tanto énfasis.

María, discípula amada.

Han pasado casi 2.000 años. Y este fin de semana, ante los inhumanos acontecimientos que están viviendo el pueblo palestino y el pueblo judío, también podemos hacernos preguntas:

· ¿Por qué se mezclan las noticias para que confundamos a un grupo terrorista con toda la población palestina y al fundamentalismo judío con todo el pueblo judío?

· Unos intereses económicos brutales han acallado la voz de quienes deben y pueden parar la masacre que se ha anunciado ¿Hasta cuándo el dinero hará enmudecer a quienes tienen en su mano abrir caminos para la paz?

· Una vez más, se mueve el negocio de las armas y de ese río revuelto saldrán grandes fortunas. ¿Qué podemos hacer?

· A los ojos de Dios ¿qué valor puede tener una tierra, frente al valor de miles y miles de vidas humanas inocentes?

· ¿Contrastamos la información que recibimos, antes de compartirla desde lo más visceral de nuestro ser?

· ¿Buscamos gestos de esperanza y compromiso, contra toda desesperanza? ¿Oramos por la paz del mundo?

Que el Abbá nos ayude a comprender con hondura las palabras de Jesús: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Debates y trampas.

Domingo, 22 de octubre de 2023
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IMG_0944Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

22 octubre 2023

Mt 22, 15-21

En gran medida, los debates le encantan al ego, porque lo entretienen y lo alimentan. Lo entretienen porque, mientras discute, evita mirar su propia problemática interna. Y lo alimentan porque le permiten compararse con otros, luchar por imponerse y, en definitiva, creerse “alguien”. Todo ello explica que, como es fácil observar, es muy extraño que una persona que debate de esta manera cambie su opinión. Más bien sucede al revés: cada cual se fortalece y atrinchera en su posición.

Criticar el debate, al que estamos acostumbrados a través de los diferentes medios, no significa negar el valor del diálogo. Pero este tiene unos requisitos, que son los que marcan la diferencia. El primero de ellos es que el objetivo del diálogo no es “tener razón”, ni “salirse con la suya”, sino la búsqueda desapropiada de la verdad. Y, en paralelo, otro segundo requisito es la capacidad de reconocer la parte de verdad que toda posición contiene, porque no se olvida que cada persona tiene su verdad.

Pero, así como al ego le encanta el debate, de la misma manera disfruta poniendo trampas. Porque, al no buscar la verdad, sino lograr imponerse al otro y descalificarlo, desarrollará todas las artimañas a su alcance para ridiculizar o, al menos, acallar a aquel de quien discrepa.

Ante las trampas, carece de sentido el diálogo, porque falla otra de las condiciones básicas: la honestidad. De ahí que el mejor recurso sea evitarlas. A no ser que se posea el ingenio suficiente -como en el caso del relato evangélico que leemos hoy- para mostrar al desnudo la falsedad que la misma trampa encierra.

Quien solo busca la verdad vive el diálogo desde la humildad y el más profundo respeto a la otra persona, por más que no pueda compartir su punto de vista. Pero no entra en debates interminables ni, mucho menos, trata de “cazar” al otro por medio de trampas. Porque, en última instancia, no vive buscándose a sí mismo, sino dejando o permitiendo que la vida fluya y se exprese.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Dad al César… ¿La fe es ineficaz?

Domingo, 22 de octubre de 2023
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IMG_0965Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- PREGUNTA TRAMPA

La pregunta que los fariseos le lanzan a Jesús es una pregunta trampa: le preguntan “para comprometer a Jesús”. ¿Es lícito pagar el impuesto al César, al opresor extranjero romano?

Jesús se da cuenta de “su mala voluntad”. ¿Por qué me tentáis, hipócritas?

Si Jesús contesta que no hay que pagar impuesto al opresor (al César, a los romanos), los fariseos y la clase alta de Israel puede descansar, pues así pueden poner a Jesús en manos de la justicia romana, quienes lo ejecutarán por revolucionario zelota

Si dice que hay que pagar impuesto, todavía es peor, Jesús sería una especie de traidor a la causa judía y el pueblo se pondría en contra de Jesús.

02.-  JESÚS CONOCE LA MALICIA E HIPOCRESÍA DE AQUELLA GENTE (v 18).

El ámbito de las relaciones entre el poder del César y la autoridad de Dios es siempre un campo minado, tanto en tiempos de Jesús, como hoy en día: fe e ideologías, Iglesia y estado, razón y fe…

Por eso se suele decir que la Iglesia, los curas, incluso los movimientos religiosos no han de entrar en política, pues es competencia del César.

En la respuesta de Jesús hay una cierta ironía.

Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Césares ha habido y hay siempre muchos, demasiados, y en todas las esferas de la vida: en política, en economía, en los entresijos eclesiásticos.

Las palabras Kaiser y Zar, son variantes de César.

Hay mucho Kaiser suelto en la vida social, política, económica y eclesiástica.

¿Y qué es lo del César, qué quiere el César? Los zares y césares quieren escaños parlamentarios, mayorías absolutas, poder, dineros, palacios, etc. Pues eso es lo que hay que darles.

Por una parte Jesús conocía la malicia e hipocresía de aquellos fariseos. Por otra parte, Jesús, como buen creyente, conocía bien los mandamientos de los que el primero es: Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma…

Por eso ni Jesús, ni los cristianos adoraron nunca al César, al emperador (y por eso murieron, más bien los mataron: mártires). El primer mártir fue el mismo Jesús, y en la historia matarán después a muchos cristianos que no adoraron al emperador romano; a Bonhoeffer que no se postró ante Hitler, asesinaron a Monseñor Oscar Romero, que no pagó el tributo de Dios a los militares, o a Ignacio Ellacuría que sirvió a Dios y al pueblo en su enseñanza y pastoral universitaria y no a los poderes económicos, etc.

“Mi Reino no es como los de este mundo”. El Reino de Dios es de justicia y de paz. Vivir en ese ámbito de Dios es dar a Dios lo que es de Dios.

03.- ¿LA FE ES INEFICAZ?

Una cuestión candente suele ser si el cristiano, la Iglesia ha de entrar en política o no.

