Interesante artículo que publica en Cáscara Amarga:
Uno de los mejores activistas trans españoles, FTM Lobo, compartía esta semana en su Facebook una imagen que trata de explicar la que se supone es la principal diferencia entre la bisexualidad y la pansexualidad. Según la imagen, la primera supone atracción hacia hombres y mujeres, en tanto que la segunda incluye también la atracción hacia hombres y mujeres intersexuales y transexuales, además de hacia cualquier persona transgénero. Lobo afirmaba, como joven trans, su radical oposición a esta diferenciación y yo, compartiendo su contrariedad, quiero reflexionar sobre la espinosa cuestión de las posibles distinciones entre etiquetas no monosexuales.
Líbrenme los dioses, por supuesto, de tratar de representar con la mía la voz de las personas que pueden identificarse bajo cualquiera de dichas categorías. Pero sucede que una difícil paradoja atenaza la capacidad de producir discurso dentro del movimiento LGTB: no se considera lícito tomar la palabra para reflexionar sobre realidades que no son propias y, al mismo tiempo, se condena la falta de visibilización de esas mismas realidades.
Es decir, un varón categorizable como gay, yo mismo, no debe -y no pretendo hacerlo- hablar en nombre de lesbianas, bisexuales y transexuales, pero es necesario por contra hacer referencia y dar visibilidad en nuestro discurso a esas categorías. Así, en la cuerda floja del discurso, trataré de reflexionar sobre esa diferenciación con la que no estoy de acuerdo.
El debate de las etiquetas, de las abstracciones nominales para representar identidades sexuales y de género, conlleva los problemas y limitaciones de cualquier debate identitario: construimos identidades reivindicativas, como herramientas de lucha, pero que no pueden considerarse de forma esencialista o perderán toda su capacidad de transformación social. Pasarían de ser armas de reivindicación a convertirse en jarrones chinos, piezas delicadísimas que no pueden ser usadas en batalla pues es muy alto el peligro de su rotura.
Además, la construcción de nuestras identidades, a partir de nuestras respectivas realidades sexuales y de género, siempre acaba conformando una estructura imprecisa y modificable por el tiempo, que solo de manera muy precaria consigue representar con fidelidad la realidad que pretende significar: hablamos de bisexualidad o de pansexualidad, pero es necesario plantearse qué hay bajo esos sustantivos antes de plantear como una distinción radical lo que puede limitarse a una diferencia ciertamente insignificante, una diferencia solo idiomática.
No creo siquiera lícita, desde mi lejanía como persona que no participa de ninguna de ambas etiquetas, esa diferenciación que ofrece la imagen antes mencionada. Considero que la sola distinción entre el concepto “hombre” y la adjetivación “hombre transex” u “hombre intersex” encierra una transfobia abrumadora: ¿es necesario el adjetivo transex/intersex? ¿Por qué el “hombre” a secas no necesita adjetivos?
Para superar este problema, que cada vez resulta más común, pues está difundiéndose esta distinción que parece acusar a las personas bisexuales de tránsfobas mientras realiza una diferenciación realmente tránsfoba entre “hombres” y “mujeres” en puridad y “hombres” y “mujeres” adjetivables, creo necesario recurrir a las mismas definiciones de bisexual y pansexual, tratando de encontrar su verdadera diferencia, si la hubiera.
Hace ya un año la asociación Arcópoli publicó un diccionario activista donde después de mucho trabajo y debate conseguimos ofrecer unas definiciones lo más precisas y respetuosas que nos fue posible. Así dijimos que bisexual era aquella «persona cuya orientación sexual está enfocada hacia otras de sexo o género igual o diferente al propio, no necesariamente al mismo tiempo ni del mismo modo o con la misma intensidad»; en tanto que la orientación sexual de una persona pansexual «está enfocada hacia otras de todos los sexos o géneros».
La diferencia, como es evidente, estriba en esos bi o pan, referidos a dos o todas las construcciones sexo/género que pueden conformar una identidad, a las que es posible sumar poli o pluri, de la polisexualidad/plurisexualidad, que hemos de comprender como “varias”, y siempre más que dos, por diferenciarse en algún punto de la bisexualidad.
La cuestión de fondo, entonces, no está en si a una persona bisexual no le atraen las mujeres trans que a una pansexual sí, según quiere defender la imagen; sino en cuántas construcciones sexo/género considera posibles cada uno de los discursos donde se asientan esos conceptos. A ustedes les parecerá un debate peregrino, pero ha llegado a provocar tales discusiones que algún colectivo se ha tambaleado con ellas, y con no pocos afectados.
El discurso LGTB ha sido habitualmente acusado de mantener una concepción binaria de las también construcciónes sexo y género: solo parecen posibles las que denominamos “hombre” y “mujer”. Para evitar esa concepción binaria la deconstrucción del sexo y género permitió diferenciar otras categorías sexogenéricas más allá de las mencionadas y reconocidas: es el discurso queer. No obstante, en ningún momento lo queer afirma que un hombre trans deje de ser un hombre, y de ahí que la interpretación que ofrece la dichosa imagen me parezca, como a nuestro Lobo, inadecuada.
Para hacerlo más sencillo creo poder ofrecer la siguiente idea: tanto bisexual como pansexual y el susodicho pluri/polisexual se refieren a una misma realidad: la persona cuya orientación sexual se dirige hacia otras cuyas identidades sexogenéricas son más de una; la única diferencia es la lengua, el discurso, que empleemos al hablar de esa realidad.
Un discurso binario, que entienda que existen “hombres” y “mujeres”, al ser dos realidades, hablará de bisexualidad, en tanto que un discurso no binario, considerando posibles más combinaciones, podrá hablar de pluri/polisexualidad, si son más de dos, o pansexualidad, si son todas las posibles.
Un problema último, más allá de si usamos una u otra “lengua” para hablar de esa realidad tan difícilmente resumible en un solo concepto, es que el discurso LGTB sigue actualizándose y empieza a abrirse a posiciones no binarias sobre el sexo y el género, convirtiendo cualquier diferenciación en irrelevante una vez supera su binarismo y acepta dentro de la bisexualidad, pese a su bi, posibilidades superiores a dos.
Ningún sentido tiene, como vemos, la idea de que la bisexualidad censure cualquier deseo por personas trans o inter, del mismo modo que, como posible postulado derivado de ese error, una persona monosexual, hetero u homo, pueda sentir deseo únicamente hacia personas cisexuales, cuando perfectamente puede sentir atracción hacia todo tipo de hombres o mujeres, sin adjetivos diferenciadores.
Como reflexión final, creo muy relevante destacar que he dedicado tres páginas a este tema, toda una de mis columnas semanales, y no sirve absolutamente de nada. Me planteo desde hace tiempo que toda esta hondísima reflexión sobre quiénes somos, si somos bisexuales, pansexuales, gais u homosexuales, transexuales o transgénero, etc., si bien apasionante desde un punto de vista puramente académico, no permite que nuestro discurso evolucione. Al contrario, lo ralentiza. Porque mientras pensamos en quiénes somos dejamos de pensar en cuáles son los principales obstáculos que nos impiden ser.
Nuestras identidades, sean las que fueren, nacieron como recursos para luchar contra la homofobia, la transfobia y la bifobia. Hablemos sobre ellas, pensémoslas una y otra vez: denunciemos su violencia. Necesitamos poder ser para saber mejor quienes somos.
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Arcópoli, Bisexualidad, Identidad, LGTB, Pansexualidad
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