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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 25 de octubre de 2015. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 25 de octubre de 2015
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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Dom 25. 10. 15. El ciego del camino y los “gorilas” de Dios

Domingo, 25 de octubre de 2015
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2Domingo 30. Ciclo b. Un ciego en el camino: Mc 10, 46-52. Muchos siguen a Jesús de un modo equivocado, buscando su triunfo personal, como han ido mostrando las historias de los últimos domingos:

–unos discípulos “gorilas” (¡perdón gorilas de verdad!)no dejan que los niños se acerquen a Jesús;
–hay un rico que quiere seguir a Jesús, pero no vende todo y lo da a los pobres para hacerlo:
–los zebedeos le siguen (lo mismo que Pedro), pero exigen los primeros puestos o le ponen condiciones.

Entre los que siguen a Jesús de un modo equivocado quiero hoy destacar a los “gorilas”, conforme a la segunda acepción de esa palabra:

— 1ª acepción. Gorilas son unos honrados primates de la selva africana (del Congo), donde quedan pocos y amenazados, son una belleza.
— 2ª acepción. Gorilas son un tipo de guardaespaldas duros, que dicen proteger por interés a ciertas personas (en nuestro caso a Jesús, y por extensión al Papa), aunque con frecuencia imponen su poder.

Los “gorilas” de Jesús no lograron impedir que acogiera y curar al ciego del camino. Dicen que algunos altos gorilas del Papa quieren impedir las reformas de Francisco. Desde ese fondo puede entenderse el evangelio de hoy. Buen domingo, buen fin del Sínodo.

Jesús, el ciego de Jericó y los gorilas.

Frente a los gorilas que quieren dirigir la marcha de Jesús presenta este evangelio a un auténtico discípulo: un mendigo ciego a quien todos rechazan; pero Jesús siente y le llama, escucha y le cura, por piedad y justicia de Dios.

Este mendigo pide luz, no sólo para ver a Jesús (y para verse a sí mismo en Jesús), sino para dejar todo y seguirle , pero unos “gorilas” a quienes Jesús no ha nombrado guardaespaldas se lo impiden

En este ciego del camino de Jericó a Jerusalén se compendian todos los que quieren acompañar a Jesús, para ver y transformarse, para aprender y cambiar.

Pero hoy, como entonces, sigue habiendo “gorilas” que no quieren que los ciegos vean, que quieren controlar el camino de Jesús.

Éste sigue siendo un evangelio inquietante y muy actual, aunque en este post no quiero hacer comparaciones más precisas con la Iglesia del Sínodo 2014/2015 que termina precisamente en este domingo, con claros gorilas del Dios de Jesús, porque me parecen evidentes.

Hay todavía bastantes que quieren (¿queremos?) controlar a Jesús como “guardaespaldas”, que le impiden (¿le impedimos?) acercarse de verdad a la gente. Pero Jesús quiere y puede liberarse de ellos (¿de nosotros?), para que el ciego de Jericó pueda ver y seguirle en libertad, superando así el intento de aquellos que intentan controlarle.

Ojalá vuelva a liberarse Jesús este domingo de gorilas del final del Sínodo en que estamos todos implicados. Buen domingo a todos.

El texto

Mc 10, 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar:
¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
48 Muchos lo reprendían para que callara.
Pero él gritaba todavía más fuerte:
¡Hijo de David, ten compasión de mí!
49 Jesús se detuvo y dijo:
Llamadlo.
Llamaron entonces al ciego, diciéndole:
Animo, levántate, que te llama.
50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
Maestro, que recobre la vista.
52 Y Jesús le dijo:
Vete, tu fe te ha salvado.
Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.

Jericó es la última etapa.
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En Jericó, ciudad de la fuentes y palmeras, gran oasis, bajo la Montaña de las Tentaciones, comienza la dura subida a Jerusalén, donde Jesús tendrá que enfrentarse con su muerte. Allí se sitúa esta narración, en cuyo fondo hay un recuerdo histórico, un relato de milagro.

Pero además de un recuerdo del pasado, el texto ofrece un claro paradigma o ejemplo de discipulado, construido en oposición a los zebedeos del pasaje precedente: sólo la misericordia puede abrir un camino para ciegos y pobres.