En la sociedad, en la vida socio-política la eficacia está en el César, en el Ayuntamiento, en el Gobierno, etc.

Si se quiere construir una casa de cultura, un polideportivo o un colegio en el pueblo, en el barrio hay que recurrir al César: al ayuntamiento, a la diputación-gobierno vasco o al gobierno central. La misma atención médica, la docencia, el tráfico, etc. funcionan sin la fe. La eficacia está en las ideologías, en el poder.

La fe es humilde y -en este sentido- la fe es ineficaz. Solamente con la fe no se construye un hospital o una escuela.

Pero al mismo tiempo la fe es fuerte. La fe es una reserva, una instancia crítica capaz de poner en crisis las tesis del César. Tú, César, tendrás poder, pero no sensatez ni verdad. Tendrás dineros, escaños, monedas, sedes pero –tal vez- no tienes verdad, ni posiblemente bondad (ética). Lo que emanan de los parlamentos y ámbitos de poder en muchos casos no es ni verdad ni bueno.

La fe es la instancia última que ejerce en el creyente una doble función:

a. Por una parte la fe ilumina el camino de la existencia humana, le confiere sentido y horizonte.

b. Por otra parte la fe es enormemente crítica con lo que supone el “César”, con la ética con la que se regulan las cosas en la sociedad.

Por esto el cristiano, el ciudadano cristiano en la medida de sus cualidades, posibilidades y opciones, ha de entrar en la vida social, política, etc. y trabajar incluso “manchándose las manos”. Pero el que cree en Dios, trabaja con la reserva crítica de la fe.

Recordemos cómo hace unas décadas D. José Mª Arizmendiarrieta creaba e impulsaba todo el movimiento cooperativista de Mondragón: Fagor, etc… Recordemos los movimientos obreros: JOC, HOAC, JEC… Recordemos el movimiento de los curas obreros, etc…

El César, el presidente de gobierno, el banquero, el Obispo tienen poder, pero mi fe está en Dios, no en el César.

Trabajo desde una ideología pero yo no creo ni en Marx, ni en mi ideología-partido político, ni en un movimiento eclesiástico determinado…

No adoréis nunca al César, al poderoso. A los “césares” echadles -dadles- lo que os piden: votos, tarjetas opacas, “Moncloas y Ajuria-eneas” pero no deis al Cesar lo que es de Dios.

Yo creo en Dios. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios (1ªlectura)

En último término, si somos algo valientes en ocasiones habremos de hacer nuestro aquello de San Pedro y los apóstoles: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, (HH 5,29).

DADLE AL CÉSAR LO QUE LE GUSTA, LO DE DIOS ES OTRA COSA

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Ni aceptación ni respeto, sino rechazo total

Sábado, 28 de noviembre de 2020
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a29c02aA propósito de Mt 22,15-21*
JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL,
Yucatán (México).

ECLESALIA, 20/11/20.- Judea, como las demás provincias ocupadas por el imperio Romano, esta sometida a impuestos brutales a tal punto que los gravámenes exigidos por el ocupante pueden afectar hasta un 50% del total de los ingresos anuales de una familia. Así, nada de extraño tiene que la revuelta encabezada por Judas el Galileo en el año 6 d.C. —origen del movimiento activista zelota— haya sido provocada por un censo organizado en función de la recaudación hacendaria, o que el levantamiento del año 70 d.C. contra Roma tuviese como causa principal la negativa de los judíos sublevados a pagar tributos. Y como en casi todo el Imperio, el cobro de impuestos está arrendado en una tasa alzada a recaudadores —publicanos— que se encargan de recaudar tanto los gravámenes indirectos a las transacciones comerciales y productos, como de cobrar las tasas directas: el impuesto al patrimoniosegún las propiedades y el impuesto personal, que afecta a cada individuo prescindiendo de la cuantía de sus bienes.

Es, pues, en relación con este último, el impuesto personal —tributum capiti—, que Jesús de Nazaret es desafiado —con lo que Joachim Gnilka (El Evangelio según San Marcos, Salamanca, 1997) considera “una de las preguntas más tensas de todo el evangelio”—. Es harto indicativo que el Galileo pida que la moneda en cuestión le sea mostrada ya que de allí se infiere que no lleva denarios romanos consigo; y es que esta moneda en el anverso lleva la imagen de Tiberio con la inscripción: “César Tiberio Augusto, hijo del divino Augusto”, continuada en el reverso “Pontífice máximo”, junto a la efigie de Livia, la emperatriz madre, sentada en un trono de dioses con una rama de olivo como la caracterización de la paz celestial, cosa que tenía que resultar más que chocante al pensamiento sociorreligioso judío.

De ahí que la respuesta del Maestro en relación con el impuesto romano es de rechazo abierto en cuanto que la presencia del césar de Roma supone una ofensa al Yahvé de Israel, tanto en sí misma pues él es el único soberano y señor, cuanto por venir a ser la causa del expolio y, por consiguiente, de la miseria de tantos de sus compatriotas: así «lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios» hay que entenderlo, de una parte,como un rechazo a la apropiación del Emperador del fruto del trabajo traducido en el impuesto, y de otra, un rechazo a la pretensión del César de sustituir a Dios por la aceptación de su imagen y de su inscripción en el denario del tributo. Y, aunque este rechazo no supone en modo alguno la vía de la violencia de los zelotas, no deja de haber un punto de coincidencia con aquellos nacionalistas apasionados por la causa de Dios y de Israel.

Y es que Jesús de Nazaret, judío como es, mal podía estar de acuerdo con quienes expolian a sus hermanos, sabiendo además que los impuestos mantienen, a más de la corte y el ejército del césar Tiberio, a los habitantes de Roma —exentos de todo tributo por su calidad de ciudadanos—: militares, burócratas o, de plano, parásitos sociales que disfrutan de un nivel de vida escandaloso por el lujo y la afición al consumo de artículos suntuarios de importación. No de balde, cuando las autoridades religiosas judías entregan a Jesús a Pilato, la causa religiosa manejada en el juicio del Sanedrín venga a ser planteada como un asunto politicoeconómico: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo rey», acusación excesiva, sí, pero que no deja de ser un eco de la postura del Maestro en relación con el Imperio romano.

