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La madre siempre es memoria para los hijos

Jueves, 8 de septiembre de 2022
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1322758554_madre_adolescente__crop_629x356_thDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Natividad de María, madre de JesuCristo.

En el NT, en los evangelios, no hay ninguna alusión al nacimiento de María, madre de Jesús.

María aparece en algunos momentos decisivos: nacimiento de Jesús, las bodas de Caná, (Jn 2). María está presente al pie de la cruz en la muerte de Jesús, (Jn 19). Por lo demás, María queda siempre en un discreto y creyente segundo plano. Se nos dice que María guardaba en su corazón todo lo que veía y vivía en su hijo, Jesús, ¡y lo meditaba! María pensaba y oraba.

No es crear fantasías pensar que María le daría más de cuatro vueltas en su cabeza y en su corazón a las actitudes, gestos y palabras de Jesús: discutiendo con fariseos, con la gente del Templo, acogiendo a enfermos, conviviendo con gente de “mal vivir”. María no entendería ni palabra a la Palabra, por eso meditaba y pensaba las cosas y por eso María llegó a la fe en su hijo. No es extraño que María llegara a conocer, reconocer y creer en su hijo. Se podría decir que María vive discreta y silenciosamente el camino a la fe en su hijo.

Nos lo pensamos y meditamos.

02.- Una madre (una familia) con entereza. (2 Macabeos)

El contexto de la primera lectura (2 Mac) se sitúa hacia el año 100 a.C., es decir, prácticamente en vísperas de JesuCristo.

Israel, el pueblo, estaba llegando a una fe clara en la “vida más allá” de esta vida, poco a poco, ya va tomando cuerpo la fe en la resurrección.

Políticamente Israel se encuentra bajo el dominio seléucida y los Macabeos [1], es decir, los soldados israelitas luchan contra el dominio opresor.

La cuestión de fondo del segundo libro de los Macabeos es que los soldados en el campo de batalla, tienen otra vida en el más allá.

En este marco, esta madre “¿coraje?” sostiene la fe y la esperanza de sus siete hijos que no se postran ante Antíoco Epífanes, ni traicionan sus costumbres, su tradición, su ley. Los siete hijos y la madre mueren por su ideal con la esperanza puesta en el Dios de la vida.

03.- Tres grandes instituciones en crisis.

Si miramos y analizamos nuestra sociología actual, podemos darnos cuenta de que las tres grandes instituciones encargadas de transmitir la tradición, la cultura, la identidad de una fe y de un pueblo, etc., las tres se encuentran en una profunda crisis: la Iglesia, la Familia y la Escuela (mundo de la educación).

La familia.

La madre es como el punto de referencia e identidad, como la memoria y el cordón umbilical en la transmisión de la fe. Pero la familia, en gran medida, se ha venido abajo. No es momento de juzgar ni de culpabilizar nada ni a nadie, pero las cosas son como son y están como están.

La visión de la familia, de la sexualidad, de los hijos es muy distinta a otros tiempos y hacen que la vivencia de la familia sea muy diferente a la de otros tiempos ni lejanos.

Naturalmente que también hoy hay madres y familias que cuidan y transmiten criterios, valores, ideales. Pero la familia, sociológicamente hablando, está como está.

La Iglesia

La Iglesia también va como va. Gracias a Dios, que parece estar cambiando el rumbo de las cosas, aunque en nuestra diócesis sigamos en posiciones ultramontanas, por lo que este sistema eclesiástico transmite poco -más bien nada- de la esperanza de aquella madre de los siete hermanos macabeos y poco o nada de la esperanza de María.

Podríamos pensar que la ultra-ortodoxia no significa que esté en posesión ni de la fe ni de toda la verdad. Los cañonazos doctrinales, causan brechas e incendios, pero no transmiten evangelio ni paz. La “construcción de la ciudad” y el evangelio están en otros esquemas de diálogo, libertad, escucha, hermenéutica, etc.

La escuela

Una universidad que se limite a transmitir conocimientos y no aborde y dé respuesta a los problemas de su tiempo, es un almacén, un hangar de datos o un bachiller a lo bestia, pero no una Universitas.

Pensemos si nuestras ikastolas, colegios, universidades transmiten, lo que aquella madre de los macabeos transmitía a sus hijos: la propia cultura, la fe, aquella madre infundía ánimo y esperanza a sus hijos.

         Tal vez María nos evoque que la vida está compuesta por otros y más importantes elementos de los que habitualmente barajamos hoy en la vida.

04.- María presente en el nacimiento de la Iglesia.

         La madre es siempre la memoria de la familia.

         En la tradición de San Juan, la Iglesia nace al pie de la cruz. Allí están presentes María (la madre) y el Creyente – Discípulo Amado- [2] (hijo).

         Si la Iglesia es algo, es la memoria presente de JesuCristo en esa comunidad que está al pie de la cruz: la madre y todos los “discípulos amados”. La Iglesia no es, -no debe ser- una institución doctrinalmente vociferante, sino la comunidad que al pie de la cruz acoge con la madre (memoria del Hijo) su Espíritu: Jesús inclinando la cabeza, entregó su espíritu, (Jn 19,30), que no es entregar el alma a Dios, sino entregarnos su Espíritu a la Iglesia naciente.

María, la madre -como toda madre- es memoria, referencia hacia el Hijo.

María nos mantiene unidos en familia eclesial.

Ahí tenemos a nuestra madre.

[1] Macabeo significa soldado. El actual equipo de baloncesto de Tel aviv se llama: Maccabi: soldados.

[2] Discípulos amados somos todos.

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¿Cómo deben entender los católicos LGBTQ+ la llamada de Jesús para “llevar su cruz”?

Lunes, 5 de septiembre de 2022
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C8F91ADF-FB3B-4574-A744-5B61995A24AFLa reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí. Yunuen es la autora del nuevo libro, LGBTQ Catholics: A Guide to Inclusive Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 23 de la hora ordinaria se pueden encontrar aquí.

Quien no lleve su propia cruz y venga después de mí no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:27)

La lectura de hoy a veces puede estar provocando a los católicos LGBTQ, pero se entiende correctamente, es extremadamente rico para nosotros para comprender cuál es la cruz que llevamos realmente.

Durante tanto tiempo, los católicos bien intencionados nos han dicho que, para los católicos LGBTQ, “llevar nuestra cruz” implica mantenerse soltero para toda la vida o conformarse con las nociones tradicionales de género, incluso si hemos discernido que tampoco es nuestra vocación. Las personas nos alientan a esconder quiénes somos o buscar rezar elementos esenciales de la forma en que Dios nos hizo. Muchos de nosotros hemos realizado un viaje en el que, en un momento u otro, creíamos que esta versión de “llevar nuestra cruz” es lo que se requería de nosotros. Pero luego nos encontramos siendo abrazados por Dios que nos dice: te hice exactamente como eres porque te amo.

Si sabemos que esta versión de “llevar nuestra cruz” es falsa, ¿cómo entendemos las lecturas de hoy como católicos LGBTQ? Quizás las siguientes ideas pueden dar una nueva perspectiva.

Primero, el ministerio y las enseñanzas de Jesús no respaldan el dolor como una forma de purificación espiritual. Las personas LGBTQ pueden experimentar el dolor del rechazo familiar, el homo/transfobia, la violencia y la discriminación, y a veces aquellos que ministran con ellos experimentan las mismas situaciones. Jesús tiene claro que es nuestra responsabilidad acompañar a las comunidades vulnerables. Ministramos para que las generaciones futuras puedan experimentar una iglesia renovada, más amorosa, más inclusiva y más parecida a Cristo. Ministraremos para llevar la curación a las relaciones familiares, para que los católicos no sientan que tienen que repudiar a sus hijos, familiares o amigos que son LGBTQ. Y cuando nos centramos en el objetivo final, la resurrección, podemos saber que este sufrimiento no continuará para siempre.

