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Entradas Etiquetadas ‘Espiritualidad’

2017, bajo el signo de la confianza

Domingo, 1 de enero de 2017
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Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

* * *

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.

¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.

Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
y guíame por el camino eterno.

*

Salmo 139 (138)

***

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Cuento de Navidad

Martes, 27 de diciembre de 2016
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belen_piel_con_pielGabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 26/12/16.- El nacimiento de Jesús de Nazaret supone el culmen histórico de la gran Alianza del Dios Amor con la humanidad. Aquella manera de nacer, absolutamente marginal en cualquier sociedad contemporánea de su tiempo -y del nuestro-, indica bien a las claras el deseo de despojarse de su rango para vivir entre nosotros de una manera muy determinada: sin poder, sin privilegios, sin seguridades humanas, volcado a transformar la existencia humana en una vida plena. Marcó un ejemplo de vida, aunque nosotros hemos forzado en su nombre y demasiadas veces el Misterio de la Navidad.

La ironía popular estremece cuando habla de lo bien que nos ha ido a los cristianos a pesar de que todo empezó en un establo,  con el nacimiento del Maestro, hasta que, con el correr de los tiempos, llegamos a disponer de un Estado religioso Vaticano con inmunidad diplomática y todo. O cuando sin bajar un ápice el nivel de ironía, la sabiduría popular se refiere a la historia de la Iglesia católica como institución, y se admira de que después de tantas corruptelas, sobre todo en torno al Papado y la Curia romana, siguen floreciendo cristianos ejemplares, por lo que, concluye, debe existir el Espíritu Santo; porque con semejante carrera, sin Él sería imposible que la Iglesia haya sobrevivido tantos siglos.

No es un comentario nuevo y, en el fondo, es verdad porque todos estamos hechos de barro. Pero Dios se sirve incluso de lo malo para construir el Reino. Giovanni Boccaccio, afirma una idea similar en el relato segundo de la primera jornada de su Decamerón, obra nada pía a tenor de las condenas que tuvo por parte de  la Iglesia de su tiempo: un buen cristiano pretende convertir a un amigo judío al cristianismo, y a fuerza de insistir, el judío se interesa por el asunto hasta el punto de que decide ir a Roma para ver cómo actúa “el vicario de Dios en la tierra, y ponderar sus modos y costumbres, y los de sus hermanos los cardenales”. Y le añade a su amigo, que si le convencen sus prácticas y ve que su religión es mejor que el judaísmo, se hará cristiano. La respuesta del amigo cristiano en el relato no tiene desperdicio: “Se entristeció sobremanera, diciendo para sí: Se han perdido mis esfuerzos, que creía excelentes, para convertirlo”, y que si su amigo hubiese ido cristiano a Roma, “tornaría sin falta hacerse judío”.

No logra disuadirle del viaje. El cuento sigue a la vuelta de Roma constatando el judío que no había visto “ninguna santidad, ninguna devoción, ninguna buena obra o ejemplo de vida en nadie que fuese clérigo; solo lujuria, avaricia y gula, fraude, envidia y soberbia y cosas semejante so peores (si puede haberlas)”, y concluyendo que aquello tenía más que ver con prácticas diabólicas que divinas. Pero el relato del judío acaba de manera sorprendente en boca del viajero: “Y como veo que no ocurre lo que ellos procuran, sino que vuestra religión aumenta de continuo y se hace más brillante y clara, me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más verdadera y santa que cualquier otra. Por lo cual, aunque rígido y duro me mostraba a tus consejos, y  no quería hacerme cristiano, te declaro ahora francamente que por nada dejaré de hacerlo.” Y de seguido, se va con su amigo cristiano a una iglesia a bautizarse.

Recemos abiertos en acogida al Misterio de todo un Dios hecho criatura humana, sin ninguna ventaja para sí pero enteramente dispuesto a la voluntad del Padre. Demos gracias por su venida a nuestra pobre condición elevada al rango de hijos de Dios y pidamos perdón por nuestra falta de acogida, entonces en Belén y ahora en nuestros corazones con nuestros hermanos.

Es cierto que todo comenzó en un pesebre y que ahora tenemos el poder humano que desaconseja el evangelio. Por eso entonces se revolucionó la existencia humana en apenas tres años y ahora no podemos caminar siendo luz del mundo en Navidad como testigos de Cristo porque el armatoste que hemos creado en su nombre nos pesa demasiado, eclipsando la raíz del Mensaje. Menos mal que el Espíritu acaba por mostrarnos siempre la Estrella, el camino, la Verdad, a nada que abramos un poco los ojos del alma. Feliz Pascua de Navidad, ¡y que dure!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Natividad del Señor

Domingo, 25 de diciembre de 2016
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Leído en Koinonia:

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Misa del día

Isaías 52,7-10

Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo responsorial: 97

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.

Hebreos 1,1-6

Dios nos ha hablado por el HijoEn distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”, o: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.”

Juan 1,1-18

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotrosEn principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”” Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
(25 de diciembre de 1977)

Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.

Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.

PROLONGAR LA ENCARNACIÓN

Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.

NAVIDADES TRISTES

Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que “en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos”. En otra carta parecida dice: “Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad”. Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad. Leer más…

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“¿Nueva espiritualidad? (III)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 7 de noviembre de 2016
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espiritualidad-religion5. La cuestión del “yo”

Tras releer el texto de Carlos Barberá, me decido a añadir unas entregas más, centradas en puntos concretos, estrechamente relacionados con lo que venimos planteando: la cuestión del yo y la creencia en un Dios “personal”. Confío en que estas palabras sirvan para clarificar lo que se ventila en la más genuina espiritualidad.

Y quiero empezar comentando las siguientes expresiones que aparecen en su escrito: “Yo soy también mis ideas, mis sentimientos, mis acciones. Yo soy el que escribe este artículo, yo soy el que voto de esta o la otra manera, yo soy el que tiene tales o tales amigos”.

Si tales afirmaciones se leen dentro de la paradoja a la que me he referido en los comentarios anteriores, estoy totalmente de acuerdo. Soy la Consciencia una, que compartimos todos los seres, y soy también esta personalidad concreta en la que aquella se expresa. Aunque el “soy” no tenga la misma densidad en los dos casos –una cosa es el “soy” del nivel aparente y otra el realmente real–, me parece ajustado combinar el mencionado “principio de exclusión” (“no soy mi cuerpo…”) con el de inclusión (“soy también mi cuerpo…”).

Ahora bien, a mí me parece que ese “yo” no es una entidad separada que posea autonomía ni libertad individual. Lo que llamamos “yo” es solo un pensamiento más, producido por la mente a través del característico mecanismo mental de la apropiación. Nace, por tanto, con la mente, que se apropia de todo lo que percibe y, de ese modo, hace posible que surja el “mío”. Es así como nace la idea del yo, con todo lo que eso conlleva: creencias de separación, autonomía, libertad, control… y, sobre todo, egocentración. A partir de ahí, la identificación con él será sencilla: la mente, con su extraordinaria sutileza, se encargará de sostener aquella creencia que otorga un estatus –que parece real- a lo que solo era un pensamiento creado por ella misma.

Recientes investigaciones neurocientíficas han puesto en evidencia esta función del cerebro, a la que han bautizado con el nombre de “intérprete”. Según esos resultados, no existe algo así como un “yo” que actúe, sino más bien una capacidad de percibir lo ocurrido y un mecanismo automático para interpretarlo y apropiárselo. Se ha demostrado reiteradamente que el cerebro actúa antes de que la mente lo ordene pero, en cuanto algo sucede, esta se apresura a decir “lo he hecho yo”. Como escribe el físico teórico y estudioso neurocientífico Michio Kaku, “el cerebro toma las decisiones con antelación, sin la participación de la mente, y después trata de disimularlo (como acostumbra) haciendo creer que la decisión fue consciente”. A partir de ahí, será la memoria la que venga a otorgar una sensación de continuidad que afiance aún más la creencia en un sujeto autónomo, que posteriormente será avalada y fortalecida por el llamado “sentido común” –el mismo que nos hizo creer que la tierra era plana, que estaba fija en el centro del universo y que giraba en torno al sol, en un cosmos que se creía pequeño y sin cambios; y que, en ese cosmos, los humanos eran una especie aparte- y por toda la cultura ambiental, desde el primer momento de la existencia del bebé.

Pero, ¿acaso –viene a decir Carlos Barberá– no tengo conciencia de que soy yo quien actúa y de que puedo hacer una cosa u otra? Las mismas investigaciones neurocientíficas muestran que tal cuestión encierra una falacia, que consiste en confundir lo que ocurre con la creencia de que hay una autoría personal, un “yo personal” que sería el autor de lo que ocurre.

Una cosa es la innegable consciencia subjetiva de ser libre –ya hemos dicho que eso es justamente el resultado de aquella función del cerebro que se ha denominado “intérprete” – y otra el hecho de que haya un “yo hacedor”.

