Comentarios desactivados en “Primeras impresiones”, por Dolores Aleixandre
De su blog Un grano de mostaza:
El Evangelio cuida la primera impresión que ofrece de Dios
Dicen los psicólogos que los seres humanos estamos construidos para evaluarnos rápidamente unos a otros y que las primeras impresiones nos marcan mucho; por eso nos apegamos a ellas fácilmente y nos resulta tan difícil cambiarlas después. En resumen: que es esencial cuidar cómo nos acercamos a los demás por primera vez.
A partir de esto se entiende mucho mejor por qué Marcos dice lo que dice en el inicio de su Evangelio y cómo cuida que sea positiva la primera impresión sobre Dios que aparece en ella. Después de presentar a Juan Bautista, cuenta la llegada de Jesús al Jordán para ser bautizado y al salir del agua presenta a Dios hablando en primera persona: “Se oyó una voz desde los cielos:-Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. (Mc 1,11)
A no ser que seamos un avefría, ya nos está marcando esta primera impresión sobre Dios: es alguien que se complace, es decir que siente placer, satisfacción, gusto, agrado, deleite, contento y gozo, algo que refuerza el verbo griego eu-dokeo con su descarada carga eufórica.
Vaya crack esta primera imagen de Dios y qué alucinante enterarnos de que lo que le habita por dentro no tiene que ver con su justicia, su omnisciencia o su omnipotencia, sino con ese mundo emocional que conocemos bien cuando queremos a alguien – hijos, pareja, amigos…: se nos derrite el corazón, nos brillan los ojos y nos entran ganas de abrazar al mundo mundial.
Hacemos bien en aferrarnos a ese primer flash y en no consentir que vengan otros cargados de restricciones tipo: “complacido sí, pero condenando el pecado”; “misericordioso sí, pero sin pasarse”; “bendiciendo, claro, pero sin aprobar la promiscuidad”.
Los de mi generación tenemos como tarea extra formatear el disco duro de nuestra memoria para borrar algunas grabaciones que han acompañado nuestra infancia:
“Mira que te mira Dios, mira que te está mirando,
mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”
“Vamos niños al sagrario que Jesús llorando está
pero al ver a tantos niños, muy contento se pondrá”
“Perdón oh Dios mío, perdón e indulgencia,
perdón y clemencia, perdón y piedad.
No estés eternamente enojado…”
Pues no, lo sentimos, ni vivimos bajo la mirada de un inspector de hacienda, ni está llorando Jesús, ni está Dios enojado sino eternamente contento porque su Hijo le da motivos de sobra siendo como es y nosotros afiliados, financiados, arracimados, patrocinados, esponsorizados, empadronados y domiciliados en ese Hijo, formamos parte del pack de Su contento.
Me pregunto por qué nos habremos montado unas imágenes tan enfadosas y malhumoradas de Dios, cuando desde el comienzo del Génesis la primera impresión que recibimos es de que está satisfecho y eufórico ante su creación: “Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno.” (Gen 1,31)
Una propuesta cuaresmal: apagar el móvil, cerrar los ojos y dejarnos envolver por la mirada del que nos llama por nuestro verdadero nombre: “Causa de mi alegría”. Dicen los entendidos que esa es precisamente la experiencia de la gracia.
Comentarios desactivados en “Los has hecho iguales a nosotros”
“Viñedos rojos en Arlés” de Vincent Van Gogh
La publicación de hoy es del editor de Bondings 2.0, Francis DeBernardo.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 25º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“. . . los has hecho iguales a nosotros”.
Esta es una de las quejas del primer grupo de trabajadores de los viñedos en la parábola del evangelio de hoy. Estos trabajadores se quejan de que el dueño del viñedo trata a todos los trabajadores por igual. Ven que los trabajadores que llegaron más tarde son considerados iguales a los que comenzaron antes y, según los estándares humanos, deberían recibir salarios adicionales. Los madrugadores se sorprenden ante lo que consideran descaradamente injusto.
Estos primeros trabajadores no son egoístas. Son totalmente humanos. Si bien muy pocas personas condenarían la idea de igualdad en teoría, en la práctica, a la mayoría de los seres humanos les gusta calificar la igualdad. Clasificamos a las personas y las colocamos en jerarquías construidas para decidir quién recibe un trato especial. Como dijo George Orwell en Animal Farm, algunas personas “son más iguales que otras“.
Durante los debates sobre el matrimonio igualitario en Estados Unidos, un argumento frecuente en contra del reconocimiento legal de las uniones de parejas del mismo sexo fue que hacerlo dañaría los matrimonios heterosexuales. Superficialmente, ese argumento es tonto: ¿cómo podría la unión de una pareja dañar la de otra pareja? Sin embargo, la lógica tácita que subyace a este argumento era el temor de que las parejas heterosexuales perdieran privilegios jerárquicos en la sociedad. Si las parejas del mismo sexo fueran iguales a las parejas heterosexuales, entonces este último grupo perdería su posición especial, o al menos tendría que compartir esa posición especial. La igualdad amenaza el privilegio.
La mayoría de los seres humanos ensalzan la igualdad en la sociedad, pero nuestra preferencia es por el tipo de igualdad que no amenace los privilegios invisibles de los que disfrutamos debido a ciertas categorías sociales a las que pertenecemos. Este tipo de pensamiento sustenta gran parte del prejuicio personal y social contra las personas LGBTQ+, así como el prejuicio contra las mujeres, las personas de color y muchas otras categorías que subyugan a las personas en las jerarquías sociales que creamos, consciente o inconscientemente.
Los caminos de Dios, sin embargo, son diferentes de nuestros caminos humanos. Para nuestra sorpresa y horror, Dios insiste en que todos sean tratados verdaderamente como iguales. La primera lectura de Isaías de hoy nos recuerda:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Dios. Tan altos como están los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos”.
Desafortunadamente, mi defecto en la oración no es tratar de aprender los caminos de Dios, sino tratar de convencer a Dios de que siga mis caminos. Como era de esperar, mis costumbres incluyen principalmente preservar cualquier privilegio particular que tenga debido a mi lugar en la sociedad y las diversas jerarquías.
Kenneth Burke, crítico literario y filósofo del siglo XX, dijo que una de las características definitorias de los seres humanos, una de las cosas clave que nos diferencia del resto del mundo natural, es que estamos “incitados por el espíritu de jerarquía. “ En casi cualquier situación en la que se encuentren los humanos, uno de nuestros primeros instintos como humanos es crear una jerarquía. Y el 99,9% de las veces nos colocamos en una posición de privilegio dentro de esa jerarquía.
Nosotros, los miembros de la comunidad LGBTQ+ y aliadas, también somos propensos a crear jerarquías. (Después de todo, somos humanos). A pesar de conocer la opresión debido a un estatus inferior en la sociedad (y en la iglesia), no somos inmunes. Nuestras jerarquías colocan a algunos, como individuos y/o como grupo, en el peldaño superior y a otros en el inferior. El sexismo y el racismo, por ejemplo, son dos problemas jerárquicos que aún prosperan en la comunidad LGBTQ+. Es preocupante que también exista un sesgo antitransgénero.
Kenneth Burke tenía razón: nuestra propensión a crear jerarquías es parte de nuestro ADN. Teológicamente, podríamos llamarlo un “pecado original”, un impulso que todos compartimos. Concretamente, nuestras luchas para superar este impulso son diferentes unas de otras porque enfrentamos privilegios y opresiones diferentes. Y nuestra superación del deseo de jerarquía puede durar sólo un corto tiempo antes de caer nuevamente en su trampa. Siempre tendremos que reaprender esta lección para pensar más como lo hace Dios.
Uno de mis autores favoritos, Graham Greene, lo expresó perfectamente en su novela Brighton Rock:
“No puedes concebir, hija mía, ni yo ni nadie, la atroz extrañeza de la misericordia de Dios”.
Los primeros trabajadores de la parábola de hoy, al igual que yo y muchas personas, estamos conmocionados y consternados por lo generoso que es Dios con la misericordia, extrañamente otorgándola a personas que no creemos que la merezcan. Por supuesto, nosotros mismos no lo merecemos realmente, pero en general, a menudo pasamos por alto ese hecho. Nuestra salvación viene en nuestros intentos de pensar más como Dios: aboliendo jerarquías y viviendo con igualdad radical.
—Francis DeBernardo, New Ways Ministry , 24 de septiembre de 2023
Comentarios desactivados en “Bondad escandalosa de Dios”. 24 de septiembre de 2023. 25 Tiempo ordinario (A). Mateo 20 , 1-16
Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?
Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo fue a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: «¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que seguramente después de veinte siglos no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos», cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.
Nosotros nos encerramos a veces en nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos: hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y solo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, él sabe regalar también su amor salvador a esas personas a las que nosotros no sabemos amar.
Comentarios desactivados en “¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?”. Domingo 24 de septiembre de 2023. 25º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes Salmo responsorial: 144: Cerca está el Señor de los que lo invocan. Filipenses 1,20c-24.27a: Para mí la vida es Cristo Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?
La gracia y la misericordia de Dios se contrapone a la mentalidad religiosa judía de los tiempos de Jesús. Frente a la teología del mérito del sistema religioso se opone la teología de la gracia predicada por Jesús. Desde esta perspectiva, la salvación no se alcanza solamente por méritos propios sino por la misericordia de Dios que nos la concede a pesar de que no la merezcamos.
