“Palomas de Paz”, por Deme Orte
Era una paloma blanca. Tenía su nido en lo alto de un olivo centenario del campo de Yassin, cerca de Betlem, en tierra de Palestina. Yassin tenía allí un amplio campo con olivos, almendros, algún manzano y un cerezo. Su mujer trabajaba en una escuela de la ONU, y tenían tres hijos. El mayor, Alí había muerto en una intifada por tiros del ejército, la niña Donia estudiaba en Ramala y el pequeño Hamad acababa de cumplir 10 años y ya ayudaba a su padre en el campo cuando había que recoger almendras en verano y olivas en invierno. El día que cumplió 10 años su tío Amed le había regalado un tirachinas que él mismo había hecho con una rama de cerezo y gomas de un viejo neumático de coche. Con él, Hamad jugaba con sus amigos a afinar la puntería con unas latas vacías puestas a distancia en el campo. Hamad era muy bueno en eso y siempre llevaba el tirachinas consigo.
Cuando Hamad descubrió el nido de una paloma blanca en lo alto del olivo más grande, se fijaba todos los días en el ir y venir de la paloma, y un día, cuando la paloma se fue, se atrevió a escalar el árbol hasta lo más alto y ver el nido, que en ese momento estaba vacío. Tiempo después observó que la paloma estaba mucho tiempo en el nido y, con cuidado, observó que tenía dos pequeños y bonitos huevos. Se alejó en seguida para que la paloma no le viera cuando acudiera a incubarlos.
Otro día observó que un halcón sobrevolaba el huerto y el árbol donde estaba el nido. Cuando vio que se acercaba le tiró una pequeña piedra con el tirachinas, no a darle sino a las ramas de al lado y así lo espantó y se fue. Eso sucedió varios días y Hamad espantaba al halcón. Pero un día por la mañana temprano encontró al pie del árbol las cáscaras de los dos huevos rotos. Se enfadó mucho y vigilaba si venía el halcón para espantarlo con su tirachinas.
Tiempo después observó de nuevo que la paloma pasaba mucho tiempo en el nido, sin apenas salir, y algunas semanas después observó que del nido asomaban dos cabecitas de los polluelos que habían nacido y a los que la madre les traía comida en su pico y se la daba cuidadosamente en su boquita abierta ansiosamente.
Pero volvía el halcón y un día observó espantado que voló sobre el nido y salió llevando en sus garras una de las crías y fue a posarse sobre el muro que separaba su huerto de las casas de los colonos judíos que había cerca. Hamad cogió su tirachinas y apuntando bien le dio una pedrada al halcón que cayó herido revoloteando esforzadamente hasta llegar al suelo. Un chico judío casi de la misma edad que Hamad, vino corriendo y lo recogió con cuidado y se lo llevó. Amad se quedó muy enfadado.
Ese niño se llamaba Saúl. Era hijo de unos colonos judíos que habían construido su casa en un campo que había sido de la familia de Hamad, pero los colonos se había apropiado sin más y construido una bonita casa con piscina y todo. Cuando Saúl cumplió 15 años le regalaron una escopeta de perdigones y con ella jugaba en el campo disparando a pajarillos y a todo lo que le parecía. Saúl había visto lo que pasaba con el halcón y la paloma, y cuando Hamad disparó su tirachinas al halcón. Saúl lo vio, y al día siguiente, una vez guardado el halcón en su casa para curarlo, salió con su escopeta de perdigones, fue al campo de Hamad y mató a la paloma blanca que anidaba en su olivo más grande. En el nido quedó un polluelo con un escaso plumón, que moriría de hambre y frío.
Hamad, enfadado, tiraba piedras con su tirachinas contra el muro que separaba su campo y la colonia judía. En eso, acudieron unos soldados y detuvieron a Hamad y se lo llevaron preso acusándole de estar atacando con piedras al muro de separación.
Cuando Saúl cumplió los 18 años se fue a hacer el servicio militar y luego ya se quedó en el ejército como soldado. Era excepcional con su puntería y lo destinaron a un avión caza equipado con ametralladora y equipo de alta precisión.
Cuando Hamad salió de la cárcel varios meses después huyó al norte, al Líbano y vivió en el campo de refugiados de Sabra, en un barrio de Beirut. Allí conoció a otro chico que tenía un palomar y amaestraba palomas para hacerlas palomas mensajeras y enviar mensajes a otros sitios que su organización tenía por el territorio. Hamad se entusiasmó con la idea y colaboró con su amigo en el palomar. Llegaron a tener una buena bandada de palomas y lograban amaestrar algunas para su objetivo. Todavía seguía la guerra entre los dos países vecinos y un día Hamad vio cómo un caza volaba más bajo de lo habitual y al acercarse a su palomar disparaba una ráfaga de ametralladora contra la bandada de palomas que en ese momento volaban distendidas en el cielo azul de Sabra. Murieron casi todas y sólo unas pocas regresaron al palomar asustadas y nerviosas. Hamad quedó destrozado y en ese momento se acordó de su paloma blanca del olivar de su padre, de aquel halcón que la molestaba y de aquel chico judío que disparó su escopeta y la mató.
Al poco rato, se oyó un tremendo disparo de un obús que los milicianos islamistas que estaban cerca de Sabra dispararon contra el avión que sobrevolaba bajo una y otra vez. El avión fue alcanzado y derribado y se prendió fuego al caer a tierra. El piloto había tenido tiempo de hacer saltar su asiento y el paracaídas y aunque estaba herido cayó a tierra y fue apresado por las milicias palestinas. Hamad se enteró que ese piloto era Saúl, el chico judío que había matado su paloma. Hamad no sentía odio ni venganza, pero sí un tremendo dolor por el recuerdo de su paloma y el nuevo desastre de la bandada de palomas abatidas. Con los debidos permisos quiso ir a saludar al piloto preso y recordarle aquel episodio de años atrás.
El soldado Saúl entró en una profunda crisis personal cuestionándose los desastres de la guerra, lo absurdo del apartheid de Israel sobre Palestina y tanto dolor producido. Cuando fue liberado, en un intercambio de presos, pidió la baja del ejército y pidió perdón a su antiguo vecino Hamad. Se hicieron amigos y proyectaron un nuevo futuro en común.
Afortunadamente la guerra había terminado, se había firmado la paz y el reconocimiento de dos Estados, Israel y Palestina, bajo un paraguas internacional, y nacía un tiempo de esperanza y nuevos retos de colaboración y convivencia.
Saúl se había especializado en la fabricación y uso de drones con objetivos militares. Y Hamad seguía con su afición por las palomas mensajeras. Con otros amigos con sentimientos y aficiones comunes se instalaron en un antiguo kibutz reconvertido en granja ecológica y centro de fabricación de drones con objetivos civiles. Fabricaban drones de diversos tamaños y modelos, destinados a la mensajería civil como reparto de paquetes especialmente de material médico urgente a hospitales, libros y material escolar y pedagógico a colegios, cámaras para grabar reportajes de paisajes, así como el despliegue solidario y publicitario de pancartas desde los drones por las playas, ciudades y campos. Eran las nuevas palomas mensajeras de paz.
Deme Orte
Diciembre 2023
Fuente Fe Adulta
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