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Puertas. (Cuaresma con Merton 2)

Martes, 21 de marzo de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Las tres puertas (una sola puerta).

1. La puerta del vacío. De lo que no está en ninguna parte. De la ausencia de un lugar para el yo, que un yo no puede atravesar. Y que, por lo tanto, no le sirve a quien va en busca de un lugar. ¿Es o no es una puerta? Es puerta que no es puerta.

2. La puerta sin letrero, sin indicaciones, sin información. Sin nada que la defina. De la que, por ese mismo motivo, nadie puede decir “¡Esta es! ¡Esta es la puerta!” No se la reconoce como puerta. No hay nada que conduzca a ella. “No somos eso, pero aquí está la puerta”. No hay letrero que indique la salida y es inútil buscar indicaciones. Toda puerta con un letrero, toda puerta que se proclame puerta no es la puerta. Pero no busquen un letrero que diga “Esta no es la puerta”. Ni tampoco uno que diga “Esta no es la salida”.

3. La puerta que no responde a un deseo. No deseada. La puerta no prevista. Jamás deseada. No querida. No deseable como puerta. Ni una broma ni una trampa. No selecta. No exclusiva. No para unos pocos. No para muchos. No puerta hacia algo. Puerta sin propósito. Puerta sin fin. Puerta que no se abre con llave; no piensen que tienen una llave. No tengan esperanzas de tenerla. No sirve de nada preguntar, pero hay que hacerlo. ¿Quién? ¿Para qué? Si pidiéramos una lista de todas las puertas existentes, esta es la que no figuraría en la lista. Si preguntáramos los números de todas las puertas, esta es la que no tendría número. No se engañen pensando que esta puerta es simplemente difícil de encontrar y de abrir. Cuando la buscan, se esfuma. Se aleja. Se reduce. Es nada. No hay umbral. No hay nada en que apoyarse. No es espacio vacío. No es este mundo ni otro. No depende de nada. Por no tener cimientos, es el fin del dolor. Nada queda pendiente. Por eso, no hay umbral, no hay escalón, ni avance ni retroceso ni entrada ni no entrada. Así es la puerta que pone fin a toda puerta: inexistente, imposible, indestruida, atravesada por todos los fuegos ya apagados. “

*

Thomas Merton

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***

Seguimos con el libro Tropiezos celestiales de Roger Lipsey.  Editorial MAITRI.  Su segundo capítulo son 34 reflexiones tomadas de diferentes textos de TM, que acompañan algunos de sus dibujos y grabados. Resulta un buen compañero de camino para esta Cuaresma, y estamos compartiéndolas en varias entradas.

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Tengo sed.

Domingo, 19 de marzo de 2017
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El que beba del agua que yo le daré, jamás volverá a tener sed (Juan 4:14).

Al que tenga sed le daré a beber gratis del manantial del agua de la vida.” (Ap 21, 6)

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Mientras que los teólogos discuten sobre el origen del agua,

los místicos la beben.

***

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:

-“Dame de beber.”

Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:

-“¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”

Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:

“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.”

La mujer le dice:

“Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”

Jesús le contestó:

“El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer le dice:

“Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.”

Él le dice:

-“Anda, llama a tu marido y vuelve.”

La mujer le contesta:

“No tengo marido.

Jesús le dice:

“Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.”

La mujer le dice:

“Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.”

Jesús le dice:

“Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.”

La mujer le dice:

“Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.

Jesús le dice:

“Soy yo, el que habla contigo.”

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:

-“¿Qué le preguntas o de qué le hablas?”

La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

“Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?”

Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían:

-“Maestro, come.”

Él les dijo:

“Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.”

Los discípulos comentaban entre ellos:

“¿Le habrá traído alguien de comer?”

Jesús les dice:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.”

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer:

-“Me ha dicho todo lo que he hecho.

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

-“Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.”

*

Juan 4,5-42

***

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“¿La dimensión perdida?, por Enrique Martínez lozano

Jueves, 23 de febrero de 2017
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shutterstock_131983562Leía recientemente un comentario periodístico a propósito de las celebraciones navideñas. El autor se lamentaba de que, en el mundo actual, “nos faltan objetivos”. A la vez que denunciaba la superficialidad, la fiebre por el consumo y el individualismo de nuestra sociedad, citaba a Paul Tillich para afirmar que “la gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad”.

Paul Tillich (1886-1965) fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. Y, en cierto modo, podría decirse que el leitmotiv de su obra es una insistente invitación a recuperar la que él llamaba dimensión de profundidad. Expresión, por cierto, con la que se refería al Misterio que las religiones han nombrado como “Dios”.

