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Ramón Hernández Martín: Misas, ni en latín ni sin cena. Sobreabundancia.

Viernes, 20 de agosto de 2021
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Frank White, Dayton Moore, David DeJesus, Kevin Uhlich and Royals staff serve Thanksgiving lunch at City Union MissionLeído en su blog Esperanza radical:

Hay muchos millones de personas que, en el balance general de la marcha de la humanidad, siguen adelante con menos de un euro al día, cargando con calamidades sin cuento que van del hambre al frío y a la enfermedad. Y hay otros muchos para quienes mil euros diarios es una bagatela, una menudencia. Afortunadamente, la vida es maleable y se adapta incluso a las situaciones más extremas. En la primera lectura de este domingo, el profeta Eliseo, consciente de este devenir, juzga excesivo el monto de las primicias a que como tal tiene derecho y ordena al oferente que lo reparta entre quienes pasan hambre. La cuestión no es que “lo mucho para uno” sea “poco para muchos”, sino que lo disponible se reparta, porque, en definitiva, que muchos tengan lo necesario depende de la generosidad de quienes realmente lo poseen todo. El viejo proverbio popular de “ayúdate que yo te ayudaré” invita a abordar el gigantesco problema del hambre en el mundo, confiados en que Dios y la naturaleza se alíen de tal manera que, dado el primer paso, el de “ayúdate”, como punto de partida, la llegada o meta sea cosa de coser y cantar.

La liturgia de este domingo lo viene a certificar por duplicado. El criado del profeta Eliseo repartió las primicias recibidas entre los hambrientos y el hecho resultó tan exitoso que todos saciaron su hambre y hasta sobraron alimentos. Por su parte, el gran profeta Jesús, viendo que la multitud que lo seguía estaba hambrienta, recogió lo que algunos tenían y lo mandó repartir de tal manera que lo que parecía poco, cinco panes y dos peces, fue suficiente no solo para que comieran más de cinco mil personas, sino también para que con lo sobrante se llenaran doce canastas.

La clave de tan gran milagro la ofrece san Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de su carta a los Efesios: “Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo”, lo que, puesto en Román paladino, viene a significar lo mismo que el proverbio a que nos hemos referido: que unamos nuestras fuerzas y cuanto tenemos para ser invencibles y para que no nos falte nada de lo necesario. De hecho, aunque los pobladores de la Tierra seamos ya casi ocho mil millones, la capacidad productiva de esta y la industria de nuestras manos facilita que hoy podamos producir alimentos suficientes incluso para una población doble que la actual. ¿A qué se debe entonces que, siendo los que somos, más de ochocientos millones de seres humanos pasen hoy hambre? Hay solo una única respuesta a tan grave cuestión: el mal reparto que se hace debido a distintas causas, siendo una de las principales y más graves la depredación o la avaricia de minorías acaparadoras que viven a todo tren y como si lo fueran a hacer para siempre.

El reparto de alimentos es una de las más sólidas y atractivas claves evangélicas. Ciertamente, los cristianos hemos de atender a lo que Jesús predica cuando nos habla de que Dios es nuestro padre, pero también a sus hechos cuando da de comer a los hambrientos, hechos que rubrican fehacientemente su predicación. Hay mucha más conexión que la que pudiera pensarse a simple vista entre el relato de la multiplicación de los panes y los peces y la crónica de la Última Cena, pues también en esa multiplicación “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados”. El gran milagro multiplicador se debió, seguramente, más al hecho de repartir entre todos lo que algunos tenían que en la multiplicación mágica de lo poco que había. En la eucaristía, el hecho de partir y compartir tiene una carga teológica mucho más profunda que el supuesto efecto mágico de unas palabras de consagración que sustituye una sustancia por otra. La “transustanciación” nunca dejará de ser, en todo su alcance dogmático y teológico, más que un especulativo recurso filosófico elevado a categoría de ontología sacra. Si en estos momentos el papa desaconseja la misa en latín y de espaldas al pueblo por la desconexión que tal rito tiene con los fieles, más cabe decir incluso de las misas en lenguas vernáculas y de cara al pueblo por una desconexión más profunda y radical tanto con la “memoria viva” de Jesús como con la vida de los fieles. Salta a la vista que nuestras misas nada tienen que ver realmente con la Cena del Señor.