En segundo lugar, debemos interrogar cualquier evangelio donde las palabras de Jesús no parezcan centradas en el amor. A menudo, los pasajes difíciles pueden ser el resultado de variaciones en la traducción. La nueva edición revisada de la Biblia Americana (NABRE) es la versión de la Biblia promovida por los obispos estadounidenses. En esta traducción, la lectura de hoy dice: “Si alguien viene a mí sin odiar a su padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas, e incluso su propia vida, él no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:26) ¿Jesús realmente nos pide que odiemos nuestra vida y nuestros padres? De nada. Leer este texto en diferentes idiomas nos ayuda a obtener una mejor visión del significado del texto original. Por ejemplo, una versión en español de este texto no se traduce como “odio” sino como “preferencia“. Una mejor comprensión de este pasaje es que si no preferimos nuestro Ministerio de Amor sobre los obstáculos impuestos, incluso por nuestros seres queridos o incluso por nosotros mismos, entonces no podemos ser discípulos.

Finalmente, el ministerio de Jesús es un ministerio donde el amor está en el centro. El amor es lo que debería motivar a los miembros de la Iglesia a escucharse y acompañarse entre sí, a encontrarse y hacerse amigos, abordar las necesidades de nuestras comunidades, ser una iglesia como el único cuerpo de Cristo a pesar de nuestras diferencias. Siempre debemos leer los evangelios a través de esta lente del amor de Jesús.

¿Qué está diciendo realmente Jesús a los católicos y aliados LGBTQ cuando habla de llevar nuestra cruz? A menudo en el ministerio LGBTQ, debemos superar nuestros miedos, nuestras dudas, incluso nuestras deficiencias. Debemos dejar de lado nuestra necesidad de aprobación y, a veces, incluso nuestra necesidad de ser amados y celebrados en el ministerio. Debemos centrarnos más en traer amor al mundo, incluso si el mundo aún no comprende completamente nuestro ministerio.

El discipulado implica un compromiso inquebrantable con el amor, incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Este inquebrantable compromiso con el amor es la prueba de fuego del discípulo, y es este compromiso, no nuestras identidades, que es la verdadera cruz que llevamos.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 4 de septiembre de 2022

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“Seguidores lúcidos”. 23 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,25-33)

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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072D80F3-164B-4A90-83F4-02044769141AEs un error pretender ser «discípulos» de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. Nunca pensó Jesús en seguidores inconscientes, sino en personas lúcidas y responsables.

Las dos imágenes que emplea Jesús son muy concretas. Nadie se pone a «construir una torre» sin reflexionar sobre cómo debe actuar para lograr acabarla. Sería un fracaso empezar a «construir» y no poder llevar a término la obra iniciada.

El Evangelio que propone Jesús es una manera de «construir» la vida. Un proyecto ambicioso, capaz de transformar nuestra existencia. Por eso no es posible vivir de manera evangélica sin detenernos a reflexionar sobre las decisiones que hay que tomar en cada momento.

También es claro el segundo ejemplo. Nadie se enfrenta de manera inconsciente a un adversario que le viene a atacar con un ejército mucho más poderoso sin reflexionar previamente si aquel combate terminará en victoria o será una derrota. Seguir a Jesús es enfrentarse con los adversarios del reino de Dios y su justicia. No es posible luchar a favor del reino de Dios de cualquier manera. Se necesita lucidez, responsabilidad y decisión.

En los dos ejemplos se repite lo mismo: los dos personajes «se sientan» a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y las fuerzas con que cuentan para llevar a cabo su cometido. Según Jesús, entre sus seguidores siempre será necesaria la meditación, el debate, la reflexión. De lo contrario, el proyecto cristiano puede quedar inacabado.

Es un error ahogar el diálogo e impedir el debate en la Iglesia de Jesús. Necesitamos más que nunca deliberar juntos sobre la conversión que hemos de vivir hoy sus seguidores. «Sentarnos» para pensar con qué fuerzas hemos de construir el reino de Dios en la sociedad moderna. De lo contrario, nuestra evangelización será una «torre inacabada».

José Antonio Pagola

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“El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Domingo 4 de septiembre de 2022. 23º Ordinario

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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48-ordinarioC23 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 9, 13-18: ¿Quién comprende lo que Dios quiere?  .
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Filemón 9b-10. 12-17: Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido.
Lucas 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Para ser cristiano, en realidad, la Iglesia, habitualmente, exige muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de educar en cristiano al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería serlo a pensárselo seriamente. Pocos seríamos cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Y decimos “llegado el caso”, porque estas tres formulaciones del evangelio de hoy que vamos a comentar son “formulaciones extremas”; representan la meta utópica que no debemos perder de vista, y debemos estar dispuestos a alcanzarla en el seguimiento de Jesús.

Por la primera (“si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”), el discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.

Por la segunda (“quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”), no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva frecuentemente la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar conscientemente como consecuencia del seguimiento. Por eso es necesario no precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos, o del rey que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.

La tercera condición (“todo aquel de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío”) nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que parece esta por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. Se trata, sin duda, de una formulación extrema, paradigmática, que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno, cuando alguien lo necesita para vivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

Para quienes quitamos con frecuencia aguijón al evangelio y nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente.

No en vano el libro de la Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que tiene conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será necesario para ello recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús. Necesitamos ir contra corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide el evangelio y a la que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto que en el evangelio se nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es tanto el comienzo del camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a lo que debemos tender, si queremos seguir a Jesús. Tal vez no lleguemos nunca a vivir con esa radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a ello, por más que nos encontremos a años luz de esa utopía.

Si se hiciera realidad en la humanidad esta condición básica que Jesús pide para su seguimiento, se resolvería también el problema de la crisis ecológica, que en definitiva está producido por el maltrato, la explotación, la depredación a los que el sistema económico y de producción mundializado somete a la naturaleza, igual que a muchedumbres pobres asalariadas. El bien que persigue el Reino de Dios (ubi bonum, ibi Regnum) no es sólo para el mundo humano, sino para todo el mundo, para el planeta y toda la comunidad de la vida que en él ha surgido…

En su Carta a Filemón, Pablo nos brinda una consecuencia concreta del seguimiento, y las necesarias renuncias a los propios bienes. Por haber abrazado la propuesta del evangelio, Onésimo ha dejado de ser un esclavo para ser un hermano de Filemón. Mediando la caridad y la buena voluntad de éste, quizá también se convierta en colaborador del apóstol que se encuentra encarcelado. Este ejemplo ilustra también lo que indica el libro de la Sabiduría de acuerdo al dicho popular que reza: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. No es tarde para sentarnos a reflexionar sobre las cosas más importantes de nuestra vida… Sea para confirmar las opciones realizadas, sea para reconocer con humildad que nos hemos equivocado. Si meditamos las palabras del evangelio… ¿qué diría nuestro corazón? Leer más…

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Dom 4.10.22 Quien no renuncie a todo no puede ser mi discípulo

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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asurbanipalDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 23. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14, 25-33. Los hombres necesitan dinero y medios para conseguir sus objetivos: Ganar guerras, conquistar castillos enemigos. Jesús, en cambio, promueve otro tipo de campaña y sólo quien renuncia a todo tipo de ganancia  puede ser discípulo suyo.

            El texto no necesita muchas aclaraciones Principio y final se corresponden (hay que renunciar a todos para seguir a Jesús). En medio quedan los ejemplos de contraste (una torre un rey).

Lucas 14, 25-33.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

Principio. Dejar todo, todo, todo

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

            Así solía decir Juan de la Cruz: nada, nada, nada… Nada de familia, nada de uno mismo, en pura cruz. Nada de nada, para poder tenerlo luego todo, pero de otra forma: en gratuidad compartida, en libertad gozosa. Nada de nada, para poder disfrutarlo todo (padre y madre, mujer e hijos…), para disfrutar de sí mismo (¡negarse a sí mismo, para así poder gozarse!). Éste es el camino. Vivimos sobre una tierra donde queremos gozar teniendo, poseyendo, con una familia “exclusiva”, hecha de egoísmo, con un deseo que nos cierra en nosotros mismos… Sólo una cruz que rompe ese “cierre” egoísta puede abrirnos al todo.