Así pues, la percepción que del Galileo tienen tanto de las autoridades religiosas judías como de las autoridades de ocupación romanas vino a ser, sin duda, magnificada por sus propios miedos y prejuicios pero no incorrecta: el Reino de Dios es radicalmente incompatible con un Estado opresor que se apropia del trabajo del hombre —sagrado en cuanto reflejo del trabajo de Dios— mediante exacciones injustas. Y es que en tiempos de Jesús, como viene sucediendodesde que las sociedades están organizadas como tales, el tributo, al menos en su origen, es una expresión de solidaridad en tanto que es una forma estructurada para compartir los frutos del trabajo en función de una justicia subsidiaria, siempre y cuando el Estado encargado de recaudarlo lo redistribuya de una manera justa: ¡es impensable que, precisamente, Jesús de Nazaret se negara a la solidaridad —económica o de cualquier otra índole— cuando hace de ésta uno de los ejes de su predicación y de su praxis! Correlativamente y en consonancia con el Maestro y dejando la lectura sesgada del texto en cuestión que pretende una división de la esfera publica —particularmente económica— y el ámbito religioso, resulta inherente a la propia praxis de los discípulos el interesarse e intervenir críticamente en la administración política de la economía social como, en su momento, Jesús de Nazaret lo hiciera.

*«Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?» Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tientan? Muéstrenme la moneda del tributo.» Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Dícenle: «Del César.» Entonces les dice: «Pues lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios.» Al oír esto, quedaron maravillados, y dejándole, se fueron».

Mt 22,15-21

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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A cada uno lo suyo pero… “Yo soy el Señor; y no hay otro” (Is 45,5).

Domingo, 18 de octubre de 2020
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La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley […].

El concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, o cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el Espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que éstos se reducen meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinados obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otro. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, o sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.

*

Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo octual, nn. 42-43, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1970, 319-322).

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En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:

-“Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

-“Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.”

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

-“¿De quién son esta cara y esta inscripción?”

Le respondieron:

-“Del César.”

Entonces les replicó:

-“Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

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Mateo 22,15-21

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“La vida solo es para Dios”. 29 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,15-21)

Domingo, 18 de octubre de 2020
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dad-al-cesarLa exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta con analizar la trayectoria de su actividad. Se le ve siempre preocupado por suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.

Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada o insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.

Como ha subrayado Jon Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es una carga pesada, pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada.

Por eso Jesús se preocupa tanto de la vida concreta de los campesinos de Galilea. Lo primero que necesitan aquellas gentes es vivir, y vivir con dignidad. No es la meta final, pero es ahora mismo lo más urgente. Jesús les invita a confiar en la salvación última del Padre, pero lo hace salvando a la gente de la enfermedad y aliviando dolencias y sufrimientos. Les anuncia la felicidad definitiva en el seno de Dios, pero lo hace introduciendo dignidad, paz y dicha en este mundo.

A veces, los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en la vida eterna. Por eso nunca hay que dar a ningún César lo que es de Dios: la vida y la dignidad de sus hijos.

José Antonio Pagola

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“Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Domingo 18 de octubre de 2020. 29º domingo del Tiempo ordinario.

Domingo, 18 de octubre de 2020
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52-OrdinarioA29Leído en Koinonia:

Isaías 45,1.4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones. 
Salmo responsorial: 95: Aclamad la gloria y el poder del Señor.
1Tesalonicenses 1,1-5b: Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza.
Mateo 22,15-21: Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

En la primera lectura nos encontramos ante un texto que se encuentra ubicado en lo que se llama el «Segundo Isaías» o «libro de la consolación» de pueblo de Israel. Este dato, aparentemente simple, nos permite entrar al texto desde una clave de interpretación especial. Isaías, el profeta del juicio y el castigo, siempre tiene al final una palabra de ánimo, de esperanza, de consolación, sobre todo en estos tiempos en los que las propuestas alternativas son buscadas por el sistema globalizante para eliminarlas.

Yahvé habla a Ciro –una persona que «no conoce a Dios», insiste el texto- y le habla, para encomendarle una misión. Es decir: el no conocer a Dios no es una limitación para ser llamados por Dios a una misión, y la de Ciro va a ser la de anunciar palabras de consuelo. El monopolio de la elección de Dios por parte de sólo un pueblo entre todos los pueblos de la humanidad, se desdibuja ante este relato del profeta. Constatamos que un «no judío» puede servir también de mediación adecuada para la actuación de Dios. En buena parte, eso es una gran novedad.

En Pablo, la realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad («tenemos presente la obra de su fe, los trabajos y sobre todo la tenacidad de su esperanza»): Son las palabras de Pablo y compañía a la comunidad que se reúne en Tesalónica, quienes se dejan guiar por la acción del Espíritu Santo…

El evangelio de Mateo –el más comentado en la historia de la iglesia y a la vez el evangelio del cual se ha hecho la interpretación más dogmática y espiritualista– es el marco de un texto polémico en un contexto social en el que se divinizaba al Emperador. El evangelio de Mateo es la primera síntesis de la tradición judía y cristiana después de la destrucción del templo de Jerusalén en la guerra de los años 66-74 d.C. El fragmento que hoy leemos forma parte de una serie de controversias entre Jesús y los fariseos (y otros grupos) sobre temas como el tributo, la resurrección de los muertos, el mandamiento principal, el hijo de David… Todas estas controversias tienen como telón de fondo la confrontación de Jesús con la ley romana.

Bajo el tema del tributo, una realidad que sufrían las comunidades cristianas (en las que se fue elaborando el texto del evangelio) bajo el dominio del imperio romano, el pueblo de Israel –que siglos antes había soñado una sociedad como confederación de tribus, en la que el único Señor fuese Dios, el Dios de la liberación–, vive ahora las consecuencias de una monarquía que exprime al pobre para sostener su estructura. Los más pobres son los más afectados por la política fiscal, pues la tasación recaía más directamente sobre los que trabajaban la tierra, campesinos o inquilinos.

