Que los sordos dejen de hacerse los sordos,
que se limpien los oídos a fondo
y salgan a las plazas y caminos,
que se atrevan a oír lo que tienen que oír:
el grito y el llanto, la súplica y el silencio
de las personas que ya no aguantan.
Que los mudos tomen la palabra
y hablen clara y libremente
en esta sociedad confusa y cerrada,
que se quiten miedos y mordazas
y se atrevan a pronunciar las palabras
que todos tienen derecho a oír:
las que nombran, se entienden y no engañan.
¡Danos oídos atentos y lenguas liberadas!
Que nadie deje de oír el clamor de los silenciados,
ni se quede sin palabra ante tantos enmudecidos.
Sed, para los que no oyen, tímpanos que se conmuevan;
palabras vivas para los que no hablan;
micrófonos y altavoces sin trabas ni filtros
para pronunciar la vida y susurrar la esperanza,
en todos los que caminan y buscan.
¡Que los mudos hablen y los sordos oigan!
Que se rompan las barreras levantadas
de la incomunicación entre personas,
familias, pueblos y culturas.
Que todos tengamos voz cercana y clara
y seamos oyentes de la Palabra en las palabras.
Que construyamos redes firmes
para el diálogo y el encuentro
y el crecimiento en diversidad y tolerancia.
¡Danos oídos atentos y lenguas liberadas!
Que se nos destrabe la lengua
y salga de la boca la Palabra inspirada.
Que se nos abran los oídos para recibir,
la Palabra salvadora, ya pronunciada,
en lo más hondo de nuestras entrañas.
Que se haga el milagro en los sentidos
de nuestra condición humana
para recobrar la dignidad y la esperanza.
Para el grito y la plegaria,
para el canto y la alabanza,
para la música y el silencio,
para el monólogo y le diálogo,
para la brisa y el viento,
para escuchar y pronunciar tus palabras
aquí y ahora, en esta sociedad incomunicada,
Tú que haces oír a sordos y hablar a mudos…
Comentarios desactivados en Santiago Agrelo: “No se puede servir al hombre y al dinero. No se puede”
El arzobispo emérito de Tánger abrió el 40 Congreso de Teología
“Las fronteras son trampas en las que, desde hace muchos años, quedan atrapados miles de emigrantes, miles de hombres, mujeres y niños en busca de futuro, ya ese futuro se llame pan, se llame justicia, se llame libertad o se llame dignidad”
Una información “sesgada, interesada, deformada, evoca en la memoria formas utilizadas con desparpajo en el viejo nazi-fascismo; se trata siempre de culpabilizar a las víctimas, y de justificar que lo sean”
El franciscano denunció el “inmenso cinismo” que habla de violencia por parte de los migrantes, “y se obvie que son sólo emigrantes los muertos, los tullidos, los descalabrados, hombres, mujeres y niños a los que, por otra parte, obligamos a pasar días y noches a la intemperie durante tiempos interminables”
“Tendríamos que hablar de complicidades que matan, la más penosa entre todas, la de la Iglesia, habitual simpatizante de políticas económicas que matan, de políticas de frontera que matan, de políticas
“No se puede servir al hombre y al dinero. No se puede”. Así concluyó el arzobispo emérito de Tánger, Santiago Agrelo, una vibrante presentación del 40 Congreso de Teología de la Asociación Juan XXIII. Desde hacía tiempo no se veía a un obispo español en este foro, que este año, por mor de la pandemia, se está celebrando on line, bajo el lema ‘El neoliberalismo mata: no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero’.
Durante su intervención, Agrelo comenzó buscando “un sujeto para el verbo matar”, con una dura crítica a la propuesta neoliberal, tan presente en nuestros días. Y tan sufrida en nuestras costas, en nuestros mares, en nuestras fronteras de concertinas, dolor y devoluciones en caliente, sin que queramos darnos cuenta.