Sin duda, son ciertas las dos afirmaciones del gran teólogo germano-estadounidense, autor de libros tan interesantes como La dimensión perdida o El coraje de existir, aparte de su monumental Teología sistemática. Por una parte, salta a la vista la tendencia humana a instalarnos en la superficialidad –llámese “zona de confort” o simplemente comodidad– y, por otra, no es menos evidente la certeza de estar habitados por un anhelo que nos llama constantemente hacia la profundidad, de cualquier modo que se la nombre: nuestras raíces, nuestro ser…, en definitiva, nuestra “casa”.

Esa es la paradoja humana. Y, sin duda, entre ambos extremos –superficialidad y profundidad– nos debatimos, del modo que mejor sabemos y podemos.

Sin embargo, en el artículo al que me refería, el periodista, citando a otro teólogo –español en este caso-, afirmaba: “Las generaciones actuales no tienen ya el coraje de plantearse estas cuestiones [las preguntas acerca de nuestro origen y nuestro destino, nuestros valores y objetivos] con la seriedad y la hondura con la que lo han hecho las generaciones pasadas”.

Sin negar la primera parte de esa afirmación –los humanos estamos lejos aún de vivir en la consciencia de lo que somos–, la segunda, sin embargo, me parece poco ajustada, al idealizar tiempos pasados de los que no puede decirse, con rigor, que vivieran con más consciencia que nuestros contemporáneos.

Pareciera como si los sectores más conservadores sintieran añoranza de épocas anteriores, en las que se daba un mayor consenso social, cultural y religioso. Pero, en mi opinión, eso no significaba que nuestros antepasados se plantearan aquellas cuestiones fundamentales con mayor “hondura”, sino que sencillamente se adaptaban acríticamente a las creencias social y culturalmente aceptadas.

En ese sentido, es innegable que se ha producido un radical “cambio de paradigma”: del monolitismo anterior hemos pasado a una situación de pluralismo difícilmente imaginable hace solo unas décadas. Pero aun con la zozobra que suele acompañar tales movimientos, y con las ambigüedades propias de todo lo humano –incluidos los síntomas denunciados por el periodista–, parece que la humanidad camina hacia una consciencia cada vez mayor.

Tal vez, la llamada por Tillich “dimensión perdida” no sea otra cosa que nuestra verdadera identidad. Pero no llegaremos a ella a través del esfuerzo voluntarista, sino gracias a la comprensión. Comprensión que conecta con la propuesta que han hecho los sabios a lo largo de toda la historia (“conócete a ti mismo”) y que define lo que es el genuino “trabajo espiritual”: responder experiencialmente a la pregunta “¿quién soy yo?” y vivir en conexión con lo que realmente somos.

Desde ahí comprenderemos que todo lo demás –superficialidad, consumismo, individualismo- son solo pálidas compensaciones que tratan de aliviar el vacío de quien se halla lejos de casa, a la vez que “cantos de sirena” que distraen de lo verdaderamente importante: vivir lo que somos.

No somos el yo que se siente llevado a vivir de una manera egocentrada, girando en torno a sus intereses y generando mecanismos de defensa frente a sus miedos y necesidades –aunque tengamos que tener en cuenta todo ello–, sino la Plenitud una, que se está expresando temporalmente a través de esta “forma” (yo) que tenemos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Espiritualidad y narcisismo (I)”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 17 de febrero de 2017
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46172-500-543Siempre son de agradecer las voces que alertan del riesgo de narcisismo que puede acechar a la espiritualidad, en este resurgir del que estamos siendo testigos. Todo sin excepción es susceptible de ser apropiado por el yo en beneficio propio, y a ello no escapa la espiritualidad. Con todo, me parece obligado reconocer que el problema no está en la espiritualidad, sino en la apropiación que el ego pueda hacer de la misma, para construirse un paraíso narcisista en el que busca su bienestar por encima de cualquier otra cosa.

Ahora bien, la lucidez requiere añadir algunas puntualizaciones para seguir abriéndonos a una verdad mayor que nos permita vivir más conscientes.

Es indudable que el narcisismo puede estar presente en cualquier ámbito de la existencia humana: desde las relaciones interpersonales a la relación de pareja, desde la política a la religión… Porque todo puede vivirse desde el ego.