Primer contraste, la torre

e41b536895224f2c8f0878d7bb81382aAsí, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

            Somos constructores de torres, desde el gran relato de Babel (cf. Gen 10). Cada uno hace su torres, todos juntos queremos hacer la gran torre de la cultura mundial capitalista, que se cuente y mide con dinero. Pero ¿tenemos dinero suficiente para hacer una torre donde resguardarnos para siempre? ¿Nos podemos salvar por lo que hacemos? La vieja tierra está llena de ruinas de torres caídas. Entre ellas caminamos, sin darnos cuenta de que caerá pronto la nuestra.

Segundo contraste, el rey que va a la guerra

7E333A6D-460D-4D69-89E9-795F8524B1A5¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Aquí no se habla sólo de reyes lejanos, emperadores, monarcas, presidentes de grandes naciones o multinacionales, siempre en guerra. Aquí se habla de nosotros: queremos ganar a los demás, cada uno nuestra guerra y después la guerra de nuestros grupo (los blancos, colorados, mikeletes o marines…). Todos queremos hacer la guerra pensando que así podremos mantenernos.

Final. Renunciar a todo

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Ésta es la torre de Jesús, ésta su guerra: no necesita nada más que el amor de la gente, el amor y la vida de aquello que saben renunciar a todo… Sólo así, cuando no se apegan a nada, cuando no quieren nada para sí mismos pueden tenerlo todo… buscando el Reino, que es don y regalo, que es gracia…

            Jesús no pone ninguna condición (saber latín, hacer teología…), no quiere gente que tenga carreras ilustres (para hacer torres, para ganar guerras…). Quiere gente que sea capaz de renunciar, de de-construir torres, de de-sertar de guerras… Gente que renuncie a todo en amor, para tener todo, de forma distinta, en amor de Reino.

SEGUNDA PARTE (Lc 14,28‒33). EL PROYECTO DE JESÚS

  Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirma que, para ser discípulo suyo, en camino de Reino hay que renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22):

 ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33) [1].

 La cuestión de fondo está en el paso de las dos primeras comparaciones, que son como premisas, en línea de cálculo económico-militar, a la tercera, que es la conclusión. El oyente o lector está esperando también en el tercer momento un tipo de “crescendo” en la línea de los casos anteriores(más dinero, más soldados…), pues seguir a Jesús es más costoso y arriesgado que edificar una torre o ganar una guerra, que son sin duda empresas de gran coste; más costoso debería ser por tanto el seguimiento de Jesús, de modo que cada uno tendría qua calcular muy bien los bienes o medios que tiene para decidirse a favor de Jesús (de su Reino).

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“Anticampaña electoral”. Domingo 23 ciclo C

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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852215AD-98BF-4568-9778-67D5020A4886Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quede completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún que ésta. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico es pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

La multitud y los discípulos

            Para entender el evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos grupos. El evangelio de Lucas habla a menudo de la multitud de gente que acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen al zonas descampadas (9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más.

            Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y dos para enviarlos de misión (10,1).

El problema

            El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones.

Primera condición: renuncia a lo más querido

            Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 

            En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:

            Dijo a sus padres: No os hago caso;

            a sus hermanos: No os reconozco;

            a sus hijos: No os conozco.

            Cumplieron tus mandatos

            y guardaron tu alianza.

             (Deuteronomio 33,9)

            Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos.

            En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo.

Segunda condición: arriesgar la fama y la vida

            Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

            Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23).

            La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir.

            El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

Una pausa para reflexionar y desanimar

            Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento. «Antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo.»

            ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?  No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

            ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Lo mismo vosotros.

            Por consiguiente, antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo. Evidentemente, Jesús no se parecía en nada a esos directores espirituales que animaban a los y las jóvenes a entrar en el seminario o el noviciado sin pensarlo seriamente.

Tercera condición: renuncia a los bienes materiales

            El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

            A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al joven rico (aunque Lucas lo presenta como un jefe): Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.      Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28).

Nada nuevo bajo el sol

            Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.

   Mientras iban de camino, uno le dijo:

   ‒ Te seguiré adonde vayas.

 Jesús le contestó:

  ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.

A otro le dijo:

   ‒ Sígueme.

 Le contestó:

    ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

   Le replicó:

    ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.

 Otro le dijo:

    ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

 Jesús le replicó:

 ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.

¿Exigencias para todos los cristianos?

            En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

            El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

            Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente sí tuvieran que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, y en la que los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús supuso en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, e incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano.

El misterio

            Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, un padre de la Iglesia que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.

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XXIII Domingo Ordinario. 4 septiembre, 2022

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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“Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo:…”

(Lc 14, 25-33)

Renunciar, no está de moda, ni mucho menos. Es una palabra que no resuena bien en nuestro interior y por tanto no la utilizamos en nuestras conversaciones. Parece que el hecho de renunciar a algo es similar a perder la libertad, esa que te permite hacer lo que quieres, sientes o piensas. Sin embargo cada día hacemos renuncias, aunque no pongamos atención en ellas o no las consideremos importantes. De hecho, por aquello de que todo el mundo lo hace, nos conformamos con seguir inercias que nos vacían o nos hieren profundamente. Lo diferente asusta, llama la atención, crea crítica y provoca nerviosismo….

Pero Jesús nos habla de renuncia en el Evangelio. No lo dice de pasada, se detiene, se vuelve a quienes le siguen, hacia quienes le queremos seguir, y, con claridad, explica lo que significa el seguimiento. Habla a mucha gente y no se deja seducir por los números, no pone “paños calientes” a la multitud. Invita a cambiar sus esquemas y a tomar una decisión, a re-enunciar, o re-elaborar, o re-pensar las relaciones, la  propia vida, las posesiones… para poder ser discípulo o discípula en verdad y autenticidad.

Llama la atención cómo este texto tan incisivo llega hasta nuestros días, a nuestra cultura, fresco como una lechuga; lo entendemos perfectamente, no hacen falta interpretaciones. Lo que sí hace falta es tomar esa decisión que te hace doblar la espalda para tomar la propia miseria, y con ella, ponerse en camino.

El primer paso es desearlo:

¿Quieres ser discípula de Jesús? ¿Reorientar tu vida, tus afectos, tus bienes tu todo hacia su Todo?

Oración

Para este camino una oración de la Madre Teresa de Calcuta:

Líbrame, Jesús mío,
del deseo de ser amada,
del deseo de ser alabada,
del deseo de ser honrada,
del deseo de ser venerada,
del deseo de ser preferida,
del deseo de ser consultada,
del deseo de ser aprobada,
del deseo de ser popular,
del temor a ser humillada,
del temor de ser despreciada,
del temor de sufrir rechazos,
del temor de ser calumniada,
del temor de ser olvidada,
del temor de ser ofendida,
del temor de ser ridiculizada,
del temor de ser acusada…

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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No podemos caminar en dos direcciones.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Lc 14,25-33

Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final… Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra dirección.

Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere…” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.

No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer o seguridades. El fin que el instinto quiere garantizar es bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto.

Tres son las exigencias que propone Jesús: .- Posponer a toda su familia. .- Cargar con su cruz. .- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra.

Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.

El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que ese amor está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más también a nuestros familiares.

Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso, el profesar un verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros.

Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo.

Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de todos lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo puede ser causa de miseria para otros.

Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor.

En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Para que un avión despegue debe alcanzar una velocidad crítica. Si no la consigue, seguirá rodando por la pista indefinidamente. Es lo que hacemos nosotros.

Antes de poner los cimientos de un edificio debemos calcular si podré terminarlo con los medios que tengo. Si no me alcanza, es mejor que no empiece a construir porque será perder lo que tengo. Si declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el que va a salir perdiendo soy yo. Los cristianos nos conformamos con rodar y rodar por la pista sin darnos cuenta de que estamos haciendo el ridículo. Estamos diseñados para despegar. Si nos conformamos con rodar, nuestro diseño no ha servido para rada. Bien entendido que lo logrado no va ser el resultado de nuestro esfuerzo.

