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Las paradojas del mar o la locura humana

Miércoles, 18 de julio de 2018
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Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 29/06/18.- Se ve claramente que estamos ante una disyuntiva respecto a la cual cabe tomar una opción o, por lo menos, sería bueno que lo hiciéramos. Si fuera yo quien tuviera que dar respuesta, no me cabe la menor duda de que me inclinaría clarísimamente por lo segundo. Porque creo que el mar, como cualquier otro elemento geográfico, no sigue una lógica racional tal y como acostumbra a suceder normalmente en la mayoría de las actuaciones de los humanos. Sigue sencillamente las leyes de la propia naturaleza, de la cual forma parte. En cambio, las personas sí que tenemos maneras de actuar que en ciertos momentos no cuadran con aquello que el sentir común admitiría como normal y como lógico, a sabiendas de que sí que poseemos la capacidad de cambiar el rumbo y el sentido de dichas actuaciones, principalmente cuando nos pueden producir daño a nosotros mismos o también a unos terceros, más aún cuando estos son indefensos.

Hace unos días fue el Aquarius, después han sido otros barcos, a pesar de que la cosa ya viene de atrás, pues anteriormente fueron otras embarcaciones parecidas llenas de gente que acabaron de manera casi igual o semejante y me temo que, si Dios no lo remedia, la cosa no pinta nada bien para que el drama pueda llegar a su fin. Quizás lo ocurrido con dicho barco supuso un punto de inflexión en el sentido que era como pasar la famosa línea roja que nunca debiera de haberse traspasado. No me voy ahora a prodigar en calificativos hacia las personas que vetaron que dicha embarcación pudiera recalar en los puertos propios del país que, por razones de cercanía principalmente, tenía la obligación moral de dar el “plácet” para que así pudiera suceder. No lo hago porque creo que el problema es complejo, pero nunca tanto como para despreciar de manera tan burda los valores de la más elemental humanidad. Por ello, creo que lo que sucedió en este caso, en otros anteriores y en los que desgraciadamente vendrán no es achacable, ni mucho menos, a elementos naturales, del mar en este caso, sino a la sinrazón, aunque para mí la palabra más acertada sería “locura”, a la cual hemos llegado muchos de los seres humanos.

Locura como la que consiste en negar socorro y auxilio a personas que vienen huyendo de países pobres, por una u otra razón, en este caso a través del mar en unas embarcaciones degradadas muchas veces en grado extremo o hacinadas como si fueran animales. Ya sé que podríamos sacar ahora a colación una y mil razones para justificarnos con aquello de que, si no se para, las mafias irán cada vez a más, o que los gobiernos de los países de los cuales proceden se desentienden sin el más mínimo sentido de culpabilidad, etc. Pero mientras tanto, ¿no os parece que no tenemos el más mínimo pudor a la hora de preparar con un esmero y cuidado muy especiales algunos de nuestros puertos donde acabarán atracando yates y embarcaciones ataviados de los últimos sistemas en cuanto a estética, comodidad y apariencia, entre otros? Yates y embarcaciones que servirán de recreo a propios y extraños, es decir, a gente del país, pero también a otras personas venidas de fuera, a quien no solamente no se nos ocurre calificarlos como emigrantes, sino que además les ponemos todo tipo de “alfombras”, dígase trato de cortesía especial, de facilidades de todo tipo, de agasajos y congratulaciones y así todo un largo etc., tan largo como podáis imaginar. Y quien dice yates, puede añadir también esos inmensos cruceros preparados hasta el último detalle para que gente de aquí y de allá puedan disfrutar de todos los encantos que encierran y conocer nuevas ciudades y lugares naturales de especial atracción, etc. Para estos y aquellos no solamente no existe el más mínimo veto, sino que incluso que les ofrece todas las facilidades habidas y por haber para que puedan atracar en nuestros puertos. Son “personas”, se dice, que dejan dinero y dan un aire especial a las ciudades que visitan. En cambio, los otros son “gente” que crean problemas y que no generan más que gastos en el lugar donde llegan.

Y ya no hablemos de muchas de nuestras playas: limpias e impolutas hasta el máximo posible, para que “los hombres y mujeres” que lleguen a ellas tomen cómodamente el sol, que nadie niega que sea saludable, por cierto, disfruten de sus aguas, practiquen algunos de sus deportes o juegos favoritos, etc. Mientras tanto, en otras, normalmente menos limpias, o bastante sucias en muchos casos, para ser más exactos, acaban recalando “gente” que viene huyendo o buscando una forma de vida mejor; haciéndolo normalmente en momentos contrarios al caso anterior, es decir, de noche y a oscuras, pues son estos sus mejores aliados para intentar conseguir lo que pretenden.

Sí; así es en general la mayor parte de nuestro Mediterráneo. Aunque pienso que sería más justo decir que así no es el mar, sino la gente que junto a él vivimos. Por ello, me ratifico en que no es una paradoja del mar, sino una locura de los humanos

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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