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Madeleine Delbrêl (1904-1964)

Miércoles, 16 de octubre de 2024
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PARA CONSTRUIR UNA IGLESIA MÁS AMABLE Y AMOROSA

Diego Fares, 

Madeleine Delbrêl

Escribir sobre Madeleine Delbrêl es escribir sobre «una de las más grandes místicas del siglo XX», cómo dijo el cardenal Martini [1]. Y si es verdad lo que el mismo cardenal afirmó sobre la Iglesia – «La Iglesia está atrasada 200 años. ¿Cómo es posible que no se sacuda? ¿Tenemos miedo, miedo en lugar de coraje?»[2] -, releyendo la vida de Madeleine podemos decir que en esta hija suya, en su testimonio de vida y en su pensamiento, la Iglesia se adelantó 80 años.

Martini, al hablar del atraso, se refería principalmente a la Iglesia en Europa y al aspecto institucional. Decía: «La Iglesia está cansada en la Europa del bienestar y en Estados Unidos. Nuestra cultura está envejecida, nuestras Iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías y el aparato burocrático de la Iglesia está fermentando, nuestros ritos y nuestra vestimenta son pomposos. ¿Acaso estas cosas expresan lo que somos nosotros hoy? […] El bienestar pesa. Estamos ahí como el joven rico que se marchó entristecido cuando Jesús lo llamó para convertirlo en su discípulo. Sé que no podemos dejar todo fácilmente. Pero al menos podemos buscar hombres libres que estén más cerca del prójimo. […] ¿Dónde están esas personas llenas de generosidad como el buen samaritano?, ¿que tienen fe como el centurión romano?, ¿el entusiasmo de Juan Bautista?, ¿quién busca lo nuevo como Pablo?, ¿quiénes son fieles como María Magdalena? Aconsejaría al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirigencia. Hombres que estén cerca de los más pobres y que estén rodeados de jóvenes y que prueben cosas nuevas. Necesitamos enfrentarnos con hombres que ardan, de modo que el espíritu pueda difundirse por todas partes»[3].

Madeleine es una de esas grandes mujeres que reúnen en sí la fidelidad de María Magdalena, la audacia de Pablo, la generosidad del buen samaritano y la fe y el entusiasmo en y por Jesús de tantos personajes del Evangelio. Muchas, por no decir todas sus propuestas de vida cristiana en medio del mundo – especialmente en los lugares de periferia geográfica y existencial, como la Ivry marxista de hace 80 años – , son las que Francisco actualiza hoy en sus gestos y escritos oficiales.

Retrato

Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan (Dordoña, Francia). Inesperadamente para sus más cercanos, falleció un 13 de octubre de 1964, en su casa de la Rue Raspail 11, en Ivry-sur-Seine, la «villa marxista» donde había elegido ir a vivir y a servir con sus compañeras de comunidad, 30 años antes.

Su amigo y propagador de sus obras, Jacques Loew, nos brinda su mejor retrato, escrito por Krystyna W., compañera de Madeleine, del que tomamos un fragmento: «Vista de lejos, daba el perfil de una mujer sutil, ágil y frágil, pero su porte, y cada gesto, trasuntaba la energía y la decisión de un viejo combatiente en quien el reflejo de estar preparado para entrar en acción siguiendo las órdenes recibidas ha dejado huellas indelebles. Si uno se acercaba a ella, aparecían sus ojos: grandes, luminosos, color marrón claro, que te miraban con atención. Incluso si no tenías ganas de hablar hasta ese momento, algo hacía que se entablara un diálogo, una conversación, en el sentido profundo, etimológico de la palabra. Si no eras capaz de hablar o si no tenías necesidad, todo podía limitarse a un estrechón de manos, a una mirada profunda. Pero, si dejándote atraer por la expresión de su rostro, te animabas a correr el riesgo de dejar entrever un poco de tu alegría o de tu pena, entonces todo su rostro se animaba, como si el viento hiciera temblar la superficie transparente del agua: las expresiones de la compasión, de la comprensión auténtica, del sufrimiento realmente sentido, permitían ver, como a través de una puerta entreabierta, el inmenso camino que había tenido que recorrer esta mujer para llegar a generar encuentros así»[4].

Hija única de Jules Delbrêl y de Lucile Junière, heredó de su padre, ferroviario, el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador. Debido a los traslados por el trabajo de su padre y a su salud frágil, Madeleine recibió una formación no convencional. A los doce años hizo su primera comunión, deseada y ferviente, pero a partir de entonces, el trato con amigos cultos y no creyentes de su padre ejercería en ella una fuerte influencia que la llevó a declararse atea a los 17 años. Marcó su vida el encuentro con Jean Maydieu, joven del que se enamora y que la corresponde, pero que la dejará para entrar en la orden dominicana en 1925.

En 1926, Dios se abre una brecha en su vida y Madeleine, deslumbrada, se convierte. Al reflexionar que no es rigurosamente imposible que Dios exista, decide tratarlo como una persona viva y, en consecuencia, comienza a rezar[5]. Según ella testimonia, el Evangelio, con el que el padre Jacques Lorenzo le enseñó a interactuar, «le explotó» en el corazón y la convirtió de atea de un Dios abstracto en creyente fiel del Dios vivo, una persona a quien se puede amar, como dice Santa Teresa.

En 1933, luego de haber obtenido el diplomado en enfermería y de ser admitida en la Escuela práctica de servicio social, junto a Suzanne Lacloche y Hélène Manuel ingresan para siempre en la comuna de Ivry, para vivir el evangelio entre la gente obrera y estar al servicio de la Parroquia de San Juan Bautista[6]. En 1943, visita su comunidad el padre Jacques Loew. Comienza entre ellos una colaboración y amistad estrecha. En diciembre del mismo año Madeleine publica Misioneros sin barca. Hasta 1946, en que decide dedicarse a tiempo completo a su comunidad, Madeleine desplegó una actividad incansable en el servicio social, primero privadamente y luego en cargos públicos, con diferentes administraciones, marxistas y anti-marxistas, siendo respetada y buscada por todos[7]. Madeleine resiste la «tentación marxista»: trabaja codo a codo con todos, pero desde su amor por Jesucristo y la Iglesia. Su fidelidad al Papa la lleva en agosto de 1952 a peregrinar a Roma con el fin de rezar en San Pedro por la renovación misionera que ha surgido en Francia, para que permanezca en la unidad de la Iglesia. En 1953, realiza una nueva peregrinación en medio de la crisis del movimiento de sacerdotes obreros, para interceder por ellos ante Pío XII. En 1961 abren una fraternidad en Costa de Marfil, adonde viajará a pesar de no encontrarse bien de salud. En 1962 se le pedirá un trabajo sobre las formas de ateísmo contemporáneo con vistas al Concilio. Madeleine envía un dossier sobre «Ateísmo y evangelización» pocos días antes de la apertura conciliar. Muere en 1964. En 1996 es declarada Sierva de Dios.

Madeleine y papa Francisco

Francisco confiesa no haber conocido en su juventud mucho de la vida y los escritos de Madeleine, pero lo que le impresiona de esta «gran mujer» es «cómo se metía en las barriadas más pobres»[8].