Meditación-contemplación

Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
Solo la sabiduría puede llevarme a la meta.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El Reino tiene un precio.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Lc 14, 25-33

«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos … e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío»

Jesús no se lanza a los caminos de Galilea para conseguir la raquítica salvación de media docena de perfectos, sino para cambiar el mundo. Aspira a una humanidad de Hijos que se realice amándose como hermanos, y eso no se alcanza con gente tibia y poco comprometida, sino con personas que tiren para adelante sin mirar lo que dejan atrás. No pide otra cosa que lo que él ya ha aceptado en grado superlativo, y esto da a su propuesta un valor especial.

Y visto desde esta perspectiva, el texto de Lucas se entiende mucho mejor. En él se nos dice dos cosas importantes: una, que la búsqueda del Reino es lo primero —por delante de lo más querido por nosotros, como es la familia—, y la otra, que quien acepta la misión debe medir bien sus fuerzas porque éste es un camino que acarrea renuncias y sacrificios.

Tradicionalmente se ha entendido que esa renuncia debía estar basada en el esfuerzo ascético, pero una lectura rigurosa del evangelio nos dice que la cosa es justo al revés; que no se trata de dejarlo todo a base de fuerza de voluntad con la esperanza de encontrar el tesoro, sino de encontrar el tesoro y renunciar a todo lo demás porque todo lo demás ha perdido su valor a nuestros ojos. Como decía Ruiz de Galarreta: «No es primero la renuncia para llegar a la alegría: es primero la alegría, y de ella se derivan las renuncias».

Pero el camino que propone Jesús tiene dos obstáculos imponentes. El primero es encontrar el tesoro, porque el mundo nos propone otros tesoros mucho más palpables que lo ocultan. El segundo es tener el valor necesario para aceptar la apuesta. Podemos estar convencidos de que su propuesta es nuestra mejor opción de felicidad, pero carecer del valor necesario para atrevernos a iniciar el camino que nos propone.

Hay un hecho que juega a nuestro favor, y es ver que las personas que sí se han atrevido, no sienten las renuncias como tales, sino como liberación. Porque el Reino nos invita a renunciar a lo que no merece la pena; a lo que estropea nuestra vida. Nos invita a no conformarnos con poco, nos invita a la plenitud, a saberse querido por Dios, a ser conscientes de nuestra misión, a convertirnos en protagonistas de la aventura humana, y, en definitiva, a encontrar el sentido profundo de nuestra vida.

Pedro, Santiago, Juan, María Magdalena… fueron sus primeros seguidores, y el evangelio muestra su proceso de conversión: le conocieron, quedaron fascinados por él, y solo después, lo dejaron todo y le siguieron. Lo primero es conocerle y fascinarse, no hay otro camino, pero hoy Jesús es un valor a la baja del que es difícil oír hablar (y mucho menos oír hablar con rigor) ni siquiera en las eucaristías; y no digamos en otros foros cristianos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Dejad de poseer.

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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cruz-recordatorio-padre-nuestro-1-153Lc 14, 25-33

Quisiera iniciar mi comentario refiriéndome, por un momento, a la segunda lectura de este domingo.

Filemón 1, 15-1… Si te dejó por algún tiempo fue tal vez para que ahora lo recobres definitivamente, y no ya como esclavo, más que como esclavo, como hermano querido…

La lectura del evangelio, reforzada por las líneas de la carta de Pablo a Filemón, es un grito profético, que parece lo estoy oyendo desde los bosques ardiendo, desde las inundaciones, desde las guerras…

Y ese grito es un imperativo, que denota urgencia, inminencia, necesidad: DEJAD DE POSEER para tratar a todas, a todos, a Todo lo creado, no como esclavos, sino como hermanas y hermanos queridos.

Así nos hablan los profetas del medio ambiente sobre la situación del Planeta. La Tierra está enferma, nos está diciendo que tiene una fiebre alta, y eso es malo, muy malo, para la vida.

La causa de la infección es el ego; ese ego que busca poseer personas y cosas, y que trata a la naturaleza de forma posesiva, arrancándole la vida, como una violación de sus derechos básicos, sin ningún tipo de relación de intimidad, de complicidad. La trata como si fuese de su propiedad, como si la poseyera, como si fuera su esclava.

Pablo nos dice en este precioso texto donde vemos como el cristianismo está aboliendo la esclavitud, algo que no podemos obviar, que el rico Filemón, dueño de Onésimo es invitado a recibirle ahora como a hermano querido. Menudo cambio: de esclavo a hermano querido.

Nos dicen los profetas del Planeta que así es como tenemos que cambiar individualmente y como colectivos: tratar a las personas y a la Tierra, al agua, los bosques, de usarlos a relacionarnos familiarmente con ellos. Ese cariño que se fragua en una relación lo opuesto a posesiva: relación de igualdad, de respeto, de diálogo… es el medio, la herramienta que sana todas las distancias y diferencias, y nos hace ser y tratarnos de diferente manera.

Parece que algo de esta relación más cercana, ya se ha obtenido con los animales domésticos, pero no deja de haber una búsqueda de beneficio propio siempre.

Si así tratáramos al Planeta, al mundo vegetal, al mundo de las aguas, cada vez más escasas, a los mares y océanos en estado febril, todo sería diferente.

¿Y si así se tratara a la mujer? El eje del Planeta volvería a su Centro, la armonía dentro de la diversidad se haría una realidad. El Reinado de Jesús emergería con toda su fuerza, y a ello nos invita el Evangelio de hoy, tantas veces interpretado erróneamente.

En el fondo nos dice una cosa: en caso de conflicto de intereses en tu vida, en tus decisiones, siempre tiene que prevalecer la adhesión a Jesús. Y esta, por encima de la familia, siempre interesada, también por encima de tus intereses personales, ya que esa adhesión es la garantía para la igualdad, la justicia respetuosa.

Vivimos en una cultura occidental cristianizada culturalmente pero no en el corazón. Por eso seguimos tolerando, con cierta indiferencia, las desigualdades.

Hace años, una mujer latinoamericana muy comprometida y formada nos comentó a un grupo de mujeres preocupadas por la desigualdad infinita de la mujer en la iglesia, que la teología de la liberación no había progresado en LA porque de fondo el varón seguía siendo exasperadamente machista, poseedor de su mujer… Dijo ella, conocida de todos, pero por respeto no citaré su nombre: en las reuniones, en la calle, en los textos, todo era igualdad, pero cruzando la puerta de casa, la mujer “seguía siendo propiedad del varón, de hecho”.

También este es el trato que se le ha dado, y se sigue dando a la Tierra: es “mía”, la puedo explotar, contaminar, cementar, no cuidar.

¿Queremos acabar con la injusticia? Dejemos de “poseer”. Y así, como Pablo le invita al rico Filemón, quien entre líneas, parece decirle: deja de creer que porque compartes tus bienes eres bueno, más bien, empieza a tratar al que era tu esclavo como a un hermano querido, y yo creo que Jesús añadiría, y entonces, serás discípulo mío.

Y si al esclavo añadimos la esclava, el panorama se abre como un abanico inabarcable de rostros de mujeres a nuestro alrededor, que nosotros, los seguidores de Jesús, todavía tenemos que mirar y valorar de modo distinto: la chica de la limpieza, la señora que cuida a mi madre, las mujeres africanas y afganas, las ucranianas…no son de otra pasta, son mi hermana, y tienen sentimientos y necesidades y añoranzas, mucha añoranza de su país, de sus hijos, de sus raíces, de vivir en su casa y no en la de los ancianos que cuidan, de cuidar de su madre y no de la mía… pero como dicen ellas “no me queda otra”.

Pero a nosotros nos cuesta verlas como a nuestras hermanas queridas.

