El hermano Carlos de Jesús en Beni-Abbès (1901-1905), con Paul Embarek y el pequeño Abd Jesus, esclavos que redimió.
Jesús te ha establecido para siempre en la vida de Nazaret:
La vida de misión y de soledad no son para ti sino excepciones: practícalas cada vez que su voluntad te lo indique claramente; tan pronto como deje de ser indicado, vuelve a entrar en la vida de Nazaret.
Toma por objetivo-ora estés solo, ora con otros Hermanos – la vida en Nazaret, en todo y por todo, en su sencillez y en su amplitud que miras…, sin hábito, como Jesús en Nazaret – sin clausura, como Jesús en Nazaret-, no vivas lejos de todo lugar habitado, sino cerca de una aldea, como Jesús en Nazaret – no menos de ocho horas de trabajo por día, (manual u otro; si posible manual), como Jesús en Nazaret-, ni grandes terrenos, ni grandes limosnas, ni grandes construcciones, ni grandes gastos, sino más bien una pobreza extremada en todo cómo Jesús de Nazaret…. En una palabra haz en todo como Jesús de Nazaret.
No te afanes en organizar; prepara el establecimiento de los Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús; si estás solo, vive como si debieras vivir y quedar solo; si sois dos, tres o algunos más, vivir como si nunca hubieras de ser más.
Ora como Jesús, tanto como Jesús, dando, como El, una gran cabida a la oración… Como El también, da amplia cabida al trabajo manual, que no es un tiempo robado la oración, sino dado más bien a la oración. Reza cada día con toda fidelidad el Breviario y el Rosario. Ama a Jesús con todo tu corazón…, y a tu prójimo como a ti mismo, por amor de Él.
La vida de Nazaret puede llevarse por doquier; llévala allí donde fuere más provechosa para tu prójimo”.
*
Carlos de Foucauld
***
(Sacado de un carnet – diario del Padre Foucauld con la fecha del 22 de julio de 1905, en Beni-Abbés)
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PARA CONSTRUIR UNA IGLESIA MÁS AMABLE Y AMOROSA
Diego Fares,
Madeleine Delbrêl
Escribir sobre Madeleine Delbrêl es escribir sobre «una de las más grandes místicas del siglo XX», cómo dijo el cardenal Martini[1]. Y si es verdad lo que el mismo cardenal afirmó sobre la Iglesia – «La Iglesia está atrasada 200 años. ¿Cómo es posible que no se sacuda? ¿Tenemos miedo, miedo en lugar de coraje?»[2] -, releyendo la vida de Madeleine podemos decir que en esta hija suya, en su testimonio de vida y en su pensamiento, la Iglesia se adelantó 80 años.
Martini, al hablar del atraso, se refería principalmente a la Iglesia en Europa y al aspecto institucional. Decía: «La Iglesia está cansada en la Europa del bienestar y en Estados Unidos. Nuestra cultura está envejecida, nuestras Iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías y el aparato burocrático de la Iglesia está fermentando, nuestros ritos y nuestra vestimenta son pomposos. ¿Acaso estas cosas expresan lo que somos nosotros hoy? […] El bienestar pesa. Estamos ahí como el joven rico que se marchó entristecido cuando Jesús lo llamó para convertirlo en su discípulo. Sé que no podemos dejar todo fácilmente. Pero al menos podemos buscar hombres libres que estén más cerca del prójimo. […] ¿Dónde están esas personas llenas de generosidad como el buen samaritano?, ¿que tienen fe como el centurión romano?, ¿el entusiasmo de Juan Bautista?, ¿quién busca lo nuevo como Pablo?, ¿quiénes son fieles como María Magdalena? Aconsejaría al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirigencia. Hombres que estén cerca de los más pobres y que estén rodeados de jóvenes y que prueben cosas nuevas. Necesitamos enfrentarnos con hombres que ardan, de modo que el espíritu pueda difundirse por todas partes»[3].
Madeleine es una de esas grandes mujeres que reúnen en sí la fidelidad de María Magdalena, la audacia de Pablo, la generosidad del buen samaritano y la fe y el entusiasmo en y por Jesús de tantos personajes del Evangelio. Muchas, por no decir todas sus propuestas de vida cristiana en medio del mundo – especialmente en los lugares de periferia geográfica y existencial, como la Ivry marxista de hace 80 años – , son las que Francisco actualiza hoy en sus gestos y escritos oficiales.
Retrato
Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan (Dordoña, Francia). Inesperadamente para sus más cercanos, falleció un 13 de octubre de 1964, en su casa de la Rue Raspail 11, en Ivry-sur-Seine, la «villa marxista» donde había elegido ir a vivir y a servir con sus compañeras de comunidad, 30 años antes.
Su amigo y propagador de sus obras, Jacques Loew, nos brinda su mejor retrato, escrito por Krystyna W., compañera de Madeleine, del que tomamos un fragmento: «Vista de lejos, daba el perfil de una mujer sutil, ágil y frágil, pero su porte, y cada gesto, trasuntaba la energía y la decisión de un viejo combatiente en quien el reflejo de estar preparado para entrar en acción siguiendo las órdenes recibidas ha dejado huellas indelebles. Si uno se acercaba a ella, aparecían sus ojos: grandes, luminosos, color marrón claro, que te miraban con atención. Incluso si no tenías ganas de hablar hasta ese momento, algo hacía que se entablara un diálogo, una conversación, en el sentido profundo, etimológico de la palabra. Si no eras capaz de hablar o si no tenías necesidad, todo podía limitarse a un estrechón de manos, a una mirada profunda. Pero, si dejándote atraer por la expresión de su rostro, te animabas a correr el riesgo de dejar entrever un poco de tu alegría o de tu pena, entonces todo su rostro se animaba, como si el viento hiciera temblar la superficie transparente del agua: las expresiones de la compasión, de la comprensión auténtica, del sufrimiento realmente sentido, permitían ver, como a través de una puerta entreabierta, el inmenso camino que había tenido que recorrer esta mujer para llegar a generar encuentros así»[4].
Hija única de Jules Delbrêl y de Lucile Junière, heredó de su padre, ferroviario, el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador. Debido a los traslados por el trabajo de su padre y a su salud frágil, Madeleine recibió una formación no convencional. A los doce años hizo su primera comunión, deseada y ferviente, pero a partir de entonces, el trato con amigos cultos y no creyentes de su padre ejercería en ella una fuerte influencia que la llevó a declararse atea a los 17 años. Marcó su vida el encuentro con Jean Maydieu, joven del que se enamora y que la corresponde, pero que la dejará para entrar en la orden dominicana en 1925.
En 1926, Dios se abre una brecha en su vida y Madeleine, deslumbrada, se convierte. Al reflexionar que no es rigurosamente imposible que Dios exista, decide tratarlo como una persona viva y, en consecuencia, comienza a rezar[5]. Según ella testimonia, el Evangelio, con el que el padre Jacques Lorenzo le enseñó a interactuar, «le explotó» en el corazón y la convirtió de atea de un Dios abstracto en creyente fiel del Dios vivo, una persona a quien se puede amar, como dice Santa Teresa.
En 1933, luego de haber obtenido el diplomado en enfermería y de ser admitida en la Escuela práctica de servicio social, junto a Suzanne Lacloche y Hélène Manuel ingresan para siempre en la comuna de Ivry, para vivir el evangelio entre la gente obrera y estar al servicio de la Parroquia de San Juan Bautista[6]. En 1943, visita su comunidad el padre Jacques Loew. Comienza entre ellos una colaboración y amistad estrecha. En diciembre del mismo año Madeleine publica Misioneros sin barca. Hasta 1946, en que decide dedicarse a tiempo completo a su comunidad, Madeleine desplegó una actividad incansable en el servicio social, primero privadamente y luego en cargos públicos, con diferentes administraciones, marxistas y anti-marxistas, siendo respetada y buscada por todos[7]. Madeleine resiste la «tentación marxista»: trabaja codo a codo con todos, pero desde su amor por Jesucristo y la Iglesia. Su fidelidad al Papa la lleva en agosto de 1952 a peregrinar a Roma con el fin de rezar en San Pedro por la renovación misionera que ha surgido en Francia, para que permanezca en la unidad de la Iglesia. En 1953, realiza una nueva peregrinación en medio de la crisis del movimiento de sacerdotes obreros, para interceder por ellos ante Pío XII. En 1961 abren una fraternidad en Costa de Marfil, adonde viajará a pesar de no encontrarse bien de salud. En 1962 se le pedirá un trabajo sobre las formas de ateísmo contemporáneo con vistas al Concilio. Madeleine envía un dossier sobre «Ateísmo y evangelización» pocos días antes de la apertura conciliar. Muere en 1964. En 1996 es declarada Sierva de Dios.
Madeleine y papa Francisco
Francisco confiesa no haber conocido en su juventud mucho de la vida y los escritos de Madeleine, pero lo que le impresiona de esta «gran mujer» es «cómo se metía en las barriadas más pobres»[8].
Dos breves menciones a la venerable. En el 2015, el papa Francisco y el resto de los miembros de la curia romana se reunieron en Ariccia, en la Casa Divin Maestro de los religiosos paulinos, para realizar los Ejercicios Espirituales. El retiro de Cuaresma estaba dedicado a la vida del profeta Elías; pero «junto a Elías, hubo una “compañera” de viaje en los ejercicios de la curia. En el programa preparado para la ocasión por la Prefectura de la Casa Pontificia, al lado de una imagen de un icono que representaba al profeta con su carro de fuego, hay un breve escrito de la mística francesa Madeleine Delbrêl. «La verdadera soledad», se lee, «no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios», y continúa: «no hay soledad sin silencio. El silencio: a veces es callar, siempre es escuchar»[9].
El Papa también citó expresamente a Madeleine en la audiencia dirigida a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, e invitó a rogar por su intercesión: «Pedid insistentemente al Espíritu Santo que os guíe e ilumine. Que os ayude, en el ejercicio de vuestro ministerio, a hacer que la Iglesia de Jesucristo sea amable y amorosa, de acuerdo con la bella expresión de la Venerable Madeleine Delbrȇl[10]. Con esta fuerza proveniente de lo alto, os sentiréis empujados a salir para estar más cerca de todos cada día, especialmente de aquellos que están heridos, marginados, excluidos»[11].
Madeleine Delbrêl es una de las Santas de la puerta de al lado de las que siempre habla el Papa; una mujer que situó su vida en medio de las barriadas pobres marxistas y ateas de Ivry. Es la mujer que, para escuchar a Dios, no se va al desierto de arena, sino al desierto de las multitudes, al medio de la calle, al metro, a los barrios más pobres: va con la actitud de la que quiere ser hermana de todos y servir a todos y, escuchando a cada uno, aprender a escuchar la voz de Dios, que habla siempre a través de los más pequeñitos y abandonados.
Escribir sobre Madeleine Delbrêl implica un continuo deshacer el camino andado hacia la literatura para reemprender el camino hacia el evangelio. En la corrección trabajosa de sus escritos se nota este empeño de Madeleine no de hacer literatura, sino de sacar todo lo que pueda quitar la palabra a Dios. En su meditación sobre el silencio hará notar que el silencio es activo: activa escucha de Dios. Que no lo impiden los ruidos normales ni las palabras normales de la vida. Lo impide la actitud del que con sus palabras le quita la palabra a Dios. El 15 de marzo de 1956 ella hace notar que no escribía por el gusto de escribir: «evitar caer un día u otro en la “literatura”, lo que me parecería el peor de los males»[12]. Por eso, cuando escribe, dice que no quiere hacer un trabajo de síntesis, sino dejar – siguiendo la vida – que se constituya un dossier sobre diversos aspectos de los temas.
Si Madeleine viviera hoy podríamos decir que cada exhortación apostólica y encíclica del Papa hubiera caído como anillo al dedo a su carisma y a sus aspiraciones. Al respecto, afirma don Luciano Luppi: «Cuando leemos hoy la Evangelii gaudium del papa Francisco, o Fratelli tutti, a la luz de muchos pasajes de la obra de Delbrêl, se observa una sorprendente consonancia entre los dos. Y, sin embargo, han pasado décadas desde entonces. ¿Por qué? Las motivaciones pueden ser múltiples. El papa Francisco y Madeleine Delbrêl tienen varias cosas en común: la cercanía a las enseñanzas espirituales de sanFrancisco y san Ignacio; una lectura del Evangelio que no es abstracta o espiritualista, sino preocupada de la adhesión profunda a lo concreto del Evangelio y de la vida; la voluntad de dejarse interpelar por el dolor de los pobres, escogiendo compartir la marginalidad y la pequeñez, el conocimiento vivo del Evangelio como el de una noticia sorprendente y decisiva, de la que el cristiano no puede sino sentirse en deuda con todos»[13].
Una Iglesia que “se construye”
Un hecho singular en la vida de Madeleine ayuda a comprender su concepción de la Iglesia. En 1952 Madeleine hizo un viaje relámpago a Roma para rezar ante la tumba de Pedro. Había manifestado a sus compañeras la necesidad de rezar por la misión de Francia. Estaba convencida de que a los sacerdotes obreros les estaba faltando el fundamento de la oración de todos los cristianos y había sentido la necesidad de hacer una peregrinación a Roma para orar ante la tumba de San Pedro. Iba a pedir que la gracia del apostolado que le había sido dado a Francia no se perdiera, sino que se mantuviera en la unidad y que esta gracia fuera reconocida y fortalecida por la Iglesia. Sin embargo, alguien le susurró al oído que le parecía un poco caro hacer un viaje de ida y vuelta a Roma sólo para rezar unas horas en San Pedro.
Esa misma semana, una amiga sudamericana de Madeleine que había visitado la comunidad, no habiendo podido comprar flores para dejar de regalo, compró un billete de lotería. Lo dejó sobre la mesa y nadie le prestó atención, hasta que se dieron cuenta de que era un billete ganador. ¡Y exactamente de la suma que se requería para hacer un viaje como el que quería hacer Madeleine! Fue así como ella viajó dos días y dos noches, estuvo 12 horas casi ininterrumpidas rezando en San Pedro – «à cœur perdu… et à perdre cœur» – y luego regresó a su tierra. Toda esta peripecia la hacía sin saber que un tal Jean Guègen la estaba esperando ese 6 de mayo de 1952 en Termini, con un billete para una audiencia con Pío XII.
