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“Tengo un sueño”, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 8 de septiembre de 2023
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En el verano de 1963, Martin Luther King pronunció su discurso más famoso: Tengo un sueño, en el que expresaba su deseo de vivir en una sociedad sin exclusiones por razón del color de la piel. Él no ha sido el único. Ante la terrible realidad del pueblo palestino, Daniel Baremboim, director de orquesta israelí, publicó un texto en 1999 con el mismo título, haciéndose eco de un anhelo similar, referido en este caso a la injusticia contra el pueblo palestino. Él ostenta la doble nacionalidad al haber aceptado la proposición del gobierno palestino de otorgarle la nacionalidad palestina.

Ante el recrudecimiento de la presión violenta israelí de este verano, con los enfrentamientos entre palestinos y colonos judíos que dejaron casi una veintena de fallecidos, las incursiones israelíes en el norte de Cisjordania y la operación militar cruenta en Yenín, la esperanza debe ocupar espacio por el valor ético que mantiene. Baremboim ha demostrado ser un hombre de audaz, como lo fueron los judíos Simon Frankental o Amos Oz. Su sueño de paz para Oriente Medio va en la misma dirección integradora e inclusiva de M. L. King, en este caso reclamando un tratado de paz justo para ambas partes; locura para algunos, sabiduría solidaria para muchos.

En mi sueño, escribe Baremboim,  soy primer ministro de Israel. Mi batuta dirige una nueva y maravillosa sinfonía: el tratado sobre la convivencia confederativa, amistosa entre Israel y Palestina. Con esta obra creo lo que parece imposible de realizar: la igualdad de derechos de estos dos pueblos. El contenido de la obertura: Jerusalén se convierte en capital común. Este lugar santo debe, desde ahora mismo, ser patria por igual para cristianos, musulmanes y judíos.

Para el éxito del tratado que el músico propone, se tienen que dar tres condiciones: la primera, que ambas naciones se ven obligadas a trabajar juntas, cooperando para desarrollar el principio de solidaridad. En segundo lugar, ambas deben tener derecho a la militarización vigilante con vistas a su tranquilidad. Ello implicaría -en el sueño de Baremboim- la separación entre el Estado y la Iglesia en Israel, tal y como ya se da en el mundo occidental, sin que ello implique esconder el estudio de la religión. En tercer lugar, crearía un “Ministerio de la Paz” cuyo máximo responsable sería un juez, no un militar.

Su alegato parte de que “Es hora de renunciar al control de un millón y medio de palestinos” (ahora son bastantes más). Tenemos el deber de pasar página. No solo por razones morales, sino también por el futuro del judaísmo para que el Estado de Israel no se convierta en un gueto. “Es esencial que mi pueblo entienda que no se trata de hacer un favor a los palestinos, sino de evolucionar, y que los judíos no tenemos otro modo de lograrlo”. Quienes se agotan en la guerra no tendrán fuerzas para un futuro de paz. Baremboim evoca en su sueño a Ben-Gurión y Nasser, de cómo están impresionados con este sueño que ellos también se afanaron por lograr…

¿Se trata, en efecto, de un sueño?, se pregunta el brillante músico. Yo recomendaría a quienes leen estas líneas que se hagan con el texto completo publicado en La música despierta eltiempo (D. Baremboim, Acantilado, 2023.

El texto evoca esperanza de justicia y paz, y finaliza con su bellísima iniciativa junto a su amigo palestino, el politólogo Edward Said: la puesta en marcha en ese mismo año (1999) de una orquesta en la que jóvenes músicos libaneses, sirios, jordanos, judíos y palestinos tocan juntos, como si lo hubieran hecho siempre. “Intentamos desterrar la enemistad a través de la música” para que la cultura “asuma un protagonismo dinámico que permiten transformar las realidades externas al influir en la conciencia colectiva”. Una maravillosa iniciativa en busca del reconocimiento y la comprensión mutua del sufrimiento del otro.

La Orquesta West-Eastern Divan, que así la llamaron, logró interpretar música de cámara y orquestal hasta en Ramala, capital oficial de Palestina. Aquellos jóvenes, cuenta Baremboim, al coincidir en tocar juntos, aunque fuese una sola nota, no podrían en adelante mirarse el uno al otro del mismo modo que se miraban hasta entonces. Algo que, más allá de la tolerancia, busca la aceptación como la actitud decisiva en la convivencia verdadera.