Dos breves menciones a la venerable. En el 2015, el papa Francisco y el resto de los miembros de la curia romana se reunieron en Ariccia, en la Casa Divin Maestro de los religiosos paulinos, para realizar los Ejercicios Espirituales. El retiro de Cuaresma estaba dedicado a la vida del profeta Elías; pero «junto a Elías, hubo una “compañera” de viaje en los ejercicios de la curia. En el programa preparado para la ocasión por la Prefectura de la Casa Pontificia, al lado de una imagen de un icono que representaba al profeta con su carro de fuego, hay un breve escrito de la mística francesa Madeleine Delbrêl. «La verdadera soledad», se lee, «no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios», y continúa: «no hay soledad sin silencio. El silencio: a veces es callar, siempre es escuchar»[9].

El Papa también citó expresamente a Madeleine en la audiencia dirigida a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, e invitó a rogar por su intercesión: «Pedid insistentemente al Espíritu Santo que os guíe e ilumine. Que os ayude, en el ejercicio de vuestro ministerio, a hacer que la Iglesia de Jesucristo sea amable y amorosa, de acuerdo con la bella expresión de la Venerable Madeleine Delbrȇl[10]. Con esta fuerza proveniente de lo alto, os sentiréis empujados a salir para estar más cerca de todos cada día, especialmente de aquellos que están heridos, marginados, excluidos»[11].

Madeleine_Delbrel2Madeleine Delbrêl es una de las Santas de la puerta de al lado de las que siempre habla el Papa; una mujer que situó su vida en medio de las barriadas pobres marxistas y ateas de Ivry. Es la mujer que, para escuchar a Dios, no se va al desierto de arena, sino al desierto de las multitudes, al medio de la calle, al metro, a los barrios más pobres: va con la actitud de la que quiere ser hermana de todos y servir a todos y, escuchando a cada uno, aprender a escuchar la voz de Dios, que habla siempre a través de los más pequeñitos y abandonados.

Escribir sobre Madeleine Delbrêl implica un continuo deshacer el camino andado hacia la literatura para reemprender el camino hacia el evangelio. En la corrección trabajosa de sus escritos se nota este empeño de Madeleine no de hacer literatura, sino de sacar todo lo que pueda quitar la palabra a Dios. En su meditación sobre el silencio hará notar que el silencio es activo: activa escucha de Dios. Que no lo impiden los ruidos normales ni las palabras normales de la vida. Lo impide la actitud del que con sus palabras le quita la palabra a Dios. El 15 de marzo de 1956 ella hace notar que no escribía por el gusto de escribir: «evitar caer un día u otro en la “literatura”, lo que me parecería el peor de los males»[12]. Por eso, cuando escribe, dice que no quiere hacer un trabajo de síntesis, sino dejar – siguiendo la vida – que se constituya un dossier sobre diversos aspectos de los temas.

Si Madeleine viviera hoy podríamos decir que cada exhortación apostólica y encíclica del Papa hubiera caído como anillo al dedo a su carisma y a sus aspiraciones. Al respecto, afirma don Luciano Luppi: «Cuando leemos hoy la Evangelii gaudium del papa Francisco, o Fratelli tutti, a la luz de muchos pasajes de la obra de Delbrêl, se observa una sorprendente consonancia entre los dos. Y, sin embargo, han pasado décadas desde entonces. ¿Por qué? Las motivaciones pueden ser múltiples. El papa Francisco y Madeleine Delbrêl tienen varias cosas en común: la cercanía a las enseñanzas espirituales de san Francisco y san Ignacio; una lectura del Evangelio que no es abstracta o espiritualista, sino preocupada de la adhesión profunda a lo concreto del Evangelio y de la vida; la voluntad de dejarse interpelar por el dolor de los pobres, escogiendo compartir la marginalidad y la pequeñez, el conocimiento vivo del Evangelio como el de una noticia sorprendente y decisiva, de la que el cristiano no puede sino sentirse en deuda con todos»[13].

Una Iglesia que “se construye”

Un hecho singular en la vida de Madeleine ayuda a comprender su concepción de la Iglesia. En 1952 Madeleine hizo un viaje relámpago a Roma para rezar ante la tumba de Pedro. Había manifestado a sus compañeras la necesidad de rezar por la misión de Francia. Estaba convencida de que a los sacerdotes obreros les estaba faltando el fundamento de la oración de todos los cristianos y había sentido la necesidad de hacer una peregrinación a Roma para orar ante la tumba de San Pedro. Iba a pedir que la gracia del apostolado que le había sido dado a Francia no se perdiera, sino que se mantuviera en la unidad y que esta gracia fuera reconocida y fortalecida por la Iglesia. Sin embargo, alguien le susurró al oído que le parecía un poco caro hacer un viaje de ida y vuelta a Roma sólo para rezar unas horas en San Pedro.

Esa misma semana, una amiga sudamericana de Madeleine que había visitado la comunidad, no habiendo podido comprar flores para dejar de regalo, compró un billete de lotería. Lo dejó sobre la mesa y nadie le prestó atención, hasta que se dieron cuenta de que era un billete ganador. ¡Y exactamente de la suma que se requería para hacer un viaje como el que quería hacer Madeleine! Fue así como ella viajó dos días y dos noches, estuvo 12 horas casi ininterrumpidas rezando en San Pedro – «à cœur perdu… et à perdre cœur» – y luego regresó a su tierra. Toda esta peripecia la hacía sin saber que un tal Jean Guègen la estaba esperando ese 6 de mayo de 1952 en Termini, con un billete para una audiencia con Pío XII.

En el prólogo a su biografía de Madeleine, Guéguen cuenta que en marzo de 1952 una amiga de Madeleine, con la que se habían conocido estando ella de gira por Roma, le escribió pidiéndole que recibiera «a una amiga» que llegaría a Roma, a la estación de Termini. Guèguen no conocía el aspecto de Madeleine y no lograron encontrarse[14]. Al regresar a su casa, Jean puso el billete para la audiencia con el Papa Pío XII en una carta y se lo envió a Madeleine al nº 11 de la calle Raspail, en Ivry. Cuando Madeleine lo recibió, le escribió una carta al Papa pidiendo perdón y así comenzó la amistad con Jean Guèguen[15]. Al año siguiente, Guèguen le ayudará a obtener la entrevista. Este es quizá un bello ejemplo del desfase de tiempos entre lo que el Espíritu obra en el corazón de un miembro pequeño del pueblo fiel de Dios y lo que obra en la maquinaria oficial de la iglesia jerárquica. Lo interesante no es el desfase, sino cómo lo vive con buen espíritu la primera interesada. En su libro Noi delle strade, Madeleine cuenta que fue a Roma para rezar y no para pedir «luces», pero algunas cosas se le impusieron como una misión[16]. Una, que Jesús, que había hablado tanto del poder del Espíritu Santo y de su vitalidad a propósito de la Iglesia, dijo que la habría edificado sobre Pedro, que se había convertido en una piedra. «¡Una piedra a la que se le ha pedido que ame! Según el pensamiento de Cristo la Iglesia no debe ser sólo algo vivo, sino algo construido[17]».

Esta revelación, que se le impone sencillamente, del pensamiento de Cristo acerca de una Iglesia que debe ser «construida», resuena en todas las dimensiones y acciones de la vida de Madeleine. Destacamos cuatro. La primera, que para construir la Iglesia hay que «hacer lugar a Dios». No necesariamente un gran lugar. Basta dejar que Él se abra una brecha y entre en nuestra vida. Segundo: para construir la Iglesia hace falta situarse. No en cualquier lugar ni en todo el espacio, sino allí donde el Espíritu abrió su brecha. A veces hemos confundido el espíritu de ir a todos los pueblos con ocupar territorialmente todo el mundo, cuando de hecho, hay lugares donde hay que permanecer y otros de los que hay que sacudir hasta el polvo de las sandalias, al menos hasta que venga un tiempo favorable. En tercer lugar, para construir la Iglesia hay que profundizar. Profundizar en la oración y en la conversión. Por último, para construir la Iglesia hay que incluir a todos.

