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Emotiva carta de una madre a su hijo transexual

Viernes, 2 de mayo de 2014
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transfobiaHoy, uno de nuestros lectores nos ha enviado una pista que me nos ha hecho echar la vista atrás, recordar y no olvidar el sufrimiento, lamentablemente, cotidiano de muchos y muchas transexuales o transgéneros. La historia de Aimar un joven que no consiguió vencer la depresión que se apoderó de él.

Muchos gays y lesbianas, en ese proceso de comprendernos a nosotros mismos, de romper barreras mentales, estereotipos sociales… pasamos épocas más flojas. Algunos salimos adelante más fuerte. El caso de los transexuales tienen que rompar más barreras y luchar más incluso. Es triste pensar que la historia de Aimar es la historia de muchos jóvenes trans. Aimar tenía el apoyo de su entorno, de su familia, del deporte… pero no fue suficiente.

Estamos más que acosumbrados a leer cartas en inglés, de padres a hijos, abuelos a nietos… hoy os recomiendo dedicar unos minutos a leer esta preciosa carta de una madre a su hijo, aunque tiene ya unos años. Una carta de despedida. Una carta para normalizar la situación de personas transgénero. Una carta para que no olvidemos las historias que no siempre tienen un final feliz.

AMAIA-AIMAR, VIVIRAS EN MI PARA SIEMPRE
IKUSTEZINA IKUSTEN IKASTEN, 2008-02-02 # AMAIA-AIMARREN AMA

Me han pedido que cuente brevemente el entorno en el que ha vivido Amaia-Aimar, mi hija, (o) mi hijo transexual, que se suicidó en el mes de abril de 2007.

Su gestación y nacimiento no fueron casuales, sino de verdad deseadas y queridas. En una familia en la que había ya dos chicos, fue una niña my bien recibida y celebrada. Creció alegre y feliz, tal y como escribe en sus diarios, hasta que le bajó la regla y ahí comenzaron sus problemas de identidad de género.

Yo ya sabía que mi niña era muy masculina en cuanto a gustos, pero era una peculiaridad que llevábamos bien. Le gustaba mucho el deporte, jugar a fútbol, judo, correr, escalar, deportes de riesgo… Nunca soñé que fuera mi princesita, pero esperaba que con el tiempo su aspecto ya cambiaría a un poco más femenino. Hasta que a la edad de 19 años me comunicó su condición de transexual. Es decir, era un chico en el cuerpo de una chica.

Hasta ese momento, por ignorancia, la transexualidad me sonaba a travestismo, a frivolidad, a farándula, a morbo… Era una cosa de películas, o muy lejana, no algo que se te va a presentar en tu propia casa.

Cuando me lo dijo, el primer momento fue duro. Me eché a llorar. Lloramos juntas. Se me vino a la cabeza la imagen de mi hija con barba. La mujer barbuda. No la veía como un hombre. Me fui de un salto al final del proceso, del cambio y me asusté.

Me asusté por ello, por todo lo que se le venía encima.

Lo siguiente que pensé fue que no me tenía que importar nada lo que dijera la gente. Ese mismo día se lo dijimos a su padre y sus dos hermanos. Todos lo encajamos con preocupación, pero sin dramatizar. Esto era lo que había. Ahora empezaba el aprendizaje, el estudio y comprensión de lo que le sucedía a nuestra hija.

Año y medio de consultas de psicológos nos pusieron a las puertas del cambio físico, es decir, del tratamiento hormonal y ahí le asaltaron los miedos y las dudas, complicadas con problemas personales que le surgieron en su mudanza a Bilbao, donde estudiaba ingeniería de Minas.

Pero también, y, como contrapunto a esto, tuvo experiencias positivas. Empezó a hacer judo en un gimnasio en el que se presentó como Aimar y donde pidió no compartir vestuario de las chicas, porque no era el suyo, ni el de los chicos, porque su físico aún no se lo permitía. Con toda naturalidad, le ofrecieron un cuartito para él, donde poderse cambiar. Este era un gimnasio normal, para gente muy normal y era uno de esos espacios en los que se aprende que en este mundo hay sitio para todos y que la aceptación de la diversidad nos enriquece a todos. Para mi fue un motivo de alegría lo muy a gusto que se sintió siempre allí. Era su deporte favorito y era gente que le aceptaba.

En esta etapa empieza a exigir en casa que le tratáramos como lo que era y que le llamáramos Aimar. Nos costaba mucho, pues a pesar de su aire andrógino (y aquí os diré que ya desde muy pequeño le encantaba que la tomaran por un chico), por encima de un aspecto a veces equívoco, para nosotros había sido Amaia durante casi veinte años. Entre sus amigas hacia tiempo que le llamaban Moio, haciendo el juego de masculinizar su nombre.

Fue toda esta lucha interior que desembocó en un estado depresivo, lo que hizo que se le fuera la vida de entre las manos. Se nos fue como un ángel, volando. Y nos dejó atónitos, consternados, apenados… No hay palabras para describir el dolor de esa herida que saber que podrá cicatrizar, pero que siempre va a estar ahí.

Doy gracias a la vida por haberla parido, criado y disfrutado y por todo lo que he aprendido con ellla y con él. Siempre reivindicaba su normalidad. Cuántas veces me decía “Ama, ni normala naiz”. Ya lo creo que si, era un ser lleno de dignidad, de sensibilidad y de valores, como bien vimos en sus 21 años de vida.

Nos ha enseñado tanto, nos ha dejado tanto… Le gustaba escribir y lo hacía habitualmente. Escribió desde los 12 años hasta sus últimos minutos. A las doce menos cuarto del mediodía estaba escribiendo en la roca desde la que se tiró a las doce en punto. Escribió para agradecer toda la ayuda que había recibido, y que, a pesar de todo, no le sirvió.

De lo mucho que nos enseñó, me quedo con su mensaje de normalidad. De ella, de él, aprendimos que la transexualidad no tiene nada que ver con el folklore, que solo es una variante más de la naturaleza, que no es una tara, ni un equívoco, ni una desviación. No es un fallo, pero conlleva un proceso interior difícil. La biología hace pruebas constantemente, y de esos intentos surgen los frutos más variados. Lo que si falla a veces, es la aceptación de lo que choca con las normas sociales impuestas desde mentalidades y moralidades estrechas, casi siempre interesadas en el dominio y el control de cualquiera que puede atacar lo establecido como “normal”.

Y qué más puedo decir yo de mi niña-niño. Que le quiero mucho, que estoy muy orgullosa de todo lo que fue y de lo que es aún para nosotros. Que nos ha dejado tanta huella y tantos recuerdos estupendos… Yo siempre le decía que el que siembra recoge. Pero, a veces, estando la cosecha ya a punto, viene un temporal o una granizada, y arrasa con todo. Y, entonces, vuelta a empezar.

Vivirá en mí para siempre, como el mejor regalo que me ha dado la vida, igual que mis otros dos hijos.

Amaia-Aimar gure bihotzean zaude, nere barruan beti-betirako, zure hasieran bezala laztana.
( Amaia-Aimar estas en nuestros corazones, en mi interior para siempre, como en tu comienzo, cariño ) “

Fuente Bollo con Leche: Carta de una madre a su hijo transexual muerto, vía AmbienteG

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