El texto del segundo Isaías centra su actividad profética en el tema de la consolación del pueblo desterrado. Pero el destierro fue por la desobediencia del pueblo y de sus dirigentes que se apartaron de Dios y quebrantaron la alianza. Sin embargo, Dios no abandona a su pueblo. Si el pueblo es infiel a la alianza, Dios permanece siempre fiel. Los caminos del Señor son muy distintos de los caminos humanos. El profeta insiste en la invitación a buscar al Señor. Hace un llamado a la conversión y al arrepentimiento porque Dios es Clemente y misericordioso y siempre está dispuesto al perdón. Los planes de Dios no son tan limitados y mezquinos como los de nosotros.
Pablo, en la carta a los Filipenses, plantea una seria disyuntiva: o morir para estar con Cristo o quedarse en medio de ellos para ayudarles en sus dificultades. Pablo, prisionero por Cristo, presiente que sus días ya están llegando a su fin. Perseguido, calumniado, encarcelado, azotado y despreciado de muchos ha vivido en su propia persona la pasión de su Señor. Consecuente con su predicación, si se ha esforzado por vivir el evangelio de Jesús, entonces es normal que corra la misma suerte que su maestro. Pero también tiene la plena convicción de participar de la gloria de la resurrección. Tanto su vida como su muerte está en función de Cristo. Si está vivo es para seguir anunciando el evangelio, si muere es para entrar en la plena comunión de los justificados por El. Así las cosas, Pablo siente que su misión ha llegado a su fin. Como Jesús, puede decir todo está cumplido. Pero a Pablo le queda la gran preocupación de la fragilidad de las comunidades, cuya fe está fuertemente amenazada por el ambiente cultural y religioso de las colonias del Imperio.
En la parábola de los trabajadores descontentos con la paga se refleja el modo de actuar de Dios contrario a nuestra mentalidad utilitarista. El contexto de la parábola debió se la controversia de Jesús con las autoridades judías por su continua relación con personas de dudosa reputación como publicados, pecadores, enfermos, niños, paganos y mujeres. Precisamente aquellos que estaba considerados impuros y, por tanto, excluidos del círculo de santidad. Pero en el contexto de la comunidad mateana se percibe el conflicto producido entre los judeocristianos y paganos cristianos que confluyen en la misma comunidad. Era inaceptable que los recién conversos tuvieran el mismo trato de los que han pertenecido desde tiempos antiguos al pueblo elegido. Es claro que el encuentro entre judaísmo y cristianismo en el seno de una misma comunidad resultó bastante complicado. Así lo manifiestan otros escritos del nuevo testamento como la carta a los gálatas.
La parábola, narrada por Jesús, parte de un hecho real. El propietario representa a los terratenientes que a base de aranceles habían quitado las tierras a los campesinos. Así mismo, los desocupados eran los que lo habían perdido todo y se alquilaban por cualquier cosa para poder vivir. Por supuesto que había quienes siempre eran clientes fijos del propietario, es decir, aquellos a quienes siempre se les contrataba, y estaban los que iban apareciendo a última hora. La clave de la parábola no está en la actitud equitativa del patrón, pues el podría pagar como quisiera. Lo que llamó la atención a los oyentes es que haya preferido a los que no eran sus trabajadores (los de la última hora) sobre los que si lo eran (los de la primera hora). Situación incomprensible desde todo punto de vista.
El sistema religioso del tiempo de Jesús y de las primeras comunidades centraba la práctica religiosa en el mérito y la paga. La salvación se había convertido en un mercado de compra y venta. Jesús cuestiona a fondo esta mentalidad que tanto mal le ha hecho al pueblo. La salvación es don gratuito de Dios. Y la gracia tiene que ver con el amor misericordioso. Dios no maneja nuestros esquemas contables interesados y lucrativos. Para Dios, tanto los primeros como los últimos son objeto de su inmenso amor y misericordia.
Hoy tenemos que superar todo espíritu de competencia y codicia. Tenemos que superar sobre todo el «exclusivismo» que todavía late en el subconsciente cristiano: ya no lo decimos ni lo sostenemos, pero muchos lo siguen pensando: nosotros, nuestra religión, sería la única verdadera, y por tanto la superior, la definitiva, la insuperable, aquella a la que las demás religiones (¡y culturas!) deberán confluir… Si ya muchos han abandonado aquella visión veterotestamentaria de que «las naciones y los pueblos vendrán a adorar a Dios en Sión» -porque sociológicamente ya no parece previsible ni viable que el mundo vaya un día a ser todo él cristiano-, no dejamos de tener esa conciencia de «exclusivismo» cuando nuestras autoridades y jerarquías condenan autoritariamente y sin diálogo alguno opiniones sociales, criterios éticos, que se dan en distintas sociedades, apoyados en el convencimiento de que nuestra verdad es incuestionablemente superior a la de los demás, por principio, y que tendríamos derecho a imponerla en la sociedad (laica, aconfesional) sin necesidad siquiera de dialogar y convencer a la población… Es una actitud de complejo de superioridad que no tiene ninguna justificación.
La apertura a todos, el reconocimiento sincero de que no tenemos un «gratuito e inmerecido derecho de primogenitura», que no somos «los (únicos) elegidos», que los que hemos considerado tradicionalmente «últimos» (o en todo caso, posteriores a nosotros) no lo son, que Dios es «gratuito» y sin favoritismos… son asignaturas pendientes todavía para las Iglesias cristianas…
No cabe duda de que aceptar en profundidad el mensaje evangélico de hoy de que «los primeros serán los últimos», nos exige un cambio de mentalidad a fondo. También el pluralismo religioso y el diálogo intercultural hay que elencarlos entre esos grandes desafíos generados por el descubrimiento más profundo de la «gratuidad de Dios» que la parábola del evangelio de hoy vuelve a poner ante nuestros ojos. Leer más…
Comentarios desactivados en 24, 9, 23. Trabajadores de la viña. Todos un mismo denario, el pan nuestro de cada día (D 25 T0. Mt 20, 1-16)
Del blog de Xabier Pikaza:
Esta es una parábola extraña, irreductible a toda lógica, como indiqué en Comentario de Mateo, pasando en silencio sobre su tema de fondo. Más adelante, Economía y teología (Dios y Mamón), me animé y empecé a entrar en su mensaje, en sentido personal y eclesial, económico y sociopolítico.
En esa línea quiero seguir este domingo, sin atreverme a ofrecer una explicación de fondo de la parábola, que apenas ha sido acogida y desarrollada en la DSI, doctrina social de la iglesia.
Sólo cristianos como Francisco de Asís y Juan de la Cruz (con muchas mujeres creyentes de fondo) nos ayudan a interpretar este evangelio. En general, la doctrina general de los cristianos ha pasado de largo ante su mensaje, que algunos dicen que suena a comunista: A todos lo mismo. Pero, como verá quien siga, esta parábola ofrece grandes novedades.
| X.Pikaza
Tema de fondo y texto
Esta narración parabólica vincula un tema de trabajoc con una experiencia y tarea de gratuidad, desde la perspectiva de los últimos (los pobres y gentiles…) a quienes el “dueño de la casa” pagaa igual que a los primeros (que han trabajado intensamente), Hay un mismo salario de gracia para todos, un salario que no es paga (soldada o sueldo) por lo trabajado, sino descubrimiento y ofrenda gratuito de vida, en igualdad que puede ser escandalosa para muchos (un denario, promesa de vida para todos).
Mt 20 1 El Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que al amanecer (=hora de prima) salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana (=hora de tercia), vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde (=hora de sexta, hora de nona) e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde (=hora undécima) y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7 Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.
8 Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al administrador: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Vinieron los del atardecer (hora undécima) y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Y recibiendo (el denario) se pusieron a protestar contra el amo, diciendo: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor. 13 Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos [1].
Sólo en forma de parábola se puede decir algo así
La parábola empieza hablando de unos arrendatarios a quienes el dueño de casa(oivkodespo,thj) ha contratado como trabajadores en su viña (un tema clave que volverá en 21,33-41), para terminar poniendo de relieve la protesta de aquellos que piensan que el dueño ha sido injusto, pues ha pagado a los últimos igual que a los primeros. En esa línea, el texto habla de cinco grupos de contratados: al amanecer, a la hora tercia, sexta, nona, y finalmente a la caída de la tarde.
Pero al final de la parábola, solo parecen importar dos grupos: Los que han comenzado a trabajar desde el amanecer (hora de prima), que pueden ser judíos observantes…, y los que han sido llamados al final de la tarde (=hora undécima, a eso de las nueve), cuando sólo quedaban breves momentos de faena. Pues bien, en contra de las normas laborales, todos reciben el mismo jornal: Un denario; no importa ya lo que hayan trabajado, sino lo que necesitan para vivir (¡un denario!). Lógicamente, al ver que los últimos cobraban igual que ellos, los primeros protestan, pues, conforme a las normas laborales, deberían haber recibido un jornal más grande.
Los de la primera hora parecen ser judíos, que han estado trabajando en la viña desde muy antiguo, y que tienen envidia (se sienten injustamente tratados) porque el dueño de casa les paga igual que a los que sólo han trabajado una hora (el jornal de un día, un denario). Pero esta parábola nos lleva más allá del plano salarial, haciéndonos ver que todo lo que viene de Dios es un regalo, un don gratuito, de manera que el trabajo de los hombres y mujeres al servicio de la casa, en la familia y campo, ha de hacerse gratuitamente (conforme al pasaje anterior: Mt 19, 29-30) [2].