En el prólogo a su biografía de Madeleine, Guéguen cuenta que en marzo de 1952 una amiga de Madeleine, con la que se habían conocido estando ella de gira por Roma, le escribió pidiéndole que recibiera «a una amiga» que llegaría a Roma, a la estación de Termini. Guèguen no conocía el aspecto de Madeleine y no lograron encontrarse[14]. Al regresar a su casa, Jean puso el billete para la audiencia con el Papa Pío XII en una carta y se lo envió a Madeleine al nº 11 de la calle Raspail, en Ivry. Cuando Madeleine lo recibió, le escribió una carta al Papa pidiendo perdón y así comenzó la amistad con Jean Guèguen[15]. Al año siguiente, Guèguen le ayudará a obtener la entrevista. Este es quizá un bello ejemplo del desfase de tiempos entre lo que el Espíritu obra en el corazón de un miembro pequeño del pueblo fiel de Dios y lo que obra en la maquinaria oficial de la iglesia jerárquica. Lo interesante no es el desfase, sino cómo lo vive con buen espíritu la primera interesada. En su libro Noi delle strade, Madeleine cuenta que fue a Roma para rezar y no para pedir «luces», pero algunas cosas se le impusieron como una misión[16]. Una, que Jesús, que había hablado tanto del poder del Espíritu Santo y de su vitalidad a propósito de la Iglesia, dijo que la habría edificado sobre Pedro, que se había convertido en una piedra. «¡Una piedra a la que se le ha pedido que ame! Según el pensamiento de Cristo la Iglesia no debe ser sólo algo vivo, sino algo construido[17]».
Esta revelación, que se le impone sencillamente, del pensamiento de Cristo acerca de una Iglesia que debe ser «construida», resuena en todas las dimensiones y acciones de la vida de Madeleine. Destacamos cuatro. La primera, que para construir la Iglesia hay que «hacer lugar a Dios». No necesariamente un gran lugar. Basta dejar que Él se abra una brecha y entre en nuestra vida. Segundo: para construir la Iglesia hace falta situarse. No en cualquier lugar ni en todo el espacio, sino allí donde el Espíritu abrió su brecha. A veces hemos confundido el espíritu de ir a todos los pueblos con ocupar territorialmente todo el mundo, cuando de hecho, hay lugares donde hay que permanecer y otros de los que hay que sacudir hasta el polvo de las sandalias, al menos hasta que venga un tiempo favorable. En tercer lugar, para construir la Iglesia hay que profundizar. Profundizar en la oración y en la conversión. Por último, para construir la Iglesia hay que incluir a todos.
La brecha: permitir que Dios se haga lugar
Para construir la Iglesia hay que permitirle al Señor que se haga lugar. «A los veinte años – confesaría años despúes Madeleine – fui literalmente “deslumbrada por Dios”; lo que había encontrado en Él no lo había encontrado en nada. Fue el abad Lorenzo quien hizo estallar, para mí, el Evangelio… el cual se convirtió no sólo en el libro del Señor vivo, sino en el libro del Señor para ser vivido»[18].
Madeleine descubre a un Señor que está del lado de la vida. Un Dios que no niega la danza, la poesía, la música, la literatura, el teatro, la filosofía… Ahora que ve la vida de esta manera cada minuto adquiere una importancia singular. Gracias al abad Lorenzo Dios deslumbró a Madeleine, el Evangelio se abrió paso en su vida no como una luz que viene de lo alto y entra en la oscuridad de un bosque, sino como una luz que «estalla», como una onda expansiva de luz que se expande desde adentro hacia afuera. Así concebirá Madeleine la misión del cristiano, como la misión de dar vida y salud al que nunca la tuvo o ya no la tiene. Afirma: «Si los cristianos deben recibir la Gracia en ellos, rezar y sufrir para que la evangelización del mundo sea eficaz, para que los pecadores sean curados, esto no puede eximirlos de ser, cada uno en la frontera con el no creyente con el que confina = brecha para el Evangelio»[19].
Recibir la gracia en sí está en tensión con ser brecha para que la gracia llegue a los demás. No se trata solo de «ser» iluminados por el Evangelio, sino de, al mismo tiempo, ser «brecha» para que pase a los otros esta luz. Y no solo para que pase: importa también discernir dónde esta luz del Evangelio está ya operante: «Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno, sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal, ya que el mal es ausencia de bien[20].
Situarse
Para construir la Iglesia hay que situarse. Madeleine fue una mujer situada, que encontró su lugar en el mundo y allí echó raíces y fructificó. El lugar tiene que ver no solo con la construcción, sino con las cosas superfluas que se dejan de lado para que la vida crezca en lo esencial. Se va a vivir a las barriadas pobres porque la palabra, para ser experimentada y escuchada y entendida, necesita este espacio de la proximidad y cercanía.
Pero lo que maravilla es cómo se concreta esta concepción suya, que es a la vez la más simple y tradicional: la del mal como ausencia de bien. Se concreta en ir a vivir allí donde, más que «haber» mal, lo que hay es «ausencia de bien». Sin ocuparse de la cizaña, ir a sembrar un poco de bien y de vida donde falta. No se trata de ir a arrancar la cizaña sino a sembrar(se) como un poco de trigo bueno. Es todo lo contrario de alejarse del mundo e ir al desierto para vivir allí la propia santidad. Para Madeleine, es en medio de los hombres donde Dios ama estar. Se convierte así en la mujer que una y otra vez pone su vida como levadura en la masa. Madeleine como las santas de la puerta de al lado, se mete en medio de su pueblo para hacerle lugar a Dios en la acción y en la palabra.
La acción con la que Madeleine le hace lugar al obrar de Dios tiene que ver con el estilo de las bienaventuranzas. Afirma Madeleine en «Felices los mansos»: «Para cumplir tu obra sobre la tierra, tú Señor no tienes necesidad de nuestras acciones sensacionales, sino de un cierto volumen de acatamiento amoroso, de un cierto grado de obediente docilidad, de un cierto peso de ciego abandono, situado no importa donde en medio de la multitud de los hombres. Y si en un solo corazón se encontraran juntos todo este peso de abandono, este acatamiento amoroso y esta docilidad, el aspecto del mundo cambiaría, ciertamente. Porque este solo corazón te abriría el camino, se convertiría en la brecha para tu invasión, en el punto débil donde cedería la rebelión universal»[21]. La invasión de la que habla Madeleine recuerda lo que dice el papa Francisco acerca del «desborde de la Misericordia»: «Se trata de discernir el punto concreto – de apertura, de fragilidad, de abajamiento – que permite el desborde de Dios. Cuando decimos “punto concreto”, nos referimos al hecho de que el desborde puede ocurrir sea por medio de una intervención en el momento justo, sea por un cambio de tono, o quizás por un gesto de abajamiento y/o de acercamiento al otro, que desequilibria lo que bloqueaba la relación vital»[22].
Profundizar
Para construir la Iglesia es necesario profundizar. A partir de 1933, en que se establece en Ivry, Madeleine pasa de la idea de una «misión en extensión», con las consiguientes partidas a lugares lejanos, desarraigos y nuevas fundaciones, a lo que ella llama una «misión en profundidad»[23]. Lo expresa mejor que en ningún otro escrito en un breve retrato de Santa Teresita del Niño Jesús: «Quizás Teresa de Lisieux, patrona de todas las misiones, fue designada para vivir al comienzo de este siglo un destino en el cual el tiempo estaba reducido al mínimo, los actos reconducidos a lo minúsculo, el heroísmo indiscernible a los ojos que lo ven, la misión limitada a un metro cuadrado: y esto para que nos enseñase que ciertas eficacias se escapan a la medida del reloj, que la visibilidad de los actos no siempre los recupera, que a las misiones en extensión se estaban por agregar aquellas en intensidad (que van) al fondo de las almas humanas, las misiones en profundidad, allí donde el espíritu del hombre interroga al mundo y oscila entre el misterio de un Dios que lo quiere pequeño y despojado y el misterio del mundo que lo quiere poderoso y grande. Prueba evidente de que consolidar un compromiso misionero con el marxismo no es algo accesorio, un refuerzo artificial, sino un retomar las fuerzas vitales en el lugar mismo en que se quiere minar la fe»[24].
En una charla que dio a sus compañeras de comunidad en 1956[25], Madeleine hace unas reflexiones muy hermosas y prácticas acerca de saber aprovechar los momentos en que se nos vuelve cercano Jesús haciendo lugar a Dios en la profundidad. Su charla era sobre la oración, porque es en la oración donde se nos aproxima Jesús, donde maduran la apertura del Reino y nuestra capacidad para entrar en él. Madeleine afronta un problema muy actual: no tenemos ni espacios ni tiempos adecuados para rezar. No los tenemos tal como los imaginamos cuando pensamos cómo deberían ser un lugar y un tiempo de oración, según una imagen un poco idealizada de la vida contemplativa. Ella nos hace ver que la oración es encuentro con el Dios vivo: cuando rezamos «nos encontramos al Cristo vivo»[26]. Y para las personas vivas siempre hay tiempo y espacio, aunque no sea el ideal (y si no lo hay, las personas mismas se lo hacen).
Aquí, Madeleine hace una consideración muy interesante acerca de una cercanía que, si no se da «horizontalmente», siempre se puede dar «en profundidad»[27]. Recuerda que en la antigüedad, para obtener calor había que quemar madera o sacar carbón, lo cual requería trabajar sobre grandes extensiones de tierra. Hoy se «perfora» un pozo petrolífero y se obtiene un combustible aún mejor. La cuestión es que el deseo de calor y de energía es lo que mueve a buscar los medios. En la oración es igual: el deseo de Jesús – de su calidez y de su energía vital – es el que crea espacios de oración y hace que se encuentren momentos maduros dondesea que uno esté.
Escuchemos a Madeleine sobre los espacios y tiempos para rezar: «El retiro al desierto puede consistir en cinco estaciones del metro al fin de un día en el cual estuvimos perforando un pozo (profundizando con nuestro deseo de Jesús) hacia esos mínimos instantes que la vida nos regala. Y por el contrario, el desierto mismo puede ser sin “retiro” si hemos esperado a estar allí para empezar a desear el encuentro con el Señor. Nuestras idas y nuestros retornos – y no solamente aquellos que se hacen de un lugar a otro, sino también los momentos en los que nos vemos obligados a esperar – ya sea para pagar en la caja, para que se libere el teléfono o para que se haga un lugar en el micro, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros nos hayamos preparado para ellos. A ver los momentos desperdiciados porque no estábamos listos, podemos considerarlos como aquello que son: un pecado venial. Pero si un día en nuestra relación con el Señor no se tratará más de considerar pecados, sino amor, quizá tomaríamos conciencia de haber sido ridículos amantes»[28]. «¡Ridículos amantes!» Qué bien captado lo esencial y qué bien expresado. El que ama aprende rápido de sus errores sin necesidad de que otro se los eche en cara.
La cercanía o lejanía del Reino, en la cosmovisión de Delbrêl, es cuestión de amor. El que está enamorado profundiza todo el día en el deseo de encontrar a la persona amada y no se pierde la oportunidad de un encuentro porque sea breve; al contrario, si se trata de un encuentro casual, en el que se tiene poquísimo tiempo, se aprovecha mejor, y da una alegría más grande que si se hubiera planeado y se contara con todo el tiempo del mundo. Continúa Madeleine: «Harían falta muchísimos ejemplos para hacer comprender que en el Evangelio no es el tiempo o el lugar lo que más cuenta. Entre personas que se aman, el tiempo que han tenido para decírselo a veces ha sido brevísimo. Cada uno ha tenido tal vez que salir para su trabajo o para cumplir con una obligación. Pero ese trabajo y esa obligación no habrán sido ese día otra cosa que el eco de las pocas palabras dichas con amor en pocos minutos. Si hemos perdido a alguien a quien amamos y nos encontramos con una carta suya o con alguna nota que nos dicen un poco de su vida nos parece haber encontrado un tesoro. Y nuestro espíritu queda verdaderamente pleno con este tesoro. Y si por casualidad estas notas hablaran acerca de lo que esta persona amada pensaba de nosotros, lo que deseaba que nosotros hiciéramos, esas palabras se convertirían en nuestro pensamiento dominante. El Evangelio es un poco todo esto para nosotros o, al menos, debería serlo. Si lo queremos estudiar desde el punto de vista histórico o teológico el Evangelio requerirá tiempo. Pero si en el Evangelio buscamos algo del Señor vivo que todavía ignoramos: su palabra, su pensamiento, su modo de obrar, aquello que quiere de nosotros; en fin, algo de Él mismo, éste “Él mismo” que buscamos en todos los lugares donde Él nos dice que está, y que nunca encontramos tanto como querríamos, para esto, no es de tiempo que tenemos necesidad. Más exactamente: es de todo nuestro tiempo que, en un cierto sentido, tendremos necesidad. En efecto, vivir no exige tiempo: se vive todo el tiempo, y el Evangelio debe ser, antes de todo, vida para nosotros. Para que las palabras del Evangelio que hemos leído, rezado, y que quizá hemos estudiado, puedan realizar su trabajo de vida en nosotros, es necesario llevarlas con nosotros todo el tiempo que les es propio, para que la luz que les es propia nos ilumine y vivifique»[29].
Incluir
Un modelo actual de inclusión era para ella Charles de Foucauld. «Para estos hombres [como el padre de Foucauld] el amor a Jesucristo lleva al amor a todosnuestros hermanos. […] Sin esperar resultados, sin alterarse por su total fracaso; conserva su paz cuando, después de pasar toda su vida en el desierto, su único balance es la conversión – no muy firme – de un africano y de una anciana. Ama por amar, porque Dios es amor y está en él, y porque amando «hasta el extremo» a todos los suyos, imita – en la medida de lo posible – a su Señor” [30]. «Señor, haz que todos los humanos vayan al cielo», es la primera oración que se propone enseñar a los catecúmenos que nunca tendrá[31]. Para Madeleine, el Padre de Foucauld ha resucitado para nosotros «la figura fraterna de todos de Jesús en Palestina, que acoge en su corazón, a lo largo de los caminos, a obreros y sabios, judíos y gentiles, enfermos y niños, tan sencillo que a todos les resulta inteligible. Nos enseña que, al lado de los apostolados necesarios, en los que el apóstol debe impregnarse del medio que tiene que evangelizar y con el que casi tiene que desposarse, hay otro apostolado que requiere una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo adquirido anteriormente, de todo nuestro yo social, una pobreza que da vértigo. Esta especie de pobreza evangélica o apostólica nos da una disponibilidad total para reunimos en cualquier sitio con cualquiera de nuestros hermanos, sin que ningún bagaje innato o adquirido nos impida correr hacia él. Al lado del apostolado especializado, se plantea la cuestión del todo a todos[32].
