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Seréis bienaventurados si…

Domingo, 29 de enero de 2023
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0_ac2010_044_32dom_comum_071110“Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano, que lo identifica como el seguidor de Jesús” (Papa Francisco, en Suecia, el día de Todos los Santos 2016).Si quieres saber lo que Jesús te propone para ser feliz aquí y ahora; si quieres cumplir el plan que Dios Padremadre tuvo al crearte, en las Bienaventuranzas tienes el manual de instrucciones. Si las sigues serás dichoso, bendito y te irás acercando a tu plenitud humana y divina. Te invito a que lo intentes. Pronto verás los frutos.

El domingo pasado el texto evangélico terminaba así: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando las enfermedades y dolencias de la gente”. Es un resumen perfecto de la actividad de Jesús en los inicios de su vida pública: predicar y sanar. El texto continúa: …. “y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea y del otro lado del Jordán”.

A continuación de la primera parte narrativa, Mateo coloca el primer discurso de Jesús, el Discurso Evangélico: Las Bienaventuranzas. Y lo primero que hace Mateo es describir con detalle el escenario donde se ubica este discurso. Lo que pretende con ello es prepararnos para escuchar algo muy solemne, algo muy importante. La audiencia numerosa, subida al monte, sentado como maestro, los discípulos se acercan para no perderse nada y Jesús empieza la lección del primer día de curso. Como buen maestro Jesús introduce el programa que va a desarrollar a lo largo de toda su vida.

El discurso de las bienaventuranzas es el preludio, el resumen del estilo de vida que Jesús, el Salvador, proponen a toda la humanidad. Es la síntesis de la propuesta vital que Jesús ofrece a la humanidad sedienta de sentido y necesitada de modelos para orientar sus anhelos existenciales y el logro de la felicidad (plenitud) que busca. Lo que se le ofrece es un programa para ser feliz. Justo lo que la humanidad, en toda época y lugar desea.

Jesús es para nosotros el revelador de Dios. Y Jesús en las Bienaventuranzas nos revela el plan de salvación (liberación, felicidad, plenitud) que Dios ha pensado para la humanidad de todo tiempo y lugar. Dios nos ha creado para que seamos felices. Jesús en las Bienaventuranzas nos muestra el camino para lograrlo.

El camino hacia la felicidad es, a veces, escabroso. El protocolo del proceso a seguir nos recomienda en primer lugar conocer de cerca la vida de Jesús para prepararnos a seguir sus pasos. En los catecismos que estudiábamos en nuestra infancia nos enseñaron que Jesús había venido al mundo para darnos ejemplo de vida. Para conocer bien una vida por dentro hay que imitarla. Hacer lo mismo que él hizo. Ser como Él.

Las Bienaventuranzas son un retrato, un perfil del estilo de vida que Jesús llevó y quiere que nosotros imitemos. Como perfil nos concretiza las características de ese estilo de vida: austeridad, mansedumbre, compasión, justicia, misericordia, sinceridad, humildad, coherencia, apertura, cercanía… En suma, las Bienaventuranzas nos describen el perfil de una “buena persona”, de una persona “muy humana” (honrada, bondadosa y solidaria). El que cumple este perfil es feliz, dichoso. Y la razón de esta felicidad es: porque en ello encuentras a Dios formas parte de su Reino. Las Bienaventuranzas son el camino para descubrir a Dios en ti mismo (tu bondad, tu parte divina) y en los hermanos con quien Dios se identifica y encarna, “a mí me lo hiciste”. Las Bienaventuranzas y el Reino de Dios se dan la mano. En la formulación de cada bienaventuranza hay dos partes: Lo que exige y lo que promete. Exige: imitar el estilo de vida de Jesús, llevar una vida austera (pobre), renunciar a la violencia, com-padecerse con los otros, autenticidad de entrega y disponibilidad, misericordia, justicia etc…Promete: tu plenitud humana y divina (humanidad divina), es decir, el Reinado de Dios en ti. Esto te hace feliz porque has encontrado el tesoro escondido, Dios en ti; porque te pareces a Dios; porque tu vida tiene sentido; porque has hallado razones para vivir.

Aviso para principiantes: Como ves el programa de Jesús es exigente, radical. Pero te puedo asegurar que merece la pena que hagas un esfuerzo, pongas en juego todas tus capacidades y perseveres en la tarea hasta lograrlo. Ten en cuenta estas consejas de vieja: “No se regala nada en la vida”. “La felicidad para quien la trabaja”. Por eso me gusta formular las Bienaventuranzas en condicional: Si quieres ser feliz… Seréis felices si… Si cumples la condición obtendrás lo condicionado. Por último: Al llevarlo a la práctica no te olvides de que no estás solo en el empeño, contigo va el Señor. Dios te ha creado para que seas feliz y te ha dado todo lo que necesitas para serlo. Sólo te falta experimentarlo.

África de la Cruz

Fuente Fe Adulta

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Para vivir con sabiduría.

Domingo, 29 de enero de 2023
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8606D652-4804-4258-9421-97693DFE486CIV Domingo del Tiempo Ordinario

29 enero 2023

Mt 5, 1-12

Si en el evangelio de Lucas (6,20-23) las bienaventuranzas se referían a situaciones -de pobreza, de hambre, de llanto-, Mateo las transforma en actitudes, es decir, en opciones sabias que garantizan vivir con acierto y sentido.

En concreto, cada una de las ocho bienaventuranzas recogidas en este evangelio aborda y responde a un cuestionamiento humano fundamental: seguridad, dolor, fuerza, deseos, amor, paz, coherencia, fidelidad. Siguiendo el orden de las mismas, podrían enumerarse, de modo sintético, tanto los cuestionamientos como las respuestas que proponen:

      ¿Dónde pones tu seguridad? Serás feliz cuando comprendas que no eres el yo; cuando no te identifiques ni te reduzcas a él.

2ª      ¿Qué haces con el dolor, el tuyo y el de los demás? Serás feliz cuando te reconcilies con la realidad del dolor y lo vivas con sabiduría.

      ¿Dónde sitúas la fuerza? Serás feliz cuando no pretendas controlar todo.

      ¿Qué haces con los deseos? Serás feliz cuando te liberes del apego.

      ¿Para qué vives? ¿Para el amor o para tu propio gusto y tu propia imagen? Serás feliz cuando vivas el amor y la entrega.

      ¿Dónde encuentras la paz?, ¿cómo la construyes? Serás feliz cuando encuentres en ti el lugar de la paz.

      ¿Eres coherente con tu vida?, ¿eres una persona íntegra? Serás feliz cuando vivas en transparencia.

      ¿Qué guía tu vida: la fidelidad o la conveniencia? Serás feliz cuando seas fiel a ti mismo/a.

Es significativa la convergencia de las personas sabias a la hora de formular sus propuestas. Hasta el punto de llegar a utilizar las mismas palabras. No es extraño: toda propuesta sabia nace de la comprensión. No de un mero “entender” mental o conceptual, sino del “comprender” experiencial o vivencial que nace del silencio de la mente y, gracias a él, del saboreo de lo que somos.

Solo la comprensión puede orientar nuestra vida. Por cierto, el término “orientar” significa guiar hacia oriente, hacia el este, es decir, al lugar de la luz. Por eso es el camino que nos permite “volver a casa”.

¿Cuáles son las claves que orientan mi vida?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Bienaventurados o dionisíacos.? La bondad genera serena felicidad .

Domingo, 29 de enero de 2023
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230DF2AC-27C6-4BB1-A732-DB1AEF6DF6E5Del blog de Tomás Muro, la Verdad es libre:

01. – Contexto del texto de las bienaventuranzas.

El evangelio de San Mateo está compuesto para cristianos provenientes del mundo judío, por tanto de cultura y religión de origen judío (Antiguo Testamento). Los cristianos que escuchaban las palabras de este Evangelio conocían perfectamente la ley, el Sinaí, Moisés, el Éxodo, la Alianza etc.

Los judíos consideraban los cinco primeros libros de la Biblia (Pentateuco – Torá) como la ley sagrada de la tradición israelita. Por eso San Mateo compone en su evangelio cinco solemnes discursos, de los cuales el primer discurso está formado por las bienaventuranzas.

De ahí que Mateo sitúe las bienaventuranzas en un monte, en un nuevo Sinaí, con un nuevo legislador, ya no Moisés, sino JesuCristo, y brota un nuevo “decálogo”, que no son leyes, sino Evangelio. [1]

    Las bienaventuranzas son seguramente la enseñanza más genuina de Jesús. En las bienaventuranzas estamos en el centro del pensamiento y en las mismas palabras de Jesús.

02.- Queremos ser felices, pero…

Cuestiones terminológicas y exegéticas aparte, lo primero que Cristo desea para el ser humano es: que seamos felices, dichosos, bienaventurados.