La cuestión queda formulada en uno de los principios básicos de la psicología transpersonal: “Tú no eres nada que puedas observar; tú eres Eso que observa”. Cuerpo, mente, sentimientos, “yo”…, todo ello es objeto de observación. ¿Qué es Eso que observa?

Dicho de otro modo: al tomar distancia de la mente, percibes que tú no eres el “yo” con el que ella te había identificado. Lo que realmente eres no es una cosa o un objeto que la mente pudiera atrapar, sino Eso que observa todo, incluida la mente. Lo que eres es pura consciencia o presencia consciente.

En “ti” hay “ideas, sentimientos, acciones”. Puedes tener incluso la sensación subjetiva de que eres tú “el que escribe este artículo, el que vota de esta o la otra manera, el que tiene tales o tales amigos”. Pero solo es eso: una sensación subjetiva. Todo eso se hace en –a través de– ti, pero sin que haya ninguna autoría personal, tal como ponen de relieve los citados estudios neurocientíficos. La identificación con el propio yo –y lo que podríamos llamar su “mundo”– es perfectamente comprensible, debido al apego con que hemos crecido. Sin embargo, lo que llamamos “yo” es solo una ficción mental.

¿Pero no me dice mi propia sensación lo contrario? En efecto, la sensación subjetiva es muy fuerte, con el añadido de que la hemos asumido como completamente cierta desde el principio de nuestra existencia. Por ello es comprensible que la mente se rebele ante afirmaciones que la cuestionan. Pero tal rebeldía no prueba nada. Mi sensación también me dice que la mesa en la que escribo es completamente sólida cuando, en realidad, es vacía en un 80%. Tanto el yo como la materia pertenecen solo al mundo aparente; en el nivel profundo –por debajo del mundo que crea la mente– no hay “yo” ni materia; todo es información o consciencia –“inteligencia creativa”-, y eso es lo que realmente somos.

Pero seguramente carece de sentido discutir acerca de ello: la mente nunca nos podrá conducir más allá de ella misma; en su sutileza encontrará siempre justificaciones para mantenernos en el bucle que ella misma teje. Más bien, el camino adecuado parece ser el de acallar la mente –eso es la práctica meditativa o contemplativa– y, manteniéndose en el silencio mental o atención desnuda –pura consciencia de ser–, ver qué ocurre. Si nos adiestramos en la práctica, es probable que el “conocimiento mental” deje paso al “conocimiento silencioso” –del que han hablado siempre los sabios–, que abrirá ante nosotros un horizonte inédito y un nuevo modo de vivir.

Pero esto es justamente lo que más arduo resulta a quienes han crecido en un mundo estrictamente “racional” o han vivido una formación que absolutizaba la mente: comprender que existe otro modo de conocer que solo es posible cuando somos capaces de silenciar el pensamiento. Sin dar este paso, la no-dualidad aparecerá como una moda vacía y carente de sentido. Sin embargo, cuando se ha experimentado, se ve cómo a su lado palidece el razonamiento más elaborado. El motivo es simple: la razón se mueve únicamente en el mundo de las apariencias –en el nivel aparente de la realidad– que ella misma crea. Es solo el silenciamiento de la mente el que permite ver  en profundidad.

Enrique Martínez Lozano

Espiritualidad ,

En el centro de tu centro

Jueves, 3 de noviembre de 2016
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Siempre que alguien nos hiere, ofende, ignora o rechaza, se produce en nosotros una profunda protesta interior. Puede tratarse de furia o depresión, de deseo de venganza o incluso del impulso de causarnos daño nosotros mismos. Podemos sentir una profunda urgencia de vengar nuestra herida, o bien refugiarnos en un sentimiento suicida de autodesprecio.

Aunque estas reacciones extremas puedan parecer excepcionales, nunca son ajenas a nuestros corazones. Durante largas noches le damos vueltas a menudo a las palabras o acciones con que hubiéramos podido responder a lo que nos dijeron o hicieron otros.

Justo en ese momento es cuando hemos de desenterrar nuestros recursos espirituales y encontrar el centro en nuestro interior, ese centro que está mucho más allá de nuestra necesidad de herir a otros o herirnos a nosotros mismos, el centro donde somos libres para perdonar y amar.”

*

Henri Nouwen

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“¿Nueva espiritualidad? (II)”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 2 de noviembre de 2016
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espiritualidad-religion3. La paradoja se resuelve (se transciende) en la no-dualidad

Voy a referirme a la paradoja que somos, recurriendo a la técnica terapéutica de la “rueda de la consciencia”, ideada por el psiquiatra Daniel Siegel: utilizando la imagen de una rueda de bicicleta distingue entre el eje –siempre estable- y la llanta que gira. Es obvio que si queremos que la rueda funcione adecuadamente, es preciso cuidar la llanta. Sin embargo, no lo es menos que, mientras esta se mueve constantemente, aquel permanece centrado. A partir de esa imagen –que él mismo utiliza como herramienta puramente terapéutica-, podemos entender el eje como la consciencia, que sostiene y constituye todo lo real, y la llanta como todas aquellas dimensiones en que se desarrolla nuestra existencia: el cuerpo, los pensamientos, los sentimientos, las relaciones…

Parece innegable que el olvido del “eje” conduce al sinsentido completo. Pero no lo es menos que el olvido de la “llanta” promueve un descuido de dimensiones fundamentales como son la psicológica, la relacional, la social, la política… Olvido que potencia una pseudo-espiritualidad que con frecuencia desemboca en narcisismo autocomplaciente.

La genuina espiritualidad, aun siendo bien consciente de la diferencia entre lo “permanente” –realmente real- y lo “transitorio” –que pertenece al mundo de las “apariencias” o de las “formas”-, no niega ni descuida ninguna dimensión. Por decirlo con las expresiones utilizadas en el capítulo anterior, incluye ambos caminos: el de la exclusión y el de la inclusión. Del mismo modo, reconoce la polaridad de todo lo manifiesto: no existe realidad manifiesta que no tenga su polo opuesto. Pero sabe que “polaridad” no es sinónimo de “dualidad”, del mismo modo que “diferencia” no significa “separación”. La no-dualidad es la comprensión de que los dos polos son abrazados profunda y secretamente en una Unidad mayor: en este sentido, la espiritualidad afirma que la Realidad es no-dual; afirmación que es también sostenida por todo lo que está averiguando la misma ciencia moderna. Pero –de nuevo; no habría necesidad de insistir en ello- tal afirmación no quiere ser dogmática, sino evidente para quien lo ha visto y propositiva para quien se sienta cuestionado por ella.

Es solo una expresión que –con mayor o menor acierto- quiere compartir lo que se ha visto o vivido; por eso, nunca se propone como “objeto de fe” –al contrario, se anima a no creer en ella hasta que no se la haya experimentado-, sino únicamente como “instrucción” para que quien desee pueda experimentar por sí mismo la verdad o no de la misma.

Soy bien consciente de que todo lo humano es ambiguo y, por tanto, nunca se halla exento de riesgos, tanto más peligrosos cuanto más negados o inadvertidos. Tales riesgos suelen multiplicarse en todo aquello que se pone de “moda”. La idealización que nuestra mente (o ego) tiende a hacer de cualquier cosa que aparece con una aureola de prestigio induce fácilmente a engaños peligrosos. En concreto, por ceñirnos a nuestro ámbito sociocultural, en el campo de la espiritualidad –aunque no solo en él-, no es extraño que cundan sucedáneos egoicos, que se manifiestan como vaguedades sin contenido, tópicos repetidos, charlatanería y credulidad. Pero, en ningún campo, la existencia de sucedáneos engañosos invalida la verdad y el valor de lo genuino.

4. Espiritualidad es comprender la respuesta a la pregunta “¿Quién soy yo?”

La genuina espiritualidad –tanto “antigua” como “nueva”– no busca sino responder a la pregunta decisiva, aquella de la que penden todas las demás: ¿quién soy yo? A sabiendas de que, como proclamaba el Oráculo de Delfos, quien conoce su verdadera identidad, conoce todo lo que es: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”.

Ahora bien, esa respuesta no la puede proporcionar la mente. Más aún, la mente es incapaz de otorgarnos certeza alguna. Todo lo que viene de ella es solo una opinión, un punto de vista o una perspectiva; nunca la verdad.

Ello es así porque la mente, por más razonamientos eruditos que haga, nunca nos podrá llevar más allá de ella misma. Al ser situada, no puede ver la realidad, sino únicamente una perspectiva; y, debido a su naturaleza objetivadora –pensar equivale a delimitar y, por tanto, a objetivar-, no puede identificar otra cosa que objetos o, peor todavía, intentar objetivar lo que es inobjetivable. En resumen: la mente nos ayuda a mantener una actitud crítica que es irrenunciable, para evitar caer en la credulidad y la irracionalidad; nos sirve incluso para desenmascarar y denunciar falsas y pretendidas “verdades”, pero es incapaz de conducirnos a ver la verdad de lo que somos.