Los últimos son los primeros (20, 16).En un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo a los pobres (19, 16-29). En esa línea se dice que los últimos (los que no se reservan nada) serán los primeros, sentencia con la que empezaba también esta parábola (19, 30), que es una crítica contra los que presumen de mérito ante Dios.
‒ Esta parábola va en contra de una iglesia establecida (de tipo quizá judeo-cristiano), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de la última hora”, que serían, en general, los pagano-cristianos [3].
– Esta parábola va en contra de un sistema salarial impuesto en forma mercantil desde arriba… es decir, desde el amo/dueño de la viña… De todas formas, como seguiré diciendo, a medida que entramos en la parábola descubrimos que el amo no es dueño que paga un salario… sino que en el fondo el amo se identifica con la viña, abriendo en gratuidad un camino de vida (trabajo, futuro) para todos, y para todos en igual (un denario: el pan de cada día para la familia entera, no sólo para el trabajador)
Esta parábola es propia de Mateo y refleja los problemas de su Iglesia, entre trabajadores de primera (judíos, observantes) y de última hora (gentiles sin experiencia del Dios israelita), poniendo de relieve la igualdad mesiánica de todos. Los lectores de Mateo aprenden así que su denario, a la caída de la tarde, ante el tribunal de Dios no es un salario según ley, sino expresión de un amor gratuito, que deben compartir todos los creyentes.
Esta parábola se vincula así con los demás anteriores del evangelio de Mateo (venderlo todo y dárselo a los pobres, para crear así una comunidad donde nadie sea dueño o propietario por encima o en contra de los otros). De esa manera queda superada la distinción por origen de unos y otros (judíos, gentiles; de primera o de última hora). Según eso, no debe trabajarse para ganar más, sino para expresar el don de Dios y compartirlo, sabiendo al fin que cada uno ha de recibir lo que necesita, elevando así una crítica frontal contra este.
No es una ley, ni una teoría, sino una parábola abierta a la vida.
Esta parábola de los trabajadores de la viña nos hace salir de un sistema de retribución salarial, que se formula y establece por ley (según el mérito y la aportación de cada uno, dentro de un mercado de trabajo, controlado por los propietarios, dadores de trabajo), para entar en un modelo de gratuidad, donde no hay propietarios y no propietarios, dadores de trabajo y asalariados, sino espacios de vida compartida, esto es, comunidades de personas libres, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita para vivir él y su familia (es decir, un denario).
Debemos pasar, según eso, de un tipo de justicia (¡te pagaré lo justo: to dikaion, Mt 20, 5) a una experiencia de gracia y comunicación personal, donde el “amo” (señor de casa) paga (da) a los últimos lo mismo que a los primeros, gratuitamente, porque es bueno (agathos: Mt 20, 15), y porque los hombres y mujeres lo necesitan para vivir. Esta parábola empieza empleando un lenguaje salarial (pagar lo justo) para superarlo después,¡ (¡no negarlo!), superando de esa forma todos los deberes de unos, todas las ventajas e imposiciones de otros.
Repito el tema, por si no queda claro: debenis pasar de un sistema salarial creador de grandes diferencias (que pueden pasar del cien o mil por uno a un sistema igualitario (a todos el mismo salario), de manera que no existan ya salarios, con dadores de trabajo y asalariados, sino experiencias de propiedad, trabajo y salario compartido, donde cada uno ofrezca al conjunto social y laboral lo que puede y recibe lo que necesita, para sí mismo y para su familia.
El modelo de trabajo y de remuneración en gratuidad, que formula esta parábola, va en contra de las leyes o costumbres actuales de propiedad y trabajo asalariado, donde lo que importa es la defensa de un tipo de “ dominio” particular de bienes, a unos bienes que son riqueza y fuente de una vida compartida en gratuidad.
Algo de esto han sabido y querido muchos grupos humanos antiguos, lo mismo que millones de familias y grupos religiosos en los que se comparte en amor la riqueza, el trabajo y el sueldo, en un contexto de comunión personal (cada uno hace lo que puede, a cada uno se le da lo que necesita), no de “talión” salarial (ojo por ojo…). Esto lo han sabido los socialistas utópicos del siglo XIX, mejor que un tipo miedoso de DSI (Doctrina Social de la Iglesia) centrada en “lo justo” de la primera propuesta del amo en Mt 20, 4 no en el amor del final, superando su propuesta salarial, porque es bueno” (20, 15).
Mateo empieza a contar esta parábola desde la perspectiva “religiosa” de las primera comunidades cristianas, y así distingue entre unos judeo-cristianos que vienen trabajando (en línea de evangelio y que, según eso, quieren un salario y mérito mayor, dentro de la iglesia) y unos pagano-cristianos que han empezado a trabajar más tarde en la viña de del evangelio, pero al final reciben la misma paga que los primeros, como si lo que importara fuera (¡y es así!) lo que cada uno necesita por humanidad, y no lo que merece según ley de mercado.
Durante el período de formación de los discípulos, tal como lo cuenta el evangelio de Mateo, Jesús parece disfrutar desconcertándolos con sus ideas sobre el matrimonio, la importancia de los niños, la riqueza. Pero el punto culminante del desconcierto lo constituye esta parábola sobre el pago por el trabajo realizado.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
― ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
― Nadie nos ha contratado.
Él les dijo:
― Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
― Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
― Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.
Él replicó a uno de ellos:
― Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
El protagonista es un terrateniente con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario. Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.
Hasta ahora todo va bien. Un propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.
Pero este personaje tan digno se comporta al final como un cabrón (insulto de base bíblica, usado por el profeta Ezequiel). Al atardecer, cuando llega el momento de pagar, ordena al administrador que no empiece por los primeros, sino por los últimos. Cuando estos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo, los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben lo mismo. Es lógico que protesten.
¿Por qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de la enseñanza de la parábola.
¿Cabrón o bueno?
Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.
¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?
En la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios): vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea bueno.
Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, no han faltado un domingo a misa, colaboran en la parroquia, ayudan en Caritas, se enteran de que Dios va a compensarlos a ellos igual que a gente que solo pisa la iglesia para entierros y bodas, y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.
¿No es de hipócritas indignarse?
Si alguno se sigue indignando con la actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana, que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.
En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.
Las cinco de la tarde
Cabe el peligro de interpretar lo anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.
Este es el tema de la 1ª lectura, tomada de Isaías, que usa un lenguaje mucho más severo.
Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes
No habla de desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las personas que necesitan de su ayuda.
Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.
Marruecos, Libia y la alternativa de Pablo (Fil 1,20c.24.27a)
Igual que el domingo pasado, la segunda lectura no tiene relación con el evangelio, pero sí mucha con la realidad actual de los miles de muertos provocados por el terremoto de Marruecos y las inundaciones en Libia.
Pablo está en la cárcel, y no sabe si saldrá absuelto o lo condenarán a muerte. Para nosotros, la elección sería clara: absolución. Pablo ve las cosas de otro modo: la absolución le permitiría seguir trabajando por sus cristianos y por la extensión del evangelio; pero la muerte le permitiría «estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». En esta alternativa, no sabe qué escoger.
Lo absolverán, y continuará su obra unos años más, hasta que la muerte le permita estar con Cristo. La semana pasada hemos experimentado la muerte con terrible tragedia personal, familiar y social. En medio de tanto sufrimiento, Pablo nos recuerda a los cristianos que la muerte es el paso a disfrutar eternamente de la compañía del Señor.
Si los dos domingos anteriores teníamos como tema central del Evangelio el tema del perdón, este domingo Mateo nos presenta el tema de la envidia. La envidia no es otra cosa que el dolor y la rabia que nos provoca el bien ajeno.
Es fácil, nos sale casi de forma natural, el conmovernos ante las desgracias ajenas. El dolor de otras personas es capaz de sacar lo mejor de mucha gente.
Pero, tristemente, el bien ajeno, no solo no nos alegra sino que en ocasiones nos pone en contacto con la parte más oscura y sombría del ser humano. Nos parece que nuestro esfuerzo merece mejores recompensas. Y nos llena de envidia ver cómo otras personas reciben más que nosotras; entonces nos sentimos injustamente tratadas. Igual que los jornaleros de la primera hora: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.”
He oído muchas veces, a distintas personas, quejarse de que los telediarios dan solamente malas noticias. Pero ¿soportaríamos un telediario de buenas noticias ajenas? Seguramente no, y las televisiones lo saben y cuidan sus audiencias dando aquello que se demanda.
¡Ay, la envidia!, esa fiel compañera que se abre paso en nuestra vida desde nuestra más tierna infancia. Muchas veces se les da lo mismo a dos hermanitos para que ninguno tenga envidia, pero ¿ayuda eso a lidiar con la envidia en la vida?
¿Qué podemos hacer para que el bien ajeno no nos haga profundamente infelices? ¿Cuál es el antídoto que contrarresta los efectos de la envidia? ¡La misericordia!
Si la envidia es mirar con malos ojos el bien ajeno, la misericordia es la capacidad de mirar con buenos ojos incluso la miseria ajena. La misericordia es la manera de ver que tiene Dios. Es mirar con los ojos de Dios que cuando nos mira ve por todas partes hijas e hijos amados.
Si al mirar veo a una persona amada es más fácil que consiga alegrarme con su alegría. Si descubrimos que lo bueno que les pasa a las demás es también un bien para mí viviré con más alegría y menos preocupación.
