Silke Apel
Guatemala.
ECLESALIA, 04/12/20.- La pandemia ha sido un golpe bajo para la arrogancia humana. Vino sin ser invitada y no está dispuesta a irse pronto. El ser humano, explorador, conquistador, creativo; se ha visto ninguneado, con toda su ciencia y tecnología, por un virus que, según los científicos, no mide más de 67 nanómetros [1] de diámetro.
Aún no está claro, después de un año de su aparición en el mundo, cómo se propaga, qué órganos ataca, cuáles son sus síntomas específicos o cómo muta.Sin embargo, ha llevado a la humanidad a verse de frente con su insignificancia, su nulidad, su temporalidad. No hay humano inmune al virus, y por ahora, no hay dinero que pueda garantizar la vida de nadie frente a este. Al ser humano, que pensaba que tenía el control de todo, no le queda otra que aceptar que vida y muerte escapan de su dominio y que son “un asunto serio” [2].
Al mundo, que no podía parar; a los mercados que solo conocían crecer, les fue puesto un alto. Los índices de las bolsas cayeron; el consumo, supuesto motor del desarrollo, se detuvo. ¿Quién diría que las otroras multimillonarias líneas aéreas, las grandes cadenas hoteleras, las petroleras, junto con tantas otras empresas, tuvieran un colapso económico? ¿Que los grandes índices del mercado dejarían de controlar el mundo para dar paso a la espera e incertidumbre? Pareciera como si un rayo de luz divina se hubiera abierto paso entre el humo de la industria parailuminar tantas vidas que, al detenerse, descubrieron dimensiones de su ser desconocidas.
Las dificultades económicas de tantas familias obligaron a muchos a buscar refugio con sus familiares, volviendo a sus vínculos más ancestrales. Los hijos regresaron al regazo de sus madres, llorando sus pérdidas, pero honrando sus orígenes. El tráfico y la neurosis colectiva pasaron al trabajo en casa, reuniendo parejas que antes no tenían tiempo para compartir, dando ahora la oportunidad de evaluar si podían convivir.
Los hijos fueron obligados a pasar más tiempo en casa y los padres a ser creativos para compartir tiempo con ellos. Las familias recordaron los viejos juegos de mesa. Los jóvenes buscaron recetas en redes sociales para sorprender a los demás. Incluso hubo competencias en artes culinarias. Los padres desempolvaron las viejas recetas de la abuela buscando superar las novedades de las redes.
Las grandes bodas fueron canceladas y triunfó el amor, ya que los jóvenes decidieron que aún sin espectáculo, valía la pena entregarse uno al otro por el resto de sus vidas. También hubo quien descubrió que vivía con algún desconocido y decidió darse la oportunidad para conocerse a sí misma.
Muchas personas habrán tenido el tiempo de leer libros que desde tiempo atrás querían leer, meditar, pintar, escribir, hacer el jardín, contar cuentos, aprender algo nuevo online… tanto por hacer, cuando podemos decidir por nosotras mismas cómo invertir el tiempo.
LAS MUJERES ANTE LA CRISIS SANITARIA
La emergencia médica, sacó lo mejor de tantas personas comprometidas con la salud, pero su insuficiencia despertó la medicina alternativa que había sido desdeñada. De repente, tuvieron importancia las mujeres que guardaban los secretos de las plantas, las sanadoras, las chamanas, las que honran la naturaleza, las cuidadoras. Valdría la pena hacer un estudio comparativo entre la eficacia de los métodos alopáticos comparados con las terapias alternativas y naturales ya que, ante las manifestaciones tan erráticas del virus, no hay tratamiento seguro y los pueblos parecieran tener buenos resultados con tratamientos naturales y energéticos frente al virus.
Con este fuerte cambio en el orden mundial, empezó a adquirir importancia la acogida de la madre, la cocina en casa, la nutrición sana, mientras más natural y en contacto con la tierra, mejor. Empezamos a buscar la cercanía con la madre tierra, sus medicinas y terapias y nos abrimos a las fuerzas del cosmos buscando relacionarnos con la energía del universo que lo penetra todo. Y allí, abriendo nuestras conciencias, descubrimos que la muerte no es la enemiga que nos roba la vida, sino una gran hermana que puede sacar lo mejor de nosotras. Ya lo había dicho Francisco de Asís hace siglos.
También han sido esas mujeres sanadoras, quienes han acompañado a las familias que enterraron seres amados, sostuvieron sus manos, oraron, invocaron y llevaron luz, esperanza y consuelo entre tanto dolor ante la muerte repentina. Las mujeres suelen organizarse para acompañar a quienes sufren, escuchan los lamentos, acogen el dolor, llevan alimento para el cuerpo y el alma, y transmutan el sufrimiento.
