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Me escuchas

Jueves, 13 de agosto de 2020
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Cuando estaba en angustia

Tú me hiciste ensanchar.

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Salmo 4,2

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

“Lo inexorable de la angustia”, por Bruno Álvarez.

Sábado, 10 de junio de 2017
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angustiaMe paseo solo, en esta tarde lluviosa, escuchando la borrasca golpear el escaparate de los locales de mi ciudad. Una ola de angustia lo invade todo, como si la vida, implacable, no fuese más que pequeñas atrocidades tras otras, como si el mundo, inclemente, no diera tregua ni perdón. Verdad de la angustia: expuestos al sufrimiento y mortales en la vida. Verdad de la muerte: la única, quizá, que corroboramos con certeza. Ya lo expresaron, en sus diferentes maneras, el Eclesiastés, el Nuevo Testamento, Epicuro –o, con más fuerza, su discípulo Lucrecio-, Cioran, Shopenhauer… Que no siempre sufrimos y que no toda muerte es una prematura realidad evidente; pero ¿quién puede escapar de ello por completo? Lo real se impone, y no nos queda más remedio que aceptarlo con resignación. Que nos podamos revelar contra el destino, maldecir, quizá, es una respuesta plausible. Los estoicos, en esto, me hacen reír. ¡Cómo vamos a aceptar, como si nada, el cáncer, el sufrimiento de los niños, las enfermedades congénitas, la decrepitud de los ancianos, el dolor atroz de nuestro cuerpo! El combate forma parte de nuestra vida. La angustia forma parte de nuestra vida. Que no pensemos en ello, abocados a la diversión o a nuestro trabajo, es una reacción lógica que nos permite soportar la vida; lo trágico sería que perdiésemos lucidez, coraje, intrepidez…La vida sabe a felicidad, decía Alain, y contiene sólo una parte de verdad. ¿Quién puede exigirle a un padre que rebose felicidad si su hijo acaba de morir? Este aparente pesimismo, que mucha gente me critica, no deja ser verdad. Basta mirar el mundo. Baste leer los diarios. Basta atravesar los hospitales. La lucidez está del lado de la angustia, y no porque la vida nos prive de la dicha, ni nos impida disfrutar de los placeres que ésta comporta, pero hacer como si lo horrendo no existiera, como si lo trágico no existiera, es tapar con absurdos ardides lo esencial de la condición humana.

De ahí que lo que más me conmueva de los Evangelios sea la crucifixión de Jesús, la agonizante tortura de un inocente que se revela, como puede, contra su destino: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” La imagen de la cruz, en las misas de mi niñez, me llenaba de terror: no podía imaginar lo que el Nazareno había sufrido en aquel suplicio inefable, en aquella muerte ignominiosa. André Comte- Sponville, refiriéndose a Jesús, nos dice que el amor vencido vale más que la maldad triunfante. Frase hermosa y elocuente, fraguada por un ateo cercano a la tradición cristiana.

La lluvia sigue azotando las calles, mientras la gente busca infructuosamente un refugio para que el agua nos les alcance. Por mi parte, tomo un café en un boliche sórdido y hojeo el índice de un libro que acabo de comprarme en mi librería preferida, al tiempo que escribo estas líneas. Escucho a una mujer elegante diciéndole a otra: “Me angustia que todo lo rico engorde o sea dañino para la salud”. Río por lo bajo y pienso que, lamentablemente, hay cosas muchas más graves por las cuales angustiarse.

Bruno Álvarez

Fuente Fe Adulta

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Dom 22. 03. 15. “Como grano/cruz de trigo… Morir dando vida”

Domingo, 22 de marzo de 2015
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sembrador van goghDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 5 cuaresma. Jn 12, 20-33. Avanza la cuaresma, y este evangelio nos sitúa ante una experiencia radical de muerte por amor, como grano de trigo…

Esta es una experiencia universal. Sólo el trigo que “entrega” su vida es fecundo: se vuelve semilla y da fruto de espigas, se transforma en alimento (pan compartido…).

Así lo supieron todas las religiones, al menos desde el tiempo del neolítico, los grandes cultos dedicados al “misterio” de la vida. Así lo ha sabido Jesús y lo ha dicho no sólo en la eucaristía, sino en la imagen de fondo de este evangelio del domingo:

‒ El mismo Jesús es el grano de trigo al que matan y entierran, asesinan y expulsan, los violentos del mundo. Pero Jesús, trigo de amor hecho “persona”, muere como semilla fecunda de vida, diciendo “éste es mi pan, comed…”.

La Cruz de Jesús, grano de trigo, es el lugar de amor más hondo. Ciertamente, le han matado los enemigos de la vida, pero él ha muerto por amor a la vida, de manera que en su muerte ha venido a revelarse la gracia creadora de Dios, a quien él llamaba Padre.

Dios es grano de trigo, Trinidad de Vida. Si él se dejara matar con los asesinados, víctima universal, por amor fecundo de vida, no sería el Padre de Jesucristo, el más pobre y pequeño, siendo así al más grande, la máxima riqueza, la Vida que triunfa en (por) la muerte.