Pero yendo un poco más allá del tributo, fijémonos en la figura del Emperador. Roma cargaba sobre sí la influencia del mundo religioso de Egipto y Grecia. La relación de los romanos con estos dioses forma parte de la estructura ordinaria y cotidiana de la vida social: se entendía al Emperador como un dios; Roma era una teocracia.

Las comunidades cristianas que habían optado por otra forma de entender la relación con Dios, con el Dios de Jesús, con el Abba, no podían entender cómo el emperador se presentaba como Dios, y se enfrentan a la religión oficial optando por lo alternativo, que en este caso es la propuesta de vida en pequeñas comunidades de hermanos y hermanas.

Ante esta realidad, la comunidad cristiana busca en la experiencia vivida con el maestro y nos trae al escenario esta frase que ha conseguido ser aceptada como adagio popular: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Por tanto ya en los albores de la reflexión de la comunidad está la conciencia de que el emperador no es Dios, y nunca lo será, porque Dios es amor, justicia, amor, igualdad… valores ausentes en cualquier imperio, de cualquier época.

Con el correr del tiempo, lo que es alternativo se transforma en oficial, y se hace necesario reemprender el camino de la creatividad, de la renovación, de lo alternativo.

En la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí nos encontramos con ciertas estructuras religiosas monárquicas e imperiales que lejos de reflejar la vivencia de la comunión entre los hermanos y hermanos, pretenden imponer la explotación de los pobres al mejor estilo del imperio Por eso, al leer este texto desde el hoy, tenemos que decir con voz profética: «a la estructura oficial religiosa lo que es de ella» y «a Dios lo que es de Dios», o sea, «a Dios Padre y a su Reino toda nuestra entrega y fidelidad».

El evangelio de Mateo con su fuerza eclesiológica renovadora, nos impulsa a trabajar incansablemente por una iglesia más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas, en las relaciones entre los hermanos, y menos pendiente de la norma y estructura, que cuya atención no puede ponerse por encima de la Justicia y de la defensa de los pequeños, los predilectos de Dios. Leer más…

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18 octubre 2020. Dom 29 TO. Pagad a César lo que es del César…

Domingo, 18 de octubre de 2020
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render-unto-caesarDel blog de Xabier Pikaza:

En un sentido, el proyecto se oponía al orden imperial de Roma, que mantenía su poder armado sobre fundamentos de dinero. Pero no es una oposición en el mismo nivel (en forma de contradicción entre iguales o semejantes), sino en una oposición en otro plano. No se trata de luchar contra el César y su Dinero (mammon) en un plano imperial, sino de subir de nivel.

En ese contexto se sitúa y ha de entenderse el tema clave sobre el tributo del César, que sus adversarios le plantean para “cazarle” en algún tipo de contradicción y así acusarle ante el pueblo (si defiende el tributo del César) o ante la administración romana (si lo rechaza). Así lo suponen, según el evangelio de Lucas, las autoridades de Jerusalén cuando llevan a Jesús ante Pilato, acusándole de presentarse como pretendiente mesiánico y de impedir el pago de los tributos del César (Lc 23, 2). En ese fondo se sitúa el texto de este domingo.

Texto según Mateo

 En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 15-21)

   Ésta es la pregunta que le plantean a Jesús en Jerusalén, en el momento clave de su revelación mesiánica. El tema es la moneda del tributo,  que significativamente él no posee, no por casualidad (como si sele hubiera olvidado tomarla), sino por principio, porque no utiliza ese tipo de monedas. Él  ha pedido a sus discípulos que anuncien el Reino  sin bolsa de dinero o vestidos de repuesto (cf. Mc 6, 6b-13). He desarrollado el tema en Comentario de Mateo y en Economía y teología.

Introducción

Por eso mismo, Jesús ha dicho al rico que venda lo que tiene, que reparta lo obtenido entre los pobres, para iniciar así un camino donde puedan compartirse casas-campos y relaciones familiares (Mc 10, 17-31). En este contexto se sitúa este relato, que  fija las relaciones entre el movimiento de Jesús y el imperio, en el contexto de la tensa situación de Palestina (Israel), que desembocará poco después (tras el 66 d. C.) en una dura guerra contra Roma, que ha de entenderse en clave económica:

 ‒ Losdefensores del Imperio, tenderán a justificar la economía y política de Roma, pagando unos impuestos que se entienden como un modo de participar en ese Imperio, en comunión con otros pueblos cultos de aquel tiempo. El denario del tributo es para ellos una forma de contribuir al orden externo (mundano) de Dios.

Los enemigos del Imperio, entenderán el tributo como atentado contra la sacralidad israelita. Posiblemente, identifican la familia de Dios con el grupo nacional judío y quieren acuñar moneda propia, avalada con el nombre de Jerusalén. Por eso rechazan al César y su impuesto. Diga Jesús lo que diga, podrán acusarle: si afirma, le llamarán colaboracionista; si niega, insumiso, anti-romano.

Más allá de la ley imperial

En su respuesta, Jesús no defiende la oposición violenta (guerra contra Roma), pero tampoco apoya el orden de Roma, pues  a quienes le preguntan (le tientan) les responde que devuelvan el dinero a Roma, es decir, al César. En ese contexto, debemos suponer que él fue contrario al pago del tributo a Roma, no sólo por lo que ello implicaba de colaboración con el orden económico del Imperio, sino porque implicaba un tipo de economía fundada en el dinero. En esa línea, la respuesta de Jesús (¡devolved al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios!) no se puede entender como declaración de guerra  contra Roma, pero tampoco como aceptación de su tributo, sino como algo mucho más profundo: una subida de nivel, una llamada a la creación de un tipo de comunión humana en un nivel más alto que el de Roma.

  Según este relato , Jesús se sitúa “fuera de ley”, no en contra, sino al margen de ella, buscando las “cosas de Dios” (cf. Mc 8, 33) más allá del dinero y de la espada, pero no en un plano de ideales espiritualistas, sino de relaciones humanas (como indica en otra perspectiva el Sermón de la Montaña: Mt 5-7; Lc 6, 20-46). Las “cosas” de Dios definen la identidad del proyecto cristiano, en un espacio de gratuidad y pan compartido, no de dinero, desbordando el plano del talión, como sabe Mt 5, 21-48: “habéis oído que se ha dicho; yo, en cambio, os digo…”.