Al reconocer que el “denario” que recibo por mi trabajo es justamente lo que habíamos acordado de ante mano y por lo mismo es el salario que merece mi esfuerzo, podré contentarme con lo mío. Y podré también ir abriendo camino para que la alegría ajena provoque también mi alegría.
Oración
Danos, Trinidad Santa, una mirada misericordiosa como la tuya. Libéranos de la envidia que nos separa y enfrenta y llénanos de la ternura que une y complementa.
Comentarios desactivados en Dios es justo a su manera, no a la nuestra.
DOMINGO 25 (A)
Mt 20,1-16
Cuando se escribió este evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje, pero seguían creciendo. Los veteranos, seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. Advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sino un privilegio que debían agradecer.
Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros. A continuación, viene el relato de hoy, que repite lo mismo, pero invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se ha hecho realidad.
Los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de intentar recuperar al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar sin tener en cuenta la cantidad. Hoy habla de la necesidad de compartir, no con un sentido de justicia humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta a cada uno.
Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que, en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.
Desde la justicia humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de ‘toma y da acá’ con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado.
Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Cualquier sindicato de trabajadores consideraría una injusticia lo que hace el dueño de la viña. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros seamos capaces de imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad será imposible entender la parábola.
Hoy todos trabajamos para lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.
La parábola trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba suyo propio nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común”.
Los de primera hora se quejan del trato que reciben los de la última. Se muestra la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les molesta que los últimos reciban lo mismo que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro no se beneficie.
Lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que paga a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Dios se da a todos siempre.
Podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.
La salvación que Jesús propone no busca cambiar a Dios; como si antes estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús vino para que nosotros cambiemos, aceptando su salvación. Esa aceptación de su salvación tendría increíbles consecuencias en nuestra vida espiritual.
Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.
El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Los que nos creemos buenos lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.
El evangelio nos propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). Lo que Jesús pretende es que despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.
«Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros que hemos aguantado el peso del día y el bochorno»
La práctica recogida en el texto de hoy era habitual en nuestros pueblos hasta hace muy poco tiempo, y sin duda algo cotidiano en la Palestina de tiempos de Jesús. El hacendado, o su capataz, salía muy temprano a la plaza del pueblo a contratar a los peones que iba a necesitar esa jornada, y el que era elegido se ganaba el sustento, y el que no, se quedaba sin jornal y debía ayunar ese día. El inicio de la parábola relata por tanto un hecho de todos conocido, pero al final (como era su costumbre) Jesús introduce la paradoja, y en la paradoja encontramos el mensaje: los obreros que solo han trabajado una hora reciben el mismo salario que quienes habían estado todo un día soportando el duro trabajo.
Según nuestra mentalidad, los obreros de la primera hora que protestan tienen toda la razón, porque se ha cometido con ellos una injusticia (o como diríamos nosotros, un “agravio comparativo”). No hay derecho a que trabajando diez veces más que los otros, al final reciban lo mismo… Pero según la mentalidad que emana del evangelio, gracias a la “injusticia” del amo, aquellos braceros de última hora podrán dar de cenar a su familia ese día. Todo es cuestión de enfoque; nosotros estamos anclados en el mundo de la justicia, y el evangelio nos propone dar el salto definitivo al mundo del amor. «Tú piensas como los hombres, no como Dios», le dice Jesús a Pedro cuando se siente tentado por él.
Pensar como Dios, pensar desde el amor en lugar de pensar desde la mera justicia. Para Jesús debió ser muy importante recalcar esta forma tan distinta de ver las cosas, porque repite el mensaje en muchas ocasiones a lo largo del evangelio. En la parábola del hijo pródigo, la actitud del hijo mayor es perfectamente razonable, pero volvemos a estar frente a un problema de enfoque. El hijo sólo ve que su hermano «ha devorado la hacienda con rameras», mientras que su padre va mucho más adentro: «Este hermano tuyo estaba perdido y ha sido hallado». Ver el mundo desde la justicia o verlo desde el amor…
En el pasaje de la mujer adúltera, los escribas y fariseos tienen toda la razón. La ley de Moisés manda lapidar a las mujeres sorprendidas en adulterio, y ellos son los encargados de impartir justicia. Lo que no tienen es misericordia; viven en el mundo de la justicia y no son capaces de ir más allá. Jesús, en cambio, vive inmerso en el mundo del amor (piensa como Dios) y se juega la vida para salvar a la mujer: «Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más»
Podíamos seguir repasando episodios en los que se hace patente ese choque entre la mentalidad del mundo y la mentalidad de Jesús, pero preferimos finalizar con una frase de Karl Marx (en su etapa más joven y humanista) que creemos que encaja muy bien con esta parábola: «Que cada uno aporte según su capacidad, y reciba según su necesidad».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aq
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DOMINGO 25º T. O. (A)
Mt 20,1-16
En el mundo actual las personas, sensibles a la justicia, también lo somos a la retribución. El fruto del trabajo corresponde a los que trabajan. Los esfuerzos por una sociedad más justa se dirigen al reparto equitativo de las retribuciones.
En cualquier país es fundamental el reparto justo de la renta nacional o suma de las rentas percibidas por los habitantes en función de su participación en el proceso productivo. Al mismo tiempo que un grupo reducido de personas se apropian de la mayor parte de la renta nacional, otro gran sector del país no alcanza sino un tanto por ciento mínimo. Los desequilibrios de renta, funcionales, personales o territoriales son escandalosos e injustos; unos pretenden ser superiores al resto de sus conciudadanos. La unidad es el instrumento imprescindible para garantizar la libertad y la igualdad efectiva de derechos de todos los ciudadanos. Como administrados exijamos a los que gestionan el dinero de nuestros impuestos y suscriben deuda en nuestro nombre como Estado, nos informen con veracidad sobre cómo va a afectar a nuestros bolsillos y a la generación siguiente (estimación de 32.000 €/persona), sus decisiones. No todo vale.
En la Escritura también se habla de retribución: Dios recompensa a sus servidores. Pero se distingue la retribución en el tiempo presente y la del final de los tiempos. De hecho, la felicidad y el sufrimiento no corresponden a un comportamiento bueno y a otro malo. Cuando Jesús menciona la retribución de la vida, quiere decir que ya ha comenzado, aunque todavía no en su plenitud.
En ese sentido, la llamada a la conversión que proclama el profeta Isaías (55,6-9) cuenta con la actitud de la persona que da el paso y con la de Dios que hace posible la conversión. La misma llamada es fuerza. Ni la persona se puede convertir sin la fuerza de Dios que le atrae, ni Dios convierte a la persona si ésta no se orienta hacia Él. “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.
La conversión permanente que el Espíritu-Ruah realiza en cada ser humano tiene que ver con saber rectificar, adaptarse, cambiar de mentalidad…, porque me he dado cuenta que la meta o el camino por el que transito es equivocado, me aleja de mi verdadera humanidad. Eso supone implicarse y atrevernos a rectificar nuestra dirección. Tarea de toda la vida.
A primera vista resulta duro que el Reino de Dios se compare a la situación arbitraria y opresora del mundo laboral de aquella época. Sin embargo, la parábola no justifica esa situación en absoluto, sino que subraya que Dios es el único que puede actuar como Dueño universal. No así el ser humano. El Reino tiene un fundamento inverso al de las sociedades terrenas. Allí no valen las prerrogativas de los poderosos, ávidos de poder, sino las actitudes personales, sean quienes fueren los que las adopten.
La viña hace referencia al pueblo elegido y el propietario es Dios que actúa desde el amor incondicional, cosa que solo puede hacer él. En la comunidad de la que formamos parte, el hecho de ser veteranos/as, tener títulos, proceder de lugares distintos, pensar diferente, ¿nos da derecho a situarnos por encima, socavar nuestro marco de convivencia logrado entre todos, excluir, provocar enfrentamiento, división? “Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”. Y no sólo establecer diferencias respecto a personas, sino también de pueblos, de autonomías, de países. Todo se mide y se mueve en función de intereses personales para mantenerse en el poder. Un mercadeo propio de los organismos financieros y de los que provocan conflictos económicos, políticos, territoriales (sociales), energéticos e incluso religiosos, que son el caldo de cultivo de las guerras, la pobreza, la división, la impunidad ante la ley, los totalitarismos de cualquier signo.
Lo que la parábola pretende son unas relaciones humanas que estén más allá de intereses egoístas de grupos, de individuos sin escrúpulos carentes de cualquier límite moral o ético. También en lo religioso se nos enseñó a diferenciarnos, consecuencia de ello son los fanatismos, la intolerancia generalizada de las religiones, la división.
De lo que se trata es de compartir con los demás, no con el sentido de justicia mercantilista de nuestra sociedad, sino a semejanza de cómo se desvive Dios con nosotros: desmesura y derroche de bondad, de gratuidad, de verdad, de amor. Es lo que Jesús quiere que entendamos: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hch 4,32-35).
No esperemos justicia retributiva del mundo ambicioso e interesado en que nos movemos. El denario de la parábola habita en el corazón humano, va dirigido a quienes están en “el atardecer”: parados, enfermos, inmigrantes, refugiados, empobrecidos, víctimas de cualquier violencia…, también, a nosotros/as mismos/as.
