Domingo 30. Ciclo b. Un ciego en el camino: Mc 10, 46-52. Muchos siguen a Jesús de un modo equivocado, buscando su triunfo personal, como han ido mostrando las historias de los últimos domingos:
–unos discípulos “gorilas” (¡perdón gorilas de verdad!)no dejan que los niños se acerquen a Jesús;
–hay un rico que quiere seguir a Jesús, pero no vende todo y lo da a los pobres para hacerlo:
–los zebedeos le siguen (lo mismo que Pedro), pero exigen los primeros puestos o le ponen condiciones.
Entre los que siguen a Jesús de un modo equivocado quiero hoy destacar a los “gorilas”, conforme a la segunda acepción de esa palabra:
— 1ª acepción. Gorilas son unos honrados primates de la selva africana (del Congo), donde quedan pocos y amenazados, son una belleza.
— 2ª acepción. Gorilas son un tipo de guardaespaldas duros, que dicen proteger por interés a ciertas personas (en nuestro caso a Jesús, y por extensión al Papa), aunque con frecuencia imponen su poder.
Los “gorilas” de Jesús no lograron impedir que acogiera y curar al ciego del camino. Dicen que algunos altos gorilas del Papa quieren impedir las reformas de Francisco. Desde ese fondo puede entenderse el evangelio de hoy. Buen domingo, buen fin del Sínodo.
Jesús, el ciego de Jericó y los gorilas.
Frente a los gorilas que quieren dirigir la marcha de Jesús presenta este evangelio a un auténtico discípulo: un mendigo ciego a quien todos rechazan; pero Jesús siente y le llama, escucha y le cura, por piedad y justicia de Dios.
Este mendigo pide luz, no sólo para ver a Jesús (y para verse a sí mismo en Jesús), sino para dejar todo y seguirle , pero unos “gorilas” a quienes Jesús no ha nombrado guardaespaldas se lo impiden
— En este ciego del camino de Jericó a Jerusalén se compendian todos los que quieren acompañar a Jesús, para ver y transformarse, para aprender y cambiar.
— Pero hoy, como entonces, sigue habiendo “gorilas” que no quieren que los ciegos vean, que quieren controlar el camino de Jesús.
Éste sigue siendo un evangelio inquietante y muy actual, aunque en este post no quiero hacer comparaciones más precisas con la Iglesia del Sínodo 2014/2015 que termina precisamente en este domingo, con claros gorilas del Dios de Jesús, porque me parecen evidentes.
Hay todavía bastantes que quieren (¿queremos?) controlar a Jesús como “guardaespaldas”, que le impiden (¿le impedimos?) acercarse de verdad a la gente. Pero Jesús quiere y puede liberarse de ellos (¿de nosotros?), para que el ciego de Jericó pueda ver y seguirle en libertad, superando así el intento de aquellos que intentan controlarle.
Ojalá vuelva a liberarse Jesús este domingo de gorilas del final del Sínodo en que estamos todos implicados. Buen domingo a todos.
El texto
Mc 10, 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar:
¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
48 Muchos lo reprendían para que callara.
Pero él gritaba todavía más fuerte:
¡Hijo de David, ten compasión de mí!
49 Jesús se detuvo y dijo:
Llamadlo.
Llamaron entonces al ciego, diciéndole:
Animo, levántate, que te llama.
50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
Maestro, que recobre la vista.
52 Y Jesús le dijo:
Vete, tu fe te ha salvado.
Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.
Jericó es la última etapa.
En Jericó, ciudad de la fuentes y palmeras, gran oasis, bajo la Montaña de las Tentaciones, comienza la dura subida a Jerusalén, donde Jesús tendrá que enfrentarse con su muerte. Allí se sitúa esta narración, en cuyo fondo hay un recuerdo histórico, un relato de milagro.
Pero además de un recuerdo del pasado, el texto ofrece un claro paradigma o ejemplo de discipulado, construido en oposición a los zebedeos del pasaje precedente: sólo la misericordia puede abrir un camino para ciegos y pobres.
Otros sólo comprenderán después que Jesús ha muerto. Los fuertes zebedeos aprenderán únicamente muy después de la Pascua (¡bebereis mi cáliz!: Mc 10, 39), pero no pueden presentarse aún como ejemplo de seguimiento, pues no tienen limpia la mirada de evangelio. Pues bien allí donde ellos fallan ha encontrado Marcos un testigo mesiánico que sabe dejarlo todo y seguir a Jesús, con los ojos abiertos. Es un ciego, mendigo de Jericó, donde se inicia la última jornada que lleva hacia Jerusalén.
Allí donde ignoran los zebedeos, apegados al poder religioso, el ciego sabe y pide: ¡Ten compasión de mí! (10, 47-48). Santiago y Juan querían sentarse en la gloria de la Iglesia, en deseo insaciable de dominio sobre el resto de los “fieles”. Por el contrario, Bartimeo, sentado a la vera de un camino que no ve, busca compasión, llamando a Jesús por dos veces ¡Hijo de David, es decir, Rey mesiánico!