A veces, entre quienes acusan a la espiritualidad de ser intimista y de “mirar hacia dentro”, parece producirse un fenómeno curioso: parecieran confundir la insistencia en el compromiso con el compromiso mismo. Lo cual rechina particularmente cuando se utiliza el “compromiso” para afirmar la supuesta “superioridad” moral de una religión determinada sobre la espiritualidad que critican.

La espiritualidad invita ciertamente a mirar hacia “dentro”. Pero ese “dentro” del que habla la espiritualidad no es el “dentro narcisista o egoico” de quien vive conjugando permanentemente el “yo, mi, me, conmigo”, sino aquel “Dentro” que constituye nuestra “casa común” y que todos compartimos. Es precisamente ahí donde brota el compromiso ajustado, gratuito y sin pretensiones, porque nace de la comprensión de que somos no-separados y que, por ello mismo, “tu bien es mi bien”. “Dentro” es compasión y disolución del ego, es desapropiación y desapego, es Nada.

Decía más arriba que todo puede vivirse desde el ego: la espiritualidad, pero también el compromiso. Lo vivimos así cuando, en la forma que sea, “presumimos” de ello o lo utilizamos para compararnos con otros. Esa manera de vivirlo ofrece ventajas al ego: mejora la (auto)imagen, refuerza la sensación de ser “alguien comprometido”, canaliza la necesidad de ser reconocido, compensa de posibles culpabilidades ocultas…, en definitiva, lo sostiene y reafirma: ¡un “yo comprometido” es un ego muy poderoso!

Me parece que la salida de la trampa narcisista, que puede tentarnos a todos, se halla justamente en la respuesta a esta pregunta: ¿desde dónde me vivo? Lo cual remite, una vez más, a la pregunta central de la espiritualidad: ¿quién soy yo?

Si me creo un “ser separado” (yo o ego, reducido a mi “personalidad”), no podré evitar que todos mis comportamientos sean egocentrados, es decir, giren en torno a mí, trátese de la espiritualidad o del compromiso.

Solo en la medida en que crezco en comprensión experiencial de que no soy ese “yo” que busca autoafirmarse, sino la única Consciencia o Vida que alienta en las diferentes formas que tenemos, crecerá también de su mano una actitud y un comportamiento des-egocentrados, gratuitos y entregados. De hecho, el compromiso auténtico es aquel que no tiene a ningún “yo” por sujeto, ningún yo que presuma de lo realizado: nace de la gratuidad, porque brota de lo que somos, sin rastro de apropiación egoica.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Espiritualidad transreligiosa”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 15 de febrero de 2017
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12261a-errores-practicar-espiritualidadLa comprensión de la diferencia que hay entre “religión” y “espiritualidad” permite comprender que “existe una alternativa entre el ateísmo materialista y la religión tradicional, entre la concepción científico-técnica del mundo y una visión mítica preilustrada”.

Quien así se expresa es el filósofo Feliciano Mayorga, en un libro que acaba de publicar, en la editorial Kairós, con título provocativo y sugerente: “El ateísmo sagrado. Hacia una espiritualidad laica”.

Parece innegable que el imaginario colectivo de nuestro entorno sociocultural se mueve, efectivamente, en un “credo materialista”, cuyo dogma fundamental afirma que solo existe aquello que podemos experimentar. Poco importa que tal “creencia” ignore cuestiones hoy científicamente irrebatibles, como el hecho de que apenas conocemos un 4% de la realidad existente, o que, como se viene afirmando desde la física cuántica, el origen de la materia es inmaterial. Sabemos bien que cuando un dogma se asienta en el imaginario colectivo es difícil tomar distancia del mismo, someterlo a crisis y abrirse a una verdad mayor. Parece que el cerebro humano justifica con facilidad aquello a lo que previamente se ha aferrado…, por más que resulte objetivamente insostenible. Esto suele ocurrir en todo tipo de creencias –en la religión hay casos notables de dogmas “increíbles”–, y el nuevo “credo” materialista o cientificista no es una excepción. La ironía consiste en que el materialismo moderno crítica el dogmatismo religioso y su carácter mítico, sin ser consciente de sus propios pre-juicios que le mantienen encerrado en el mismo error de fondo.