“Eso que llamamos paraíso terrenal otra cosa no sería que un mundo que Dios ha preparado con todo detalle, y en el que ha puesto al ser humano para que disfrute del regalo y lo cuide”, subrayó Agrelo, quien insistió: “La muerte no estaba en la abundancia. Tampoco en la fruición. Tampoco en la libertad. La muerte acechaba, tentaba y se escondía en la voluntad de posesión”.
“Habré de escoger”
“La voluntad de posesión seduce, engaña, miente. La voluntad de posesión mata”, clamó Agrelo, quien abundó en la responsabilidad personal en esta cuestión. “Habré de escoger entre Dios y el dinero: entre la fruición del paraíso y la apropiación del fruto prohibido; entre mi hermano Abel y mis pretensiones de ser único; entre el entendimiento con todos y la soledad de nuestros enfrentamientos; entre dar vida –que es lo propio de Dios-, y matar –que es lo propio del ídolo llamado dinero-“. Y ojo con la elección, porque “si sirvo al dinero, mataré”.
Recordando su paso por Tánger, un territorio “frontera, en el que se levantan altas, peligrosas, mortales, las vallas de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, se extienden anchos, peligrosos y mortales el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, y finge cercanías engañosas el Estrecho de Gibraltar. Dos barreras artificiales –las vallas- y una natural –los mares-“.
Unas barreras que “son trampas en las que, desde hace muchos años, quedan atrapados miles de emigrantes, miles de hombres, mujeres y niños en busca de futuro, ya ese futuro se llame pan, se llame justicia, se llame libertad o se llame dignidad”. Y, atrapados, “viven acorralados, vejados, humillados, y se ven obligados a asumir sufrimientos que sería crueldad inaceptable infligir en una prisión a criminales; entiéndase que son empujados hasta verse obligados a aceptar enfermedades, mutilaciones y muerte”.
“Hemos de acogerlos a todos”
Y no era suficiente con denunciar la violación de los derechos humanos: “El dolor estaba allí (…). Pero tuve que aprender que, aun con la muerte delante de los ojos, somos capaces de no ver, preferimos no ver, nos interesa no ver”. Por eso, ante sus denuncias, las acusaciones contra él: “¿Acaso quiere usted suprimir las fronteras? Si no hay trabajo para nosotros, ¿cómo vamos a recibir a más gente?, ¿es que quiere usted aumentar el número de los parados? ¿Con cuántos emigrantes hemos de compartir nuestro pan? ¿Cien mil? ¿Cien millones?”, eran algunas de las críticas recibidas por el franciscano.
Menores custodiados por la Policía en la frontera
“Quienes tales preguntas hacen, ni siquiera se dan cuenta de que están considerando al emigrante como posesión suya, lo están rebajando a la condición de mercancía de la que los dueños pueden disponer, lo están reduciendo a factor económico en un mundo sin alma”, lamenta Agrelo. “Y si quienes hacen tales preguntas son cristianos, no se han percatado todavía de que están ciegos, de que no han empezado a creer, pues no han visto a Dios en los hermanos, no han reconocido a Cristo en el necesitado, no han visto a Lázaro echado en el portal de la propia casa”.
Con todo, el obispo da la respuesta: “Hemos de acogerlos a todos”. También, a los protagonistas de la “letanía” leída por el prelado, de 168 agredidos en la frontera, con “cuchillos, con machetes, agresiones directas de la milicia, violaciones, quemaduras, infecciones… ¿A quién le importa esa letanía? A quienes dedican su tiempo a curar las heridas que deja en la carne de los pobres la codicia de los ricos”.
A nadie interesan los muertos
“A nadie interesan los miles de muertos de los que se tiene noticia, hombres, mujeres y niños a los que enterramos lejos de su tierra y más lejos aún de nuestra memoria, de nuestros sentimientos. Y si los que mueren nos dejan indiferentes, pregunto: ¿qué pueden interesar los que se quedan rotos por los caminos?”, se preguntó Agrelo, cuestionándonos, como Dios a Caín: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?”.