 ¿Es lícito pagar o no? Fariseos y herodianos quieren situar a Jesús ante la alternativa de pagar o rechazar el pago, pero siempre en un plano monetario, en una sociedad campesina en la que apenas corre el dinero, de forma que, para muchos, no existe casi más moneda que la utilizada para los tributos. Pero Jesús ha roto esa alternativa. No se trata de pagar o no pagar, sino de situarse en una dimensión más alta de revelación de Dios, es decir, de humanidad solidaria, por encima de una economía y política fundada en la posesión de la moneda. Jesús no acepta el tributo ni lo rechaza, sino que hace algo más radical,  supera el nivel monetario del dinero (pagar o no pagar a Roma), pidiendo que se devuelva a Roma su dinero (con sus impuestos) para situar el tema en clave de evangelio.

‒  Jesús no tiene moneda, por eso se la pide a sus tentadores.  Ellos se la traen, y el la mira, preguntando por la inscripción y la imagen rabadas en ella. (a) Por un lado, Jesús quiere superar el nivel de economía en que parecen situase todo, para colocarse más allá del dinero. (b) Por otra parte, la moneda del tributo (que los “tentadores” muestran a Jesús), tiene valor de curso legal (económico), pero no es profana, en el sentido moderno del término, pues el Cesar cuya imagen esta grababa en ella actúa como autoridad religiosa, es decir, como signo de la divinidad. También la inscripción (que podía ser “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”) tenía carácter sagrado. De esa manera, el tributo de César situaba a los hombre ante un “dios” que actúa por interés de dinero, y eso es lo que Jesús no puede aceptar.

‒ Devolved al César… Jesús no combate con armas contra el César, pero tampoco le obedece (no emplea su dinero), sino que sale fuera del espacio de su dominio, para situarse en un ámbito de vida y convivencia donde ya no sea necesario el tributo del César. Aquellos que le tientan  llevan consigo un dinero del César, dispuestos a emplearlo. Pues bien, Jesús les dice que “devuelvan” ese dinero, de modo que no tengan nada que deberle, nada que pagarle. No se trata, por tanto, de luchar en guerra contra el César y su dinero (como pretendían los celotas, para crear después su impuesto), sino de devolverle su dinero, para que haga con él lo que quiera, pues aquello que los cristianos han de construir no se logra con moneda. Jesús no ha caído en la trampa que quieren tenderle (pagar o no pagar), sino que propone otra salida: Devolver la moneda al César, darle lo suyo, salir de su imperio económico.

‒  Y dad a Dios lo que es de Dios… Sólo allí donde al César se le devuelve la moneda (sin entrar en cálculos con él) se puede dar a Dios lo que es de Dios, es decir, todo lo que somos y tenemos de verdad, inaugurando un tipo de vida distinta, en gratuidad, es decir, sin “capital” imperial, sin la violencia política y económica que simboliza el tributo. Esta palabra de Jesús sobre el impuesto ha de entenderse a la luz de todo el evangelio. Cerrada en sí misma, ella podría tomarse como puro enigma, una salida ingeniosa, llena quizá de ironía, pero recibe su sentido a la luz de aquello que Jesús ha dicho y realizado en su búsqueda de casa y comida compartida. Ciertamente, el dinero valdría para comprar y compartir los panes y peces con los necesitados (cf. 6, 37; 10, 17-22; 14, 3-9), pero Jesús no se ha situado en ese nivel de comprar y vender, sino que ha querido y quiere situar su movimiento (como han mostrado los dos temas anterior: del rico que quiere seguirle y de Pedro que dice que lo han dejado todo….) en un plano de gratuidad y vida compartida.

 Habían querido tenderle una trampa (pagar el tributo oponiéndose al nacionalismo judío, o no pagarlo, enfrentándose con Roma).  Pero Jesús se elevó de nivel, sin caer en la trampa de fariseos y herodianos. No dice “sí” (hay que pagar), ni dice “no” (hay que negarse a pagar), sino algo anterior y mucho más profundo: apodote (devolvedle) al César lo que es del César, a fin de “dar” a Dios lo que es de Dios (es decir, para realizar su obra en el mundo). Por eso, el texto acaba diciendo que se admiraban de él, pero sus acusadores pueden decir y dicen que él ha venido diciendo a la gente que no pague tributos al César, con lo que eso significa en aquel contexto (cf. Lc 23, 2).

Jesús no sataniza al dinero y a su César (contra los celotas), ni lo diviniza, pero lo expulsa en cuanto tal del ámbito mesiánico y, lo que es mucho más grave, él se ha atrevido a proclamar y mostrar con su vida que lo opuesto a Dios es Mammón , el dinero convertido en “dios” supremo de este mundo (cf. Mt 6, 24), por encima del imperio de Roma y del mismo templo de Jerusalén. Parece que su evangelio no se centra en temas o motivos de economía particular, sino en una experiencia y tarea de gratuidad universal, superando el plano del dinero, como parece haber puesto de relieve Mc 10, 17-31. Pero eso no es más que una “apariencia”. En realidad, todo el proyecto de Jesús va en contra del dinero del César, no en un sentido militar (luchar contra las legiones de Roma), sino en un sentido mucho más profundo: Devolver el dinero al Cesar, saliendo así de su campo de dominación, de su espacio vital y comercial.

Ciertamente, el mismo Jesús, que ha derribado por el suelo las monedas del templo (es decir, la estructura sacral del judaísmo interpretada como culto a Dios), no condena y rechaza de esa forma la moneda del César (no la tira por el suelo),  pero hace algo mucho más hondo y peligroso: Sitúa  esa moneda, con toda la economía imperial, fuera de su movimiento mesiánico. De esa forma, la expulsa de su comunidad, pero sin luchar militarmente contra ella, sino situándose en otro nivel, que es el más peligroso para Roma y para su imperio económico: Jesús sale de su espacio de dominio, queda fuera, no necesita del César[1].