La primera cuestión cristiana no es, pues, religiosa: cumple con los preceptos, ni ética: sé bueno, ni teórico-dogmática: tienes que aceptar este jeroglífico teológico.

La primera cuestión es: sé feliz: bienaventurado.

San Agustín formuló en sus Confesiones aquello de que: no soy sólo yo, ni siquiera unos cuantos los que deseamos ser felices, sino absolutamente todo el mundo. [2]

Todo ser humano quiere –queremos- ser dichosos, felices.

La nostalgia de felicidad ya estaba en el ser humano cuando Dios modeló con sus manos y su aliento vital el barro humano.

Todos queremos ser felices. Es evidente. Y esto lo podemos constatar especialmente cuando pecamos, [3]

03.- Lo que pasa es que no conseguimos ser felices.

    No es lo mismo felicidad que placer.

    Queremos, pero no conseguimos ser felices en la vida.

    Tal vez no conseguimos ser felices porque confundimos felicidad con placer.

    El placer y la felicidad son valiosos en la vida, pero no son lo mismo ni van a la vez.

    Hay momentos y situaciones en la vida en las que se da un gran placer, pero no conllevan ni nos llevan a la beatitud, a la felicidad. No hay que decir muchas palabras para comprender tales situaciones.

    Y hay circunstancias que no suponen placer, pero implican una gran serenidad y felicidad. Cuidar un enfermo, ayudar en un trabajo, afrontar un problema familiar, social, etc. no son situaciones especialmente placenteras, pero conducen a vivir en paz y serenidad.

    El consumismo en el que vivimos, los planes de economía del capitalismo van enfocados al placer, pero no terminan en la felicidad del ser humano

Ahora bien, ¿dónde o cómo lograr ser felices? ¿Hacia dónde dirigimos la mirada y nuestros pasos?

04.- Las Bienaventuranzas suponen una inversión de los valores que manejamos habitualmente en la vida

    También podemos buscar la felicidad en las bienaventuranzas.

    Las bienaventuranzas suponen una inversión de los valores con los que funcionaba la sociedad en tiempos de Jesús y nuestra sociedad.

    JesuCristo entiende que la bienaventuranza está en las personas y modos de vida considerados insignificantes y desgraciados.

Ahora bien la riqueza, el vivir en la injusticia, los comportamientos y violentos, los que odian, los perseguidores pueden vivir en situaciones de placer, pero ahí no está la felicidad.

    Jesús siendo rico, se hizo pobre, se despojó de ser Dios, fue honrado, limpio en la vida, trabajó por la justicia al defender y sanar a los débiles, tuvo misericordia.

    Seremos felices y bienaventurados si somos sencillos, si “jugamos limpio” en nuestras relaciones y tareas de todo tipo; seremos bienaventurados si somos pobres-libres, si trabajamos por la paz también en nuestro pueblo, por la justicia. La felicidad –bienaventurados- está en la bondad, en la misericordia, en la paz, en la honradez.

    Seguramente que muchos tenéis ya esta experiencia. ¿No hemos tenido etapas de escasez, de persecución por causa de la justicia, no ha sufrido el pueblo a causa de la dictadura político – económica o de la persecución eclesiástica?, ¿Muchas veces y muchas personas habéis sido honrados cuando las circunstancias invitaban a no serlo y sin embargo sin embargo seguido las bienaventuranzas y ello –las bienaventuranza- nos ha causado una profunda paz y serenidad interior?

05.- Estrambote eclesial.

    ¿Y si continuáramos soñando con una iglesia de las bienaventuranzas?

Porque nos puede pasar dentro de la Iglesia aquello del refrán: consejos vendo que para mí no tengo. Sería bienaventurado y cristiano vivir en una iglesia de misericordia, donde se juega limpio en todos sus criterios y procedimientos: una iglesia cuya primera visión fuesen los débiles y pobres, una iglesia de bondad y misericordia, donde se jugara limpio en los nombramientos, en las valoraciones de las personas, de las corrientes de pensamiento, una iglesia que trabajara por la paz

Bienaventurados seremos, Señor.

[1] De ahí que durante los dos capítulos siguiente Mateo utilice un “juego literario” y escribe: “se os dijo en el AT … pero yo os digo”

[2] San Agustín, Confesiones X, 21.

[3] La manzana de Adán y Eva no es otra cosa que una nostalgia de felicidad, de ser como dioses.

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“Los mansos y las Bienaventuranzas “, por Gabriel Mª Otalora

Martes, 24 de enero de 2023
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La mansedumbre no tiene buena prensa, al menos en la sociedad de hoy. Creo que es en parte porque suena demasiado a debilidad y a convertir a los mansos en potenciales víctimas de las personas autoritarias y soberbias. Y en parte también porque el nombre de “manso” no tiene buena prensa siendo difícil asociar la actitud de mansedumbre con una promesa de felicidad: Bienaventurados los mansos, nos dice Jesús. El orgullo ha sido entendido como una virtud y la mansedumbre como una debilidad. Confieso que me resulta demasiado chocante el contraste, seguramente porque no he reflexionado lo suficiente sobre el tesoro que anida en esta actitud.

Sin embargo, llevo unas semanas dando vueltas precisamente a esta Bienaventuranza que me resulta contracultural -sin duda- pero al mismo tiempo me llama a que profundice un poco más para acercarme al mensaje que atesora el Evangelio en esta dicha prometida: felices serán los que se comporten con verdadera mansedumbre… y no solo eso, “heredarán la tierra”.

 En este comienzo de año quiero compartir algunos destellos de esta actitud que nos propone Jesús y que abunda tan poco en el seno de la Iglesia. Para suscitar una reflexión en este sentido, veamos algunas de las actitudes de quienes se comportan con mansedumbre a la que nos invita el Maestro:
  • La mansedumbre está muy emparentada con la humildad, la actitud más importante para vivir en cristiano.
  • La paciencia como arte para la buena vida, también está emparentada con la mansedumbre.
  • Los mansos se caracterizan porque son dueños de sí, lo cual ya nos indica un nivel de madurez importante. Viven una pacífica posesión de sí mismos sin necesidad de atacar nada ni a nadie.
  • Con muy poco, lo tienen todo porque se poseen a sí mismos. Suena muy de cerca a lo que dicen los psicólogos de las personas maduras y equilibradas.
  • Quien practica la mansedumbre tiene que domeñarse. Ser manso con criterios evangélicos no es ser pánfilo ni carente de personalidad. Viven desde el verdadero amor que acoge y no juzga, ayuda con benevolencia sin desahogar reproches.
  • Viven en el instante presente, disfrutan y agradecen la vida.
  • Han experimentado que su fuerza está en su debilidad apoyados en el centro indestructible de su yo sagrado, su ser esencial que se sabe envuelto por la Presencia.
  • Son el mejor ejemplo del rostro amoroso de Dios, contemplativos en la acción.
  • Son personas que sonríen desde el corazón, que han aprendido a escuchar y transmiten verdadera paz.
  • En definitiva, las personas mansas tienen una gran fuerza interior en la confianza de saberse en las manos de Dio. Nada que ver con la debilidad.

Quienes viven la mansedumbre llevan a la práctica el binomio “Dios me ama inmensamente, luego deposito mi total confianza en Él”. Es un ejemplo de aceptación nada resignada ante los embates inevitables y las decepciones de la vida que tan bien protege al corazón de las amarguras. El manso de corazón no se enfrenta a los demás como si fueran sus enemigos. Los respeta y los valora porque sabe que también han sido creados a la imagen de Dios. En definitiva, vive con la expectativa de que siempre aprenderán algo gracias a las experiencias que Dios trae a su vida. Muestran, nada menos, que el amor de Dios a todos los seres humanos.

La mansedumbre es una cualidad que crece a la medida en que permitimos que el Espíritu Santo transforme nuestra alma, a la escucha siempre, para transformarnos y transformar nuestro alrededor através de esta fortaleza de las Bienaventuranzas. No hay mejor oración. Pero estamos tan centrados en el hacer que se nos olvidan las abundantes llamadas del Evangelio para adecuar nuestras actitudes a la Misión encomendada de evangelizar. Y la mansedumbre es el aceite que necesita nuestro motor cercano a griparse, tantas veces. Hacer y hacer… olvidando que “Sin mí no podéis hacer nada” hace que nuestra mediocridad pervierte la imagen del Reino.

Rescatemos el verdadero valor de la mansedumbre; demos la importancia que tiene.

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¿Éstos no son hombres?

Miércoles, 12 de octubre de 2022
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Hace ya siete años que cuatro hermanos recibíamos el sacramento del orden sacerdotal. Nos vinculábamos así y por medio de la promesa de obediencia a las Comunidades en las que Dios nos había sembrado convirtiéndonos en servidores de las mismas. Ojalá también seamos capaces de vivir, como Jesús,  la denuncia profética ante la injusticia:

Del blog Nova Bella:

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Para daros a conocer estas verdades me he subido aquí yo, que soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla. Y, por tanto, conviene que con atención no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír.