La brecha: permitir que Dios se haga lugar

Para construir la Iglesia hay que permitirle al Señor que se haga lugar. «A los veinte años – confesaría años despúes Madeleine – fui literalmente “deslumbrada por Dios”; lo que había encontrado en Él no lo había encontrado en nada. Fue el abad Lorenzo quien hizo estallar, para mí, el Evangelio… el cual se convirtió no sólo en el libro del Señor vivo, sino en el libro del Señor para ser vivido»[18].

Madeleine descubre a un Señor que está del lado de la vida. Un Dios que no niega la danza, la poesía, la música, la literatura, el teatro, la filosofía… Ahora que ve la vida de esta manera cada minuto adquiere una importancia singular. Gracias al abad Lorenzo Dios deslumbró a Madeleine, el Evangelio se abrió paso en su vida no como una luz que viene de lo alto y entra en la oscuridad de un bosque, sino como una luz que «estalla», como una onda expansiva de luz que se expande desde adentro hacia afuera. Así concebirá Madeleine la misión del cristiano, como la misión de dar vida y salud al que nunca la tuvo o ya no la tiene. Afirma: «Si los cristianos deben recibir la Gracia en ellos, rezar y sufrir para que la evangelización del mundo sea eficaz, para que los pecadores sean curados, esto no puede eximirlos de ser, cada uno en la frontera con el no creyente con el que confina = brecha para el Evangelio»[19].

Recibir la gracia en sí está en tensión con ser brecha para que la gracia llegue a los demás. No se trata solo de «ser» iluminados por el Evangelio, sino de, al mismo tiempo, ser «brecha» para que pase a los otros esta luz. Y no solo para que pase: importa también discernir dónde esta luz del Evangelio está ya operante: «Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno, sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal, ya que el mal es ausencia de bien[20].

Situarse

Para construir la Iglesia hay que situarse. Madeleine fue una mujer situada, que encontró su lugar en el mundo y allí echó raíces y fructificó. El lugar tiene que ver no solo con la construcción, sino con las cosas superfluas que se dejan de lado para que la vida crezca en lo esencial. Se va a vivir a las barriadas pobres porque la palabra, para ser experimentada y escuchada y entendida, necesita este espacio de la proximidad y cercanía.

Pero lo que maravilla es cómo se concreta esta concepción suya, que es a la vez la más simple y tradicional: la del mal como ausencia de bien. Se concreta en ir a vivir allí donde, más que «haber» mal, lo que hay es «ausencia de bien». Sin ocuparse de la cizaña, ir a sembrar un poco de bien y de vida donde falta. No se trata de ir a arrancar la cizaña sino a sembrar(se) como un poco de trigo bueno. Es todo lo contrario de alejarse del mundo e ir al desierto para vivir allí la propia santidad. Para Madeleine, es en medio de los hombres donde Dios ama estar. Se convierte así en la mujer que una y otra vez pone su vida como levadura en la masa. Madeleine como las santas de la puerta de al lado, se mete en medio de su pueblo para hacerle lugar a Dios en la acción y en la palabra.

La acción con la que Madeleine le hace lugar al obrar de Dios tiene que ver con el estilo de las bienaventuranzas. Afirma Madeleine en «Felices los mansos»: «Para cumplir tu obra sobre la tierra, tú Señor no tienes necesidad de nuestras acciones sensacionales, sino de un cierto volumen de acatamiento amoroso, de un cierto grado de obediente docilidad, de un cierto peso de ciego abandono, situado no importa donde en medio de la multitud de los hombres. Y si en un solo corazón se encontraran juntos todo este peso de abandono, este acatamiento amoroso y esta docilidad, el aspecto del mundo cambiaría, ciertamente. Porque este solo corazón te abriría el camino, se convertiría en la brecha para tu invasión, en el punto débil donde cedería la rebelión universal»[21]. La invasión de la que habla Madeleine recuerda lo que dice el papa Francisco acerca del «desborde de la Misericordia»: «Se trata de discernir el punto concreto – de apertura, de fragilidad, de abajamiento – que permite el desborde de Dios. Cuando decimos “punto concreto”, nos referimos al hecho de que el desborde puede ocurrir sea por medio de una intervención en el momento justo, sea por un cambio de tono, o quizás por un gesto de abajamiento y/o de acercamiento al otro, que desequilibria lo que bloqueaba la relación vital»[22].

Profundizar

Para construir la Iglesia es necesario profundizar. A partir de 1933, en que se establece en Ivry, Madeleine pasa de la idea de una «misión en extensión», con las consiguientes partidas a lugares lejanos, desarraigos y nuevas fundaciones, a lo que ella llama una «misión en profundidad»[23]. Lo expresa mejor que en ningún otro escrito en un breve retrato de Santa Teresita del Niño Jesús: «Quizás Teresa de Lisieux, patrona de todas las misiones, fue designada para vivir al comienzo de este siglo un destino en el cual el tiempo estaba reducido al mínimo, los actos reconducidos a lo minúsculo, el heroísmo indiscernible a los ojos que lo ven, la misión limitada a un metro cuadrado: y esto para que nos enseñase que ciertas eficacias se escapan a la medida del reloj, que la visibilidad de los actos no siempre los recupera, que a las misiones en extensión se estaban por agregar aquellas en intensidad (que van) al fondo de las almas humanas, las misiones en profundidad, allí donde el espíritu del hombre interroga al mundo y oscila entre el misterio de un Dios que lo quiere pequeño y despojado y el misterio del mundo que lo quiere poderoso y grande. Prueba evidente de que consolidar un compromiso misionero con el marxismo no es algo accesorio, un refuerzo artificial, sino un retomar las fuerzas vitales en el lugar mismo en que se quiere minar la fe»[24].

En una charla que dio a sus compañeras de comunidad en 1956[25], Madeleine hace unas reflexiones muy hermosas y prácticas acerca de saber aprovechar los momentos en que se nos vuelve cercano Jesús haciendo lugar a Dios en la profundidad. Su charla era sobre la oración, porque es en la oración donde se nos aproxima Jesús, donde maduran la apertura del Reino y nuestra capacidad para entrar en él. Madeleine afronta un problema muy actual: no tenemos ni espacios ni tiempos adecuados para rezar. No los tenemos tal como los imaginamos cuando pensamos cómo deberían ser un lugar y un tiempo de oración, según una imagen un poco idealizada de la vida contemplativa. Ella nos hace ver que la oración es encuentro con el Dios vivo: cuando rezamos «nos encontramos al Cristo vivo»[26]. Y para las personas vivas siempre hay tiempo y espacio, aunque no sea el ideal (y si no lo hay, las personas mismas se lo hacen).

Aquí, Madeleine hace una consideración muy interesante acerca de una cercanía que, si no se da «horizontalmente», siempre se puede dar «en profundidad»[27]. Recuerda que en la antigüedad, para obtener calor había que quemar madera o sacar carbón, lo cual requería trabajar sobre grandes extensiones de tierra. Hoy se «perfora» un pozo petrolífero y se obtiene un combustible aún mejor. La cuestión es que el deseo de calor y de energía es lo que mueve a buscar los medios. En la oración es igual: el deseo de Jesús – de su calidez y de su energía vital – es el que crea espacios de oración y hace que se encuentren momentos maduros dondesea que uno esté.

