Gonzalo Haya: Introducción al Antiguo Testamento.
El 2020 fue declarado por el Papa como Año de la Biblia. Esto me estimuló a releerla y estudiarla con la nueva perspectiva de otras tantas lecturas de estos últimos años.
La Biblia, como los libros de otras religiones antiguas, recoge la experiencia de algunas personas profundamente espirituales sobre la realidad última que fundamenta el orden del mundo, la justicia de las relaciones humanas, y nuestra relación con esa realidad última, a la que frecuentemente denominamos Dios o Diosa.
Esas experiencias espirituales son como una luz intensa que sólo se aprecia cuando incide en algún objeto, en alguna situación humana; por eso sus relatos muestran situaciones humanas en las que descubren de alguna manera esa presencia divina, aunque la expliquen mediante leyendas míticas y con los torpes conocimientos de su época.
La teología de la liberación, que parte tenazmente de la situación concreta y actual de nuestros pueblos, no duda en iluminarla con las grandes experiencias religiosas que nos muestra la Biblia; y la más persistente de todas, es que Dios está de parte de los más desfavorecidos.
Generalmente hacemos una lectura literalista de esos relatos, aceptando sus decisiones o los conceptos y datos que ya están superados o desmentidos por la ciencia, la historia, arqueología… incluso rechazados por nuestra conciencia ética. También la teología, que se funda en esos relatos, tropieza con un posible politeísmo en los orígenes bíblicos (Elohim significa dioses; hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza Gén 1,26).
Actualmente existe un gran sentido de la autonomía humana, que rechaza la intervención de Dios en el mundo físico y en la libertad de nuestras decisiones. Sin embargo la gran lección de toda la Biblia es que Dios está siempre de parte de los débiles y actúa a su favor. ¿Cómo entender estos pasajes? ¿Cortando toda comunicación con Dios? ¿O podemos descubrir una presencia de Dios Espíritu “más íntimo que nuestra propia identidad”?
Nuestra actitud al leer el Antiguo o el Nuevo Testamento no puede ser literalista, como la del abogado que estudia el código penal o un tratado político; nosotros debemos superar la expresión cultural, tratar de descubrir la luz que inspiró ese texto, y cotejarla con la luz que despierta en nuestra conciencia. Algo así como al leer Antígona no nos quedamos en las costumbres griegas sino que apreciamos la defensa heroica de un deber de fraternidad superior a los decretos e intereses políticos de un rey. También en España se cuestionó en conciencia la ley que sancionaba a quien acogiera a un inmigrante refugiado.
Para entender los relatos del Antiguo Testamento es importante situar cada libro en las circunstancias históricas en que se redactó, teniendo en cuenta las leyendas anteriores que se recogen en esa última redacción que ha llegado hasta nosotros. Por eso es conveniente que, antes de leer cualquier libro o pasaje, consultemos la Introducción que cada edición antepone, explicando las circunstancias, el autor, la época, el género literario, y el contenido del texto.
Para una buena información sobre la progresiva y compleja formación de los textos finales, y de la situación sociopolítica en que se han redactado, tenemos el estudio completo y ameno que hace José Luis Sicre en su “Introducción al Antiguo Testamento”, con el capítulo final “Breve Historia de Israel” muy práctico para poner en orden los acontecimientos de una Historia tan convulsa.
Un estudio más reducido y esquemático puede verse en “Ciudad Biblia”, de Xabier Pikaza. También “La Biblia Traducción Interconfesional (BTI)” tiene buenas Introducciones, breves explicaciones a pie de página, y al final añade una “Cronología histórico Literaria”, que facilita el situar los libros y los acontecimientos mediante una tabla sinóptica de cuatro columnas con la Fecha, Historia General, Historia Bíblica, y la Historia Literaria. Nosotros citaremos generalmente por la traducción y las breves y valiosas introducciones de Luis Alonso Schökel.
Nosotros facilitaremos en un adjunto un cuadro simplificado para relacionar los principales libros con acontecimientos de su época, y en los próximos capítulos iremos comentando los libros agrupados por temas: la Ley, los libros históricos, proféticos, poéticos, y sapienciales.
La comprensión de estos textos nos será de gran ayuda para conocer que, más allá de nuestras creencias y prácticas religiosas, existen otras formas en que se manifiesta la experiencia mística, los orígenes de nuestra espiritualidad, y las referencias y alusiones que podemos descubrir en el Nuevo Testamento.
Pentateuco
Estamos acostumbrados a leer la Biblia como un libro unitario, que contiene la revelación progresiva de Dios al hilo de la historia del pueblo judío, con una Promesa de protección y de salvación que convertiría y acogería a todos los pueblos.
La Biblia realmente tiene cierta continuidad basada en la historia del pueblo judío, asumida por los cristianos como “historia de fe”, pero durante dos mil años de historia ha recogido leyendas, historias, leyes, poemas y proverbios, procedentes de diversos pueblos y culturas. Esta variedad de escritos hizo necesaria la definición oficial de un Canon, y de una interpretación común consensuada y aceptada.
El Pentateuco no es un libro escrito por Moisés en el siglo XIII a. C.; es una primera muestra de esta necesidad de establecer un texto y una interpretación común, que abarca desde la creación hasta la muerte de Moisés a las puertas de la Tierra Prometida.
En el siglo VI a. C, Ciro, rey de Persia, autorizó y apoyó el regreso de los judíos a Jerusalén y la reconstrucción de la ciudad; pero el pueblo que había permanecido en Jerusalén se había contagiado de las idolatrías de los pueblos vecinos. Los profetas y el Gobernador vieron la necesidad de recuperar la identidad del pueblo con la reconstrucción del Templo y la promulgación oficial de una Ley a modo de constitución (la Torá, el Pentateuco), basada en la revisión de las leyendas y leyes atribuidas a Moisés.
El Pentateuco consta de cinco libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y su redacción definitiva fue pactada entre las diversas tendencias que se habían ido produciendo: Yavista y Elohísta (s. X y IX), que aportaron las leyendas sobre los Patriarcas, la salida de Egipto, y la teofanía del Sinaí (siglos X-VIII a. C); Deuteronomista (s. VII-VI), centrada en Jerusalén y con el aporte de los primeros profetas; y finalmente la Sacerdotal (s. V), centrada en el Templo. Leer más…
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