Para el cientificismo materialista, todo lo que suene a espiritualidad solo se sostiene en el delirio narcisista –proyectarse en lo eterno–, que escapa al control humano. No advierte que lo que realmente constituye un delirio narcisista es la reducción de la realidad a lo que puede ser controlado por el ser humano. Este es el delirio de la razón absolutizada o del racionalismo patológico, causa de un efecto hipnótico, que obliga a creer que solo existe lo que, bajo tal hipnosis, es posible percibir. Junto con sus logros extraordinarios –entre ellos, la emergencia de la “razón crítica”–, esa fue la más triste y empobrecedora herencia de la Ilustración: la razón fascinó y hechizó al ser humano, hasta el punto de quedar hipnotizado por ella, con la consecuencia de no aceptar absolutamente nada que la propia razón no comprobara.

Nos hallamos así ante una paradoja: por una parte, la no asunción de la modernidad condena a las personas religiosas a posiciones fundamentalistas –no parece desacertado afirmar que esa es precisamente una de las carencias graves de la religión islámica, aunque no solo de ella–; por otra, su absolutización desemboca en la “cultura chata”, nihilista, vacía y carente de sentido que parece haberse enseñoreado de no pocos sectores de nuestra sociedad.

Entre ambas “creencias” –la religión preilustrada y el materialismo dogmático, dos formas “gemelas” de hipnosis mental–, la espiritualidad muestra un camino de apertura incondicional a la verdad de lo que somos.

En la auténtica espiritualidad no hay dogmas ni creencias –se valora la razón y, sin absolutizarla, se la integra y trasciende–, sino apertura lúcida a la comprensión de lo real. Así, ofrece “instrucciones”, pautas o caminos para ir más allá de la mente y, de ese modo, responder adecuadamente a la única pregunta que realmente importa: ¿Quién soy yo?

Cada vez somos más conscientes que la mente nunca podrá atrapar la verdad. Por lo que tampoco es capaz de otorgarnos certezas definitivas. Todo lo que nace de ellas son –no puede ser de otro modo– “construcciones mentales”, es decir, creencias de todo tipo, religiosas o no.

Necesitamos, por tanto, aprender a acallar la mente para poder “ver” en profundidad.

Y, dado que no tiene nada que ver con las creencias, la espiritualidad es transreligiosa, por el simple hecho de que es transmental. En esta línea, son de agradecer los intentos que están surgiendo en los últimos años favoreciendo la llamada “espiritualidad laica” o “espiritualidad atea”. En esta línea, además del libro de Mayorga, ya citado, y que me ha dado pie a esta reflexión, es obligado mencionar otros dos:

Marià CORBÍ, Una espiritualidad laica. Sin religiones, sin creencias, sin dioses, Herder, Barcelona 2007.

André COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Paidós, Barcelona 2006.

Finalmente, a quien esté interesado en una visión más de conjunto de toda esta cuestión de la “espiritualidad transreligiosa”, me permito reenviarle a dos libros míos:

La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual, Desclée De Brouwer, Bilbao 2009.

Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa, PPC, Madrid 32013.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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In memoriam: Día de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. יום הנצחה לזכרם של קורבנות השואה

Viernes, 27 de enero de 2017
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«Sería un peligroso error pensar que el Holocausto fue un simple producto de la locura de un grupo de criminales nazis. Más bien todo lo contrario, el Holocausto fue la culminación de milenios de odio, culpabilización y discriminación de los judíos, lo que ahora llamamos antisemitismo.».

Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres.

El 27 de enero se celebra internacionalmente el Día de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, una fecha que Naciones Unidas estableció en 2005 con el objetivo de rendir homenaje a las víctimas del genocidio judío. En 2014 se conmemora este recuerdo, cuando se cumplen 73 años del envío de homosexuales a campos de concentración nazis.  
*

 

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Fuga de Muerte:

(Traducción de José María Pérez Gay)

Leche negra del alba te bebemos de tarde
te bebemos al mediodía y en la mañana
te bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire
donde no estamos encogidos
Un hombre vive en la casa
juega con las serpientes
escribe cuando oscurece a Alemania tu pelo de oro
Margarete
escribe y sale de la casa
y brillan las estrellas y silba a sus perros
silba a sus judíos
y los manda a cavar una tumba en la tierra
y nos ordena ahora toquen para bailar

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía
te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa
y juega con las serpientes y escribe
y escribe cuando oscurece a Alemania
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith
cavamos una tumba en el aire
donde no estamos encogidos
Grita
caven más hondo canten unos toquen otros
y empuña el acero del cinto
lo blande
sus ojos son azules
hundan más hondo las palas
toquen unos bailen otros

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía
te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith
un hombre juega con serpientes
Grita toquen más dulce la muerte
La muerte es un maestro de Alemania
y grita toquen más oscuro los violines
luego ascienden al aire
convertidos en humo
sólo entonces tienen una tumba en las nubes
donde no están encogidos.

