“Laudato si”… Cántico de Francisco de Asís, encíclica del Papa.
El próximo 18 se presentará oficialmente la nueva encíclica de Francisco, firmada el día de Pentecostés (24.5.2015) sobre la ecología y el cuidado de las creaturas (es decir, del mundo), como gesto religioso (de alabanza a Dios) y exigencia de justicia social (que todos los hombres y mujeres puedan compartir y gozar los dones de la tierra).
Como es lógico, los medios vaticanos han querido mantenerla en secreto hasta su presentación, pero Infovaticana ha filtrado el texto, que cualquier internauta encontrará en la red sin dificultad; no publico aquí el link por cortesía al Vaticano, pero adelanto la vinculación de le Encíclica con el Cántico de Francisco de Asís, cosa que por lo demás ya se sabía
Éste es el comienzo de la encíclica (en italiano):
1. Laudato si’, mi’ Signore, cantava san Francesco d’Assisi. In questo bel cantico ci ricordava che la nostra casa comune è anche come una sorella, con la quale condividiamo l’esistenza, e come una madre bella che ci accoglie tra le sue braccia: Laudato si’, mi’ Signore, per sora nostra matre Terra, la quale ne sustenta et governa, et produce diversi fructi con coloriti flori et herba.
Traducción:
((Loado seas, mi Señor”, cantaba San Francisco de Asís. En este bello canto nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la que compartimos la existencia, y como una bella madre, que nos acoge entre sus brazos: Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra que nos sustenta, la cual nos sustenta y gobierna, y ella produce diferentes frutos, con flores de colores y con hierbas”)).
Así comienza el Cántico de Francisco I (Asís) y la Encíclica de Francisco II (Papa). Comentaré el texto del Papa cuando se publique. Hoy presento y comento de nuevo el Cántico de Francisco de Asís, adaptando para ello unas páginas que publiqué en La oración cristiana (VD, Estella 2000; cf. blog el 13, 07, 10). Buen día a todos.
FRANCISCO DE ASÍS. EL CÁNTICO DE LAS CREATURAS
Estrofa 1: Introducción: Dios, el buen Señor
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloría y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, se pueden dirigir
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Estas palabras encierran la más honda paradoja de toda la experiencia religiosa. Por un lado, el orante se levanta, eleva manos y mirada y tiende en movimiento irresistible hacia la altura de Dios que se desvela como Altísimo. Ciertamente, Dios es también omnipotente y buen Señor: es el poder que guía cuidadosamente la existencia de los hombres. Pero su atributo original, repetido por la estrofa, es Altísimo: elevado, grande, lleno de sentido. Ante ese Dios, en paradoja primigenia, el hombre siente la necesidad de la palabra y el silencio. Surge por un lado la palabra, en forma de alabanza, gloria, honor y bendición: la palabra desbordante del que ha visto la presencia de Dios y le responde con la voz gozosa, creadora, de su canto. Pero, al mismo tiempo, esa palabra conduce hacia el silencio: pues no hay hombre que pueda hacer de ti mención .
Este silencio, cuajado de deseos de alabanza, es primigenio en la experiencia religiosa y constituye el centro de eso que se suele llamar la teología negativa: conocemos aquello que no es Dios; a Dios mismo le ignoramos. Por eso guardamos silencio en su presencia, a fin de mirar siempre en más hondura. El hombre de la praxis y a veces también el de la estética parece que le tiene pavor a los silencios: debe hablar, llenarlo todo con sus voces, ahuyentar de esa manera el espejismo de su miedo. Pues bien, en contra de eso, Francisco nos invita primero al silencio. Por eso, en gesto de increíble respeto, no se atreve ni siquiera a dar a Dios el nombre de Padre: le ofrece su alabanza-gloria-honor-bendición y queda silencioso ante sus manos de Altísimo-omnipotente-buen-Señor.
Estrofa 2: Hermano sol, hermana luna
Loado seas con toda creatura, mi Señor,
y en especial loado por mosén hermano sol,
el cual es día y por el cual nos iluminas;
él es bello y radiante, con gran esplendor,
y lleva la noticia de ti, que eres Altísimo.
Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas;
en el cielo las formaste luminosas, preciosas y bellas.
El silencio ante Dios se vuelve alabanza por las creaturas. De esa forma, la teología negativa se convierte en la más positiva y expresa de todas las teologías. Para alabar a Dios, en la línea del AT, pero sostenido ya por Cristo, el orante va nombrando y descubriendo cada una de las cosas que aparecen primero condensadas en su propia condición de creaturas: no son Dios, pero reflejan su misterio, como revelación pascual del Altísimo presente en todo el mundo.
En el principio de ese todo, formando la pareja primigenia y sustentante de este cosmos, visto en perspectiva humana, están hermano-sol y hermana-luna, con su séquito de estrellas. Son hermanos del orante, pertenecen a su misma condición de creatura. Este parentesco del hombre con el cosmos no es producto de especulación intelectual, no es signo de algún tipo de panteísmo físico. Es consecuencia de la misma creación, pues como dice Gn 1, Dios nos hizo a todos con su misma palabra y con su espíritu de vida. Esta es una fraternidad gloriosa que vincula nuestra vida a los poderes más altos del cosmos (sol, luna-estrellas). Pero es también fraternidad humilde que confirma nuestra condición de creaturas de Dios sobre la tierra.
El canto nos hace hermanos del sol que nos alumbra en su belleza. El sol es día y nosotros somos día: formamos parte de su luz, en gesto de belleza luminosa. Por eso, porque estamos en el día, recibimos por el sol noticia del Altísimo. En actitud de gozo conmovido, Francisco ha personificado al sol, llamándole “messor lo fratre sole”, que hemos traducido por “mosén hermano sol”. Es como hermano mayor, signo del Padre Dios, que, unido con la hermana madre tierra de la última estrofa cósmica del himno, constituye el espacio de totalidad (amor y bodas) en que Dios ha querido sustentarnos.
Al mismo tiempo somos hermanos de la luna que, simbólicamente, aparece en su rostro femenino, presidiendo el orden de la noche. Nuestra vida es también noche junto al día; es tiniebla y mutación frente al claror y permanencia de la luz. Con gran profundidad, Francisco nos enseña a mirar en la noche, descubriendo en ella un signo de la propia realidad humana: somos cambiantes como la luna, amenazados por la muerte que llevamos dentro; moramos en el centro de una oscuridad donde las cosas pierden sus contornos y se difuminan, de manera que sólo podemos caminar si mantenemos la vista en las estrellas. Leer más…
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