Reza Madeleine en su «Liturgia de los sin oficio», una noche entre 1945 y 1950, en que va con sus compañeras a un café y contempla a tantas personas que «solo están allí por no estar en otro sitio»: «Dilata nuestro corazón para que quepan todos; grábalos en ese corazón para que queden inscritos en él para siempre»[33]. Para construir la Iglesia hay que incluir a todos. La presencia de todos en el deseo básico, inicial, cotidiano, y el trabajo por hacer real esta inclusión de todos, uno a uno, será lo que dé la medida y las estructuras de la construcción. El uno a uno es un universal concreto: es por donde se desborda la misericordia de Dios.
M. Delbrêl, Noi delle strade, Milano, Gribaudi, 1969, 8-9, con la introducción de Jacques Loew, de 1957.↑
Cfr. Ibid., 17; M. Delbrêl, Ville marxiste, terre de mision, París, Editions du Cerf, 1957, 225. ↑
La caridad de Jesús fue el nombre que dieron a su comunidad de mujeres laicas Madeleine y sus primeras compañeras en 1933. El grupo no estaba ligado a ninguna organización, no preveía votos ni promesas oficiales. La vida común era muy intensa. El fin era unirse lo más posible a Cristo en pleno mundo, imitar su vida, obedecer al Evangelio y transmitirlo. Lo cual exigía una vida de oración fuerte y dejarse conducir por la caridad hacia una acción siempre concreta, viendo un hermano en el prójimo, tratándolo sin tacticismos, sino con todo el amor de Jesús (cfr M. Delbrêl, «Pedido de información a propósito de su modo de vida», en https://it.cathopedia.org/wiki/Anne_Marie_Madeleine_Delbrêl#La_Charit.C3.A9_de_J.C3.A9sus. ↑
En 1937 obtiene con la nota máxima el diploma de asistente social. Su tesis «Amplitud independencia del servicio social» es publicada inmediatamente. En 1938 publica «Nosotros, gente de la calle» en la revista Études Carmelitaines. El 21 de septiembre de 1939 es nombrada asistente social de la comuna de Ivry. En 1940, la administración comunista es destituida en Ivry y Madeleine coordinará todo el servicio social. Cuando regresen los comunistas, en 1944, continuará su trabajo colaborando con ellos. ↑
«L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimable. L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimante»: «Hay poner todo el empeño para volver amable a la Iglesia, hay que esforzarse al máximo para hacerla amable». (M. Delbrêl, Nous autres, gens des rues, París, Seuil, 1995, 137). ↑
Francisco, Discurso a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, 1 de octubre de 2018. ↑
M. Delbrêl, La alegría de creer, Santander, Sal Terrae, 1997, 22. ↑
L. Luppi, «Delbrêl, la mistica che ama le periferie come Bergoglio», en Credere, 15 de Marzo de 2015, 48-51. ↑
Cfr J. Guèguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, Milano, Massimo, 1997, 6-8. ↑
«Jean se convierte en el hombre de confianza y el facilitador de los contactos cada vez que va a Roma. Este visita con frecuencia el 11 rue Raspail, en Ivry, y se vuelve un familiar de los “Equipes Madeleine Delbrêl”, bastante después de la muerte de Madeleine, el 13 de octubre de 1964» (G. François, «Décès du Père Jean Gueguen, premier postulateur de la cause en béatification de Madeleine Delbrêl» en Église catholique en Val-de-Marne [https://bit.ly/36qm5R7]. ↑
Le escribe Madeleine a Jean: «Cuatro personas que no conocía antes de estos últimos años me ayudaron sin motivo. Tú eres una de ellas y puedo decirte que las cuatro, en diferentes terrenos, me han dado incomparablemente más de lo que puedes imaginar» (M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 27). ¿De qué se había «hecho cargo» Madeleine cuando le escribió: «Lo que tengo como encargo, es, después de Dios, gracias a ti»? (traducción nuestra del francés). Tal vez, sin Jean Guéguen, Madeleine «sólo» habría ido a Roma a rezar. Para ella eso era lo esencial. Pero Jean la había «cargado» (con una misión) poniéndola en contacto con Pío XII y con el obispo Veuillot. A partir de entonces, Madeleine fue a Roma cada año durante los siguientes diez años. Guéguen la había ayudado a concretar ese «indispensable ir y venir entre la jerarquía y los fieles», sin el cual la misión no podría prosperar. Sobre todo y más allá de eso, Jean fue también el amigo inesperado durante los años más difíciles, de 1955 a 1958, cuando la «Caridad» estaba en crisis y el apoyo a Madeleine se había esfumado. Fueron entonces cuatro los que ayudaron a Madeleine «sin razón», cuatro personas providenciales mientras Madeleine vivía con gran dificultad este tiempo de gran dolor y aislamiento (cfr J. Guéguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, cit., 66-67). ↑
Cfr D. Roccheti, «Madaleine Delbrêl, una donna di fuoco», cit. ↑
M. Delbrêl, «Lettera del 18 aprile 1951 a padre J. Loew», en Id., Insieme a Cristo per le strade del mondo, vol. 2: Corrispondenza 1942-1952, Milano, Gribaudi, 2008, 167. ↑
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.
Comentarios desactivados en “Elogio de la Bondad”, por José Luis Vázquez Borau.
De su blog Café Diálogo:
Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo
La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales
Las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios
La presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad
| José Luis Vazquez Borau
Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo. Pero la realidad es que dependemos del otro no solo para sobrevivir, sino para el hecho mismo de ser. El yo sin apegos solidarios, o está enfermo, o es una ficción. Hoy necesitar de los otros se percibe como una debilidad. Solo a los niños, a los enfermos y a los ancianos se les permite depender de otros; para todos los demás, la suficiencia y la autonomía son virtudes cardinales. Pero todos somos criaturas dependientes, hasta la médula.
Durante casi toda la historia de la humanidad, las personas se han considerado buenas por naturaleza y con la conciencia de que nos pertenezemos los unos a los otros. Pero hoy en día nos hemos forjado una imagen de la naturaleza humana en la que apenas hay generosidad natural. Los humanos nos hemos enemistado profundamente entre nosotros, con motivos muy egoístas y nuestras simpatías son modos de protegernos.Ya Thomas Hobbes en su libro Leviatán (1651), que es el libro del nuevo individualismo,desdeña la bondad cristiana por ser psicológicamente absurda. Para este autor, las personas son animales egoístas que solo se preocupan de su propio bienestar. Máquinas que solo se mueven por el interés personal y que tienen un continuo deseo de acumular poder tras poder, que solo cesa con la muerte. La existencia humana es una guerra de todos contra todos. La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales. La bondad, es decir, la capacidad de tolerar la vulnerabilidad de los demás y por tanto la de uno mismo, se considera un signo de flaqueza. Se sospecha que la bondad es una forma superior de egoísmo. Si creemos que los humanos son básicamente competitivos, se considera a la bondad como una virtud para perdedores. Nos cuesta mucho pensar que la bondad nos produce felicidad.
David Hume, Adam Smith y Jean-Jacques Rousseau, frente a Hobbes, fueron defensores de la bondad. Para ellos, ser bondadoso es el modelo supremo de la felicidad humana. En su Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) Hume comparaba la transmisión de sentimientos entre personas con la vibración de las cuerdas del violín: en cada una resonaban los sufrimientos y alegrías ajenos como si fueran suyos. Los egoístas psicológicos afirmaban que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Y Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759) alegaba que «en cierto modo acabamos siendo la misma persona… tal es el origen de nuestros sentimientos comunes», pues los egoístas psicológicos habían afirmado que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Rousseau en sus Confesiones (1782-1789) se describió como persona que sentía las cosas con tanta intensidad quera sensible a la indiferencia o la crueldad. Para este autor la sociedad corrompe. El ser humano entra en el mundo lleno de inocencia y buenas intenciones, y la sociedad lo corrompe y transforma en un ser egoísta.
Ya mucho antes de la llegada del postmodernismo y como si de una premonición de futuro se tratase, el hombre bueno que fue Alfonso Carlos Comín, nos daba este testimonio: «Yo creo que la mayor aportación que se puede hacer es la de los valores trascendentes. La mayoría de los problemas de hoy parten del hecho de que la escala de valores está puesta al revés. Y esto en todos los ambientes. Porque incluso en los movimientos de liberación se valora mucho el progreso del pueblo, la justicia, todos estos valores. Pero si penetras un poco en el interior de estos movimientos y de algunos dirigentes, ves la corrupción y los intereses inconfesables que hay en estas personas y debajo de muchos de estos movimientos, partidos, sindicatos etc.
Entonces, la mejor aportación que podríamos hacer nosotros en nombre de Jesús, aunque sea yendo contra corriente, es presentar la escala de valores de Jesús con la dimensión trascendente que tienen, completando así la visión del ser humano que se tiene en los movimientos citados. Una escala de valores que humaniza y que por tanto transforma, en la medida en que cada uno se va haciendo persona, nuestra sociedad con unas estructuras más justas.
Y esto siguiendo el criterio de que las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios» (Cristianismo y socialismo en libertad, Laia, Barcelona 1979, 161-163.
La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta: «Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros» (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23). Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos… La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría…
Soren Kierkegaard, en Temor y Temblor (1843), describía de esta manera al testigo de la bondad: «Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…«.
Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.
Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que nosotros transcribimos aquí por su alto grado de percepción: «Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender» (Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550.
Lanza del Vasto nos habla de la coherencia que debe de existir entre los fines buenos y los medios que utilizamos. No se pueden buscar fines buenos con medios malos, ni por supuesto fines malos con medios aparentemente buenos. Dice así: «La no violencia es lo contrario de la justificación de los malos medios para el buen fin; es el ajuste de los medios al fin; ya que si el fin es justo los medios también deben serlo. Gandhienseña que medios y fines están unidos como la simiente al árbol. Y que la malicia que los medios introducen en la empresa, se encontrará necesariamente en el fin. Lo que explica la decepción que sigue a todas las victorias y liberaciones obtenidas mediante la violencia, aun cuando la causa fuera buena y los combatientes heroicos y sinceros. No, las buenas causas ni justifican los malos medios; al contrario: los malos medios arruinan las mejores causas. Hay que distinguir eficacia instrumental de eficacia final. La ciencia se presta a cualquier aplicación; la conciencia no. La inteligencia se presta a cualquier aplicación; la sabiduría no. El poder puede cualquier cosa; el dominio de sí, no. El dinero se presta para todo uso, pero la honestidad, no. El coraje se entrega a cualquier causa, pero la caridad, no. La fuerza puede servir para cualquier fin; pero la no violencia o fuerza de la justicia sólo puede servir a la justicia«(Umbral de la vida interior, Sígueme, Salamanca 1989, 1619).
Para poder avanzar por el camino de la no violencia, por el camino de la confianza y de la comprensión, hay que dejar que brote en nosotros la fuente de la paz interior. Como dice el Roger Schutz, prior e la comunidad de Taizé (Francia), «la paz del corazón permite mantenerse en pie, arriesgarse por los demás, reemprender el camino cuando el fracaso, las pruebas, los desánimos pesan demasiado a nuestras espaldas humanas. Esta paz de las profundidades sostiene también una mirada poética sobre la creación y las criaturas. La paz del corazón es fuente de una alegría interior que a menudo se había como adormecido. Y he aquí que se despierta con magnífico asombro, un soplo poético, una sencillez de vida y, para quienes puedan comprenderlo, una visión mística del ser humano».
Retomando de nuevo las palabras de Comín me fijo especialmente en estas: «Cuando una persona buena nos habla de mansedumbre y del amor como único medio de hacer el bien, podemos no hacerla caso y creer que la organización y la militancia seguirán siendo el buen camino. Sin embargo, Carlos de Foucauld, leyendo el Evangelio, había comprendido que la fe y el amor verdadero utilizarán siempre los medios del carpintero de Nazaret. ¿No recordamos inmediatamente la figura de un hombre que, en medio de los más difíciles acontecimientos, comprendió que solo la mansedumbre y la caridad podían ser hoy, como siempre, el testimonio universal el cristiano? ¿No recordamos inmediatamente la figura y la voz inextingible de Juan XXIII…?» (El testimonio universal del cristiano, AUN, nº 54, 1964).
Recopilando, pues, la persona buena es el pobre de espíritu del evangelio de Jesús: Tolerante con todas las debilidades y afirma que quien carece de ternura y sólo posee justicia en última instancia es injusto. No juzga, no condena, pues sentar juicio es cerrar la puerta a toda apelación; es admitir que el mal existe y es definitivo. La piedad es el rasgo esencial de la persona buena y por ésta el mal queda destruido.
Los rasgos esenciales de la persona buena son dos: la no ambición y la no violencia. No ambición en cuanto a desinterés por los logros materiales o los halagos de la fama. Carencia de amor propio y vanidad. Ningún afán de notoriedad: no hace nada por sobresalir. La misma indiferencia ante las ventajas de una posición social. Y la no violencia: repudio absoluto de toda imposición por la fuerza, de todo fanatismo, cumplimiento absoluto del ‘no matarás’. Fuerza auténtica, aunque a veces debilidad aparente.
Pero hay otros rasgos que tampoco deben faltar: Calor humano. Carencia de prejuicios, independencia de pensamiento, amor a la verdad. Conciencia de responsabilidad, tendencia a la preocupación, al máximo esfuerzo. Afán de saber, valor de pensar las cosas hasta el fin. Convicción de la necesidad de la solidaridad humana.
Donde quiera que encontremos una persona de estas características, podremos decir con Iván Karamazov: ‘Me basta con que estés en algún sitio para no perderle el gusto a la vida». Menos mal que también existen hoy personas buenas y no son sólo personajes del pasado. Están ahí, de pie. Cada uno en su sitio, tan enraizadas en lo concreto como universales. Personas sencillas, apasionadas, libres, comprometidas, movidas por el Espíritu de Jesús de Nazaret.
Comentarios desactivados en Santiago Agrelo: “Las sorprendentes afinidades entre Charles de Foucauld y Francisco de Asís”
“Sus vidas se parecen como la de dos hermanos pequeños de Jesús”
“No te sorprenderá si te digo que, entre Charles de Foucauld y Francisco de Asís encuentro afinidades sorprendentes”
“Los dos sienten pasión por lo pequeño y por la fraternidad. Uno soñó su mundo como un mundo de hermanos menores. El otro dejó tras de sí una estela “pequeños hermanos de Jesús”, “hermanitas de Jesús”
“Conocen a Jesús por el evangelio y lo representan desde paradigmas culturales propios del tiempo en que cada uno vivió el evangelio. Pero los dos se fijan en él, los dos lo aman, los dos lo imitan, los dos lo siguen, los dos se dejan transformar en él”
Querido José Manuel: no voy a escribir sobre Charles de Foucauld; no tendría nada personal que decir sobre él; tampoco conozco su vida como para decir sobre ella algo que valga la pena escuchar.
