Cenizas
Del blog Nova Bella:
Tantas cenizas explican el fuego de mi sed.
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Del blog Nova Bella:
Tantas cenizas explican el fuego de mi sed.
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La Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de publicar un documento sobre la sepultura de los muertos y el uso de las cenizas de los cadáveres incinerados. Lo firma su presidente, el cardenal Gerhard Müller, nombrado por Benedicto XVI antes de su jubilación para asegurar el mantenimiento incólume de la ortodoxia y actualmente líder del movimiento de oposición de la Curia Vaticana y de los obispos conservadores de todo el mundo a las reformas de Francisco, a quien exige sumisión a sus orientaciones teológicas, ya que, dice, el Papa no es teólogo. En este caso a Müller le ha salido bien la jugada: ha conseguido que el Papa estampara su firma debajo del texto del cardenal conservador, publicado en efemérides tan señalada como el día de los difuntos.
El documento defiende la inhumación como la práctica más acorde con la fe en la resurrección corporal y la dignificación de los cuerpos de las personas difuntas y la considera una obra de misericordia. Expresa respeto por la cremación porque, afirma, no afecta a la inmortalidad del alma, pero prohíbe terminantemente la conservación de las cenizas en los hogares así como su dispersión por el aire, la tierra o el mar, y niega funeral cristiano a los difuntos que así lo hubieren dispuesto.
La Iglesia mantiene una concepción antropológica dualista de cuerpo mortal y alma inmortal, y eso es contrario a la antropología unitaria de la Biblia
El texto de Müller ha sido objeto de todo tipo de chanzas en los medios de comunicación y en las conversaciones de la gente por méritos propios. Más allá de las chanzas, que puedo compartir, mi desacuerdo con el documento es de carácter teológico. El cardenal entiende la resurrección de los muertos como la reanimación de un cadáver o la vuelta a la vida en las mismas condiciones físicas y espacio-temporales que antes de la muerte. Y eso es fundamentalismo duro y puro. La resurrección es el símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte. Así lo afirma Pablo de Tarso, el primer teólogo cristiano que reflexionó sobre el tema. El documento mantiene una concepción antropológica dualista que distingue dos elementos en el ser humano: el cuerpo mortal y el alma inmortal. Y eso es contrario a la antropología unitaria de la Biblia.
Mi opinión es que la cremación y la dispersión de las cenizas por la tierra, el mar y el aire son prácticas legítimas y que mejor responden a la imagen del ser humano que ofrece el primer libro de la Biblia hebrea, el ‘Génesis’. La palabra Adán deriva de ‘adamah’, tierra, y expresa la condición perecedera, terrestre, de la humanidad. Adán es “el terroso”, el que fue hecho del polvo de la tierra y al polvo tiene que volver (‘Génesis’, 2, 7; 3,19), como se dice al penitente en la ceremonia del miércoles de ceniza: “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”.
Termino con una pregunta: ¿A qué viene ahora tanta preocupación por el destino de las cenizas de los muertos y tan poca por los cuerpos desnutridos de millones de personas vivas y por los cuerpos colonizados de las mujeres?
Juan José Tamayo
El Periódico
El valioso documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la Sepultura de los Difuntos (Ad resurgendum cum Christo, Para resucitar con Cristo ) suscita algunas reservas significativas, tanto por lo que omite, en este final del Año de la Misericordia, como por lo que quiere exigir.
Es un documento antiguo, aprobado y firmado hace ya meses (como verá el lector que siga hasta el fin de esta postal para leerlo), pero publicado ahora, cuando se acerca la fiesta de difuntos (2 del XI 2016), para caldear el ambiente con el tema.. Como resulta normal en estos casos, la prensa oral y escrita de ayer (25.10.16) ha omitido sus valores, para insistir sólo en sus cuatro prohibiciones principales, con aire de reserva y veces de crítica fuerte:
(a) Se prohíbe esparcir las cenizas de los muertos por campos y valles, ríos y mares, pues ello implica un menor respeto por los difuntos, y lleva el riesgo de volver a una religión naturalista, que vincula a los muertos con la naturaleza sagrada, sin fe en la resurrección.
(b) Se prohíbe conservar las cenizas en casas o espacios privados (fuera de cementerios sagrados o iglesias) porque ese gesto “encierra” a los muertos con el ámbito familiar, sin más, como se ha hecho en muchos pueblos, en vez de insistir en su apertura hacia un misterio de vida y resurrección que va unido a las iglesias o cementerios cristianos
(c) Se prohíbe dividir las cenizas en pequeñas unidades (una quizá para cada familiar), y así repartirlas, como si se dividiera al difunto y no se admitiera su unidad personal ante Dios.