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía
la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos en la tarde y de mañana
bebemos y bebemos
la muerte es un maestro de Alemania
sus ojos son azules
te alcanzan sus balas de plomo
te alcanzan sin fallar
un hombre vive en la casa
tu pelo de oro Margarete
lanza sus mastines contra nosotros
nos regala una tumba en el aire
juega con las serpientes y sueña
la muerte es un maestro de Alemania
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith.

*
Paul Celan

(1952)

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***

Día internacional de Conmemoración en memoria de las victimas del Holocausto. 27 de enero

Calendario de actos de 2017 de las Naciones Unidas

72 años ya de la liberación del Campo de Auschwitz

Francisco: “Auschwitz es un grito de dolor que está pidiendo un futuro de respeto, de paz y de encuentro”

Día de las Víctimas del Holocausto: el mundo recuerda también hoy a los homosexuales asesinados.

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2017, bajo el signo de la confianza

Domingo, 1 de enero de 2017
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Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

* * *

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.

¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.

Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
y guíame por el camino eterno.

*

Salmo 139 (138)

***

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Cuento de Navidad

Martes, 27 de diciembre de 2016
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belen_piel_con_pielGabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 26/12/16.- El nacimiento de Jesús de Nazaret supone el culmen histórico de la gran Alianza del Dios Amor con la humanidad. Aquella manera de nacer, absolutamente marginal en cualquier sociedad contemporánea de su tiempo -y del nuestro-, indica bien a las claras el deseo de despojarse de su rango para vivir entre nosotros de una manera muy determinada: sin poder, sin privilegios, sin seguridades humanas, volcado a transformar la existencia humana en una vida plena. Marcó un ejemplo de vida, aunque nosotros hemos forzado en su nombre y demasiadas veces el Misterio de la Navidad.

La ironía popular estremece cuando habla de lo bien que nos ha ido a los cristianos a pesar de que todo empezó en un establo,  con el nacimiento del Maestro, hasta que, con el correr de los tiempos, llegamos a disponer de un Estado religioso Vaticano con inmunidad diplomática y todo. O cuando sin bajar un ápice el nivel de ironía, la sabiduría popular se refiere a la historia de la Iglesia católica como institución, y se admira de que después de tantas corruptelas, sobre todo en torno al Papado y la Curia romana, siguen floreciendo cristianos ejemplares, por lo que, concluye, debe existir el Espíritu Santo; porque con semejante carrera, sin Él sería imposible que la Iglesia haya sobrevivido tantos siglos.

No es un comentario nuevo y, en el fondo, es verdad porque todos estamos hechos de barro. Pero Dios se sirve incluso de lo malo para construir el Reino. Giovanni Boccaccio, afirma una idea similar en el relato segundo de la primera jornada de su Decamerón, obra nada pía a tenor de las condenas que tuvo por parte de  la Iglesia de su tiempo: un buen cristiano pretende convertir a un amigo judío al cristianismo, y a fuerza de insistir, el judío se interesa por el asunto hasta el punto de que decide ir a Roma para ver cómo actúa “el vicario de Dios en la tierra, y ponderar sus modos y costumbres, y los de sus hermanos los cardenales”. Y le añade a su amigo, que si le convencen sus prácticas y ve que su religión es mejor que el judaísmo, se hará cristiano. La respuesta del amigo cristiano en el relato no tiene desperdicio: “Se entristeció sobremanera, diciendo para sí: Se han perdido mis esfuerzos, que creía excelentes, para convertirlo”, y que si su amigo hubiese ido cristiano a Roma, “tornaría sin falta hacerse judío”.

No logra disuadirle del viaje. El cuento sigue a la vuelta de Roma constatando el judío que no había visto “ninguna santidad, ninguna devoción, ninguna buena obra o ejemplo de vida en nadie que fuese clérigo; solo lujuria, avaricia y gula, fraude, envidia y soberbia y cosas semejante so peores (si puede haberlas)”, y concluyendo que aquello tenía más que ver con prácticas diabólicas que divinas. Pero el relato del judío acaba de manera sorprendente en boca del viajero: “Y como veo que no ocurre lo que ellos procuran, sino que vuestra religión aumenta de continuo y se hace más brillante y clara, me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más verdadera y santa que cualquier otra. Por lo cual, aunque rígido y duro me mostraba a tus consejos, y  no quería hacerme cristiano, te declaro ahora francamente que por nada dejaré de hacerlo.” Y de seguido, se va con su amigo cristiano a una iglesia a bautizarse.