La honestidad y el rigor intelectual imponen llevar el “espíritu crítico”, del que hacen gala quienes hipervaloran la razón, hasta el final, es decir, hasta cuestionar los mismos presupuestos (pre-juicios) en los que la propia mente se asienta.

Por lo que se refiere a re-encontrar nuestra verdadera identidad, basta no poner pensamientos y conectar con Eso que se da cuenta –la consciencia que podemos detectar en nosotros mismos, aunque haya estado “sepultada” bajo la incesante actividad mental- para que se vaya abriendo paso la comprensión de lo que realmente somos. Ese es el “conocimiento silencioso” del que han hablado los sabios, porque no es pensando, sino atendiendo, como seremos conducidos a “casa”. La verdad no se halla al alcance de la mente; se revela a sí misma cuando no sobreimponemos pensamientos a lo que es.

Todo lo anteriormente expuesto no es sino un ofrecimiento o una propuesta, que se asienta en la certeza de que el cuidado de la genuina espiritualidad –que poco o nada tiene que ver con las creencias religiosas, y que no distingue entre una “antigua” y otra “nueva”- constituye lo más nuclear de nuestra existencia. Porque solo ese cuidado hace posible otro modo de ver que, trascendiendo la razón, nos muestra nuestro verdadero rostro. Si la fuente de todos nuestros males no es otra que la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad, la salida de ellos –de la ignorancia- solo será posible gracias a la comprensión que nos otorga el “conocimiento silencioso” o la atención desnuda.

No hay aquí nada dogmático. Solo la invitación libre para quien sienta el “impulso”, que lo lleve a experimentarlo por sí mismo.

Enrique Martínez Lozano

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Maldita sea la cruz

Sábado, 22 de octubre de 2016
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Maldita sea la cruz
que cargamos sin amor
como una fatal herencia.

Maldita sea la cruz
que echamos sobre los hombros
de los hermanos pequeños.

Maldita sea la cruz
que no quebramos a golpes
de libertad solidaria,
desnudos para la entrega,
rebeldes contra la muerte.

Maldita sea la cruz
que exhiben los opresores
en las paredes del banco,
detrás del trono impasible,
en el blasón de las armas,
sobre el escote del lujo,
ante los ojos del miedo.

Maldita sea la cruz
que el poder hinca en el Pueblo,
en nombre de Dios quizás.
Maldita sea la cruz
que la Iglesia justifica
– quizás en nombre de Cristo-
cuando debiera abrasarla
en llamas de profecía.

¡Maldita sea la cruz
que no pueda ser La Cruz!

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

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“¿Nueva espiritualidad?”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 17 de octubre de 2016
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espiritualidad-religion1. ¿Nueva? espiritualidad

Me ha surgido este texto –que presentaré en cuatro entregas, para cuidar una extensión “adecuada” en este medio- tras la lectura de un artículo de Carlos F. Barberá, titulado “La nueva espiritualidad”, publicado en los portales digitales Atrio  y Fe Adulta .

En él, aunque sin citarme, probablemente por delicadeza, transcribe unas expresiones mías para ejemplificar el riesgo de lo que llama la “nueva espiritualidad”. Son las siguientes: “Si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un «objeto» aparente que responde al nombre de «yo». (…) Pero empieza por reconocer lo que no eres. Eso significa «dejar caer» todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser «sujeto», el que «está detrás» de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe…”.

El error –viene a decir- radica en que tales afirmaciones recogerían solo una media verdad. Porque –escribe- “la verdad ha de formularse en afirmaciones dialécticas”.

No es mi ánimo polemizar ni entrar en discusiones, así como tampoco convencer a nadie. Busco sencillamente aportar mi perspectiva, con el único deseo de crecer en verdad para, sin renunciar en ningún momento al espíritu crítico ni al diálogo, evitar confusiones que nos priven de lo que, a mi modo de ver, considero una riqueza irrenunciable para avanzar en comprensión y vivencia de lo que realmente somos.

Por ello, quiero centrarme únicamente en el motivo que aduce. Y dejo de lado –aunque no me parecen acertadas– otras consideraciones acerca de la relación que hace entre religión y espiritualidad.

Con todo, deseo comentar que tampoco me parece adecuada la expresión “nueva espiritualidad”, con la que, particularmente en el mundo eclesiástico, se designa el innegable resurgir espiritual al que estamos asistiendo. Al etiquetarla de “nueva”, daría la impresión de que se trata de algo advenedizo y que no sería sino una moda pasajera. Comprendo que quienes se hallan instalados en una religión milenaria la vean de ese modo. En no pocos documentos magisteriales y escritos teológicos, se advierte una actitud recelosa hacia la espiritualidad, porque parecen percibirla como “competidora” y, por tanto, peligrosa para la religión.

Sin embargo, esta espiritualidad –si es genuina– conecta directamente con la llamada “filosofía perenne” y con las grandes tradiciones sapienciales de Oriente y de Occidente, desde el taoísmo y el confucianismo chinos hasta el estoicismo griego, pasando por el hinduismo y el budismo –por citar solo las tradiciones más conocidas–. En todos esos casos no existía la idea de una confrontación entre “filosofía” y “espiritualidad”: todo convergía en la búsqueda de la sabiduría al servicio de la vida. El objetivo era simplemente comprender la Realidad para “ajustarse” a ella y, de ese modo, asumir la actitud adecuada, que habría de conducir a experimentar la plenitud o felicidad.

Decir que una espiritualidad no religiosa o al margen de la creencia en un Dios separado es una “moda postmoderna” –o designarla despectivamente como “nueva” espiritualidad- manifiesta únicamente desconocimiento de aquellas grandes corrientes de sabiduría –que no eran “religiosas”– y no puede ser sino otro signo de un eurocentrismo (cristiano) que se erige como referencia última de verdad.

2. Nuestra naturaleza es paradójica: el “doble nivel” de lo Real

Me centro en el punto mencionado, que Carlos Barberá nombra como olvido de la “dialéctica”. Personalmente, me parece más acertado –en lugar de un término como ese que puede fácilmente prestarse a equívocos– hablar de paradoja. En ese sentido, estoy totalmente de acuerdo con él: la realidad manifiesta –y el ser humano en ella– es de naturaleza inexorablemente paradójica, por lo que no se le hace justicia cuando se olvida cualquiera de las dos caras que la (lo) constituyen: el nivel profundo –lo que somos– y el nivel aparente (o relativo) –lo que tenemos–.

De ahí que se haga necesario hablar de un “principio de exclusión” (“no soy mi cuerpo, no soy mis pensamientos, no soy mis sentimientos…”), pero acompañado del otro “principio de inclusión” (“soy también mi cuerpo, soy también mis pensamientos, soy también mis sentimientos…”). El texto que cita Carlos Barberá se refiere al primero de esos “principios”, pero eso no significa negación ni olvido del otro.

¿Por qué la insistencia precisamente en la afirmación “exclusiva”? En primer lugar, por un motivo pedagógico: es tal la identificación con nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, que se hace urgente afirmar con rotundidad que, realmente, no somos nada de eso. Olvidarlo supone seguir viviendo sumergidos en un reduccionismo que es fuente inevitable de confusión y de sufrimiento. Y, en segundo lugar, porque, si bien es cierto que somos también cuerpo y mente, ese “somos” no tiene el mismo valor o radicalidad que aquel que se refiere a nuestra verdadera identidad. De un modo que, desde mi perspectiva, es el menos inadecuado, podría formularse así: “soy consciencia que tiene (se expresa, se experimenta en) esta forma (o persona)”.

Enrique Martínez Lozano

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“Juntos andemos, Señor”… de la mano de Teresa de Jesús

Sábado, 15 de octubre de 2016
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Hoy, es la Festividad de Santa Teresa de Jesús,  Ya pasó la celebración del Vº Centenario de su nacimiento. El Carmelo Teresiano, la Iglesia Católica y muchos creyentes del mundo entero, seguimos recordando a esta genial mística castellana y española a lo largo del año… Yo os recomiendo vivamente leer sus Obras completas, acercarse a alguna de las buenas biografías que hay en el mercado y, como no podía ser menos, nosotros también procuramos traer al blog algunos textos que nos ayuden a orar, de la mano de esta mística de la Humanidad de Cristo, maestra de oración que en el capítulo ocho de su autobiografía nos recuerda que, “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8, 5). Si sirve para estar horas y horas con el Amado, nos sentiremos satisfechos. Hoy comenzamos con ese deseo de “andar juntos“.

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Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.”

*

(Libro de la Vida, capítulo 9,1)

*

“Bendito seáis por siempre, que aunque os dejara yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo.

*

(Libro de la Vida, capítulo 6,9)

*

“Juntos andemos Señor.

Por donde vayas tengo que ir,

por donde pases tengo que pasar.”

