“Los jesuitas y el peronismo, dos escuelas de dirigencia política”, por Hinde Pomeraniec.
La ‘Franciscomanía’ en las parroquias
Leído en La Nación.
Uno podría asegurar, casi sin margen de error, que el Papa es actualmente el único jefe de Estado cuya conducción no es cuestionada. En un mundo cada vez más multipolar y sin liderazgos claros, quien hasta hace un año era conocido como Jorge Bergoglio es hoy el líder internacional con mayor aprobación social y política en todo el mundo. Detrás de Francisco hay dos escuelas fenomenales de liderazgo: la orden jesuita que lo vio crecer como pastor y el peronismo, el movimiento político que desde 1945 funciona como termómetro del poder en su país de origen.
Las cabezas de Estado no pasan un buen momento. La velocidad con que circulan las noticias y la amplificación que de los hechos hacen las redes sociales pueden encumbrar a cualquiera en un segundo tanto como desgastar al más valioso, también en un segundo. Obama, lo sabemos, no está desgastado sólo por Twitter. El prematuro Nobel de la Paz con que lo premiaron en Oslo no se condice con el hombre que estuvo a punto de ordenar la acción militar en Siria que evitó otro de los grandes líderes cuyos pies se desplazan en arenas movedizas, el ruso Vladimir Putin. Las contradicciones sobre Putin son tan conocidas como las de Obama. La última: luego de evitar la guerra en Siria, sus fuerzas militares están al borde de la invasión de Ucrania. Es tal el apoyo popular al Papa en Estados Unidos que el propio Obama lo nombra cuando discute política. Putin -observante ortodoxo- viajó al Vaticano en plena crisis por Siria. A casi un año de su investidura, un sondeo de la CNN mostró que el 88% de los católicos estadounidenses aprobaba la gestión del pontífice: el sueño de cualquier líder.
Para Chris Lowney, autor del libro clásico El liderazgo al estilo de los jesuitas, el éxito de Bergoglio como líder es que sabe poner en práctica los principios de la orden como el autoconocimiento (para conocer las propias virtudes y debilidades), la innovación (para adecuarse a los cambios), el heroísmo y el amor al prójimo. Muy lejos de la figura erudita y desconfiada de su antecesor Benedicto XVI, Francisco nutre diariamente su fama de abuelo bonachón y callejero. El Papa sabe que su palabra será escuchada por 1200 millones de seguidores en todo el mundo. Y sabe también que un verdadero líder es mucho más que una persona que les dice a los demás qué tienen que hacer. Cualquier libro de liderazgo señala que alinear a la gente es motivar, inspirar, producir cambios. No deja de ser interesante que para la revista Forbes, el papa Francisco da todos los días lecciones de liderazgo con “inusual gracia y determinación de acero”.
Como en cualquier organización, lo primero que quieren saber los seguidores de su líder es hacia dónde va. En este sentido, Francisco trabaja las palabras y los símbolos en una misma dirección. El teólogo alemán Hans Küng, uno de los hombres más críticos del Vaticano durante décadas, asegura que “el Papa tiene más poder que el mismo presidente de Estados Unidos. No hay legisladores ni Corte Suprema que puedan contradecirlo”. Küng asegura que detrás de ese universo simbólico hay más. “La ropa sencilla, los cambios en el protocolo y el tono de su voz son mucho más que cosas superficiales. Francisco introdujo un cambio de paradigma.“
Eva Perón y su confesor, el jesuita Hernán Benítez.
Heredero de una Iglesia y un Estado sumidos en el mayor de los descréditos, entre la corrupción, las denuncias por pedofilia y las filtraciones de los llamados Vatileaks, el Papa no perdió ni un momento en marcar sus objetivos. Hace de su presencia un sello. Como el de Asís, Francisco se propuso reconstruir la Iglesia, proteger a los pobres y promover valores como la humildad.
Hay que reconocer que si un líder sabe cuándo cambiar de dirección, un líder peronista lo sabe más que nadie. Luego de pelear incansablemente en contra de la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario en sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio es el primer pontífice que hace un reconocimiento que transmite cierta humanidad al declarar: “¿Si alguien es gay, quién soy yo para condenarlo?“
Ya había mostrado esas aptitudes conciliadoras a la hora de recibir a la Presidenta argentina, en un verdadero duelo de cinturas peronistas. Luego de años de enfrentamientos en alta voz, la noticia de Bergoglio Papa no fue un buen trago para la mandataria y en su primer discurso luego del anuncio, se hizo visible (y audible) ese fastidio. Sin embargo, días después la Presidenta y toda figura pública cercana al Gobierno se convirtieron al francisquismo. El Papa le hizo honor a tamaña reescritura del relato y se mostró adorable y condescendiente al recibir de regalo un mate y las debidas instrucciones para cebarlo por parte de Cristina. Meses después, resistió estoico la forzada foto con la Presidenta y su entonces candidato Martín Insaurralde, en Río.
No hablar no es necesariamente consentir. Gore Vidal citaba en una de sus novelas un proverbio jesuita que asegura que “un hombre sabio no necesita mentir porque ya ha tomado todos los recaudos para que no sea necesario decir toda la verdad”.
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