Cuando logremos comprender el valor de ese denario que el propietario de la Viña reparte con generosidad y justicia, “nosotros, los primeros” dejaremos de protestar, de sacar la vara de medir mercantilista, malgastar, mentir, oprimir, despreciar. Solo así seremos capaces de construir fraternidad-sororidad, tolerancia, paz, honestidad, armonía original entre naturaleza, recursos naturales y necesidades humanas; el desarrollo sostenible estará informado por la búsqueda del bien común general, la ética, la verdad, la austeridad, la humildad, la moderación. Afortunadamente, y pese a la gran maquinaria de la opresión a nivel social, global, tan difícil de enfrentar a nivel individual, aún quedan corazones que ofrecen denarios a aquellos que llegan “al atardecer”, porque “quiero darle a este último igual que a ti”. “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
La recompensa del cristiano es Cristo. Dios mismo es el premio de los justos. Cada uno/a será retribuido de acuerdo con sus obras, según hayamos permitido a nuestro corazón, desbordar de amor a los demás, a nosotros/as mismos. Lo demás, puro mercadeo, puro cinismo.
Comentarios desactivados en La Sabiduría desconcierta.
Domingo XXV del Tiempo Ordinario
24 septiembre 2023
Mt 20, 1-16
Probablemente, todo aquello que no nos desconcierta no es sabio, sino adaptado a la medida del ego. Este exige, por ejemplo, que se pague a cada cual según las horas que ha trabajado. Por eso, cuando alguien afirma que todos reciben lo mismo, el ego se subleva y, si es religioso, tiene que hacer piruetas para asumir lo que dice el texto evangélico.
Lo que el texto dice, siendo radicalmente desconcertante e incluso desinstalador, es sumamente sencillo: el Fondo de lo real es Bondad (“¿vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”).
Es desintalador porque cuestiona el porqué de nuestras acciones. ¿Qué nos mueve?, ¿hacemos las cosas por el premio que esperamos conseguir?, ¿está nuestra vida basada en la idea del mérito y la recompensa?…
La parábola viene a decir que el premio no es el “denario”, sino el hecho mismo de estar vivos. Y que, si sabemos ver, todo está siendo ya regalo, aun en medio de desgarros que parecen partir el corazón.
El ego siempre hace las cosas en función de lo que espera conseguir. No es raro que se mueva por el protagonismo, la exigencia, la comparación y -cuando se ve frustrado- por el resentimiento. Ante la propuesta de la sabiduría, que le resulta nueva y sorprendente, suele experimentar incomodidad o malestar, cuando no abierto rechazo.
La sabiduría muestra otra forma de vivir, aquella en la que permitimos que la vida misma se exprese a través de nosotros. Hemos comprendido que no soy quien vive, sino que es la vida la que vive en mí y en todos nosotros. No estoy preguntándome todo el tiempo qué le pido a la vida -o exigiéndole lo que tendría que darme-, sino qué quiere vivir en mí.
Vivir es fluir con la vida. Esto, que la mente asocia con pasividad, es el mayor motor de la acción, a la vez que fuente de creatividad. Porque en la práctica es vivir desde la comprensión de lo que somos y, en consecuencia, desde la gratuidad y el agradecimiento que dice: “no busco el denario; doy gracias por estar vivo”.
Comentarios desactivados en El discípulo de Jesús todo lo vive como gracia, no como pago.
Del blog de Tomás Muro, La verdad es libre:
01.- La justicia de Dios no es como la de los hombres.
La parábola del propietario que paga a todos los jornaleros por igual suele causar un cierto escozor en personas religiosas que ven la vida (y el cristianismo) desde la justicia humana y con una cierta envidia que les reconcome interiormente.
La justicia humana a la que estamos acostumbrados es aquella que dice: dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde o le es debido. En el caso del evangelio dar a cada uno lo que está estipulado. Hemos acordado tu sueldo en mil euros, pues toma los mil euros y vete.
Puede que esa justicia esté bien “de tejas abajo”, pero no es la justicia de Dios.Vuestros caminos no son mis caminos… Mis caminos son más altos que los vuestros.
La justicia de Dios no es la justicia humana. Dios no se acomoda a los moldes de la justicia humana. Dios es solamente amor y bondad: Dios infunde su respeto con bondad y perdón. Su amor no tiene fin, (salmo 139).
Si empleamos el lenguaje de la parábola, Dios no paga conforme a nuestra justicia, sino conforme a su infinita bondad.
El Señor es misericordioso con todos, sobre todo con los últimos y con los pecadores.
La justicia de Dios es Jesús y no se resuelve en el Juzgado de Atocha, ni en la cárcel, ni en el Santo Oficio eclesiástico, sino en el amor.
02.- Alegría de sentirse amado por Dios.
Para el cristiano -sea de primera hora o de última- la mayor alegría y gozo es haber sido amado primero y definitivamente por el Señor. Y desde esa perspectiva, el cristiano trabaja y disfruta en la vida con la esperanza de que todos somos acogidos por el Señor, aunque hayamos trabajado poco.
El discípulo de Jesús no anda exigiendo un sueldo o una retribución mayor. El que es discípulo de Jesús no se siente con mayores derechos. Todo lo experimenta como don: gracia
¿Qué otra cosa más gratificante (gratia) existe que sentirnos llamados a la vida y a trabajar en la viña del Señor?
03.- Una nota sobre la envidia
La envidia es una especie de tristeza por el bien ajeno que se considera como un mal o un agravio para nosotros, en cuanto que rebaja nuestro trabajo, nuestro esfuerzo… Se opone directamente a la caridad, que es gozarpor el bien del prójimo.
La envidia consiste en entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más estériles. De la envidia no disfruta nadie, ni el que la tiene ni aquel sobre sobre el que recae la envidia.
La envidia va destruyendo –como la carcoma– al envidioso. No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en que el otro quizás disfrute más.
El envidioso no es infeliz por sus propios males, sino por los bienes ajenos, por el bien hacer de los demás.
Cuando la envidia anida en nosotros es que nuestro corazón no es noble, porque no somos capaces de aceptar el amor de Dios y en la vida como algo gratuito y hacia todos.
04.- Vivir en gracia. El cristianismo es gratuidad.
La vida como el amor, como la bondad, como el cristianismo son gratuitos, un regalo, un don, gracia.
Nuestro Dios nos quiere a todos por igual y “a fondo perdido.”
¿Cuál es la “ventaja” de los que han trabajado desde primera hora de la mañana? No que el dueño de la viña les vaya a pagar más, o que vayan a tener “un mejor puesto en el cielo”, sino el haber gozado desde el comienzo, desde la mañana de la cercanía de Dios. Los primeros han experimentado desde muy de mañana ser amados por Dios y amar al Señor.
Claro que esto nos puede parecer poco, porque preferimos lo que Dios nos paga a lo que Dios es. Queremos a Dios no por Él mismo, que es amor, sino por la recompensa. Tenemos una visión mercantil de la vida, del evangelio, del sentido de la vida y de Dios: Dios nos interesa porque nos premia, no nos interesa como persona, como intimidad.
Los últimos, (sea en el tiempo, sea incluso en la vida moral) también son hijos amados de Dios porque Dios es amor (1Jn 4,8).
05.- ¿Premio – castigo?
Es un esquema -bastante infantil- que ha funcionado y funciona en las religiones, también en la católica: Dios premia a los buenos y castiga a los malos. [1]
Si eso fuese así, nos sobra toda religión y cristianismo. Si el cristianismo se reduce a informarnos de que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, nos sobra la cristología y la redención.
Para tan poco viaje no hacía falta tanta alforja.
Jesús no piensa en términos de premios y castigos, méritos y horas trabajadas, sino que piensa en términos de gracia: de gratuidad y bondad.
No podemos reducir la gracia a mérito y premio.
De ahí que los trabajadores de la primera hora murmuraban. Es mucha la gente que murmura por este motivo. También ocurrió en la Biblia y ocurre en la vida normal:
Jonás se enfada con Dios porque ha perdonado a los ninivitas (Nínive).
El hermano mayor se enoja con su padre, porque acoge al hermano perdido.
Marta echa en cara a Jesús porque su hermana María se ha decantado por dimensión amorosa de la vida (la mejor parte).
No pocos curas se enfadan porque el obispo no les da una parroquia mejor.
Los obispos aspiran a una diócesis más importante.
Parece que el papa Francisco quiere cambiar un poco las cosas, pero el cardenalato era el pago a la “hoja de servicios” a determinadas personas.
Mucha gente se indigna porque no le son reconocidos sus méritos en el trabajo, en la política, cultural, etc.
Disfrutemos por estar en la mies del Señor y gocemos con su gracia
[1] El Dios de muchos católicos, sobre todo “ultramontanos”, es muy justo, porque castiga a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.
Comentarios desactivados en Bendito seas, por tantas personas buenas.
Madre Teresa visita a Dorothy Day
Bendito seas
por tantas personas buenas
que viven y caminan con nosotros
haciéndote presente cada día
con rostro amigo de padre y madre.
Bendito seas
por quienes nos aman sinceramente,
nos ofrecen gratis, lo que tienen
y nos abren las puertas de su amistad,
sin juzgarnos ni pedirnos cambiar.
Bendito seas
por las personas que contagian simpatía
y siembran esperanza y serenidad
aún en los momentos de crisis y amargura
que nos asaltan a lo largo de la vida.
Bendito seas
por quienes creen en un mundo nuevo
aquí, ahora, en este tiempo y tierra,
y lo sueñan y no se avergüenzan de ello
y lo empujan para que todos lo vean.
Bendito seas
por quienes aman, y lo manifiestan,
y no calculan su entrega a los demás;
y por quienes infunden ganas de vivir
y comparten hasta lo que necesitan.