Seguramente, el problema más grave que padece la humanidad en nuestros días se cifra en saciar el hambre de tantos millones de seres humanos desheredados de la fortuna. En las comidas que celebró Jesús, muchas veces con publicanos y prostitutas, hecho que se constituyó en una de las mayores acusaciones contra él para crucificarlo, había comida suficiente para que todos se saciaran y hasta sobrara. A todas ellas las acompaña la acción de gracias, el hecho cultual, y, a la Última Cena Jesús le añade la orden de que se celebre en “memoria viva” suya, de que pasó por este mundo haciendo el bien y sirviendo a los demás. Es más, pues en esa misma Cena Jesús mismo concretó dicho servicio tanto en el lavatorio de los pies de sus discípulos, que él mismo realizó, como en la ordenanza de que nos amemos los unos a los otros con el mismo amor con que él nos ha amado, amor que le lleva a dar su vida por todos nosotros.

Por todo ello, sin comida compartida, sin servicio efectivo y sin amor incondicionado no puede haber misa que valga. Puede que en las actuales misas católicas haya mucho culto, mucha genuflexión, mucho golpe de pecho y mucho deseo de paz, pero si no hay comida compartida, servicio efectivo y amor incondicional, no sirven a la “memoria viva” de la vida de Jesús ni al cumplimiento de las recomendaciones tan encarecidas que nos hizo en el momento mismo de su partida. Para cumplir su propia razón de ser, las misas católicas necesitan mucho más que un lenguaje inteligible (la celebración en la lengua vernácula) y que los fieles vean lo que acontece en un altar situado frente a ellos. Bien está que el papa Francisco intente agrandar la comprensión y la participación de los fieles en las misas, pero, a pesar de su gran esfuerzo por conseguirlo frente a quienes prefieren enjaularse en el misterio, debemos dejar constancia aquí, sin ambages ni componendas, que la distancia entre una misa de corte tradicionalista en latín y de espaldas a los fieles y la orquestada por el concilio Vaticano II en lengua vernácula y celebrada frente a ellos, es mucho menor que la que hay entre esta última y la Cena del Señor. Podríamos decir, groso modo, que, mientras la Última Cena de Jesús es un acontecimiento social festivo no sacro, cuya fuerza se manifiesta en compartir, servir y amar, las actuales misas católicas no dejan de ser más que una especie de pantomima sacra, de tinte carnavalesco, en las que realmente nada se comparte, no se realiza ningún servicio y el amor se reduce a una consigna etérea. Lograr que la misa católica se parezca algo a la Cena del Señor requiere una audaz reforma litúrgica que la Iglesia católica no está en condiciones de afrontar porque, además de cuestionar muchos de los privilegios de la casta dirigente, desencadenaría cambios de perspectiva y comportamientos incómodos para la institución eclesial.

Subrayemos como conclusión de todo lo dicho que, cuando Jesús estaba presente, todos comían hasta saciarse e incluso sobraban alimentos, cosa que obviamente no puede decirse hoy de nuestra Iglesia católica, en la que, mientras muchos eclesiásticos y fieles ricos se ceban hasta enfermar, hay muchísimos otros seres humanos, cristianos o no, que no tienen ni un pedazo de pan duro que llevarse a la boca. ¿De qué sirve invitar a todos a una eucaristía en cuya celebración se habla de partir y compartir, pero realmente nada se parte ni comparte? ¿Puede alguien convencerlos con argumentos de peso, con hechos, de que tanto los políticos por delegación social como los eclesiásticos por mandato divino están ahí para servirlos? ¿Acaso no resulta un sarcasmo hablar de amor a quien tiene el estómago vacío y le tiemblan las piernas por debilidad física? ¿Con qué argumentos se los puede reanimar y rescatar de la inanidad a que la avaricia, incluso la de muchos que se dicen cristianos, los ha condenado? Resolvamos primero tan grave problema para poder acercarnos al altar y tributar a nuestro gran Dios un culto digno, que exprese como es debido nuestra hermandad y nuestra filiación divina.

