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Bartolomé de las Casas y Antón Montesinos: los frailes defensores de los indios

Lunes, 3 de enero de 2022
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fray_antonio_montesinoAniversario del histórico discurso del dominico contra los abusos de la conquista

“¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo”

“Aquel sermón no cayó en saco roto. Marcó el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto al pluriverso cultural y religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación”

En 2017 visité la República Dominicana para impartir un curso sobre El giro descolonizador de las Teologías de Sur-Teologías de la Liberación a los Misioneros del Sagrado Corazón y un ciclo de conferencias en el Centro de Teología de Santo Domingo en el Convento de los Padres Dominicos, donde vivió fray Antón Montesino y yo residí durante unos días en la habitación de nombre “San Alberto Magno”.

Visité el majestuoso monumento dedicado al fraile dominico erigido en el Malecón de la ciudad de Santo Domingo, donde están inscritas las palabras centrales del sermón. En lugar tan emblemático reescribí el artículo publicado en el diario EL PAÍS el 11 de diciembre de 2011, coincidiendo con el quinto centenario del Sermón que pronunciara fray Antón Montesino.

 Hoy, día en que la liturgia católica celebra el cuarto domingo de Adviento, lo ofrezco reelaborado a cuantas personas estén interesadas en conocer la otra página de la conquista menos conocida: la de los frailes y obispos defensores de los indios, entre ellos fray Bartolomé de Las Casas y fray Antón Montesino.

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El discurso de Montesinos (1511) sobre la injusta situación de los indígenas americanos resulta actual

El 21 de diciembre de 1511, el cuarto domingo de Adviento, subía al púlpito del convento de los dominicos en La Española (Santo Domingo) fray Antón Montesino para pronunciar un memorable sermón, que se convertiría en una de las primeras y más radicales denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en un antecedente del pensamiento latinoamericano liberador, una de cuyas manifestaciones más importantes es la Teología de la Liberación, cuyo nacimiento tuvo lugar en 1971 con la publicación del libro de Gustavo Gutiérrez Teología de la Liberación. Perspectivas publicado en Lima en 1971 (en 1972 se publicó en España en la editorial Sígueme).Una parte del sermón ha llegado hasta nosotros gracias ala profética e incisiva plumade frayBartolomé de Las Casas, que recoge lo sustancial de la prédica y las reacciones a la misma en el tercer libro de su Historia de las Indias (Tomo II, M. Aguilar Editor, Madrid, s/f, pp. 385-395).

El sermón fue preparado por todos los miembros de la comunidad dominica, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el crudelísimo y aspérrimo cautiverio” al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro y otras granjerías, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la “tiránica injusticia” y las “execrables crueldades” contra los nativos, tratados como animales “sin compasión ni blandura”, y “sin piedad ni misericordia”, según la descripción de Las Casas. Tras tan concienzudo análisis de la realidad acordaron denunciar desde el púlpito el régimen de la encomienda por considerarlo contrario “a la ley divina, natural y humana”.

El Prior de la Comunidad, Pedro de Córdoba, encargó pronunciar el sermón a fray Antón Montesino, uno de los primeros dominicos en llegar a la isla, afamado predicador, hombre de letras, muy animoso, “aspérrimo en reprender vicios”, “muy colérico en sus palabras” y “eficacísimo en sus frutos”. El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Colón, hijo del conquistador. También estaba presente el clérigo Bartolomé de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un público tan cualificado el predicador no tuvo pelos en la lengua y, recurriendo al género literario interrogativo, todavía más incisivo en la denuncia, habló a las personas presentes de esta guisa:

“Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo”.

Terminada la misa, Diego de Colón y los oficiales reales se dirigieron al convento de los dominicos para reprender al predicador por el escándalo sembrado en la ciudad, acusarlo de “deservicio” al Rey y exigirle que se retractara en público el domingo siguiente. Siete días después fray Antón Montesino volvió a subir al púlpito y, lejos de des-decirse, se ratificó en las denuncias y afirmó que los encomenderos no podían salvarse si no dejaban libres a los indios y que irían todos al infierno si persistían en su actitud explotadora. El sermón provocó todavía mayor alboroto que el del domingo anterior, y los oficiales reales enviaron al rey cartas de protesta contra los frailes.