Escuchemos a Madeleine sobre los espacios y tiempos para rezar: «El retiro al desierto puede consistir en cinco estaciones del metro al fin de un día en el cual estuvimos perforando un pozo (profundizando con nuestro deseo de Jesús) hacia esos mínimos instantes que la vida nos regala. Y por el contrario, el desierto mismo puede ser sin “retiro” si hemos esperado a estar allí para empezar a desear el encuentro con el Señor. Nuestras idas y nuestros retornos – y no solamente aquellos que se hacen de un lugar a otro, sino también los momentos en los que nos vemos obligados a esperar – ya sea para pagar en la caja, para que se libere el teléfono o para que se haga un lugar en el micro, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros nos hayamos preparado para ellos. A ver los momentos desperdiciados porque no estábamos listos, podemos considerarlos como aquello que son: un pecado venial. Pero si un día en nuestra relación con el Señor no se tratará más de considerar pecados, sino amor, quizá tomaríamos conciencia de haber sido ridículos amantes»[28]. «¡Ridículos amantes!» Qué bien captado lo esencial y qué bien expresado. El que ama aprende rápido de sus errores sin necesidad de que otro se los eche en cara.

La cercanía o lejanía del Reino, en la cosmovisión de Delbrêl, es cuestión de amor. El que está enamorado profundiza todo el día en el deseo de encontrar a la persona amada y no se pierde la oportunidad de un encuentro porque sea breve; al contrario, si se trata de un encuentro casual, en el que se tiene poquísimo tiempo, se aprovecha mejor, y da una alegría más grande que si se hubiera planeado y se contara con todo el tiempo del mundo. Continúa Madeleine: «Harían falta muchísimos ejemplos para hacer comprender que en el Evangelio no es el tiempo o el lugar lo que más cuenta. Entre personas que se aman, el tiempo que han tenido para decírselo a veces ha sido brevísimo. Cada uno ha tenido tal vez que salir para su trabajo o para cumplir con una obligación. Pero ese trabajo y esa obligación no habrán sido ese día otra cosa que el eco de las pocas palabras dichas con amor en pocos minutos. Si hemos perdido a alguien a quien amamos y nos encontramos con una carta suya o con alguna nota que nos dicen un poco de su vida nos parece haber encontrado un tesoro. Y nuestro espíritu queda verdaderamente pleno con este tesoro. Y si por casualidad estas notas hablaran acerca de lo que esta persona amada pensaba de nosotros, lo que deseaba que nosotros hiciéramos, esas palabras se convertirían en nuestro pensamiento dominante. El Evangelio es un poco todo esto para nosotros o, al menos, debería serlo. Si lo queremos estudiar desde el punto de vista histórico o teológico el Evangelio requerirá tiempo. Pero si en el Evangelio buscamos algo del Señor vivo que todavía ignoramos: su palabra, su pensamiento, su modo de obrar, aquello que quiere de nosotros; en fin, algo de Él mismo, éste “Él mismo” que buscamos en todos los lugares donde Él nos dice que está, y que nunca encontramos tanto como querríamos, para esto, no es de tiempo que tenemos necesidad. Más exactamente: es de todo nuestro tiempo que, en un cierto sentido, tendremos necesidad. En efecto, vivir no exige tiempo: se vive todo el tiempo, y el Evangelio debe ser, antes de todo, vida para nosotros. Para que las palabras del Evangelio que hemos leído, rezado, y que quizá hemos estudiado, puedan realizar su trabajo de vida en nosotros, es necesario llevarlas con nosotros todo el tiempo que les es propio, para que la luz que les es propia nos ilumine y vivifique»[29].

Incluir

Un modelo actual de inclusión era para ella Charles de Foucauld. «Para estos hombres [como el padre de Foucauld] el amor a Jesucristo lleva al amor a todosnuestros hermanos. […] Sin esperar resultados, sin alterarse por su total fracaso; conserva su paz cuando, después de pasar toda su vida en el desierto, su único balance es la conversión – no muy firme – de un africano y de una anciana. Ama por amar, porque Dios es amor y está en él, y porque amando «hasta el extremo» a todos los suyos, imita – en la medida de lo posible – a su Señor[30]. «Señor, haz que todos los humanos vayan al cielo», es la primera oración que se propone enseñar a los catecúmenos que nunca tendrá[31]. Para Madeleine, el Padre de Foucauld ha resucitado para nosotros «la figura fraterna de todos de Jesús en Palestina, que acoge en su corazón, a lo largo de los caminos, a obreros y sabios, judíos y gentiles, enfermos y niños, tan sencillo que a todos les resulta inteligible. Nos enseña que, al lado de los apostolados necesarios, en los que el apóstol debe impregnarse del medio que tiene que evangelizar y con el que casi tiene que desposarse, hay otro apostolado que requiere una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo adquirido anteriormente, de todo nuestro yo social, una pobreza que da vértigo. Esta especie de pobreza evangélica o apostólica nos da una disponibilidad total para reunimos en cualquier sitio con cualquiera de nuestros hermanos, sin que ningún bagaje innato o adquirido nos impida correr hacia él. Al lado del apostolado especializado, se plantea la cuestión del todo a todos[32].

Reza Madeleine en su «Liturgia de los sin oficio», una noche entre 1945 y 1950, en que va con sus compañeras a un café y contempla a tantas personas que «solo están allí por no estar en otro sitio»: «Dilata nuestro corazón para que quepan todos; grábalos en ese corazón para que queden inscritos en él para siempre»[33]. Para construir la Iglesia hay que incluir a todos. La presencia de todos en el deseo básico, inicial, cotidiano, y el trabajo por hacer real esta inclusión de todos, uno a uno, será lo que dé la medida y las estructuras de la construcción. El uno a uno es un universal concreto: es por donde se desborda la misericordia de Dios.