Esta voz os dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes.

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Decid: ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? Y ¿qué cuidado tenéis de quien los adoctrine y que conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos?

¿Éstos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

Fr. Antón de Montesino O.P.

21 de diciembre de 1511

083

Refugiados a las puertas cerradas de Europa

***

Deseamos, además,  que se cumplan en ellos y sean capaces de transmitir estas bienaventuranzas leídas en la página web de Redes Cristianas:

Bienaventurados los que creen en las bienaventuranzas.
Bienaventurados los que no recitan como papagayos las bienaventuranzas.
Bienaventurados los que se aventuran a navegar en el mar de la pobreza.
Bienaventurados los que no venden palabras hueras.
Bienaventurados los que construyen amor y no lo infectan.
Bienaventurados los que se arriesgan en el fuego de la humildad.
Bienaventurados los que amasan pan y pescan peces para repartirlos.
Bienaventurados los que enseñan a amasar pan y pescar a los que no saben.
Bienaventurados los que ven a Dios donde no se espera a Dios.

Bienaventurados los que abrazan con abrazos, tocan a los intocables.
Bienaventurados los que osan pisar la tierra que nunca estuvo prometida.
Bienaventurados los que conquistan corazones sin amenazar.
Bienaventurados los que piden perdón y no exigen que se lo pidan.

Bienaventurados los que piensan que todos cabemos en esta inmensa isla.
Bienaventurados los que cambian la espada por el arado, el látigo por la sonrisa.
Bienaventurados los que abren puertas y dejan entrar sin salvoconducto.
Bienaventurados los que dan de comer y rezan a los postres, y no al revés.
Bienaventurados los que no ven pajas ni vigas, sino miradas, en los ojos ajenos.
Bienaventurados los que encuentran el evangelio en las pústulas de los miserables.
Bienaventurados los que se confunden entre los corderos en vez de pastorearlos.
Bienaventurados los que caminan por los caminos de los que están aprendiendo a caminar.

Bienaventurados los que derrochan alegría en los páramos de la tristeza.
Bienaventurados los que van para que los últimos de los últimos vengan.
Bienaventurados los que se postran ante los postrados.
Bienaventurados los que huyen de los pedestales.
Bienaventurados los que redimen a los culpables que jamás tuvieron culpa.
Bienaventurados los que resucitan a los moribundos.
Bienaventurados los que regalan niñez a los niños que no la tienen.
Bienaventurados los que no muestran el cielo con una mano y con la otra el infierno.

Bienaventurados los que nunca se alían con los ganadores.
Bienaventurados los que no prohíben sin prohibirse.
Bienaventurados los que luchan en la guerra de la paz.
Bienaventurados los que juzgan desde el corazón de los desheredados.
Bienaventurados los que se atreven a predicar a las víboras en el desierto.
Bienaventurados los que se dejan prostituir con la ternura.
Bienaventurados los que ofrecen trigo y no incienso a los hambrientos.
Bienaventurados los que fabrican muletas y no resignaciones para los tullidos.
Bienaventurados los que salvan del dolor antes que salvar por el dolor.
Bienaventurados los que se arrodillan ante los arrodillados.
Bienaventurados los que ayudan a encontrar el alma desde el cuerpo.
Bienaventurados los que rezan con obras.

Bienaventurados los que aman al Señor que no exige ser glorificado.
Bienaventurados los que aman al Señor que ama y ama que nos amemos.
Bienaventurados los que aprenden a volar pisando las inmundas ciénagas.
Bienaventurados los que se ganan a sí mismos perdiéndose con los perdedores.
Bienaventurados los que no esperan recompensa cuando compensan.
Bienaventurados los que buscan la Verdad durante toda la vida.
Bienaventurados los que jamás se jactan de haber encontrado la Verdad.
Bienaventurados los que derrumban fronteras.
Bienaventurados los que anteponen justicia a caridad.

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Bienaventurados los mansos

Viernes, 18 de febrero de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Manso es quien ha llorado tanto que ha limpiado sus ojos y, finalmente ve la realidad.  Manso es quien, en virtud de esa purificación e iluminación, permite que la realidad sea lo que es. Manso es quien no impone su criterio, pretendiendo que todo se ajuste a lo que, según él, deberían ser las cosas. Manso es quien ha entendido la no-violencia, la no-resistencia, quien fluye con el agua de la vida, dejándose conducir allá donde la corriente le lleve.

No se trata de sumisión o cobardía, sino de saber que la realidad pone todo en su sitio antes o después. De saber que la lucha genera más lucha. El poder de la mansedumbre consiste en recibir la vida así como viene, para luego, tras haberla  trabajado por dentro y haberse dejado trabajar por ella, devolverla al mundo.

 Lo que se promete a los mansos es que heredarán la tierra. No puede ser de otro modo, puesto que sólo ellos la acogen tal cual es. Cuando veas de verdad, te darás cuenta de que tú eres eso que estás viendo. Esto es a lo que apunta la mansedumbre, que hoy preferimos designar con el término aceptación“.

*

Pablo d´Ors,
Biografía de la luz.

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Hilos para entender las bienaventuranzas.

Lunes, 14 de febrero de 2022
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Cómo podrá alguien ayudar,
si nunca ha necesitado un hombro amigo.

Cómo podrá alguien consolar,
si nunca sus entrañas han temblado de dolor.

Cómo podrá alguien curar,
si nunca se ha sentido herido.

Cómo podrá alguien ser compasivo,
si nunca se ha visto abatido.

Cómo podrá alguien comprender,
si nunca en su vida ha tenido el corazón roto.

Cómo podrá alguien ser misericordioso,

si nunca se ha visto necesitado.

Cómo podrá alguien dar serenidad,
si nunca se ha dejado turbar por el Espíritu.

Cómo podrá alguien alentar,
si nunca se quebró por la amargura.

Cómo podrá alguien levantar a otros,
si nunca se ha visto caído.

Cómo podrá alguien dar alegría,
si nunca se acercó a los pozos negros de la vida.

Cómo podrá alguien ser tierno,
si en su vida todo son convenios.

Cómo podrá alguien acompañar a otros,
si su vida es un camino solitario.

Cómo podrá alguien compartirse,
si en su vida todo lo tiene cubierto.

Cómo podrá alguien gozar el evangelio,
si lleva cuenta hasta del comino.

Cómo podrá alguien encontrar,
si nunca ha estado perdido.

¡Cómo podrá alguien si no ser dichoso…!

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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Abatidos de viento.

Lunes, 14 de febrero de 2022
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tumblr_ngaiuxtcvv1qmrshlo1_500Si yo fuera epíscopa, haría leer hoy el texto que sigue en todas las parroquias en lugar de la homilía. Lo ha escrito Erri de Luca, uno de mis autores favoritos, y traduce así la primera bienaventuranza.

“Se hizo un silencio denso y sin viento una vez que todos se sentaron para escucharlo. Para que pudieran oírlo y verlo, subió a un altozano. Se puso sobre la última piedra, allí donde la tierra culmina su ascensión y comienza el cielo. El viento amainó cuando él se puso en pie. La acústica, perfecta; el sol, tibio: Galilea era un surco abierto para acoger la semilla del discurso. Ningún escriba tomaba apuntes. Era un tiempo en el que las palabras se grababan a fuego en la membrana del recuerdo, en el fondo de los oídos.

«Bienaventurados» fue su primera palabra, según la tradición. Correspondía a la hora y a los sentimientos de la multitud, a la que le gusta verse reunida, apretujada y completamente segura. «Feliz, dichoso»: así traducimos la palabra ashré con la que comienza el libro Tehillim, los Salmos, como los llamamos nosotros. Comenzó con la primera palabra de los Salmos, muchos de los cuales llevan la firma del antepasado David. Él, su descendiente, continuaba la obra siempre agradable a la divinidad, que con frecuencia solicitaba de David un cántico nuevo.

Más que «bienaventurados, dichosos, felices», la palabra ashré significa «alegrías, albricias». La alegría es un gozo más físico y concreto que la bienaventuranza espiritual. Alegre como el recién curado que saborea el retomo de sus fuerzas. Alegre el «pobre de espíritu». También aquí hay diferencia con el hebreo shefal ruaj, «abatido de viento». Una expresión de Isaías. Alude a alguien que está completamente postrado, tendido en la tierra, y al que comienza a faltarle el aliento. «Abatido de viento», boqueando con el esternón pegado al suelo, los labios a la altura de las sandalias de los otros. “Alto y santo habitaré y estoy con el oprimido y abatido de viento para hacer vivir viento de abatidos y hacer vivir corazón de oprimidos “(Is 57, 15).

