“Que nadie vaya por ahí diciendo que ‘mis hijos son míos y los adoctrino como quiero'”, por José María Castillo
De su blog Teología sin censura:
“Una cosa es ‘educar’ y otra cosa es ‘adoctrinar'”
“La religión tiene una particularidad que no la suelen tener las demás asignaturas. No es lo mismo ‘enseñar’ matemáticas o geografía que ‘adoctrinar’ a los alumnos en una determinada religión”
“Es importante saber (y tener siempre en cuenta) que la religión – con todo lo que la religión implica – se puede (incluso se suele) falsificar con más frecuencia de lo que imaginamos”
“Seamos ciudadanos honrados y honestos. Si lo somos, no perderemos el tiempo discutiendo si tengo o no tengo derecho a hacer con mis hijos lo que a mí me gusta, me conviene o me interesa”
No es lo mismo enseñar la “asignatura de religión” que utilizar la escuela para transmitir unas determinadas “creencias religiosas”. Porque la religión tiene una particularidad que no la suelen tener las demás asignaturas que se enseñan a los niños y jóvenes en las escuelas y colegios. No es lo mismo “enseñar” matemáticas o geografía, pongo por caso, que “adoctrinar” a los alumnos en una determinada religión.
Las matemáticas son “conocimientos”, que no tienen por qué condicionar la vida y la conducta del que aprende los números y su importancia en la vida y la cultura. La religión se basa en unas “creencias”, que (si se enseñan como tiene que ser) cada cual las acepta o las rechaza libremente. No olvidemos que las creencias religiosas, si se aceptan libremente, condicionan o modifican la vida del creyente.
Otra cosa es, si lo que se enseña, en la clase de religión, es explicar el “hecho religioso”, en la historia de la humanidad, en la cultura de los pueblos y en los beneficios o peligros que ese hecho suele aportar (o puede tener) para los individuos y para la sociedad. Es evidente que el “hecho religioso” ha sido – y en gran medida sigue siendo – un fenómeno de notable importancia en la vida y la cultura de los pueblos y de la sociedad en general.
Por otra parte, es importante saber (y tener siempre en cuenta) que la religión – con todo lo que la religión implica – se puede (incluso se suele) falsificar con más frecuencia de lo que imaginamos. Por eso me gusta recordar lo que recientemente ha escrito el profesor Thomas Ruster, de la universidad de Dortmund.
Refiriéndose a lo que pasó en Alemania, en la segunda guerra mundial, nos recuerda Ruster que “el holocausto se produjo dentro de una cultura conformada por el cristianismo. No solo los campos de concentración estaban ubicados cerca de museos, auditorios y bibliotecas, no solo quienes planearon y ejecutaron el exterminio leían a Goethe y a Schiller, sino que la mayoría de aquellos facinerosos habían recibido durante años clases de religión cristiana, asistían con frecuencia al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales.
Existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió. No hubo una protesta, una resistencia general de los cristianos en Alemania cuando Auschwitz se hizo vivible, ni cuando se fue conociendo más y más lo que allí sucedía… Se enseñó, entendió y vivió la fe en el Dios de los cristianos olvidando la comunión de estos con el pueblo de la alianza” (El Dios falsificado, Sígueme, 2011, p.32-33).
Y para terminar, que nadie me venga diciendo que “mis hijos son míos”. Y, en consecuencia, yo los educo como yo quiero. Por favor, que nadie vaya por ahí, diciendo que “mis hijos son míos”. Y, en consecuencia, yo lo adoctrino como quiero y como me parece. Una cosa es “educar” y otra cosa es “adoctrinar”.
Educar es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales o morales, mientras que adoctrinar es inculcar determinadas ideas o creencias. Lo padres deben educar a sus hijos, por supuesto. Y deben adoctrinarlos en los criterios determinantes de la vida honesta y honrada. Pero no olvidemos que uno de esos criterios debe ser el de la libertad, para ir por la vida siendo personas honradas y coherentes. Teniendo presente que, cuando la religión no está falsificada, las creencias religiosas ayudan poderosamente a vivir siempre en la honradez y la honestidad.
Por eso, me atrevo a pedirle a todo el mundo: seamos ciudadanos honrados y honestos. Si lo somos, no perderemos el tiempo discutiendo si tengo o no tengo derecho a hacer con mis hijos lo que mí me gusta, me conviene o me interesa.
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