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“Cómo surge Dios dentro de la nueva visión del universo”, por Leonardo Boff

Sábado, 17 de junio de 2023
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Silhouette People Against Start Field“Ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar”

“Esta cuestión surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio”

“Sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios”

“Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación?”

“Como dice Stephen Hawking, ‘si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios'”

Esta cuestión de Dios dentro de la moderna visión del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciese aquel puntito, menor que la cabeza de un alfiler que después explotó? ¿Quién sustenta el universo como un todo para que siga existiendo y expandiéndose así  como cada uno de los seres que existen en él, ser humano incluido?

¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si a pesar de eso aparecieron seres es señal de que Alguien o Algo los llamó a la existencia y los sustenta permanentemente.

Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio. Sobre el Misterio y lo Incognoscible, por definición, nada puede decirse literalmente. Por su naturaleza, el Misterio y lo Incognoscible son anteriores a las palabras, a la energía, a la materia, al espacio, al tiempo y al pensamiento.

Pues bien, sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios. Dios es siempre Misterio e Incognoscible. Ante Él, vale más el silencio que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Pascal, yo diría: creer en Dios no es pensar a Dios, sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Él emerge como una Presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo (en griego: tener un Dios dentro) dentro de nosotros y hace surgir en nosotros el sentimiento de grandeza, de majestad, de respeto y de veneración.

Esta percepción es típica de los seres humanos. Es innegable, poco importa que sea religioso o no.

Situados entre el cielo y la tierra, al mirar los millares de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Y surgen naturalmente las preguntas:

¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y dirige la expansión aún en curso del universo? En nuestros despachos refrigerados o entre las cuatro paredes blancas de un aula o en un círculo de conversación informal, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero inmersos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos permanecer callados. Es imposible despreciar el irrumpir de la aurora, permanecer indiferente ante el brotar de una flor o no contemplar con asombro a un recién nacido. Cada vez que nace un niño nos convence de que Dios sigue creyendo en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: es Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien lo sostiene todo. Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres.

“Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres”

Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él?¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esta pregunta no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma.

Como dice Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro Breve historia del tiempo (1992): «Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios» (p. 238). Pero hasta el día de hoy, científicos y sabios siguen todavía  preguntándose y buscando el designio oculto de Dios.

Las religiones y el judeocristianismo se han atrevido a dar una respuesta dando reverentemente un nombre al Misterio,  llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yavé, Alá, Tao, Olorum y principalmente Dios.

El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son  expansión de su amor, pues quiso  compañeros y compañeras a su lado. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos –Padre, Hijo  y Espíritu Santo– y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.

Al decir esto, descansa nuestro preguntar cansado, pero ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar, siempre abierto a nuevas respuestas.

*Leonardo Boff ha escrito junto con el cosmólogo canadiense Mark Hathaway, El Tao de la liberación: explorando la ecología de la trasformación, Trotta 2012; La nueva visión del universo, Petrópolis 2022.

Fuente Religión Digital

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Alan Watts: Tú eres el Big Bang.

Viernes, 12 de junio de 2020
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alan_watts-bigAlan Watts, extracto de Más allá de la mente,

No eres un ser independiente de la naturaleza, sino un aspecto o síntoma de la naturaleza. Como ser humano, la idea de crecer paralelamente a este universo es comparable a una manzana creciendo fuera de un manzano. Un árbol que da manzanas es un árbol con manzanas, al igual que un universo en el que habitan seres humanos es un universo con seres humanos. La existencia de personas pone de manifiesto el tipo de universo en el que vivimos, pero como estamos bajo la influencia de estos dos grandes mitos (el modelo creacionista y el modelo mecanicista del universo) experimentamos esa sensación de no pertenecer a este mundo. En el lenguaje común utilizamos la expresión «vine al mundo», pero no fue así: nosotros surgimos del mundo.