Si dejamos de “poseer” el rango que nos auto adjudicamos por ser Europeos, o blancos, o cultos…y compartimos lo que somos y tenemos, empezaremos a ver hermanas y hermanos. Y seremos discípulas. Sí, entonces Jesús nos invitará a ser del grupito que “lo va pillando” para que siga su mensaje y su persona viva, a través de nosotros, en el tiempo y en todo lo que está vivo.

Hoy Jesús nos mueve a preocuparnos también por tantas jóvenes, que por lo menos en Europa, vemos desconcertados por ese cambio tan radical de paradigma, de realidad, que hace que su futuro, incluso su vida en el Planeta se vea cuestionada, algo que los que tenemos ya unos años, jamás cruzó por nuestra mente.

Las estadísticas dicen que en España se han triplicado los suicidios e intentos de suicidio estos últimos años en mujeres jóvenes. ¿Por qué? Estas personas tienen un panorama nada fácil a nivel laboral, a nivel profesional, a nivel religioso. Hay que proponer nuevos paradigmas, y apoyarlos, con sus proyectos y procesos, antes de que sea demasiado tarde.

¿Podemos decir que la fiebre de la Tierra, es paralela a la inestabilidad que las mujeres con futuro experimentan? Ambas realidades son consecuencia de un mundo entendido con mente de varón, donde lo que importaba era la productividad. También por una Iglesia que margina a la mujer y donde la espiritualidad no es una buena invitada. No en formas y lenguaje de hoy.

Hermana querida Tierra y generación de jóvenes adultas, quisiéramos poder decir “contad con nosotras”.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

 Fuente Fe Adulta

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¿Desde dónde tomar las decisiones?

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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1088268B-0C4B-4D1B-A63B-7C6FC1B4B730Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

4 septiembre 2022

Lc 14, 25-33

La invitación evangélica a hacer “cálculos” lúcidos antes de emprender una acción importante -esa es la tarea del discernimiento- me lleva a plantear la cuestión acerca de la toma de decisiones.

En principio, una decisión puede nacer de tres lugares diferentes: de las necesidades, del superyó o de la docilidad a lo que la vida quiere vivir en nosotros.

Las necesidades son una llamada a decidir. Pero, entre ellas, podemos distinguir las “normales” (adecuadas) y las desproporcionadas. Alimentarse, protegerse, cuidar la integridad psíquica, etc., pertenecen a las primeras. Acumular sin medida, buscar el aplauso de los demás o pretender imponerse a ellos son ejemplos de desproporción. Sin duda, la desproporción hará que las decisiones tomadas desde ella sean erradas porque, más allá de la intención con la que se hagan, nacen de una mentira.

Las decisiones pueden nacer también del superyó, es decir, desde una instancia moralista, previamente internalizada, que se expresa en constantes “deberías”. También en este caso nacerán viciadas, ya que conllevan un componente de alienación: la persona, aun sin ser consciente de ello, queda alienada a exigencias externas. Siguiendo imperativos provenientes de algún tipo de autoridad -parental, social, religiosa…-, la persona termina desconectada de sí misma: son otros los que han decidido por ella y en su lugar.

Las decisiones acertadas nacen de la docilidad a la vida. En cierto sentido, puede decirse que “pasan” a través de nosotros, pero tienen su origen “más allá” de nosotros. Dicho con más precisión: no soy yo quien elige; elige la vida. Lo que a mí me toca es decir “” y fluir con ella.

A primera vista y a falta de experiencia en ello, alguien podría decir que nos hallaríamos ante otra alienación: al final, no decido yo. Sin embargo, la comprensión nos permite ver que la vida no es “algo” al margen de nosotros, sino que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que ser dóciles a la vida, entregarnos a ella, es identificarnos con lo que realmente somos. No elige el yo que, erróneamente, creemos ser, sino la vida que somos.

Es cierto que también aquí cabe el engaño: alguien puede pensar que es la vida quien decide cuando, en realidad, se trata de una elección egocéntrica. El criterio que puede ayudarnos a superar tal tipo de trampas se llama desapropiación. Advierto que es la vida la que decide porque en la decisión no busco apropiarme de nada, sino que, más bien al contrario, solo pretendo ser dócil.

Cuando se recibe el regalo de la comprensión, se advierte que ya no «se toman» decisiones; no hay nada que decidir: es la vida la que decide. Solo queda decir “sí”. En ese momento, la pregunta que surge no es: “qué quiero vivir” o “qué le pido a la vida”, sino “qué quiere la vida vivir en mí”.

¿Confío en la sabiduría de la vida y me ejercito en vivir diciendo sí?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven

Domingo, 4 de septiembre de 2022
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven

01.- El libro de la Sabiduría

    La homilía de hoy versa sobre la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría, que cronológicamente es el último libro del AT. Con este libro de la Sabiduría estamos en los umbrales del tiempo de JesuCristo, hacia el año 50 a.C.

    Que no se nos olvide el AT, porque también nosotros podemos vivir en situación de AT.

El tiempo en que se escribe el libro de la Sabiduría es el inmediatamente anterior a Jesús y se estaba produciendo una gran expansión de la cultura griega (helenismo).

La cultura griega contribuyó a universalizar la Biblia (AT) en las comunidades judías de la diáspora, en el Imperio romano (versión de los LXX) y abrió el pensamiento judío a la filosofía y a las ideas griegas. El libro de la Sabiduría es un buen testimonio de este momento cultural. Expresará en ideas y leguaje griego el pensamiento judío.

Por ejemplo:

  • La antropología judía (semita) no habla de cuerpo y alma. El mundo judío entiende al ser humano con otros términos. Sin embargo en el libro de la Sabiduría se habla de cuerpo y alma, que son términos griegos (lo hemos escuchado en la lectura de hoy).
  • El pensamiento judío cuando llegó a la fe en una vida más allá de esta, le llama resurrección. La Sabiduría siguiendo el pensamiento griego habla de inmortalidad.

El libro de la Sabiduría es una reflexión del ser humano cuando entra dentro de sí mismo para preguntarse por las cosas más importantes: ¿qué es el hombre? ¿Qué es el hombre frente a Dios? ¿Quién conoce el misterio de la vida y de la muerte?

02.- El ser humano es débil, frágil.

La experiencia nos demuestra que somos muy limitados y que lo que hacemos y tocamos es muy débil, pero al mismo tiempo intuimos que debe haber algo que no fenece: el misterio de Dios. Decía el médico y filósofo Laín Entralgo (1908-2001) que: el ser humano espera por naturaleza algo que no está en su naturaleza, en su debilidad.

Queremos –necesitamos- conocer, penetrar el misterio, el después de la muerte.

La primera lectura de hoy  presenta catorce términos que tienen que ver con el conocimiento: conocer (2 veces), imaginar, pensamientos, razonamientos, mente pensativa, vislumbrar, descubrir, rastrear, sabiduría (2 veces), santo espíritu, enderezar, aprender. El texto comienza con una pregunta: ¿Qué hombre conocerá el designio de Dios? La lectura concluye con la afirmación categórica: Los hombres… se salvaron por la sabiduría.

El cuerpo, nuestro cerebro (de humilde barro)tiene, tenemos “unas cuantas neuronas” y con el paso del tiempo y la edad, bastante deterioradas. Por eso pensamos como podemos: nuestros pensamientos son falibles. El cuerpo es el lastre delalma

(Esta distinción cuerpo y alma no es judía, sino griega). Jesús no conoció esta antropología griega. San Pablo, nunca habla en estos términos de cuerpo y alma, ni el AT tiene esta antropología.

Sin embargo el libro de la Sabiduría nos está diciendo que la debilidad humana (barro – cuerpo) no es negativa, sino que es valiosa aunque limitada y sentimos la necesidad de Alguien que nos busca y nos llama amorosamente. La debilidad reclama salvación, ayuda, necesidad de Alguien que es creador y salvador.

Esto solamente lo decimos o lo aprendemos en la medida en que la vida se nos escapa de las manos. El deseo natural de trascendencia, de cielo, es algo que llevamos en el corazón, y sólo con sabiduría y espíritu lograremos que no muera nunca.