Ramón Hernández Martín

Blog en Religión Digital, 25.07.2021

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¿Te vienes a cenar?

Jueves, 24 de marzo de 2016
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pan-para-cenarYolanda Chaves, yolachavez66@gmail.com; Mari Paz López Santos,pazsantos@pazsantos.com; Patricia Paz, ppaz1954@gmail.com
Los Ángeles; Madrid; Buenos aires.

ECLESALIA, 24/03/16.- Me invitaron a una cena que promete ser muy especial. Es increíble pero el que firma la invitación es ¡Jesús mismo! Nadie me lo cree, es que ni yo misma me lo creo, pero ahí está el sobre, sencillo y la tarjeta adentro, dice: Si tienes hambre, ven.

Cuando recién me llegó pensé que era una broma de alguno de mis amigos. Imagínense, una invitación firmada por Jesús, quién se lo va a creer. Con el pasar de los días me  llegaron correos de mis amigas Yolanda y Mari Paz y ahí supe que la cosa venía en serio. Es que mis amigas viven en USA y en España y no hay ninguna, o casi ninguna posibilidad, de que mis amigos les puedan hacer la broma a ellas.

Lo otro que me chirriaba  es el tema del hambre, porque ni bien la recibí pensé que se habían equivocado de persona. Con tanta hambre en el mundo, ¿me iba a invitar a mí que pertenezco a la categoría de los privilegiados que tienen satisfechas todas sus necesidades? Pero de a poco empecé a sentir todas las “hambres” que tengo, que no son precisamente de comida, pero que son muchas y empecé a desear que fuera verdad, aunque seguía dudando.

…….

Abrí el buzón del correo con aire distraído. No esperaba recoger más que publicidad y los típicos sobres con ventanita de correspondencia bancaria. Ya nunca llegan cartas con “letra humana” como en otros tiempos.

La primera sorpresa fue aquel sencillo sobre blanco en donde figuraban mi nombre y dirección postal escritos… ¡a mano! Impresionada, di la vuelta para ver quién era el remitente: “Jesús, el de Nazaret”, escrito a bolígrafo en perfecta letra humana.

Esto es una broma o publicidad, pensé mientras me dirigía al ascensor. Abrí con prisa y leí una tarjeta de invitación, también escrita a mano: Si tienes hambre, ven. Puedes traer a otros, todos están invitados, no importa cuántos”, firmado: “Jesús, el de Nazaret”.

Abrí la puerta, dejé el bolso y las llaves y repetí la operación de lectura. Algo no había entendido o eso era una broma. Quizás un atractivo medio publicitario. Nada. Quedé pensativa y aparté el sobre para volver más tarde. Pero no podía dejar de pensar en esa invitación: “Estoy invitada si es que tengo hambre y puedo ir acompañada por quienes considere que les gustaría asistir imagino que siempre y cuando también tengan verdadera hambre”. ¿A quién le cuento yo esto? Creo que escribiré a mis dos amigas Yolanda y Patricia, que seguramente se sorprenderán pero no creen que digan que estoy loca. Escribir “a seis manos” desde tres partes del mundo nos pone en una dimensión de activas “escuchantes” de la realidad, abiertas a las sorpresas con naturalidad.

…….

Aquella madrugada como todos los días, esperaba la ruta que me acerca a mi trabajo en la estación del metro en el centro de Los Ángeles. Esa mañana era como todas; la estación llena de personas apresuradas ascendiendo y descendiendo de las diferentes rutas del metro sin poner atención en los rostros de los transeúntes. De pronto alguien se me acercó “debe ser alguien que necesita dinero para completar su pasaje” pensé, y me apresuré a buscar unas monedas en mi bolso. Era una anciana, confieso que me hubiera gustado relatarles que era una viejecita sonriente y amable, pero no, la anciana que se me acercó tenía el rostro amargado y el aliento alcohólico. Le ofrecí las monedas y ella no las aceptó. Tenía sus manos temblorosas ocupadas con un sobre manchado y maltratado, lo levantó hasta mi cara. “Esto es para ti” dijo, me lo entregó y se fue.