*

(Camino de Perfección 21, 26)

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***

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Hola, soy Dory

Sábado, 8 de octubre de 2016
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472736-jpg-c_400_200_x-f_jpg-q_x-xxyxxPocas cosas me ponen tan contenta como encontrar coincidencias entre lo que dice la Biblia y lo que leo en el periódico o veo en el cine. Acaba de pasarme con la protagonista de la película de Disney y Pixar, Buscando a Dory: me ha hecho recordar en el acto una metáfora del profeta Oseas y un adjetivo del evangelio de Marcos (soy de la gramática antigua). Dory es una entrañable pez azul con serios problemas de memoria a la que ya conocíamos en Buscando a Nemo: se le olvida todo al momento y va de un sitio para otro diciendo: “Hola, soy Dory ¿podrían ayudarme…?

También a los israelitas del s. VIII a.C. se les olvidaba en seguida lo que el Señor hacía por ellos y Oseas se lo reprochaba: “Vuestro amor es como una nube mañanera, como rocío que se evapora al alba” (Os 6,4), y algo parecido les pasaba a los receptores “pedregosos” de la parábola de la semilla de Mc 4,16 que aparecen caracterizados como proskairoi (transitorios, momentáneos, ocasionales…).

En ellos podemos vernos reflejados también nosotros, emparentados con Dory en sus olvidos persistentes, parecidísimos a la tierra incapaz de retener la humedad que la había refrescado al amanecer, afectados por esa memoria quebradiza y fugitiva que no deja echar raíces a los recuerdos que hacen vivir.

Hagamos la prueba: ¿qué recordamos de la encíclica Laudato si a solo unos meses de su aparición? ¿Qué huella nos ha dejado su llamada urgente a “cuidar la casa común”? ¿Qué pasos hemos dado en dirección a esa “cultura de la sobriedad y conversión ecológica”? ¿Estamos dispuestos a reemplazar el “discurso verde” (y que se nos pegue la lengua al paladar…) por la adicción a las 3R de reducir, reutilizar, reciclar? ¿Cómo de determinados estamos, por ejemplo, a abrigarnos más en invierno y bajar la calefacción? ¿A evitar plásticos, utilizar transporte público y reducir el consumo de agua?

“No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo”, dice Francisco (LS 211).

No hay que renunciar tampoco a la posibilidad de que Dory recupere la memoria.

Dolores Aleixandre, Vida Nueva 3003, Septiembre 2016

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“Multiplicar la alegría (I)”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 21 de septiembre de 2016
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16327806047_1e3d7501c4_mDe su blog Juntos Andemos:

En ocasiones, las palabras pierden su significado auténtico o van tomando un matiz que las aleja de su esencia. Por ejemplo, Teresa de Jesús decía que al amor «le tienen usurpado el nombre». Que se llama amor a cosas que, en realidad, son mucho menos que amor. Es algo que sucede con frecuencia.

Si se piensa en qué es «bienvivir», saltarán a la mente muchas cosas que se acercan poco a su significado inicial. Y enseguida habría que ponerse a pensar qué es vivir con holgura u honestamente, que es como define el diccionario la palabra bienvivir.

Pasa otro tanto con la conversión. Antes y después de su significado religioso, nadie piensa que es ponerlo todo a dar vueltas… o sea, algo muy dinámico y estimulante. Como un catalizador de vida. Y así no es extraño que, al final, el asunto de la conversión tenga tan mala fama, como si fuera que se acaba la fiesta y empieza lo aburrido, cuando no lo pesado y restrictivo. No deja de ser sorprendente.

Si acuden aquí estas tres palabras es porque están ligadas: el amor, el bienvivir y la conversión.

Ya desde muy antiguo, siglos antes de Cristo, la Palabra de Dios se abría paso diciendo que se podía elegir entre la muerte y la vida, pero en el sentido de vivir bajo un peso de muerte o sobre una estela de vida. ¿Quién no elegiría la vida?

Jesús habló de encontrar en un campo un tesoro y de un mercader que iba buscando perlas y tropezó con una muy especial. Y entonces, uno y otro dejaron todo lo que tenían a cambio del increíble hallazgo. No parece que les aguaran la alegría, sino más bien al contrario. ¿Quién no lo dejaría todo?

Algo de eso contaba Teresa de Jesús sobre sus hermanas. Cuando fundó su primer convento escribió:

«Parece ha Su Majestad escogido las almas que ha traído a él [al convento], en cuya compañía yo vivo… [tienen] una alegría y contento, que cada una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar… hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan de dar gracias».

Ellas lo dejaron todo, pero de lo que hablan es de tener «doblados los contentos». Parece que la conversión tiene algo que ver con eso, con multiplicar la alegría y elegir la vida.

Mucho antes de que Teresa fuera sembrando casitas donde están «doblados los contentos», Isaías escribió unas palabras que siguen estremeciendo. Decía: puedes ver cómo brota de ti la luz y cómo te nace carne sana. Verás que se abre un camino de vida para ti y que Dios te cobija y escucha. Es claro que también hablaba de multiplicar la alegría.

Y todo eso, por casi nada: por vestir al que le falta ropa, por arropar cualquier desnudez y ayudar a vivir dignamente a quien no lo logra. Por abandonar la costumbre de murmurar. Por echar una mano a quien sufre y por negarse a esconder la injusticia.

Isaías decía que al elegir la vida de los demás –darles vida, de un modo u otro– se elige la propia vida, la alegría de vivir; vivir con luz, con salud, con un camino abierto. Eso parece, realmente, bienvivir, parece vivir con holgura.

Teresa, como si quisiera explicar las palabras de Isaías, decía: «Es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas»… no doblaréis el contento y quedaréis encerradas en vuestra propia carne.

Explicaba a sus hermanas –y a todos sus futuros oyentes– la imperiosa necesidad de algunas virtudes para bienvivir, para ser espirituales y les advertía muy seriamente: «Es imposible, si no las tienen, ser muy contemplativas, y cuando pensaren lo son, están muy engañadas».

Hablará, sobre todo, de una virtud que las resume todas, que es aquella de la que hablaba Isaías: el amor. «Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas».

Por eso, Teresa hace una primera invitación para «ponerlo todo a dar vueltas», para convertirse: cavar. Sabiendo que podemos hacerlo y que no hay que irse muy lejos:

«En alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé [el Señor] su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas».

Ponerlo todo a dar vueltas puede ser remover la tierra para cavar y encontrar el tesoro escondido. Puede que por ahí empiece la tabla de multiplicar la alegría.

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¿Cuál es el sentido de tu vida?

Viernes, 9 de septiembre de 2016
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gente6aUna pregunta muy grande, lo sé. De hecho, muchas personas se pasan la vida sin siquiera preguntarse algo tan profundo. O tienen esos momentos de inspiración pasajeros que dejan pasar por miedo a enfrentarse a ellos.

Aunque en la mayoría de los casos las grandes preguntas nos acechan en momentos de crisis personal, cuando empezamos a cuestionarnos qué es lo que hacemos y sobre todo, para qué hacemos lo que hacemos.

La vida está llena de esos momentos. Solo es cuestión de saber prestarles atención. Momentos de dudas, de preguntas sin responder, de temores ocultos que salen a la luz.

¿Y si no estoy llevando la vida que quiero? ¿Y si esto no es lo que me corresponde en realidad? ¿Y si puedo hacer algo mejor con mi vida?

A muchos nos dan miedo momentos como éste, cuando todo se pone en duda. O cuando se rompen nuestros esquemas habituales a causa de algo externo como un despido, una separación o el fallecimiento de un ser querido.

Pero también puede suceder que estemos viviendo durante años con una constante insatisfacción vital, preguntándonos qué es lo que nos pasa realmente.

Puede pasar incluso que aparentemente lo tengamos todo: pareja, familia, un buen trabajo, sueldo decente… y aún así nos sintamos vacíos por dentro, como si algo faltara, como si no estuviéramos completos, como si hubiera algo más.

A mis clientes de coaching y los lectores de mi blog les digo siempre lo mismo: “si te encuentras perdido, ¡enhorabuena!, es tu gran oportunidad para crecer.”

Y es que, como lo contaba en mi post anterior, la gente llega al coaching con un objetivo en el mejor de los casos (o más comúnmente con un problema a resolver), pero lo que realmente sucede es que la meta a conseguir se convierte en mera excusa para que la persona crezca y expanda su psicología, pudiendo abarcar nuevos retos y desarrollar su potencial.

Cuando nos visitan las crisis, sobre a todo a mitad de nuestra vida, alrededor de los 40 o 50 años, pensemos que este puede ser el momento idóneo para iniciar la búsqueda interior.

Al principio no es fácil. Porque nuestras viejas creencias y miedos tratarán de mantenernos en nuestra zona segura y encontrarán mil excusas para que no hagamos nada.

¿Cómo reconocer estos momentos?

Puede que nos preguntemos si realmente queremos realizar ese trabajo en el que llevamos toda una vida. Tal vez recordemos antiguos sueños y añoranzas de viajar a otros lugares, de aprender a tocar ese instrumento, de apuntarnos a una actividad deportiva o artística que nos llama la atención.

