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Alguien tiene que pedir cuentas al Abad Soler y a los monjes de Montserrat: Toda la comunidad, con el Abad a la cabeza, debería ser exclaustrada

Martes, 10 de septiembre de 2019
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Abad-Montserrat-Josep-Maria-Soler_2118698115_13571515_660x371Josep Mª Soler, abad de Montserrat

Duro artículo pero consecuente, que hemos leído en el blog de José María Vidal Rumores de Ángeles:

“Transparencia que tapa y, encima, intenta quedar bien. Y a una abadía tan emblemática se le tiene que pedir y exigir mucho más”

“¿Cómo se puede negar una actitud constante y permanente de ocultamiento de los casos en la Abadía durante más de 40 años y con sucesivos abades?”

“Se niega ante la sociedad que la dinámica encubridora fuese un sistema vigente y operante no sólo en la abadía, sino en toda la Iglesia”

“La penitencia y la reparación tiene que estar a la altura del crimen”

“Antes de disolver la abadía, tendrían que vender todos sus bienes y darle el importe total a las víctimas de los abusadores”

Montserrat admite que el hermano Andreu fue un “depredador sexual” que abusó de menores durante cuarenta años

Josep Mª Soler: “Algunas personas pidieron mi dimisión, pero el Nuncio me transmitió que no tenía que dimitir”

El abuso es un cáncer en la Iglesia y, para curarlo, hay que extirparlo y sajarlo sin contemplaciones. No valen las medias tintas, empedradas de buenas intenciones. De ellas, también está empedrado el infierno. Para recuperar la credibilidad perdida, la Iglesia tiene que convencer y apabullar con sus gestos de arrepentimiento. Gestos y decisiones claras, rápidas y tajantes. Por ejemplo, la presentación inmediata de la renuncia del Abad Soler y la exclaustración de todos los monjes de Montserrat que, desde 1972 hasta ahora, habían escuchado “rumorología suficiente” sobre las actividades de “depredador sexual” del hermano Andreu. Y no hicieron nada: “Se omitió cualquier tipo de actuación”, reza el propio informe de la Abadía.

Hay cinco condiciones para confesarse bien: Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. En el caso del informe sobre los abusos de Montserrat, es evidente que habido un examen de conciencia, bien preparado y organizado. Con una comisión especial externa a la Abadía, que intentó hacer su trabajo, presentó su informe, pero sin aterrizar las conclusiones. Es decir, transparencia que no transparenta. Transparencia que tapa y, encima, intenta quedar bien. Y a una abadía tan emblemática se le tiene que pedir y exigir mucho más.

Es obvio que, en el caso de Montserrat, se ha dado dolor de los pecados. Pero, ¿qué tipo de dolor? El de los simples golpes de pecho. ¿Dónde está el dolor profundo que sacude a toda la comunidad y lleva a los monjes a tomar medidas de arrepentimiento graves e, incluso, a exigírselas a su Abad?

El dolor de Montserrat es un dolor que se disculpa con las víctimas (¡faltaría más!) y reconoce los hechos (eran evidentes), pero lo hace de aquella manera y negando el encubrimiento. ¿Cómo se puede negar una actitud constante y permanente de ocultamiento de los casos en la Abadía durante más de 40 años y con sucesivos abades?

Porque, como ellos mismos señalan en el informe, los abades Cassiá M. Just (1966-1989), Sebastiá Bardolet (1989-2000) y Josep M. Soler (2000-hasta la actualidad) tuvieron conocimiento de los hechos a través de diversas denuncias. ¿Por qué miraron para otro lado?

De Josep María Soler, el abad actual, se dice que tuvo conocimiento de una denuncia de abuso “seis meses después de su elección” y que tomó decisiones. De hecho, apartó de Montserrat al hermano Andreu y tomó contra él una serie de medidas. Pero el propio Soler reconoce en el informe que “actualmente actuaría de manera diferente”.

Y es que, al negar el encubrimiento, se revictimiza a los abusados, se toma por tonta a la opinión pública y se echa la culpa hacia atrás, hacia responsables que ya murieron o que están jubilados y, lo que es peor, se niega ante la sociedad que la dinámica encubridora fuese un sistema vigente y operante no sólo en la abadía, sino en toda la Iglesia. Un sistema que miraba para otro lado, encubría, minimizaba los hechos, les quitaba importancia e, incluso, culpabilizaba a las víctimas. Cobertura total para “depredadores sexuales” como el hermano Andreu, que incluso llegó a “utilizar la violencia” para cometer sus abusos. De ahí que él y otros muchos supiesen que gozaban de una impunidad total en el seno de la abadía y de la Iglesia.

No se ve, pues, por ningún lado el propósito de la enmienda, sino más bien, como dice Miguel Hurtado, uno de los abusados, “una operación de marketing”, para intentar lavar la imagen de un monasterio emblemático, de un icono, de “un referente para muchos catalanes tanto creyentes como no”, según reza su propio informe.

Queda, pues, mucho camino a los monjes de Montserrat para cumplir adecuadamente la penitencia. Porque la penitencia tiene que ser potente, a la altura del dolor y del desgarro ocasionados. La reparación tiene que estar a la altura del crimen.

Al monasterio catalán se le exige reconocer los hechos en profundidad, sin maquillaje, sin pensar en la galería, sin pensar a la propia imagen. Tras eso, tienen que pedir perdón de verdad, sin matices, sin disculpas, sin escudarse en nada, sin medias verdades.

Compungidos de verdad, con saco y sayal, deberían celebrar una solemne celebración de la Palabra y, durante ella, proclamar las siguientes decisiones:

Renuncia a su cargo y exclaustración del Abad Soler por su evidente negligencia in vigilando, al menos.

Exclaustración del anterior abad, Sebastiá Bardolet

Exclaustrar y echar de Montserrat a todos los monjes, para que se ganen la vida con el sudor de su frente y comprueben lo duro que es vivir sin el paraguas de una institución, que, por culpa, suya, va a quedar mancillada en su credibilidad una vez mas.

Antes de disolver la abadía, tendrían que vender todos sus bienes y darle el importe total a las víctimas de los abusadores. Una medida así les obligaría a reparar el daño causado o consentido no sólo de boquilla, sino con el bolsillo, que es donde más duele. Dinero suficiente para que las víctimas puedan vivir con dignidad. Los abusos y el encubrimiento no tienen precio, pero sí un precio.

-El control de todo este proceso quedaría en manos de los superiores del Abad Soler, es decir, el abad presidente de la Congregación Subiacense, Guillermo León Arboleda, y el prefecto del dicasterio de la Vida Religiosa, cardenal Braz de Aviz.

El informe, con todas las medidas que dice querer poner en marcha, para evitar que se repitan estos crímenes, aunque está bien, son juegos florales, tranquilizantes de conciencia e intentos de lavar la cara a las instituciones. Sólo con la exclaustración y la reparación económica podrá pasar página el monasterio de Montserrat. Solo así la iglesia será creíble. Solo así.

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