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Carta de una sobreviviente de abusos: “No puedo seguir viviendo en este espiral de culpa, rabia y odio”

Jueves, 18 de enero de 2018
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abuso-infantil-3“Nos convencieron de que merecíamos lo que nos pasaba: ¡Necesito reparación!”

Ser una sobreviviente de Abuso SexuaI Infantil (ASI) es una experiencia que se incrusta hasta lo más profundo del ser. Y cuando el daño te lo causa alguien de tu familia, como me sucedió, la vida entera se trastoca y se ve afectada”

(Una Sobreviviente de Abuso Sexual Infantil, Chile).- “Vamos, decime, contame, todo lo que a vos te está pasando ahora, porque si no cuando está el alma sola llora. Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que adentro algo se muera. Hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera, para que adentro nazcan cosas nuevas” (Mercedes Sosa)

Escribo estas líneas intentando hacer palabra mi historia. Lo hago como punto de inflexión en mi proceso personal de sanación, tratando de vivir con valentía y fuerza. A días de la visita de nuestro hermano, el Papa Francisco, y en medio de la crisis profunda de nuestra Iglesia, me atrevo a expresar mi voz. Voz que fue acallada por muchos años. Voz que clama por salir y derribar los muros construidos a mi alrededor.

Después de un profundo discernimiento y de escuchar a mi corazón, entendido como aquel lugar en que habita Dios, doy este paso. Y espero que sirva no sólo a mi propio camino, sino al de todos quienes han sufrido y siguen sufriendo.

Les pido que puedan acoger esta carta y examinarla con los ojos del alma…

* Ser una sobreviviente de Abuso SexuaI Infantil (ASI) es una experiencia que se incrusta hasta lo más profundo del ser. Y cuando el daño te lo causa alguien de tu familia, como me sucedió, la vida entera se trastoca y se ve afectada.

Hay días en que todo se vuelve oscuro y la esperanza se hace escurridiza, en que los recuerdos producen un sufrimiento desgarrador y que parece no acabar. Hay días en que es difícil encontrar la fuerza para seguir viviendo. La reparación de la propia historia e imagen es una ardua tarea. Ha sido muy doloroso y lo seguirá siendo. Las huellas de tan aberrante vivencia no desaparecerán, por más que quiero. Siempre llevaré esta marca conmigo. Tomar conciencia de lo que padecí es algo que aún me sigue destrozando por dentro.

Ya no puedo seguir viviendo en este espiral de culpa, rabia y odio; donde tantos episodios siguen llenando cada espacio vital. No quiero que mi abusador siga presente en todo lo que hago y soy. No quiero que siga ganando.

Hay demasiados niños, niñas y adolescentes que han debido pasar por el calvario y el sinsentido de la violencia sexual. Muchos que fuimos obligados a callar. A los que nos convencieron que era nuestra culpa, que nadie nos creería. A los que nos convencieron que merecíamos lo que nos pasaba.

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¡Necesito reparación! Mi alma está dispuesta a emprender el arduo sendero de “romper el silencio”, así como otras personas valientes lo han hecho. Aun no soy capaz para enfrentar mi verdad al 100%, así que escribo estas líneas desde el anonimato.

Pero no por cobardía o temor, sino por una lucidez que me indica que debo ir poco a poco. Este paso se convertirá en el más grande que he dado. Ustedes serán testigo de ello: ¡de transitar de la oscuridad de la opresión a la esperanza de romper, algún día, las cadenas que me atan a una vida llena de abuso, violencia y desamparo!

Deseo que comprendan que más que mi nombre, lo que importa es lo profundo y verdadero de mi historia que, lamentablemente, es la historia de muchos. Es una terrible realidad y debemos tomar conciencia de ella.

Las preguntas se agolpan en mi interior. ¿Por qué? ¿Por qué quien debía cuidarme y entregarme amor, fue capaz de dañarme así? ¿Dónde estabas, Dios mío? ¿Por qué tuve que sufrir una experiencia tan horrible y destructiva? ¿Por qué?

No hay respuesta humana a esas interrogantes. Frente a las atrocidades que padecí desde mi infancia, el sentimiento de desamparo es muy fuerte. Me he sentido profundamente abandonada. Una y otra vez he chocado contra el mismo muro. Los abusadores se encargan de convencer a sus víctimas de que son culpables de lo que vivieron. En mi caso, por años he vivido convencida de esa “verdad”. Espero que algún día pueda borrar el peso terrible de una culpa que no me pertenece.

El daño que padecí y cuyas consecuencias se arrastran hasta el día de hoy, hace que dude de todo: de mi fe y mi relación con Dios ¿Dónde estuviste, Señor? ¿Escuchaste mi grito de angustia? ¿Enjugaste las lágrimas de las incontables noches en que él me ultrajó? Dudo de mi propia bondad. Dudo de los demás ¿Me dañarán? ¿Me creerán?