Como dijo Said, “mi amigo Baremboim y yo hemos elegido este proyecto musical por razones humanitarias más que políticas”. Tenían el gran sueño de que ambos países podrían ejercer su derecho a existir y hacerlo desde la única manera posible: la aceptación mutua, que es lo que logró visualizar esta orquesta a través de sus viajes tocando música para visualizar una nueva forma de pensar Oriente Medio.

Un sueño solidario que debería repetirse en muchos lugares. Ojalá que surja pronto algo similar en el entorno de Ucrania y Rusia, maestros en la música.

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Decir algo nuevo.

Viernes, 31 de agosto de 2018
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hombre-y-tierra-seca-fondoDice Amos Oz en su estupendo libro Queridos fanáticos que “cuando un joven se acerca a la Torá el día de su baz mitzvá, no le preguntan: ‘mi dulce niño, ¿qué has aprendido hoy en el colegio?’, no le piden que recite lo que ha oído decir a los maestros ni lo que ha leído en los libros. Al contrario, le piden: ‘di algo novedoso’. Es decir, danos algo original. Tuyo. Aunque tenga un significado pequeño, secundario, marginal, pero que sea algo que exprese una reflexión a la que tú mismo hayas llegado con los textos que has estudiado. También al novio en el día de su boda en la sinagoga se le pide ‘decir algo novedoso’. Este es, al parecer, el núcleo creativo de la cultura judía, que pasa de generación en generación excepto en los periodos en que esa cultura tiende a petrificarse” (p.70).

Es que decir algo novedoso en ámbitos de fe cristiana está llegando a ser urgente, de tan rutinario y petrificado que se encuentra el lenguaje religioso. El cansancio es enorme; los fieles se saben de memoria lo tantas veces repetido; los religiosos y religiosas se duermen, literalmente, ante una exposición de la fe, del Evangelio, que se la saben de memoria antes de que el predicador despegue los labios. Un cansancio de proporciones gigantescas envuelve la propuesta religiosa. Incluso más, hay quien dice que ese discurso archirrepetido es “la sana doctrina”, lo que hay que decir, aunque el bostezo llegue a ser de proporciones cósmicas.

¿Tan difícil resulta decir algo nuevo? No nos referimos a nuevas doctrinas que se sumen al cúmulo del cansancio ya citado. Tampoco nos referimos a novedades esnobistas que saltan de rama en rama sin terminar de poner el huevo en ningún lugar, ni de dar bibliografías inacabables que nadie lee. Se trata de decir algo “tuyo”, elaborado por ti, pensado por ti, cocido en el horno de tu interior y propuesto con el brillo en los ojos de quien ha visto lo que nace y con la modestia de quien cree que, tal vez, no sirva para mucho.

Es necesario decir algo nuevo sobre este viejo cosmos en el que viajamos a velocidades increíbles. El Papa Francisco habla de una “mirada nueva” sobre lo creado, porque nuestra mirada se ha hecho vieja sin siquiera mirar con amor a lo que nos rodea. Algunos, como Francisco de Asís, lograron ver desde ese lado distinto. Por eso, su candidez sigue todavía cautivando a tantos

Se precisa decir algo nuevo sobre una sociedad envejecida no solamente en años sino en el corazón, que sucumbe a los costrones de una rutina consagrada por toda clase de protocolos. Cuando ocurre que alguien apunta a lo nuevo, por más que termine en los caminos de siempre, hay miles de cuellos y de orejas que se levantan intuyendo ahí el viento que puede hacer respirables nuestros cansinos pasos por nuestras ciudades.

Sería también buenísimo decir algo nuevo a la Iglesia, tan vieja que hay que hacer esfuerzos gigantescos para que el tinglado no se venga abajo. Algo nuevo desde una visión extrasistémica, desde una libertad que está oculta en el polvo de los siglos, desde un anhelo que, con paz, viene a decir que hay muy poco que hacer por los caminos de siempre y que los esfuerzos de tantos creyentes de buena voluntad serían más fecundos en otros horizontes, y que estos horizontes soñados no vienen de los ya conocidos, porque los de siempre no saben sino repetir y repetir lo de siempre.

Quizá el silencio puede ser algo nuevo cuando no se tiene una palabra distinta que decir. Pero es cierto que si llegas a decir algo nuevo, algo tuyo, hay una tierra sedienta que espera ansiosa esa lluvia.

Fidel Aizpurúa Donazar

 Fuente Fe Adulta

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