La mayoría de la gente tiene la sensación de ser algo que existe únicamente dentro de un cuerpo de huesos y piel, de ser una consciencia que observa a este ser, y cuando miramos a aquellos que se parecen a nosotros los consideramos personas solo si tienen un color de piel, una religión o lo que sea similar a la nuestra. Si nos damos cuenta, siempre que hemos decidido borrar del mapa a cierto grupo de personas nos hemos referido a ellas como si no fueran personas o no exactamente humanos, por lo que les hemos llamamos despectivamente monos, monstruos o máquinas, pero en ningún caso personas. Toda hostilidad que podamos sentir hacia otros y hacia el mundo exterior proviene de esta superstición (de este mito), de esta teoría sin fundamento alguno que reduce nuestra existencia a un mero saco de huesos y piel.

Me gustaría proponer una idea diferente. Partamos de la teoría del Big Bang, aquella que afirma que unos 13.000 millones de años atrás hubo una explosión primordial que esparció todas estas galaxias y estrellas por el espacio; digamos en pro del argumento que fue así, como si alguien hubiera cogido un bote de tinta y lo hubiera lanzado contra la pared; la tinta se hubiera esparcido por el impacto desde el centro hacia fuera, donde hubieran quedado en los extremos todas esas gotitas y formas abstractas. Del mismo modo, al comienzo de todo hubo una gran explosión que se expandió después por todo el espacio y, como resultado, ahora estamos aquí tú y yo sentados como seres humanos complejos y aislados en uno de los extremos de esa primera explosión.

Si piensas que eres un ser atrapado bajo tu propia piel, seguramente te definas a ti mismo como una floritura diminuta y compleja entre otras tantas allí fuera en el espacio. Quizás hace 13.000 millones de años fuiste parte de ese Big Bang, pero ahora ya no lo eres; ahora eres un ser aparte. Pero eso solo se debe a que te has distanciado de ti mismo, y todo depende, al fin y al cabo, de cómo te definas. Te propongo una idea alternativa: si hubo una gran explosión al principio de los tiempos, tú no eres el resultado de esa explosión al final del proceso. Tú eres el proceso.

Tú eres el Big Bang, tú eres esa fuerza original del universo manifestándose en lo que sea que seas en este momento. Tú te defines a ti mismo como señor o señora fulanita de tal, pero en realidad no dejas de ser esa energía primordial del universo que aún sigue en proceso. Lo que ocurre simplemente es que has aprendido a definirte a ti mismo como una entidad separada de todo.

Esta es una de las suposiciones básicas que deriva de los mitos que nos han hecho creer. Realmente estamos convencidos de que existen cosas por separado y sucesos por separado. Una vez le pregunté a un grupo de adolescentes cómo definirían la palabra «cosa». Al principio dijeron que «una cosa es un objeto», pero eso es un sinónimo, otra palabra diferente para referirnos a una «cosa». Pero entonces una chica avispada del grupo dijo «una cosa es un nombre», y dio en el clavo. Los nombres no forman parte de la naturaleza, sino del lenguaje, y en el mundo físico no existen los nombres ni tampoco las cosas por separado.

El mundo físico es ondulado. Nubes, montañas, arboles, gente; todo está en movimiento. Solo cuando los seres humanos empiezan a modificar objetos es cuando se crean edificios en línea recta en un intento de hacer del mundo un lugar estático. Y aquí nos encontramos, sentados en habitaciones con todas estas líneas rectas, aunque todos escapamos de aquí para seguir en movimiento.

Controlar algo que está en continuo movimiento es difícil. Un pez es escurridizo; si tratas de cogerlo, se escabulle fácilmente de tu agarre. Entonces, ¿cómo podríamos atraparlo? Utilizando una red. Del mismo modo, utilizamos redes para mantener este mundo en movimiento bajo control. Si quieres controlar algo que está en movimiento, tendrás que arrojar algún tipo de red sobre ello.

