Centenario de Lorenzo Milani
José Luis Corzo,
director de “Educar(NOS)”,
Madrid.
ECLESALIA, 20/02/23.- A los lectores de Eclesalia les gustará celebrar el centenario del nacimiento de don Milani (27 de mayo de 1923 – 26 de junio de 1967), el cura y maestro florentino que alentó Carta a una maestra (1967), traducida a más de 60 lenguas y nunca dejada de editar en España, pues aún denuncia un hecho actual: “La escuela no tiene más que un problema. Los chicos que pierde”.
Su Iglesia diocesana no entendió a don Milani y le confinó en Barbiana, una perdida parroquia de montaña. Logró además del Santo Oficio – recién nombrado papa Juan XXIII – que retirara de las librerías y prohibiera traducir su único libro: Experiencias pastorales (1958), verdadero tratado de Teología Pastoral concreta. Está en castellano en la BAC desde 2004 y no tiene desperdicio [EP].
Este converso a los 20 años, de familia laica y madre hebrea, no creyó que la acción pastoral fuera seguir una normativa universal, sino analizar atentos la situación concreta de cada comunidad. Es decir, verdadera Teología (Pastoral): más que cumplir la voluntad de Dios (según las normas de su Iglesia), adivinarle con cuidado aquí, ahora, con estos (y con aquellos más alejados). Que no duerme ni reposa el Guardián de Israel y nos habla también por los acontecimientos históricos y por las situaciones que vivimos. Un verdadero dogma para Milani, que anulaba todo dualismo entre humano y divino. Así lo explicó en su libro bajo dos fotos del Corpus parroquial:
“Pasa el Señor: serenata de flores, velos blancos, fiesta del pueblo… El pensamiento de los dos curas es idéntico: el 93’2 % de las ovejas que quedan al margen. Pero sus plegarias son distintas… Perdónalos porque no están aquí Contigo. Y el coadjutor: Perdónanos porque no estamos allí con ellos”.
(EP, 42-43)
Si la misión central de la Iglesia es evangelizar, la cuestión pastoral pudo ser ¿cómo evangelizar a los analfabetos? Para Milani no: ¿Los querrá Dios analfabetos? ¿No deberíamos darles primero la palabra? Así se convirtió en maestro, poco a poco en su primera parroquia obrera y, luego, convirtió en escuela su diminuta parroquia de montaña. Igual que los misioneros fueron exploradores y cazadores, y sin camuflar la evangelización bajo una escuela aconfesional como la suya:
“En siete años de escuela popular nunca he considerado que hubiera necesidad de tener también catequesis allí. Y ni siquiera me he preocupado de decir cosas especialmente piadosas o edificantes (…) Cuando nos afanamos por encontrar aposta la ocasión de meter la fe en la conversación, se demuestra que tenemos poca, que creemos que la fe es algo artificial que se añade a la vida y no, por el contrario, un modo de vivir y de pensar.
Sin embargo, cuando esta ocasión no se busca, con tal de que se haga escuela y escuela seria, se presentará por sí misma, más aún, estará siempre presente y de la forma menos pensada y menos consciente”.
(EP, 170-171)
“Con la escuela no podré hacerlos cristianos, pero podré hacerlos hombres (…) Por ahora no he predicado, solo lanzado palabras enigmáticas contra muros impenetrables, palabras que sabía que no iban a llegar y que no podían llegar”.
(EP, 135)
Por lo demás, dejó bien clara una cuestión pedagógica mucho más rara, que le vacunó contra todo proselitismo y contra la clonación mental que muchos intentan en la escuela:
“Quien cree en la vocación histórica de los pobres (…) no querrá ofrecerles ninguna cultura, sino sólo el material técnico (lingüístico, léxico y lógico) necesario para fabricarse una cultura nueva que no tenga nada que ver con la otra”.
(P. 144)
Con los pobres, más que de enseñar, se trata de aprender. Nos lo dijo de otra manera el papa Francisco a miles de educadores reunidos en Roma en el 50º del Concilio:
“Dejad los sitios donde ya hay tantos educadores e id a las periferias. Buscad allí. O al menos dejad la mitad. Buscad a los necesitados, a los pobres. Tienen una cosa que no tienen los chicos de los barrios más ricos (…), tienen experiencia de supervivencia, de crueldad, del hambre y de las injusticias”.
Bastaría esta nota pedagógica tan poco frecuente para haber hecho de Milani uno de los once grandes maestros del siglo XX (según ilustró, por ejemplo, Cuadernos de Pedagogía el año 2000).
Ya sabíamos que a los profetas los apedrean, por tener razón antes de tiempo, pero no debemos ignorarlos cincuenta años después de muertos y, sin estudiarlos, alzarles un monumento cómplice.
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