“Crecer como personas”, por José Carlos García Fajardo
Leído en la página web de Redes Cristianas
La clave de la vida social y de los Derechos Humanos no es el contrato individual sino el reconocimiento de que los otros también tienen esos derechos morales que anteceden a cualquier legitimación jurídica.
Amartya Sen, premio Nobel de Economía, afirma que “el desarrollo humano consiste en un proceso de expansión de las libertades reales de los individuos, de tal manera que cada ser humano esté en disposición de desarrollar su potencial como persona, de poner en práctica sus capacidades”.
Frente a las concepciones utilitaristas y economicistas que asimilan el desarrollo con el crecimiento económico, el desarrollo humano sostenible (DHS) pone el acento en dimensiones que deberían incluir: un componente económico que trate la creación de una riqueza auténtica y mejores condiciones de vida, equitativamente distribuidas; un ingrediente social medido en términos de salud, educación, vivienda y empleo; una dimensión política que abarque los derechos humanos, la libertad política y la democracia representativa; un elemento cultural que reconozca que las culturas confieren identidad y autoestima a las personas; un medio ambiente sano; el paradigma de la vida plena, referido a los sistemas y creencias simbólicas en cuanto al significado último de la vida, la historia, la realidad cósmica y las posibilidades de trascendencia.
Nosotros trabajamos por una universidad transformadora, que actúa en la promoción del DHS adaptando y transformando las tendencias de una educación más consciente de sus responsabilidades sociales en un contexto global y dinámico.
De ahí que las actividades de una Organización de la Sociedad Civil (OSC) sean inconcebibles sin una Ética que nos orienta para tomar decisiones justas y felices, en palabras de Adela Cortina. La Ética del Desarrollo ya es una disciplina académica que se pregunta ¿qué entendemos por Desarrollo? El DHS tiene unos bienes internos que se manifiestan en metas y en principios. Las metas: reconocer que no se pueden imponer a otras formas de vida porque las consideremos buenas para nosotros. No es legítimo porque el Desarrollo es una actividad que tiene que satisfacer exigencias básicas de justicia para desarrollar planes de vida sostenibles. Hay que humanizar el trabajo, empoderar a la gente para aumentar su autoestima, su esperanza y los medios de vida necesarios. De ahí que los Principios sean tres: el Desarrollo es un fin en sí mismo, no es un medio para alcanzarlo; es preciso tener en cuenta las opciones de los afectados porque su participación es indispensable para la toma de decisiones y asumir la responsabilidad porque somos responsables de una naturaleza vulnerable.
Es preciso superar nuestra tendencia a considerar mejores nuestros valores en lugar de aprender de otras culturas diferentes que nos pueden enriquecer y mejorar nuestros vínculos.
Cada uno nos hacemos personas porque otros nos reconocieron como tales. Algunas personas parecen temer a las obligaciones que confunden con los deberes, que son impuestos. Obligación proviene de ob-ligatio, cuando uno descubre que tiene un vínculo con otra persona. Cuando reconocemos el lazo o vínculo con otras personas nos sentimos obligados porque ese sentimiento brota del corazón, no hay que forzarlo. La misión de la Universidad es formar profesionales que respondan a las necesidades de los pueblos. No podemos limitarnos a transmitir conocimientos sino a compartir los saberes porque el que tiene sabiduría es el que sabe hacia donde encaminar los conocimientos.
Creemos en la universalidad del saber y de la humanidad, por eso queremos recuperar esa cultura universal y no caer en la fragmentación de los saberes que hacen a unos pueblos engreídos y a otros esclavos. De ahí, que nos hayamos comprometido en la conversión de una universidad de mercado, que genera títulos y busca fondos para subsistir, en una universidad que hace de la búsqueda de la sabiduría, de la formulación de los conocimientos y de la aplicación de las técnicas el eje de su actividad para favorecer las relaciones y la implicación en los valores de la justicia y de la solidaridad.
Esa es la responsabilidad social que no surge de firmar contratos sino de responder por otro porque uno ha descubierto el vínculo que nos une y que origina una obligación solidaria. La clave de la vida social y de los Derechos Humanos no es el contrato individual sino el reconocimiento de que los otros también tienen esos derechos morales que anteceden a cualquier legitimación jurídica. Los humanos tenemos un vínculo y por eso tenemos que recuperar el mutuo reconocimiento y no temer a las obligaciones que, en su ámbito, también tenemos con los animales y con el medio ambiente pues al fin y al cabo, formamos parte del universo.
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* José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de Historia del Pensamiento Político y Social por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @GarciafajardoJC
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