Desde mi juventud he conocido y admirado la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús –Congregación de las Pequeñas Hermanas de Jesús-; pero ni siquiera sabría decir cuál es el vínculo que hay entre ellas y Charles de Foucauld; sólo sé que nacieron atraídas por su ideal de vida y que, para ellas, la canonización que se va a celebrar el próximo día 15 de mayo será un acontecimiento deseado, soñado, mil veces imaginado, e inolvidable.
No te sorprenderá si te digo que, entre Charles de Foucauld y Francisco de Asís encuentro afinidades sorprendentes.
Los dos conocieron una forma de vida que estaba muy lejos de ser piadosa. De Francisco de Asís, uno de sus biógrafos dice que, “aventajando en vanidades a todos sus coetáneos, mostrábase como quien más que nadie incitaba al mal y destacaba en todo devaneo”. Charles de Foucauld, por su parte, atravesó un largo período de increencia y de “fiesta” que, en días de lucidez espiritual él describirá “como un descenso hacia la muerte”.
Uno y otro conocen el vacío que la vanidad deja siempre tras de sí. Vacío, y también tristeza: “Una tristeza… que volvía a mí cada tarde cuando me quedaba solo en mi apartamento… que me dejaba mudo y abrumado durante lo que llaman fiestas”.
Uno y otro participan en expediciones militares. No sé lo que podían suponer para ellos los “enemigos” a los que tendrían que enfrentarse. Imagino que sería más importante la gloria que se esperaba alcanzar que las vidas sobre las que se había de pasar.
Dios parece ser el rostro que siempre se insinúa en el fondo sin fondo del vacío personal. Y la vida cambia cuando ese rostro insinuado adquiere consistencia. A dársela contribuirá la gracia de un encuentro. En Charles de Foucauld será encuentro con creyentes musulmanes: “La vista de esta fe, de estas almas en continua presencia de Dios, me hizo entrever algo más grande y más auténtico que las ocupaciones mundanas”.
En Francisco de Asís será encuentro con leprosos: “El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos, pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo”.
Entonces empieza para Francisco y para Carlos algo nuevo, algo definitivo, algo último, algo que sabe a totalidad, a plenitud: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para él”. “Mi Dios, mi todo”.
Claro que el Dios en quien han creído tiene los rasgos de Jesús de Nazaret, y será en la forma en que Francisco y Carlos siguen a Jesús donde encontraremos que sus vidas se parecen como la de dos hermanos pequeños de Jesús. Conocen a Jesús por el evangelio y lo representan desde paradigmas culturales propios del tiempo en que cada uno vivió el evangelio. Pero los dos se fijan en él, los dos lo aman, los dos lo imitan, los dos lo siguen, los dos se dejan transformar en él.
Habrás observado, hermano mío, que los dos sienten pasión por lo pequeño y por la fraternidad. Uno soñó su mundo como un mundo de hermanos menores. El otro dejó tras de sí una estela “pequeños hermanos de Jesús”, “hermanitas de Jesús”, un mundo en el que nos resulta sencillo descubrir la presencia de Jesús, hermano de todos, siervo de todos.
Es todo lo que se me ocurre decirte. Pero no creo que valga la pena publicarlo.
Creo que debemos esta sorprendente expresión a un obispo del sur de Italia, muerto en 1993,
don Tonino Bello , cuyo testimonio evangélico ha sido tan fuerte que seguramente se piensa en proclamarlo «beato». He aquí lo que frecuentemente decía a sus clérigos:
«en nuestras sacristías hay magníficos ornamentos sagrados, estolas doradas, pero no se encuentra allí ningún delantal» . Mientras que el único «adorno sagrado» que Jesús ha portado la noche del Jueves Santo es justamente un delantal, un lienzo que se ciñó para lavar los pies de sus discípulos, haciéndose Él – «el Maestro y Señor»– el humilde servidor sin temor de ensuciarse las manos. Y nos pide a nosotros hacer también lo mismo hoy.
El camino de Carlos de Foucauld.
De entrada, nada predestinaba a Carlos de Foucauld a llevar la estola o el delantal. Nacido en una familia de aristócratas afortunados, no tuvo nunca la ocasión de revestir el mameluco de trabajo, ya pesar de sus fervores de niño, tampoco soñó con llevar la estola… por lo menos antes de los 40 años. Mas, ¿quién podría negar que llegará a ser más tarde a la vez un hombre de acción y de contemplación. A su manera, totalmente única.
Le toma gusto a la acción al principio en la llamada a las armas, que lo llevará a una vida mundana y ociosa. Pero sobre todo fue después de su retiro del ejército, el proyecto de explorador de Marruecos: una preparación intensa durante largos meses –trabaja hasta 16 horas al día- y un viaje de casi un año, a costa de mil peligros, acabándose todo en París con una Medalla de oro de la Sociedad de Geografía.
Pero es justamente en ese momento, a la hora del éxito y de la gloria, que se afinca en él una nueva exploración, esta vez interior, sin duda preparado por la experiencia del desierto y el encuentro con la fe islámica. Una búsqueda intelectual de sentido, que lo conduce progresivamente del «hacer» al «ser», del «saber» al «creer», de la acción a la contemplación. Y ocurre pronto la conversión al Absoluto de Dios –«no vivir más que para Dios»- encarnado en la humanidad de Jesús, encontrado en el Evangelio y la Eucaristía. Un encuentro de fe y de amor, que le demanda desde ese momento una búsqueda desesperada de imitación radical de la persona y de la vida de Jesús.
Él, que está en lo más alto, quiere unirse a Jesús en lo más bajo, «en el último lugar»; él, que es rico, quiere hacerse pobre; él, colmado de honores, quiere seguir a Jesús hasta su «abyección». Esta búsqueda se concretará en Tierra Santa (Navidad de 1888), mientras va «caminando por las calles de Nazaret que hollaron los pies de Nuestro Señor, pobre artesano, perdido en la abyección y la oscuridad».
A partir de allí, la imagen de Nazaret no lo abandonará nunca más, ni durante los 6 años que pasará en la Trapa. Lo que parece atraer más a Carlos de Foucauld en Nazaret, no es al principio la contemplación, sino más bien «la existencia humilde y oscura de Dios, obrero de Nazaret». Como Él, querría compartir la vida de sus padres que son «pobres obreros que viven de su labor» y también piensa, no sin exageración, «una vida de abyección, hasta el último de los últimos lugares» (ES 57). Pero detrás de la parte más visible, pobre y laboriosa de Nazaret, está la «vida oculta en Dios… toda perdida y abismada en Dios», vida hecha de contemplación, de adoración, en el retiro y el silencio, para estar en todo instante «con Dios, en Dios, la mirada hacia Dios». « Tu vida aquí debe estar formada por tres cosas: 1º mirar a Jesús y hacerle compañía en su hogar de Nazaret; 2º mirar y adorar a su Padre; 3º con él mirar a todos los hombres y trabajar por su salvación».
Pero esta vida de Nazaret, tal como la imagina Carlos, empleando su tiempo en algunos trabajos domésticos insignificantes y sobre todo con largas horas de oración, no durará muy largo tiempo (dos tiempos continuos de alrededor de un año), a pesar de su decisión de quedarse allí definitivamente. Entretanto varias «tentaciones» se presentan, mezcladas sin duda con llamadas auténticamente evangélicas.Es el atractivo de la acción, la necesidad de hacer algo, (por ejemplo, hacer colectas para ayudar a las Clarisas), pero también de ser verdaderamente útil, abandonar una situación artificial y confortable, «el suave nido de Santa Clara», para ponerse realmente al servicio de los necesitados. Sueña así en emplearse como doméstico en un hospital para cuidar a los enfermos. También le parece oportuno tomar un empleo asalariado como enfermo para ayudar a una viuda sin recursos. Uniría así la verdadera condición de trabajador con la de ayudar a alguien más pobre que él. A la objeción de que podría dañar abandonar así su ideal contemplativo, se adelanta a responder –¡es muy interesante a nuestro propósito!- :«No es la dulzura de la oración lo que hace falta buscar,
Este generoso proyecto no se realiza y no se presenta otra ocasión igual de vestir el delantal. ¿Desdichadamente? Es otra la llamada que terminará por ser la más fuerte, a través de las vueltas sinuosas de esta vida que Dios escribe decididamente «con líneas torcidas», es la vocación al presbiterado. ¿Renunciará Carlos por lo tanto a Nazaret? No. Su ideal permanece siempre, como lo escribió en 1901, después de su ordenación: «imitar la vida oculta del humilde y pobre obrero de Nazaret». Igualmente como presbítero, se cree llamado a vivir «la vida oculta de Nazaret, no para predicar, sino para vivir en la soledad, la pobreza, el humilde trabajo de Jesús, tratando de hacer bien a las almas… por la oración…la práctica de la caridad». (OS 664). «Esta vida de Nazaret… es necesario llevarla no en tierra santa, sino en medio de las almas más enfermas, las ovejas más abandonadas».
Desde su llegada a Béni-Abbès ha hecho esa experiencia. La vida «eremítica» con la que aún soñaba se convierte en una existencia abierta y poblada: «Es necesario frecuentemente ir a la puerta, responder, hablar». La casa de Nazaret está invadida de la mañana a la noche, se convierte en la Khaoua, la fraternidad, en la que el huésped es feliz de ser mirado como un hermano, «el hermano universal». Es como hermano que cada día, después de haber rezado y celebrado –después de 3 a 8 hs- recibe a muchos soldados, árabes, pobres, esclavos. «Me veo asombrado pasar de la vida contemplativa a la vida de santo ministerio. «Soy conducido allí, a pesar mío, por la necesidad de las almas». Pero está convencido de que es allí donde debe vivir la vida de Nazaret y allí sepultarse para siempre.
Pero he aquí que unos meses más tarde su obispo le ha pedido que se ponga en camino hacia el Hoggar. Allí ve «la voluntad del Bienamado» que le habla al corazón: «Tu vida de Nazaret puede llevarse a cabo doquier, llévala al lugar más útil para el prójimo». Con tal que allí se junten el reconocimiento en Dios y el amor de sus hijos: «Allí, donde tienes tanto la perfección de mi imitación como la de la caridad. Por lo que concierne al recogimiento, es el amor el que debe recogerte en Mí interiormente y no el alejamiento de mis hijos: Mírame en ellos, y como yo en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios».
Nazaret es amar. El amor vivido en la proximidad de los hombres es más importante que el silencio. Es necesario recogerse en el amor fraterno, es allí que se encuentra al Bienamado. ¿Cómo se vivirá esta doble proximidad con Dios y con sus hijos los hombres durante la última etapa de su vida en Tamanraset?
Fue allí para reunirse con los más alejados, pero… se encuentra muy solo -único francés y único cristiano- sin compañero, sin correo. Vive marginado en este villarrio de 15 pobres familias que al principio casi no lo frecuentan… trata sin embargo de ser caritativamenteútil, repartiendo alimentos y medicamentos, agujas de coser y hasta enseña a tejer a algunas mujeres. Haciendo esto, queda como el que tiene y el que da. Hará falta su grave enfermedad de enero de 1908 para que sea forzado a convertirse en el débil y el pobre que recibe, entre otras cosas la leche de las cabras recogida por las mujeres en 4 Kms. a la redonda. A partir de ese momento se multiplicarán los contactos, en el intercambio gratuito de dar y recibir, si no de bienes, al menos de la simple amistad ¿Adónde han ido a parar la estola y el delantal? De estola no tiene necesidad durante muchos meses, porque no puede celebrar. En cuanto al trabajo manual, lo ha aplazado por un trabajo lingüístico encarnizado con vistas a la publicación de textos tuareg y sobre todo de su Diccionario tuareg-francés en 4 gruesos volúmenes. Un trabajo que le toma toda su energía y la mayor parte de su tiempo, roído sólo por las visitas que llaman a su puerta de vez en cuando y la correspondencia con parientes y amigos que proseguirá fielmente hasta el mismo día de su muerte. ¿dónde encuentra aún tiempo para orar? Uno se lo pregunta.
Más allá de la estola y del delantal, permanece el corazón también de Nazaret, que es el corazón y la cruz de Jesús: ese JESUS CARITAS que lleva en su pecho y en su propio corazón. En lugar de un trabajo de evangelización clean y de diaconía que todavía parece imposible, permanece en el cada día, «el apostolado de la bondad». Finalmente es el único programa que da a los Priscila y Aquila –los misioneros laicos- que así llama por sus deseos de una futura evangelización: «Amor, amor, bondad, bondad»
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Aportacions de Jean Maríe Pasquier, presbítero, durante el Encuentro-vacaciones europeas de la Fraternidad Laica. En el verano 2009 en Suiza (vaumarcus)
Como buen judío, Jesús asume la exhortación a la santidad e introduce en ella a sus discípulos: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). El término griego que utiliza Mateo para referirse a la perfección deriva del sustantivo télos, que significa «fin», tanto en el sentido de «conclusión o acabamiento» de algo como para designar el «horizonte o la finalidad» hacia donde tienden las cosas.
Desde esta perspectiva, la santidad considerada como perfección no implica necesariamente la consecución de un estado moral intachable y bien rematado sino, bien al contrario, la apertura sostenida de nuestra fragilidad hacia el horizonte de un amor siempre más grande que nosotros. El Padre celestial, a quien Jesús propone como imagen de perfección, no es un ser estático y cerrado en sí mismo; su amor fontal mana sin cesar hacia el Hijo y se desborda en el mundo con la infinita creatividad del Espíritu. (…)
(…) Estas páginas tratan de adentrarse en el perfil de ese hombre que aspiró a ser hermano universal, que orientó toda su existencia hacia el horizonte de la fraternidad y que al mismo tiempo experimentó ciertos límites y sombras que le impidieron ser y sentirse plenamente hermano de todos. Sin duda alguna, Carlos de Foucauld fue un auténtico hermano, un «hermano inacabado» que deseaba ser «hermano universal», un hermano cuya santidad alude menos al objetivo conquistado que a la humildad de un camino recomenzado muchas veces.
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Margarita Saldaña Mostajo.