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  1. Cfr D. Roccheti, «Madeleine Delbrêl, una donna di fuoco», en https://www.amicidilazzaro.it/index.php/madaleine-delbrel-una-donna-di-fuoco/
  2. Cfr G. Sporgill, «Chiesa indietro di 200 anni», en Corriere della Sera (https//bit.ly/36pxMHI), 1 de septiembre de 2012.
  3. Ibid.
  4. M. Delbrêl, Noi delle strade, Milano, Gribaudi, 1969, 8-9, con la introducción de Jacques Loew, de 1957.
  5. Cfr. Ibid., 17; M. Delbrêl, Ville marxiste, terre de mision, París, Editions du Cerf, 1957, 225.
  6. La caridad de Jesús fue el nombre que dieron a su comunidad de mujeres laicas Madeleine y sus primeras compañeras en 1933. El grupo no estaba ligado a ninguna organización, no preveía votos ni promesas oficiales. La vida común era muy intensa. El fin era unirse lo más posible a Cristo en pleno mundo, imitar su vida, obedecer al Evangelio y transmitirlo. Lo cual exigía una vida de oración fuerte y dejarse conducir por la caridad hacia una acción siempre concreta, viendo un hermano en el prójimo, tratándolo sin tacticismos, sino con todo el amor de Jesús (cfr M. Delbrêl, «Pedido de información a propósito de su modo de vida», en https://it.cathopedia.org/wiki/Anne_Marie_Madeleine_Delbrêl#La_Charit.C3.A9_de_J.C3.A9sus.
  7. En 1937 obtiene con la nota máxima el diploma de asistente social. Su tesis «Amplitud independencia del servicio social» es publicada inmediatamente. En 1938 publica «Nosotros, gente de la calle» en la revista Études Carmelitaines. El 21 de septiembre de 1939 es nombrada asistente social de la comuna de Ivry. En 1940, la administración comunista es destituida en Ivry y Madeleine coordinará todo el servicio social. Cuando regresen los comunistas, en 1944, continuará su trabajo colaborando con ellos.
  8. Conversación personal con el autor.
  9. Cfr C. Santomiero, «Francesco agli esercizi: in compagnia di Elia e Madeleine Delbrel», en https://it.aleteia.org/2015/02/23/francesco-agli-esercizi-in-compagnia-di-elia-e-madeleine-delbrel/
  10. «L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimable. L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimante»: «Hay poner todo el empeño para volver amable a la Iglesia, hay que esforzarse al máximo para hacerla amable». (M. Delbrêl, Nous autres, gens des rues, París, Seuil, 1995, 137).
  11. Francisco, Discurso a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, 1 de octubre de 2018.
  12. M. Delbrêl, La alegría de creer, Santander, Sal Terrae, 1997, 22.
  13. L. Luppi, «Delbrêl, la mistica che ama le periferie come Bergoglio», en Credere, 15 de Marzo de 2015, 48-51.
  14. Cfr J. Guèguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, Milano, Massimo, 1997, 6-8.
  15. «Jean se convierte en el hombre de confianza y el facilitador de los contactos cada vez que va a Roma. Este visita con frecuencia el 11 rue Raspail, en Ivry, y se vuelve un familiar de los “Equipes Madeleine Delbrêl”, bastante después de la muerte de Madeleine, el 13 de octubre de 1964» (G. François, «Décès du Père Jean Gueguen, premier postulateur de la cause en béatification de Madeleine Delbrêl» en Église catholique en Val-de-Marne [https://bit.ly/36qm5R7].
  16. Le escribe Madeleine a Jean: «Cuatro personas que no conocía antes de estos últimos años me ayudaron sin motivo. Tú eres una de ellas y puedo decirte que las cuatro, en diferentes terrenos, me han dado incomparablemente más de lo que puedes imaginar» (M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 27). ¿De qué se había «hecho cargo» Madeleine cuando le escribió: «Lo que tengo como encargo, es, después de Dios, gracias a ti»? (traducción nuestra del francés). Tal vez, sin Jean Guéguen, Madeleine «sólo» habría ido a Roma a rezar. Para ella eso era lo esencial. Pero Jean la había «cargado» (con una misión) poniéndola en contacto con Pío XII y con el obispo Veuillot. A partir de entonces, Madeleine fue a Roma cada año durante los siguientes diez años. Guéguen la había ayudado a concretar ese «indispensable ir y venir entre la jerarquía y los fieles», sin el cual la misión no podría prosperar. Sobre todo y más allá de eso, Jean fue también el amigo inesperado durante los años más difíciles, de 1955 a 1958, cuando la «Caridad» estaba en crisis y el apoyo a Madeleine se había esfumado. Fueron entonces cuatro los que ayudaron a Madeleine «sin razón», cuatro personas providenciales mientras Madeleine vivía con gran dificultad este tiempo de gran dolor y aislamiento (cfr J. Guéguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, cit., 66-67).
  17. M. Delbrêl, Noi delle strade, cit., 134-136.
  18. Cfr D. Roccheti, «Madaleine Delbrêl, una donna di fuoco», cit.
  19. M. Delbrêl, «Lettera del 18 aprile 1951 a padre J. Loew», en Id., Insieme a Cristo per le strade del mondo, vol. 2: Corrispondenza 1942-1952, Milano, Gribaudi, 2008, 167.
  20. Ibid., 176-177.
  21. Id., La alegría de creer, cit., 53.
  22. D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. Trabbocare mentre si è in cammino», en Civ. Catt. 2020 I 535.
  23. M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 19.
  24. Id., Noi, delle strade, cit., 11-12.
  25. Cfr Id., La alegría de creer, cit., 209 ss.
  26. Ibid., 214.
  27. Cfr Ibid., 217-218.
  28. Ibid., 219.
  29. Ibid., 219-220.
  30. Id., «Por qué amamos al Padre de Foucauld», en La alegría de creer cit., 40-41.
  31. Ibid., 42.
  32. Ibid., 45.
  33. Ibid., 206.

***

IMG_7995Diego Fares: 

Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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David, pecador y creyente.

Sábado, 17 de febrero de 2024
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     [La historia de David] llena de sensatez, no es lejana para nosotros, porque David es un gran modelo para todos los tiempos. Nos enseńa cómo a partir de pequeńas desatenciones puede entrar el hombre en graves dificultades, y si no mantiene la mirada fija en Dios cae en errores cada vez más grandes para cubrir los precedentes. Dios, sin embargo, es rico en misericordia e interviene para ayudarnos a volver a encontrar lo mejor de nosotros, a volver a encontrar lo que el Espíritu ha puesto como don en nuestro corazón: el amor a la verdad, a la justicia, a la lealtad.

        Nos reconocemos en David porque en cada uno de nosotros está el corazón malvado del que procede el desorden. Por eso nos invitan el salmo 50 y el relato [del segundo libro de Samuel] a reflexionar en serio: no podemos presumir de estar exentos de la culpa sólo porque no seamos reyes o no tengamos el poder de David. Es nuestra condición humana la que se encuentra en un destino de desorden y, por eso, corre el riesgo de convertirnos, al menos en las pequeńas circunstancias, en prisioneros de nosotros mismos, incapaces de reconocernos y de confesarnos pecadores. Sólo la gracia de Dios, continuamente invocada y acogida, vuelve a ponernos cada día en la verdad.

   [Reflexionemos] sobre todo el contexto de la historia de Betsabé y de Urías, preguntándonos en la oración por qué los libros sagrados han querido contar tales acontecimientos y otorgar tanto espacio a la descripción de este pecado de David y tanta importancia a la sucesión (cf. 1 Reyes). Sólo así nos será posible comprender la figura de David en todo su significado y, en consecuencia, comprender la historia de la salvación, comprender que en el rostro de Cristo resplandecen la luz de Dios y la esperanza de los hombres.

*

Carlo María Martini
David, pecador y creyente,
Editorial Sal Terrae, Santander 1996.

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“El pecado de omisión en la Iglesia Católica (Dos visiones distintas”, por José Manuel Coviella.

Jueves, 30 de junio de 2022
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3AE508CC-1308-49E6-A5F2-257771A89C4ADel cardenal Martini al cardenal Omella median 300 años

“De los 200 años del cardenal Martini, que dijo en 2009 que: ‘La Iglesia se ha quedado 200 años atrás’, a los 100 años que el cardenal Omella, dijo (13-5-2022) que son necesarios para asimilar el cambio”

“Estoy de acuerdo con la afirmación del cardenal Martini. Y veo la de Omella muy pesimista y falta de valentía cuando menos. ¿Estamos ante un pecado de omisión?”

“Los pecados de comisión son aquellas acciones negativas que se realizan de manera proactiva.El pecado de omisión es un pecado que sucede al no hacer algo que es correcto. Es preciso tomar conciencia de que si el bien no actúa, el mal sí actúa”

“¿Cómo tiene que ser la Iglesia del siglo XXI?”