¿Cómo rastrear las cosas del cielo? ¿Cómo comprender el misterio de la vida y de la muerte?

03.- No es lo mismo Sabiduría que Ciencia

    La Sabiduría no es un almacenamiento de datos científicos, sino un modo de vivir abierto al Ser, a la Verdad.

La ciencia conoce, la sabiduría, sabe (saborea la vida). No es lo mismo conocer datos que saber vivir. Se puede conocer muchas cosas científicas y no saber vivir. ¡Cuántos científicos, políticos, economistas, eclesiásticos conocen, pero no saben vivir!

    La Sabiduría es un modo, un tono vital de vivir abiertos a la verdad y al bien.

No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos, ven.

    Que el Señor nos conceda su Sabiduría para que comprendamos el misterio de la vida.

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“Fin de las congregaciones religiosas y futuro de sus propiedades “, por José Arregi

Viernes, 25 de febrero de 2022
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AaaDe su blog Umbrales de luz:

Franciscanos/as y clarisas, benedictinos/as, mercedarios/as, compañeros y compañeras de Jesús inspiradas por Ignacio de Loyola, hombres y mujeres carmelitas, pasionistas, maristas… una lista sin fin. Nacieron para socorrer, acompañar, educar, sanar, cuidar a los sin nadie y sin nada. O para dedicarse a la “vida contemplativa”, “trabajando y orando”, viviendo a fondo, siendo en comunión profunda con todo. Esas mujeres y hombres, a lo largo de los siglos, han dado al pueblo lo mejor de sí con admirable entrega y desinterés, y el pueblo los ha sostenido material y espiritualmente con inmensa generosidad. Nuestros pueblos y ciudades llevan su impronta.

Pero la “vida religiosa” –al igual que la época de las “religiones” tradicionales– toca a su fin. No quiero decir que aquello para lo que las congregaciones y órdenes nacieron –compasión samaritana, esperanza subversiva, fraterno-sororidad universal– haya perdido valor. Nunca lo perderá, esperemos. Pero en los últimos 60 años se ha desmoronado el marco cultural (teológico y antropológico) sobre el que, desde el s. XIII, se ha sustentado esa forma de vida, y su mismo nombre.

Nuestra visión del mundo y del ser humano, de la “materia” y del “espíritu”, del cuerpo, de la sexualidad y del género… y, en consecuencia, nuestra imagen de Dios, han cambiado profundamente. Ya no se sostiene que el celibato sea más humano o acerque más a Dios o a la Vida que la práctica de la sexualidad, ni que la obediencia a un superior sea valiosa por sí, ni que porque la propiedad de los bienes recaiga sobre la congregación y no sobre el individuo religioso, éste vaya a ser más responsable y solidario. Tampoco se sostiene que los tres votos sean “consejos” dados por Jesús de Nazaret a quienes quisieran seguirle más de cerca, más entregada y proféticamente. Y aunque Jesús los hubiera aconsejado, no por eso nos valdrían hoy, al igual que ya no nos valen sus ideas sobre el origen y el fin del mundo, la creación del ser humano, ángeles y demonios, o sobre el Dios creador.

Se han derrumbado los pilares sobre el que se ha apoyado y justificado la vida religiosa desde sus orígenes hasta hoy. Y por eso, simplemente por eso, están desapareciendo en la Europa occidental las vocaciones a esa forma de vida, en un proceso que se veía venir, pero no se supo ver. No están desapareciendo las vocaciones a la vida en su hondura, sino al modelo teológico y canónico de la “vida consagrada”. La metamorfosis cultural-religiosa, los datos sociológicos y la trayectoria de fondo indican que, dentro de dos o tres décadas, la inmensa mayoría de los monasterios, conventos y casas religiosas de los países europeos quedarán vacías. Y todo apunta que lo que sucede aquí sucederá más pronto que tarde en todos los continentes, al igual que, por ejemplo, en Castilla y Andalucía ya pasa lo que pasó antes en el País Vasco o Cataluña, o en Italia y en España o incluso en Polonia pasa hoy lo que antes pasó en Francia, Dinamarca o Suecia.

¿Tendrán las congregaciones religiosas la lucidez necesaria para comprender el signo de estos tiempos y para convertir su proceso de muerte en camino de vida, su disolución institucional en transformación espiritual? ¿U optarán por cerrar los ojos, huir adelante y condenarse a la decadencia, buscando vocaciones como sea o importándolas de donde sea? Saber vivir culmina en saber morir, en dejarse transformar enteramente.

No puedo aquí dejar de referirme a otro reto mayor, ligado al anterior o derivado de él: ¿qué destino procurarán las congregaciones a sus templos, santuarios y conventos, casas y propiedades, que no son pocas, para cuando sus comunidades se cierren, y justamente para que su carisma originario y su historia más auténtica no se extingan? Es justo que aseguren para todos sus miembros, mientras vivan, las condiciones necesarias para una vida digna. El resto no les pertenece, por muchos y muy legales títulos de propiedad de que dispongan. Lo que no necesitan pertenece al pueblo. Fue el pueblo quien, directa o indirectamente, edificó sus templos y conventos. De ningún modo debieran parar en manos del mejor postor.

Que vuelvan, pues, al pueblo, a las instituciones públicas, pero no mediante venta a precio de mercado, pues esto equivaldría a hacer pagar por segunda vez a los contribuyentes el convento o la iglesia o la propiedad que los contribuyentes o sus antepasados (o los reyes y señores que los explotaron) regalaron a las congregaciones. Que éstas desacralicen sus templos y santuarios, para reconvertirlos en lugares de ”espíritu y de vida” donde el pueblo pueda respirar en paz, gozar de silencio, reunirse y fomentar la convivencia, soñar otro mundo mejor, disfrutar la belleza de la música y de la palabra, celebrar el amor y el nacimiento, despedir a los muertos y aliviar el duelo. Lo demás, incluidos los traspasos a las curias generales y a las instituciones diocesanas, sería una traición de las congregaciones al carisma que las alentó, un fraude al pueblo que las sostuvo y al que se consagraron, una afrenta a la memoria de nuestros padres, abuelos y antepasados.

Escribo estas líneas en vísperas del 2 de febrero, fecha en que se celebra en la liturgia católica “el día de la vida religiosa”. En la misa se volverá a leer el bello pasaje imaginario de Lucas sobre dos ancianos profetas, Simeón y Ana, que reciben al niño Jesús en su presentación en el templo de Jerusalén. Simeón, “hombre justo y piadoso”, “esperaba el consuelo de Israel”, de todos los pueblos. Abre los ojos, ve a Jesús y reconoce la luz de un mundo nuevo, y dice a la Vida: “Puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Ana es viuda desde muy joven, tiene 84 años, y ahí está, presente. Abre la boca, toma la palabra y “habla del niño a todos los que esperan la liberación”. No os encerréis en el templo, dice, abrid sus puertas, no hay más claustro que el mundo. No miréis al pasado, otro futuro es posible.

Aizarna, 30 de enero de 2022

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“No de cualquier manera”. 23 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,25-33)

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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072D80F3-164B-4A90-83F4-02044769141AJesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que «le seguía mucha gente». Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.

De pronto se vuelve y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.

Jesús les habla, en primer lugar, de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujeres e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.

Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.

Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.

Jesús sigue hablando con crudeza: «El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo». Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.

Sorprende la libertad del papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que tienen poco que ver con los discípulos de Jesús: «cristianos de buenos modales, pero malas costumbres», «creyentes de museo», «hipócritas de la casuística», «cristianos incapaces de vivir contra corriente», cristianos «corruptos» que solo piensan en sí mismos, «cristianos educados» que no anuncian el evangelio…

José Antonio Pagola

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“El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Domingo 8 de septiembre de 2019. 23º Ordinario

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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48-ordinarioC23 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 9, 13-18: ¿Quién comprende lo que Dios quiere?  .
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Filemón 9b-10. 12-17: Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido.
Lucas 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Para ser cristiano, en realidad, la Iglesia, habitualmente, exige muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de educar en cristiano al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería serlo a pensárselo seriamente. Pocos seríamos cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Y decimos “llegado el caso”, porque estas tres formulaciones del evangelio de hoy que vamos a comentar son “formulaciones extremas”; representan la meta utópica que no debemos perder de vista, y debemos estar dispuestos a alcanzarla en el seguimiento de Jesús.