(d) Se une a las tres anteriores una opinión a mi juicio poco ajustada con la Biblia sobre la separación del alma y del cuerpo… y una arriesgadísima decisión, diciendo a los párrocos y ministros que no ofrezca la oración de la Iglesia (los funerales) por aquellos difunto (o en el ámbito de aquellas familias) que no acepten en este campo la doctrina de este Documento y quieran que sus cenizas se esparzan por montes y mares, pensando que ello va en contra de la costumbre y compromiso de los cristianos que han orado siempre por todos los difuntos.
Dos son, a mi juicio, las reservas principales que suscita este valioso documento, que nos ayuda a entender el sentido de la vida humana, la esperanza de la resurrección y el gran don y compromiso creyentes de la comunión de los santos que, según la doctrina de la Iglesia, vincula a los vivos y a los muertos. Una reserva es circunstancial, de tiempo; otra a de fondo.
Imagen 1: Un marino entrega al mar las cenizas de un difunto (cosa que el Documento quiero prohibir).
Imagen 2. De nuevo un “columbario”, para cenizas de los muertos, en cementerios o en lugares reservados para ello, en la cripta de las iglesias (costumbre que parece promover el documento).
1. RESERVA MÁS CIRCUNSTANCIAL: ÉSTE ERA ERA BUEN MOMENTO DE TRATAR DE LOS VIVOS, NO DE LOS DIFUNTOS (AL MENOS DE ESTA FORMA).
Ahora, al final del Año de la Misericordia, que el papa Francisco había promulgado a favor de los vivos más necesitados, de toda raza y religión, la Congregación de la Fe promulga este documento por los muertos cristianos. Es como si el Papa fuera por un lado (quiere ayudar los vivos, en la línea de Mt 25, 31-46 y sus obras de misericordia), pero ellos, los de la Congregación, van a lo suyo y se ocupan de los muertos de su rebaño creyentes.
No creo que lo hayan hecho a propósito, pero sí que parece sospechosa, esta idea ir en una línea opuesta a la del Papa y de gran parte de la cristiandad actual (así me lo ha repetido un amigo bien enterado)…
— El Papa está empeñado en ofrecer el amor activo de Jesús por los hombres y mujeres más necesitados (hambrientos, sedientos, extranjeros, encarcelados…),
–pero la Congregación va a lo suyo, la oración por los muertos cristianos, su signo sagrado, como si eso importara más que la justicia en la tierra, como ha dicho el Papa Francisco, con palabras dramáticas, en Lodato Sí.
(Así dice mi amigo, no sé si tiene razón, pero lo parece)
Está muy bien el orar por los difuntos y expresar con (en) ellos el misterio de la vida que vence a la muerte, con la esperanza de Cristo, a favor de todos los hombres, no sólo de los cristianos,
— pero la primera intención y obra de Cristo Jesús ha sido acompañar, ayudar y elevar a los vivos, como sabe cualquiera que haya empezado a leer los evangelios (no hace falta que los haya terminado, como deben haber hechos los autores de este Documento).
A este respecto quiero recordar una sabrosa anécdota medieval
que ahora se repite, una anécdota a la que le dedico unas páginas en mi libro Las Obras de Misericordia, escrito con J. A. Pagola (Verbo Divino, Estella 2016).
1. Hacia finales de la Edad Media, en catecismos y obras de moral se quiso añadir una séptima obra de misericordia a las seis de Mt 25 (dar de comer y beber, vestir, cuidar a los enfermos y encarcelados, acoger a los extranjeros…), para completar así el número armónico de siete (sacramentos, pecados, virtudes, cielos…). Había dos opciones más extendidas entre catecismos, libros de moral y predicadores:
(a) Una ayudar y promocionar a las mujeres necesitadas y en peligro de explotación personal y socia, es decir, la liberación de la mujer.
(b) Otra era la de enterrar bien a los muertos, y orar muchos por ellos, con funerales, misas y cementerios.
Triunfó esta última: Orar por los difuntos, con buen enterramiento y misas… Fue buena la promoción de esa obra, de manera que una parte considerable de la Iglesia (y del clero postridentino) se especializó en orar por los difuntos, más que ayudar a los vivos.
Hubiera sido mejor la otra, ayudar a los mujeres en riesgo de destrucción personal y social, como ha dicho implícitamente el Papa Francisco.
Lo mismo pasa ahora. El Papa quería poner de relieve las obras de Mt 25, a favor de los vivos. Estos de la Congregación han optado por los muertos, que son muy importantes, pero con riesgo de olvidar a los vivos en necesidad. Leer más…
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