Y en eso nos basamos para medir el mundo, en redes llenas de agujeros de arriba abajo que nos ayudan a identificar dónde se encuentra cada movimiento. De esta manera es como conseguimos dividir el movimiento en partes. Esta parte del movimiento es una cosa, esta otra parte del movimiento es un suceso, y así es como hablamos sobre cada una de las partes como si estuvieran separadas entre sí. En la naturaleza, sin embargo, el movimiento no viene dado en «partes»; esa es solo nuestra forma de medir y controlar patrones y procesos. Si quieres comer pollo, para poder darle un mordisco primero tendrás que cortarlo, ya que no viene a bocados. De la misma manera, el mundo no viene dado en cosas ni sucesos.

Tú y yo tenemos la misma continuidad con el universo físico que una ola con el océano. Las olas del océano y la gente del universo. Pero nos han hipnotizado (literalmente) para que sintamos y percibamos que existimos como entidades separadas y atrapadas bajo nuestra propia piel. No nos identificamos con el Big Bang del principio, sino que creemos que somos el producto final; y eso nos tiene a todos aterrorizados. Creemos que nuestra ola va a desaparecer y que moriremos con ella, y no hay nada más terrible que eso. Como le gustaba decir a un sacerdote que conocí: «No somos nada. Pero algo sucede entre la sala de maternidad y el crematorio». Esa es la mitología bajo la cual nos regimos, y por eso nos sentimos todos tan infelices y desgraciados.

Algunas personas afirman que son cristianas, que van a la iglesia y que creen en el cielo y en el más allá, pero no es así. Solo piensan que deberían creer en eso, en las enseñanzas de Cristo, pero en lo que realmente creen es en el modelo mecanicista. La mayoría de nosotros pensamos igual, pensamos que somos algún tipo de casualidad cósmica o algún acontecimiento por separado que ocurre sólo entre la sala de maternidad y el crematorio y que cuando se apagan las luces, se acabó.

¿Por qué alguien pensaría de esta manera? No hay ninguna razón para pensar así, ni siquiera científica; es solo un mito, una historia inventada por personas para poder sentirse de cierta manera o para poder jugar a cierto juego. Pero a estas alturas, la supuesta existencia de Dios se vuelve cada vez más incómoda. Empezamos con la idea de Dios como alfarero, arquitecto o creador del universo, y eso no estuvo nada mal porque, a fin de cuentas, nos hizo sentir que la vida era importante, que teníamos un propósito y que había un Dios que se preocupaba por nosotros, y eso hizo que nos sintiéramos valiosos ante los ojos del Padre. Pero al cabo de un tiempo, cuando nos dimos cuenta de que Dios podía ver todo lo que hacíamos y sentíamos, incluso nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos, eso ya empezó a incomodarnos. Entonces, para poder liberarnos de ese sentimiento nos convertimos en ateos y comenzamos a sentirnos aún peor, porque cuando nos deshacemos de Dios nos deshacemos de nosotros mismos y pasamos a convertirnos en meras máquinas.

Cualquier buen científico sabe que cuando haces referencia al mundo externo te estas refiriendo tanto a ti como a tu cuerpo. Tu piel en realidad no te separa del mundo, sino que es un puente por el cual el mundo fluye hacia ti y tú fluyes hacia él.

Eres como un remolino: un remolino tiene forma definida, pero en ningún momento el agua permanece inmóvil. El remolino es fruto de la corriente, así como nosotros somos fruto del universo. Si te vuelvo a ver mañana, te reconoceré como el mismo remolino que vi ayer, pero que sigue en movimiento. El mundo entero se mueve a través de ti: rayos cósmicos, oxígeno, un bistec detrás de otro, la leche, los huevos y todo lo que comes. Todo fluye a través de ti; eres movimiento y el mundo te mueve.

El problema viene cuando no nos enseñan a pensar de esta manera. Los mitos que subyacen nuestra cultura y nuestro sentido común no nos han enseñado a sentirnos parte del universo, y por eso nos sentimos ajenos a él, como si fuéramos seres por separado enfrentándonos al mundo. Pero necesitamos sentir lo antes posible que cada uno de nosotros somos el universo eterno porque, de lo contrario, vamos a seguir volviéndonos locos, destruyendo el planeta y cometiendo suicidios colectivos cortesía de las bombas nucleares; y nada más. Aunque cabe la posibilidad de que haya vida en algún otro lugar de la galaxia, y quizás ellos sepan jugar de otra manera.