Por la primera (“si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”), el discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.

Por la segunda (“quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”), no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva frecuentemente la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar conscientemente como consecuencia del seguimiento. Por eso es necesario no precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos, o del rey que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.

La tercera condición (“todo aquel de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío”) nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que parece esta por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. Se trata, sin duda, de una formulación extrema, paradigmática, que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno, cuando alguien lo necesita para vivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

Para quienes quitamos con frecuencia aguijón al evangelio y nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente.

No en vano el libro de la Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que tiene conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será necesario para ello recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús. Necesitamos ir contra corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide el evangelio y a la que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto que en el evangelio se nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es tanto el comienzo del camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a lo que debemos tender, si queremos seguir a Jesús. Tal vez no lleguemos nunca a vivir con esa radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a ello, por más que nos encontremos a años luz de esa utopía.

Si se hiciera realidad en la humanidad esta condición básica que Jesús pide para su seguimiento, se resolvería también el problema de la crisis ecológica, que en definitiva está producido por el maltrato, la explotación, la depredación a los que el sistema económico y de producción mundializado somete a la naturaleza, igual que a muchedumbres pobres asalariadas. El bien que persigue el Reino de Dios (ubi bonum, ibi Regnum) no es sólo para el mundo humano, sino para todo el mundo, para el planeta y toda la comunidad de la vida que en él ha surgido…

En su Carta a Filemón, Pablo nos brinda una consecuencia concreta del seguimiento, y las necesarias renuncias a los propios bienes. Por haber abrazado la propuesta del evangelio, Onésimo ha dejado de ser un esclavo para ser un hermano de Filemón. Mediando la caridad y la buena voluntad de éste, quizá también se convierta en colaborador del apóstol que se encuentra encarcelado. Este ejemplo ilustra también lo que indica el libro de la Sabiduría de acuerdo al dicho popular que reza: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. No es tarde para sentarnos a reflexionar sobre las cosas más importantes de nuestra vida… Sea para confirmar las opciones realizadas, sea para reconocer con humildad que nos hemos equivocado. Si meditamos las palabras del evangelio… ¿qué diría nuestro corazón? Leer más…

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Dom 8. 9. 19. Renunciar para compartir.

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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e41b536895224f2c8f0878d7bb81382aDel blog de Xabier Pikaza:

El “ajedrez” de Jesús

Contra un mundo que quiere construir torres y ganar guerras

Domingo 23. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14, 25-33.El evangelio de Lucas sigue tratando del dinero y de la vida compartida: Renunciar a todo para tenerlo y compartirlo todo.

 El mundo está hecho de hombres y mujeres que quieren hacer torres para defenderse y rechazar a los enemigos, de reyes que quieren ganar guerras, para alejar a los contrarios y disfrutar a solas sus bienes. Esa es la técnica del ajedrez, que viene del antiguo oriente, con alfiles/soldados, caballos y torres, con un rey (con la reina que es el reino)

Jesús plantea un  ajedrez distinto.  No necesita alfiles, caballos ni torres para luchar y  defenderse, no tiene que ganar guerras para domar a los demás y dominar sobre la tierra (matar a la Reina). Quiere que los hombres y mujeres sean y vivan en gratuidad de amor. Seguirle a él es renunciar a todo, para  tenerlo todo, en comunión de vida. Un ajedrez totalmente distinto, el ajedrez del Reino.

asurbanipal

            El texto no necesita muchas aclaraciones Principio y final se corresponden (dos renunciar). En medio quedan los ejemplos de contraste (una torre un rey). Al fondo, una experiencia más alta: el Reino.  Así lo mostraré en dos tiempos: Con una lectura inicial… y después con una explicación más general:

Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

LECTURA INICIAL  TEXTO ENTERO

Principio. Dejar todo, todo, todo

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

            Así solía decir Juan de la Cruz: nada, nada, nada… Nada de familia, nada de uno mismo, en pura cruz. Nada de nada, para poder tenerlo luego todo, pero de otra forma: en gratuidad compartida, en libertad gozosa. Nada de nada, para poder disfrutarlo todo (padre y madre, mujer e hijos…), para disfrutar de sí mismo (¡negarse a sí mismo, para así poder gozarse!). Éste es el camino. Vivimos sobre una tierra donde queremos gozar teniendo, poseyendo, con una familia “exclusiva”, hecha de egoísmo, con un deseo que nos cierra en nosotros mismos… Sólo una cruz que rompe ese “cierre” egoísta puede abrirnos al todo.

Primer contraste, la torre

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

          1565667633_016457_1565667818_miniatura_normal  Somos constructores de torres, desde el gran relato de Babel (cf. Gen 10). Cada uno hace su torres, todos juntos queremos hacer la gran torre de la cultura mundial capitalista, que se cuente y mide con dinero. Pero ¿tenemos dinero suficiente para hacer una torre donde resguardarnos para siempre? ¿Nos podemos salvar por lo que hacemos? La vieja tierra está llena de ruinas de torres caídas. Entre ellas caminamos, sin darnos cuenta de que caerá pronto la nuestra.

Segundo contraste, el rey que va a la guerra

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Aquí no se habla sólo de reyes lejanos, emperadores, monarcas, presidentes de grandes naciones o multinacionales, siempre en guerra. Aquí se habla de nosotros: queremos ganar a los demás, cada uno nuestra guerra y después la guerra de nuestros grupo (los blancos, colorados, mikeletes o marines…). Todos queremos hacer la guerra pensando que así podremos mantenernos.

Final. Renunciar a todo

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Ésta es la torre de Jesús, ésta su guerra: no necesita nada más que el amor de la gente, el amor y la vida de aquello que saben renunciar a todo… Sólo así, cuando no se apegan a nada, cuando no quieren nada para sí mismos pueden tenerlo todo… buscando el Reino, que es don y regalo, que es gracia…

            Jesús no pone ninguna condición (saber latín, hacer teología…), no quiere gente que tenga carreras ilustres (para hacer torres, para ganar guerras…). Quiere gente que sea capaz de renunciar, de de-construir torres, de de-sertar de guerras… Gente que renuncie a todo en amor, para tener todo, de forma distinta, en amor de Reino.

SEGUNDA PARTE (Lc 14,28‒33). AJEDREZ DE JESÚS

  Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirma que, para ser discípulo suyo, en camino de Reino hay que renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22):

 ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33)[1].

 La cuestión de fondo está en el paso de las dos primeras comparaciones, que son como premisas, en línea de cálculo económico-militar, a la tercera, que es la conclusión. El oyente o lector está esperando también en el tercer momento un tipo de “crescendo” en la línea de los anteriores (más dinero, más soldados…), pues seguir a Jesús es más costoso y arriesgado que edificar una torre o ganar una guerra, que son sin duda empresas de gran coste; más costoso debería ser por tanto el seguimiento de Jesús, de modo que cada uno tendría qua calcular muy bien los bienes o medios que tiene para decidirse a favor de Jesús (de su Reino). Leer más…

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“Anticampaña electoral”. Domingo 23 ciclo C

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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seguidoresdejesusDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quede completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún que ésta. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico es pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

La multitud y los discípulos

            Para entender el evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos grupos. El evangelio de Lucas habla a menudo de la multitud de gente que acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen al zonas descampadas (9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más.

            Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y dos para enviarlos de misión (10,1).

El problema

            El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones.

Primera condición: renuncia a lo más querido

            Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 

            En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:

            Dijo a sus padres: No os hago caso;

            a sus hermanos: No os reconozco;

            a sus hijos: No os conozco.