Revisé el sobre, en la parte del remitente estaba escrito: “Jesús de Nazaret” y en la del destinatario mi nombre: “Yolanda”.  Llegó el metro que esperaba, no hubo tiempo de abrir el sobre, a esa hora los vagones del metro van tan llenos que abrirlo y leerlo hubiera sido imposible. Lo guardé en mi bolso, llegué a mi trabajo, y tomé mi lugar en aquel inmenso mar de máquinas de coser. Mientras trabajaba, pensaba: “¿Quién puede conocer mi nombre en la estación del metro?”. Esperé hasta la hora de mi descanso para leer el contenido del sobre, lo abrí y decía: “Hija, sé que tienes hambre, ven. Puedes traer contigo a los que quieran una comida caliente”. Miré a mi alrededor, y pensé: “¿Habrá suficiente para todos ellos?”. No pude dejar de pensar en esa invitación tan personal y cercana. Ya en mi casa, al finalizar la jornada diaria, leía y releía el contenido del sobre. “Si esto es en serio ¿Cómo empiezo a invitar a esa cena especial a todos los que tienen hambre?”. Entonces decidí escribirle a mis amigas: hasta España a Mari Paz y hasta Argentina a Patricia. Seguramente “seis manos” podrán mejor que dos.

…….

Jesús nos convoca a celebrar la Eucarística, la primera, la de siempre, la que no pierde vigencia.  ¿Dónde tenemos que ir? ¿A Jerusalén, como aquella vez?… No, nos espera en cualquier lugar donde haya gente que tenga hambre y sed de Pan y de Vino, de Justicia y Solidaridad, de Fraternidad y Comunidad; donde haya personas que sufren y se sienten rechazadas por cualquier motivo; entre los que huyen de la guerra o la violencia… “Allí nos encontraremos”, nos ha dicho. “Id, cada una de vosotras, al lugar de vuestro continente en donde penséis que debéis estar convocando e invitando a la Cena a la que yo invito. Sois mensajeras como aquellos que mandé al cruce de los caminos…”.

Nos han invitado a una cena muy especial, será íntima y multitudinaria, indicándonos que salgamos a los caminos a buscar comensales. No hay restricciones ni números clausus. No hay que ir de etiqueta ni hay puestos de honor.

Nos han dicho que hagamos llegar la invitación a muchos, que utilicemos los medios a nuestro alcance para que la cena tenga todos los invitados que quieran asistir.

invitaciones-para-la-cena-de-la-empresaQue se expanda por la redes sociales, que lo transmitamos boca a boca en los encuentros de grupos y comunidades;  en las reuniones de la parroquia, de las vicarías, de las diócesis y en la curia vaticana; en monasterios y conventos, en sinagogas y mezquitas, en cárceles y hospitales, en despachos gubernamentales y en prostíbulos de carretera, en reuniones financieras. Que llegue la invitación a la orilla del Mediterráneo mientras se recogen vidas ateridas y chalecos salvavidas.

A los que viven en la calle, a los que huyen del hambre… Todos estáis invitados, nos ha dicho. Hay muchos sitios, no hay cuotas, ni clases, no se necesitan papeles, no tienes que llevar dinero.

Los niños y las niñas son bienvenidos y serán los que tengan un sitio especial al lado del Anfitrión.

¡Tomad nota!… es al atardecer de hoy Jueves, el que llaman Santo. ¡Ven, sí tienes hambre…!

Todos los que lean esto, están invitados; y a los que se lo hagan llegar por el medio que sea. Vayan pensando de qué les gustaría hablar con Jesús y de qué tienen hambre.