Otros sólo comprenderán después que Jesús ha muerto. Los fuertes zebedeos aprenderán únicamente muy después de la Pascua (¡bebereis mi cáliz!: Mc 10, 39), pero no pueden presentarse aún como ejemplo de seguimiento, pues no tienen limpia la mirada de evangelio. Pues bien allí donde ellos fallan ha encontrado Marcos un testigo mesiánico que sabe dejarlo todo y seguir a Jesús, con los ojos abiertos. Es un ciego, mendigo de Jericó, donde se inicia la última jornada que lleva hacia Jerusalén.

Allí donde ignoran los zebedeos, apegados al poder religioso, el ciego sabe y pide: ¡Ten compasión de mí! (10, 47-48). Santiago y Juan querían sentarse en la gloria de la Iglesia, en deseo insaciable de dominio sobre el resto de los “fieles”. Por el contrario, Bartimeo, sentado a la vera de un camino que no ve, busca compasión, llamando a Jesús por dos veces ¡Hijo de David, es decir, Rey mesiánico!

No le importa el dinero, ni busca poder, ni le preocupa la estructura del sistema israelita o de la Iglesia. Es un marginado del bordo del camino, pero sabe que el mesianismo (filiación de David) se expresa como misericordia.

La ley de los gorilas

Evidentemente, los gorilas de la selva son mucho mejores. Los nuestros son profesionales del poder y de la política de fuerza. Más que para proteger a los indefensos sirven para crear barreras de distancias y de silencio, de seguridad y miedo. ¡No dejan que el ciego se acerque a Jesús!

Pero el ciego quiere verle y para ello grita, a fin de que su voz pase por encima del cerco de gorilas. Era malo el deseo de dinero y poder para seguir a Jesús… (cf. Mc 10, 22;10, 35-45). Pero este ciego no quiere dinero ni poder, sino solamente ver, caminar con Jesús, ser persona. Eso pide Bartimeo.
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Los que manipulan el mensaje, rodeando a Jesús como guardaespaldas que distinguen a los buenos de los malos, a los que pueden o no pueden acercarse. No les importa el ciego y por eso quieren acallar su voz del ciego, impidiéndole que grite y que estorbe la buena marcha del grupo.

Se ha creado en torno a Jesús un círculo de cortesanos (guardaespaldas)sin misericordia que se creen con derecho para decidir lo que él debe hacer o no hacer (cf. Mc 10, 13-16). Esta es la iglesia de los gorilas, que mandan sobre Jesús, que le encierran en una especie de “mesias-móvil”, que le aísla, que le tapa.

Cuando alguien goza de dinero o fortuna le rodean de inmediato aduladores y aprovechados. Es evidente que Marcos condena ese peligro en la iglesia de su tiempo (y en la posterior, como haría en la actualidad).

Pero Jesús escucha por encima del cerco de los que le rodean, y atiende a la voz del que llama y quiere simplemente compasión: ¡Ten piedad de mi!

Están allí los guardaespaldas sin piedad, que cierran el círculo de su poder en torno a Jesús, pensando que es Hijo de David en línea superioridad, y que tiene que subir bien rodeado de escoltas a la ciudad, para tomar allí su mando. Pero Jesús rompe ese círculo y escucha la voz del que le llama, pidiendo compasión.

Nosotros, occidentales del siglo XXI, hemos creado un círculo de gorilas informáticos y políticos que excavan fosos y cierran los caminos (¡basta pensar en los muros de Israel y de USA, con todos los ejércitos del Este de Europa, con Europa entera que no quiere escuchar el grito de los refiguados!).

Surge así círculo de gorilas de hierro y de sangre para protegernos y proteger a nuestro “Jesús” (es decir, nuestros bienes). Pero el Jesús verdadero, hoy como entonce, en Jericó como en los Balcanes, rompe los muros y escucha la voz del que llama, para acoger al ciego que grita ¡piedad!, dialogando con él: ¡Qué quieres que te haga? (10, 51).

Un mendigo ciego.