Bendito seas
por las personas que destilan gozo y paz
y nos hacen pensar y caminar;
y por las que se entregan y consumen
por hacer felices a los demás.
Bendito seas
por las personas que han sufrido y sufren
y creen que la violencia no abre horizontes;
y por quienes tratan de superar la amargura
y no se instalan en las metas conseguidas.
Bendito seas
por quienes hoy se hacen cargo de nosotros
y cargan con nuestros fracasos
y se encargan de que no sucumbamos
en medio de esta crisis y sus ramalazos.
Bendito seas
por tantos y tantos buenos samaritanos
que detienen el viaje de sus negocios
y se paran a nuestro lado a curarnos,
y nos tratan como ciudadanos y hasta hermanos.
Bendito seas
por la buena gente, creyente y no creyente,
que recorre nuestra tierra entregándose
y sirviendo a quienes tienen necesidades;
ellos son los nuevos santos que te hacen presente.
Bendito seas
por haber venido a nuestro encuentro
y habernos hecho hijos e hijas queridas.
Hoy podemos contar, contigo y con tantos hermanos,
a pesar de nuestra torpeza y heridas.
Es triste tener que lamentar el dolor, pero
no basta con quejarse de él para eliminarlo.
Es el bien lo que debemos querer, cumplir, exaltar.
Es la bondad la que debe ser proclamada en presencia del mundo
para que irradie y penetre todos los elementos de la vida individual y social.
El individuo debe ser bueno, de una bondad que revela una conciencia pura
e inaccesible a la duplicidad, al cálculo, a la dureza del corazón.
Bueno, por una aplicación continua de la purificación interior, de la perfección verdadera;
bueno, por fidelidad a un firme propósito manifestado en todo pensamiento, en toda acción.
La humanidad también debe ser buena. Estas voces que suben del fondo de los siglos,
para enseñarnos todavía hoy con una nota de actualidad,
recuerdan a los hombres el deber que incumbe indistintamente a todos de ser buenos,
justos, rectos, generosos, desinteresados, prontos para comprender
y para excusar, dispuestos al perdón y a la magnanimidad.
*
Juan XXIII
La documentación católica n°1367
***
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
– “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.”
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
– “Atiéndela, que viene detrás gritando.”
Él les contestó:
– “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.”
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:
– “Señor, socórreme.”
Él le contestó:
– “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.”
Pero ella repuso:
– “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.”
Jesús le respondió:
– “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.”
En aquel momento quedó curada su hija.
*
Mateo 15,21-28
***
La mujer de la región de Tiro y Sidón ora forzada y empujada por la necesidad. No puede hacer otra cosa, porque su hija está “poseída“, expresión que, entre otras cosas, significa que la comprensión entre ella y su hija hace tiempo que se ha roto, que ha cesado desde mucho tiempo atrás la inteligencia mutua y que ya no es posible volver a reconocer el alma de la otro detrás de las manifestaciones externas de los gestos y las palabras; como bajo la influencia de un poder extraño, la persona de la otra escapa a la percepción. Eso es lo que la Biblia designa con la terrible palabra “demonismo” (Dämonie). Teniendo presente el tormento de semejante enfermedad, la mujer se dirige a Jesús y, bajo la presión e la necesidad, nada podré detenerla. Impulsada por los desvelos y la preocupación por su hija, no se deja apartar como una pesada, como pretenden los discípulos. Abraza cualquier Forma de humillación y se abandona a una forma de súplica que se podría calificar de perruna, si no se viese en ella precisamente la grandeza de su humanidad.
Así de poderosos pueden llegar a ser los lazos del amor en la súplica de unos por otros .
*
E. Drewermann, El mensaje de las mujeres: La ciencia del amor,
Herder Barcelona 1996, 134- 135.
Comentarios desactivados en “Elogio de la Bondad”, por José Luis Vázquez Borau.
De su blog Café Diálogo:
Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo
La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales
Las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios
La presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad
| José Luis Vazquez Borau
Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo. Pero la realidad es que dependemos del otro no solo para sobrevivir, sino para el hecho mismo de ser. El yo sin apegos solidarios, o está enfermo, o es una ficción. Hoy necesitar de los otros se percibe como una debilidad. Solo a los niños, a los enfermos y a los ancianos se les permite depender de otros; para todos los demás, la suficiencia y la autonomía son virtudes cardinales. Pero todos somos criaturas dependientes, hasta la médula.
Durante casi toda la historia de la humanidad, las personas se han considerado buenas por naturaleza y con la conciencia de que nos pertenezemos los unos a los otros. Pero hoy en día nos hemos forjado una imagen de la naturaleza humana en la que apenas hay generosidad natural. Los humanos nos hemos enemistado profundamente entre nosotros, con motivos muy egoístas y nuestras simpatías son modos de protegernos.Ya Thomas Hobbes en su libro Leviatán (1651), que es el libro del nuevo individualismo,desdeña la bondad cristiana por ser psicológicamente absurda. Para este autor, las personas son animales egoístas que solo se preocupan de su propio bienestar. Máquinas que solo se mueven por el interés personal y que tienen un continuo deseo de acumular poder tras poder, que solo cesa con la muerte. La existencia humana es una guerra de todos contra todos. La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales. La bondad, es decir, la capacidad de tolerar la vulnerabilidad de los demás y por tanto la de uno mismo, se considera un signo de flaqueza. Se sospecha que la bondad es una forma superior de egoísmo. Si creemos que los humanos son básicamente competitivos, se considera a la bondad como una virtud para perdedores. Nos cuesta mucho pensar que la bondad nos produce felicidad.
David Hume, Adam Smith y Jean-Jacques Rousseau, frente a Hobbes, fueron defensores de la bondad. Para ellos, ser bondadoso es el modelo supremo de la felicidad humana. En su Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) Hume comparaba la transmisión de sentimientos entre personas con la vibración de las cuerdas del violín: en cada una resonaban los sufrimientos y alegrías ajenos como si fueran suyos. Los egoístas psicológicos afirmaban que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Y Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759) alegaba que «en cierto modo acabamos siendo la misma persona… tal es el origen de nuestros sentimientos comunes», pues los egoístas psicológicos habían afirmado que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Rousseau en sus Confesiones (1782-1789) se describió como persona que sentía las cosas con tanta intensidad quera sensible a la indiferencia o la crueldad. Para este autor la sociedad corrompe. El ser humano entra en el mundo lleno de inocencia y buenas intenciones, y la sociedad lo corrompe y transforma en un ser egoísta.
Ya mucho antes de la llegada del postmodernismo y como si de una premonición de futuro se tratase, el hombre bueno que fue Alfonso Carlos Comín, nos daba este testimonio: «Yo creo que la mayor aportación que se puede hacer es la de los valores trascendentes. La mayoría de los problemas de hoy parten del hecho de que la escala de valores está puesta al revés. Y esto en todos los ambientes. Porque incluso en los movimientos de liberación se valora mucho el progreso del pueblo, la justicia, todos estos valores. Pero si penetras un poco en el interior de estos movimientos y de algunos dirigentes, ves la corrupción y los intereses inconfesables que hay en estas personas y debajo de muchos de estos movimientos, partidos, sindicatos etc.
Entonces, la mejor aportación que podríamos hacer nosotros en nombre de Jesús, aunque sea yendo contra corriente, es presentar la escala de valores de Jesús con la dimensión trascendente que tienen, completando así la visión del ser humano que se tiene en los movimientos citados. Una escala de valores que humaniza y que por tanto transforma, en la medida en que cada uno se va haciendo persona, nuestra sociedad con unas estructuras más justas.
Y esto siguiendo el criterio de que las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios» (Cristianismo y socialismo en libertad, Laia, Barcelona 1979, 161-163.
La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta: «Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros» (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23). Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos… La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría…
Soren Kierkegaard, en Temor y Temblor (1843), describía de esta manera al testigo de la bondad: «Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…«.
Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.
Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que nosotros transcribimos aquí por su alto grado de percepción: «Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender» (Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550.
Lanza del Vasto nos habla de la coherencia que debe de existir entre los fines buenos y los medios que utilizamos. No se pueden buscar fines buenos con medios malos, ni por supuesto fines malos con medios aparentemente buenos. Dice así: «La no violencia es lo contrario de la justificación de los malos medios para el buen fin; es el ajuste de los medios al fin; ya que si el fin es justo los medios también deben serlo. Gandhienseña que medios y fines están unidos como la simiente al árbol. Y que la malicia que los medios introducen en la empresa, se encontrará necesariamente en el fin. Lo que explica la decepción que sigue a todas las victorias y liberaciones obtenidas mediante la violencia, aun cuando la causa fuera buena y los combatientes heroicos y sinceros. No, las buenas causas ni justifican los malos medios; al contrario: los malos medios arruinan las mejores causas. Hay que distinguir eficacia instrumental de eficacia final. La ciencia se presta a cualquier aplicación; la conciencia no. La inteligencia se presta a cualquier aplicación; la sabiduría no. El poder puede cualquier cosa; el dominio de sí, no. El dinero se presta para todo uso, pero la honestidad, no. El coraje se entrega a cualquier causa, pero la caridad, no. La fuerza puede servir para cualquier fin; pero la no violencia o fuerza de la justicia sólo puede servir a la justicia«(Umbral de la vida interior, Sígueme, Salamanca 1989, 1619).