            Cumplieron tus mandatos

            y guardaron tu alianza (Deuteronomio 33,9)

            Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos.

            En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo.

Segunda condición: arriesgar la fama y la vida

            Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

            Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23).

            La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir.

            El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

Una pausa para reflexionar y desanimar

            Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento.

            ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?  No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

            ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Lo mismo vosotros.

            Por consiguiente, antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo. Evidentemente, Jesús no se parecía en nada a esos directores espirituales que animaban a los y las jóvenes a entrar en el seminario o el noviciado sin pensarlo seriamente.

Tercera condición: renuncia a los bienes materiales

            El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

            A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al joven rico (aunque Lucas lo presenta como un jefe): Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.      Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28).

Nada nuevo bajo el sol

            Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.

                        957Mientras iban de camino, uno le dijo:

            ‒ Te seguiré adonde vayas.

                        58Jesús le contestó:

            ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.

                        59A otro le dijo:

            ‒ Sígueme.

            Le contestó:

            ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

                        60Le replicó:

            ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.

                        61Otro le dijo:

            ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

                        62Jesús le replicó:

            ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.

¿Exigencias para todos los cristianos?

            En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

            El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

            Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente sí tuvieran que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, y en la que los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús supuso en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, e incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano.

El misterio

            Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, un padre de la Iglesia que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.

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XXIII Domingo Ordinario. 8 septiembre, 2016

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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“Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo:…”

(Lc 14, 25-33)

Renunciar, no está de moda, ni mucho menos. Es una palabra que no resuena bien en nuestro interior y por tanto no la utilizamos en nuestras conversaciones. Parece que el hecho de renunciar a algo es similar a perder la libertad, esa que te permite hacer lo que quieres, sientes o piensas. Sin embargo cada día hacemos renuncias, aunque no pongamos atención en ellas o no las consideremos importantes. De hecho, por aquello de que todo el mundo lo hace, nos conformamos con seguir inercias que nos vacían o nos hieren profundamente. Lo diferente asusta, llama la atención, crea crítica y provoca nerviosismo….

Pero Jesús nos habla de renuncia en el Evangelio. No lo dice de pasada, se detiene, se vuelve a quienes le siguen, hacia quienes le queremos seguir, y, con claridad, explica lo que significa el seguimiento. Habla a mucha gente y no se deja seducir por los números, no pone “paños calientes” a la multitud. Invita a cambiar sus esquemas y a tomar una decisión, a re-enunciar, o re-elaborar, o re-pensar las relaciones, la  propia vida, las posesiones… para poder ser discípulo o discípula en verdad y autenticidad.

Llama la atención cómo este texto tan incisivo llega hasta nuestros días, a nuestra cultura, fresco como una lechuga; lo entendemos perfectamente, no hacen falta interpretaciones. Lo que sí hace falta es tomar esa decisión que te hace doblar la espalda para tomar la propia miseria, y con ella, ponerse en camino.

El primer paso es desearlo:

¿Quieres ser discípula de Jesús? ¿Reorientar tu vida, tus afectos, tus bienes tu todo hacia su Todo?

Oración

Para este camino una oración de la Madre Teresa de Calcuta:

Líbrame, Jesús mío,
del deseo de ser amada,
del deseo de ser alabada,
del deseo de ser honrada,
del deseo de ser venerada,
del deseo de ser preferida,
del deseo de ser consultada,
del deseo de ser aprobada,
del deseo de ser popular,
del temor a ser humillada,
del temor de ser despreciada,
del temor de sufrir rechazos,
del temor de ser calumniada,
del temor de ser olvidada,
del temor de ser ofendida,
del temor de ser ridiculizada,
del temor de ser acusada…

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No podemos caminar en dos direcciones opuestas.

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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Lc 14,25-33

Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final… Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra, has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra dirección.

Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere…” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.

No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer. El fin que el instinto quiere garantizar, es bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto.

Tres son las exigencias que propone Jesús: 1ª.- Posponer a toda su familia. 2ª.- Cargar con su cruz. 3ª.- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra.

Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.

El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegurar mejor el pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más y mejor también a nuestros familiares.

Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros.

Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo.

Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran lo que tenían a disposición de todos. No se tiraba por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otros.

Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor.

En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber hecho una clara opción personal.

 

Meditación-contemplación

Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
Solo la sabiduría puede llevarme a la meta.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Parábola de la Misericordia divina

Domingo, 8 de septiembre de 2019
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parabola abrazo

Sabía que si fallaba no me arrepentiría, de lo único que me podía arrepentir era de no intentarlo (Jeff Bezo)

8 de septiembre 2019. DOMINGO XXIII DEL TO

Lc 14, 25-33

Lo mismo cualquiera de vosotros: Quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo

La parábola del hijo pródigo se enmarca como respuesta a una crítica de los fariseos y los escribas expertos judíos en la lea Ley mosaica, que estos le propinaban por recibir a los pecadores y comer con ellos.

Fundamentalmente recalca la misericordia de Dios. En su obra El corazón del Tercer Evangelio, Leonard Ramaroson (1979), dice que dicha parábola recalca la misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante los pecadores descarriados Lo que ha llevado a muchos teólogos bíblicos expertos a pensar que el nombre de la parábola debería ser “el padre de la misericordia”, y a mí, a darle el título de Parábola de la Misericordia Divina.

En efecto, el enfoque de dicha parábola no es el hijo joven, rebelde, y luego arrepentido, sino el padre que espera y corre, para dar la bienvenida al hogar a su hijo. Mensaje profundamente teológico que constituye los cimientos de la doctrina de Jesús, siempre orientada a la conversión de los pecadores, al perdón de los pecados y al rechazo a los formalistas que apartan al creyente de la verdad, la fe y la misericordia.

Esta parábola describe posteriormente la escena del arrepentimiento. Tras la vida de derroche y libertinaje, el hijo cae en la miseria y reflexiona acerca de su provecho personal y cae en cuenta que le traerá mayor bienestar regresar donde el padre, que seguir por su cuenta.

Aquí hay aspectos muy interesantes desde una perspectiva teológica: reflejar que las desgracias que provoca el pecado no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones que siempre acaban mal.

Se puede decir que su verdadera conversión ocurre en este momento, pues ve en la actitud del padre desinterés y amor, principales características de una verdadera conversión. Conversión que ocurre al acudir a Dios y al arrepentirnos de las malas acciones de nuestra vida, como pone de manifiesto esta imagen.

Este es verdaderamente el personaje central de la parábola: representa a Dios Padre y, fundamentalmente, su atributo de misericordia. Los dos hijos representan a la humanidad entera, uno a los pecadores que se alejan de la voluntad del Padre y el otro a los que se someten a esta, pero ambos son merecedores de la herencia paterna.

El primogénito es el personaje que menos participa en la parábola. Representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles, y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre.

El verdadero sentido de este personaje es mostrar como los fieles de Dios también caen en el pecado, en este caso la soberbia. Representa muy bien a los fariseos y escribas a los que Jesús le hablaba. Al reprocharle al padre lo que le hace a su hermano en comparación con lo que ha hecho por él se muestra que también en su fe su obediencia existía un móvil interesado.

Dice Jeff Bezo: Sabía que si fallaba no me arrepentiría, de lo único que me podía arrepentir era de no intentarlo 

Don Miguel de Unamuno nos invita a navegar con esperanza sobre las velas de un regreso a casa.

DE VUELTA A CASA

Desde mi cielo a despedirme llegas
fino orvallo que lentamente bañas
los robledos que visten las montañas
de mi tierra, y los maíces de sus vegas.

Compadeciendo mi secura, riegas
montes y valles, los de mis entrañas,
y con tu bruma el horizonte empañas
de mi sino, y así en la fe me anegas.

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos
verdes, jugosos, a Castilla enjuta,
donde fieles me aguardan los abrazos

de costumbre, que el hombre no disfruta
de libertad si no es preso en los lazos
de amor, compañero de la ruta.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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