Monseñor Aguirre: “El Cristo de Bangassou no tiene joyas ni deslumbra”
El Cristo de Bangassou, en medio de la guerra
“Se cubre el rostro, símbolo africano de anonimato”
“Jesús se cubre el rostro, se pone una máscara que esconde sus ojos de dolor por la miseria que es una guerra y lo míseros que son los que la hacen y la pagan en moneda extranjera”
“En Centroáfrica ve una larga fila de agresiones en masa, de hambre reprimida, de violencias y abusos depravados, de gritos callados por la angustia y de lágrimas preñadas de esperanza”
Tengo el gusto de presentaros a nuestro Jesús crucificado de la catedral de Bangassou. Aquí llevamos 5 años de guerra civil a baja intensidad. Tantos y tan malos, que nuestro Jesús se cubre el rostro, se pone una máscara que esconde sus ojos de dolor por la miseria que es una guerra y lo míseros que son los que la hacen y la pagan en moneda extranjera. Es una máscara africana que deja ver sin mostrar el rostro. Un mirar oculto típico de la filosofía africana, que aun con los ojos cerrados, Cristo está bien cerca de su pueblo y lo compadece con su mirada.
El nuestro es una imagen muy sencilla, un tronco de madera pintada, sin manos ni pies. Por el título que lleva inscrito en lo alto de la cruz, “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”, sabemos que es Él. Que los dos representan el mismo Cristo muerto por la humanidad, único asidero para los afligidos de este mundo. No es un Cristo artístico, ni con pedigrí, no tiene firma en su talla, ni colores humanos que lo idealicen. Es gris como todos los seres humanos, no busca el éxito, es hierático y estilizado, no tiene joyas ni deslumbra. Cierra los ojos para no ver las miserias ajenas con las que Él fue escarnecido, se cubre con una máscara, que es símbolo africano de ocultación y anonimato. Su rostro oscurecido rezuma luz.
Mira a su pueblo flagelado por 14 señores de la guerra que pisotean Centroáfrica y la Ley a su antojo y capricho. Mira a su rebaño crucificado, no a una cruz de basta madera, sino a una larga fila de agresiones en masa, de hambre reprimida, de violencias y abusos depravados, de gritos callados por la angustia y de lágrimas preñadas de esperanza. Mira la pobre gente de Centroáfrica que espera, como Él, la resurrección después del Calvario. Mira como todavía en el 2020 se boicotean derechos fundamentales de la pobre gente, como en tiempos de antaño, por mercenarios extranjeros que ocupan el suelo de nuestro país.
“Gente dormida en los bancos huyendo de la muerte, gente haciéndole compañía mientras temblaba de miedo, niños perdidos, niños huérfanos, niños heridos de vergüenza ajena, madres solteras, madres embarazadas violadas por chusma armada”
Nuestro crucificado está en una catedral, de San Pedro Claver de Bangassou, y es testigo de muchas desdichas. Desde su pedestal de tortura, ha visto gente rezar, gente llorar, gente dormida en los bancos huyendo de la muerte, gente haciéndole compañía mientras temblaba de miedo, niños perdidos, niños huérfanos, niños heridos de vergüenza ajena, madres solteras, madres embarazadas violadas por chusma armada hasta los dientes, madres pidiendo por sus hijos en el frente, padres dolidos de desamor, padres pobres, padres macilentos por haber perdido todo por la violencia del fuego, usado como arma de guerra, padres esperanzados y madres que ponían su confianza en Él, niñas de otras religiones que tenían todas las de perder, niñas henchidas de pobreza y debilidad, ancianos que no dirigen nada, a quien nadie les pide opinión, ancianas venidas a menos lastimadas por achaques y males crónicos…
El obispo de Bangassou, Juan José Aguirre
Desde su pedestal, el Cristo de Bangassou mira a todos los enfermos de coronavirus del mundo y los compadece. Les dice que pongan su confianza en Él, que Él lo puede todo, lo cura todo. Él no se puede comparar con el de Medinaceli, o el del Gran Poder o con el Cachorro pero se compadece igual de los más de 10.000 niños que siguen muriendo cada día de hambre en el mundo porque les falta no una vacuna, sino comida para vivir. Se compadece de tantas personas puestas en cuarentena, de barrios y ciudades en aislamiento. De campos de desplazados de 100.000 personas expulsados de sus ciudades a causa de la guerra, de la violencia de mercenarios armados de sus kalasnikoffs que crean el terror en el este de Centroáfrica, justo donde empieza la diócesis de Bangassou y desde donde los puede ver y conmoverse. Porque Dios se conmueve con todos los dolores de la humanidad. Dios no es indiferente. Justo enfrente tiene a 2.000 musulmanes que han sido expulsados de sus barrios y rozaron la muerte antes de refugiarse en el seminario menor de Bangassou. Refugiados en el agujero negro de un campo de desplazados. Desde su pedestal debe de ver a esos hijos del Islam con los ojos paternales de Dios. Porque Dios sabe mirar con otra mirada, con ojos de compasión y de amor, porque el amor abre barreras mientras que el rechazo y la indiferencia las amarra con cepos y concertinas.
“Se compadece de tantas personas puestas en cuarentena, de barrios y ciudades en aislamiento. De campos de desplazados de 100.000 personas expulsados de sus ciudades a causa de la guerra”
¡El Cristo velado de Bangassou! Mirando tu rostro oculto, Cristo mío, descubro tus ojos abiertos, y descubro la distancia que nos separa. Pero esos ojos están abiertos a todo sufrimiento humano. Es más, a veces me parece que cierras tus ojos para que yo abra los míos, que dejas de ver para que yo mire, que te cubres el rostro para que yo descubra el mío y me una a la vida de mi pueblo, que es el tuyo. Tu tapas tu misericordia para que yo descubra la mía. Cubres tu compasión para que yo la encuentre en los pobres de la Biblia, los anawin. Tú ocultas tu amor a los más pequeños para que yo manifieste el mío, lo multiplique y lo haga evangelio vivo. Tú escondes tu mirada para que, en la distancia, yo te preste la mía y me haga cómplice de tu misericordia infinita.
Fuente Religión Digital
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