Para poder avanzar por el camino de la no violencia, por el camino de la confianza y de la comprensión, hay que dejar que brote en nosotros la fuente de la paz interior. Como dice el Roger Schutz, prior e la comunidad de Taizé (Francia), «la paz del corazón permite mantenerse en pie, arriesgarse por los demás, reemprender el camino cuando el fracaso, las pruebas, los desánimos pesan demasiado a nuestras espaldas humanas. Esta paz de las profundidades sostiene también una mirada poética sobre la creación y las criaturas. La paz del corazón es fuente de una alegría interior que a menudo se había como adormecido. Y he aquí que se despierta con magnífico asombro, un soplo poético, una sencillez de vida y, para quienes puedan comprenderlo, una visión mística del ser humano».
Retomando de nuevo las palabras de Comín me fijo especialmente en estas: «Cuando una persona buena nos habla de mansedumbre y del amor como único medio de hacer el bien, podemos no hacerla caso y creer que la organización y la militancia seguirán siendo el buen camino. Sin embargo, Carlos de Foucauld, leyendo el Evangelio, había comprendido que la fe y el amor verdadero utilizarán siempre los medios del carpintero de Nazaret. ¿No recordamos inmediatamente la figura de un hombre que, en medio de los más difíciles acontecimientos, comprendió que solo la mansedumbre y la caridad podían ser hoy, como siempre, el testimonio universal el cristiano? ¿No recordamos inmediatamente la figura y la voz inextingible de Juan XXIII…?» (El testimonio universal del cristiano, AUN, nº 54, 1964).
Recopilando, pues, la persona buena es el pobre de espíritu del evangelio de Jesús: Tolerante con todas las debilidades y afirma que quien carece de ternura y sólo posee justicia en última instancia es injusto. No juzga, no condena, pues sentar juicio es cerrar la puerta a toda apelación; es admitir que el mal existe y es definitivo. La piedad es el rasgo esencial de la persona buena y por ésta el mal queda destruido.
Los rasgos esenciales de la persona buena son dos: la no ambición y la no violencia. No ambición en cuanto a desinterés por los logros materiales o los halagos de la fama. Carencia de amor propio y vanidad. Ningún afán de notoriedad: no hace nada por sobresalir. La misma indiferencia ante las ventajas de una posición social. Y la no violencia: repudio absoluto de toda imposición por la fuerza, de todo fanatismo, cumplimiento absoluto del ‘no matarás’. Fuerza auténtica, aunque a veces debilidad aparente.
Pero hay otros rasgos que tampoco deben faltar: Calor humano. Carencia de prejuicios, independencia de pensamiento, amor a la verdad. Conciencia de responsabilidad, tendencia a la preocupación, al máximo esfuerzo. Afán de saber, valor de pensar las cosas hasta el fin. Convicción de la necesidad de la solidaridad humana.
Donde quiera que encontremos una persona de estas características, podremos decir con Iván Karamazov: ‘Me basta con que estés en algún sitio para no perderle el gusto a la vida». Menos mal que también existen hoy personas buenas y no son sólo personajes del pasado. Están ahí, de pie. Cada uno en su sitio, tan enraizadas en lo concreto como universales. Personas sencillas, apasionadas, libres, comprometidas, movidas por el Espíritu de Jesús de Nazaret.
Comentarios desactivados en “Dios es bueno con todos”. 20 de septiembre de 2020. 25 Tiempo ordinario (A). Mateo 20 , 1-16
Sin duda es una de las parábolas más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola de los obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la viña. Algunos investigadores la llaman hoy «parábola del patrono que quería trabajo y pan para todos».
Este hombre sale personalmente a la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando solo falta una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No parece urgido por la vendimia. Lo que quiere es que aquella gente no se quede sin trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie ha llamado. Y por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los primeros protestan, esta es su respuesta: «¿Vais a tener envidia porque soy bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y esquemas.
La imagen que no pocos cristianos se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y hasta contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios justiciero del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas. Entonces, la bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida o distorsionada.
Una de las tareas más importantes en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia de Dios vivida por Jesús. Solo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza diferente en el mundo.
Comentarios desactivados en “¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?”. Domingo 20 de septiembre de 2020. 25º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes Salmo responsorial: 144: Cerca está el Señor de los que lo invocan. Filipenses 1,20c-24.27a: Para mí la vida es Cristo Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?
La gracia y la misericordia de Dios se contrapone a la mentalidad religiosa judía de los tiempos de Jesús. Frente a la teología del mérito del sistema religioso se opone la teología de la gracia predicada por Jesús. Desde esta perspectiva, la salvación no se alcanza solamente por méritos propios sino por la misericordia de Dios que nos la concede a pesar de que no la merezcamos.
El texto del segundo Isaías centra su actividad profética en el tema de la consolación del pueblo desterrado. Pero el destierro fue por la desobediencia del pueblo y de sus dirigentes que se apartaron de Dios y quebrantaron la alianza. Sin embargo, Dios no abandona a su pueblo. Si el pueblo es infiel a la alianza, Dios permanece siempre fiel. Los caminos del Señor son muy distintos de los caminos humanos. El profeta insiste en la invitación a buscar al Señor. Hace un llamado a la conversión y al arrepentimiento porque Dios es Clemente y misericordioso y siempre está dispuesto al perdón. Los planes de Dios no son tan limitados y mezquinos como los de nosotros.
Pablo, en la carta a los Filipenses, plantea una seria disyuntiva: o morir para estar con Cristo o quedarse en medio de ellos para ayudarles en sus dificultades. Pablo, prisionero por Cristo, presiente que sus días ya están llegando a su fin. Perseguido, calumniado, encarcelado, azotado y despreciado de muchos ha vivido en su propia persona la pasión de su Señor. Consecuente con su predicación, si se ha esforzado por vivir el evangelio de Jesús, entonces es normal que corra la misma suerte que su maestro. Pero también tiene la plena convicción de participar de la gloria de la resurrección. Tanto su vida como su muerte está en función de Cristo. Si está vivo es para seguir anunciando el evangelio, si muere es para entrar en la plena comunión de los justificados por El. Así las cosas, Pablo siente que su misión ha llegado a su fin. Como Jesús, puede decir todo está cumplido. Pero a Pablo le queda la gran preocupación de la fragilidad de las comunidades, cuya fe está fuertemente amenazada por el ambiente cultural y religioso de las colonias del Imperio.
En la parábola de los trabajadores descontentos con la paga se refleja el modo de actuar de Dios contrario a nuestra mentalidad utilitarista. El contexto de la parábola debió se la controversia de Jesús con las autoridades judías por su continua relación con personas de dudosa reputación como publicados, pecadores, enfermos, niños, paganos y mujeres. Precisamente aquellos que estaba considerados impuros y, por tanto, excluidos del círculo de santidad. Pero en el contexto de la comunidad mateana se percibe el conflicto producido entre los judeocristianos y paganos cristianos que confluyen en la misma comunidad. Era inaceptable que los recién conversos tuvieran el mismo trato de los que han pertenecido desde tiempos antiguos al pueblo elegido. Es claro que el encuentro entre judaísmo y cristianismo en el seno de una misma comunidad resultó bastante complicado. Así lo manifiestan otros escritos del nuevo testamento como la carta a los gálatas.
La parábola, narrada por Jesús, parte de un hecho real. El propietario representa a los terratenientes que a base de aranceles habían quitado las tierras a los campesinos. Así mismo, los desocupados eran los que lo habían perdido todo y se alquilaban por cualquier cosa para poder vivir. Por supuesto que había quienes siempre eran clientes fijos del propietario, es decir, aquellos a quienes siempre se les contrataba, y estaban los que iban apareciendo a última hora. La clave de la parábola no está en la actitud equitativa del patrón, pues el podría pagar como quisiera. Lo que llamó la atención a los oyentes es que haya preferido a los que no eran sus trabajadores (los de la última hora) sobre los que si lo eran (los de la primera hora). Situación incomprensible desde todo punto de vista.
El sistema religioso del tiempo de Jesús y de las primeras comunidades centraba la práctica religiosa en el mérito y la paga. La salvación se había convertido en un mercado de compra y venta. Jesús cuestiona a fondo esta mentalidad que tanto mal le ha hecho al pueblo. La salvación es don gratuito de Dios. Y la gracia tiene que ver con el amor misericordioso. Dios no maneja nuestros esquemas contables interesados y lucrativos. Para Dios, tanto los primeros como los últimos son objeto de su inmenso amor y misericordia.
Hoy tenemos que superar todo espíritu de competencia y codicia. Tenemos que superar sobre todo el «exclusivismo» que todavía late en el subconsciente cristiano: ya no lo decimos ni lo sostenemos, pero muchos lo siguen pensando: nosotros, nuestra religión, sería la única verdadera, y por tanto la superior, la definitiva, la insuperable, aquella a la que las demás religiones (¡y culturas!) deberán confluir… Si ya muchos han abandonado aquella visión veterotestamentaria de que «las naciones y los pueblos vendrán a adorar a Dios en Sión» -porque sociológicamente ya no parece previsible ni viable que el mundo vaya un día a ser todo él cristiano-, no dejamos de tener esa conciencia de «exclusivismo» cuando nuestras autoridades y jerarquías condenan autoritariamente y sin diálogo alguno opiniones sociales, criterios éticos, que se dan en distintas sociedades, apoyados en el convencimiento de que nuestra verdad es incuestionablemente superior a la de los demás, por principio, y que tendríamos derecho a imponerla en la sociedad (laica, aconfesional) sin necesidad siquiera de dialogar y convencer a la población… Es una actitud de complejo de superioridad que no tiene ninguna justificación.
