Caricia
Del blog Nova Bella:
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Una caricia ya es pura danza
Pina Bausch
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Del blog Nova Bella:
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Una caricia ya es pura danza
Pina Bausch
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Del blog Nova Bella:
“Hay un solo templo en el mundo, el cuerpo humano.
Nada es más santo que esta forma suprema
(…)
Se toca el cielo cuando se acaricia un cuerpo humano”.
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Hoy casi todos los términos del seguimiento están devaluados… ¡una pena! Somos muchas personas las que en estas fechas revivimos y renovamos años de entrega. En mi caso, estos días celebro mi entrada en una comunidad, como concreción de un seguimiento radical a Jesús y su misión, hace muchos años. Las sensaciones, los recuerdos, los sentimientos siguen vivos y muy presentes.
Mejor compartirlo desde su Palabra: Las lecturas de estos días nos hablan de un manto, el de Elías sobre Eliseo, y de “dejarlo todo por el Reino” en el NT. Todo habla de… para un@s de radicalidad difícil, para otr@s de Amor incondicional, de fidelidad, no fácil, pero gozosa porque lo que celebramos es que Dios es fiel y esta es la buena noticia.
Ese manto (1Reyes 19,19) lleva días acompañándome. En el contexto bíblico es un gesto simbólico de elección, de unción para la misión, de propiedad personal, no en un sentido posesivo sino de amor. Esa prenda es como una caricia. Simboliza una pertenencia abierta, rica, sagrada para una misión universal.
El manto capacita, empodera para ir a la otra orilla a aprender. Porque cuando sientes ese manto sobre tus hombros lo primero que comprendes es que se te invita a una tarea profética, y esa comunidad profética que te echa el manto, te invita a aprender a canalizar la llamada de Dios a que seas profeta en tu momento histórico, en tu contexto cultural y cultual.
El manto se convierte en ese abrazo de Dios que te empodera para cruzar el desierto, tantas ausencias, y siempre saberte y sentirte amada, elegida, enviada.
Muchos quieren quitarte el manto, pero no lo consiguen, porque por mucho que tiren de él no desaparece, ya que se va convirtiendo en tu propia piel. Alguien muy querido, una religiosa norteamericana con quien trabajé en pastoral universitaria, y que falleció el año pasado- mi homenaje a ella- me dijo una vez “tienes la vocación hasta en la médula de tus huesos”, gracias Kathleen; era un momento difícil, querían arrebatarme el manto: la fuerza y seguridad que me daba la llamada, sus palabras disiparon miedos, dudas sembradas por personas mediocres, ella tenía su manto muy dentro, y su vida marcaba, su manto era hermoso.
Otros quieren darte otro manto, más tal o cual… pero ¡no! el manto es tu propia vida, y no puedes sino mantenerte pegada a ella; lo otro sería morir en vida. Perder tu manto sería perder tu ser, tu tiempo de amar y vivir desde una experiencia única, en un momento histórico único, y sin saber con cuánto tiempo cuentas. Otro homenaje aquí a alguien, un querido amigo sacerdote que también ha fallecido hace dos meses, demasiado joven. John siempre defendió mi manto, defendió y canalizó la energía que el manto me daba. John protegía mi manto porque entendía el suyo, y lo amaba. Difícil creer que ambos, bastante jóvenes, se hayan ido. Pero dejaron una impronta increíble porque llevaban sus mantos con elegancia y sencillez. ¡Gracias!
El manto te cubre, te protege, te envuelve. Está en forma de presencia que acompaña siempre. Está en la noche y en el día. Está dentro y fuera. Es como el aire sin el que no puedes vivir porque impulsa el latido de todo.
Y ¿Cuál es la tarea para la que te capacita esa presencia, ese aliento y caricia? No quiero ser ni ingenua ni optimista. Sí sincera, desde mi perspectiva y con sencillez, abierta al diálogo y al cambio, creo que la respuesta está en colaborar con el nuevo paradigma al que somos abocados.
¿Sus bases? No luchar contra lo que tenemos sino invertir toda la sabiduría y fuerza en crear un nuevo estilo de vida, basado en una nueva historia: la historia de un Dios que echa el manto sobre las personas y sobre el planeta y nos dice “amaos” “convivid”, tenéis la misma vocación, la vocación a la vida, a ser vida, a dar vida.
El tiempo de verano puede ser también tiempo de reflexión en diálogo con la naturaleza. Escucharla para entender sus heridas causadas en gran parte por nuestra generación. Nuestro estilo de vida ha herido la Vida en todo. Las consecuencias las estamos palpando todos, pero sobre todo las sufren los que menos las causaron. Ante esta injusticia el “manto profético” nos suplica que busquemos soluciones reales porque Dios está en la Vida y en los, las y lo que sufre.