Hay muchas formas de matar, apuntó el obispo franciscano. “La primera forma de matar es el silencio informativo”, una “apuesta por la negación de la realidad”. “Y cuando la realidad arroja sus muertos a la puerta de nuestras vidas, entonces el silencio los rebajará a la categoría de muertos insignificantes, muertos sin duelo, sin historia, sin nombre”. Un “silencio cómplice” que “es madre de la indiferencia que nos hace inmunes a la compasión”.
La información también mata “cuando es utilizada al servicio del poder y contra los pobres”. Una información “sesgada, interesada, deformada, evoca en la memoria formas utilizadas con desparpajo en el viejo nazi-fascismo; se trata siempre de culpabilizar a las víctimas, y de justificar que lo sean”, apuntó, denunciando el “inmenso cinismo” que habla de violencia por parte de los migrantes, “y se obvie que son sólo emigrantes los muertos, los tullidos, los descalabrados, hombres, mujeres y niños a los que, por otra parte, obligamos a pasar días y noches a la intemperie durante tiempos interminables”.
La verdad oficial es siempre mentira
“La verdad oficial es siempre mentira”, glosó Agrelo, “y esa verdad mata”, y “evita que sintamos la responsabilidad por las muertes que ya hemos causado”.
“Otro modo normalizado de informar es el que utiliza el lenguaje para demonizar a hombres, mujeres y niños que, de forma ilegal, atraviesan nuestras fronteras”, lamentó el obispo. Un tipo de información que “ahoga las inquietudes de los que se echaron al mar, ahoga sus esperanzas, sus lágrimas, sus miedos, su cansancio, ahoga su humanidad –nos deja sin lo propio del ser humano-; esa información, que ignora la realidad de los emigrantes, al mismo tiempo la deforma, pues da a entender que esos hombres, mujeres y niños –algunos de ellos, bebés- representan para el ciudadano común una amenaza, un motivo de alarma, un peligro”.
Esa información, que ignora la realidad de los emigrantes, al mismo tiempo la deforma, pues da a entender que esos hombres, mujeres y niños –algunos de ellos, bebés- representan para el ciudadano común una amenaza, un motivo de alarma, un peligro
Más allá de la información, “tendríamos que hablar de leyes inicuas que impiden a los pobres el ejercicio de sus derechos fundamentales; tendríamos que hablar políticas económicas que generan masas de pobres, políticas que son fábrica de hambrientos, hombres, mujeres y niños abandonados a su desgracia como desechos necesarios del progreso y el bienestar de unos pocos bendecidos; tendríamos que hablar de complicidades que matan, la más penosa entre todas, la de la Iglesia, habitual simpatizante de políticas económicas que matan, de políticas de frontera que matan, de políticas informativas que matan”.
“Cuando en el contexto de este Congreso nos referimos a sujetos posibles para el verbo matar -concluyó Agrelo-, no estamos pensando en enfermedades, tampoco en accidentes, tampoco en calamidades naturales; estamos pensando en opciones personales”.
Y es que “la muerte pasa por el corazón del hombre. Es en el corazón donde se decide a qué señor servir, a cuál amar y a cuál despreciar, a quién dedicarse y a quién no hacer caso”. Por eso, “no se puede servir al ser hombre y al dinero. No se puede”. Al menos, no sin traicionar a Jesús.
Que los sordos dejen de hacerse los sordos,
que se limpien los oídos a fondo
y salgan a las plazas y caminos,
que se atrevan a oír lo que tienen que oír:
el grito y el llanto, la súplica y el silencio
de las personas que ya no aguantan.
Que los mudos tomen la palabra
y hablen clara y libremente
en esta sociedad confusa y cerrada,
que se quiten miedos y mordazas
y se atrevan a pronunciar las palabras
que todos tienen derecho a oír:
las que nombran, se entienden y no engañan.
¡Danos oídos atentos y lenguas liberadas!
Que nadie deje de oír el clamor de los silenciados,
ni se quede sin palabra ante tantos enmudecidos.
Sed, para los que no oyen, tímpanos que se conmuevan;
palabras vivas para los que no hablan;
micrófonos y altavoces sin trabas ni filtros
para pronunciar la vida y susurrar la esperanza,
en todos los que caminan y buscan.