La apertura a todos, el reconocimiento sincero de que no tenemos un «gratuito e inmerecido derecho de primogenitura», que no somos «los (únicos) elegidos», que los que hemos considerado tradicionalmente «últimos» (o en todo caso, posteriores a nosotros) no lo son, que Dios es «gratuito» y sin favoritismos… son asignaturas pendientes todavía para las Iglesias cristianas…
No cabe duda de que aceptar en profundidad el mensaje evangélico de hoy de que «los primeros serán los últimos», nos exige un cambio de mentalidad a fondo. También el pluralismo religioso y el diálogo intercultural hay que elencarlos entre esos grandes desafíos generados por el descubrimiento más profundo de la «gratuidad de Dios» que la parábola del evangelio de hoy vuelve a poner ante nuestros ojos. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 25 tiempo ordinario. 20.9.20. Mt 20, 1-16. Ante la última hora: Superación “imposible” (pero necesaria) del sistema salarial
Del blog de Xabier Pikaza:
Esta parábola (Mt 20, 1-16) nos lleva del plano salarial del trabajo y del mercado al orden más alto de una vida en la que el hombre no es para el mercado, sino el mercado y el trabajo (con el capital) para el hombre.
Ella nos sitúa ante un modelo “tribal” (¡comunista!) de trabajos y pagas comunes, antes de la división capitalista de trabajos y salarios, y ha sido mejor entendida por algunos socialistas utópico del siglo XIX que por la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), al menos hasta el Papa Francisco.
El mercado (en línea de talión) mide la recompensa por horas y calidad de trabajo (de forma jerárquica). Esta parábola iguala en un plano salarial todos los trabajos, al servicio de la humanidad. Ella es imposible de cumplirse según la ley de retribución al uso, pero, precisamente por eso, es necesaria, verdadera y cristiana. En general, la Iglesia del 2º milenio no ha creído en ella, ni la ha aplicado
| X. Pikaza
Esta narración nos sitúa ante la última hora .. Tal como está establecido, nuestro sistema laboral y salarial, al servicio del capitalismo, no del hombre, está estallando. En contra de eso, la parábola de Jesús nos habla de un trabajo y salario gratuito, humano, desde la perspectiva de los últimos (los pobres y gentiles…) a quienes el “dueño de la casa” gratifica igual que a los primeros (que han trabajado intensamente), con la inversión ya citada de situaciones, situada al principio (19, 30) y al final del texto (20, 16).
La parábola propone un mismo salario de gracia para todos, es decir, un salario que no es “sueldo” por lo trabajado, sino ofrecimiento gratuito de vida, en gesto de igualdad y fraternidad, algo que puede ser escandalosa para algunos, pero lleno de esperanza para otros y en el fondo para todos.
Texto
20 1 El Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que al amanecer (=hora de prima) salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana (=hora de tercia), vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde (=hora de sexta, hora de nona) e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde (=hora undécima) y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7 Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.
8 Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al administrador: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Vinieron los del atardecer (hora undécima) y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Y recibiendo (el denario) se pusieron a protestar contra el amo, diciendo: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor. 13 Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos[1].
Presentación temática
La parábola empieza hablando de unos arrendatarios a quienes el dueño de casa ha contratado como trabajadores en su viña (un tema clave que volverá en 21,33-41), para terminar poniendo de relieve la protesta de aquellos que piensan que el dueño ha sido injusto, pues ha pagado a los últimos igual que a los primeros. En esa línea, el texto habla de cinco grupos de contratados: al amanecer, a la hora tercia, sexta, nona, y finalmente a la caída de la tarde.
Pues bien, al final de la parábola, solo parecen importar dos grupos: Los que han comenzado a trabajar desde el amanecer (hora de prima), que pueden ser judíos observantes…, y los que han sido llamados al final de la tarde (=hora undécima, a eso de las nueve), cuando sólo quedaban breves momentos de faena. Pues bien, en contra de las normas laborales, todos reciben el mismo jornal: Un denario; no importa ya lo que hayan trabajado, sino lo que necesitan para vivir (¡un denario!). Lógicamente, al ver que los últimos cobraban igual que ellos, los primeros protestan, pues, conforme a las normas laborales, deberían haber recibido un jornal más grande.
Los de la primera hora parecen ser judíos, que han estado trabajando en la viña desde muy antiguo, y que tienen envidia (se sienten injustamente tratados) porque el dueño de casa les paga igual que a los que sólo han trabajado una hora (el jornal de un día, un denario). Pero esta parábola nos lleva más allá del plano salarial, haciéndonos ver que todo lo que viene de Dios es un regalo, un don gratuito, de manera que el trabajo de los hombres y mujeres al servicio de la casa, en la familia y campo, ha de hacerse gratuitamente (conforme al pasaje anterior: Mt 19, 29-30)[2].
‒ Los últimos son los primeros (20, 16). En un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo a los pobres (19, 16-29). En esa línea se dice que los últimos (los que no se reservan nada) serán los primeros, sentencia con la que empezaba también esta parábola (19, 30), que es una crítica contra los que presumen de mérito ante Dios.
‒ Esta parábola va en contra de una iglesia establecida (de tipo quizá judeo-cristiano), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de la última hora”, que serían, en general, los pagano-cristianos[3].
– Esta parábola plantea y justifica la superación del sistema salarial, que se sitúa en plano de talión (de pura justicia retributiva), para situarnos en un plano de salario de gratuidad. Cada uno trabaja según sus posibilidades, y a todos se les ofrece lo que necesitan, como ha puesto de relieve muchos teóricos modernos del sistema económico, en contra de la economía capitalista, que conserva el sistema salarial, pero no para provecho de los trabajadores, sino del mismo sistema.
Ampliación. Superación del sistema salarial
El texto ratifica de esa forma elpaso de un sistema de retribución salarial, por ley (¡te pagaré lo justo: to dikaion, Mt 20, 5), según la aportación de cada uno, a un modelo de gratuidad y comunicación personal, donde el “amo” (señor de casa) paga (da) a los últimos lo mismo que a los primeros, gratuitamente, porque es bueno (agathos: Mt 20, 15), y porque los hombres y mujeres lo necesitan para vivir. Esta parábola empieza empleando un lenguaje salarial (pagar lo justo) para superar (¡no negar!) ese sistema de justicia, en línea de gratuidad y de comunión (de lo que es bueno).
Esta parábola presenta a Dios (al amo) como aquel que nos hace pasar no sólo de un sistema salarial corrupto (con diferencias inmensas de sueldo, que pueden llegar al mil por uno) a uno justo, sino de un sistema proporcional “justo” (los que han trabajado doce horas han de cobrar más que los de media hora) a un sistema humano de gratuidad, donde trabajar es un gozo creador (cada uno según sus posibilidades) y recibir el salario es una gracia (a cada uno según sus necesidades, no según lo producido).
Nota: De los numerosos insultos que enriquecen la lengua castellana, “cabrón” es el único tomado de la Biblia (Ezequiel). Por consiguiente, nadie debe escandalizarse de que lo use, aunque tampoco es preciso que añada: “Palabra de Dios”.
Durante el período de formación de los discípulos, tal como lo cuenta el evangelio de Mateo, Jesús parece disfrutar desconcertándolos con sus ideas sobre el matrimonio, la importancia de los niños, la riqueza. Pero el punto culminante del desconcierto lo constituye esta parábola sobre el pago por el trabajo realizado (Mt 20,1-16).
El protagonista es un terrateniente con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario. Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.
Hasta ahora todo va bien. Un propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.
Pero este personaje tan digno se comporta al final como un cabrón. Al atardecer, cuando llega el momento de pagar, ordena al administrador que empiece por los últimos, no por los primeros. Cuando aquellos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo, los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben lo mismo. Es lógico que protesten.
¿Por qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó un denario a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de la enseñanza de la parábola.
¿Cabrón o bueno?
Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.
¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?
En la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios): vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea bueno.
Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, no han faltado un domingo a misa, colaboran en la parroquia, ayudan en Caritas, se enteran de que Dios va a compensarlos a ellos igual que a gente que solo pisa la iglesia para entierros y bodas, y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.
¿No es de hipócritas indignarse?
Si alguno se sigue indignando con la actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana, que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.
En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.
Las cinco de la tarde
Cabe el peligro de interpretar lo anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.
Este es el tema de la 1ª lectura, tomada de Isaías 55,6-9, que usa un lenguaje mucho más severo. No habla de desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las personas que necesitan de su ayuda.
Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.
La alternativa de Pablo y la pandemia (Fil 1,20c.24.27a)
Igual que el domingo pasado, la segunda lectura no tiene relación con el evangelio, pero sí mucha con la realidad actual del coronavirus. Pablo está en la cárcel, y no sabe si saldrá absuelto o lo condenarán a muerte. Para nosotros, la elección sería clara: absolución. Pablo ve las cosas de otro modo: la absolución le permitiría seguir trabajando por sus cristianos y por la extensión del evangelio; pero la muerte le permitiría «estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». En esta alternativa, no sabe qué escoger.
Lo absolverán, y continuará su obra unos años más, hasta que la muerte le permita estar con Cristo. En esta época en que solo se habla de la muerte como fría estadística o tragedia personal y familiar, Pablo nos recuerda a los cristianos que la muerte es el paso a disfrutar eternamente de la compañía del Señor.
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