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Bartolomé de las Casas, al principio rechazó el discurso de Montesinos, luego se convirtió al ver que era real

Fray Antón Montesino fue enviado a España para dar cuenta y razón de su sermón al rey. Tras muchos impedimentos, logró entrevistarse con el anciano monarca, a quien expuso un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer la guerra a gente pacífica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etc.

Aquel sermón no cayó en saco roto. Marcó el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto al pluriverso cultural y religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación. El sermón es un ejemplo de teología interrogativa no dogmática y anticipa la metodología seguida hoy por la teología liberadora: análisis de la realidad, juicio ético-evangélico, denuncia profética, interpretación liberadora de los textos bíblicos y llamada a la transformación personal y estructural y cultiva la teología interrogativa no dogmática.

Bartolome-Casas_2370972888_15689515_667x375Bartolomé de las Casas

Tres años después, Bartolomé de Las Casas renunciaba a su oficio de encomendero, se convertía en el defensor de los derechos de los indios, el precursor del diálogo interreligioso e intercultural y el iniciador de la variante latina de la filosofía europea de la alteridad y de la tolerancia, como demuestran Francisco Fernández Buey en su libro La gran perturbación. Discurso del indio latinoamericano (El Viejo Topo, Barcelona) y Gustavo Gutiérrez en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de Las Casas (Sígueme, Salamanca).

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Para una profundización en la teología de la liberación y en sus antecedentes remito a Juan José Tamayo, Para comprender la Teología de la Liberación (EVD, 1989; 2017, 7ª ed.); id., La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant lo Blanch, 2011, 2ª ed.); id., Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017); id., De la Iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina (Tirant lo Blanch, Valencia, 2019).

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Carta al presidente de México de González Faus: ” Todos aquellos genocidas son los antepasados de ud, no de quienes intentamos hoy luchar en esta España difícil”

Sábado, 30 de marzo de 2019
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AMLODe su blog Miradas cristianas:

“Si de algo debemos pedir perdón los españoles es de haber silenciado y denostado a figuras eminentes como Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos y decenas de obispos y religiosos que no solo denunciaron la barbarie de la conquista, sino que intentaron salvar todo lo posible de aquel desastre”

Ese engaño me parece deleznable: en lugar de luchar contra los opresores del presente clamamos contra los opresores del pasado, y en lugar de medidas que ayuden a las víctimas de este “sistema que mata” ponemos actos inútiles que solo sirven para tranquilizar conciencias “izquierdosas”

Respetado señor Presidente:

Durante años he deseado que llegara Ud. a la presidencia de ese país tan querido para mí. No sé si eso me autoriza a manifestarle ahora mi decepción por esa medida artificial de reclamar al rey de España que pida perdón por la barbarie cometida por los españoles en tierras mexicanas…. ¡hace 500 años!

No pretendo defender al rey: no tengo demasiada simpatía por las monarquías aunque el dilema monarquía-república me parece, en momentos como los presentes, una cuestión distractiva: prefiero una monarquía como la inglesa a una república como la turca….

Tampoco pretendo negar que hubo un genocidio. Lo he reconocido en otros muchos sitios. Y no me vale el argumento del gobierno español de que “eran otros tiempos”: porque también en aquellos otros tiempos hubo voces que denunciaron la inmoralidad de la conquista. Solo quisiera comentarle estas cuatro cosas:

La maldición de la Malinche

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1.- A la hora de emitir juicios de culpabilidad es necesario concretar al máximo el sujeto de esa culpa. Y bien: Todos aquellos genocidas son los antepasados de Ud. No son antepasados de quienes intentamos hoy luchar en esta España difícil. Ese mal trato a los indios siguió después de la independencia, manejado por los criollos que ya no eran españoles. Ud. conoce sin duda aquella hermosa canción: “la maldición de Malinche” que evoca la  inocencia indígena y la crueldad de los llamados “descubridores”. Y luego continúa : “hoy, en pleno siglo veinte, nos siguen llegando rubios y les abrimos las puertas y los tratamos de amigos. Pero si llega cansado un indio de andar la sierra, lo humillamos y lo vemos como un extraño en su tierra”. Si las cosas son así, mucho temo que sea Usted, y no el rey de España, el que debe pedir perdón a los indios, para rehacer la convivencia.