Sobre los mendigos se ha trazado y se sigue trazando una intensa literatura casi siempre negativa. Está, por una parte, el ciego sabio que toca la música y canta (como el famoso Homero de Quios), el ciego que guía desde su oscuridad a los videntes engañados… Pero están también los ciegos de las conspiraciones destructoras, que parecen guiar desde el subsuelo la marcha de un mundo desquiciado y loco, como cuenta E. Sábato en el durísimo Informe sobre ciegos de su novela “Sobre héroes y tumbas”.

La verdadera pregunta es éste: ¿Quiénes son los verdaderos ciegos? ¿Los expulsados del sistema o los expulsadores? ¿Los que imaginan conspiraciones diabólicas por todas partes…, los que las planean de hecho, porque no son trigo limpio, o los pobres que simplemente quieren ver, seguir a Jesús, ser libres?

El tema es desquiciante. ¿Necesitaremos siempre más gorilas de pólvora y fuego para impedir que los ciegos se acerquen? ¿No será mejor que todos escuchemos, que dejmos que la voz de la piedad nos llegue: la voz de Allah, Dios clemente y misericordioso, la voz de Señor de Israel, también clemente, la voz del Padre de Jesús, que es Padre de la misericordia?

Basta con que escuchemos la voz del que dice a nuestro lado, con su ojos y y con su mirada suplicante: ¡Ten piedad de mí! Piedad y justicia, piedad y transformación social y personal. Éste es el tema del mendigo ciego, sentado al borde del camino por el que nosotros queremos pasar, en la marcha que nos lleva a “conquistar” los espacios del poser y del dinero de una Jerusalén que pensamos que nos pertenece. Este ciego del camino de Jericó sólo quiere ver.

La petición del ciego.

No pide ningún signo de dominio; sólo quiere ver, vivir en plenitud y se lo pide a Jesús, que sube rodeado de curiosos y de aprovechados hacia Jerusalén, en la última etapa de su vida, para “encontrar y ver a Dios”, en el gesto místico supremo de su entrega a favor del Reino, es decir, de los pobres y mendigos, de los ciegos y excluidos de la sociedad.

Los gorilas de su grupo quieren que el ciego calle, que nadie perturbe la buena marcha mesiánica del poder, que nadie diga que hay ancianos abandonados, niños sin familia, emigrantes hacinados… Que nadie perturbe nuestra buena calma.

Estos gorilas de Jesús son (¿somos?) los verdaderos ciegos, porque queremos conservar lo que tenemos. Por el contrario, este ciego de Jericó levanta y deja todo (su manto, con el dinero que quizá ha recogido) y viene al lado de Jesús. No le importa lo que tiene, su puesto de ciego al borde del camino (¡un puesto donde podía conseguirse quizá algo de dinero!); deja el manto, con las monedas encima (el manto para pedir y resguardarse en la noche…), todo su tesoro y viene hacia Jesús..

Jesús escucha y valora la petición de ciego. Todos quieren y piden otras cosas. Los zebedeos exigían los primeros puestos; otros suben a Jerusalén con el deseo de conquistar la ciudad, de conseguir prebendas de templo o palacio, de dinero o casas… En contra de eso, este ciego sólo quiere ver.

Y eso es lo que Jesús puede y quiere darle. No puede darle dinero (no lo tiene), ni puede repartirle beneficios o prebendas (en su empresa no hay tal cosa). Pero puede darle “ojos nuevos”, capacidad de ver. Eso pide el ciego, eso da Jesús. De esa manera, el ciego aparece como el único que “cree” de verdad, que sabe ver, pues creer es confiar en el poder mesiánico de abrir los ojos.

Creer es buscar una vida de luz, es conocer… Ésta es la única mística, la verdad más honda: ver para seguir a Jesús en libertad,
para vivir con él y como él. Éste es un ciego que “ve” más que todos los videntes. Ve porque quiere ver y caminar y sentir… Este ciego ve porque sabe entender lo que implica el camino de Jesús y le dice “quiero ver”.

El camino del ciego

Jesús le responde que vaya (hypage) y vea, viviendo en libertad, conforme a su deseo. No le impone nada, no le pide que venga con él a Jerusalén, ni que forme parte de su comunidad o iglesia. Jesús, el hombre de la luz, le dice que vea y que vaya, que no tenga miedo a caminar.