En realidad son pequeñas-grandes señales que no debemos dejar pasar sólo por el hecho de lo que puedan pensar los demás. O por miedo a decepcionar a nuestra familia o a nuestros amigos.

En Europa es bastante habitual que trabajadores por cuenta ajena se tomen un año sabático y den una vuelta al mundo, o lo hagan con su familia, o simplemente disfruten un año libre buscándose a sí mismos, probando una nueva actividad que tal vez pueda convertirse en su profesión.

El mundo es cada vez más cambiante, todo se acelera, las distancias de acortan, los trabajos ya no son como antes, el contrato fijo es cada vez más raro en la sociedad de hoy. En España estamos viviendo incertidumbre económica, laboral, política, social…

Y no sólo en España. Con leer un diario o ver las noticias en la TV es más que suficiente para entender cómo está el panorama actual.

Y, como todo en la vida, hay muchas maneras de enfrentar esa situación tan nueva. Pero básicamente hay dos posturas: la del miedo o la de la fe.

El miedo es la salida más fácil, porque no se trata de crear nada nuevo, sino quedarnos como estamos y agarrarnos a lo antiguo. El miedo tiene que ver con nuestra necesidad de seguridad y de control.

Pero la vida es cambio y pretender un control absoluto de algo que no está en nuestras manos es bastante utópico.

Por otro lado, está la fe o el amor. Confiar, creer en nosotros, pensar que si actuamos a pesar del miedo, el resultado llegará, incluso cuando nadie puede garantizarnos ese resultado, ésa es la clave. No actuar a lo loco, por supuesto, sino con un plan, pero sin detenernos por nuestros miedos, guardianes feroces de nuestra zona de confort.

Encontrarle un sentido a la vida requiere coraje, valentía y una dosis muy alta de fe y confianza. Sin esos ingredientes, a pesar de estar insatisfechos, seguiremos llevando una vida insípida y cada año que pase será un año perdido.

Encontrarle un sentido a nuestra vida, un propósito, una misión, es el fin último y más elevado del ser humano. Y no lo digo yo, sino los grandes sabios de todos los tiempos, las grandes religiones y autores de referencia como Víctor Frankl, psiquiatra y autor del famoso libro “El hombre en busca de sentido” que sobrevivió al Holocausto, encontrando en el más profundo dolor un sentido a su propia vida.

Y es que encontrar nuestra misión es vital para que cuando toque el momento de abandonar este mundo no lamentemos que no hemos vivido de verdad, sino sólo a medias.

María Mikhailova

La Razón

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VI)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 5 de septiembre de 2016
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confianza26. ¿Qué queda cuando caen las creencias?

“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.

No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.

No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.

No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.

No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.

Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.

Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).

Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor–, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos– provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.

Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido–, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.

Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada–, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.

A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión– (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.

¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.

Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (V)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 3 de septiembre de 2016
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confianza25. La primera creencia errónea: la creencia sobre “mí”

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí– condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”.

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quién soy y accedo a mí (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo– “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera– del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello.

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Descubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Mirada en lo Alto, afán en la Tierra

Martes, 23 de agosto de 2016
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programa-vacaciones-traera-logrono-saharauis_897521342_95654836_667x375Koldo Aldai Agirretxe
Artaza (Navarra).

ECLESALIA, 29/07/15.- No falta en nuestros azarosos días quien nos sugiera cerrar los periódicos, ausentarnos de la dura actualidad, alejarnos de los vientos heladores que aún azotan a la humanidad. Puede tentar la propuesta de la distancia circunstancial, mas no del retiro total. Elegimos encarnar aquí y ahora, al tiempo que comienza a ceder una historia de odio y confrontación y por ende de sufrimiento e infelicidad, y se anuncia la nueva era de paz y por lo tanto de creciente bienestar y felicidad. Podemos tomarnos nuestras licencias, nuestro merecido agosto, nuestras ansiadas vacaciones para cargarnos de luz,  fuerza y  vida imprescindibles, pero aquí y ahora no podemos evadirnos de nuestro compromiso humano.

Estamos en el ayer y en el mañana, en la noche y en el alba, sobre todo estamos en el clarear de lo que ha de ser. Estamos con quienes padecen los azotes de lo que se desploma, estamos con quienes inauguran entre sentidos cantos y sonrisas verdaderas el nuevo escenario liberado y emancipado. Procuraremos el equilibrio para no polarizarnos, ni en la exclusiva aspiración hacia lo Alto con el consiguiente olvido de la suerte de nuestros hermanos, ni en la inmersión total en el barro, de forma que éste nos impida agitar las imprescindibles alas del espíritu.

Seguimos al Nazareno. Deseamos mantenernos en ese nexo sagrado, en ese altar fuera de todos los mapas, donde el Cielo y la Tierra se abrazan y contraen eternos esponsales. Deseamos ser intersección de la vertical y la horizontal, cruz de reconstrucción y resurrección, nunca más de muerte y fatalismo. La mirada siempre hacia lo Alto para no olvidar nuestros destino en las estrellas, pero nuestro puntual afán aquí abajo, junto a nuestros congéneres y sus avatares, junto a una humanidad aún sufriente. Nuestro anhelo hacia Arriba para sentir el calor de ese Sol físico y espiritual en la faz invisible del alma, pero nuestras manos y nuestros pies bien enraizados en la tierra, que es por el momento nuestro terreno de actuación y de trabajo.

No obviaremos el sufrimiento de nuestros semejantes. No tomaremos el expresso hacia ningún “nirvana” mientras algún remoto titular anuncie una gota de sangre, una lágrima perdida en un rincón del mundo. No podemos dar carta blanca al abuso con nuestro olvido. Tampoco podemos quedarnos clavados en ese dolor. Tenemos que revelar las nuevas y esperanzadoras realidades que van emergiendo, el superior destino, la Clara Luz que en el mañana, no sabemos a qué distancia, nos aguarda. Ponemos la fe y el acento en ese Alba que ya se anuncia, pero nuestra mente está también con nuestros semejantes que aún padecen noche oscura. No les podemos dejar de lado en nuestros discursos y peroratas, sobre todo en nuestras oraciones.

Vayamos siempre juntos. Somos uno con los hermanos y hermanas de Turquía, de Siria, Sudán, Pakistán, con los hermanos refugiados…; somos uno en el dolor que irá cediendo, sobre todo en el sano y puro Gozo que está emergiendo 

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Barullos interiores”, por Dolores Aleixandre

Jueves, 18 de agosto de 2016
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ESPRITUSANTOYFUEGOCONMANOSDe su blog Un grano de mostaza:

¿Qué tienen que ver entre sí Gregorio el Sinaita, monje bizantino del monte Athos del s. XIV, Sri Aurobindo, sabio hindú muerto en el pasado siglo y Thich Nhat Hant, maestro zen vietnamita , autor actual de numerosos libros? Más allá de la diversidad de sus culturas y épocas, los tres coinciden en señalar la importancia de aquietar ese barullo de pensamientos, juicios, ideas y cavilaciones que nos habitan y que, como una marea incontrolable, nos arrastra como las olas a una botella vacía.

Me avergüenzan mis pensamientos, se queja un orante anónimo del s. X.- vagan por sendas torcidas mientras rezo los salmos; ante los ojos del Dios verdadero se agitan. Sin barcas cruzan los mares, desde la tierra hasta el cielo llegan a mí con rápidos brincos. Van en loca carrera en torno a mí o por tierras lejanas en vertiginosa huida y luego me vuelven. Aunque los quisiera atar y les pusiera grilletes no gustarían de un breve reposo. Ningún cerrojo ni cárcel del mundo, ni fortalezas, ni mares detienen su vuelo…”

“Ya estamos con el rollito del mindfulness ese, que me tiene hasta la coronilla”, estará pensando más de uno. “Vaya hartura de modas orientales, y todo desde que Richard Gere se declara budista…”. “A esos, antes de ponerse a hablar de la atención plena, les ponía yo a rezar los quince misterios del rosario …

Me permito avisar a estos escépticos de que sus resistencias les vienen de su ignorancia acerca de la importancia que da el NT a esos murmullos oscuros de retorcimiento, doblez y descontento y que salen al exterior en forma de crítica, protesta o murmuración: “Del corazón salen los pensamientos malvados (dialogismoi)” (Mt 15,19)

“Estaban allí sentados unos letrados que murmuraban para sus adentros…” (Mc 2,8). Discutían los discípulos sobre quién era el más importante y Jesús “conociendo los pensamientos de sus corazones, tomando un niño lo puso en medio…” (Lc 9,46). Santiago observa las actitudes discriminatorias de los que tratan bien a los ricos y desprecian a los pobres (“siéntate cómodamente aquí”, “quédate ahí de pie…”) y deduce que ese comportamiento procede de sus “pensamientos perversos” (San 2,4).