El hermano inacabado. Carlos de Foucauld
Grupo de Comunicación Loyola, enero de 2021
Comentarios desactivados en “El hermano inacabado. Carlos de Foucauld” (De Margarita Saldaña Mostajo)
Del blog Creer en la Universidad:
“Mírame en ellos y vive cerca de ellos, perdido en Dios”
Aún no está en las estanterías de las librerías y ya está seduciendo y provocando, yo he sentido necesidad de contarlo e invitar a que lo esperéis y lo demandéis. Un modo de contemplar y adentrarse en el hermano Foucauld que marca líneas y sugerencias de espiritualidad contemplativa y encarnada para el hombre de hoy. El dirección de la fraternidad universal y en la invitación a profundizar para poder creer como cada uno estamos llamados, desde nuestras imperfecciones y desde nuestras sombras, a ser hermanos universales. Muy apropiado con la celebración última de la Navidad, en el bautismo del Hijo que nos hace hermanos.
| José Moreno Losada
Libro tan propio como novedoso, búscalo
Aún no está en las librerías y no puedo callarme más. He leído un libro nuevo sobre Carlos de Foucauld y certifico que viene con novedad auténtica. Hace unos meses tuve la oportunidad de compartir momentos agradables con Margarita Saldaña Mostajo, a cuentas de su libro, sobre san José, editado en Sal Terrae, que presentamos en la ciudad de Badajoz. Un libro que me atrajo por presentar de un modo tan fecundo y entrañable el silencio creativo de José, esa teología del silencio de lo cotidiano, del quehacer profundo de un vivir entregado que rompe límites en el mayor de los anonimatos colaborando con Dios en la historia de la salvación. Ahí me hizo entrega la autora de su trabajo de licenciatura publicado con el título “Rutina habitada” que voy recorriendo con parsimonia reflexiva acorde a su trabajo, laboriosidad y estructura teológica de una realidad bien oculta por desconocida como es la vida de Jesús en Nazaret. No deja de ser sorprendente la grandeza de la cotidianeidad creyente que se encierra en la vida oculta de Jesús.
En esa lectura andaba, cuando a través de Isabel Lara –amiga entrañable y regalo divino en este tiempo en nuestra parroquia- hermana de comunidad de la autora, me llega como regalo de adviento preñado, en cercanía a la Navidad, como luz adelantada de Epifanía, un ejemplar de un libro tesoro: “El hermano inacabado. Carlos de Foucauld”, de Margarita Saldaña prologado por Mariola López Villanueva.
Hoy me he acercado a la librería para pedir ejemplares y poder hacerlos llegar a personas que lo van a recibir como agua de mayo, pero aún no están a la venta. Será lanzado en enero. Llego a casa y me pongo a contaros algo de mi impresión rápida de la lectura de esta obra, tan cercana la fiesta de la canonización de este santo, con ese perfil de hermano inacabado. Con el deseo de que os entre ganas de gustarlo y disfrutarlo como yo.
Me ha seducido con paz y apasionamiento
El libro ha sido de verdadera revelación para mí. Lo comencé a leer con cierta curiosidad por el momento que estamos viviendo y por su actualidad a manos del papa Francisco que nos lo puso como ejemplo de hermano universal en Fratelli Tutti. No hice nada más que comenzar y sentí atracción por su lectura, con cierto apasionamiento. No pude resistir la tentación de beberlo rápido cuando la intención era a pequeños sorbos para saborearlo poco a poco. Me busqué momentos de retiro de cierta duración y me lo tragué en cuatro o cinco momentos. Me llamó la atención porque normalmente me cuesta buscar esos momentos y aquí fui muy diligente por la seducción que provocó en mí. Según lo leía me decía que tenía que volver tranquilamente, pero que ahora convenía que fuera así. Y aquí estoy contando la experiencia de la rapidez, ya en otro momento igual voy compartiendo pequeñas píldoras más interiorizadas por mí.
¿Qué me sedujo? Así de pronto creo que estas cuantas razones:
–El modo de escribir de Margarita que ya conocía, pero que en esta ocasión me daba la sensación que bailaba con otros zapatos, o más bien a pie descalzo. Una persona que se situaba ante este hermano con una disponibilidad y desnudez apabullante, sin condiciones ni prejuicios, en la búsqueda de una identidad no marcada de antemano.
– La exploración que ofrece en las primeras cien páginas te va transportando con nitidez a dimensiones impresionantes y complementarias de una identidad de misterio, contemplación, silencio, pobreza y amor que te subyugan con una invitación de humanismo y cercanía que trasportan a tu propio vivir y caminar. Qué ganas de explorarme a mí mismo con esta mirada de lectura creyente.
–El descubrimiento de perfiles en la novedad documentada dejando hablar a la propia persona en el camino del descubrimiento de su propia identidad, que no se la da él mismo, sino que se la va aportando en Padre, según se va desnudando y perdiendo en lo imposible y en lo inacabado: la vida, los deseos, el claustro, los márgenes, la estabilidad, el horizonte… sólo Dios puede ir acabando con lo inacabado y lo imperfecto para que alguien pueda ser santo. Pero la autora nos lo pone a pie de obra y de cita, con los sentimientos y las palabras del hermano.
– Y de la semblanza biográfica a la semblanza espiritual, dejándonos irradiar por lo que va ocurriendo en su interior, lo que es el desarrollo de una espiritualidad que siendo de Nazaret se muestra nueva en su momento histórico y se hace referente para este siglo que estamos viviendo. Una buena noticia para hoy con claves de una minoridad y sencillez que fecunda la historia desde un amor entregado y callado, inacabado e imperfeto, pero lleno de compasión y misericordia, en el ejercicio de la verdadera proximidad encarnada, todo un reto para la Iglesia actual con el horizonte “fratelli tutti”.
– Los propios conceptos que va marcando la autora como síntesis de la irradiación de este santo, y de los que le siguen en la mirada contemplativa y pobre de Jesucristo, son clarividentes de la necesaria espiritualidad encarnada para los cristianos hoy: Relación con Dios, el ideal y su proceso, la hospitalidad, las sombras, la salida, la misión. Os invito a releer las sombras para cercioraros de que vosotros y yo estamos llamados a la santidad en nuestra pobreza personal y en nuestros propios límites, que la sombra no impida el deseo de ser misericordiosos.
Y una palabra penúltima sobre el libro es confirmar lo que nos dice Nicolás Viel en el epílogo: “Carlos de Foucauld nos invita a descubrir que la experiencia del Dios de Jesús supone adentrarse en la verdad de la experiencia humana y que, en lo más hondo de lo humano, se oculta nazarenamente lo más hondo de Dios”, y digo yo con atrevimiento: “también en las sombras de lo humano, donde se experimenta propiamente la misericordia del que nos ama”.
No os perdáis esta novedad que nos regala Margarita Saldaña Mostajo con motivo de Carlos de Foucauld, lo hace con su mirada seducida por la identidad del hermano con la sola luz de su verdadera historia y proceso. Es una periodista, escritora, teóloga, pero sobre todo una hermana de Foucauld, tan universal como inacabada que está abriendo caminos y veredas en la investigación sobre este hermano suyo y nuestro. Seguimos esperando más frutos de su trabajo, de su contemplación y de su entrega ante el Cristo pobre, al que adora y ama con los más pobres.
Comentarios desactivados en Último adiós a sor Bárbara, la ‘hermana de los musulmanes’, en una mezquita de Hermel (Líbano)
Foto di Youssef S. Rouphael
La religiosa, fallecida en Nochebuena, era muy querida más allá de los credos
En el funeral de Bárbara de Jesús, los chiítas recitaron una invocación del Islam, Al-Fātiḥa, que constituye la primera sura del Corán, por el alma de la religiosa que trabajó en los barrios más pobres
Un cartel sintetizaba el sentir popular: “Todo el pueblo la echa de menos como modelo de devoción, caridad y pureza”
También los cristianos lloran la muerte de la hermana: “Gran tristeza en la tierra y gran alegría en el cielo por el paso de sor Bárbara”
Durante los años del conflicto libanés, esa casa representó un símbolo de paz y convivencia pacífica para los habitantes de la zona
| Agencia Fides
En su larga vida “sembró bondad dondequiera que iba”. Por este motivo, incluso los musulmanes chiítas de la ciudad libanesa de Hermel, en el valle de la Beqa’a, quisieron ofrecer sus oraciones en sufragio por el alma de sor Bárbara de Jesús, la monja de más de noventa años de las Hermanitas de Jesús que murió en Nochebuena. Lo hicieron invitando a toda la población del país a un funeral celebrado la noche del domingo 2 de enero en la sala de condolencias de la mezquita dedicada al Imam Zayn al-Abidin, en el barrio de al Harah.
En el mensaje en sufragio se expresaba la gratitud por el amor con el que sor Bárbara “sembraba bondad dondequiera que iba”. “Todo el pueblo de Hermel la echa de menos como modelo de devoción, caridad y pureza”, rezaba una pancarta izada en la vía de acceso al barrio de la mezquita para dar las gracias a sor Bárbara confiando su alma “a la inmensa misericordia de Dios”.
Algunos de los participantes en el funeral cuentan a Fides que las hermanas de sor Bárbara recibieron el pésame de los responsables de la comunidad local. El alcalde agradeció la presencia de las hermanas en la región, recordando que desde niño conoce el trabajo discreto de las religiosas en la región.
Los muchos musulmanes que asistieron a la ceremonia recitaron Al-Fātiḥa por el alma de la religiosa. Se trata de la invocación “compasiva y misericordiosa” a Dios que constituye la primera sura del Corán. A los presentes se les ofreció el tradicional café amargo, que las comunidades libanesas, cristianas y musulmanas, emplean en este tipo de ocasiones.
El funeral de los musulmanes chiítas de Hermel para orar por el alma de la hermana Bárbara también manifiesta los frutos del singular y silencioso trabajo apostólico realizado por muchos consagrados a Jesús en la vida cotidiana de los pueblos de Oriente Medio.
La hermana Barbara Kassab, de origen egipcio, pasó toda su vida siguiendo los pasos de Jesús y haciendo buenas obras por sus hermanos cristianos y musulmanes en una tierra herida y en ocasiones desgarrada por conflictos fratricidas. “Gran tristeza en la tierra y gran alegría en el cielo por el paso de sor Bárbara”, rezaba el anuncio con el que los cristianos de la zona daban la noticia de su fallecimiento.
En ese mensaje se recordaba que sor Bárbara “dedicó su vida al trabajo en la Iglesia, a las obras sociales al servicio de la comunidad y, sobre todo, de los pobres de la región”. El mensaje expresaba la gratitud por la presencia de Bárbara y sus hermanas que han brindado consuelo y consuelo a todos “en nuestros días difíciles”, representando “un signo luminoso en nuestro mundo envuelto en tinieblas”. “Su alma será un regalo de Navidad para el Niño de Belén. Ve en paz, virtuosa madre y hermana, y que su alma nos ayude a nosotros, a nuestras familias, a nuestra sociedad y a toda nuestra región”, concluía el mensaje.
Antes de instalarse en Hermel, las Hermanitas de Jesús, pertenecientes a la congregación fundada por Sor Magdeleine Hutin siguiendo los pasos espirituales del Beato Carlos de Foucauld, se habían instalado en el pueblo de Ras Baalbek, en su mayoría habitado por cristianos. Durante los años del conflicto libanés, esa casa representó un símbolo de paz y convivencia pacífica para los habitantes de la zona.
Ahora, en los terrenos anexos al pequeño monasterio de Hermel, cuentan con olivos, viñas, legumbres y árboles frutales. En 2017, cuando milicianos yihadistas entraron desde Siria en el valle de Beqa’a, el alcalde inmediatamente puso bajo protección a las religiosas. Mientras, los vecinos musulmanes cuidaron de su convento esperando su vuelta. Cuando regresaron, les pidieron que no se fueran de nuevo. Así, de este modo, continúan cumpliendo su vocación misionera y al mismo tiempo contemplativa dando testimonio con sus gestos cotidianos de la presencia de Jesús entre los musulmanes y de su amor por ellos.
Comentarios desactivados en “Charles de Foucauld: un místico del siglo XXI”, por J.L. Vázquez Borau
“Visto por los parámetros habituales, la existencia de este personaje inusual fue un fracaso total. Cien años después de ser martirizado en su querido desierto argelino, somos más de 13.000 personas en el mundo que nos consideramos sus hijos espirituales. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce el abandono en manos del Padre como camino, la oración que escribió Foucauld en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la rezarían a diario ”, escribe Pablo d’Ors, sacerdote, teólogo, escritor y consejero. al Pontificio Consejo de la Cultura del Vaticano, en un artículo publicado por Alfa y Omega, 06-04-2020. La traducción es de Cepat.
Foucauld es el sacerdote del desierto contemporáneo. Nada más ordenado sacerdote, a los 43 años, partió hacia el Sahara, donde residiría, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su asesinato el 1 de diciembre de 1916, hace más de un siglo. Tenía entonces 57 años, aunque por su apariencia, tal era su desgaste físico, nadie le daría menos de 75.Foucauld no se fue al desierto en busca de la soledad, al contrario, para estar cerca de los tuareg. Fue allí para encontrarse con los pobres y se encontró con su propia pobreza. Sostengo que Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres y madres del desierto y que, en este sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es él quien trae a Occidente la necesidad de regresar. al desierto, que hoy lo llamamos silencio e interioridad.
Foucauld fue un buscador espiritual. El primer capítulo de su turbulenta búsqueda fue probablemente una expedición a Marruecos, donde mostró su temperamento. Curiosamente, fue su devoción por los musulmanes lo que despertó en él el deseo de volver a la fe cristiana. Luego vino su iniciación en el catolicismo, a través de su prima Maria Bondy, su entrada en Trapa, primero en Francia y luego en Akbés (Siria), su peregrinaje decisivo a Tierra Santa, donde vivió en un cubículo miserable, trabajando como servidor del Pobres Clarisas y, finalmente, su aventura en el Sahara.
Todos estos pasos son presenciados por el propio Foucauld. Tus cartas son miles. Es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño … ¡y en el Sahara!) Se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en vertical como en horizontal, nos ofrece una imagen precisa de quién fue realmente este hombre.
Foucauld fue el prototipo del converso. Los que ahora serán elevados a los altares fueron en su juventud aristocrática un militar pretencioso y una buena vida sofisticada. El paso de la vida belicosa a la venerable se refleja a la perfección en sus rasgos, que van de sensuales y arrogantes a transparentes y amables.
En lugar del homenaje ofrecido por la Sociedad Geográfica Francesa, que le otorgó la medalla de oro por su admirable Reconocimiento en Marruecos, para lanzarlo a las vanidades del mundo, alentó la soledad. Era el mes de octubre de 1886, cuando Henri Huvelin, párroco parisino, le ordenó arrodillarse, confesarse y tomar la comunión. Y ahí es donde empezó todo para Foucauld. Tenía 28 años y su vida estaba dando un giro definitivo. Para él, comprender que Dios existía significaba lo mismo que tenía que entregarse a Él.