No le importa el dinero, ni busca poder, ni le preocupa la estructura del sistema israelita o de la Iglesia. Es un marginado del bordo del camino, pero sabe que el mesianismo (filiación de David) se expresa como misericordia.
La ley de los gorilas
Evidentemente, los gorilas de la selva son mucho mejores. Los nuestros son profesionales del poder y de la política de fuerza. Más que para proteger a los indefensos sirven para crear barreras de distancias y de silencio, de seguridad y miedo. ¡No dejan que el ciego se acerque a Jesús!
Pero el ciego quiere verle y para ello grita, a fin de que su voz pase por encima del cerco de gorilas. Era malo el deseo de dinero y poder para seguir a Jesús… (cf. Mc 10, 22;10, 35-45). Pero este ciego no quiere dinero ni poder, sino solamente ver, caminar con Jesús, ser persona. Eso pide Bartimeo.
Los que manipulan el mensaje, rodeando a Jesús como guardaespaldas que distinguen a los buenos de los malos, a los que pueden o no pueden acercarse. No les importa el ciego y por eso quieren acallar su voz del ciego, impidiéndole que grite y que estorbe la buena marcha del grupo.
Se ha creado en torno a Jesús un círculo de cortesanos (guardaespaldas)sin misericordia que se creen con derecho para decidir lo que él debe hacer o no hacer (cf. Mc 10, 13-16). Esta es la iglesia de los gorilas, que mandan sobre Jesús, que le encierran en una especie de “mesias-móvil”, que le aísla, que le tapa.
Cuando alguien goza de dinero o fortuna le rodean de inmediato aduladores y aprovechados. Es evidente que Marcos condena ese peligro en la iglesia de su tiempo (y en la posterior, como haría en la actualidad).
Pero Jesús escucha por encima del cerco de los que le rodean, y atiende a la voz del que llama y quiere simplemente compasión: ¡Ten piedad de mi!
Están allí los guardaespaldas sin piedad, que cierran el círculo de su poder en torno a Jesús, pensando que es Hijo de David en línea superioridad, y que tiene que subir bien rodeado de escoltas a la ciudad, para tomar allí su mando. Pero Jesús rompe ese círculo y escucha la voz del que le llama, pidiendo compasión.
Nosotros, occidentales del siglo XXI, hemos creado un círculo de gorilas informáticos y políticos que excavan fosos y cierran los caminos (¡basta pensar en los muros de Israel y de USA, con todos los ejércitos del Este de Europa, con Europa entera que no quiere escuchar el grito de los refiguados!).
Surge así círculo de gorilas de hierro y de sangre para protegernos y proteger a nuestro “Jesús” (es decir, nuestros bienes). Pero el Jesús verdadero, hoy como entonce, en Jericó como en los Balcanes, rompe los muros y escucha la voz del que llama, para acoger al ciego que grita ¡piedad!, dialogando con él: ¡Qué quieres que te haga? (10, 51).
Un mendigo ciego.
Sobre los mendigos se ha trazado y se sigue trazando una intensa literatura casi siempre negativa. Está, por una parte, el ciego sabio que toca la música y canta (como el famoso Homero de Quios), el ciego que guía desde su oscuridad a los videntes engañados… Pero están también los ciegos de las conspiraciones destructoras, que parecen guiar desde el subsuelo la marcha de un mundo desquiciado y loco, como cuenta E. Sábato en el durísimo Informe sobre ciegos de su novela “Sobre héroes y tumbas”.
La verdadera pregunta es éste: ¿Quiénes son los verdaderos ciegos? ¿Los expulsados del sistema o los expulsadores? ¿Los que imaginan conspiraciones diabólicas por todas partes…, los que las planean de hecho, porque no son trigo limpio, o los pobres que simplemente quieren ver, seguir a Jesús, ser libres?
El tema es desquiciante. ¿Necesitaremos siempre más gorilas de pólvora y fuego para impedir que los ciegos se acerquen? ¿No será mejor que todos escuchemos, que dejmos que la voz de la piedad nos llegue: la voz de Allah, Dios clemente y misericordioso, la voz de Señor de Israel, también clemente, la voz del Padre de Jesús, que es Padre de la misericordia?
Basta con que escuchemos la voz del que dice a nuestro lado, con su ojos y y con su mirada suplicante: ¡Ten piedad de mí! Piedad y justicia, piedad y transformación social y personal. Éste es el tema del mendigo ciego, sentado al borde del camino por el que nosotros queremos pasar, en la marcha que nos lleva a “conquistar” los espacios del poser y del dinero de una Jerusalén que pensamos que nos pertenece. Este ciego del camino de Jericó sólo quiere ver.
La petición del ciego.
No pide ningún signo de dominio; sólo quiere ver, vivir en plenitud y se lo pide a Jesús, que sube rodeado de curiosos y de aprovechados hacia Jerusalén, en la última etapa de su vida, para “encontrar y ver a Dios”, en el gesto místico supremo de su entrega a favor del Reino, es decir, de los pobres y mendigos, de los ciegos y excluidos de la sociedad.