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Fuente Espiritualidad de Pamplona-Iruña

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“¿Y a Dios quién lo creó?”, por José Arregi

Domingo, 7 de junio de 2015
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20110913Leído en su blog:

Hace poco todavía, padres y educadores enseñaban a los niños que “el mundo ha sido creado por Dios”. Sucedía a menudo que un niño o una niña preguntaba entonces: “¿Y a Dios quién lo creó?”. “A Dios no lo ha creado nadie –respondía el adulto –. Dios es eterno. Es posible que el niño quedara entonces callado, pero ¿quedaba satisfecho el interés de su pregunta? Seguro que no. Apostaría que tampoco el adulto quedaba tranquilo con lo dicho, por mucha seguridad que fingiera.

Con un poco más de malicia, el niño o la niña hubiera podido seguir interrogando: “Si existe un Dios no creado por nadie, ¿por qué no podría existir un mundo no creado por nadie, un mundo infinito y eterno, como Dios?. Ahí el adulto se las vería y desearía para responder. Los niños carecen de respuestas a sus numerosas preguntas, pero si nuestras respuestas no les valen, es que tampoco nos valen a nosotros.

Seamos honestos con el niño que somos, y con las preguntas que llevamos, más sabias que las respuestas que fabricamos tan afanosamente. Preguntemos, como los niños: “¿Quién creó al ‘Dios creador’?”. No es una cuestión tan insensata como puede parecer. Hoy conocemos justamente la respuesta, si bien ésta no resuelve el enigma de la Realidad, sino que más bien lo ahonda. Sí, sabemos con bastante exactitud cuándo nacieron los “dioses” en plural (politeísmo) y “Dios” en singular (monoteísmo). Y sabemos quién los hizo.

Los primeros panteones divinos fueron imaginados y esculpidos, descritos y venerados en Mesopotamia (actual Irak) hace 5000 años. Y la figura del “Dios único” fue concebida y adorada en Persia (actual Irán) hace 3000 años por el admirable profeta, filósofo y maestro ético Zoroastro. Se llamaba Ahura Mazda, el Señor Sabio, y con ese nombre es adorado hoy todavía, y el fuego es su imagen.

Quinientos años más tarde, una divinidad particular hebrea llamada Yahveh revistió –“Dios” también evoluciona– esa figura de divinidad única que hemos heredado los cristianos y también los musulmanes: un “Dios” creador que elige y rechaza, que se revela y oculta, que perdona y castiga, que salva en el cielo y condena al infierno. (Abrahán no cuenta, pues, aparte de que su historicidad se pierde en una espesa nebulosa, los relatos bíblicos que se refieren a él y al supuesto culto que profesaba a una única divinidad –sin negar, por cierto, que existieran otras– fueron escritos más de mil años. Tampoco cuenta el faraón egipcio Amenofis IV, llamado Akenatón, 500 años antes de Zoroastro, pues su intento político de imponer el monoteísmo no fue aceptado ni secundado).

Ésa es, pues, 14 líneas, la historia del “dios creado” en los últimos cinco mil años. ¿Dios creado? Sin duda. Y que nadie se escandalice, pues todos los grandes teólogos de todas las religiones así lo han enseñado durante estos milenios. Todo lo que pensamos e imaginamos como Dios no es más que “dios”: constructo cultural humano. Pero las preguntas no se agotan. ¿Y si “Dios” no fuera más que un nombre –un simple nombre común, creado– de la Creatividad increada, una torpe manera de decir el Infinito o el Misterio Innombrable, el Aliento o el Espíritu que crea y mueve todo, el Ser y el poder ser de cuanto es, el Presente o el Silencio, la Fuerza y la Mansedumbre, el Poder y la Ternura, el poder de la ternura?