Devolver la moneda al César significa dejar que ande por ahí, dejar que exista el orden de este mundo (como supone Pablo en Rom 13, 1-6),  pero sin participar de él, sin emplear su moneda. Se trata, pues, de dejar al César a un lado, sin luchar contra él, pero sin aceptarle. Este pasaje nos sitúa ante un gesto supremo de “insumisión activa”.  Jesús está anunciando la llegada de un Reino donde no exista moneda del césar, un Reino en el que los hombres no se dominen unos a los otros por dinero. Éste es el texto base, ésta la aportación  suprema del evangelio, que después los cristianos han interpretado y siguen interpretando de diversas maneras.

Interpretaciones

‒ La primera, la propia de Jesús, es la oposición de planos. Jesús ha invitado a devolver el dinero al César, a no utilizar su moneda, a no emplear su economía. De esa manera, sus seguidores han de quedar liberados del peso y la carga de toda economía monetaria, pero llamados a buscar otros tipos de colaboración y comunión económica, sea en la línea del proyecto de Mc 10, 29-31, con el ciento por uno, o en la línea de los sumarios de Hch 2-4). Leer más…

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A Dios lo que es de Dios y la carta más antigua. Domingo 29. Ciclo A.

Domingo, 18 de octubre de 2020
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denario-tiberioDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Dos posturas ante el tributo al César

Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. Esta vez, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador romano. Por entonces, además de los impuestos que se pagaban a través de peajes, aduanas, tasas de sucesión y de ventas, los judíos debían pagar el tributo al César, que era la señal por excelencia de sometimiento a él.

            Fariseos y herodianos no tenían dudas sobre este tema; ambos grupos eran partida­rios de pagarlo. Los fariseos, porque no querían con­flictos con los romanos mientras les permitieran observar sus prácticas religiosas. Los herodianos, porque mantenían buenas relaciones con Roma.      Como a nadie le gusta pagar, los rabinos discutían si se podía eludir el tributo. Y algunos adoptaban la postura pragmática que refleja el tratado Pesajim 112b: «… no trates de eludir el tributo, no sea que te descubran y te quiten todo lo que tienes».       Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical, basada en motivos religiosos. Dado que el pago del tributo era signo de sometimiento al César, algunos lo interpretaban como un pecado de idolatría, ya que se reconocía a un señor distinto de Dios. Este era el punto de vista de los sicarios, grupo que comienza con Judas el Galileo, cuando el censo de Quirino, a comienzos del siglo I de nuestra era. Al narrar los comienzos del movimiento cuenta Flavio Josefo: «Durante su mandato [de Coponio], un hombre galileo, llamado Judas, indujo a los campesinos a rebelarse, insultándolos si consentían pagar tributo a los romanos y toleraban, junto a Dios, señores morta­les» (Guerra de los Judíos II, 118). Más adelante repite afirmaciones muy pareci­das: «Judas, llamado el galileo…, en tiempos de Quirino había atacado a los judíos por someterse a los romanos al mismo tiempo que a Dios» (Guerra de los Judíos II, 433).

La trampa de la pregunta

            Con este presupuesto, se advierte que la pregunta que le hacen a Jesús sobre si es lícito pagar el tributo podía compro­meterlo gravemente ante las autoridades romanas (si decía que no), o ante los sectores más progresistas y politizados del país (si decía que sí). Además, la pregunta es especialmente insidiosa, porque no se mueve a nivel de hechos, sino a nivel principios, de licitud o ilicitud.

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:

̶ Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?

La respuesta de Jesús

            Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

– Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

̶ ¿De quién son esta cara y esta inscripción?

Le respondieron:

̶ Del César.

Entonces les replicó:

̶ Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

            Jesús, que advierte enseguida la mala intención, ataca desde el comienzo: «¿Por qué me tentáis, hipócritas?» Pide la moneda del tributo, devuelve la pregunta y saca la conclusión. Jesús, como sus contemporáneos, acepta que el ámbito de dominio de un rey es aquel en el que vale su moneda. Si en Judá se usa el denario, con la imagen del César, significa que quien manda allí es el César, y hay que darle lo que es suyo.

            Estas palabras de Jesús, tan breves, han sido de enorme trascen­dencia al elaborar la teoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Y se han prestado también a inter­pretaciones muy distin­tas.

Las cosas de Dios

            Si analizamos el texto, las palabras: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no constituyen una evasiva, como algunos piensan. Van al núcleo del problema. Los fariseos y herodianos han preguntado si es lícito pagar tributo desde un punto de vista religioso, si ofende a Dios el que se pague. La respuesta contundente de Jesús es que a Dios le interesan otras cosas más importantes, y ésas no se las quieren dar. Teniendo presente el conjunto del evangelio, «las cosas de Dios», lo que le interesa, es que se escuche a Jesús, su enviado, que se acepte el mensaje del Reino, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y religioso, que se sepa acoger a los débiles, a los menesterosos, a los marginados. Eso no interesa ni preocupa a fariseos y herodianos, pero es la cuestión principal. Si el evangelio no fuese tan escueto, podría haber parafraseado la respuesta de Jesús de esta manera: ¿Es lícito poner el sábado por encima del hombre? ¿Es lícito cargar fardos pesados sobre las espaldas de los hombres y no empujar ni con un dedo? ¿Es lícito llamar la atención de la gente para que os hagan reverencias y os llamen maestros? ¿Es lícito impedir a la gente el acceso al Reino de Dios? ¿Es lícito hacer estúpidas disquisiciones sobre los votos y juramentos? ¿Es lícito dejar morir de hambre al padre o a la madre por cumplir un voto? ¿Es lícito pagar los diezmos de la menta y del comino, y olvidar la honradez, la compasión y la sinceridad? En todo esto es donde están en juego «las cosas de Dios», no en el pago del tributo al César.

            Naturalmente, la comunidad cristiana pudo sacar de aquí conse­cuencias prácticas. Frente a la postura intransigente de los sicarios, defender que no era pecado pagar tributo al César. Y, con una perspectiva más amplia, fundamentar una teoría sobre la conviven­cia del cristiano en la sociedad civil, sin necesidad de buscar por todas partes enfrentamientos inútiles. Siempre, incluso en las peores circunstancias políticas, nadie podrá arrebatarle a la iglesia y al cristiano la posibilidad de dar a Dios lo que es de Dios.