Foucauld fue un pionero del diálogo interreligioso. Viajó al norte de África dispuesto a convertir a los musulmanes, pero Dios le dio el regalo de no convertir a nadie. Gracias a no poder llevar a cabo sus planes, comenzó a cultivar la amistad con los destinatarios de su misión. Y así entendió este ermitaño misionero la amistad como el camino privilegiado para la evangelización. Gracias a ello, realizó un hermoso gesto de amor por un pueblo: la creación de un diccionario francés-Tamacheq, así como la colección de canciones, poemas y relatos folclóricos tuareg. Estas obras enciclopédicas revelan su impecable respeto por una cultura y religión extranjeras y, finalmente, su pasión por lo diferente.
Foucauld era un místico cotidiano. El día a día lo llamaba Nazaret. Además de la vida pública de Jesús, que tantos ya querían representar – anunciando el Evangelio, sanando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad … – lo que Foucauld quería representar era su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida familiar, el trabajo de carpintería, la simple existencia en un pueblo … Todo esto, tan anónimo, fue lo que lo dominó hasta el punto de consagrarse siempre y sistemáticamente a lo más ordinario.
Es paradójico que una vida, que vista desde el exterior puede considerarse extravagante y aventurera, haya sido alimentada por la pasión por lo simple e insignificante a los ojos humanos. “Recuerda que eres pequeño”, dejó por escrito. Y estaba convencido de que eran muchísimos los que podían seguir este carisma suyo, como prueba de que escribía incansablemente múltiples reglas de vida.
Foucauld es el icono del fracaso. Si bien es cierto que escribió muchas reglas monásticas y laicas, también es cierto que no tuvo seguidores. Tampoco logró convertir ni siquiera a un musulmán. Ni siquiera un esclavo para ser liberado, por mucho que se propusiera llenar de sus demandas a la Administración francesa.
Comentarios desactivados en “El por qué amamos al padre de Foucauld” de Madeleine Delbrêl
Madeleine Delbrel falleció el 24 de octubre de 1964. Había nacido en 1904. En el “Boletín trimestral de las Amistades de Carlos de Foucauld”, hay un artículo muy interesante sobre este aniversario. Henos aquí algunos extractos, traducidos del francés:
“Asistencia social, poeta y mística, Madeleine Delbrel vivió en Ivry-sur-Seine (barriada parisina, Francia), barriada marxista, tierra de misión, como ella llamaba a Ivry en uno de los títulos de su libro. Ella testifica sin ruido, con algunas compañeras, de su fe cristiana y de su fidelidad a la Iglesia. Con su equipo, lee y relee los escritos de Carlos de Foucauld que están ya publicados, y redacta en noviembre de 1946 un artículo para una revista de los PP. Dominicos”
He aquí algunos párrafos de ese artículo:
“EL POR QUÉ AMAMOS AL PADRE DE FOUCAULD
La considerable influencia que el “hombre del desierto” tuvo sobre nuestro tiempo entrenó un buen número de vocaciones contemporáneas. La amplia síntesis que representa su vida explica por qué vidas tan dispares pueden reclamarse de él. ¡Por sí mismo él es la reunión de tantos contrastes!
Necesidad incoercible de oración delante de Dios; don sin medida a todo ser que lo solicita. Imitación cándida de la vida en Cristo en Palestina, de sus gestos, de sus actos; conocimiento de su ambiente y adaptación a él.
Amor apasionado del prójimo más próximo; amor fiel a cada instante por la humanidad entera.
Una reconstitución tan tierna de la casa de Nazaret alrededor de una hostia expuesta; ‘recorridos de amistad’ por las pistas saharianas.
Obstinación heroica en una vocación diseñada con dureza; comprensión y preparación de la vocación del otro.
Dedicación al trabajo manual; perseverancia incansable en un trabajo de erudición.
Deseo incesante de una familia espiritual; vocación divina a una soledad de la que la muerte será su culminación.
¡Cómo sorprenderse que tantos que actualmente se entregan a Dios reconozcan su llamada y encuentren su modelo en estos cruces de gracias que fue su vida, cualquiera que sea el modelo de este don.
Del Padre de Foucauld hemos aprendido que, si para darse al mundo entero hay que aceptar de romper tantas amarras para dejarse “llevar”, no es necesario que este dejarse llevar esté contenido entre los muros de un monasterio. Puede hacerse marcando una clausura con piedras secas sobre la arena; puede hacerse en una caravana africana; puede realizarse en una de nuestras casas, en uno de nuestros talleres, mientras se sube una escalera, en un autobús; este dejarse llevar lo encontramos aceptando la estrechez, la incesante clausura del amor del prójimo más cercano. Dar a cada uno de los que nos acercamos la totalidad de una caridad perfecta, dejándose encadenar por esta dependencia constante y devoradora, vivir de forma natural el Sermón de la montaña, eso es dejarse llevar, la puerta estrecha que desemboca en la caridad universal.
Nos ha enseñado a estar perfectamente contentos de ocupar un lugar en este cruce de vida, dispuestos a amar a quienquiera que pase y a través de él todo aquello que, en el mundo, está sufriendo, perdido o en tinieblas. Él nos ha explicado que en su magnífica gratuidad reside la soberana eficiencia y que consentir en no ver nada de lo que hacemos, sino a amar de igual forma y para siempre, es el mejor camino para salvar a alguien, en cualquier lugar de la tierra”
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Madeleine Delbrêl
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Fuente Boletín trimestral de las Amistades de Carlos de Foucauld Nº 153-154, 2004.
Comentarios desactivados en Carlos de Foucauld, un hombre de desierto
“Hay que pasar por el desierto y permanecer allí para recibir la gracia de Dios”, decía
“Carlos Eugène de Foucauld de Pontbriand se fue transfigurando gradualmente por este silencio interior, convirtiéndose en Carlos de Tamanrasset, otro Cristo, como Francisco de Asís”
“Fue asesinado por los rebeldes Senusitas de Libia, aliados con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial”
“Durante los treinta años de su vida como converso (1886-1916), no tendrá otro propósito que seguir e imitar a Jesús en esta vida de Nazaret”
Cuando la Iglesia del papa Francisco proclama santo a Carlos de Foucauld, me gustaría resaltar su figura como «hombre de desierto». El desierto será el marco exterior que le ayudará en su proceso espiritual. Pero más importante que el desierto exterior es el interior. «Hacer silencio».
Ya en la Carta al padre Jerónimo, escrita desde Nazaret, donde Foucauld ejercía de humilde recadero de las hermanas Clarisas, afirma: «Hay que pasar por el desierto y permanecer allí para recibir la gracia de Dios». No hay que olvidar que estas palabras las escribe después de pasar nueve años en la Orden Trapense (1890-1897), y en concreto en la Trapa de Akbés (Siria), lugar desertico y de suma pobreza.
Para Foucauld esto es indispensable: «Es un tiempo de gracia. es un período por el que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto, es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de toda la creación, en medio de la cual Dios establece en el alma su reino, y forma en ella el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad».(Carta al padre Jeronimo el 19 de mayo de 1898).
Y así fue en su caso: Carlos Eugène de Foucauld de Pontbriand se fue transfigurando gradualmente por este silencio interior, convirtiéndose en Carlos de Tamanrasset, otro Cristo, como Francisco de Asís.
Murió a la edad de cincuenta y ocho años el 1 de diciembre de 1916
Fue asesinado por los rebeldes Senusitas de Libia, aliados con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Y como nos recuerda el Evangelio de san Juan, 12, 24: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto». Murió solo, sin compañeros como hubiese deseado, pero su testimonio esta dando frutos insospechados.
Imita la vida de Jesús en Nazaret
La conversión al Evangelio, una peregrinación a Tierra Santa en 1888-89, la dirección espiritual del Padre Huvelin, la amistad de su prima Marie de Bondy que le hizo conocer la devoción al Sagrado Corazón, un clima general de silencio y la práctica sacramental llevan a Carlos de Foucauld a descubrir el significado de la Encarnación. Profundiza en la vida de Jesús en Nazaret y descubre en esta el signo y la manifestación del amor de Dios por la humanidad.
Durante los treinta años de su vida como converso (1886-1916), no tendrá otro propósito que seguir e imitar a Jesús en esta vida de Nazaret. Su vocación personal será justamente eso: vivir en todo momento en esta imitación, teniendo constantemente ante sus ojos a Aquel a quien llama su “Hermano Amado”, su “Modelo Único”, el seguimiento en las virtudes de su vida oculta, en particular en esta “abyección” que llevó al Maestro, desde Belén al Calvario, a buscar siempre “el último lugar”.
Es importante señalar que el Jesús que va al desierto o que sale a predicar el Reino de Dios es el Jesús de Nazaret. Es decir Nazaret es el sello de su vida. En su pueblo natal, el desiero o en Palestina, es el «pobre y humilde obrero». Y nosotros sus seguidores, la Iglesia, debe ser la humilde y pobre servidora de la humanidad.
Su respuesta de amor
En los años 1900-1901, su devoción al Sagrado Corazón y su decisión de ser sacerdote le darán a Carlos de Foucauld su fisonomía espiritual bien caracterizada. En lugar de volver a la vida monástica o semi-ermitaña que había llevado hasta ahora, desea llevar a los “pobres” que están privados de ella los beneficios del Salvador.
Concretamente, el sacerdote Charles de Foucauld, de la diócesis de Viviers (Francia) se dirige hacia las fronteras argelinas del Sahara desde donde piensa unirse a estos amigos a los que recuerda desde su viaje a Marruecos. Pero al no poder ir allí, se entregará a los pobres de Beni Abbès luego de Hoggar, y es entre los tuareg donde dará su vida hasta la aniquilación.
El padre Peyriguere, en su Testamento espiritual, escrito el l0 de febrero de 1959, pocos días antes de su muerte, se expresa así:
“El mensaje del padre Foucauld es de una riqueza muy densa y compleja. Más que una espiritualidad particular, es simplemente, nos atrevemos a decirlo, una visión del Misterio Cristiano… tal como se ha mostrado a los Padres de la Iglesia, ante todo un mundo al que había que convertir tal como debe ser propuesto a los hombres de Dios si queremos que nos escuchen. Muchos son los que vienen a beber de su fuente. Todos, por diferentes que sean unos de otros, deben tener el derecho de inspirarse en el padre Foucauld. Perdidos en la muchedumbre, aislados y viviendo este ideal cada uno en su estado de vida, tal vez alguno o alguna viviéndolo en común, a ellos nos dirigimos. Se adhieran o no abiertamente, en el anonimato o nominalmente, al padre Foucauld, el hecho es que están en su línea. Esta doctrina misionera del padre Foucauld no está simplemente destinada a los sacerdotes y religiosos. También los seglares pueden ser llamados a hacerla suya y a informar con ella su vida. ¡De qué manera, a cada instante, Foucauld nos recuerda que todo cristiano es responsable del destino del Misterio de la Encarnación, en si mismo, sin duda alguna, pero también en el mundo entero! Para él nuestra vocación cristiana se nos ha dado como una vocación de salvadores. El mismo ha llevado en sí la magnífica obsesión de integrar la preocupación misionera en el cristianismo tal como la ha vivido y propuesto que se viva. A pesar de que ciertas expresiones que parecen más bien dirigidas a los sacerdotes y religiosos, nuestro lenguaje se dirige a todos los seglares, estén donde estén y sea cual sea su estado de vida” (A. PEYRIGUER, El tiempo de Nazaret, o. c., 185-186).
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“Al enterarme de su próxima canonización, sentí una profunda alegría”
Buscador espiritual, prototipo del converso, pionero del diálogo interreligioso, místico de lo cotidiano e icono del fracaso… Foucauld fue lo que siempre quiso ser: el hermano universal
Cien años después de que cayera mártir en su amado desierto argelino, son más de 13.000 personas en el mundo quienes nos consideramos sus hijos espirituales. Ahora la Iglesia lo reconoce
| Pablo d´Ors
Después de Jesucristo, a quien yo más admiro es aCharles de Foucauld. Por ello, al enterarme hace pocas horas de su próxima canonización, sentí una profunda alegría. Los Amigos del Desierto, una red de meditadores de la que soy fundador y que tiene a Foucauld como patrón, sabíamos de su santidad desde hace ya tiempo. Pero es bonito y necesario que otros lo reconozcan y que todos lo sepan. Es importante poner a Charles de Foucauld en primera plana para que se valore en su justa medida la humilde enormidad de su legado espiritual.
Me encontré con Foucauld a los veinte años. Fue gracias a un libro que acompañó muchas de mis noches en mi año de noviciado, titulado Más allá de las cosas y escrito por Carlo Carretto, uno de sus discípulos. Su espiritualidad me atrapó desde el primer momento, si bien, quizá por ser yo demasiado joven y él demasiado radical, lo dejé de lado. Pero Foucauld supo esperarme y volvió a salir a mi encuentro veinte años después, nuevamente en una situación de transición. En aquella época, las cosas me iban mal: digamos que había tenido algunos problemas institucionales y que mi situación eclesiástica era inestable. El rostro de Foucauld -compasivo como no conozco otro-, me miró en aquellos días desde una estampa, despertando mis más nobles sentimientos. Comenzó entonces mi verdadera conversión, mi segundo noviciado, que sellé con la escritura de una novela sobre su vida titulada El olvido de sí, hoy inencontrable. Más tarde vino todo lo demás, y hoy me he convertido en un apóstol de su oración del abandono, convencido como estoy de que Foucauld protagonizará espiritualmente el siglo XXI, como intentaré mostrar a continuación.
Foucauld es el padre del desierto contemporáneo. Basta escuchar el nombre de Charles de Foucauld para que muchos lo asocien con la imagen del desierto. No es de extrañar, nada más ser ordenado sacerdote, a los 43 años, Foucauld parte rumbo al Sahara, donde residirá, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su asesinato, el 1 de diciembre de 1916, hace ya más de un siglo. Tenía entonces 57 años, aunque por su aspecto -tal era su desgaste físico- nadie le habría echado menos de 75. Foucauld no fue al desierto en busca de la soledad -conviene subrayarlo-, sino para estar cerca de los tuareg, a quienes veía como el pueblo más olvidado y pobre. Fue para encontrarse con los pobres y se encontró -aún más- con su propia pobreza. En aquellas tribus del Hoggar vio un espejo de sí mismo. En el paisaje desértico que le rodeaba vio un reflejo, muy exacto, de su propio desierto interior: no tuvo ninguna experiencia mística en toda una vida consagrada intensamente a la oración. Sostengo que Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres y las madres del desierto y que, en ese sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es quien nos trae a Occidente la necesidad de volver al desierto, que hoy llamamos silencio e interioridad.