¿Y este mundo que vemos? Los niños de hoy, en cuanto empiezan a formular preguntas, aprenden que este mundo surgió del Big Bang, y me parece muy bien. Es necesario que lo sepan, pues está (prácticamente) demostrado, y los ecos de aquella formidable explosión –primera o enésima, nadie lo sabe– son todavía perceptibles. Lo que me extrañaría sería que con esa explicación, tan útil y necesaria, los niños y los jóvenes de hoy se quedaran satisfechos del todo; que con la teoría del Big Bang, tan genial y bella, se agotaran las preguntas. Cuando se agotan las preguntas se pierde el camino de la sabiduría. En cuanto a las respuestas, solo son buenas aquellas que suscitan nuevas preguntas.

Con el Big Bang no se agotan las preguntas. Por ejemplo: ¿Por qué se produjo el Big Bang que dio lugar a nuestro mundo? ¿Qué había cuando aún no había antes y después, aquí o allá, espacio y tiempo? Son preguntas apasionantes, pero no busques en “Dios” la respuesta a ésas ni a ninguna otra pregunta. Un “Dios” que sirviera para responder a alguna pregunta será siempre creación nuestra, como las esculturas de Nippur. En cuanto nombrado y representado, “Dios”, todo “dios” es un “dios” creado por los seres humanos: por su ADN y sus neuronas, su pensamiento y su imaginación, sus miedos y deseos, por lo mejor y lo peor de este pobre y admirable ser humano que somos. Todo “dios” dicho e imaginado, el “dios” de todos los “textos sagrados”, de todos los dogmas, de todas las liturgias, es una criatura humana, al igual que la danza o la música, la pintura o el poema. Solo valen si inspiran. Solo valen si nos arrebatan al más allá sin más allá, a lo Indecible en la palabra, a lo inimaginable en la imagen.

No busques en Dios ninguna respuesta a ningún cómo y por qué. Mira el mundo. Escucha el eco del Big Bang en las galaxias y en los bosones. Escucha ese pájaro. Mira cómo crecen el trigo y el pan. Mira esa pareja, la ternura creciendo en sus ojos y en sus manos. El mundo existe. La Vida existe. La belleza y la Ternura existen. He ahí Dios, el Aliento increado creándose sin cesar en todo, también en nosotros, para que la bondad sea más fuerte.

Cuando alguien se abre como un niño a todas las grandes preguntas y no pretende poseer ninguna respuesta, pero guarda su alma en paz y en paz se dedica a aliviar el dolor de su prójimo y a curar las heridas del mundo, entonces hace presente y visible a Dios en el mundo. No el “dios” de nuestras imágenes y palabras, sino el Misterio que es en todo, más allá de toda filosofía y de toda religión. El Misterio creador, restaurador, consolador en el que vivimos, nos movemos y somos. Y que hacemos ser. Pues el respiro solo existe cuando los seres respiran.

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“Si la evolución continúa”, por José Arregi

Domingo, 15 de marzo de 2015
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1195095618_fLeído en su blog:

Admirable ser humano, con todas sus miserias. Es capaz de escribir un poema, de pintar lo invisible, de cantar y de bailar, de tocar con diez dedos seis voces a la vez. Ez capaz de decir lo que piensa y de hacer lo que dice, aunque salga perdiendo o le cueste la vida. Es capaz de sonreír y de llorar, de compadecer, consolar, cuidar. Es comprensible que, contemplándolo, el salmista hebreo exclamara ante Dios: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles… Todo lo sometiste bajo sus pies”.

Pero eso era cuando creían que los ángeles son seres espirituales de otro mundo sobrenatural, que la tierra es el centro del universo, que el ser humano es la corona y el rey de la tierra y del cosmos, que Dios es el creador y señor por encima del mundo. Nosotros compartimos su misma admiración, pero ya no podemos hablar su lenguaje. Al igual que después de Copérnico y Galileo ya no podemos pensar que el sol gira en torno a la tierra ni que la galaxia gira en torno al sol ni el universo en torno a nuestra galaxia, después de Darwin no podemos pensar que el ser humano sea ni la finalidad ni el fin del milagro de la vida, ni el centro ni la cúspide ni el sentido ni el término de la evolución.