El emperador no siempre es enemigo (1ª lectura)

         En Israel, desde los primeros siglos, hubo gente fanática y enemiga de conceder el poder político a un hombre mortal. El único rey debía ser Dios, aunque no quedaba claro cómo ejercía en la práctica esa realeza. Otros grupos, sin negarle la autoridad suprema a Dios, aceptaban el gobierno de un rey humano. Pero siempre debía tratarse de un israelita, no de un extranjero. La novedad del texto de Isaías, una auténtica revolución teológica para la época, es que Dios, aunque afirma su suprema autoridad («Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios»), él mismo escoge al rey persa Ciro, lo lleva de la mano, le pone la insignia y le concede la victoria. Porque Ciro, al cabo de pocos años, será quien conquiste Babilonia y libere a los judíos, permitiéndoles volver a su tierra.

            Este proceso de esclavitud – liberación – vuelta a la tierra recuerda al ocurrido siglos antes, cuando el pueblo salió de Egipto. La gran novedad, escandalosa para muchos judíos, es que ahora el salvador humano no es un nuevo Moisés sino un emperador pagano.

            El texto ha sido elegido para confirmar con un ejemplo histórico que se puede respetar al emperador, pagar tributo, sin por ello ofender a Dios.

Asi dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.

El escrito más antiguo del Nuevo Testamento (2ª lectura)

            Desde este domingo hasta el 33 inclusive la segunda lectura se toma de la 1ª carta de Pablo a los tesalonicenses, escrita en Corinto hacia el año 49/50.

Tesalónica, ciudad fundada por Alejandro Magno, es la segunda en territorio europeo que pisan Pablo y sus compañeros, después de Filipos. Aunque el libro de los Hechos sugiere que su estancia duró unos quince días, las cartas a los Tesalonicenses y las relaciones que se establecieron en los misioneros y la comunidad hacen pensar en varios meses. A estos cristianos dirige Pablo su primera carta, que es también el documento más antiguo del Nuevo Testamento.

La carta comienza con una larga acción de gracias, recordando la forma en que los apóstoles transmitieron el evangelio y la acogida que tuvieron por parte de los tesalonicenses (1,2-2-16). Tras una sección sobre los acontecimientos posteriores (2,17-3,13) insiste en cómo debe ser la vida cristiana en lo que respecta a la castidad, el amor fraterno y el trabajo (4,1-12). La parte final se centra en dos cuestiones muy relacionadas: la suerte de los difuntos (4,13-18) y el tiempo y las circunstancias de la venida del Señor (5,1-11).

La finalidad de la carta se ha prestado a bastante debate, existiendo tres teorías:

  1. a) Pablo escribe para responder a una carta que le han enviado los tesalonicenses. b) Pablo escribe para exhortar, animar, robustecer en la fe, dadas las serias dificultades en que vive la comunidad y las persecuciones de todo tipo, especialmente de los judíos. c) Pablo pretende, sobre todo en el c.2, una apología de su persona y de su actividad apostólica frente a sus enemigos.

           El breve fragmento elegido por la liturgia de hoy solo contiene el exordio, con los elementos típicos (remitentes, destinatarios, saludo) y el comienzo de la acción de gracias, donde Pablo recuerda las tres grandes virtudes de los tesalonicenses (fe, amor, esperanza) y el don de la elección. Adviértase el tono tan cordial con que escribe Pablo.

Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino, además, fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis.

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Domingo XXIX. 18 Octubre, 2020

Domingo, 18 de octubre de 2020
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Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: -¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.”

(Mt 22, 15-21)

El evangelio de este domingo nos enseña que podemos caer en la tentación de creernos mejores que los fariseos y pensar: “mira qué mala gente, cómo quería pillar a Jesús.”

Bien, precisamente esa fue la tentación en la que cayeron los fariseos. Ellos se creían mejores que Jesús y eso les llevó a buscar dejarle en evidencia.

Creernos ser mejores que las demás es una gran tentación y un gran peligro. De hecho, está en la base de los grandes conflictos de la historia pasada y la que vamos escribiendo.

Los grandes conflictos surgen de la creencia de que lo propio es mejor y por lo mismo nos consideramos con derecho a imponerlo o a rechazar lo diferente.

Pensemos por un momento en la situación política actual en la que cada quien repite su maravillosa idea sin escuchar la realidad ajena. ¿Cómo puede haber diálogo? No puede haberlo. Si no estamos dispuestos a dejarnos afectar por las ideas y puntos de vista ajenas no hay comunicación.

En el evangelio los fariseos se presentan como queriendo dialogar, cuando en realidad su intención es comprometer a Jesús. Jesús en lugar de entrar en su juego pone de manifiesto sus intenciones y zanja el problema sin evadirse en largas discusiones estériles, otorgando a cada cosa su lugar: “al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.”

Dialogar no es aportar una idea sino arriesgarla. “Comprendiendo su mala voluntad”. Se trata de exponer mi propio punto de vista, aceptando que no es el único y ni siquiera es el mejor. Es más, quizá ni siquiera sea bueno para otras personas que ven otras cosas porque tienen diferentes realidades.

Para dialogar se necesita mucha humildad y apertura, un corazón pacífico y una mente flexible. Es una pena que en nuestras sociedades modernas, en la era de la comunicación, nos enseñen a hablar y a opinar, pero no a dialogar.

Oración

Trinidad Santa, comunión en la diferencia, enséñanos el arte de la escucha que nos abre a la realidad ajena. Danos la humildad que necesitamos para poder encontrarnos y dialogar

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Devolved a Dios lo que le arrebatasteis, el hombre.

Domingo, 18 de octubre de 2020
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crop_shutterstock_453166906Mt 22, 15-21

Los jefes comprendieron que las tres parábolas se referían a ellos, (los obreros de última hora, los hermanos mandados a la viña y el banquete de boda). Contraatacan con tres preguntas que intentan tenderle una trampa para tener de qué acusarlo. La primera es la del tributo al César, que acabamos de leer. La segunda es sobre la resurrección de los muertos. La tercera, cuál es el primer mandamiento, que leeremos el próximo domingo.