Foucauld fue un buscador espiritual. Claro que antes de llegar al desierto, tuvo una larga y atribulada búsqueda, cuyo primer capítulo fue, probablemente, su exploración de Marruecos, donde mostró el temple del que estaba hecho. Fue la devoción de los musulmanes, curiosamente, la que despertó en Foucauld el deseo de volver a la fe cristiana. Luego vino su iniciación al catolicismo, de manos de su prima Maria Bondy, su ingreso en la trapa, primeramente en Francia y después en Akbés, Siria, su decisiva peregrinación a Tierra Santa, donde vivió en un miserable cuchitril trabajando como criado y recadero de las clarisas y, por fin, su aventura sahariana. Todas estas etapas están perfectamente acreditadas por el propio Foucauld, que fue un grafómano empedernido. En efecto, el número de sus cartas se cuenta por miles, y las numerosísimas páginas de su diario espiritual dan buena fe de su encendido amor por la Virgen y por Jesucristo, a Quien llamaba mi Bienamado y con quien conversaba a cada rato. Es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño…, ¡y en el Sahara!) se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en lo vertical como en lo horizontal, nos da una imagen certera de quién era verdaderamente Foucauld.
“Fue la devoción de los musulmanes, curiosamente, la que despertó en Foucauld el deseo de volver a la fe cristiana”
Foucauld fue el prototipo del converso. Porque quien ahora va a ser puesto en los altares fue en su aristocrática juventud un engreído militar y un sofisticado vividor. El paso de la vida pendenciera a la venerable queda reflejado a la perfección en sus facciones, que pasan de ser sensuales y arrogantes a transparentes y bondadosas. En lugar de lanzarle a las vanidades del mundo, el homenaje que le brindó la Sociedad Geográfica Francesa -otorgándole la medalla de oro por su admirable Reconnaissance du Maroc-, le impulsó a la soledad. Fue Henri Huvelin, un párroco parisino, quien apadrinaría su conversión. Corría el mes de octubre de 1886 cuando este sacerdote, al tenerlo delante, le ordenó arrodillarse y confesarse. No fue una invitación, fue una orden. Y fue allí donde todo comenzó para Foucuald. Comprendió que abajo es el lugar más universal, pues es allí donde está la mayoría y, por ende, el lugar donde está Dios. Comenzó allí su pasión por los últimos, por ser el último. Tenía 28 años y su vida daba el giro definitivo. Comprender que existía Dios fue para él tanto como saber que debía entregarse a Él.
Foucauld fue un pionero del diálogo interreligioso. Como no podía ser de otra forma -teniendo en cuenta su época y sensibilidad-, viajó a África del Norte dispuesto a convertir a los musulmanes. Pero Dios le concedió el don de no convertir a ni uno. Fue un don, porque gracias a esta dificultad para realizar sus planes, Foucauld comenzó a cultivar la amistad con los destinatarios de su misión. Como pocos en la historia de la Iglesia antes o después de él, Foucauld entendió la amistad como el camino privilegiado para la evangelización. Gracias a que se hizo amigo íntimo de Moussa Ag Amastane, un jefe indígena, y de un tal Motylinski, un estudioso erudito, emprendió su más hermoso gesto de amor a un pueblo: la elaboración de un diccionario francés-tamacheq, así como la recopilación de las canciones, poemas y relatos del folclore de los tuareg. Estas obras enciclopédicas, sobrecogedoras tanto por su extensión como por su rigor, revelan su exquisito respeto a la cultura y a la religión ajenas y, en fin, su pasión por lo diferente. Emociona saber que el protagonista de semejante empresa lingüística y cultural haya sido un patriota ejemplar, que hasta el final mantuvo su encendido fervor por Francia.
Foucauld fue un místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos y tantas que buscaban representar -anunciando el evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad-, lo que Foucauld quiso fue representar su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpintería, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, tan aparentemente insignificante, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrarse siempre y por sistema a lo más pequeño, lo más ordinario, lo más ignorado. Resulta paradójico que una vida, que vista desde fuera puede juzgarse extravagante y aventurera, haya sido alentada por la pasión por lo sencillo e insignificante a ojos humanos. Recuerda que eres pequeño, dejó escrito Foucauld. Y estuvo convencido de que eran muchísimos quienes podían seguir este carisma suyo, como prueba que escribiera infatigablemente múltiples Reglas de vida.
Foucauld es el icono del fracaso. Porque si bien es cierto que Reglas monásticas o laicales escribió muchas, también lo es que seguidores no tuvo ni uno. Tampoco logró convertir a ni un solo musulmán. Ni liberar a ningún esclavo, por mucho que se lo propuso inundando a la administración francesa con sus reclamaciones. Vista desde los parámetros habituales, la existencia de este insólito personaje fue un total fracaso. Cien años después de que cayera mártir en su amado desierto argelino, son más de 13.000 personas en el mundo quienes nos consideramos sus hijos espirituales. Divididas en familias religiosas, sacerdotales o laicales, todos nosotros sabíamos ya que Foucauld fue lo que siempre quiso ser: el hermano universal. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce como camino el abandono en las manos del Padre, la plegaria que Foucauld escribió en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la recitaríamos a diario.
Comentarios desactivados en El Papa canonizará a Charles de Foucauld, el “padre del desierto”
El amigo de los Tuaregs, y mártir, fue el inspirador de una corriente de pensamiento y reflexión que llega a nuestros días
Actualmente la «familia espiritual de Charles de Foucauld» comprende varias asociaciones de fieles, comunidades religiosas e institutos seculares de laicos y sacerdotes
“Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y las dolencias de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus flaquezas. A pesar de todo te digo: dame tu corazón, ámame tal como eres”
Charles de Foucauld será santo… si es que alguno pensaba que ya no lo era. El maestro del desierto, de la predicación con la propia vida (hasta darla, en Tamanrasset, en 1916), de quien sus críticos afirmaban que jamás convirtió a nadie, será canonizado después de que el Papa aprobara el milagro atribuido a su intercesión. Sólo falta la fecha del milagro.
El “hermano universal” nació en Estrasburgo, el 15 de septiembre 1858. Huérfano a los 6 años, creció con su hermana Maria, bajo los cuidados de su abuelo, orientándose hacia la carrera militar.
Adolescente, pierde la fe. Conocido por su gusto de la vida fácil él revela, no obstante una voluntad fuerte y constante en las dificultades. Emprende una peligrosa exploración a Marruecos (1883- 1884). El testimonio de fe de los Musulmanes despierta en él un cuestionamiento sobre Dios: «Dios mío, si existes, haz que te conozca».
Regresando a Francia, le emociona mucho la acogida discreta y cariñosa de su familia profundamente cristiana, y comienza una búsqueda. Guiado por un sacerdote, el Padre Huvelin, él encuentra a Dios en octubre 1886.Tiene 28 años. «Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para El».
Durante una peregrinación a Tierra Santa descubre su vocación: seguir a Jesús en su vida de Nazareth. Pasa 7 años en la Trapa, primero N.S. de las Nieves, después Akbes, en Syria. Enseguida después, él vive solo en la oración y adoración cerca de las Clarisas de Nazareth.
Ordenado sacerdote a los 43 años (1901) parte al Sahara, primero Beni-Abbes, después Tamanrasset en medio de los Tuaregs del Hoggar. Quiere ir al encuentro de los más alejados, «los más olvidados y abandonados».
Quiere que cada uno de los que lo visiten lo consideren como un hermano, «el hermano universal». El quiere «gritar el evangelio con toda su vida» en un gran respeto de la cultura y la fe de aquellos en medio de los cuales vive. «Yo quisiera ser lo bastante bueno para que ellos digan: “Si tal es el servidor, como entonces será el Maestro…”?».
En el atardecer del 1° de Diciembre 1916, fue asesinado por una banda que rodeó la casa.
Siempre soñó compartir su vocación con otros: después de haber escrito varias reglas religiosas; pensó que esta «vida de Nazareth» podía ser vivida en todas partes y por todos. Actualmente la «familia espiritual de Charles de Foucauld» comprende varias asociaciones de fieles, comunidades religiosas e institutos seculares de laicos y sacerdotes.
Fue beatificado por Benedicto XVI el 13 de Noviembre de 2005 en la Basílica de San Pedro en Roma.
ÁMAME TAL COMO ERES
Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y las dolencias de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus flaquezas. A pesar de todo te digo: dame tu corazón, ámame tal como eres.
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Una invitación a descubrir el islam silente y místico
Prólogo de Javier Melloni Epílogo de Pablo d’Ors
(Fragmenta).- Este libro nos invita a descubrir el islam silente y místico, un islam no exento de una intensa vertiente social y cultural que busca siempre el encuentro con el otro.
El autor nos hace entrar en el recinto del diálogo interreligioso: el destinatario de las cartas (Charles de Foucauld, el lector o la misma necesidad de explicarse) es su alter ego y a la vez también es el otro.
Una conversación que rehúye la lógica temporal y las razones del dogma para establecerse en la intimidad de la experiencia a través de las cartas de alguien que se incorporó al islam y que interacciona con otro alguien que decidió convertirse al cristianismo gracias al islam.
Como dice Javier Melloni en el prólogo, “a lo largo de esta correspondencia van apareciendo muchos temas, todos tratados con una sensibilidad exquisita, casi perturbadora de tanta delicadeza con la que brotan. Van apareciendo diversos aspectos y escenarios de la vida ordinaria compartidos a media voz. La cotidianidad queda transfigurada: las bibliotecas públicas se convierten en santuarios; el encuentro con la vecindad, en consideraciones sobre geopolítica internacional; el agua de la ducha, en reflexiones sobre nuestra sociedad de la abundancia; los olores de la calle, en una celebración de los sentidos; el acto de escribir, en una erudición sobre el arte de la caligrafía”.
Dídac P. Lagarriga (São Paulo, Brasil, 1976) empezó a escribir y a publicar desde muy joven. Siempre con la mirada puesta en la poesía, su trabajo puede tomar la forma de un ensayo, una novela o un diario. Muy interesado por la pluralidad de culturas y religiones, nunca ha podido separar su escritura de su labor como editor y traductor, dando a conocer testimonios y títulos especialmente del mundo islámico y del continente africano. En el 2005 funda en Barcelona Oozebap, entidad dedicada a la difusión de experiencias y reflexiones culturales, políticas y espirituales de África y del islam y para la promoción del diálogo intercultural e interreligioso, con la publicación de veinte títulos de referencia. También colabora habitualmente en prensa y participa en coloquios y encuentros sobre cuestiones vinculadas al islam y al diálogo interreligioso. Ha publicado varios libros, entre los que destacan Eco-yihad. Apertura de conciencia a través de la ecología y el consumo halal (Bellaterra, 2014) y Un islam visto y no visto. Hacia un respeto común (Bellaterra, 2016). En Fragmenta ha publicado De tu hermano musulmán. Cartas de hoy a Charles de Foucauld (2017).
Comentarios desactivados en Carlos de Jesús (De Foucauld): El hermano universal
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.
Juan 12, 24
Hoy, se cumplen 100 años del asesinato de Carlos de Foucauld, y queremos recordar a este hombre, de vida agitada, de sueños imposibles… que sólo encontró la tranquilidad sumergiéndose en la vida oculta de Nazaret… Jesús, su Amado, lo acompañó en un itinerario de abandono absoluto, llegando a ser el “Hermano Universal“·
Oración de abandono
Padre mío
Me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo,
Lo acepto todo,
Con tal que tu voluntad se haga en mí
Y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
Con todo el amor de mi corazón.
Porque te amo
Y porque para mí amarte es darme,
Entregarme en tus manos sin medida,
Con una infinita confianza,
Porque tu eres mi Padre.
*
Carlos de Foucauld, Méditations sur l’Évangile au sujet des principales vertus
Comentarios desactivados en Antonio López Baeza: “Si no volvemos al Evangelio, Cristo no estará con nosotros”
Autor de “Carlos de Foucauld y la fragancia del Evangelio” (PPC)
“¿Qué evangelio leen este tipo de creyentes, incluso de jerarcas católicos, que atacan al Papa?”
(Jesús Bastante).- Hoy nos acompaña Antonio López Baeza. Viene a presentarnos un nuevo libro, editado por PPC, titulado “Carlos de Foucauld, La fragancia del Evangelio“. Nos comenta que Foucauld fue un ejemplo e evangelización y humanidad. Tuvo una vida azarosa y su fe le llegó de forma sorprendente: de la mano del rezo islámico, descubrió la belleza de la oración. Y le cambió la vida. Es un personaje que Antonio conoce muy bien porque lleva años trabajando en la investigación. Y durante 7 años ha dirigido la revista “Iesus Caritas”, fraternidad sacerdotal de Carlos de Foucauld.
Antonio, bienvenido a Religión Digital.
Dinos: ¿Quién es Carlos de Foucauld y por qué continúa siendo un personaje tan buscado y tan leído?
Para nosotros, es el que ha abierto caminos nuevos a la misión evangelizadora de la Iglesia. Por su estancia en África de tantos años con tantas dificultades. Pasó 16 años en el Sáhara. Primero en Beni-Abbès y después en Tamanrasset, donde murió. Fue un hombre que nos hizo ver que la evangelización era, ante todo, un testimonio de amistad desinteresado. Él fue, en primer lugar, militar. Nieto de militares.
Y vizconde.
Exactamente, y Vizconde de Foucauld.
Y después, a partir de su experiencia con los creyentes del Islam, descubrió la belleza de la oración. Cuando en su exploración de Marruecos, donde tuvo que pasar desapercibido porque en aquélla época ningún europeo podía entrar allí. Pasó como judío, acompañado de otro judío. Y en ese tiempo lo que más le impresionó fue la oración de los musulmanes.
Curioso, que fuera a través de la oración islámica cuando reconoce su vocación cristiana.
Fue el comienzo de su conversión. Que se completaría cuando regresó a París con mucho éxito, por su estudio cartográfico del Atlas marroquí, con los mejores premios de París de científicos de aquél momento. Convive con su prima Maria de Bôndi en quien descubre, lo que él después diría en muchos momentos: que tanta inteligencia y bondad, no puede estar enemistada con la fe. Fe de la que él se encontraba lejos, desde que acabó sus estudios a los diez y siete años con los jesuitas de París.
¿Qué papel tiene el desierto físico y el espiritual en la conversión de Foucauld?
