“Sois uno en Cristo Jesús”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Sois uno en Cristo Jesús
La bendición de las parejas homosexuales ha encontrado mucho espacio en los medios de comunicación, suscitando reacciones favorables, reacciones contrarias, muchas distinciones, muchas reservas, etc. En realidad, ha encontrado poco espacio en las realidades eclesiales, parroquiales o comunitarias concretas, donde se encuentran experiencias humanas reales.
En cualquier caso, todo el debate, con las controversias que ha generado, no parece captar el meollo de la cuestión. Todavía hay mucha desconfianza, vacilación, incertidumbre e inhibición cuando la comunidad cristiana aborda el tema de las parejas homosexuales.
En la base está el temor oculto de que podamos acabar equiparando las relaciones homosexuales con el matrimonio o de que podamos acabar legitimando una unión considerada “irregular y desordenada“. El homosexual es visto como alguien que ama la promiscuidad, sin ver que, la mayoría de las veces, es sólo un ser humano, que busca una relación personal con otro individuo del mismo sexo. Los fenómenos de promiscuidad, que tienen alguna frecuencia en el mundo gay, tienen su origen precisamente en la represión y discriminación a la que son sometidos los homosexuales.
Hay que mirar la causa que produce el efecto, no detenerse a mirar el efecto, que aparece en la superficie. Comprender y no juzgar son expresiones de la caridad cristiana. Muchos homosexuales, después de un largo curso de psicoterapia o después de una liberación liberadora, han logrado reconciliarse con su homosexualidad y liberarse de muchas adicciones sexuales o de muchas disfunciones psicológicas. Desde hace varias décadas, las ciencias humanas ven la homosexualidad como una de las formas en que se expresa la propia sexualidad. No menos alegre, satisfactoria, creativa y fecunda que el modo heterosexual.
La comunidad cristiana, hoy, puede realizar una gran tarea “histórica“: ayudar a las personas a emprender caminos de liberación interior, a vivir su homosexualidad, en una relación interpersonal, en fidelidad y comunión de vida.
Pero necesitamos dar un salto cultural y también ético en la comunidad cristiana.
Quizás el punto de partida para llegar a una visión objetiva, serena y equilibrada de la cuestión sea mirar, en primer lugar, el sufrimiento que experimentan internamente las personas homosexuales, creyentes y no creyentes. La sociedad, a pesar de tanto progreso y muchas aperturas, sigue siendo esencialmente homofóbica. Los derechos LGBTQ+ se están reivindicando en las plazas, en el Parlamento, etc. pero, en la vida cotidiana, la sociedad sigue expresando actitudes y sentimientos homofóbicos. Los adolescentes que se enfrentan a este aspecto de sus vidas lo saben bien. También los padres cuando descubren tener un hijo homosexual. El miedo a salir del armario, el miedo a expresar la propia orientación sexual, el sentimiento de culpa por ser diferente, los conflictos internos que de ello se derivan, etc., producen lo que, en términos científicos, se llama “homofobia internalizada“. Y es a este sufrimiento al que se debe, en primer lugar, mirar la una comunidad cristiana, de inspiración evangélica.
Los autores de los textos bíblicos aún no conocían el complejo desarrollo de la identidad sexual y de género y la posible existencia de diferentes identidades sexuales y de género. Pero todo el mensaje bíblico, aunque esté condicionado por la mentalidad patriarcal de la época, es un mensaje de liberación del hombre de toda forma de esclavitud y sufrimiento.
Desafortunadamente, todavía escuchamos a menudo que la homosexualidad es una desviación o que es una expresión inmadura de una evolución que no ha sido completada o que está fuera de la normalidad: concepciones todas ellas que ahora han sido superadas por la ciencia. La normalidad, entonces, no reside en el hecho de pertenecer a la mayoría. La normalidad, en todo caso, es aceptar la diversidad, en todos los ámbitos de nuestra vida. La diversidad es una riqueza, que es buena para todos, nos hace más humanos, más tolerantes, más profundos, más abiertos, más sensibles, más solidarios unos con otros.
El matrimonio entre un hombre y una mujer, para la iglesia, es un sacramento. Es un signo extraordinario del amor de Dios por los hombres. ¡Genial! Es la forma más elevada de comunión entre dos seres humanos y se propone como modelo para todas las demás relaciones. ¡Ciertamente! Pero, ¿la unión entre dos hombres o dos mujeres, aunque no sea un sacramento, no puede representar un ejemplo de comunión fecunda para todas las demás relaciones?
Si dos hombres o dos mujeres son fieles el uno al otro y expresan su sexualidad en una relación interpersonal intensa, ¿no son una pareja modelo? La fecundidad no se puede experimentar a nivel biológico sino a otros niveles: podría ser la adopción de un niño abandonado o, si esto no es posible, la apertura a formas de compromiso en el voluntariado, la política, la iglesia, la cultura, etc. La sexualidad y las relaciones de pareja deben ser siempre “generativas“, en un sentido más amplio que el meramente biológico. Y muchas riquezas ocultas saldrían a la superficie, en beneficio de toda la sociedad.
La comunidad cristiana debería llegar a decir, con valentía, que la homosexualidad, como la heterosexualidad, es un regalo de Dios. Mientras permanezcamos en concesiones o verdades a medias, no ayudamos a esclarecer. Proponer e indicar caminos para una homosexualidad integrada en una relación no sólo ayudaría a las personas homosexuales a liberarse de sufrimientos internos o de formas de adicción sexual, sino que sería una valiosa contribución para liberar a la sociedad de su profunda homofobia, que es una forma real de violencia. Sin dejar de lado que la visibilización de las parejas homosexuales estables y fieles ayudaría a la sociedad a liberarse de estereotipos y prejuicios sobre el mundo homosexual.
Bendecir a la pareja de dos personas del mismo sexo no es equivalente al matrimonio cristiano: significa sólo potenciar el bien que está en el corazón de la relación, para que llegue a ser madura y fecunda. Si la comunidad cristiana logra avanzar en esta dirección, dará una contribución extraordinaria a la humanización del mundo. Ser capaz de captar los signos de los tiempos y dar un salto de calidad cultural, ética y espiritual en este ámbito es una tarea que luego se extiende a otros ámbitos de época: la inmigración, la transición ecológica, la paz, la inteligencia artificial,…
La palabra y el mensaje cristianos todavía tienen mucho que decir sobre todos estos temas y tantos recursos que ofrecer para avanzar en el camino de la liberación de la humanidad de los bloqueos y la esclavitud que la oprimen. En este sentido, los cristianos serían verdaderos signos de profecía, ¡así como “sal de la tierra y levadura en la masa“!
“No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28).
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Fuente, remitido por el autor.
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