Merece atención el texto del segundo Isaías que hemos leído. Es muy interesante, porque es la primera vez que la Biblia habla de un único Dios. Estamos a mediados del s. VI a. c. y hasta ese momento, Israel tenía su Dios, pero no ponía en cuestión que otros pueblos tuvieran sus propios dioses. Esto no lo hemos tenido nunca claro. El creer en un Dios único es un salto cualitativo increíble en el proceso de maduración de la revelación.

El evangelio de hoy no es sencillo. Con la frasecita de marras, Jesús contesta a lo que no le habían preguntado. No se mete en política, pero apunta a una actitud vital que supera la disyuntiva que le proponen. Una nefasta interpretación de la frase de Jesús la convirtió en un argumento para apoyar el maniqueísmo en nombre del evangelio. Seguimos entendiendo la frase como una oposición entre lo religioso y lo profano. Hoy entre la Iglesia y el Estado. Se trata de una falta absoluta de perspectiva histórica.

Moisés utilizó a Dios para agrupar a varias tribus en un solo pueblo. Israel fue siempre una teocracia en toda regla. Cuando se instauró la monarquía por influencia de las naciones próximas, al rey se le consideró como un representante de Dios (hijo de Dios), sin ningún poder al margen del conferido por la divinidad. Al proponer la pregunta, los fariseos no piensan en una confrontación entre el poder religioso y el poder civil, sino entre su Dios y el César divinizado. La moneda es clave para entender la respuesta.

TI(berius) CAESAR DIVI AUG(usti) F(ilius) AUGUSTUS:     PONTIF(ex)  MAXIM(us)

Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto                       sumo pontífice

Jesús dice: “¿De quién es la imagen y la inscripción?”. Lo que se cuestiona es, si un judío tiene que aceptar la soberanía del César o seguir teniendo a Dios como único soberano. Con su respuesta, Jesús no está proponiendo una separación del mundo civil y el religioso. En tiempos de Jesús tal cosa era impensable. No hay en el evangelio base alguna para convertir la religión en una especulación de sacristía, sin influencia en la vida real.

Fariseos y herodianos, enemigos irreconciliables, se unen contra Jesús. Los fariseos eran contrarios a la ocupación, pero se habían acomodado. Los herodianos eran partidarios del poder de Roma. La pregunta era una trampa. Si decía que no, se ponía en contra de Roma. Los herodianos lo podían acusar de subversivo. Si decía sí, los fariseos podían acusarlo de contrario al judaísmo, porque se ponía en contra del sentir del pueblo.

El verbo que emplea Jesús, “apodídômi”, no significa dar, sino devolver. El que emplean los fariseos (dídomi), sí significa “dar”. Una pista interesante para comprender la respuesta. Estaban contra el César, pero utilizaban su moneda y tienen derecho a exigir que se la devuelvan. Un verdadero judío tenía que renunciar a utilizar el dinero de Roma. Les hace ver que ya han contestado, pues han aceptado la soberanía de Roma.

Al preguntar por la imagen, Jesús está haciendo clara referencia al Génesis, donde se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios. Si el hombre es imagen de Dios, hay que devolver a Dios lo que se le ha escamoteado, el hombre. La moneda que representa al César, tiene un valor relativo, pero el hombre tiene un valor absoluto, porque representa a Dios. Jesús no pone al mismo nivel a Dios y al César, sino que toma claro partido por Dios. Esta idea es una de las claves del mensaje de Jesús.

Tampoco se puede utilizar la frase para justificar el poder. Si algo está claro en el evangelio es que todo poder es nefasto, porque machaca al hombre. Se ha repetido hasta la saciedad, que todo poder viene de Dios. Pues bien, según el evangelio, ningún poder puede venir de Dios, ni el político ni el religioso. En toda organización humana, el que está más arriba, está allí para servir a los demás, no para dominar.

Jesús dice que el César no es Dios, pero no hemos dudado en convertir a Dios en un César. (He leído una homilía: “el único César que existe es Dios”). No es fácil asimilar que tampoco Dios es un César. No se trata de repartir dependencias, ni siquiera con ventaja para Dios. Dios no hace competencia a ningún poder terreno, sencillamente porque no tiene ningún poder. Esto, bien entendido, evitaría toda solución falsa. El problema es una trampa en sí mismo. No existe una alternativa entre César y Dios.

Se ha predicado que había que estar más pendiente del César religioso que del César civil. Ningún ejercicio del poder es evangélico. No hay nada más contrario al mensaje de Jesús que el poder. Siempre que pretendemos defender los derechos de Dios, estamos defendiendo nuestros propios intereses. El que te diga que está defendiendo a Dios, en realidad lo está suplantando. Tampoco el estado tiene derecho alguno que defender. Los dirigentes civiles tienen que defender siempre los derechos de los ciudadanos.

No defendemos el anarquismo. Al contrario, una sociedad, aunque sea de dos personas, tiene que estar ordenada y en relaciones mutuas de dependencia. En ella una tiene mayor responsabilidad; pero todas las relaciones humanas deben surgir del servicio y la entrega a los demás, no del dominio. Ningún ser humano es más que otro ni está por encima del otro. “No llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie jefe, no llaméis a nadie señor…”

No existe una realidad sagrada y otra profana. En la expulsión de los vendedores del templo, Jesús está apostando por la no diferencia de lo sagrado y lo profano, para Dios todo es sagrado. Es descabellado hacer creer a la gente que tiene unas obligaciones para con Dios y otras con la sociedad civil. Dios se encuentra en todo lo terreno, pero en lo más hondo del ser. Si solo lo encontramos en la iglesia, hemos caído en la idolatría.

La única manera de entender todo el alcance del mensaje de hoy es superar la idea de un Dios fuera que arrastramos desde el neolítico. La creación no es más que la manifestación de lo divino. No hay nada que sea de Dios, porque nada hay fuera de Él. Somos imagen de Dios, pero no pintada o esculpida, sino reflejada. Para que Dios se refleje, tiene que estar ahí. No hay reflejo en un espejo si la cosa reflejada no está del otro lado.

Meditación

La tarea fundamental del ser humano es solo una:
reflejar con nitidez la imagen de Dios.
A medida que vaya desprendiéndome de mi falso yo,
irá apareciendo el verdadero Ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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