* Y mientras me esfuerzo por sanar mi propia historia, pongo mi mirada en nuestra Iglesia…

Quizás se pregunten que tiene que ver esto con mi vida. Pues, mucho. Desde mi propia experiencia y en este paso de comenzar a correr el velo del silencio impuesto por mi abusador, se entrelaza sí o sí mi vivencia de fe y comunidad.

Para una persona que ha sufrido abuso sexual es doblemente doloroso el momento que nos encontramos viviendo. Y si veo algo que según mi conciencia no está acorde al Evangelio del Amor, soy parte de aquellos que no quieren permanecer impávidos y que desean construir una Iglesia más fraterna… “Una Iglesia pobre y para los pobres”, en palabras del Papa Francisco.

Sería muy ciega al no admitir que vivimos una crisis. Y no sólo a nivel institucional. Además, y más gravemente, a nivel de credibilidad. Los diversos casos de ASI por parte de sacerdotes y consagrados, han socavado profundamente a la Iglesia en el mundo y en nuestra Patria. Quienes debían proteger, acoger y respetar han hecho todo lo contrario. Han tomado la fe de muchas personas y la han destrozado. Han destruido vidas e ilusiones. Vidas que en muchos casos no pudieron reconstruirse y que en otros aún siguen luchando por sanar. ¿Cumple la Iglesia el mandato de Cristo que dice “Vengan a mí los que están cansados y agobiados. Yo les daré descanso, les enjugaré su llanto”?

Me he cuestionado fuertemente lo que sucede a mi alrededor. No puedo permanecer indiferente ante el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas.

Al igual que otras personas, he tenido un período de discernimiento respecto a la visita de nuestro hermano Francisco. Y, sobre todo, desde el punto en que me sitúo en relación a ella: comenzando por la indiferencia y terminando en la crítica fraterna y honesta. He decidido quedarme en el último punto. No puedo callar lo que he visto y oído, pero esto no es obstáculo para que acoja al Papa con hospitalidad, esperanza y fe. No sería justa si no reconociese su voz y testimonio en diversas realidades. Ha sido una bocanada de aire fresco a una Iglesia necesitada de renovación, humildad y servicio.

El obispo de Roma, el Papa Francisco, es un persona como cualquier otra. Cómo tú y como yo, con luces y sombras, con errores y aciertos. Y desde la misma verdad que me mueve a reconocer lo mucho que nuestro hermano ha entregado a la Iglesia Universal, manifiesto con firmeza y respeto que creo que el Papa Francisco ha cometido errores: respecto a mis hermanos de Osorno al nombrar a un obispo signo de división, manteniéndolo y tratando despectivamente de “tontos y zurdos” a quienes piden justicia; con las víctimas de abuso dentro de la Iglesia donde ha faltado aun mayor acogida, respeto y mano firme contra todo lo que atente contra la dignidad intrínseca de cada ser humano.

Uno de mis mayores desafíos es como interpretar la visita de Francisco en medio de mi camino. Yo también sufrí abuso: no de un sacerdote, pero sí de una figura que al igual que aquel, debía proteger y acompañar. En esto tengo una profunda compasión y solidaridad con las víctimas de ASI eclesiástico. Me indigna su dolor y me estremecen sus heridas porque fueron doblemente traicionados en su confianza, ya que ellos confiaron en la Iglesia.

Y aunque nunca dejaré de testimoniar mi deseo de que nuestra Iglesia cambie, de que las víctimas encuentren reparación, he decidido recibir con el corazón abierto la visita de nuestro hermano. Y lo haré porque confío en su palabra de que la jerarquía debe abrir puertas y ventanas para que entre el aire fresco del amor a sus filas. Porque siento que El Señor no me salvó del sufrimiento, pero estuvo conmigo en el sufrimiento.

Así, mi alma cree posible hallar la paz: que viene de Dios y su Amor. Que nace del perdón y la sanación de las heridas más profundas del alma. Que llena los vacíos que el dolor causa en nuestro interior. Nuestro mundo necesita paz y para alcanzarla en las víctimas de ASI, en Osorno, y en tantas partes, se necesita justicia.

Espero que nuestros Obispos y sacerdotes actúen como verdaderos pastores. Que nuestros consagrados, religiosos y religiosas nos guíen y acompañen. Que muestren con obras y hechos concretos que el abuso NO es permitido, de que lucharán con todas sus fuerzas para que ningún niño sea herido, para que ninguna persona sea vulnerada y abusada. Es mi esperanza. Para estos días y para los que vendrán.

A esa lucha me consagro y batallo día a día a pesar de todo y más allá de todo. Para romper mi propio silencio y con mucha humildad, quizás ayudar a otros. Con ternura, con cercanía, con respeto. Con mi verdad.

¡Qué la mirada bondadosa y misericordiosa de Dios nos acompañe hoy y siempre!

Fuente Religión Digital

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