De los 200 años del cardenal Martini, que dijo en 2009 que: “La Iglesia se ha quedado 200 años atrás”. A los 100 años que el cardenal Omella, dijo (13-5-2022) que son necesarios para asimilar el cambio. “… Somos participes de ese cambio pero el fruto no se verá hasta dentro de 100 años…”. Dijo también que “…el Concilio Vaticano II, no lo tenemos asumido del todo…se necesitará 100 años por lo menos para integrarlo bien…”  

Estoy de acuerdo con la afirmación del cardenal Martini. Y veo la de Omella muy pesimista y falta de valentía cuando menos. ¿Estamos ante un pecado de omisión?

Estamos en un proceso sinodal. La Iglesia entera ( todos los bautizados, es decir, Papa, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos ) participan, garantizando el tomar parte en la reflexión, buscando la comunión, la fraternidad y caminando juntos en la misión. Hasta el 15 de agosto de 2022 es el plazo para la presentación de los resúmenes de las consultas por parte de las Conferencias Episcopales, las Iglesias Orientales Católicas sui iuris y los demás organismos eclesiales.

Comisión y omisión

Todo lo negativo que se genera en el mundo, se genera también por la apatía o la omisión de las personas. Lo negativo que se haga o se permita siempre acaba repercutiendo a toda la humanidad. Los pecados de comisión son aquellas acciones negativas que se realizan de manera proactiva. Mentir, robar, calumniar, etc. son ejemplos de pecados de comisión. El pecado de omisión es un pecado que sucede al no hacer algo que es correcto. Es preciso tomar conciencia de que si el bien no actúa, el mal sí actúa.

“…El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado…” (Sant.4,17). En la parábola del Buen Samaritano vemos que el hombre que necesitaba ayuda es visto por un sacerdote y un levita que pasan de largo. Los dos sabían lo que hacían y no hicieron nada. El tercer personaje, un samaritano, se detuvo y tuvo compasión del que necesitaba ayuda. (Lc.10,30-37).  Jesús nos dice, con este relato, que es pecado también el evitar hacer el bien.

Y en Mt.25,31-46, viene a decir lo mismo cuando describe que los que vieron a otros hambrientos y sedientos, pero no les dieron agua y alimento; o los que vieron a gente con necesidad de vestido o enfermos o en la cárcel y no hicieron nada para vestirlos, consolarlos, visitarlos, son conductas de pecado de omisión, porque podrían haber atendido a esas personas en esas necesidades y no lo hicieron.

Carlo María Martini: “La Iglesia se ha quedado 200 años atrás”

La rigidez «proviene del miedo al cambio. Detrás de toda rigidez «hay un desequilibrio». A Carlo María Martini, fallecido en 2012, uno de los más prestigiosos biblistas católicos, se le atribuye la afirmación, poco antes de morir: «la Iglesia católica lleva más de 200 años de retraso”, quería la revisión del papel de la mujer en la Iglesia, conocedor de que «en la historia de la Iglesia hubo diaconisas. No se puede entender una Iglesia sin mujeres, pero mujeres activas en la Iglesia. Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.

“…Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir… El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos…”“Evangelii Gaudium” (2013),( nº: 104), año 2013.

“La Iglesia se ha quedado doscientos años atrás (decía Martini en el año 2009)”

– Nuestra cultura ha envejecido,

– Las casas religiosas están vacías y el aparato burocrático de la Iglesia crece.

– Los ritos y hábitos son pomposos.

Hay cuestiones candentes que afectan a la Iglesia y que, en palabras del cardenal Martini, no pueden esperar más y han de ser abordadas de forma inmediata. Temas como la actitud de la Iglesia hacia los divorciados (es obligado hacer una revisión de la normativa canónica y eclesial), el nombramiento y la elección de los obispos, el celibato de la vida consagrada y los sacerdotes, el papel de los laicos en la Iglesia, la relación entre la jerarquía eclesial y la política y los gobiernos, son algunas de esas cuestiones.

La Iglesia necesita hacer una mirada retrospectiva, ver lo que se ha logrado, considerar los pecados. Martini expresó que la Iglesia debe reconocer sus propios errores y debe realizar un cambio radical.

¿Cómo tiene que ser la Iglesia del siglo XXI?

1- Se precisa conversión. Las preguntas sobre la sexualidad y sobre todos los temas que implican el cuerpo son un ejemplo de ello. Tenemos que preguntarnos si las personas aún escuchan los consejos de la Iglesia. Muchas personas se han alejado de la Iglesia, y la Iglesia se ha alejado de las personas ¿Es la Iglesia todavía una autoridad de referencia o sólo una caricatura en los medios? Hoy no es la Iglesia la única que que produce cultura, ni la primera, ni la más escuchada. Por tanto, es necesario un cambio de mentalidad pastoral.

2- Fidelidad a la Palabra de Dios. El Concilio Vaticano II devolvió la Biblia a los católicos.

3- Los Sacramentos. Los sacramentos no son una herramienta para la disciplina, sino una ayuda en los momentos del caminar y en las debilidades de la vida.  ¿Llevamos los sacramentos a los personas que necesitan una nueva fuerza?

4- La tradición. La tradición es el rio vivo. La Tradición es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes, decía Benedicto XVI en abril del 2006. La Tradición es pues la suma total del dogma, moral, disciplina, liturgia y actividad pastoral. Los elementos que completan lo que es la Tradición si pueden cambiar.

La tradición no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas muertas. La Tradición es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad. (3 mayo 2006)

Cardenal Juan José Omella. “…los cambios se realizan lentamente: necesita 100 años…”

El 13 mayo 2022, en Fórum Europa estuvo el Cardenal y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella.

Durante su intervención dijo que en este momento estamos en un cambio de época y como dicen los entendidos, los cambios de época se realizan lentamente: necesita 100 años …con lo cual nosotros somos participes de ese cambio pero el fruto no se verá hasta dentro de 100 años. Y en ese tiempo de crisis, de cambio no sabemos muy bien por dónde ir.  En estos momentos hay que discernir cuáles serían los grandes retos que tenemos delante y por los que tenemos que trabajar.

Ante la pregunta por ¿qué opina de la incorporación de la mujer al sacerdocio? El cardenal recuerda que ya Juan Pablo II dijo que el tema del acceso de las mujeres al sacerdocio estaba cerrado. … Tengo que decir lo mismo, dijo Omella. Ahora bien, eso no quiere decir que se pueda plantear y eso los teólogos tendrán que decir al respecto y tendrá que decir la Santa Sede, el Papa. Yo, dijo el cardenal, si hay cambio lo aceptaré y si no hay cambio también aceptaré.

Ahora bien a veces vemos que el acceso o no acceso del sacerdocio a las mujeres es un tema visto desde el poder; yo creo, dijo, que eso es una un concepto equivocado. En esta línea de la sinodalidad, lo importante no está en los cargos de arriba (Papa, obispos, sacerdotes). Venimos de un concepto piramidal de la iglesia donde el poder está arriba y el pueblo abajo obedeciendo. Esa visión piramidal el Concilio Vaticano II, que no lo tenemos asumido del todo (se necesitará 100 años por lo menos para integrarlo bien) le ha dado la vuelta.