No se olviden de contestar a cualquiera de las direcciones de correo que figuran arriba indicando qué motivo les mueve a participar en esta Cena

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“La fuerza de los rituales religiosos”, por José Mª Castillo, teólogo

Lunes, 17 de agosto de 2015
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ritualDe su blog Teología sin Censura:

Es un hecho que Jesús instituyó la eucaristía en una cena. Y es también un hecho que los cristianos celebramos la eucaristía en una misa. Una cena es una experiencia humana. Una misa es un ritual religioso. Lo que nos está diciendo, en un asunto tan central como éste, que – en el cristianismo, al menos, y sin duda alguna -, cuando está en juego nuestra relación con Dios, los rituales religiosos han tenido (y siguen teniendo) más fuerza que la experiencia humana, incluso cuando se trata de una experiencia tan importante como es la experiencia de comer y beber. Comer y beber compartiendo mesa y mantel con quienes decimos que son nuestros “hermanos”. Esto no es una teoría. Es un hecho.

¿Por qué, en un asunto que es capital para personas creyentes, los rituales religiosos se superponen a la experiencia humana y son más determinantes que lo humano, incluso más decisivos que la vida misma, en tantos casos y en tantos asuntos que son fundamentales para la felicidad o la desgracia de muchas personas? Y conste que, al hacer esta pregunta, no estamos imaginando situaciones extravagantes ni sucesos poco frecuentes. Nada de eso. Esta cuestión se refiere a cosas tan normales y tan presentes en la vida de cualquiera, que, si empezamos por los evangelios, los constantes conflictos, que tuvo Jesús con los dirigentes religiosos de su tiempo, se referían casi todo ellos, de una forma o de otra, precisamente a este problema. Si curaba a los enfermos en sábado, si comía con gente de mala fama, si dejaba de observar los ayunos que imponía la religión, si no practicaba los rituales purificatorios antes de las comidas, si no mantenía la debida compostura y respeto en el templo, en definitiva, en todos estos casos nos encontramos siempre con el mismo asunto. Un asunto que Jesús formuló en la tremenda pregunta que hizo cuando, un sábado, curó a un manco en la sinagoga: ¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar? (Mc 3, 4). O sea, ¿qué es lo primero: someterse al ritual del sábado o hacer feliz la vida de un enfermo? En definitiva, ¿lo más importante es el ritual religioso o la experiencia humana?

Y no pensemos que este tipo de historias se presentaron en la vida de Jesús y, con Jesús, se acabaron tales historias. Todo lo contrario. Con el paso del tiempo, el problema se fue agigantando. Entre otras cosas, porque sabemos que este asunto está presente en todos los rincones del mundo. Donde hay religión y, con ella, hay dirigentes religiosos, allí está el problema. En la historia del cristianismo, el desastre ha sido brutal. Desde las guerras de religión, las cruzadas y la inquisición, pasando por el colonialismo y acabando con el integrismo de los fundamentalistas, católicos o herejes, cristianos o musulmanes, a fin de cuentas lo mismo da. Además, el mismo problema está presente todos los días y por todas partes: en los matrimonios divorciados que no pueden acercarse a comulgar, en los homosexuales que se ven despreciados hasta en su propia casa, en los matrimonios rotos, en los amores imposibles, en la vida sexual de tantas gentes, ¿qué sé yo?

Esto es una historia interminable. Y siempre tropezamos en la misma piedra. La piedra de algún extraño ritual religioso, que, en el fondo, lo que nos está recordando es que, por encima de lo humano, hay algo que es más fuerte que lo humano, y a lo que lo humano – nos guste o no nos guste – se tiene que someter siempre. Y si no te sometes, te atienes a las consecuencias. Unas veces, porque tendrás que arrastrar, durante toda tu vida, el pesado lastre de la mala conciencia. Otras veces, porque te verás rechazado por la familia, los amigos, la sociedad…. Y en otros casos, porque, a fuerza de pasarlo mal, terminarás siendo carne de confesionario o del despacho de un psiquiatra, teniendo además (tantas veces) que ocultar celosamente en el armario lo que resulta socialmente impresentable.

¿Hay derecho a que la vida sea así? ¿Es tolerable que, por estas cosas, nos llevemos frecuentemente como perros y gatos, teniendo que ocultar en nuestra intimidad secreta muchas cosas que nos hacen sufrir inútilmente y sin pies ni cabeza?