2.- Si de algo debemos pedir perdón los españoles es de haber silenciado y denostado a figuras eminentes como Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos y decenas de obispos y religiosos que no solo denunciaron la barbarie de la conquista, sino que intentaron salvar todo lo posible de aquel desastre. Gracias a ellos se han conservado, bien que mal, las lenguas indígenas (que, por ejemplo en EEUU, han desaparecido casi por completo). No sé si conoce Ud. nombres como A. de Valdivieso, T. Mogrovejo, Marroquín, o Juan de Zumárraga y el tata Vasco ahí en su país, y otros mil que encontrará en la ya vieja tesis doctoral de Enrique Dussel, un argentino que al menos hasta hace poco residía ahí en México. Todavía hoy, la mayor autoridad académica en lengua guaraní, no es un paraguayo sino un religioso mallorquín (Bartomeu Meliá) enviado al Paraguay hace unos sesenta años.

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Perdón por el tráfico de esclavos

3.- Creo en cambio que, no solo España, sino toda Europa debe pedir perdón a África por el tráfico de esclavos (que defendieron las izquierdas de entonces, por razones económicas) y por el reparto de África que nos hicimos en el s. XIX. Pero si hago esta última alusión es para poder decirle que la verdadera causa de todas las atrocidades cometidas con poblaciones indígenas de medio mundo, no ha sido una determinada nacionalidad, raza y cultura, sino la idolatría del dios Dinero que tan lúcidamente denunció Las Casas, ya en su época. Ese falso dios insaciable, que necesita sacrificios humanos y amenaza con convertir la historia en un “humanicidio”. ¿No sería mejor intentar luchar todos juntos contra él, en vez de suscitar humaredas sentimentales que nos distraen de lo que es, a la vez, más urgente y más importante?

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4.- Con estas reflexiones he querido llegar a otro drama que ya no es un error particular suyo sino una lacra de todas las izquierdas de hoy. Ya no sé si es que las izquierdas son impotentes o incompetentes. Quizá las dos cosas. Pero el caso es que nuestras izquierdas (aquí y ahí) van abandonando la verdadera causa revolucionaria para dedicarse a meros actos simbólicos que no resuelven ninguno de los enormes problemas de la gente. Ese engaño me parece deleznable: en lugar de luchar contra los opresores del presente clamamos contra los opresores del pasado, y en lugar de medidas que ayuden a las víctimas de este “sistema que mata” ponemos actos inútiles que solo sirven para tranquilizar conciencias “izquierdosas” o para darnos la sensación de que hemos ganado algo. En mi país, el gobierno ha gastado dinero, tiempo y energía en sacar a un dictador que ya no existe de un lugar donde ya no está. En Cataluña, la derecha independentista reconoce ahora haber proclamada una independencia virtual, simbólica, manipulando a tante gente a la que habían prometido una independencia imposible hoy (no juzgo qué pasará mañana) que ahora les tacha de cobardes y traidores.  Mientras tanto, nuestra sanidad pública sigue decayendo, la pobreza infantil asusta y Cataluña es la comunidad que menos lucha contra el cambio climático…

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Y no le hablo a Ud. de la violencia impune de su país que conocerá mejor que yo, ni de la corrupción ni del genocidio que van provocando los narcotraficantes, los verdaderos genocidas de hoy. A estas cosas es a las que deberíamos dedicarnos todos con aquel dicho antiguo de “alma, vida y corazón” si queremos que sea real la gran revolución que este mundo necesita y que un país como el suyo que fue el primero en hacer una revolución, no se encuentre ahora con que está peor que antes y que la revolución solo ha servido para dar letra a unas rancheras preciosas que cantan a Pancho Villa, a Gabino Barreras (“su causa era buena: luchar por los pobres y repartirles las tierras”)  y otros varios.

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Izquierda y pérdida de la identidad

Mi querido señor presidente: le ruego que no tome estas líneas como un ataque personal sino como una reflexión sobre la pérdida de identidad de todas esas fuerzas de cambio que tanto necesita el mundo de hoy. Esas fuerzas que pretendió encarnar la izquierda, para desfigurarlas luego con falsas nociones de progreso, sustituyendo los verdaderos derechos de los oprimidos por los deseos de quienes estamos situados en la facción opresora. Y claro: cuando la izquierda perdió identidad, la gente acabó votando a las derechas.

