Homosexuales, el paradigma de la “maldad” al que se aferra la Iglesia católica
Antonio Gala y una reflexión sobre la Iglesia
Para muchos prelados, los gays siguen siendo sinónimo de “deficiencia”, “anormalidad”, “corrupción moral”, “patología”…
Algunos incluso los vinculan directamente con la pederastia o justifican enfermedades como “divina providencia“
Sebastián, cardenal: “El señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa, es una ayuda porque muchos casos se pueden recuperar y normalizar”
Reig Pla prologó un libro que considera la homosexualidad una “patología” que se puede “tratar” y “combatir”
Eduardo Sánchez
Enfermos, anormales, corrompedores, desordenados, aniquiladores de la humanidad, responsables de pandemias y crisis económicas, propagadores de enfermedades, pederastas… Los homosexuales siguen siendo el colectivo -como antaño fueron las mujeres- hacia el que los prelados católicos dirigen sus báculos más envenenados a la mínima oportunidad.
El último en sumarse a esta legión de sotanas homófobas es el recién nombrado cardenal Fernando Sebastián, quien sostuvo este fin de semana, en una entrevista en el diario Sur, que la homosexualidad “es una manera deficiente de manifestar la sexualidad, porque ésta tiene una estructura y un fin, que es el de la procreación”. Sebastián, de 84 años, llega a comparar la homosexualidad con la enfermedad de hipertensión que él padece. “En nuestro cuerpo tenemos muchas deficiencias. Yo tengo hipertensión, ¿me voy a enfadar porque me lo digan? […] El señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa, es una ayuda porque muchos casos de homosexualidad se pueden recuperar y normalizar con un tratamiento adecuado. No es ofensa, es estima. Cuando una persona tiene un defecto, el buen amigo es el que se lo dice”.
Parece que las palabras del Papa Francisco sobre los homosexuales –“¿quién soy yo para juzgarles?”– aún no han calado entre muchos pastores de su rebaño. Su predecesor en la silla de Pedro, Benedicto XVI, dedicó gran parte de su papado a atacar el amor entre personas del mismo sexo. De ellos dijo que van “en contra de lo que Dios ha querido originalmente”; que la homosexualidad supone “una destrucción del trabajo de Dios” o que la aprobación en algunos países del matrimonio gay socava “el porvenir mismo de la humanidad”. Su mano derecha en el Vaticano, Tarcisio Bertone, fue un paso más allá y directamente relacionó homosexualidad y abusos sexuales a menores.
Precisamente el matrimonio homosexual y los numerosos escándalos de pederastia que se van conociendo desde hace años dentro de la Iglesia Católica han sido aprovechados por curas, obispos, arzobispos y cardenales para atacar la homosexualidad.
Para obispos como el de Ávila, Jesús García Burillo, la ley aprobada en 2005 por el Gobierno de Zapatero ponía “en peligro la educación afectiva de nuestros jóvenes”; para el de Segorbe-Castellón, Casimiro López Llorente, esta reforma del Código Civil acarreaba un “notable aumento de hijos con graves perturbaciones de su personalidad” y el “desarrollo de un clima que termina con frecuencia en violencia”. El ex secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, sostuvo que esta legislación fue una “acción de satanás” -además de considerar “desordenada” la conducta homosexual-, y su jefe directo, el cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco Varela, que la norma atentaba contra la “razón humana”. Ambos encabezaron manifestaciones contra la decisión de llamar matrimonio a las uniones homosexuales y fueron muy combativos contra esta y otras políticas sociales del Ejecutivo socialista.
Pero, sin duda, el prelado que más se ha significado en los últimos años por su clara hostilidad hacia los homosexuales es el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla. En abril de 2012, aprovechó una homilía retransmitida por Televisión Española para lanzar un mensaje a aquellos que “llevados por tantas ideologías que acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo”. Reig Pla aseguraba que para comprobar esta orientación, estas personas “a veces se corrompen y se prostituyen. O van a clubes nocturnos de hombres [donde] encuentran el infierno”.
El obispo, que preside la subcomisión episcopal para la Familia, también ha defendido que muchos menores “pueden dudar de su condición e identidad sexual […] llevados por una ideología” que se imparte “en las escuelas”. No dudó tampoco en presentar el verano pasado un “manual” –Amar en la diferencia– que considera la homosexualidad una “patología” y “una gravísima vulnerabilidad, que por el bien de la persona y de su entorno debemos tratar y combatir”, según expuso el propio obispo alcalaíno en el prólogo de este libro.
La patología, la enfermedad, la contra natura… Ese es otro de los leitmotiv a los que recurre la Iglesia para atacar a los homosexuales desde la época del Nacionalcatolicismo. Durante el franquismo, desde los púlpitos, las escuelas, los medios de comunicación, incluso desde sus asientos de procuradores en Cortes, las jerarquías católicas no cejaron en su empeño de colgarle a los homosexuales la cruz de “peligrosos sociales”, “corruptores de la moral” o “desviados” a los que había que “reconducir” a través de una supuesta “rehabilitación social” que consistía en años de prisión y en ser utilizados como cobayas humanas para experimentos de afamados psiquiatras.
Desde la década de los ochenta, la Iglesia se encargó de estigmatizar a los homosexuales con el sida -hoy todavía hay quien como el arzobispo belga André-Joseph Leonard considera esta enfermedad como un “acto de justicia”-. En la actualidad, los prelados españoles suelen ser más sutiles y se mueven entre la misericordiosa “compasión” con quien “padece” la homosexualidad, como sostuvo el obispo de Segovia, Ángel Rubio, y aquellos que como su homólogo de Córdoba, Demetrio Fernández, creen que hay una conspiración de la UNESCO “para hacer homosexual a la mitad de la población mundial”. Incluso desde algunas cavernas mediáticas se podía escuchar hace pocos días cómo un sacerdote, apologista del franquismo, afirmaba públicamente que el cáncer que padece el concejal socialista Pedro Zerolo -muy activo en reconocer los derechos de los homosexuales- podía ser un “castigo de la divina providencia, que intenta ejemplarizar”. Todo muy cristiano.
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Fuente ZoomNews
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