Un escalofrío repentino penetró en los oyentes. Aquel hombre estaba de pie en el punto más alto del horizonte, tal y como el «alto y santo habitaré» del versículo de Isaías, en el que quien habla es la divinidad. El hombre rozaba la usurpación, se había colocado en el nivel de aquellas palabras. Un escalofrío cruzó veloz por entre quienes estaban en condiciones de entender, pero enseguida fue superado por el anuncio: Estoy con el oprimido y abatido de viento. Alegre el abatido de viento, lo mismo que el oprimido de corazón: ¿cómo podían estar alegres? Alegres porque el versículo de Isaías les asegura que la divinidad está con ellos. Nombraba viento y corazón, es decir, aliento y sangre, aquello que él venía a sanar. Rescataba de las llamas los cuerpos y las almas de los más afligidos del mundo.

Había ganado crédito entre la multitud de los curados, pero aquello era solo una prenda de la enfermedad que había venido a curar. El hombre de pie en lo alto había tomado partido, estaba con el abatido de viento, con el shefal ruah. La traducción habitual «pobres en el espíritu» pierde por el camino la carga preciosa de Isaías, profeta especialmente querido por el hombre que estaba en lo alto. Los que se apretaban a su alrededor, sentados en las piedras de aquel grandioso teatro al aire libre, agarraron al vuelo el sentido que encerraba aquel anuncio.

Era la subversión más novedosa, daba la precedencia a los oprimidos, los elevaba al rango de los elegidos. Proclamaba quiénes eran los vencedores, relegaba a los otros. El reino pertenecía a los vencidos, a los desposeídos. Nada más insidioso había llegado nunca a oídos de quien tenía poco o nada que perder. Abatía el orgullo de la supremacía terrena que se consideraba favor divino. Ninguna revuelta había llegado a este grado de anulación de los rangos. Así se ponía patas arriba eso que se suele dar por descontado en la tierra, el poder de unos pocos sobre multitudes inmensas. Quedaban abolidas las prerrogativas de autoridad y de honor. Cuando los «abatidos de viento» se convierten en los primeros, se esfuman el poder y sus prerrogativas.

Era un anuncio que enardecía el corazón sin incitarlo a la ira o a la revuelta. No valía ya la pena, no tenía ya sentido oponerse al poder que se pavonea, sin fundamento en el cielo, parásito en la tierra. Dad al césar todos sus símbolos de grandeza, son solo chucherías para niños. La multitud abrió los ojos al escucharlo: un mundo distinto se superponía al existente. Los miserables sonrieron, los grupos de clase media suspiraron, temblaron los pocos señores ante el alivio de los siervos. El mundo divisado por aquel hombre subido en la cima del monte estaba al alcance de los sentidos. No era un más allá, sino un aquí y ahora ya presente, diseñado por palabras antiguas, sagradas, que se apresuraban a cumplirse. (…) Desde la cima de un monte se está solo distante de la tierra, subido en su último escalón. Desde ese lugar distante del barullo y de la confusión de la llanura era posible escrutar la lejanía y acoger el anuncio de las alegrías nuevas. Pero después había que bajar, incorporarse otra vez al orden existente; la hora de aire puro había terminado. Allá abajo, en el fondo del valle, el poder continuaría imponiéndose. Entonces ¿iba a seguir todo igual?

No, en absoluto; desde aquel momento cualquier multitud y cualquier persona sabían que habían escuchado el discurso del monte y podían volverse hacia aquella cima con la respiración abatida de viento, el corazón oprimido. En mayor o menor medida, pero podrán curarse o reponerse al amor de aquellas palabras que no darán tregua al mundo hasta que se cumplan”.

(Erri de Luca, Penúltimas noticias acerca de Yeshua/Jesús, Salamanca 2016 p 15-25)

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Bienaventurados…

Domingo, 13 de febrero de 2022
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Bienaventurados los que se vacían
de pensamientos, imágenes y sentimientos
porque ellos serán llenados por Dios.

Bienaventurados los que aprenden
a estarse quietos,
porque descubrirán la fuerza de Dios
que se mueve en su interior.

Bienaventurados los que se cultivan por dentro,
porque quedarán limpios de toda sombra
y actuarán con libertad.

Bienaventurados los hambrientos de ser,
puesto que sólo ellos alcanzarán la auténtica humanidad.

Bienaventurados los compasivos,
pues han comprendido
que el destino de cualquier persona
es el propio.

Bienaventurados los silenciosos,
puesto que han descubierto su verdadero hogar.

Bienaventurados los pacificados,
porque darán al mundo
lo que el mundo realmente necesita.

Bienaventurados los orantes,
porque han comprendido
que si nos preocupamos por las cosas de Dios,
Él se preocupa por las nuestras.

Bienaventurados vosotros
cuando os reprochen
que huis del compromiso
para retiraros a vuestra soledad.
Yo os digo que vuestra recompensa
será grande en este mundo
pues lo veréis en su verdadero color.

*

Pablo d’Ors.

***

*

En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo,porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres conlos profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís,porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con losfalsos profetas»

*

Lucas 6, 17. 20-26

***

Las bienaventuranzas nos indican el camino de la felicidad. Con todo, su mensaje suscita con frecuencia perplejidad. Los Hechos de los apóstoles (20,35) refieren una frase de Jesús que no se encuentra en los evangelios. Pablo recomienda a los ancianos de Efeso: «Tened presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”». ¿Debemos concluir de ahí que la abnegación sea el secreto de la felicidad?

Cuando evoca Jesús «la felicidad del dar», habla apoyándose en lo que él mismo hace. Es precisamente esta alegría -esta felicidad sentida con exultación- lo que Cristo ofrece experimentar a los que le siguen. El secreto de la felicidad del hombre se encuentra, pues, en tomar parte en la alegría de Dios. Asociándonos a su «misericordia», dando sin esperar nada a cambio, olvidándonos a nosotros mismos hasta perdernos es como somos asociados a la «alegría del cielo». El hombre no «se encuentra a sí mismo» más que perdiéndose «por causa de Cristo».

Esta entrega sin retorno constituye la clave de todas las bienaventuranzas. Cristo las vive en plenitud para permitirnos vivirlas a nuestra vez y recibir de ellas la felicidad. Con todo, para quien escucha estas bienaventuranzas, queda todavía el hecho de que debe aclarar una duda: ¿qué felicidad real, concreta, tangible, es la que se ofrece? Ya los apóstoles le preguntaban a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos sequido; ¿qué recibiremos, pues?» (Mt 19,27). El Reino de los Cielos, la tierra prometida, la consolación, la plenitud de la justicia, la misericordia, ver a Dios, ser hijos de Dios. En todos estos dones prometidos, en todos estos dones que constituyen nuestra felicidad, brilla una luz deslumbrante, la de Cristo resucitado, en el cual resucitaremos. Si bien ya desde ahora, en efecto, somos hijos de Dios, lo que seremos todavía no nos ha sido manifestado. Sabemos que, cuando esta manifestación tenga lugar, seremos semejantes a él «porque le veremos tal cual es»

*

(1 Jn 3,2) (J.-M. Lustiger
Sed felices,
San Pablo, Madrid 1998.

***

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“Felicidad amenazada”. 6 Tiempo ordinario – C (Lc 6,17.20-26)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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People and white limousine at Times Square in New York at night. At the junction of Broadway and the 7th avenue this place is brightly lit by neons and billboards and is part of the theater district in Manhattan. It is also one of the main tourist attractions of the city with nearly 40 million tourists visiting it yearly. Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la sociedad. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e increíble, incluso para los que nos llamamos cristianos.

Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado incluso a confundir la felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».

Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El camino que tratamos de recorrer para buscar felicidad.

Vivimos en una sociedad que, en el fondo, sabe que algo absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera. Nos gusta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.

Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado solo de bienaventuranzas. Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del amor, disfrutan satisfechos en su propio bienestar. Esta es la amenaza de Jesús: quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya han saboreado.

Quizá estamos viviendo unos tiempos en los que empezamos a intuir mejor la verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».

Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización de la abundancia nos ofrece medios de vida, pero no razones para vivir. La insatisfacción actual de muchos no se debe solo ni principalmente a la crisis económica, sino ante todo a la crisis de auténticos motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar.

Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.

¿Y si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tenemos que buscar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y compartir más?

José Antonio Pagola

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“Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!”. Domingo 13 de febrero de 2022. 6º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 13 de febrero de 2022
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14-ordinario6 (C) cerezoDe Koinonia:

Jeremías 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
Salmo responsorial: 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
1Corintios 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
Lucas 6, 17. 20-26: Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

El texto de Jeremías pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). Jr 17,5-8 parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto.

Todo el capítulo de esta carta a los corintios se refiere a la resurrección de los muertos, por las dudas que se habían suscitado en la comunidad de Corinto sobre la resurrección misma de Cristo. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).

El primer absurdo es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron.

Las Bienaventuranzas con los pobres de protagonistas y las malaventuranzas (los ayes) con los ricos como destinatarios, continúan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas.