Jesús dirige a los suyos este reproche en uno de los relatos de apariciones: ¿Por qué suben esos dialogismoi a vuestros corazones? (Luc 24,38) y la imagen espacial (algo sube de lo más hondo del corazón de los discípulos …), hace pensar en una incredulidad agazapada en lo profundo que asciende y ocupa el espacio que debería abrirse a la alegría del Resucitado.

Como aquel salmista que suplicaba a Dios: “¡Que te sean gratos los pensamientos de mi corazón!” (Sal 19,15), necesitamos contagiarnos de su deseo de aquietar y silenciar esos murmullos indeseables que amenazan con ocupar nuestra interioridad. Contamos para ellos con la complicidad del “Dulce Huésped del alma”, el único capaz de sosegar y acallar el barullo de nuestro corazón.

Dolores Aleixandre

Fuente: Alandar Junio 2016

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La primera urgencia de hoy es volver a Jesús (2)

Miércoles, 17 de agosto de 2016
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volver-a-jesusSegunda parte de una entrevista realizada por la Revista ADSIS a José Antonio Pagola sobre la necesidad de “volver a Jesús”.

P: La polémica generada en torno a tu libro Jesús, una aproximación histórica dejó desconcertados a muchos. ¿Qué fue lo que ocurrió y cómo están las cosas ahora?

R: Jesús siempre provocará interrogantes y desafíos. No es tampoco extraño que surjan polémicas y disensiones. Pero pienso que alimentar polémicas como la que se ha provocado con mi libro, nos distraen de lo esencial y no nos conducen a la conversión a Jesucristo… Yo estoy contento porque la polémica ha logrado que muchas personas se hayan planteado la necesidad de conocer y de seguir mejor a Jesús.

P: En todo caso, son más los que han oído hablar de tu libro que los que lo han leído. ¿Cuál crees que es su aporte principal, entre tantos otros que ya se habían escrito?

R: He recibido miles de testimonios de personas que, al leer el libro, se han sentido «tocadas» por Jesús. En muchos momentos he sentido que Jesús está vivo, que su Espíritu sigue actuando en los corazones, que su Evangelio tiene fuerza transformadora… El testimonio de estas personas ha reforzado mi fe, me ha hecho sentir la presencia viva de Jesús. Ha sido una gozada. Lo que más impacta a los lectores es encontrarse con un Jesús tan humano, cercano y accesible. En contra de lo que se ha dicho, el libro no hace daño. Es exactamente lo contrario. La reacción generalizada es esta: Jesús es tan humano que no es como nosotros. Algún misterio debe encerrarse en él. Solo Dios encarnado puede ser tan humano, tan compasivo, tan sincero y auténtico, tan fiel, tan interesado por el ser humano. Muchos me escriben diciendo que ahora creen más en el Dios encarnado en Jesús.

P: Según nos decías en el encuentro que compartimos, «conocer a Jesús nos tendría que llevar a hacer nuestra su espiritualidad». Según tu parecer, ¿cuáles son las claves de la espiritualidad de Jesús?

R: Lo primero que diría es que el centro de la espiritualidad de Jesús no lo ocupa propiamente Dios, sino «el reino de Dios». Jesús no separa nunca a Dios de su proyecto de transformar el mundo. No invita a la gente a «buscar» a Dios, sino a «buscar el reino de Dios y su justicia». No pide simplemente «convertirse» a Dios sino «entrar» en la dinámica del reino de Dios.

En segundo lugar diría que su experiencia de Dios como Padre lleva a Jesús a vivir dos actitudes fundamentales: la confianza total y absoluta en Dios, que le hace vivir de manera innovadora, creativa y audaz al servicio del reino de Dios; y la docilidad incondicional para cumplir su voluntad que consiste en trabajar por una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos.

Por eso, según Lucas. Jesús, ungido por el Espíritu de Dios, se siente «enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia». Vivir ungidos por el Espíritu de Jesús es vivir cambiando la vida, haciéndola mejor y más humana. Es estar siempre a favor de las personas y en contra del sufrimiento, del mal y de la injusticia. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir curando heridas, haciendo el bien, potenciando la vida. Dejarse conducir por su Espíritu es vivir defendiendo a los débiles, acogiendo a los excluidos, creando siempre comunión, igualdad, acogida y fraternidad. Nunca separación, exclusión o excomunión.

P: Aterrizando en el contexto de crisis múltiples que vivimos hoy, hay una pregunta inevitable: ¿cómo se mira el futuro «como Jesús» cuando parece que no hay futuro?

R: Con una confianza absoluta en la acción de Dios que sigue trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e hijas. Dios no está bloqueado por ninguna crisis. Sigue buscando caminos que solo él conoce para encontrarse con cada persona, esté donde esté. Nadie vive olvidado o abandonado por Dios. Este es el dato decisivo, no nuestros proyectos o planes pastorales.

P: En concreto, ¿cómo crees que podríamos alentar, en nuestro entorno social y eclesial, la esperanza que brota de Jesús?

R: Hemos de abandonar ya una lectura del momento actual en términos casi exclusivos de crisis, secularización, desaparición de la fe, etc. Cristo resucitado tiene fuerza para engendrar una fe nueva. No sabemos qué nacerá ni cómo será. El cristianismo es mucho más que lo que ha podido dar en veinte siglos. Jesucristo no ha dado todavía lo mejor. Puede ser una verdadera sorpresa en la sociedad que está emergiendo.

P: También nos has animado a preguntarnos «por qué caminos quiere encontrarse Dios con las personas que se alejan de la Iglesia hoy». ¿Desde tu experiencia y tu reflexión, qué intuiciones nos puedes compartir?

R: A mi juicio, es un grave error «volver hacia atrás», hacia una cultura pasada, para vivir la fe desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas, pensadas y configuradas en otras épocas y para otras épocas que no son la nuestra. Para acoger y comunicar hoy el Evangelio de Jesús hemos de aprender a creer desde la sensibilidad, la inteligencia y la libertad de esta nueva cultura; poner el Evangelio de Jesús en contacto con las preguntas, miedos, aspiraciones, sufrimientos y gozos de nuestros tiempos. La fe nueva que necesita la cultura moderna no nacerá como «clonación» de la fe pasada. Brotará de la fuerza que tiene el Evangelio para engendrar «vida evangélica» en medio de esta sociedad. La fe renace constantemente cuando hay fidelidad al Espíritu de Jesús.

P: Te agradecemos por el tiempo que nos has dedicado, José Antonio. Después de este encuentro y desde lo que nos conoces, ¿qué mensaje nos dejarías a los que buscamos a Jesús desde las comunidades Adsis?

R: No me siento con autoridad para dejaros mensaje alguno. Solo desearos que viváis vuestro carisma de manera creativa y audaz. Leed el Evangelio de Jesús en vuestras comunidades como una llamada que os invita cada día al gozo de la conversión a él. Vuestra vida se decidirá en los próximos años en vuestra capacidad para «volver a Jesús» con más radicalidad y más gozo.

Fuente: Revista ADSIS, Entrevista a José Antonio Pagola (Junio 200

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Charlotte Goiar: “El prejuicio es humano, no es de Dios, Dios es amor”. Una cristiana que hace unos meses se sometió a una operación de reasignación de sexo y ha querido compartir con nosotros su experiencia.

Martes, 12 de julio de 2016
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CharlotteInteresante entrevista que publica Carlos Osma en su blog Homoprotestantes.

 Hace casi un año y medio nos llegó un mensaje al correo de Protestants Inclusius informándonos de que una mujer gallega estaba en Barcelona para someterse a una operación de reasignación de sexo y pedía acompañamiento pastoral. Fue así como nos conocimos, la noche antes de la operación. Recuerdo entrar a la habitación del hospital en la que estabas sola, y encontrar a una mujer decidida que había recorrido un largo camino para llegar hasta allí. Después hubo muchas conversaciones y momentos de oración, e intuí en ti una mezcla de miedo y esperanza. ¿Cómo recuerdas tú aquellos días?

Aquel momento fue muy importante en mi vida. Necesitaba esa operación desde que había nacido. Pero estaba sola como dices, y sometida a mucha tensión tanto psicológica como física por parte de todos, no me confirmaron la fecha de la cirugía hasta apenas unos pocos días antes. Hicieron todo lo posible por agotarme hasta el último momento. Fueron unos días difíciles y a la vez vitales, no entraba a quirófano por capricho, sino por necesidad. Se trataba de cirugía mayor, sabía que personas habían muerto en los quirófanos de todo el mundo al someterse antes a este tipo de intervención tan compleja. Cuando afrontas algo así tú sola, estando completamente sola y devastada emocionalmente, simplemente te supera y te abandonas a algo superior a ti, porque ya no puedes más. Sólo tenía una amiga en Barcelona y vosotros que no os conocía. Lo dejé todo en manos de Dios.

Una de las cosas que más me sorprendió de nuestras conversaciones fue la larga y dura batalla legal que habías tenido que llevar para lograr que la sanidad pública se hiciese cargo de la operación de reasignación. ¿Puedes explicarnos brevemente aquella batalla legal?