‒ La Cruz de Jesús, grano de trigo, es la revelación (demostración, presencia) del amor del Padre, el secreto y sentido superior del Universo, aquella Realidad originaria que los creyentes descubren y veneran como Espíritu Santo.

Desde ese fondo he querido retomar algunas reflexiones anteriores y, partiendo del evangelio de Jn 12, grano de trigo, he desarrollado una sencilla meditación sobre los trece sentidos de la Cruz de Trigo, sobre el Dios que es amor concreto, encarnado y glorificado.

Imagen: Sembrador. Texto escrito el 20 3 15, día del gran eclipse de sol en el hemisferio norte.

Evangelio del domingo. El grano de trigo: Jn 12, 20 ss

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto.
El que se ama a sí mismo se pierde,
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo
se guardará para la vida eterna.
Y cuando yo sea elevado sobre la tierra
atraeré a todos hacia mí…

Esto lo decía dando a entender
la muerte de que iba a morir.

TRECE SENTIDOS DEL AMOR CRUCIFICADO Y VENCEDOR QUE ES DIOS

1. Un dios “sumo poder”, pero sin cruz, no sería Dios

Ese es un Dios “todopoderoso”, pero incapaz de amar. Como elementos distintivos suyos podernos citar la inmutabilidad, la contemplación de sí mismo y la capacidad de imponerse a los otros. Por inmutabilidad se entiende aquella autoi-suficiencia interna por la que ese Dios supera todos los cambios, los afectos, las pasiones. Lo es todo y por lo tanto nada necesita. Mirándose descubre su propia perfección y descubriéndola se goza y se complace en ella. Nada necesita, no puede amar.

Ese Dios sería como una esfera que se cierra inexorablemente sobre sí misma, apareciendo ante los hombres como un poder que les subyuga y esclaviza. Para un número considerable de nuestros contemporáneos, Dios se entiende de esa forma, como Señor egoísta que nos impone la vida (con su sufrimiento), pero sin tocar ni con un dedo la carga de dolor de la existencia humana (como dice Jesús en Mt 23).

2. El Dios de la Cruz, amor que se entrega

Frente al señor de la esfera presentan los cristianos el signo de la cruz como expresión de una vida en la que Dios se define, en antítesis respecto a lo anterior, como proceso originante de amor creador. De esa forma aparece como origen y sentido de una vida que se tiene sólo en la medida en que se regala. Es como el grano de trigo, que sólo da fruto muriendo. Si Dios no quisiera morir como grano de trigo para que nosotros vivamos, él no sería Dios, ni nosotros humanos.
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Dios aparece de esa forma como la misma unión (Comunión) de amor, que vincula al Padre con el Hijo: es el regalo del Padre que ofrece su vida al Hijo, es la confianza del Hijo que responde, es el Espíritu Santo.
Pues bien, en perspectiva humana, es decir, en este mundo concreto, si Dios es amor (si quiere seguir siendo Dios) él ha entrar en la cruz de la historia de los hombres, dejándose crucificar por la violencia de los poderosos, para así mostrarse divino, no para imponerse de un modo violento a sus “enemigos”, sino entrando como amor intenso en la misma Cruz de la Historia humana.

3. El amor en Cruz, ley suprema de todo el universo

Los cristianos confesamos que Dios expresa su misterio (se realiza) humanamente en la historia de los hombres, como han visto los profetas de Israel, pero no como un imperio más fuerte que los otros (Asiria, Babilonia, roma…), en plano de violencia, sino en gesto de amor que todo lo asume y todo lo transforma. Por eso decimos que Dios es amor, y amar es estar dispuesto a sufrir con (y por) los otros, abriendo así en ellos (con ellos) un camino de Vida.

Eso significa, en un sentido muy profundo, que en esta vida, la cruz pertenece al misterio de Dios, no como sufrimiento masoquista, sino como entrega plena, amor generoso, regalo de de vida, para que todos puedan vivir de esa manera. Dios no es la Cruz que se impone sobre los demás, no es la cruz sádica del que quiere sufrir y hacer sufrir, sino el gesto de aquel que camina a Paso de Hombre (como Dice San Juan de la Cruz), la Cruz para liberar a los crucificados, para acompañar a los que sufren, y así liberarles, iniciando un camino de resurrección.

4. Cruz, símbolo del Padre Dios que da su vida al Hijo.

Dios es Padre que sale sí mismo y que regala todo su ser al Hijo, dándose plenamente en amor (dándole su “naturaleza” divina, como dice el Credo). Ser Padre significa así ponerse en manos del mismo Hijo, ponerse en sus manos, para compartirlo todo. Dios no clausura para sí riqueza alguna, no conserva egoístamente nada. Por eso se entrega a Jesús (en Jesús), introduciendo su amor más alto en la dureza de la vida humana. Leer más…

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 22 de marzo de 2015
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si el grano de trigo muere germina y da frutoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio)

El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

                  Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo, tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

                  La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas de la misma experiencia de Jesús. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos sucesivos de su experiencia humana y religiosa.

                  En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

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