Frédéric Martel: “La homofobia de la Iglesia se explica por el alto nivel de homosexualidad en el clero”
No me ha gustado ni el tono, ni el tufillo homófobo que desprende…
Prólogo de ‘Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano’ (Roca)
“El Papa vive en Sodoma, amenazado, atacado desde todos los flancos, criticado (…) Francisco está entre las Locas”
(Frédéric Martel, prólogo de ‘Sodoma’, Ediciones Roca).- -Ese es de la parroquia -me susurra al oído el prelado, con voz de conspirador.
El primero en usar esta expresión codificada delante de mí es un arzobispo de la curia romana.
-Es muy practicante, ¿sabe? Es de la parroquia -insiste en voz baja, hablándome de las costumbres de un famoso cardenal del Vaticano, antiguo «ministro» de Juan Pablo II, al que ambos conocemos bien. Y añade-: ¡Y si le cuento lo que sé no me creería!
Por supuesto, lo contó.
En el libro nos cruzaremos varias veces con este arzobispo, el primero de una larga serie de sacerdotes que me han descrito una realidad que yo me maliciaba, aunque muchos la considerarán pura invención, una fábula.
-El problema es que, si dices la verdad sobre el armario y las amistades especiales del Vaticano, nadie te creerá. Dirán que te lo has inventado. Porque aquí la realidad supera la ficción -me dijo un franciscano que también trabaja y vive dentro del Vaticano desde hace más de treinta años.
Pese a todo, fueron muchos los que me describieron este armario. A algunos les preocupaba lo que yo pudiera descubrir. Otros me revelaron los secretos cuchicheando, para, a renglón seguido, contarme los escándalos en voz alta. Otros, por último, tenían la lengua muy suelta, demasiado suelta, como si hubieran estado esperando muchos años para romper su silencio. Unos cuarenta cardenales y cientos de obispos, monsignori, sacerdotes y nuncios (los embajadores del papa) aceptaron contarme cosas. Entre ellos, los que habían asumido su homosexualidad, presentes a diario en el Vaticano, me abrieron las puertas de su mundo de iniciados.
¿Secretos a voces? ¿Rumores? ¿Bulos? Yo soy como santo Tomás: para creer necesito comprobar. Por eso he tenido que hacer muchas indagaciones y vivir inmerso en la Iglesia. Pasé en Roma una semana de cada mes, incluso me alojé con regularidad dentro del Vaticano gracias a la hospitalidad de altos prelados que, a veces, también se revelaban como «de la parroquia». Además viajé por el mundo, fui a más de treinta países, conocí los cleros de Latinoamérica, Estados Unidos y Oriente Medio para reunir más de un millar de testimonios. Durante esta larga investigación pasé unas 150 noches al año investigando lejos de mi casa, lejos de París.
Durante estos cuatro años de indagaciones nunca disimulé mi condición de escritor, periodista e investigador cuando pedía entrevistas a los cardenales y sacerdotes, que a veces se negaron. En todas estas reuniones me presentaba con mi verdadero nombre, y a mis interlocutores les bastaba con hacer una simple búsqueda en Google, Wikipedia, Facebook o Twitter para conocer los detalles de mi historial de escritor y reportero de prestigio. Muchas veces estos prelados, pequeños y grandes, me tiraron los tejos solapadamente, y algunos con muy poco disimulo, de forma activa o intensa. ¡Gajes del oficio!
¿Por qué quienes estaban acostumbrados a callar aceptaron romper la omertà? Es uno de los misterios de este libro y su razón de ser.
Lo que contaron fue un tabú durante mucho tiempo. Un libro como este difícilmente habría podido publicarse hace veinte años, ni siquiera hace diez. Los caminos del Señor han permanecido durante mucho tiempo, diría yo, impenetrables. Hoy lo son menos, porque la dimisión de Benedicto XVI y la voluntad reformista del papa Francisco han ayudado a liberar la palabra. Las redes sociales, la audacia creciente de la prensa, la infinidad de escándalos eclesiásticos «de comportamiento» han hecho posible, y necesario, revelar hoy este secreto. Este libro, por tanto, no trata de la Iglesia en su conjunto, sino de un tipo muy especial de comunidad gay; cuenta la historia del componente mayoritario del colegio cardenalicio y del Vaticano.
Muchos cardenales y prelados que ofician en la curia romana, la mayoría de los que se reúnen en cónclave bajo los frescos de la capilla Sixtina pintados por Miguel Ángel -una de las escenas más grandiosas de la cultura gay, repleta de cuerpos viriles- rodeados de los ignudi, esos robustos efebos desnudos, comparten las mismas «inclinaciones». Todos tienen un «aire de familia». Con una alusión muy disco queen, un cura me susurró: «We are family!».
La mayoría de los monsignori que tomaron la palabra en el balcón de la Logia de San Pedro entre el pontificado de Pablo VI y el de Francisco para anunciar tristemente la muerte del papa o exclamar, con franca alegría, «Habemus papam!» tienen un secreto en común. È bianca!
Ya se trate de «practicantes», «homófilos», «iniciados», «unstraights», «mundanos», «versátiles», «questioning», «closeted» o simplemente personas que permanecen «dentro del armario», el mundo que descubro, con sus cincuenta matices de homosexualidad, supera el entendimiento. La historia íntima de estos hombres que se muestran tan piadosos en público y llevan otra vida, bien distinta, en privado es una madeja difícil de desovillar. Puede que nunca las apariencias de una institución hayan sido tan engañosas, como lo son también las profesiones de fe sobre el celibato y los votos de castidad, que esconden una realidad muy diferente.
El secreto mejor guardado del Vaticano no es un secreto para el papa Francisco. Él conoce a su «parroquia». En cuanto llegó a Roma comprendió que tenía que vérselas con una corporación fuera de lo común en su género que no se limita, como se ha creído durante mucho tiempo, a unas cuantas ovejas descarriadas. Es todo un sistema, y un rebaño muy numeroso. ¿Cuántos son? Eso da igual. Baste con decir que representan a la gran mayoría.
Al principio, por supuesto, el papa quedó impresionado por la amplitud de esa «colonia deslenguada», por las «cualidades seductoras» y los «defectos insoportables», que menciona el escritor francés Marcel Proust en su célebre Sodoma y Gomorra. Pero lo que a Francisco le resulta insoportable no es tanto que la homofilia esté tan extendida como la hipocresía desbocada de quienes predican una moral mezquina y tienen un amante, o aventuras y que a veces frecuentan a prostitutos de lujo. Por eso el papa fustiga sin descanso a los falsos devotos, a los puritanos farisaicos, a los santurrones. Francisco ha denunciado a menudo esta duplicidad, esta esquizofrenia, en sus homilías matinales de Santa Marta. Sus palabras podrían muy bien aparecer como cita liminar al principio de este libro: «Detrás de la rigidez hay siempre algo escondido; en muchos casos una doble vida».
¿Doble vida? Lo dijo… y el testigo, esta vez, no es cualquiera. Francisco ha repetido a menudo estas críticas que apuntan a la curia romana: ha señalado a los «hipócritas» que llevan «vidas ocultas y con frecuencia disolutas», a quienes «maquillan el alma y viven del maquillaje», que la «mentira» erigida en sistema «hace mucho daño, la hipocresía hace mucho daño: es una forma de vivir». ¡Haz lo que digo, no lo que hago! Leer más…
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