Están muy unidos. Él tiene páginas sobre el desierto de una belleza incomparable. Describiendo sus amaneceres y atardeceres, en las numerosas cartas que escribe a sus amigos y familia. Pero es que el desierto con su silencio y su soledad, invita a ir más allá de lo inmediato. Eso es el desierto geográfico, el físico. Pero también es importante ese desierto a nivel de la constatación de los propios límites, buscando a esos propios límites un sentido. Un valor. Porque cuando el ser humano se encuentra desprovisto de medios, es cuando tiene que sacar lo mejor de sí mismo. Y es en ese momento también cuando el hermano Carlos de Foucauld, comienza a profundizar en la contemplación, que él llamaría, “adoración”. Adoración del eterno, del absoluto, en el mismo desierto. Si te fijas en el libro, la editorial PPC ha tenido el acierto de poner en la portada “un” desierto. Porque el desierto junto con Nazaret, son los dos valores principales de espiritualidad del hermano Carlos.
La soledad, para poder encontrarse con el otro.
Y el “Otro” no solo con mayúsculas. El otro, por ejemplo, el musulmán. Él recibió no solo el testimonio religioso orante de los musulmanes, sino que fue también asistido caritativamente por ellos. Y descubrió que la verdadera relación de un creyente con otro creyente, de distintas religiones, es la aceptación del valor de la persona humana, y del amor mutuo, de la fraternidad. Antes hemos hablado de Nazaret y el desierto, y junto con ellos, Carlos desarrolló la conciencia de la fraternidad universal tan cercana a Francisco de Asís.
Y al actual Papa.
¡Por supuesto!
¿Hay algo de Foucauld en Francisco?
Bueno, en mi libro hay varias citas del papa Francisco. Y algunas totalmente referentes a Carlos de Foucauld. En su retiro a los curas que hace todos los años en el Corazón de Jesús, el 15 de junio del año pasado citó textualmente a Carlos de Foucauld como modelo de evangelización. Porque había unido muy claramente la oración a la acción pastoral. Y en el Sínodo de la familia le dedica un capítulo entero porque la espiritualidad en Nazaret coincide, según el Papa, con los objetivos de una verdadera pastoral familiar.
Hablábamos antes del Papa Francisco como alguien que también cree en esa fraternidad universal. Estamos en un momento en que las disputas en nombre de Dios nos están alejando. Asistiendo, más allá de lo que es el Estado Islámico, a una pelea religiosa como no se recordaba probablemente desde la época de las cruzadas. Entre supuestos buenos y supuestos malos.
El papa Francisco está actualizando lo que Francisco de Asís vivió ya en las cruzadas. El diálogo con los musulmanes en plan fraterno. De mutuo enriquecimiento. No se trata de imponer nada, sino de ser capaz de recibir, en una reciprocidad adulta y plenamente espiritual, lo bueno que tienen todas la religiones. Porque el integrismo consiste en pensar que mi religión es la única verdadera. Cuando en realidad esos va en contra de la misma definición de Iglesia católica.
Lo que pasa es que alguno nos acusará ahora de “buenistas”.
¿Buenistas?
De estar pensando siempre que los otros llegan y nos matan, o están asesinando y secuestrando cristianos, etc.
Sí, pero eso supone darles la razón a ellos. Como si el fundamentalismo fuera la solución a los problemas de la humanidad. Cuando estos problemas solo tienen una solución: reconocer que la dignidad de las persona humana está por encima de todos los demás intereses, incluidos los doctrinales, los religiosos y los teológicos. Los dogmáticos.
Debería ser más sencillo trabajar por esa fraternidad universal en un mundo que cada vez está más globalizado en lo económico, en lo mediático. Hoy no pasa algo en el otro lado del mundo sin que nos enteremos al momento. ¿O no es así?
Es que lo globalizado, a mi modo de ver, son las intenciones imperialistas del capital, y lo medios de comunicación de gran alcance. Si se globalizara la conciencia, una conciencia donde fuera la dignidad de la persona el valor máximo, ya se estaría contribuyendo a la fraternidad universal. Y a la lucha contra los fundamentalismos y los dogmatismos, que son los que nos están haciendo daño. Tanto desde un campo como desde otro. Porque no se puede negar cierto fundamentalismo también en sectores de la Iglesia católica.
Que ataca incluso a su propio jerarca. Y últimamente bastante más.
Lamentablemente. Esa es una de las cosas que nos hace sufrir, y que a mí me hace pensar: ¿qué evangelio lee este tipo de creyente, incluso de jerarcas católicos, que atacan al Papa?
¿Con qué fragancia (cogiendo el subtítulo de tu libro), del Evangelio?
¿Con qué argumentos evangélicos, con qué espíritu pueden atacar al Papa, a un hombre que llega a Lampedusa y su primera palabra es “qué vergüenza”? Leer más…
” Qué estas palabras de vocación contemplativa, de contemplación, no te asusten. Que no evoquen a tus ojos una vocación excepcional, de algo tan elevado que la inmensa mayoría de los hombres no puedan acceder.
A la luz de hermano Carlos de Jésus, que te evoquen, la actitud totalmente simple, totalmente confiada, totalmente amante del alma en conversación íntima con Jesús, las ternuras de un niño para con su padre, los desahogos de un amigo con su amigo…
El hermanito Carlos de Jesús no abrió ninguna vía nueva, si no es la vía única, la vía de Jesús… Él te dirá que una sola cosa es necesaria: amar a Jesús. Te hablará de amor para hacerte participar en el amor de Jesús.
Comentarios desactivados en Carta abierta de Carlos M. Franco al arzobispo de Medellín: “Jesús me ha dado la fuerza para ser el que soy: homosexual”
“El lobby-gay de la Iglesia causa heridas de muerte en las conciencias”
Ir en contra de mi propia conciencia es estar en contra de Dios(Martin Lutero).
(Carlos Mario Franco Palacio).-
Yo, CARLOS MARIO FRANCO PALACIO con cédula de ciudadanía No. 70.110.953 de Medellín, Antioquía, bautizado en la Parroquia Nuestra Señora de Belén el 6 de octubre de 1956, partida que reposa en el libro 0001, folio 0086 y número 00212 y confirmado en la misma Parroquia el 16 de Octubre de 1966.
MANIFIESTO:
1. Dar gracias a mis padres y a mis abuelos por la buena y sabia decisión de haber pedido para mí el inapreciable don del Bautismo, acto celebrado en el nombre santo de Dios: Padre y Madre: Hijo y Espíritu Santo. Acto que yo mismo confirmé (Confirmación) en uso de mis facultades unos años después, sellando así y para siempre mi condición de hijo amado de Dios.
2. Mi gratitud para todos mis amigos y amigas que me han honrado y me honran con su amistad; entre ellos sacerdotes, religiosos, religiosas que con su testimonio de vida me han mostrado la gracia y la riqueza del evangelio.
3. Que he caminado junto a muchas hermanas y hermanos de diferentes confesiones cristianas, haciendo a lo largo de mi vida un camino ecuménico en diálogo constante con otras espiritualidades, enriqueciéndome de la diferencia, de la pluralidad en el pensamiento, nunca mirando el mundo sólo desde el espacio particular de mi confesión de tradición romana. La Iglesia para mí es más una vocación de servicio a los hermanos en la construcción de la justicia y de la solidaridad en el Amor, antes que una institución cerrada, antagónica, retrógrada, llena de dogmas y doctrinas, ajena al evangelio y a la realidad humana, que infantiliza a las personas volviéndolas objeto y no sujeto de su proceso de fe.
4. Que en la experiencia de la comunidad y de la amistad desarrollé mi identidad de cristiano católico-romano y en ella encontré la verdad del Señor Jesús que se hace pan y vino compartido (Eucaristía) por la fe de los fieles y que es signo de una comunidad creyente, como lo expresa Pablo al referirse a ella como cuerpo de Cristo (1 Corintios 12), razón por la cual no se puede negar a nadie, pues de lo contrario no sería una acción de gracias. Por lo tanto, no entiendo cómo éste sacramento se convirtió en un “privilegio del clero”, en una propiedad privada de la institución clerical y un “objeto” para la adoración de los creyentes, cuando de por sí es un derecho de los fieles.
5. Que por la gracia de Dios he podido vivir mi condición sexual y mi espiritualidad cristiana. Me siento Hijo amado de Dios por lo que soy. La vivencia de la fe en Jesús que es plenamente hombre, y que hasta después de su muerte fue glorificado por su Padre Dios, me ha dado la fuerza y la claridad de mente para ser el que tengo que ser. Vivo con alegría y en fidelidad a mi compañero con quien llevo 16 años de convivencia. Este es un don que Dios en su bondad y sabiduría tuvo a bien darme. No ha sido fácil construirme como persona en el contexto de una Iglesia y de una sociedad “católico-romana” homofóbica, excluyente y en muchos casos homicida.
6. Que es una realidad que la Institucionalidad católico-romana (Papas, Obispos, Presbíteros) maltrata sobre manera a las personas que somos diferentes, como es el caso de la población diversa en su género y en su sexualidad; pero quizás lo más doloroso es que detrás de estas jerarquías eclesiales se esconde un sin número de homosexuales que “sobreviven” y hacen carrera eclesiástica por el poder, causando dolor en las almas y heridas de muerte en las consciencias. Bien lo ha dicho el Papa Francisco: “Se habla de ‘lobby gay’, y es verdad, está ahí… Hay que ver qué podemos hacer” Esto también ocurre en la Arquidiócesis de Medellín.
7. Que he descubierto con gozo que fuera de los siete sacramentos de la Iglesia, hay otro sacramento igualmente importante: El sacramento de la marginalidad. “Jesús ocupó el último lugar y hasta hoy nadie se lo ha quitado”, como bien dijo el P. Charles de Foucauld. Gracias al Buen Dios, Jesús fue un judío marginal y disidente del judaísmo. Hoy más que nunca es vigente esta liberadora marginalidad de la experiencia de la fe. He reflexionado con madurez e independencia sobre mi adscripción (Partida de Bautismo) a la Iglesia Católico-Romana, y a las doctrinas que postula. Esto me lleva a expresar mi total y definitiva insumisión y oposición. No deseo formar parte de esta institución, ni siquiera como mero dato estadístico. Sé muy bien que el documento parroquial del bautismo y de la confirmación no se pueden alterar ni devolver al interesado, porque son documentos históricos; pero pido que se ponga una nota marginal a dichos documentos de mi no pertenencia a la Institución católico-romana.
8. Que este camino que hoy inicio de una manera particular, muchos cristianos lo han comenzado ya y no necesariamente por adherir a otra confesión cristiana, sino por un problema de consciencia frente a Instituciones que enajenan a las personas. La verdadera comunión apostólica no es la sumisión a la jerarquía, sino la aceptación de la voz de la consciencia que cada uno tiene. La verdadera sucesión apostólica es la fidelidad al Evangelio.
9. Que conozco y acepto las consecuencias eclesiásticas derivadas de esta petición. Entre ellas: Exclusión de todos los sacramentos (canon 1071 s 1, 4° y s 2). La privación de exequias eclesiásticas públicas (canon 1184 s 1. 1°), y la celebración de cualquier misa exequial (canon 1185).
10. Que es de mi profundo convencimiento que ir en contra de mi propia conciencia es estar en contra de Dios (Martin Lutero). La fidelidad a la propia consciencia es un derecho constitucional reconocido por la legislación colombiana en el Art. 18 y a la cual ninguna entidad pública o privada puede oponerse.
En virtud de lo anteriormente expuesto, SOLICITO:
1. Que se proceda sin dilación a considerarme apóstata de la Institución Católica-Romana. Que baste para ello mi voluntad soberana expresada en este documento y avalada por mi firma y con la debida acreditación, mediante la presentación en este acto de copia de mi documento de identidad. Aclaro que utilizo en este documento el término apostasía, porque es la palabra técnica asignada por el derecho canónico (canon 751, donde se define como el rechazo total de la fe cristiana) para este tipo de procedimientos. Aunque en mi caso no estoy renunciando a la fe cristiana, sino a una institución eclesiástica.
2. Que se formalice jurídica y documentalmente el reconocimiento e inscripción pública de este acto que declaro sin lugar a dudas y en pleno uso de mis facultades. Dado que el bautismo que me identifica como miembro de la Iglesia Católica Romana consta en un registro público bajo control privado (Libro de Bautizos parroquial), de igual manera solicito se haga la anotación respectiva para los efectos públicos.
3. Que se den las instrucciones precisas y adecuadas para que se me remita un documento de acuse de recibo en el que se manifieste de forma clara la concreción de la “apostasía“, a la que en consciencia y derecho puedo acceder mediante el presente escrito.
4. Que todos los datos de carácter personal y circunstancias que reposan bajo mi nombre sean cancelados para todos los efectos de cualquier apunte estadístico, u otro.
5. Que se traslade copia fehaciente del presente documento y de lo que en derecho civil y canónico debe ser consecuencia. al actual responsable de la Parroquia de Nuestra Señora de Belén, donde reposan los datos de mi bautizo, a fin de que inscriba en la forma y lugar adecuados junto a la notación bautismal original, el registro que certifique la “apostasía” que en este acto reclamo.
En mérito de lo expuesto, pido el cumplimiento de todas y cada una de las demandas reseñadas y debidamente fundamentadas, por lo que rubrico el presente documento en la ciudad de Medellín, a los diez (10) días del mes de noviembre, día del martirio del sacerdote indígena paez Álvaro Ulcué Chocué, del año 2014.
Respuesta de la Arquidiócesis de Medellín:
En respuesta a su comunicación con fecha 10 de noviembre de 2014, me permito manifestarle lo siguiente.
Acontecimientos históricos como el Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden Sacerdotal, son inscritos en libros expresamente destinados para dicho fin, que reposan en la respectiva Parroquia donde se celebra el sacramento y, como documentos públicos, nadie tiene potestad para suprimir la información que allí se contiene. Porque ninguno de nosotros está en capacidad de borrar la historia, y tan histórico fue su Bautismo, como este acto de apostasía que ahora Usted hace.
Igualmente, quiero manifestarle que su Bautismo se realizó gracias a una decisión libre de sus padres; de no haber sido así, Usted no habría recibido este sacramento. Sin embargo, en esta fecha, de conformidad con su deseo y con mis obligaciones, comunico al Párroco de la Parroquia Nuestra Señora de Belén (Medellín), donde está asentada su Partida de Bautismo, realizado el 6 de octubre de 1956, esta decisión suya de abandonar la fe católica y, por consiguiente, la adscripción a la Iglesia Católica. Se inscribirá una nota marginal en la partida de Bautismo, que dirá: “El día 10 de noviembre de 2014 apostató con acto formal de la Iglesia Católica, por tanto, a partir de la fecha, por disposición expresa del Señor Arzobispo de Medellín, no se expedirá nunca copia de esta partida”.
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