Las Bienaventuranzas son una forma literaria conocida desde antiguo en Egipto, Mesopotamia, Grecia, etc. En Israel tenemos varios testimonios en la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial y profética. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley: “Bienaventurado el hombre que no va a reuniones de malvados ni sigue el camino de los pecadores… mas le agrada la ley del Señor y medita su ley de día y de noche” (Sal 1,1); “Bienaventurados los que sin yerro andan el camino y caminan según la ley del Señor” (119,1).

Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte: “Ay de los que disimulan sus planes y creen que se esconden de Yahvé” (Is 29,15); “ay de estos hijos rebeldes, dice Yahvé, que traman unos proyectos que no son los míos…” (Is 30,1). También para llamar la atención de los que acaparan: “¡ay de los que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is 5,8); “¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas!” (Is 10,1). Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos… son bienaventurados.

Comparando las bienaventuranzas de Lucas con las de Mateo encontramos algunos datos interesantes. El lugar del discurso según Mateo es la montaña, con la intención de releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el Sinaí. Según Lucas es en un llano. Muchos incluso los diferencian llamándolos “sermón de la montaña” o “sermón del llano”. En las primeras bienaventuranza Mateo tiene una de más: “bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt 5,5). En total, Lucas tiene cuatro que son equivalentes a las nueve de Mateo. En Mateo hay una inversión con relación a Lucas, pues aparecen los “hambrientos” detrás de los “afligidos”. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras en Lucas todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza.

La bienaventuranza clave es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8). Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).

La última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo.

La pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor» que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el ser humano. El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.

En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53). Y en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19).

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13. 2. 22. Jesús, un hombre feliz (Domingo de las bienaventuranzas 1)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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felices-vosotros-las-bienaventuranzasDel blog de Xabier Pikaza:

Celebramos este domingo (Dom 6 TO, ciclo C) las bienaventuanzas de Jesús según el Sermón de la Llanura de Lucas. El próximo día comentaré las bienaventurazas en concreto.

Hoy presento a Jesús como hombre feliz, el bienaventurado por excelencia, conforme a los cuatro puntos que siguen. (1) Hombre feliz, encarnacíón de Dios. (2) Un bautismo de felicidad. (3) Mensaje de felicidad. (4) Obras de felicidad

Desarrollo básicamente el tema siguiendo un estudio mas extenso sobre las bienaventuranzas. 

Texto:Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

 1. Un hombre feliz, encarnación de Dios

Tanto como el mensaje de las bienaventuranzas (Lc 6, 10‒26; Mt 5, 2‒11) importa la vida y testimonio de Jesús, el bienaventurado, y en esa línea debemos compararle con otros testigos de felicidad  (Krisna y Buda). Por eso empezaré destacando aquello que Jesús no era[1]:

 ‒ No fue un guerrero como Arjuna, un noble y excelso general, alguien que tuvo una crisis en medio de la guerra, para contemplar la felicidad de Dios más allá de la batalla. No fue tampoco un celota, como algunos han supuesto, caudillo de la lucha militar anti romana, en la línea de los grandes guerreros de Israel, como Josué (conquistador), David (instaurador del Reino) o Judas Macabeo (restaurador de la independencia nacional) en línea política y religiosa.

Ciertamente, la tradición cristiana le ha tomado como descendiente de David, y quizá el mismo Jesús se sintió heredero de unas esperanzas davídicas (extendidas por entonces en el pueblo). Pero aún en el caso de que lo fuera (cf. Rom 1,3‒4), él s invirtió de forma radical la tarea y sentido de su mesianismo, interpretándolo en claves de salud, comida y comunión entre los hombres.

 ‒ No fue tampoco un gobernante poderoso, rey de elevada alcurnia, como Gautama Sakiamuni (Buda). No tuvo que abandonar el palacio por algún tipo de crisis familiar o económico/social como Job, ni lo hizo para descubrir dolores que previamente no sabía, como Buda, pues desde joven (niño) formó parte de un mundo de trabajo y opresión, en momentos de gran crisis económico‒social y religiosa.

Habiendo sido un tekton, obrero manual de construcción, campesino sin campo, artesano eventual, impulsado por la justicia de Dios, abandonó un día el trabajo, haciéndose discípulo de un profeta penitencial, llamado Juan Bautista. En eso puede parecerse a Buda, que buscó también la luz de los brahmanes, pero tuvo que separarse al fin de ellos, recibiendo entonces su nueva iluminación junto al Ganges, en Benarés. En una línea semejante, al separarse del Bautista, Jesús fue iluminado de un modo más alto al otro lado del río Jordán, cf. Mc 1, 9‒11).

 ‒ No fue un profesional de la religión, como los sacerdotes de Jerusalén o los rabinos, ni un discípulo de los escribas fariseos que empezaban a “reconstruir” la identidad israelita, tras el fracaso de la “reforma” socio‒religiosa de los macabeos, sino un hombre del campo, heredero de las tradiciones populares de Israel; y en ese contexto, desde el fondo de un mundo cambiante (lleno de contradicciones) pudo trazar un camino de humanidad reconciliada, a partir de una experiencia de Dios que se expresó en su acción de sanador y mensajero del Reino.

No mejoró las normas de la Ley de Dios, como harán después, desde el fin del siglo I d.C., los rabinos de la Misná. Tampoco escribió unos libross eruditos sobre la felicidad, como hizo en su tiempo L. A. Séneca, 4 a.C‒65 d.C. (De vita beata) o como hará después, en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologica I‒II, De Beatitudine,un texto que fue comentado, en el siglo XVI, por F. de Vitoria, creador del Derecho Internacional, donde establece la igualdad de hombres y pueblos ante la felicidad.

             Jesús no trazó leyes ni escribió tratados para organizar jurídicamente la felicidad, pero fue un hombre feliz, profeta y testigo mesiánico de la bienaventuranza entre los excluidos, enfermos y pobres de su pueblo a quienes proclamó y propuso un camino de bienaventuranza en una zona marginal de Galilea. No dijo cosas ajenas a su vida, sino que extendió el testimonio activo de propia experiencia, y sólo así, como portador de la felicidad de Dios, pudo anunciar y extender un camino de bienaventuranza mesiánica, desde la raíz del judaísmo.

 2.Renacer en felicidad: Bautismo

Desde ese fondo ha entendido el evangelio de Marcos el bautismo de Jesús en un pasaje que recoge la experiencia (identidad y misión) fundamental de su vida, pues, aunque incluye elementos penitenciales (inmersión en el agua), apocalípticos (apertura del cielo, voz de Dios Padre) y carismáticos (Espíritu de Dios), ha de entenderse ante todo como eclosión fundante de felicidad e iluminación misionera[2]:

              Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9‒11; cf. Lc 3, 21‒22)

            Ésta es la revelación iniciática de Jesús, una experiencia de felicidad y misión (en la línea de Is 6,1-13 y Jer 1, 4-19), que transformó y marcó su vida, tras haber recibido el bautismo que Juan impartía a los penitentes que venían a “confesar sus pecados”, para vivir de esa manera arrepentidos. No fue una experiencia bautismal estrictamente dicha (vinculada al rito penitencia de Juan), sino post‒bautismal, tras haber salido del agua.

             Ella ha de verse desde el trasfondo de la historia de Israel; pero, al mismo tiempo, supera ese trasfondo, y así aparece como marca y signo de su nuevo nacimiento, de su encuentro personal con Dios y de su identidad de Hijo querido, aquel en quien Dios se complace.  Fue ante todo una eclosión de felicidad. Dios no le alumbró para que descubriera y confesara su pecado, ni le pidió que se arrepintiera y cambiara (como hacía Juan Bautista), sino que le nombró (=engendró), llamándole así (¡tú eres mi Hijo!) y haciéndole testigo de su felicidad (en ti he puesto mi complacencia).

            Según eso, el protagonista de la escena no fue Jesús llamando a Dios desde el vacío y lucha persistente de este mundo, sino Dios llamando a Jesús y declarándole su Hijo, después que éste hubiera salido de las aguas del bautismo penitencial de Juan… Jesús, por su parte, aparece así en los evangelios como uno que ha renacido desde la felicidad de Dios, tras haber pasado la etapa de iniciación, marcada por el peso del pecado, que él había querido llevar hasta el Jordán al bautizarse. Pues bien, acabado esa etapa, bautizado ya, se le mostró Dios para decirle que el pecado no era lo importante (no le empezó diciendo unas palabras cómo “yo te he perdonado, he limpiado tus pecados”, cf. Is 6, 4‒5), sino más bien “tú eres mi Hijo, en ti me he complacido”.

Sólo entonces, superada la etapa en que pudo haberse preocupado por temas de pecado, Jesús escuchó la voz de Dios que le decía ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido, mostrándole así su amor y su felicidad, sin recordarle para nada su pecado. En esa línea, diversos estudiosos de la religión han podido afirmar “Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado constituye un misterio psicológico”[3].