El Servicio Gallego de Salud nunca quiso tratarme, a pesar de estar diagnosticada oficialmente desde los 16 años y de necesitar la cirugía desde entonces, siempre me negaron la cirugía que estaba indicada por los médicos. Después de muchos años de lucha administrativa vino la judicial, recurrieron todas las sentencias y demoraron su ejecución lo máximo que pudieron. Posiblemente si lo hubiesen demorado unos pocos meses más me habría suicidado. Hicieron todo lo posible por debilitarme y arruinar mi salud desde mi adolescencia hasta el mismo día que, 25 años después, entré en quirófano.

Descubrí también que la palabra transexual no te hacía sentir cómoda, utilizabas una expresión que no había oído nunca: el síndrome de Harry Benjamin. ¿Puedes explicarnos en qué consiste éste síndrome y porqué no te sientes identificada con la palabra transexual?

Nunca me sentí identificada con esas etiquetas sexuales ambiguas, básicamente por eso mismo, por su ambigüedad e indefinición. Hay un diagnóstico médico que se llama Transexualismo. Afecta a las personas. Usar “transexual” como identidad propia para mi es hacer una personificación de la enfermedad, y yo no soy ese diagnóstico. Mi identidad es mujer. Soy una mujer. Eso es lo que viene reflejado en mi DNI. Y la Organización Mundial de la Salud  (OMS) ahora lo denomina como “Incongruencia de Género” (CIE-11) y también es conocido como síndrome de Harry Benjamin.

Este síndrome es un trastorno del desarrollo sexual que ocurre en aproximadamente en 1/30.000 bebés con genotipo XY y 1/100.000 bebés con genotipo XX, según datos estadísticos de la OMS, en la cual la diferenciación sexual a niveles neurológico y anatómico no se corresponden. Así, una niña nacida con este trastorno, aparenta ser un niño físicamente al nacer, aunque su sexo cerebral es femenino. A la inversa, los niños varones nacidos con este trastorno presentan un desarrollo físico femenino, aunque neurológicamente permanecen siendo varones.

Como cualquier persona se puede imaginar, el trastorno reviste gravedad, y su tratamiento es uno de los más dramáticos de la historia de la medicina, que precisa de múltiples intervenciones médicas y quirúrgicas de por vida.

La operación duró 10 horas, y recuerdo que cuando acabó estabas exhausta, pero aún así querías seguir hablando. A mí me aterrorizan las operaciones, pensé que eras una persona muy valiente. ¿Qué te llevó a la cirugía de reasignación? No todas las personas que están en tú situación optan por la cirugía. ¿Porqué fue necesaria para ti?

La cirugía no es optativa y está indicada por un médico. Depende de un diagnóstico médico concreto y es la única opción terapéutica que existe. Los que no necesitan esta operación no es porque eligen no operarse, sino porque no comparten el mismo diagnóstico, o están mal diagnosticados, porque todos los casos de síndrome de Harry Benjamin revisten gravedad y requieren cirugía.

Me explicaste entre risas que al personal de atención al paciente de la clínica donde te operaron le sorprendió que pidieras acompañamiento pastoral antes de tu ingreso. Te defines como cristiana. ¿Cómo y desde cuándo te introdujiste en el cristianismo?

Sí, antes de la cirugía, había preguntado a la clínica si disponían de servicio de acompañamiento pastoral, como en todas las grandes clínicas europeas, y me habían respondido que no, de una manera que les sorprendió que les hubiese preguntado eso. Me estoy refiriendo a la Clínica Diagonal de Barcelona, que fue dónde me intervinieron y estuve hospitalizada por más de dos meses.

Todo comenzó tras la muerte de mi madre hace tres años, estaba tan afectada por todo, y encima sola y dejada de lado por todos, mientras afrontaba la crueldad e inhumanidad del Servicio Gallego de Salud, que llegó un momento en mi vida que no pude más. Entonces me di cuenta que yo sola no podía sobrevivir a esto, de que tenía que existir una fuerza superior a mi a la cual poder traspasarle esto.

Nunca me había imaginado y sigo sin entender qué culpa tengo yo de haber nacido con esta patología, y el odio que despierta en tantas personas. Me sentía tan vulnerable, aislada y empequeñecida ante la magnitud de lo que estaba afrontando, que me abandoné a algo superior a mi, a quien poder dejarle el control de mi vida. Llegó un momento en que era mi única salvación. Sino fuera por Dios ahora mismo ya estaría muerta.


Mediante una amiga inglesa cristiana, poco a poco comencé a estudiar algunos textos cristianos. Fue así como poco a poco encontré alivio en Dios, como una forma de dejar el curso de todo en manos de una fuerza superior a mí, entonces comencé a leer la Biblia por primera vez poco después de cumplir los 40 años. Profundicé en el estudio de la vida de Jesucristo, Hijo de Dios, en quién siempre había creído ya desde la infancia. Fue así por causa de un momento de profunda desesperación, cuando ya todo parecía perdido y no podía más, que el cristianismo me irradió de una nueva vitalidad para seguir viviendo. Creo en la creación del Universo, creo que un diseño inteligente está por detrás.

Creo en Dios, pero mi concepto de Dios difiere por completo del tradicional, del bíblico, del contenido en las escrituras de los hombres; mi concepto de Dios es mucho más abstracto y elevado. Dios no puede ser contenido en forma material a través de ningún libro o religión humana, pues es la fuente intangible de toda creación.

Como cristiana metodista creo que necesitamos dirigirnos a Dios a través de su hijo, Jesucristo, de una forma más libre y natural, porque Dios habita dentro de lo más profundo de nuestro ser, y para dirigirnos a ese centro, no entiendo ni aplico ninguna regla o escrito humano, de origen mental ni material, porque esa no creo que sea la vía.

¿Has sentido comprensión por parte de la Iglesia? ¿Te has sentido bien tratada?

Por parte, tanto la Iglesia Cristiana Metodista como de Protestants Inclusius ambas de Barcelona, he sentido una comprensión absoluta, y una total sensibilidad y humanidad hacia mí y mi proceso médico, de una forma extraordinaria. No sólo me he sentido tratada con todo respeto y cariño, sino es que además todo el acompañamiento, los detalles, cualquier cosa que necesitase estabais allí. Cuando, por contraste, ni una sola persona de mi familia de sangre se interesó lo más mínimo por si había salido viva de la cirugía y su post-operatorio.

No existe ningún verso bíblico que condene a las personas que sufren de trastornos congénitos. Todo lo contrario, cuando los que se creían justos preguntaron a Jesucristo, el Hijo de Dios: “¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte?”. El les respondió: “De cierto os digo que cuando lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 39-40).

El problema no está en el cristianismo en sí mismo, sino en las personas y la interpretación tergiversada que hacen de las escrituras bíblicas y cómo lo llevan a la práctica. El prejuicio es humano, no es de Dios. Dios es Amor, no tiene prejuicios contra nadie. Es totalmente contradictorio a su propia naturaleza y a la propia esencia del cristianismo. El cristianismo no condena a nadie, lo hacen los hombres en su nombre, lo cual es un error del hombre, no del cristianismo.

Una cosa que observé durante aquellos días de postoperatorio es que no vives una fe teórica, sino una que está profundamente relacionada con tu experiencia. ¿Ha cambiado algo en tu forma de entender la fe cristiana desde entonces?

El pecado y la maldad del hombre son horripilantes, su fealdad se contrapone de una manera diametralmente opuesta a la belleza y la bondad natural de la gloria de Dios. Somos hermosos y hermosas porque estamos conectados a Dios. Toda la armonía de su creación se traslada a la experiencia estética cotidiana que nos rodea, a través de actos bellos y nobles, cuya bondad se siente y se transmite de unos a otros, y es aquí dónde yo he podido experimentar la presencia divina.

Las muestras de afecto y amor incondicional de tantas personas, las experiencias positivas que me sucedíanTodo esto es de Dios. Todo lo demás es ajeno a él. Siempre percibí a Dios a través de la experiencia directa y genuina de la vida. Eso no ha cambiado, sigo percibiendo a Dios y entendiendo la fe cristiana del mismo modo, a través de las experiencias de la vida misma.

Aún así, sigues manteniendo una relación “cotidiana” con Dios. ¿Cómo es esa relación?

Es una relación espontánea y natural. No me arrodillo a orar ni esas cosas. Simplemente vivo en una relación continuada con Él, en todo momento sé que Él está ahí presente, no hacen falta las palabras ni los textos, sólo los sentimientos. Pero está bien orar, y sobre todo hacerlo en grupo, como cuando lo hicimos en la clínica tantas veces mientras estuve ingresada, es una experiencia única que hasta que no la vives no sabes lo que te revitaliza y la paz interior que te produce. La oración es una forma más de dirigirse a Dios, y creo que debe ser lo más espontánea posible.