Partimos (nueva visión) de un círculo; un círculo donde el centro es el pueblo de Dios, todos los bautizados somos el sujeto, el centro y cada uno está al servicio de este pueblo de Dios. ¿El obispo qué hace? Como guía de la comunidad va delante indicando el camino pero a la vez tiene que estar en el centro compartiendo y a la vez detrás recogiendo a todos los que se van quedando. Es el servidor de la comunión.

¿Una mujer puede presidir? Sí; pero eso Dios dirá si esto se puede hacer o no se puede hacer; Dios dirá. Ahora bien lo que importa no es el poder sino el servicio a la comunidad y ese servicio a la comunidad para ejercicio de la comunión lo podemos hacer todos pero de manera especial lo tiene que hacer el sacerdote y el obispo. Es preciso escuchar qué dice y qué quiere el espíritu en este momento y juntos discernir y tomar la decisión y no por votos sino por consenso, porque creemos que esa es la voluntad de Dios. Eso exige discernimiento y saber ceder. Es lo que pasó en el Concilio de Jerusalén (siglo I).

No estamos acostumbrados a esto. Creo, dijo Omella, que el Papa, para todas esas cuestiones (sacerdocio de mujer…etc ) ha marcado el camino, un camino sinodal; esta actitud que es nueva para nosotros, ha estado en el origen de la Iglesia. El ADN de la Iglesia es la sinodalidad. Lo estamos de alguna manera recuperando.

Fuente Religión Digital

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Tú… que me buscas

Lunes, 26 de agosto de 2019
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Si deseo intentar expresar quién es este «tú» que me busca, que me llama -como se manifiesta en la conciencia de quien cree-, puedo dar algunas de sus características, que son también un intento de descripción de la experiencia de fe, aunque no la agotan, y no son sino el esfuerzo por decir algo que está más allá de nuestras palabras.

El «tú» que busca al creyente se presenta, en primer lugar, como un misterio indisponible, sobre el que no podemos poner las manos, que está siempre más allá de cuanto pensamos haber comprendido o captado de él. Se presenta asimismo con la característica de don, o sea, algo que no podemos pretender, sino que se da, y cuyo darse nos sorprende, porque tiene siempre la connotación de lo gratuito, de lo no debido.

Se presenta aún como alguien que habla, que dice palabras de consuelo, de aliento, incluso de juicio, pero que siempre levantan y hacen caminar de nuevo. Se presenta como alguien que atrae con una atracción que suscita una búsqueda continua. Quien cree, cuando reflexiona sobre su fe, siente como muy verdaderas las palabras del salmo: «Como busca la cierva corrientes de agua, asi, Dios mío, te busca todo mi ser» (Sal 42), o bien: «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo; estoy sediento de ti» (Sal 63). Y este «tú» misterioso, que se hace buscar, que nos atrae continua y misteriosamente, se presenta también como un aliado, como alguien que está de mi parte, que me permite decir en cualquier circunstancia: «Dios me ama y no temo ningún mal».

Se presenta como alguien que abre siempre nuevas perspectivas, nuevos horizontes de acción, y, por consiguiente, suelta de continuo los lazos de la vida, plantea nuevas vías de salida, nuevos posibles comienzos. Por último, se presenta como alguien que se entrega, que se comunica, que se manifiesta, que ofrece una comunicación de experiencia.

El que conoce un poco la Biblia se da cuenta de que en cada página vibra la presencia de un «tú» que continuamente nos sorprende, nos impulsa, estimula la vida cotidiana y la abre a la novedad. Y el que cree, cuando lee las palabras bíblicas, siente de una manera eficaz su verdad para su vida; vive, por así decirlo, su confirmación.

*

Carlo María Martini,
«Le ragioni del mió credere»,
en Cattedra dei non credenti,
Milán 1992.

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“Actualizar la liturgia”, por José Mª Castillo

Lunes, 3 de agosto de 2015
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Misa en latínDe su blog Teología sin Censura:

Se sabe que el difunto cardenal Martini le dijo al papa Benedicto XVI que la Iglesia lleva doscientos años de retraso respecto a la sociedad y a la cultura actual. Supongo que Martini se refería al ejercicio del poder y al sistema de gobierno eclesiástico. Si el cardenal le hubiera hablado al papa de la liturgia, lo más probable es que le habría dicho que la Iglesia lleva un retraso de más de mil años.

No estoy exagerando. Basta repasar la excelente y documentada historia de la misa, de J. A. Jungmann, para caer en la cuenta de que la estructura de la celebración eucarística, el lenguaje que en ella se utiliza (aunque esté traducido del latín), la mayor parte de los gestos rituales y el conjunto de la ceremonia, todo eso se quedó anclado y atascado en lo que se hacía y se expresaba según el lenguaje y las costumbres de la Alta Edad Media. O sea, según los usos y formas de expresión que eran actuales en los lejanos tiempos del siglo quinto al octavo. Sin duda alguna, se puede afirmar que no existe ninguna otra institución, por más conservadora que sea, que se comporte de esta manera. ¿Y nos sorprende que haya tantos cristianos que apenas van a misa?

Por esto conviene reconocer que la Constitución sobre la Liturgia, del concilio Vaticano II, hizo bien a la Iglesia en algunas cosas, por ejemplo al permitir la traducción del latín a las lenguas actuales. Pero también es cierto que aquello fue una “actualización” que se quedó muy corta.

Seguramente porque faltó tiempo, la debida preparación y las condiciones indispensables para afrontar los problemas más de fondo y más actuales que afectan a la liturgia, los rituales, los signos, los símbolos y los embrollados y actualísimos temas relacionados con la comunicación entre los seres humanos.

Sobre todo cuando se trata de comunicar y poner en claro cuestiones tan complicadas como es todo lo que se refiere a nuestras relaciones con “lo trascendente”. Y sabemos que eso precisamente es lo que se pretende en la liturgia. ¿Por qué habrá tantos católicos más preocupados por ser fieles al Catecismo que por afrontar y resolver estos problemas tan serios y apremiantes?

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Adolfo Nicolás, sj: “Puede haber más amor cristiano en una unión irregular que en una pareja casada por la Iglesia”

Jueves, 9 de octubre de 2014
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El general de los jesuitas, rotundo: “El Sínodo está completando el Concilio”

“Nuestra tarea es acercar a la gente a la gracia, y no rechazarla con preceptos”

“Es un signo histórico, porque en estos años ha habido fuerzas que han tratado de hacer retroceder a la Iglesia con respecto al concilio”

Una mayoría de participantes aboga por un “cambio de paradigma” en la moral sexual

El arzobispo de Glasgow pide a los padres sinodales que “no fallen” a los divorciados

Los obispos latinoamericanos abogan por la plena igualdad entre hombres y mujeres en la familia

“No luchemos contra el sexo”, clamó uno de los obispos participantes, cuya identidad no fue revelada en el resumen que ofrece la oficina de información de la Santa Sede sobre las discusiones del Sínodo que se realizan a puerta cerrada.

Petición de un cambio de paradigma en la forma en que la Iglesia católica afronta la moral sexual y el matrimonio.

Es el prepósito general de los jesuitas. El español Adolfo Nicolás, sj., uno de los padres sinodales, afirma, rotundo, que puede haber más amor cristiano en una unión canónicamente irregular que en una pareja casada por la Iglesia. En una entrevista al Vatican Insider, el líder de la Compañía de Jesús afirma que el Sínodo está completando el Concilio.

 Estos son algunos de los extractos de la entrevista de Giacomo Galeazzi:

 ¿Será actualizada la moral familiar?