El bautismo marca el comienzo de este “misterio psicológico” de Jesús, que se expresa en el hecho de que no concibe la religión como experiencia de pecado y respuesta penitencial, sino como revelación más honda y transformadora de la felicidad de Dios, esto es, de la vida, como he señalado en el primer capítulo de este libro. No viene primero el pecado, con la conversión y después la bienaventuranza, sino primero la bienaventuranza, que es la presencia de Dios en la vida de los hombres, y después, a modo de consecuencia, la conversión (transformación) desde el amor.

Ésta es la novedad del mensaje de Jesús, tal como ha sido fijado en Mc 1,14‒15 y paralelos: El descubrimiento del Reino (presencia de Dios como gracia y felicidad) puede lograr que los hombres se conviertan, esto es, que cambien de forma de pensar y sentir, de amar y gozar, como sigue diciendo el evangelio. Eso significa que no podemos comenzar por el pecado para superarlo y encontrar así la felicidad tras la conversión y penitencia, sino al contrario: Sólo desde la felicidad de Dios que es vida puede llevarnos a descubrir que había un riesgo de pecado, y superarlo (convertirnos, cambiar de mente: Metanoia), no por miedo al castigo, sino por impulso de felicidad[4].

 Según la Biblia, en otro tiempo, Dios había ido ofreciendo su palabra y asistencia a ciertos hombres y mujeres, para que recorrieran un tramo en el camino de conversión y juicio de los hombres. Llamó a Abrahán, patriarca caminante desde Mesopotamia (Gn 12,1-9), y luego a Moisés desde Egipto, confiándole su obra de liberación para Israel (Ex 3-4). Llamó igualmente a Isaías (Is 6), Jeremías (Jr 1) y otros muchos profetas, pero manteniéndose siempre alejado. Sólo en la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4) llamó a Jesús con voz engendradora, mostrándose así totalmente feliz y encarnando su felicidad en un hombre, a quien dice: ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido!

De esa manera, esta revelación de Dios (¡la plenitud de los tiempos!) se vuelve principio de la historia de los hombres, y desde ese principio pueden entenderse los restantes rasgos de la escena del bautismo, empezando por el hecho de que “los cielos se rasgaron”, de forma que desaparece (se supera) la distancia que el Dios de Gen 1 había establecido entre cielo y tierra, poniendo en medio una raquía (Gen 1, 7‒8), esto es, una bóveda o muro infranqueable. Pues bien, ahora se rompe ese muro, como se dirá después en la muerte de Jesús, cuando se rasga el velo del templo (Mc 15, 38), de forma que la felicidad de Dios será la de los hombres y viceversa.

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Bienaventuranzas 2. Las siete felicidades de Jesús: De los ojos, las manos y el tacto; de la caricia y el oído, del pan y la esperanza

Domingo, 13 de febrero de 2022
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Como dije ayer (Domingo de felicidad 1), Jesús fue un “bienaventurado”: Descubrió en su vida la felicidad y quiso hacer felices a los hombres y mujeres, a los niños y mayores de su entorno. Siguiendo en esa línea quiero hoy exponer las siete felicidades de su programa mesiánico.

Vinieron a preguntarle  los “discípulos de Juan”, los penitentes de la vida, partidarios del juicio-juicio, de la ley estricta, y le dijeron: ¿Qué traes de nuevo? ¿En qué te distingues de todos nosotros? Y Jesús les expuso su programa de felicidad.

Un programa para todos, especialmente para los pobres, enfermos y oprimidos de Galilea: “¿Eres tú el que debía venir o esperamos a otro?Así respondió a los enviados de Juan. Este es mi programa: Que los hombres vivan y sean felices.
10.02.2022 | X Pikaza Ibarrondo

El texto de las siete felicidades  

Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[8].

Esta respuesta recoge  e interpreta con mucha precisión el mensaje y obra de felicidad de Dios, encarnada en Jesús, que no ha venido a enseñar la Ley sagrada como rabino, ni a organizar el buen culto del templo (como sacerdote), ni a reinar como gobernante (en la línea de David), ni a enseñar meditación interna, como Krisna, ni a superar los deseos, como Buda, ni siquiera a convertir a los demás en una línea penitencial, como quería Juan Bautista, sino a ofrecer el testimonio de la felicidad de Dios y a impulsarla con la vida, curando, animando, abriendo caminos. 

Estas obras del Cristo son precisamente aquellas que hacen felices a los hombres, en esta tierra, en un sentido intenso, material y espiritual, como expresión radical de la fe en la vida, en línea de sanación‒curación, no para que los hombres se sometan a Dios y le supliquen así como sometidos, sino para que vivan, se muevan y sean en plenitud (cf. Hch 17, 28), como creaturas queridas. No son “obras” de felicidad puramente intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.

En esa línea, ellas retoman el principio y sentido de las siete bienaventuranzas del Antiguo Testamento,  como expresión de felicidad de la vida entera, en cuerpo y alma, en vida y muerte, pero sin patriarcalismo económico‒social, sin ley nacional, sin conquista violenta de la tierra, una felicidad abierta a todos, desde los más pobres.

A Juan Bautista le importaba la conversión (para que viniera el perdón de Dios). Jesús, en cambio, empieza ofreciendo a los hombres curación (esto es, salud humana), y felicidad, como signo de que Dios, es decir, como experiencia y camino de felicidad, construyendo así un templo de vida humana (no de sacrificios externos) sobre el mundo.

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El blog de X. Pikaza (Bienaventuranzas 3: Dom 13.2.22). Un desafío, un lamento, una revolución (Lc 6, 20-26) (Bienaventuranzas 3: Dom 13.2.22). Un desafío, un lamento, una revolución (Lc 6, 20-26)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Hace 45 años, bajo la dirección de B. Forcano, un grupo de amigos y colegas publicamos un número de “Misión Abierta” (1977, 1), titulado “El desafío de las bienaventuranzas”. Era difícil encontrar un grupo más significativo:Pere Codina, analista social;G. Caffarena, filósofo;A. Aparicio, biblista;J. Tamayo, teólogo social;Rufino Velasco, eclesiólogo; M. A. de Prada, director de un colectivo social sobre emigración y un servidor. Algunos (al menos Forcano, Tamayo, un servidor seguimos en la brecha).

Aquel número tuvo una inmensa acogida y sigue siendo  más actual que entonces cuando aún se sentía yse vivía el impulso transformador del Vaticano II. Han venido después tiempos duros, tanto en política, como en ordenamiento social y en un tipo de gran parálisis eclesial. Sería bueno publicar de nuevo aquel número… Un profesor alemán, que estaba preparando su “habilitación” universitaria (Habilitationschrift) con una tesis sobre el tema, me dijo que era, en conjunto, el mejor trabajo que había sobre las bienaventuranzas.

 Felicidad  y lamento. Guerra y victoria de las bienaventuranzas

        Me gustaría publicar mi trabajo de entonces (las páginas 28-41 de la revista); andan por ahí, pueden encontrarse con algún buscador. Pero he preferido volver al centro de nuevo libro sobre el tema, para destacar tres ideas fundamentales.

1.Las bienaventuranzas son un “desafío” de Jesús, un reto e idealrevolucionario: Una protesta contra el orden dominante, un reto, un camino radical de transformación, con un lema que puede concretarse así: Pobres del mundo, hambrientos y sufrientes y perseguidos, tomad conciencia de vuestra situación, poneos en píe, iniciad la marcha de la felicidad transformadora.

2.En esa línea se puede hablar de la “lucha” de las bienaventuranzas…, pero no en una línea de “maldición” y guerra a muerte contra los ricos, sino más bien de “lamentación” solidaria… Jesús no dice “malditos los ricos” (matemos a los ricos, satisfechos, opresores…), sino “lamentémonos” de ellos, porque en el fondo de su riqueza y opresión llevan un germen de muerte, de dolor y fracaso humano, con riesgo no sólo de destruirse a sí mismos, sino de destruir este planeta de Dios que es la tierra. Ayudémosles a encontrar la felicidad.

3.Entendidas así, las bienaventuranzas son una promesa de futuro: Los ricos, opresores y perseguidores no van a perder, han perdido ya. El mundo no va a perdurar y triunfar por los ricos, perseguidores etc.; por ellos se está destruyendo. Pero existe Dios, el Dios de los pobres, hambrientos, sufriente y perseguidos… Ése es el Dios de Jesús, el Dios de la nueva humanidad, el Dios de la “iglesia-comunidad de los pobres”. Por medio de ellos promete e inicia Jesús un camino de felicidad y futuro para los hombres.