Todos los astros y seres del universo actual venimos de la misma materia o energía que estalló en el mismo Big Bang hace 13.700 millones de años. Todos los vivientes de la Tierra –células procariotas, eucariotas, hongos, plantas y animales– venimos de la misma célula primera, surgida hace más de 3.000 millones de años. Todos los animales descendemos de los mismos protozoos unicelulares microscópicos. Y otras formas más complejas que nosotros que podrán nacer en este y tal vez en otros innumerables planetas. No somos la medida del universo y de la evolución de la vida.

Somos una especie absolutamente especial, pero todas las especies lo son, y también lo es cada individuo en cada especie. Y cada gota de agua, y cada partícula de tierra sagrada. Somos el fruto de una mutación genética que tuvo lugar hace casi tres millones de años en una familia de simios. Pero éramos todavía muy similares a éstos, porque seguíamos teniendo una masa encefálica muy similar a la suya: 350 cm3 aproximadamente. Hace un millón de años, debido a cambios climáticos y a mejoras en la dieta, y en buena parte por azar –sin diseño previo ni Gran Diseñador– , se dobló nuestra capacidad cerebral hasta los 800 cm3. Y hace 200.000 años, por las mismas contingencias, volvió a duplicarse hasta nuestra medida actual de 1.500 cm3. Fuimos capaces de imaginar lo invisible, de hacer “el arte por el arte”, de entendernos mejor (y de odiarnos), de pensar mejor (y mucho peor), de cuidarnos mutuamente (y de hacernos daño por rencor y venganza). Estamos inacabados.

La libertad –capacidad de querer el bien y de hacerlo– y la conciencia – de nuestro auténtico ser en comunión con el Todo– son en nosotros solamente incipientes. Somos seres en camino de ser. Las religiones apenas han afrontado todavía el reto de pensar el mundo, la vida, el ser humano, la libertad, la culpa, la gracia, Dios, en coherencia con el paradigma de un mundo que continúa en evolución.

Somos una partícula de tierra, y la Tierra es una partícula en el universo, probablemente habitado de vida y de conciencia en formas que no conocemos. La evolución puede crear en el futuro tanta novedad o más que en el pasado. Espero firmemente que la Tierra engendrará (o que nuestra propia especie creará) vivientes mucho más conscientes y libres, más felices y mejores que nosotros y –¡perdón!– que todo los profetas, santos, maestros, gurús, Budas y boddhisatvas que ha sido hasta hoy: compartían nuestro mismo cerebro y, por tanto, nuestras angustias y miedos, aunque llegaron mucho más lejos que nosotros. La matriz del universo puede inventar y crear en el futuro más de lo inventado y creado hasta hoy. Todo está infinitamente abierto.

Y Dios… ¿no será, por ejemplo, esa apertura infinita, esa infinita posibilidad de Bien, esa creatividad inagotable de bien que habita en el corazón del universo o de todos los universos? ¿No estamos llamados a hacer que Dios se manifieste y crezca en todo?

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Duelo entre Dios y la ciencia en un monasterio. En el 155 aniversario de ‘El origen de las especies’

Miércoles, 26 de noviembre de 2014
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14166927202786El prior Lluc Torcal y el físico Carles Urdina, en el Monasterio de Poblet. RAMÓN ORGA

POLÉMICA HISTÓRICA En el 155 aniversario de ‘El origen de las especies

ESTHER PANIAGUAPoblet (Tarragona)

Cuando Charles Darwin publicó El origen de las especies el 24 de noviembre de 1859, las reacciones a favor y en contra de su pionera teoría evolucionista no se hicieron esperar. Tan sólo unos meses después, el fiel darwinista Thomas Huxley y el entonces obispo de Oxford Samuel Wilbesforce se batieron en duelo en un debate multitudinario entre ciencia y fe del que la prensa dio como ganadores a los darwinistas frente a los creacionistas.

