Kristin Hulaas Sunde, Amnistía Internacional | 15-ABR-15
En la actualidad, John Jeanette es una esbelta mujer de sesenta y tantos años, elegante y segura de sí misma. © Amnesty International
Un comité expertos ha anunciado este mes de abril que las personas transgénero en Noruega no deben seguir siendo obligadas a someterse a un tratamiento invasivo para obtener el reconocimiento legal de su género. La experiencia personal del activista John Jeanette Solstad Remø –quien contó con el apoyo de miles de personas en todo el mundo durante la campaña “Escribe por los derechos” de Amnistía Internacional en 2014– sirve para ilustrar el gran cambio que puede suponer que el gobierno noruego reforme la legislación.
El capitán John Remø tuvo mucho cuidado de ocultar toda evidencia, escondiendo la ropa de mujer en el sótano. Su secreto aún tardaría 30 años en salir a la luz.
John tuvo una adolescencia descontrolada. Decía palabras malsonantes, se metía en peleas y tocaba en un grupo de rock. Se enroló en la Marina de Guerra y, a la edad de 27 años, alcanzó el grado de capitán de submarino.
Una noche se recibió una llamada telefónica en el submarino, era para John. Quien llamaba era su esposa. Había encontrado una bolsa con ropa de mujer en el sótano. John comprendió que había sido descubierto, pero era demasiado arriesgado hablar por una línea telefónica del ejército. Prometió escribirle una carta.
A la mañana siguiente, el submarino de John partió en misión de patrulla hacia el norte, al mar de Barents, en el peor momento de la Guerra Fría. Su esposa se quedó esperando a conocer la verdad sobre su marido a través del correo postal.
A la edad de 27 años, John Jeanette había alcanzado el grado de capitán de submarino en la Armada Noruega. © Particular
Cumplir las expectativas de género
La historia comienza más de 20 años antes, en una pequeña población costera de Noruega. John, quien entonces tenía unos cuatro años, fue descubierto con un vestido puesto por su madre, que montó en cólera: era algo insólito y prohibido.
“Los dos nos asustamos. Nos dimos cuenta de que pisábamos terreno peligroso, pero yo siempre me sentí como una niña, quería parecerme a ellas y participar en sus juegos”.
En una época tan conservadora como la década de 1950, John aprendió a fingir que era un chico para conseguir el amor que necesitaba. Un amor condicional.
“Empecé a actuar, pero le puse tanto empeño que me pasé de la raya y me volví una persona completamente agria. Enseguida aprendí los peores tacos y a pelear”.
Tal vez John fuera un chico malo en la adolescencia, pero también amaba la música. Eso le permitió una exploración continua de su lado femenino reprimido. Su tía tenía una guitarra y le dio las llaves de su casa para que fuera a practicar.
“Tenía prendas muy bonitas, ropa interior de seda y zapatos de tacón alto. Era tal sensación de libertad y felicidad ir allí, probármelo todo y ser yo misma… Aunque me apenaba no poder mostrarme así ante nadie”.
Lo más seguro es que mi tía se diera cuenta, aunque nunca dijo una palabra. “Mi tía era una mujer pequeñita, y todavía recuerdo la pena que me dio cuando superé su talla de calzado”.
John se fue de casa a los 17 años y se casó en los primeros años de la veintena. Tuvieron un hijo. Siendo un padre de recia barba y con un empleo muy masculino, cumplía las expectativas de su género.
En una época tan conservadora como la década de 1950, John aprendió a fingir que era un chico para conseguir el amor que necesitaba. Imagen de John siendo un niño. © Particular
Una mujer segura de sí misma
Por extraño que resulte, la esposa de John se sintió aliviada cuando al fin recibió la carta. Lo primero que se le había pasado por la cabeza era que John había asesinado a alguien y había escondido la ropa de su víctima en aquella bolsa.
Pero, una vez que la verdad había salido a relucir, quedó claro que su relación se basaba en una mentira y debía terminar.
“Yo la amaba y tenía miedo de perderla. Pensaba que mi necesidad de ser mujer terminaría desapareciendo, que estando casado con ella podría prescindir de eso. Pero sólo tardé un mes en volver a disfrazarme en secreto”.
“Treinta años después del descubrimiento de aquella bolsa de ropa en el sótano, por fin llegó el momento de sacar el secreto a la luz y recorrer como una mujer la avenida comercial más transitada de Oslo con toda naturalidad. Fue una experiencia maravillosamente liberadora”.
Ningún transeúnte podía imaginarse que esa mujer alta, distinguida y segura de sí misma de sesenta y tantos años aún conserva el cuerpo de un hombre.
John Jeanette Solstad Remø (arriba a la derecha) y el ministro de Salud de Noruega, Bent Høie, en una conferencia de prensa en Oslo, 10 de abril de 2015. El ministro se comprometió a proponer sin demora una ley que permitirá a las personas transgénero obtener el reconocimiento legal de su género mediante una simple declaración. © Amnesty International/Ina Strøm
Sexo: Hombre
Cambió legalmente de nombre con relativa facilidad. Para sus amigos, ahora es simplemente Jeanette. Pero en público usa su nombre completo ––John Jeanette– para llamar la atención sobre la discriminación que ella y otras personas transgénero siguen sufriendo en Noruega.
Porque cambiar legalmente de género –figurar como mujer en documentos de identidad como el permiso de conducir o el pasaporte– ya era otra historia. La legislación noruega le exige someterse obligatoriamente a una “conversión de sexo real” basada en una burda práctica que se remonta a la década de 1970.
Supone que te extirpen los órganos reproductivos, por lo que te quedas estéril. También requiere un diagnóstico psiquiátrico, por lo que te ves obligada a admitir que sufres un trastorno mental.
John Jeanette se niega a pasar por todo eso. “Las hormonas te cambian el cuerpo y la mente, es como volver a pasar por la pubertad”, explica. Leer más…
General, Historia LGTBI
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