Ojalá el manto nos permita danzar con los pies descalzos sobre la hierba de la creación, fresca, recién estrenada, y todos veamos que “es muy bueno”. Su caricia está en todo.
Gracias por echar tu manto sobre mis hombros. ¡Es un honor!
Magda Bennásar Oliver
Fuente Fe Adulta
Leído en Koinonia:
La caricia es una de las expresiones supremas de la ternura sobre la cual hemos tratado en el artículo anterior. ¿Por qué decimos caricia esencial? Porque queremos distinguirla de la caricia como pura moción psicológica, en función de un querer fugaz y sin historia. La caricia-moción no envuelve a toda la persona. La caricia es esencial cuando se transforma en una actitud, en un modo-de-ser que califica a la persona en su totalidad, en su psique, en su pensamiento, en su voluntad, en la interioridad, en las relaciones.
El órgano de la caricia es, fundamentalmente, la mano: la mano que toca, la mano que acaricia, la mano que establece relación, la mano que da calor, la mano que trae quietud. Toda la persona a través de la mano y por la mano revela un modo de ser cariñoso. La caricia toca lo profundo del ser humano, allí donde se sitúa su Centro personal. Para que la caricia sea verdaderamente esencial necesitamos cultivar el Yo profundo, que busca lo más íntimo y verdadero en nosotros, y no solo el ego superficial de la conciencia, siempre llena de preocupaciones.
La caricia que emerge del Centro produce reposo, integración y confianza. De ahí su sentido. Al acariciar al niño, la madre le comunica la experiencia más orientadora que existe: la confianza fundamental en la bondad de la vida; la confianza de que, en el fondo, a pesar de tantas distorsiones, todo tiene sentido; la confianza de que la paz no es un sueño, es la realidad más verdadera; la confianza de la acogida en el gran Útero.
Al igual que la ternura, la caricia exige total altruismo, respeto del otro y renuncia a cualquier otra intención que no sea la de querer bien y amar. No es un roce de pieles, sino una entrega de cariño y de amor a través de la mano y de la piel, piel que es nuestro yo concreto.
El afecto no existe sin la caricia, la ternura y el cuidado. Así como la estrella tiene que tener un aura para brillar, de igual manera el afecto necesita la caricia para sobrevivir. La caricia de la piel, del pelo, de las manos, de la cara, de los hombros, de la intimidad sexual hace concreto el afecto y el amor. La calidad de la caricia impide que el afecto sea mentiroso, falso o dudoso. La caricia esencial es leve como el entreabrir suave de una puerta. Jamás hay caricia en la violencia de azotar puertas y ventanas, es decir, en la invasión de la intimidad de la persona.
El psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo en su bello libro sobre El derecho a la ternura (Arango editores 2004) dice: «La mano, órgano humano por excelencia, sirve tanto para acariciar como para agarrar. La mano que agarra y la mano que acaricia son dos facetas extremas de las posibilidades de encuentro inter-humano».
En una reflexión cultural más amplia, la mano que agarra corporifica el modo-de-ser de los últimos cuatro siglos, de la llamada modernidad. El eje articulador del paradigma moderno es la voluntad de agarrar todo para poseer y dominar. Todo el Continente latinoamericano fue agarrado y prácticamente diezmado por la invasión militar y religiosa de los ibéricos. Y vino a África, a China, a todo el mundo que se puede agarrar, hasta a la Luna.
Los modernos agarraron la naturaleza dominándola, explotando sus bienes y servicios sin ninguna consideración ni respeto a sus límites y sin darle tiempo de reposo para que pudiera reproducirse. Hoy recogemos los frutos envenenados de esta práctica sin ningún tipo de cuidado y ausente de todo sentimiento de caricia hacia lo que vive y es vulnerable.
Agarrar es expresión de poder sobre, de manipulación, de encuadramiento del otro o de las cosas a mi modo de ser. Si miramos bien, no ha ocurrido una mundialización respetando las culturas en su rica diversidad. Lo que ha ocurrido ha sido la occidentalización del mundo. Y en su forma más pedestre: una hamburguerización del estilo de vida norteamericano impuesto en todos los rincones del planeta.
La mano que acaricia representa la alternativa necesaria: el modo-de-ser-cuidado, pues «la caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta, para permitir la movilidad del ser con el que entramos en contacto» (Restrepo).
En los días actuales es urgente rescatar en los seres humanos la dimensión de la caricia esencial. Ella está dentro de todos nosotros, aunque encubierta por una gruesa capa de ceniza de materialismo, de consumismo y de futilidades. La caricia esencial nos devuelve nuestra humanidad perdida. En su mejor sentido refuerza también el precepto ético más universal: tratar humanamente a cada ser humano, es decir, con comprensión, con acogida, con cuidado y con la caricia esencial.
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