Y como es lógico, siempre acabamos en lo mismo: si Dios es Dios, ¿cómo permite estas cosas? ¿cómo puede querer estas cosas? ¿cómo y por qué no hace aguantar estas cosas?

Seguiré con el tema. Pero, antes de seguir con este desagradable asunto, sólo un par de preguntas: ¿Es Dios el que quiere, provoca o permite todo este asombroso embrollo de oscuridades, miedos y tormentos? Y si no es Dios, ¿son sus representantes en la tierra (curas y rabinos, imanes y bonzos, chamanes y profetas…) los que lo provocan porque les conviene?

Continuaremos con el tema.

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“Una misa no es una cena”, por José Mª Castillo, teólogo

Lunes, 10 de agosto de 2015
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cena-del-corderoDe su blog Teología sin censura:

Jesús instituyó la eucaristía en una cena, no en una misa. Es decir, Jesús instituyó la eucaristía en una comida compartida, no en un ritual religioso. Y sabemos que Jesús añadió: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19 b). O sea, el recuerdo de Jesús está inseparablemente unido al hecho de realizar lo que realizó Jesús. Y cualquiera que lea los evangelios sabe que, exactamente en los evangelios y en 1 Cor 11, 23-26, la eucaristía está asociada a la comida compartida. En los seis relatos de la multiplicación de los panes, especialmente en la del evangelio de Juan (c. 6), y en la última cena de Jesús con sus apóstoles, eucaristía y comensalía son realidades vinculadas la una a la otra. Es decir, la eucaristía está vinculada al hecho de compartir con otros lo que se tiene para comer. La eucaristía no está vinculada – ni solamente ni principalmente – a un ritual sagrado que se observa exactamente según lo establecido en las normas.

Pero ocurrió que, con el paso del tiempo, la eucaristía se convirtió en un ritual sagrado y dejó de ser una cena compartida. No es posible saber con exactitud cuando sucedió esto. Parece ser que ocurrió en el s. III. El hecho es que así, una vez más y en un asunto de tanta importancia como éste, la Religión se sobrepuso al Evangelio. Un desafortunado cambio, que ha ocurrido demasiadas veces en la Iglesia. Y que es la causa de un fenómeno muy frecuente y del que tantas veces ni nos damos cuenta. Porque seguramente somos más fieles a la Religión que al Evangelio. Y eso que – como estamos viendo – la religiosidad está en crisis. Lo cual es verdad. Tenemos arrumbada la Religión. Pero tenemos más arrumbado el Evangelio. A fin de cuentas, misas, bodas, bautizos, comuniones, cofradías, curas y obispos seguimos teniendo. Pero, ¿y las enseñanzas de Jesús sobre la honradez, la justicia, la sinceridad, sobre el dinero y la riqueza, sobre la sensibilidad ante el sufrimiento humano, sobre la libertad ante los poderes que oprimen y dominan a la gente más débil y desamparada?

Si digo aquí estas cosas, no es porque yo pretenda ingenuamente que sustituyamos las misas por cenas. Ni eso es posible. Ni eso arreglaría las cosas. El problema más serio, que tenemos ahora mismo, es que vemos que la economía mejora, pero no tenemos políticos que sepan gestionar las cosas de manera que esa mejoría sirva para todos, sobre todo para quienes más lo necesitan. Y las cosas se han encanallado hasta el extremo de preferir – o consentir – que nuestros mares sean un inmenso cementerio de desesperados, con tal que esos desesperados no vengan a molestarnos. Aquí no hablo sólo de España o de Europa. Hablo del mundo entero.

Por supuesto, que hay gente buena. Mucha más de la que imaginamos. Ante el fracaso de la economía, de la política, de las más avanzadas tecnologías, incluso también ante la incapacidad de las religiones para remediar tanto dolor, crece y crece el número de personas que a esto no le ven otra solución que la búsqueda de nuestra más profunda humanidad. Lo que nos va a salvar es la honradez, la honestidad, la trasparencia, la justicia, la bondad. La espiritualidad profunda, que respeta por supuesto la misa, pero que encuentra vida y futuro en la cena. Como dijo san Juan de la Cruz: “la cena que recrea y enamora”.

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