Cristina de Suecia: La reina que renunció al trono por ser lesbiana
En las páginas de la historia hay muchos relatos LGBT+. Hubo una mujer que gobernó a su país a pesar de todos los obstáculos que tuvo que enfrentar para lograrlo. No obstante, a raíz de la intolerancia y creencias que imperaban en la época, esta reina prefirió renunciar al trono antes que ser alguien que no era y negar que era lesbiana.
El 18 de diciembre de 1626 nació en Estocolmo, Suecia la hija del rey Gustavo II Adolfo y María Leonor de Brandemburgo. La niña fue bautizada con el nombre de Cristina y desde su nacimiento fue la heredera al trono sueco. La pequeña Cristina fue recibida con gran regocijo por su padre. Sin embargo, su madre y otros cortesanos no veían con buenos ojos a la pequeña, en parte por su aspecto físico.
Al momento de nacer, muchas personas creyeron que se trataba de un varón, pues su cuerpo estaba cubierto de vello. Sumado a esto, la joven princesa tenía un aspecto andrógino y algunas malformaciones físicas de nacimiento. En 1632, el padre de Cristina murió, y ella se convirtió en reina a la edad de seis años.
Durante su infancia Cristina no pudo tomar las riendas del país, por lo que el gobierno estuvo en manos del canciller Axel Oxenstierna. La tía de Cristina, Catalina, y el canciller se encargaron de la educación de la joven reina, pues al morir su padre fue separada de su madre. Y desde que era tan solo una niña demostró tener talento en diversas áreas.
Cristina de Suecia aprendió a hablar ocho idiomas y los dominaba perfectamente. Asimismo, la reina se educó en filosofía, retórica, historia, geografía, astronomía y matemáticas. Esto sin mencionar sus impresionantes habilidades ecuestres y de cacería. Cristina nunca se resignó a realizar las tareas que estaban destinadas a las mujeres de su tiempo.
El padre jesuita Manderscheydt describía a Cristina de Suecia como una mujer ampliamente educada e inteligente. Asimismo, en una carta escribió lo siguiente sobre la reina:
«Es chica de cuerpo, tiene la frente muy abierta, los ojos grandes y bellos de todo punto amables, la nariz aguda, la boca pequeña y hermosa. No tiene nada de mujer sino el sexo. Su voz parece de hombre, como también el gesto. Cada día a caballo, que a no verla muy de cerca se dijera ser un caballero. Trae un sombrerito entonces y un jubón a la española, y por solo su pollera se echa de ver que es mujer».
El consejo de gobierno de Cristina creía que, por ser mujer, no podía comandar un país, por lo que querían que se casaran. La insistencia de la corte para que Cristina de Suecia fijara una postura ante el matrimonio era muy fuerte.
A pesar de que la reina había demostrado ser muy capaz, los hombres de su gobierno no creían que la soltería de la soberana fuera algo bueno. El canciller Oxenstierna afirmó:
«Demuestra una nobleza y un espíritu propio de la realeza. Y si a esto se añade una educación adecuada, está sin duda llamada, dentro de las limitaciones de su sexo, a seguir los pasos de su padre».
No obstante, pese a toda la presión que Cristina sufría para contraer matrimonio, ella nunca sucumbió a los caprichos de la corte. Las personas comenzaron a hablar y en los pasillos del palacio corría la historia del romance entre la reina y su dama de compañía, Ebba Sparre.
Finalmente, la reina decidió no acceder a las peticiones de sus cortesanos y el 6 de junio de 1654, Cristina de Suecia renunció al trono. En 1655, la exreina se marchó a Roma donde vivió por el resto de sus días. En su nuevo hogar, Cristina continuó desarrollando su gusto por las artes y se convirtió al catolicismo —ella era protestante—.
Según los rumores —que más tarde se pudieron constatar gracias a la correspondencia de Cristina—, desde Roma siguió enviando cartas a su gran amor, Ebba. En las cartas que se encontraron cuando murió la reina está la prueba de que entre las dos mujeres existió una relación sentimental.
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Con información de Rea Silvia, Muy Historia, Hislibris y La Protestación de la Fe, Pedro Calderón de la Barca, (Pamplona, 2001), vía SoyHomosensual
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