A falta de una verdad absoluta, la discusión sigue viva a día de hoy. Hace poco más de dos años el evolucionista ateo Richard Dawkins y el obispo de Canterbury Rowan Williams revivieron ese debate entre Huxley y Wilbesforce con la misma vehemencia que los protagonistas originales. La expectación fue tal que tuvieron que habilitar dos espacios adicionales en teatros para dar cabida a todos los asistentes, y la retransmisión online congregó a decenas de miles de personas. Ayer, la historia se repetía de nuevo, coincidiendo con el 155 aniversario de la publicación de la biblia evolutiva de Darwin, que se celebra mañana.

Esta vez el lugar escogido fue el monasterio catalán de Poblet. El propio prior del monasterio, que además es físico y hombre de ciencia, instó este duelo a raíz de una provocación vía e-mail de un físico alarmado por las recientes declaraciones del Papa Francisco, en las que aseguró que el Big Bang no contradice a Dios, sino que lo exige. El prior, Lluc Torcal, respondió en seguida a este mensaje para justificar la postura del Papa y retó al físico -Carles Udina- a defender su postura en cara a cara en suelo sagrado, en el mismísimo monasterio de Poblet.

¿Creación o inicio?

Ante el sí de Udina, menos de un mes después llegaba el día de la batalla dialéctica entre el prior científico y el físico ateo. En este caso contaron con un número reducido de espectadores -aproximadamente 50-, en un encuentro privado reservado solo a miembros de la comunidad IP, presidida por el pionero de internet Andreu Veà y compuesta por expertos de ámbitos muy diversos.

El primer dardo del cara a cara lo lanzaba Torcal, sacando a la palestra desde el primer momento el debate entre Dios y la ciencia: «Estas cosas pasan cuando se meten con el Papa: a uno le tocan la fibra y contesta», comenzaba Torcal con visible excitación. Acto seguido, el prior entraba en materia. En opinión de Torcal, conciliar razón y fe no es una cuestión material sino «de sentido, del porqué de todo esto». Desde su punto de vista «crear significa dar la existencia, y no es lo mismo que dar inicio a las cosas».

Esta existencia -según Torcal- o nos viene dada [punto de vista científico] o es una emanación de algo que está en el origen de todo [punto de vista religioso]. “La segunda concepción implica una unidad de todas las cosas en la que no hay diferencia entre lo que yo soy y el mundo que descubrimos o se nos va dando a conocer, ya que desde el origen estaba todo allí”, explicaba Torcal.

El problema es cómo llamar a ese “todo”. Para la religión, es un Dios con conciencia y entidad propia que se presenta fundido en el maremágnum del universo; para la ciencia es simplemente la realidad. Udina va más allá y lo define como “un nivel de información desconocido para la física, un mecanismo que calcula todas las informaciones”. Según su teoría, “el éter que siempre han buscado los físicos no es material sino información independiente de la materia”.

Udina aseguró que la acción de ese nivel de información inicial -desconocido y anterior a la materialización del universo- es lo que propicia «el mal llamado Big Bang» y esa creación que los religiosos atribuyen a Dios.

Higgs, Hawking y Dawkins

En este punto del duelo, la conocida física y divulgadora científica Sonia Fernández-Vidal, presente entre el público, afirmó que está de acuerdo con la explicación del origen del universo que proporciona el modelo de la física actual y que deposita su confianza en el incansablemente buscado bosón de Higgs. La confirmación en 2012 de la existencia de este bosón con un margen de error del 1% fue «extremadamente excitante», en opinión de la física, debido a que validaba la teoría dada ya por válida por la comunidad científica pero aún sin demostrar.

Tal y como explica Fernández-Vidal, la importancia del descubrimiento de la llamada «partícula de Dios» radica en que confirma la teoría de Higgs que explica por qué unas partículas fundamentales tienen masa y otras no, en función de si interaccionan o no con el denominado «campo de Higgs», un campo cuántico invisible presente en todo el universo.