La discusión, libre y franca, se está dirigiendo hacia un cambio, la adecuación pastoral a la realidad de los tiempos de hoy. Es un signo histórico, porque en estos años ha habido fuerzas que han tratado de hacer retroceder a la Iglesia con respecto al concilio.

Y, ¿en cuanto a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar?

No se puede impedir que el Sínodo discuta al respecto, como habrían querido algunos. Los obispos no fueron convocados para insistir en ideas abstractas a fuerza de doctrina, sino para buscar soluciones a cuestiones concretas. Es muy significativo que el Papa y muchos padres sinodales hayan hecho referencia en sus intervenciones a los textos del Concilio. También el cardenal Martini, hasta el final de sus días, esperaba que se expresara esa Iglesia que escucha.

Los “conservadores” dicen que la doctrina está en peligro …

No es correcto absolutizar. Por ejemplo, el caso de las uniones de hecho. No quiere decir que si existe un defecto todo esté mal. Es más, hay algo bueno en donde no se daña al prójimo. Francisco ha insistido al respecto: “Todos somos pecadores”. Hay que alimentar la vida en todos los ámbitos. Nuestra tarea es acercar a la gente a la gracia, y no rechazarla con preceptos. Para nosotros, los jesuitas, es una práctica cotidiana. Lo sabe muy bien la Inquisición.

¿Cómo?

Nuestro fundador, San Ignacio de Loyola, fue sometido ocho veces al examen de la Inquisición después de escuchar al Espíritu. Entonces, como ahora, para nosotros cuenta más el Espíritu, porque viene de Dios con respecto a las reglas y a las normas, que, en cambio, vienen de los hombres. Lo que necesitan la moral familiar y sexual es dulzura y fraternidad. No se trata de dividir, sino de armonizar. No se puede evangelizar a las personas a golpe de Evangelio. Solo la decisión de concentrarse en Cristo nos salva de estériles disputas, de las controversias ideológicas abstractas. Las lagunas y las imperfecciones no invalidan la entereza de la evolución de la familia en la sociedad de las últimas décadas. Si hay algo negativo, no significa necesariamente que todo sea negativo.

Fuente Religión Digital

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Fraternidad y fronteras

Sábado, 16 de agosto de 2014
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inmigrantesVoces. José Luis Pinilla. [Religión Digital] He sido testigo privilegiado de este proceso. Recojo mis apuntes de hace una semana con la imagen del Duomo de Milán, en la retina y el corazón, tras la visita imprescindible al sepulcro del Cardenal Martini.

Se trataba del Encuentro con los delegados de migraciones de ciudades europeas, junto a Gabriel el Delegado de Cádiz y los de otras ciudades europeas. Preparando el próximo encuentro en España y, más concretamente, en Ceuta. Porque ¡ya está bien de encuentros de estos en las grandes ciudades Europeas…! ¡A Ceuta! Como han hecho recientemente mis compañeros del SJM de España y cuyas crónicas he leído emocionado.

He vuelto a releer los apuntes del Encuentro europeo al leer las noticias de la Declaración conjunta, la denuncia y la labor de acogida que hace la Iglesia de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras sobre la crisis de las niñas, los niños y los adolescentes migrantes.

Recordaba que a lo largo de la mañana en Milán, mientras tomaba apuntes de la reunión, vi a Gabriel Delegado, Delegado Diocesano de Cádiz-Ceuta que al teléfono preguntaba “¿Cuántos emigrantes? ¿Tenemos sitio?”.

Y yo mientras tanto seguía tomando mis apuntes del debate

“Queremos que en nuestra reunión de España se introduzca el tema básico de las fronteras.

“Hablemos de las fronteras geográficas y de las fronteras psicológicas, legales, culturales, etc. impuestas a los emigrantes en cualquier lugar”.

“Sí. Fronteras que impiden la realización de sus proyectos vitales”.

Gabriel seguía, teléfono en mano, gestionando a miles de kilómetros la llegada y acogida eclesial de un nuevo grupo de 30 inmigrantes, procedentes del CIE de Tarifa. Aquel antiguo fortín militar reconvertido en Centro de Internamiento en donde Gabriel y yo acompañábamos a tres obispos y 50 personas más de la Iglesia española rezando con los recién llegados en las pateras de septiembre.

Otro delegado europeo, me parece que era de Viena, hablaba de Fraternidad. En mis apuntes escribí la palabra con mayúsculas: FRATERNIDAD. Fraternidad frente a los que rompen las espaldas con palos y piedras, en las dos orillas mientras algunas leyes, mafias y gente corrupta roban la dignidad de nuestros hermanos emigrantes que ni siquiera pueden abrir la boca. ¡Como oveja llevada al matadero!

Y hoy leo que la Iglesia de las dos orillas del Río Grande en los territorios correspondientes a México y Estados Unidos apuesta -una vez más- por “el compromiso -marcado por los últimos pontífices y exigido por la Iglesia católica- de ”globalizar la solidaridad”. Posibilidad solo posible si se respetan, promueven y se defienden la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, independientemente de su condición migratoria.

Fraternidad, para “nuestros emigrantes” los del Sur de Europa y los menores del Río Grande . Fraternidad no solo para ellos, sino con ellos, como cantábamos ¿hace 40 años?: “¡Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar!”. Es el texto poético, que tenía el aire del Atahualpa Yupanqui, que tarareábamos hace tiempo y que me acompañaba con su música en el viaje de vuelta con Gabriel que seguía preocupado…”¿Los podremos acoger?”.

“¡Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar!”. Música y letra que me trae el eco del más genuino profetismo de los viejos profetas de Israel y de Jesús de Nazaret.

En la riada de proféticos gestos incluyo este, cuajado estos días de nuevo. El gesto profético de una Iglesia samaritana aquí y allá. Y en este caso el de la acogida de emigrantes que la Iglesia española sigue haciendo y que Gabriel convirtió en noticia de agencias gracias al apoyo -entre otros- de su Diócesis gaditana y de la Comisión Episcopal de Migraciones:

“Desde el 29 de Mayo, hasta el día de hoy, ya son 89 los inmigrantes de acogidos de emergencia por el Secretariado de Migraciones y la Asociación Cardijn con el apoyo del cabildo catedralicio y de la Comisión Episcopal de Migraciones. Recibirán alojamiento y manutención, mientras contactan con las redes familiares y de compatriotas en España para viajar a otras ciudades de destino”.

Gestos proféticos que hacen realidad aquello de que “fui extranjero y me acogisteis”.

No se me apagó el recuerdo de la visita al sepulcro de Martini. Este me invita a reeler la lectura de alguno de sus textos antes de dormir. Descubrí este párrafo de una carta pastoral de 1999:

“La acogida de los inmigrantes, dando por supuesto importancia a una debida vigilancia y respeto a las leyes, es una de las formas de reconocimiento de la igual dignidad humana frente al único Padre, como lo es la solidaridad hacia los más débiles y los más olvidados de nuestra compleja sociedad. El rechazo de clausuras selectivas y de actitudes discriminatorias es igualmente fruto del reconocimiento del Padre de todos: no se debe dudar en reconocer el peligro de un pecado profundo de egoísmo y de blasfemia contra Dios como Padre común en estas actitudes que van envenenando aquí y allá nuestra cultura”.

Lo leí, lo releí, mientras me acordaba de Milán, del Duomo, de Gabriel, de Cádiz, de Río Grande , de los pobres de la tierra…

Fuente Cristianismo y Justicia

Imagen extraída de: Religión Digital

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