Una vida, dos caminos: Ricos opresores, pobres oprimidos

Conforme a la teología del AT, en Israel se consideraban felices ante todo aquellos que formaban parte del buen pueblo de la alianza, cumplidores de la ley, bendecidos con un tipo de riqueza “justa”, herederos de la tierra prometida, fieles a los mandamientos de pureza israelita, separados de los pecadores e impuros. Eran felices porque adoraban a Dios en su templo, estudiaban y cumplían la buena ley, sabiéndose perdonados y guiados por un Dios superior de Jesús, a quien veían como garante de su bienaventuranza.

Se sentían felices porque eran ricos, porque eran buenos, porque pensaban ser que eran buenos y que lo merecían.  Pues bien, Jesús elevó frente a ellos su gran desafío, el reto de las bienaventuranzas, la más fuerte de todas las revoluciones:

  • Felices los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
  • ‒ Felices los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
  • ‒ Felices los que ahora lloráis, porque reiréis.
  • ‒ Felices vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, pues vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso hacían vuestros padres con los profetas (Lc 6, 20‒23).

Frente a las bienaventuranzas elevó Jesús su lamento, que comienza por ay, su endecha funeraria.  Lo contrario a la bienaventuranza no es la maldición (la maldición se contrapone a la bendición), sino el lamento. Jesús no maldice a nadie, no maldice a los ricos, no les combate ni condena. Hace algo mucho más profundo: Se lamenta, llora por ellos, diciendo:

  • Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
  • ‒ ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
  • ‒ ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
  • ‒ ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas (Lc 6, 24‒26)[1].

 El evangelio de Lucas, ha transmitido así estas palabras en la forma y contexto original de Jesús, recogiendo su experiencia y mensaje central de encuentro con las personas a las que se dirige, en segunda persona, con un tú o un vosotros, en gesto y llamada de felicidad o de lamento. Por medio de ellas expresa Jesús su primera y más honda reacción ante las personas, a quienes se dirige llamándoles felices en su pobreza, en su hambre y desdicha o haciéndoles objeto de su “lamento”; no les condena, se duele por ellas, conforme a una experiencia y práctica que está bien documentada en el libro y género literario de las lamentaciones. De esa manera, la gran alegría de las “felicitaciones” va unida al lamento Jesús que llora, como el Dios de las Lamentaciones del Antiguo Testamento[2].

Tres felicidades, tres caminos de vida: Pobreza, hambre y llanto

 Jesús descubre la felicidad de Dios en los pobres y así la proclama con su vida, ofreciendo hartura a los hambrientos y consuelo a los que llora, iniciando con ellos un camino de transformación radical de su existencia, no sólo en un plano intimista, sino en un plano de toda la persona. No les llama felices por algo que posean (¡para que queden así!), sino para que cambien, porque Dios se encuentra (se revela) en ellos, porque ha venido (está viniendo ya) y porque su venida transforma de un modo radical su forma de vida.

Dios introduce y realiza su Reino a través de los pobres‒hambrientos y de los que lloran; y de tal manera cambia su forma de ser que ellos, los desposeídos se descubren herederos, beneficiarios, del Reino de Dios no sólo en esperanza, sino desde ese mismo momento. Estas palabras de felicidad trazan así un principio y camino de dicha, mostrando que el don y tarea más honda de la vida es ser felices, descubriendo y consiguiendo su más honda verdad y riqueza. Esa verdad de la vida no está en tener, en hartarse de cosas, en buscar placeres, sino en vivir buscando, cultivando y gozando la felicidad.

 De manera paradójica y sobrecogedora, estas bienaventuranzas invierten los valores normales de un mundo en el que los hombres y mujeres quiere triunfar y disfrutar por la riqueza, la saciedad y las satisfacciones de tipo posesivo, haciendo que los pobres y hambrientos descubran y disfruten la realidad desde el otro lado de la vida, de forma que Jesús les acaba diciendo “felices seréis cuando los hombres os odien, os separen e injurien…” porque ha descubierto que hay hombre y mujeres que buscan sólo su dinero, su comida y posesiones y por eso envidian y persiguen a los otros, siendo de esa forma radicalmente infelices[3].

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Pobres y odiados – Ricos y estimados. Domingo 6º. Tiempo Ordinario. – Ciclo C

Domingo, 13 de febrero de 2022
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sermon-on-the-mountainDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)

Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo.

En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.

La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).

Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).

¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).

En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.

Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)

El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.

¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todos los hombres hablan bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:

Dichosos los pobres,

los que ahora tenéis hambre

los que ahora lloráis

¡Ay de vosotros, los ricos!,

los que ahora estáis saciados

los que ahora reís

No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa.

Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.

En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.

Pobres y odiados

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.

Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.

¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.

Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).

Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.

Ricos y alabados

            Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones. Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.

¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.

Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).

Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).

El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro

A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.

María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»

¿Está condenado el rico?

La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una reflexión

¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.

Una advertencia

Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.

1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)

Se ha elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.

Así dice el Señor:

Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.

2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)

Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

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13 de Febrero. Domingo VI. Tiempo Ordinario

Domingo, 13 de febrero de 2022
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“Jesús bajó del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…”

(Lc 6, 17.20-26)

Lo bueno del mensaje de Jesús es que es abierto, es para todo aquel que quiera escucharlo: los Doce, el grupo grande de discípulos, el pueblo…

Jesús no guarda celosamente para él y para unos pocos escogidos las Buena Noticia, al contrario, la dice en voz alta. Pero esta Buena Noticia tiene también sus advertencias, es para todos siempre que queramos acogerla. Pero acogerla no es sencillamente escucharla con agrado y luego comentar lo bonita que es. Acogerla significa dejarnos transformar.

Las Bienaventuranzas que nos presenta Lucas son muy distintas a las que encontramos en Mateo. En Mateo encontramos nueve bienaventuranzas, en Lucas cuatro, y además, a las bienaventuranzas le siguen cuatro “ayes”.

Por un lado, se muestra el camino que se abre hacia la esperanza y la confianza. Podemos estar seguras de que si ponemos nuestra confianza en Dios podremos atravesar el sufrimiento humano y alcanzar la alegría que Dios nos tiene preparada.

Pero al mismo tiempo se nos advierte de las exigencias de ese camino. No podemos andar tras las huellas de Jesús, camino del Reino, poniendo nuestra confianza en nuestras propias seguridades.

Si no soltamos las muletas no podemos avanzar por el camino de las bienaventuranzas. Porque el requisito indispensable es poner toda nuestra confianza en Dios. Todo lo demás sobra.

Llegadas a este punto es cuando tenemos la tentación de olvidar las advertencias finales y quedarnos contemplando la belleza de las bienaventuranzas. Ponernos el impermeable y no dejar que la Palabra trastoque nuestras seguridades.

Oración

Líbranos, Trinidad Santa, de hacer de tu Palabra un adorno bonito e inofensivo. No dejes que escapemos de su efecto trasformador.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dichoso el pobre, no por serlo sino por no causar pobreza.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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ob_956ec0_descarga-15-pobresDOMINGO 6º (C)

Lc 6, 17-26

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente: “pase de mí este cáliz”. La verdad es que ni me entienden los pobres ni los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas racionalmente y las bienaventuranzas sobrepasan toda lógica. Cualquier intento de aclararlas racionalmente está abocado al fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.

Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Intentaré llevarte lo más lejos posible en su comprensión, sabiendo que no tienen explicación posible. El primer problema lo encontramos en los mismos evangelios. Lucas propone solo tres o cuatro y de la manera más breve posible: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que pasan hambre. Mateo narra ocho o nueve pero además, añade un matiz que trata de explicar ya la dificultad para entenderlas. Dice: pobre de espíritu, hambre y sed de justicia. Es también muy significativo que Marcos y Juan ni siquiera las mencionan.

No tenemos ni idea de cómo las formuló Jesús, con toda seguridad en arameo. Tampoco podemos saber el sentido que le dieron al traducirlas al griego. Hoy estamos en condiciones de afirmar que la interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con creces en el más allá. Si para mantener la esperanza tenemos que echar mano de un más allá, malo.

No se puede separar el primer término de cada propuesta del segundo. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería dar a entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Pero tampoco se pueden unir automáticamente. El hecho de ser pobre no garantiza por sí mismo otra riqueza. Ni el hecho de ser rico determina una condenación automática. Lo que determina un mayor o menor plenitud humana es la actitud vital de cada uno.

Pero es que el nexo de unión entre las dos partes de cada propuesta también es problemático. El “porque” no tiene ninguna connotación causal. El pobre es dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque, a pesar de todo, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. De la misma manera el rico no es maldecido por ser rico sino por poner su confianza en la riqueza y desentenderse de lo humano que hay en él.

Descubiertas todas estas dificultades, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza, no al rico. Tanto la pobreza como la riqueza son malas si nos impiden ser.

Tampoco quiere decir el evangelio que tengamos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.

Las bienaventuranzas invierten radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando que un día Dios cambie las tornas.

Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo absoluto, estamos equivocándonos y en vez de felicidad encontramos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.

Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no da valor a la pobreza en sí, sino a no ser causa de la pobreza de otro.

Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús nos dice que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar en primer lugar mis seguridades y si me sobra, dar a los demás, no es suficiente.

Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú no puedes hacerlo todo; no se te pide que elimines la injusticia en el mundo sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacer un favor a otro, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de toda inhumanidad. Los “ricos” somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad, que es más importante.

Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material, ni preconizan una revancha futura de los oprimidos, ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al individualismo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

Meditación

Jesús te dice: ¡Eres inmensamente dichoso!
Pero no te has enterado todavía, porque vives en tu falso ser.
Sigues identificándote con tu cuerpo-mente.
Pero eres tu cuerpo, tu mente y Mucho más.
Tu verdadero ser es plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¡Cuánto más felices seríais…!

Domingo, 13 de febrero de 2022
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sermon-del-monte-6Lc 6, 20-26

«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios»

El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen…

Jesús, por el contrario, me propone un código de felicidad radicalmente distinto e inverosímil: ¿Quieres ser feliz…? —me dice—, pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie… y no te preocupes si te insultan y te persiguen por todo ello, pues a la larga serás mucho más feliz.

Y la pregunta es: ¿Creo en él? ¿Le creo a él? ¿Me fío de él? ¿Estoy dispuesto a vivir compartiendo, perdonando, sembrando la paz, trabajando por la justicia, actuando siempre con sinceridad y sin temor al sufrimiento? ¿Me lo juego todo apostando a unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes?…

Decir que sí, que me la juego, que cambio de vida, es tener fe en Jesús; lo demás será otra cosa. Creeré en Jesús si es él quien da sentido a mi vida; si es él quien manda en mis criterios y mis valores; si creo que son esos criterios los que pueden salvar el mundo del desastre y me comprometo con la tarea de hacerlo… Porque la fe no es un privilegio otorgado a unos y vedado a otros, sino el compromiso firme con un modo de vida, que no solo promete felicidad, sino que nos permite colaborar con Dios en la tarea de llevar su proyecto de salvación a buen fin…

Es difícil imaginar una tarea más apasionante que ésta, pero es preciso fiarse mucho de Jesús para abrazarla con fervor y llevarla hasta las últimas consecuencias. Nos entusiasma lo de Jesús, pero solo nos fiamos de él hasta el momento en que nos invita a salir de nuestra zona de confort. Un ejemplo es el texto de Lucas de hoy: «Dichosos los pobres», o ese otro de Marcos: «Vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y sígueme», pero como somos ricos y nos asusta la pobreza (Jesús no habla de miseria), optamos por los criterios del mundo en lugar de por los suyos.

Y no dudamos de que es Jesús el que tiene razón; que el camino propuesto por él es el único que lleva a la felicidad (aunque Jesús no sea el único que lo propone), pero nos falta el coraje necesario para emprenderlo. Como dijo Jon Sobrino en una charla en Pamplona: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Una felicidad subversiva y paradójica.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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Lc-620-26Lc 6, 17. 20-26

La Buena noticia de Jesús es siempre contracultural y subversiva. Subvertir significa literalmente: dar la vuelta, alterar el orden de valores establecido transformándolo desde abajo. Así es la propuesta de felicidad que nos hace Jesús. Frente la seducción del mercado y su lógica: consumo luego existo, tanto tienes tantos vales, la propuesta del Evangelio da un giro radical a la comprensión de lo que significa una vida felicitante. En definitiva, que es aquello que nos hace plenamente dichosos y dichosas frente a lo que nos conduce a la insatisfacción y al vacío existencial.

La felicidad propuesta por el Evangelio no nace de fuera a adentro, sino que su dinamismo es justo al revés; de dentro a afuera. Esta inversión se nos hace difícil de entender porque la lógica neoliberal y la sociedad de consumo manipulan nuestros deseos más íntimos y nos van inoculando un veneno: el de una felicidad descafeinada y light. Como si esta se pudiera adquirir al comprar el coche de moda, un perfume, una crema antiarrugas, la marca de unas deportivas o ejerciendo el poder sobre otras personas o la naturaleza como si fuésemos sus propietarios. Esta felicidad tramposa y sucedánea termina teniendo como frutos la insatisfacción profunda y el vacío desesperante y existencial.

La felicidad propuesta de Jesús es de otro tipo. Las Bienaventuranzas nacen de un corazón reconciliado, de la pacificación interior, de la armonía en la relación con nosotros mismo, con los demás y con el cosmos porque somos un todo interrelacionado que al quebrarlo nos rompe también a nosotras y nosotros mismos. Somos felices cuando vivimos sencillamente siendo fieles a lo que en conciencia creemos, aunque ello conlleve contradicciones y más preguntas que certezas. Cuando descubrimos que la vida tiene un sentido y canalizamos la nuestra en ello. Cuando vivimos a la altura de la realidad, no por debajo ni por encima de ella. Porque cuando vivimos por debajo de la realidad los acontecimientos nos hacen sus esclavos, nos encogen, se convierten en nosotros como en una losa que tenemos encima, nos frustran y nos ahogan haciéndonos sus víctimas. Pero también cuando nos situamos por encima de la realidad, lo hacemos como si pudiéramos con todo, como si fuéramos super hombres o super mujeres, por encima del bien y del mal, del éxito y de los fracasos. Sin embargo, estar a la altura de la realidad significa situarnos en ella desde la humildad de lo real, la sabiduría del realismo de lo posible, sin idealizarla, pero también sin vejarla, sin dramatizarla, sin exagerar sus aspectos dolorosos, y desagradables, viviendo en clave de agradecimiento encarando en común las dificultades. Porque la felicidad no depende de lo que nos pasa, sino de lo que hacemos con lo que nos pasa y en solidaridad con quienes lo vivimos.

El proyecto de felicidad que nos propone el Evangelio son las Bienaventuranzas, que son a la vez anuncio y denuncia. Anuncian la predilección de Dios por los últimos y últimas de la historia, por los pacíficos, por los que ponen su seguridad en la misericordia y la solidaridad y no en el dinero o en el poder, por quienes tienen hambre y sed de un mundo nuevo donde la fraternidad y la sororidad humana sean posibles. A ellos y ellas Jesús les reconoce dichosos y dichosas porque han entrado en la lógica del Reino y su felicidad paradójica. Pero las Bienaventuranzas son también denuncia de quienes viven instalados e instaladas en su propia autocomplacencia, blindándose al grito de sus hermanos y hermanas más empobrecidas y sus anhelos de justicia e inclusión. Su felicidad es vana e ilusoria porque está construida sobre la indiferencia y el sufrimiento de aquellos a quienes dan la espalda. Por eso su falsa alegría se tornará en llanto y vacío.

¿Y nosotras por donde van nuestros proyectos y aspiraciones de búsqueda de felicidad en esta etapa de nuestra vida y de la de nuestras comunidades? ¿Como son de paradójicos y subversivos?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Paradoja y felicidad.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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AB19E46F-8497-448B-A343-7971077D47B3Domingo VI del Tiempo Ordinario

13 febrero 2022

Lc 6, 17.20-26

La sabiduría se expresa en paradojas, no por capricho, sino porque las cosas no son lo que parecen. La mente se queda atascada fácilmente en la apariencia y en la contradicción. Para ella, todo es “lineal”. Y etiqueta como “verdadero” aquello que se ajusta a lo que ella misma percibe. Con el añadido de que, mientras permanecemos en el estado mental, es imposible verlo de otro modo.

Sin embargo, la mente es solo un modo de conocer, no el único ni el definitivo. Hay otro modo de conocer que se abre camino en nosotros, justamente cuando aprendemos a silenciar el pensamiento. El silencio de la mente nos permite trascenderla, viniendo a constatar que, en efecto, las cosas no son lo que parecen.

La tradición mística cristiana había hablado de “los tres ojos del conocimiento”: el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo del espíritu. Cada uno de ellos opera en su propio campo. Y de la misma manera que no se puede pedir al “ojo de la carne” que vea los pensamientos, tampoco es posible que el “ojo de la razón” alcance a ver la profundidad de lo real.

En nuestro caso, el ojo de la carne nos ve como un cuerpo; el de la mente, como un “yo” separado; solo el del espíritu percibe nuestra verdadera identidad, el “fondo lúcido” o “presencia consciente” que, en el silencio de la mente, podemos experimentar.

La paradoja se halla presente en todas las dimensiones de nuestra existencia. Y así queda recogida en quienes llamamos maestros y maestras de sabiduría. En el evangelio, es central aquella que habla de “perder” y “ganar”: salva la vida, quien la pierde, mientras que la pierde quien pretende guardarla.

El texto que comentamos hoy advierte de la paradoja que se da en nuestra búsqueda de ser felices: la felicidad que ansiamos no gira en torno al yo, sus intereses y apetencias, sino que nace de la comprensión y de la conexión consciente con lo que realmente somos.

¿Hacia dónde oriento la búsqueda de la felicidad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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