Turing: 60 años de códigos rotos
Alan Turing. Estatua en Bletchley Park
Se cumplen 60 años del suicidio del mayor matemático del siglo XX
Revolucionó los métodos de cifrado y descifrado de comunicaciones
Aún se siguen desclasificando sus investigaciones, consideradas ‘top secret’
Además: La mansión secreta que rompió el código nazi
Que usted pueda leer estas líneas en su pantalla se lo debe a Alan Turing. A él y a decenas de hombres y mujeres que lo acompañaron o vinieron después. Que Hitler no se hiciera con las riendas de Europa, seguramente también.
El pasado 8 de junio se cumplían 60 años de la aparición del cadáver del matemático más influyente del siglo pasado. Buena parte de sus investigaciones, sin embargo, quedaron sepultadas bajo la etiqueta de ‘secretos de estado’.
Pirata y corsario a la vez, consiguió reventar sistemáticamente los códigos navales de los nazis a base de matemáticas y de imaginarse una máquina, años antes, capaz de computar.
Con los últimos documentos desclasificados, su legado es rescatado ahora en libros y películas, en una prolongada resaca de las celebraciones de su centenario. Ágata Timón y Manuel de León acaban de publicar ‘Rompiendo códigos’ (Catarata). Una aproximación que reivindica el papel de Turing como matemático.
El científico inglés ha sido largamente recordado como padre de la computación por la comunidad informática. Sin embargo,”él aborda temas diversos, siempre desde una perspectiva matemática. Es una persona que estudia problemas complejos”, apunta Timón.
Su triunfal y trágica vida acaba también de ser retratada por Morten Tyldum. El cineasta ha puesto a Benedict Cumberbatch (‘Sherlock’, Julian Assange) en la piel del joven matemático en la película ‘El juego de la imitación’, que se estrenará el próximo otoño.
El título hace referencia al famoso ‘Test de Turing’, que un grupo de investigadores rusos aseguraban haber superado, gracias a un ordenador que pasó por humano en una conversación.
Pero, a falta de robots en nuestra vida diaria, la vigencia de Turing en el día a día está en sus trabajos como criptógrafo. (Casi) cada comunicación que se produce en Internet, cada transacción bancaria, cada chat… cuenta con métodos de cifrado cuyo origen está en los trabajos iniciados en la década de los treinta del siglo XX.
La mansión de los secretos
La evolución de la seguridad digital (al igual que el concepto de ‘lo digital’ en sí) se la debemos a lo que un grupo de criptógrafos hizo durante la Segunda Guerra Mundial. En particular en Bletchely Park, una mansión secreta de Inglaterra (vea la visita que EL MUNDO ha realizado a este lugar)
Las máquinas Enigma que se apropiaron las nazis, servían para convertir los mensajes en secuencias de letras sin sentido alguno aparente. Nos muestra su funcionamiento Tom Brigg, del actual Museo Bletchley Park situado en aquella instalación semimilitar.
“Es como una máquina de escribir con un teclado luminoso. Cada vez que se pulsa una tecla, se enciende una letra”, explica Así, por ejemplo, si queremos codificar la palabra HELLO, la hache se convierte en una I. Sería muy fácil descifrar el código si a la H siempre le correspondiese una I, pero las correspondencias” cambian constantemente, a cada pulsación, gracias a unos rotores”. Así, entre el mensaje ‘en claro’ y el oculto puede haber millones de millones de combinaciones, según el modelo de Enigma.
“Cada día había que configurar la máquina conforme a los libros de códigos que manejaban los alemanes”. La posición inicial de los rotores y el cableado de la ‘cifradora’ elevaban a millones de millones las posibles combinaciones de letras.
¿Inquebrantable? Eso creían los nazis. Pero hoy sabemos que casi todo se puede ‘hackear’. Siempre hay un fallo de seguridad. Y Bletchley fue la cuna de estos genios.
Los polacos ya habían conseguido ‘hackear’ una Enigma. Sin embargo, cada día se intercambiaban miles de mensajes entre buques. Se habían dado cuenta de que en los partes meteorológicos enemigos se repetían siempre determinadas frases. Eso podía llevar a las posiciones iniciales de los rotores en las ‘enigmas’.
Pero semejante universo de combinaciones hacía necesario algo más que teoría, lápiz y papel. Hacía falta un ‘computador’. Y en ese sentido Turing había dado los pasos clave años antes.
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