Al prior del monasterio de Poblet no le hace ninguna gracia la denominación de «partícula de Dios», ya que esta partícula «nada tiene que ver» con el Creador. Coincide en esto con Udina, aunque por motivos diferentes. Este último califica el descubrimiento del bosón de Higgs como «un fraude científico orquestado por el CERN [la Organización Europea para la Investigación Nuclear] para conseguir financiación».

En realidad, Udina y Torcal están de acuerdo en más cosas de las que parece. Incluso Fernández-Vidal opina que ciencia y religión no son incompatibles. Además, los tres coinciden en su desacuerdo con Stephen Hawking y Richard Dawkins, que no creen en una posible concordancia entre razón y fe. «Estos científicos reduccionistas defienden que la única verdad que hay es la experimentable», explica Torcal. El prior concluía el encuentro con su justificación de por qué esto es “insostenible” y “contradictorio”: “La ciencia no puede tener las raíces en sí misma porque no cumpliría las premisas para ser una verdad científica”.

Biblia, Budismo, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General, Islam, Judaísmo , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

El papa Francisco: “El Big Bang no contradice a Dios, lo exige”

Domingo, 2 de noviembre de 2014
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1414526839_541261_1414576075_noticia_fotogramaLeemos en El País:

El papa rechaza que el origen del mundo sea “obra del caos”, sino de “un poder supremo creador del amor

El Papa advierte del peligro de imaginar a Dios “como un mago, con una varita mágica”.

Jorge Mario Bergoglio: “Dios no tiene miedo a las novedades”

Hace tres años, el papa Benedicto XVI advirtió de que, al contrario de lo que sostenía el físico Stephen Hawking en su último libro, El gran diseño, Dios sigue siendo necesario para explicar el origen del universo. “No debemos dejar que nos limiten la mente”, dijo entonces Joseph Ratzinger, “con teorías que siempre llegan solo hasta cierto punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no pueden explicar el sentido último de la realidad”. Y ahora ha sido su sucesor, el papa Francisco, quien ha vuelto a insistir sobre aquella tesis: “El Big-Bang –la teoría científica que explica el origen del universo—no se contradice con la intervención creadora divina, al contrario, la exige”.

Jorge Mario Bergoglio pronunció estas palabras durante la inauguración, el lunes, de un busto del papa emérito realizado en bronce y colocado en la Casina Pío IV, sede de la Academia Pontificia de las Ciencias. Francisco glosó la figura de Ratzinger, quien tras su renuncia vive retirado en un monasterio del Vaticano, haciendo hincapié en su gran formación teológica, filosófica y también científica. “Su amor por la ciencia”, explicó Bergoglio, “se advierte en su preocupación por los científicos, sin distinciones de raza, nacionalidad, civilización, religión; preocupación por la Academia, desde cuando san Juan Pablo II lo nombró miembro. Él supo honrar la Academia con su presencia y con su palabra, y nombró a muchos de sus miembros. Y nunca se podrá decir que el estudio y la ciencia hayan secado su persona y su amor por Dios y por el prójimo, sino al contrario, que la ciencia, la sabiduría y la oración dilataron su corazón y su espíritu”.

En su intervención ante los académicos presentes, el papa Francisco subrayó la responsabilidad de los científicos, “sobre todo de los científicos cristianos”, de interrogarse sobre el porvenir de la humanidad y el mundo: “Ustedes están afrontando el tema altamente complejo de la evolución del concepto de naturaleza. No entraré, y ustedes comprenderán, en la complejidad científica de esta importante y decisiva cuestión. Quiero solamente subrayar que Dios y Cristo caminan con nosotros y están presentes también en la naturaleza, como afirmó el apóstol Pablo en el discurso en el Aerópago: “En Dios, efectivamente, vivimos, nos movemos y existimos”. Cuando leemos en el Génesis la narración de la Creación podemos caer en el peligro de imaginar que Dios era un mago, con una varita mágica capaz de hacer todas las cosas. Pero no es así. Él creó a todos los seres y los dejó desarrollarse según las leyes internas que Él dio a cada uno para que llegaran a su plenitud”. E insistió: “El principio del universo no es obra del caos, sino que deriva directamente de un poder supremo creador del amor”.

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