Le pide que vaya: que deje su puesto de ciego, con su manto y sus monedas al borde del camino. Le pide que vaya, que hay mil cosas que ver: quizá su familia, que espera en la casa lejana; quizá las fuentes y palmeras y las plazas de Jericó, ciudad famosa…

Quizá el lago cercano, el Mar de la Sal, allí abajo, con monjes qumramitas que escriben libros y buscan visiones nocturnas. Quizá dese ver el rostro de los niños para bendecir a Dios o los ojos de una mujer para amar…

Jesús no le exige nada: le dice que vaya, que se sienta libre y cómodo, que la vida es ver.

Pero él, en vez de marchar, se une a Jesús y le sigue, subiendo con él hacia Jerusalén (Mc 10, 52b). Ya había abandonado el manto (toda su riqueza) al escuchar su llamada (10, 50). Ahora, sin manto, le acompaña en un camino de ascenso que desemboca en la entrega de la vida a favor de los demás.

Los zebedeos no habían comprendido la verdad mesiánica. Este ciego la conoce, sabiendo que Jesús es Hijo de David por ser misericordioso.

En cierto sentido hubiera sido más seguro y económicamente más rentable continuar sentado como invidente a la vera del camino, con el pan asegurado cada día, con las limosnitas de los peregrinos, con el sueño asegurado cada noche, con su manto (pues allá en Jericó nunca nieva, ni hace frío y puede dormirse muy bien junto a cualquier muro de la calle).

Pero él lo deja todo: ha querido arriesgarse: ha buscado la luz y ha encontrado a Jesús y con Jesús el camino que culmina en la entrega de la vida.

Jesús puede ahora subir a culminar su tarea en Jerusalén, pues ya tiene a un verdadero acompañante, a un ciego que ve. Otros suben con él buscando privilegios, prebendas, visiones misteriosas de Reinos y Paraísos encantados. Suben llenos de oscuridades y equivocaciones. Éste lo ha dejado todo (manto y dinero, puesto de mendigo) y está dispuesto a trazar con Jesús yn camino de vida, al servicio de todos.

Los zebedeos buscaban al Cristo glorioso, repartiendo tronos e influencias a diestra y siniestra. En contra de eso, este ciego ha confesado su fe en el Hijo de David misericordioso, que no se sienta en trono alguno, ni pretende imponerse sobre nadie. Este ciego quiere ver para descubrir el camino mesiánico y seguirlo con Jesús.

Este ciego es ahora, en esta escena, el verdadero discípulo de un Jesús, rodeado de falsos discípulos. Este ciego, con la mujer de la unción de Mc 14, 3-9, es la señal más clara de que Jesús no ha fracasado, según el evangelio de Marcos.

¿Y nosotros? También, nosotros, como ciegos del camino pedimos un milagro, para ver a Jesús y caminar con él, es decir, para compartir su misión y así verle en su verdad, como mesías de los pobres y los ciegos del camino.

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El ciego Bartimeo y nuestra ceguera. Domingo 30 Ciclo B

Domingo, 25 de octubre de 2015
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ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un relato aparentemente sencillo

El evangelio de este domingo (la curación del ciego Bartimeo) parece, a primera vista, muy fácil de entender: uno más de los milagros que hace Jesús a lo largo de su vida.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.” Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí.” Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo.” Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama.” Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver.” Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado.” Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Pero con detalles curiosos

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. “Hijo de David”, aplicado a Jesús, puede tener dos sentidos: a) Jesús es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús es igual que Salomón (el hijo de David más famoso), al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones; en este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  1. La actitud del ciego, que grita cada vez más fuerte, aunque la gente le mande callar. Marcos indica, con cierta ironía, que las mismas personas que lo mandan callar son las que luego lo animan a levantarse e ir hacia Jesús. Pero lo importante es la petición que repite: “ten compasión de mí”, que se concretará luego en poder ver.
  1. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  1. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  1. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección.

El relato en el conjunto del evangelio

            Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

  1. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.
  1. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

1ª lectura: una imagen vale más que mil palabras

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El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

Así dice el Señor: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Sin embargo, la actual tragedia de los refugiados ayuda a valorar ese mensaje de esperanza.

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