Retomamos este artículo de 2015, de Carmen Herrero, Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Estrasburgo (Francia).
ECLESALIA.- 30/12/15.- El final el año es un tiempo importante para la acción de gracias, para agradecer a Dios, nuestro Padre, por todo cuanto hemos recibido, ya que todo don procede de Él. La gratitud a Dios y a los hermanos es la nobleza más profunda del ser humano. Quien no es agradecido, es como si una parte de su existencia quedase muerta, sin vida. Por algo, la palabra “gracias”, es una de las primeras que se nos enseña en nuestra infancia. Del agradecimiento nace la alegría, el júbilo. Quienes son agradecidos, en general, son personas alegres, que viven gozosas; porque la persona agradecida vive desde la sencillez y reconoce los dones recibidos; y también reconocen los valores de los hermanos, de los cuales se alegra y los hace propios.
¡Tenemos tanto que agradecer a Dios! Al finalizar el año, pararnos un momento es esencial; una necesidad interior para, desde el silencio orante, hacer memoria de los dones, gracias y bendiciones recibidas. Y por todo ello queremos simplemente decir: ¡Gracias, Padre! San Pablo insiste en sus cartas que seamos agradecidos. “Sed agradecidos” (Col. 3,15). “Dad gracias en todo momento” (1 Tesalonicenses 5,18). Y Jesús, da gracias al Padre constantemente: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado” (Jn 11, 41).
Nosotros, creatura amadas de Dios, queremos dar gracias por el don de la vida, el don del bautismo, el cual nos confiere la gracia de ser hijos de Dios, miembros de una misma Iglesia y hermanos en Cristo, más aún hermanos de todos.
Gracias por el don de la fe, sin la cual la vida carece de sentido; porque todo es diferente cuando se vive desde la fe. A la fe se une la esperanza y el amor, los tres “pilares” que dan consistencia, seguridad y estabilidad a nuestra vida cristiana, a nuestra vida humana y espiritual. Cuando alguno de estos “pilares” falta, nuestra vida se tambalea y se desestabiliza, porque le falta el verdadero cimiento que es la vida teologal. Gracias sean dadas al Espíritu Santo que en el bautismo nos infunde estas tres virtudes teologales.
Gracias sean dadas al Creador, porque todos los humanos somos iguales, seres creados por amor y para el amor. Esta realidad es la que debe de unirnos y ayudarnos a crear la fraternidad universal; por encima de las diferentes profesiones de fe y modos de vida. Gracias sean dadas a Creador por tantos hombres y mujeres que luchan y dan su vida para que la fraternidad universal sea una realidad en el aquí y ahora.
Gracias por el don de la familia, la primera escuela y maestra que nos va educando en los valores humanos y cristianos; enseñándonos a caminar en la vida, desde el amor, la responsabilidad, el respeto a los demás, la tolerancia, bondad y la libertad.
Gracias porque por encima de las religiones está el Dios que nos ama, nos salva y nos atrae sin cesar a él y a vivir los valores que él mismo ha inculcado en nuestro corazón: el amor, la misericordia, la compasión.
Gracias por el don de la amistad, por las personas que a lo largo y ancho de nuestro camino, se van entrecruzando en nuestra vida; personas tan distintas, unas de otras, como maravillosas; las cuales nos ayudan a caminar con ilusión renovada y gozo en el corazón. La primera y principal amistad es la de Jesús: “A vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15), Jesús nos ofrece sinceramente su amistad; y de esta amistad con Jesús nace y crece toda amistad.
¡Y cómo no agradecer al Padre el don de su propio Hijo! “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y al Hijo, Jesús, que nos revela la ternura del Padre, y se entrega por amor, para salvarnos y llevarnos al Padre; ¡cómo no estar eternamente agradecidos por su entrega incondicional al plan de Dios para hacernos hijos en el Hijo e invitándonos a vivir en relación de intimidad con la Trinidad! Misterios que nos superar, y solamente podemos decir: ¡Gracias!
María, la madre de Jesús y nuestra madre, cantó su magníficat, su acción de gracias por las maravillas que Dios hizo en ella y con ella. Con María atrévete, tú también, a cantar las maravillas que Dios ha hecho en tu vida, nadie como tú las conoce. Sé sencillo, humilde y pequeño y reconoce los dones y gracias que Dios te ha dado. Atrévete a cantar tu propio magníficat, tu acción de gracias a Dios.
Vivir la acción de gracias al Padre en el Hijo por el Espíritu, significa vivir la vida en plenitud. Salir de tu pequeño mundo individualista egoísta, para abrazar con ternura la humanidad toda entera, así como nosotros somos abrazados por la Santísima Trinidad.
Dios, y Creador de todo y todos, al terminar este año 2015 queremos decirte Gracias: gracias por lo que somos y por lo que estamos llamados a ser, por cuantos dones nos has regalado y nos sigue regalando; gracias también por todo cuanto nos ha hecho gozar y sufrir; por aquello que no hemos comprendido y que queda envuelto en el misterio. También nos atrevemos a darte gracias por nuestras faltas, errores, omisiones, debilidades y hasta por nuestros pecados. Ellos nos muestran la realidad de nuestro ser de creaturas, seres imperfectos que estamos en camino hacia la perfección, hacia la santidad. Reconocemos que necesitados de tu perdón y salvación. Padre, bondad y misericordia ¡GRACIAS! Y en este año de la Misericordia, como hijos pródigos, nos dejamos estrechar entre tus brazos, poner el anillo, zapatos nuevos, el traje de gala, para festeja tu ternura y permanecer siempre en el hogar, en la intimidad de Hijos
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Espiritualidad
Agradecimiento, Alegría, Amor, Esperanza, Fe, Vida
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