Le escribo desde Jesús de Nazaret a quien intento seguir como Maestro espiritual y desde nombres como Simone Weil y Walter Benjamin que son mis referencias intelectuales. Pero sé que en América Latina hay también otros nombres que ustedes mismos parecen haber olvidado, como E. Galeano y J. C. Mariátegui el Amauta (“maestro” en quechua). Y en fin, si Ud. es cristiano (como permite sospechar el hecho de que escriba al papa) podríamos terminar rezando juntos aquello de “que resplandezca Tu Nombre de Padre y que llegue Tu reino de hermanos”. Y si no, siempre podremos cantar juntos aquello otro: “Ay maldición de Malinche, enfermedad del presente, ¿cuándo dejarás la tierra, cuándo harás libre a la gente?”.

Un saludo muy cordial.

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“Voces en el desierto”, por Gabriel Mª Otalora

Lunes, 11 de enero de 2016
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BCF0E5CF-CE84-4045-A118-B17648B006F9.jpg__680__460__CROPz0x680y460Leído en la página web de Redes Cristianas

Mucho se ha hablado y escrito sobre el descubrimiento de América, sobre los desmanes coloniales que allí se perpetraron de manera continuada en nombre de nobles causas. Sin embargo, hubo quienes denunciaron sin pelos en la lengua aquella tropelía legalizada a manos de portugueses y castellanos, de cristianos y maleantes, que allí todos fueron mezclados en busca de riquezas y gloria, amparados en la necesaria conversión de aquellos pueblos tratados como infrahumanos.

Hubo de todo, ciertamente, pero el regusto fue de conquista con mucho salvajismo codicioso lleno de racismo. Y entre los que alzaron la voz contra los latrocinios de los compadres del rey Fernando, “El católico”, se encontraban dos dominicos: fray Bartolomé de las Casas, que escribió un alegato que pone los pelos de punta (Alianza lo sigue publicando en edición de bolsillo) y fray Antonio de Montesinos, algo menos popular, pero que se merece igualmente un gran lugar en la historia. Fue un poco antes de estas fechas navideñas de 1511, posiblemente a mediados del Adviento, cuando Montesinos pronunció su célebre discurso en la actual República Dominicana, con el título joánico de “Voz que clama en el desierto”.

Quienes fueron a escucharle, esperaban palabras de refuerzo cristiano para sus acciones sanguinarias contra los indígenas. Pero lo que se encontraron fueron preguntas como estas: ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en su tierras, mansas y pacíficas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan presos y extenuados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais se os mueren, y por mejor decir, los matáis por sacar oro cada día? ¿Es que estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?

Y así durante toda su alocución hasta anunciarles que estaban en pecado mortal. Todos se quedaron consternados pero no parece que cambiaron sus costumbres contra aquellos pueblos, tratados como si fueran animales. Cuatro años más tarde, Montesinos y De las Casas volvieron a la metrópoli española para denunciar con hechos las salvajadas y los exterminios que estaban ocurriendo en ultramar. A partir de entonces y durante muchos años, De las Casas defendería con pasión en su país los derechos de los indios incluso frente a poderosos teólogos españoles que justificaban el fin con lo injustificable.

Vaya nuestro reconocimiento a ambos religiosos, sobre todo a Montesinos, que logró al menos una conversión, que ya no se recuerda: influyó decisivamente en la de Bartolomé de las Casas, quien en un principio tomaba parte en las conquistas sanguinarias por las que recibió esclavos indígenas a su servicio así como sus bienes y tierras… hasta que escuchó a su compañero dominico, cambiando radicalmente de actitud.

Todavía estamos en fechas pascuales de Navidad. Todavía somos muchos que nos decimos cristianos, o por lo menos no contrarios al mensaje de Cristo. Y siguen las injusticias estructurales en América latina y bastante más cerca, con muchos inmigrantes víctimas directas de esta crisis tan injusta. La Buena Noticia pasa por este mundo antes de llegar al otro, y precisa de todas las personas de buena voluntad para hacer un mundo mejor, más solidario y menos esclavo, en nuestro caso del consumismo capaz de deshumanizar hasta embrutecernos, como lo estaban aquellos conquistadores esclavos de su tiempo. Tuvieron mucho mérito los dos dominicos que al final no han sido tratados por la Iglesia como se merecen los profetas, incómoda con la Teología. cuando la primicia fue de estos dos frailes. Ambos actuaron como los primeros cristianos: tuvieron muy claro el tipo de armas que debían utilizar para ser testigos de Cristo: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron darse y se hicieron vulnerables por amor a pesar de las consecuencias.

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