Aradillas: “Señores obispos, revisen cuanto antes sus signos litúrgicos, sobre todo, sus paganísimas mitras”
Algunas reflexiones ante las recientes, las fastuosas, antinaturales y antievangélicas ceremonias de la presentación de las Cartas Credenciales del Nuncio de SS. en España
Con las debidas cautelas, vaya por delante mi conformidad con el aserto de muchos cristianos, de conocer a pocos –prácticamente a nadie-, cuya fe se haya confirmado y reafirmado con ocasión de las solemnidades litúrgicas que siguen celebrándose en la actualidad, y de las que con todo lujo de detalles y explicaciones se ofrecen referencias en los programas de televisión, sobre todo en la “Trece”, propiedad de la Conferencia Episcopal Española. Apuestan por ser mayor el número de quienes pierden esa fe o no la mantienen, que el de quienes contemplan tales “funciones”.
Recientes las fastuosas, antinaturales y antievangélicas ceremonias de la presentación de las Cartas Credenciales del Nuncio de SS. en España, no están de más reflexiones como las siguientes:
Llamar “homilía” a las prédicas equivale a confesar en público la ignorancia semántica acerca del sentido y contenido del término que se emplea. Titular de “asamblea”, -reunión y convivencia- a los “asistentes” que a lo más que llegan es a decir “Amén”, es idéntico a haber “estado de cuerpo presente”, en un acto piadoso y así “cumplir” con el “precepto” que torna “santos” a determinados días del año.
Reconozco que, pese a todo, y aún cuando en las misas “episcopales” se han cercenado algunos ritos y algunas ceremonias, por obsoletas, caras y paganamente ostentosas, las colas de las “capas magnas” de los “eminentísimos y reverendísimos cardenales purpurados”, de 16 (sí, 16),metros de largo, reducidas después a tan solo (¡tan solo¡) cinco, están cayendo poco a poco en desuso, registrándose el malestar de algunos de sus usuarios. Pero se imponen muchos más recortes, pero sobre todo, se imponen la doctrina y los argumentos en los que basaban y basan su justificación “religiosa”.
Al margen de estas liturgias más o menos sagradas, incorregibles e intangibles, centro aquí y ahora mi atención en el atuendo episcopal fuera de los templos, en las “ceremonias” de las relaciones civiles y sociales y en las de cualquier otro ramo con inclusión de las políticas y militares. Al igual que estos depusieron signos y condecoraciones, extraña que a los únicos a quienes se les distingue por sus atuendos de “calle” sea precisamente a los obispos.
En este tipo de actos, cada participante habrá de vestir como quiera y lo manden o permitan los cánones de la buena educación y sanas costumbres. Pero que no sea precisamente a los obispos a quienes los distingan sus hábitos, lo que automáticamente lleva consigo la idea de la separación, del distanciamiento, de la reverencia, de la “dignidad y dignidades”. Trajeados siempre de negro, con el crucifijo bien plateado y visible en el “retablo” de vientres orondos por los años y falta de ejercicios físicos y la felicidad que proporciona la buena conciencia ministerial, resulta difícil –imposible- aprovechar la reunión para ser y comportarse como uno más y así evangelizar o ser evangelizado. El crucifijo no debiera ser un objeto más de distinción y de lujo. No es privilegio que reclame tratos de gracia y honor para quienes sean portadores del mismo…
No sé a quienes les pueda corresponder en las curias el sagrado deber de orientar a los obispos en cuestiones de vestimentas y comportamientos estrictamente sociales. Pero conste que en tales ceremonias y eventos, el bien pastoral puede y debe difundirse de modo similar a si se estuviera en el templo. La conversación de tú a tú, con naturalidad, cercanía, sencillez y sin signos externos, extemporáneos, conduce y lleva a la comunicación, antesala de la común-unión eucarística.
¡Señores obispos de las “amadas” diócesis respectivas!: revisen cuanto antes sus signos litúrgicos, sobre todo, sus paganísimas mitras, con lo que las ceremonias que presidan o en las que participen, serán “cristianas”, es decir, religiosas!.
NOTA: Aunque a algunos les pueda litúrgicamente parecer malsonante la palabra “aparejo”, esta no significa otra cosa que “materiales o elementos necesarios para hacer algo o para desempeñar un oficio”. Creo personalmente que esta palabra es más constructora de Iglesia y de educación en la fe, que puedan ser los “ornamentos” por sagrados que sean, así como los “atuendos”; término que, por cierto, procede del latín “attonitus” (“asombrado“), con iniciales y explícitas referencias a las “pompas que ostentaba la Majestad Real”. Gracias.
Fuente Religión Digital
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