Las mujeres saben honrar la vulnerabilidad y recuperar la sacramentalidad de la vida. Viven el dolor de la opresión de su género día a día y desde allí reconocen que el hombre no tiene la última palabra. Saben que la muerte, desde Jesús de Nazareth, es una buena noticia, que el Dios revelado por Jesús, no abandona al ser humano en la cruz, que la última palabra no la tiene el poder del mundo, ni la violencia, ni la muerte. Confían en Dios que levanta los huesos secos del desierto (Ez 37), saben que la muerte ha perdido su aguijón (1 Cor 15,55ss), que es ganancia (Flp 1,21) y llenas de fe, llevan amor y esperanza a los hogares sufrientes.
LA OPORTUNIDAD
Resulta que este ínfimo virus trae un mensaje: ha venido a subvertir el orden mundial. Ha venido a cambiar las estructuras y los valores de las cosas, ha desafiado a las fuerzas ostentosas y la dominación, haciendo surgir la necesidad del cuidado del otro, la acogida y el amorsororales. Se reveló la urgente necesidad de la solidaridad, del cuidado por los otros, la responsabilidad social, la dependencia mutua; tal como muy bien lo ha expuesto el papa Francisco en su encíclica Fratelli tuti; y que todos los grandes místicos de todas las religiones no han cesado de repetir por milenos.
Nos enseñó lo absurdo de la competencia, del afán de tener y poseer, y la necesidad de construir sociedades más solidarias y fraternas, donde nos importen nuestros vecinos como seres humanos, hermanas y hermanos todos. Donde dejemos de construir muros para defender nuestras posesiones de las personas desposeídas. Ya que este virus ¡se salta los muros! Debe preocuparnos que las y los más pobres entre los pobres estén libres del virus. Mientras alguien tenga el virus ¡todas las personas estamos en riesgo! No había sido así con el hambre, la pobreza, la esclavitud, la migración… Siempre hubo palacetes donde, quien podía, se refugiaba de lo que incomoda. No es así con este implacable virus, que no respeta condición social, económica ni nada, ha sido el bicho más democrático del último siglo.
Pareciera ser que la Madre Tierra nos ofrece un año de gracia, una nueva oportunidad para recrearnos como humanidad, un año sabático según la tradición bíblica: cada siete años, se perdonaban las deudas, los esclavos eran dejados en libertad, los campos quedaban sin cultivar y sus frutos espontáneos quedaban para los pobres (Ex 21, 2-6; 23, 10-13; Dt 15, 1-18; Lv 25, 1-7.20-22) [3]. El Covid 19 ha revelado que los sistemas ideológicos construidos por los hombres son insostenibles ya que, han creado mayores brechas entre los habitantes. El consumismo, al final, nos consume a nosotros mismos; el patriarcado, con su idea de conquista y dominio, no puede hacer nada frente a este ínfimo virus, tampoco el más robusto sistema económico de mercado puede comprar un minuto de vida a un enfermo, o dar fuerza a un médico exhausto.
Abrazando el dolor y la muerte, con fe en que la vida tiene sentido más allá de nuestro espacio temporal, podemos reconocer este tiempo como un extraordinario tiempo de gracia ofrecido a la humanidad, tiempo de vuelta al interior, de vincularnos con nuestras entrañas y descubrir nuestra relación con toda la creación. El dolor y la muerte, tal y como lo han enseñado todas las tradiciones religiosas, son parte de la vida misma. Traen un nuevo amanecer, redimensionan la vida descubriendo lo que en realidad importa.
¿No ha sido el ser humano y su avaricia un virus implacable para el mundo y su diversidad de vida?
Al final de cuentas, lo que en lo más íntimo de nuestro ser buscamos, es volver al regazo de la Madre Tierra, queacoge incondicionalmente, transmuta nuestra energía y nos hace eternos. Sin lugar a dudas, esto es un gran mensaje del Covid 19: si escuchamos, podemos reconocer esta época comoun tiempo de gracia para redescubrir lo importante, reconocer que necesariamente estamos todas/os en un mismo barco y nos necesitamos unos/as a otras/os, es una invitación a construir una nueva humanidad.Todas y todos somo hermanas/os como lo dijo el jefe Seattle [4]: hijos de la tierra, los ríos son su sangre y ella no se puede poseer (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
[1] https://www.lasexta.com/el-muro/deborah-garcia/coronavirus-tamano-importa_202009025f4f68e6d546fc000174af5d.html; consultado 02/11/2020.
[2] Sutra del final del día:“Desde lo más profundo del corazón os digo a todos: Vida y muerte son un asunto serio. Todo pasa deprisa; estad todos muy vigilantes. Nadie sea descuidado. Nadie olvidadizo”.
[3] Diccionario de términos religiosos y afines; Editorial Verbo Divino, Madrid 1996.
[4] Cf. Carta del Jefe Seattle al presidente norteamericano Franklyn Pierce, 1854.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Espiritualidad
Amanecer, COVID-19
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