Los gorilas de su grupo quieren que el ciego calle, que nadie perturbe la buena marcha mesiánica del poder, que nadie diga que hay ancianos abandonados, niños sin familia, emigrantes hacinados… Que nadie perturbe nuestra buena calma.
Estos gorilas de Jesús son (¿somos?) los verdaderos ciegos, porque queremos conservar lo que tenemos. Por el contrario, este ciego de Jericó levanta y deja todo (su manto, con el dinero que quizá ha recogido) y viene al lado de Jesús. No le importa lo que tiene, su puesto de ciego al borde del camino (¡un puesto donde podía conseguirse quizá algo de dinero!); deja el manto, con las monedas encima (el manto para pedir y resguardarse en la noche…), todo su tesoro y viene hacia Jesús..
Jesús escucha y valora la petición de ciego. Todos quieren y piden otras cosas. Los zebedeos exigían los primeros puestos; otros suben a Jerusalén con el deseo de conquistar la ciudad, de conseguir prebendas de templo o palacio, de dinero o casas… En contra de eso, este ciego sólo quiere ver.
Y eso es lo que Jesús puede y quiere darle. No puede darle dinero (no lo tiene), ni puede repartirle beneficios o prebendas (en su empresa no hay tal cosa). Pero puede darle “ojos nuevos”, capacidad de ver. Eso pide el ciego, eso da Jesús. De esa manera, el ciego aparece como el único que “cree” de verdad, que sabe ver, pues creer es confiar en el poder mesiánico de abrir los ojos.
Creer es buscar una vida de luz, es conocer… Ésta es la única mística, la verdad más honda: ver para seguir a Jesús en libertad, para vivir con él y como él. Éste es un ciego que “ve” más que todos los videntes. Ve porque quiere ver y caminar y sentir… Este ciego ve porque sabe entender lo que implica el camino de Jesús y le dice “quiero ver”.
El camino del ciego
Jesús le responde que vaya (hypage) y vea, viviendo en libertad, conforme a su deseo. No le impone nada, no le pide que venga con él a Jerusalén, ni que forme parte de su comunidad o iglesia. Jesús, el hombre de la luz, le dice que vea y que vaya, que no tenga miedo a caminar.
Le pide que vaya: que deje su puesto de ciego, con su manto y sus monedas al borde del camino. Le pide que vaya, que hay mil cosas que ver: quizá su familia, que espera en la casa lejana; quizá las fuentes y palmeras y las plazas de Jericó, ciudad famosa…
Quizá el lago cercano, el Mar de la Sal, allí abajo, con monjes qumramitas que escriben libros y buscan visiones nocturnas. Quizá dese ver el rostro de los niños para bendecir a Dios o los ojos de una mujer para amar…
Jesús no le exige nada: le dice que vaya, que se sienta libre y cómodo, que la vida es ver.
Pero él, en vez de marchar, se une a Jesús y le sigue, subiendo con él hacia Jerusalén (Mc 10, 52b). Ya había abandonado el manto (toda su riqueza) al escuchar su llamada (10, 50). Ahora, sin manto, le acompaña en un camino de ascenso que desemboca en la entrega de la vida a favor de los demás.
Los zebedeos no habían comprendido la verdad mesiánica. Este ciego la conoce, sabiendo que Jesús es Hijo de David por ser misericordioso.
En cierto sentido hubiera sido más seguro y económicamente más rentable continuar sentado como invidente a la vera del camino, con el pan asegurado cada día, con las limosnitas de los peregrinos, con el sueño asegurado cada noche, con su manto (pues allá en Jericó nunca nieva, ni hace frío y puede dormirse muy bien junto a cualquier muro de la calle).
Pero él lo deja todo: ha querido arriesgarse: ha buscado la luz y ha encontrado a Jesús y con Jesús el camino que culmina en la entrega de la vida.
Jesús puede ahora subir a culminar su tarea en Jerusalén, pues ya tiene a un verdadero acompañante, a un ciego que ve. Otros suben con él buscando privilegios, prebendas, visiones misteriosas de Reinos y Paraísos encantados. Suben llenos de oscuridades y equivocaciones. Éste lo ha dejado todo (manto y dinero, puesto de mendigo) y está dispuesto a trazar con Jesús yn camino de vida, al servicio de todos.
Los zebedeos buscaban al Cristo glorioso, repartiendo tronos e influencias a diestra y siniestra. En contra de eso, este ciego ha confesado su fe en el Hijo de David misericordioso, que no se sienta en trono alguno, ni pretende imponerse sobre nadie. Este ciego quiere ver para descubrir el camino mesiánico y seguirlo con Jesús.
Este ciego es ahora, en esta escena, el verdadero discípulo de un Jesús, rodeado de falsos discípulos. Este ciego, con la mujer de la unción de Mc 14, 3-9, es la señal más clara de que Jesús no ha fracasado, según el evangelio de Marcos.
¿Y nosotros? También, nosotros, como ciegos del camino pedimos un milagro, para ver a Jesús y caminar con él, es decir, para compartir su misión y así verle en su verdad, como mesías de los pobres y los ciegos del camino.
Biblia, Espiritualidad
Ceguera, Ciclo B, Ciego, Dios, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
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