¡Que los mudos hablen y los sordos oigan!
Que se rompan las barreras levantadas
de la incomunicación entre personas,
familias, pueblos y culturas.
Que todos tengamos voz cercana y clara
y seamos oyentes de la Palabra en las palabras.
Que construyamos redes firmes
para el diálogo y el encuentro
y el crecimiento en diversidad y tolerancia.
¡Danos oídos atentos y lenguas liberadas!
Que se nos destrabe la lengua
y salga de la boca la Palabra inspirada.
Que se nos abran los oídos para recibir,
la Palabra salvadora, ya pronunciada,
en lo más hondo de nuestras entrañas.
Que se haga el milagro en los sentidos
de nuestra condición humana
para recobrar la dignidad y la esperanza.
Para el grito y la plegaria,
para el canto y la alabanza,
para la música y el silencio,
para el monólogo y le diálogo,
para la brisa y el viento,
para escuchar y pronunciar tus palabras
aquí y ahora, en esta sociedad incomunicada,
Tú que haces oír a sordos y hablar a mudos…
La puerta es, en muchos cuentos y leyendas, un símbolo importante del hacerse hombre, ser humano adulto, maduro. Jesús mismo dice de sí en el evangelio que se lee el Domingo del Buen Pastor: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo: entrará y saldrá y encontrará pasto” (Juan 10,9). Jesús no sólo ingresa a través de nuestras puertas cerradas, sino que Él mismo es una puerta, a través de la cual podemos encontrar la vida.
La puerta representa el pasaje de un sector a otro, por ejemplo del aquí al más allá, del territorio profano al sacro. En la época medieval, las puertas de las catedrales siempre se decoraban con Cristo Rey. Así se recordaba que sólo a través de Cristo se puede entrar en la vida verdadera. Si tomamos en serio las palabras de Jesús, nuestra vida primero será sanada y salvada, y llegaremos a nuestro verdadero yo cuando atravesemos la puerta que es Jesús mismo.
Las dos imágenes usadas por Jesús ilustran lo que significa esta vida: entrar y salir por una puerta, y encontrar la pradera. La puerta nos impulsará de ida y de vuelta. Ya no giraremos introspectivamente sobre nosotros mismos. Pero tampoco viviremos sólo en la superficie. En sueños a veces no encontramos la puerta que nos lleva a casa. Esta es una imagen que simboliza el no tener acceso a nuestro corazón, a nuestro propio ser; el sólo corretear por fuera, sin acceso a nuestra propia alma. Si ingresamos por la puerta que es Cristo, entraremos y saldremos; estaremos en relación con nuestro corazón y al mismo tiempo formaremos parte del mundo. También la imagen de “entrar y salir” evoca libertad; entrar por la puerta que es Cristo no nos encierra en un lugar, una realidad, un tiempo, sino que nos descubro como hijos, herederos, y por tanto abiertos al impulso del Espíritu y a los caminos nuevos que este abra para nosotros.
Y encontraremos pasto. Encontraremos el alimento que nos nutre realmente. Nunca nos faltará lo necesario para llegar a la siguiente etapa del camino, a la otra puerta que tendremos que cruzar.
Cristo como verdadera puerta es una hermosa imagen de la resurrección.
Podemos sellar nuestras puertas, pero igual Jesús como Puerta de Vida, romperá y atravesará nuestras puertas selladas. Cuando Él entra por nuestra puerta cerrada, volvemos a tener acceso a nosotros mismos, perdemos el miedo y tenemos paz.
Es importante que tomemos conciencia de las puertas que atravesamos o de las puertas que cerramos en torno nuestro. Deja que el Resucitado camine a tu lado, contigo, a través de todo tu mundo interior; que lo cerrado se abra, y que la vida verdadera entre en esos espacios oscuros y sofocantes de tu realidad personal, familiar o comunitaria.
Pregúntate: ¿Cuál es la puerta que debo abrir para que la vida se haga más amplia y tenga más luz?
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