Para terminar, y pensando en las familias cristianas o no cristianas, con hijos o hijas que están pasando por una experiencia similar a la que tú has pasado. ¿Qué te gustaría decirles? ¿Cuál crees que es la mejor manera de ayudar y acompañar a esos niños?

“Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 19:14). Pienso que es muy importante que estos padres y madres de estos niños no pierdan la fe debido a los errores humanos de los demás, pues de los niños es el Reino de los Cielos, y es precisamente en esta situación tan dramática por la que estos niños están pasando, que es justamente cuando más necesario y vital resulta mantener la fe, tanto para los padres, como para sus propios hijos e hijas.

Muchas gracias Charlotte


Que Dios os bendiga Carlos

Espiritualidad, General, Iglesia Inclusiva, Iglesia Metodista , , , , , , , ,

Tu leve pestañeo

Viernes, 8 de julio de 2016
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Del blog del  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa:

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Es entonces cuando te despierta el leve pestañeo.

Solo entonces.

No es el fragor de los minutos deseando hacerse un espacio concreto.

No es el frío gélido de la distancia emborronada.

Tampoco la oscuridad del miedo atrincherado tras las costuras del interrogante.

Ni siquiera la violencia de una pasión del alma que desconcierta.

No.

No es nada de eso.

En ocasiones no nos despierta lo grande,

lo alborotador,

ni aquello que aúlla alrededor.

Es más sencillo.

Casi siempre es más sencillo.

Y más breve.

En ocasiones,

pero en muchas ocasiones,

lo que nos despierta es el leve pestañeo que descubre tu mirada

posada sobre nuestro corazón.

Despierta, corazón comunitario.

Ábrete al cuidado de Dios,

Trinidad enamorada que no perdona porque ama,

que ama en su entrega

y que regala a  la libertad todo el espacio del tiempo

*

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***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“Más allá del homo sapiens”, por José Arregi.

Miércoles, 22 de junio de 2016
Comentarios desactivados en “Más allá del homo sapiens”, por José Arregi.

homo-sapiensLeído en su blog:

Más pronto que tarde, los avances científicos nos obligarán a repensar casi todo lo que la filosofía y la teología nos han enseñado y que en buena medida seguimos pensando acerca del ser humano y de su “singularidad”: su autoconciencia y libertad, su razón y corazón, su mente o espíritu. ¿Somos tan singulares como hemos pensado durante miles de años? Necesitamos una gran cura de humildad, que es como decir sabiduría. O humanidad. O incluso transhumanidad.

Lo cierto es que nos hallamos en camino, aunque no sabemos exactamente hacia dónde. A las religiones monoteístas y sus teologías les está costando más asumir esta visión inacabada, provisional, evolutiva del ser humano; están anclados en un paradigma demasiado antropocéntrico y fixista, ligado a dogmas que consideran revelados e intocables. Pero las ciencias nos irán obligando, nos están obligando ya a superar esa visión.

Las neurociencias demuestran que todo lo que llamamos “humano” depende de las neuronas, que son células, que son moléculas, que son átomos organizados. Y todos los animales, salvo las esponjas, poseemos neuronas, en grados muy diversos de complejidad organizativa. A cerebros más complejos capacidades más altas. Y esa evolución que nos lleva desde el átomo a la autoconciencia es un proceso unitario de saltos cualitativos, y los saltos cualitativos se producen a medida que se da una mayor complejización cuantitativa.

Cierto, la mente y los factores sociales que la condicionan contribuyen también a modelar el cerebro, por eso que llaman “plasticidad” del cerebro. Hay una cierta interacción: del cerebro emerge la mente, y la mente actúa sobre el cerebro. La mente o “espíritu” también hace ser en alguna medida al cerebro que nos hace ser inteligentes o espirituales. Los sentimientos, los pensamientos y la conciencia son sin duda más que mera biología (células, genes y neuronas), y la biología es sin duda más que mera química (átomos, moléculas, sustancias). Pero la psicología existe gracias a la biología y no puede existir sin ella, ni la biología sin la química. La mente o “espíritu” no puede ser sin el cerebro. Dependemos de las neuronas para reír y llorar, pensar y hablar, recordar y proyectar, confiar y temer, amar y odiar, ser fieles o infieles, valientes o cobardes. Y para creer y orar, amar e imaginar a Dios para bien o para mal. Nos diferenciamos de las lombrices por el número de neuronas y de conexiones neuronales. Somos más que neuronas, pero siempre por medio de las neuronas, y de los átomos y las moléculas que las forman.

Hay más. Las neurociencias no solo estudian el cerebro, sino que abren caminos para cambiarlo profundamente. Lo que ayer era insospechable es hoy realidad. Lo que hoy solo se empieza a barruntar, e infinitamente más, algún día será realidad. Que sea para bien o para mal, he ahí la cuestión. Pero será. Hace tres meses, en marzo del 2016, 20 años después de que un ordenador venciera al mejor jugador de ajedrez de la época, Gary Kasparov, el programa AlphaGo de Google ganó por 4 a 1 uno al surcoreano Lee Sedol, el mejor jugador mundial de go, una especie de ajedrez oriental que consiste en ir colocando piedras negras y blancas sobre las casillas de un tablero. Parece sencillo, pero debe de ser más complicado que el ajedrez convencional. Pues bien, un ordenador le puede al cerebro humano mejor preparado.

Y la capacidad del ordenador aumentará sin medida. Stephen Hawking no alberga ninguna duda de que este hecho tendrá lugar, sino sobre si cuando tenga lugar será beneficioso para nosotros. En septiembre de 2015, dijo en una entrevista: “Los ordenadores superarán a los humanos gracias a la inteligencia artificial en algún momento de los próximos cien años. Cuando eso ocurra, tenemos que asegurarnos de que los objetivos de los ordenadores coincidan con los nuestros”.

¿Pero no podrán igualmente mejorar las capacidades del cerebro humano? Éste ya es absolutamente portentoso, con sus 100.000 millones de neuronas y 500 billones de conexiones entre ellas (conexión más, conexión menos). Nada impide, sin embargo, pensar que sus capacidades puedan aumentar y sus prestaciones “mejorar” indefinidamente, gracias, por ejemplo, a implantes de nanorobots invisibles. Y entonces ¿qué seremos? Çuando nuestro cerebro actual llegue a ser o lo hagamos ser mucho más capaz…, ¿seremos aún humanos? La pregunta es ineludible, como ineludible parece la futura interacción y simbiosis creciente entre el cerebro y el robot. Cuando Nicholas Negroponte, hace 30 años, predijo libros electrónicos y videoconferencias, nadie le creyó; hace unos meses anunció que podremos aprender idiomas con solo tomar una pastilla, que instalará un nanochip en nuestro cerebro. Así será con todo.

¿Con todo? ¿También con nuestras cualidades “espirituales”: conciencia, libertad, inteligencia, amor? ¿Y por qué no? Todas las funciones que llamamos “espirituales”, insisto, emergen de lo que llamamos materia: de menos surge más, gracias a relaciones u organizaciones más complejas. Pero es ingenuo –y sería descorazonador– pensar que, con nuestra especie humana, la evolución ha llegado al máximo grado de capacidad cerebral o neuronal, al máximo grado de desarrollo “espiritual”, a la última “singularidad” posible… ¿Qué nos permite pensar, además, que no puedan existir ya en algún lugar de este o de otros universos otros seres más “espirituales” que nuestra especie sapiens? En cualquier caso, la evolución prosigue, con una peculiaridad: la de que la especie humana se ha convertido ahora –esto no lo sospechó Darwin– en el factor decisivo de su propia evolución y de la evolución de la vida en general en todo el planeta. ¿Hasta dónde llegaremos? Y vuelve la pregunta más inquietante: ¿Será para bien del ser humano y de la comunidad de los vivientes? ¿Qué habremos ganado con todos nuestros progresos si no nos llevan a cuidar mejor la vida en su conjunto?

El horizonte está lleno de enormes amenazas y de inmensas posibilidades. Todo nos llama a dar un gran salto más allá de nuestros esquemas y conductas tan estrechas, de nuestros intereses tan egoístas, tan engañosos al final. No habrá esperanza para nuestra especie y para todas las especies que dependen cada vez más de nosotros, mientras no superemos nuestro actual nivel “espiritual” de conciencia y libertad. Y no lo logramos solo con las ciencias, pero tampoco sin ellas. Ciencia, educación, política, espiritualidad… todo nos hará falta para ser espirituales o más sabios.

Solo seremos sabios cuando seamos humildes, cuando nos sepamos tierra, humus, misteriosa “materia” dotada de movimiento y relación y gracias a ello de infinita creatividad, de posibilidad de ser más, de misterioso “espíritu” emergiendo de la materia. Seremos sabios cuando queramos y podamos ser de verdad hermanas, hermanos de todos los seres. Y es posible que para eso tengamos que dejar de ser esta especie que hoy llamamos muy impropiamente homo sapiens.

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