Recemos abiertos en acogida al Misterio de todo un Dios hecho criatura humana, sin ninguna ventaja para sí pero enteramente dispuesto a la voluntad del Padre. Demos gracias por su venida a nuestra pobre condición elevada al rango de hijos de Dios y pidamos perdón por nuestra falta de acogida, entonces en Belén y ahora en nuestros corazones con nuestros hermanos.

Es cierto que todo comenzó en un pesebre y que ahora tenemos el poder humano que desaconseja el evangelio. Por eso entonces se revolucionó la existencia humana en apenas tres años y ahora no podemos caminar siendo luz del mundo en Navidad como testigos de Cristo porque el armatoste que hemos creado en su nombre nos pesa demasiado, eclipsando la raíz del Mensaje. Menos mal que el Espíritu acaba por mostrarnos siempre la Estrella, el camino, la Verdad, a nada que abramos un poco los ojos del alma. Feliz Pascua de Navidad, ¡y que dure!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Natividad del Señor

Domingo, 25 de diciembre de 2016
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Leído en Koinonia:

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Misa del día

Isaías 52,7-10

Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo responsorial: 97

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.

Hebreos 1,1-6

Dios nos ha hablado por el HijoEn distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”, o: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.”

Juan 1,1-18

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotrosEn principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”” Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
(25 de diciembre de 1977)

Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.

Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.

PROLONGAR LA ENCARNACIÓN

Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.

NAVIDADES TRISTES

Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que “en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos”. En otra carta parecida dice: “Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad”. Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad. Leer más…

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“¿Nueva espiritualidad? (III)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 7 de noviembre de 2016
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espiritualidad-religion5. La cuestión del “yo”

Tras releer el texto de Carlos Barberá, me decido a añadir unas entregas más, centradas en puntos concretos, estrechamente relacionados con lo que venimos planteando: la cuestión del yo y la creencia en un Dios “personal”. Confío en que estas palabras sirvan para clarificar lo que se ventila en la más genuina espiritualidad.

Y quiero empezar comentando las siguientes expresiones que aparecen en su escrito: “Yo soy también mis ideas, mis sentimientos, mis acciones. Yo soy el que escribe este artículo, yo soy el que voto de esta o la otra manera, yo soy el que tiene tales o tales amigos”.

Si tales afirmaciones se leen dentro de la paradoja a la que me he referido en los comentarios anteriores, estoy totalmente de acuerdo. Soy la Consciencia una, que compartimos todos los seres, y soy también esta personalidad concreta en la que aquella se expresa. Aunque el “soy” no tenga la misma densidad en los dos casos –una cosa es el “soy” del nivel aparente y otra el realmente real–, me parece ajustado combinar el mencionado “principio de exclusión” (“no soy mi cuerpo…”) con el de inclusión (“soy también mi cuerpo…”).

Ahora bien, a mí me parece que ese “yo” no es una entidad separada que posea autonomía ni libertad individual. Lo que llamamos “yo” es solo un pensamiento más, producido por la mente a través del característico mecanismo mental de la apropiación. Nace, por tanto, con la mente, que se apropia de todo lo que percibe y, de ese modo, hace posible que surja el “mío”. Es así como nace la idea del yo, con todo lo que eso conlleva: creencias de separación, autonomía, libertad, control… y, sobre todo, egocentración. A partir de ahí, la identificación con él será sencilla: la mente, con su extraordinaria sutileza, se encargará de sostener aquella creencia que otorga un estatus –que parece real- a lo que solo era un pensamiento creado por ella misma.

Recientes investigaciones neurocientíficas han puesto en evidencia esta función del cerebro, a la que han bautizado con el nombre de “intérprete”. Según esos resultados, no existe algo así como un “yo” que actúe, sino más bien una capacidad de percibir lo ocurrido y un mecanismo automático para interpretarlo y apropiárselo. Se ha demostrado reiteradamente que el cerebro actúa antes de que la mente lo ordene pero, en cuanto algo sucede, esta se apresura a decir “lo he hecho yo”. Como escribe el físico teórico y estudioso neurocientífico Michio Kaku, “el cerebro toma las decisiones con antelación, sin la participación de la mente, y después trata de disimularlo (como acostumbra) haciendo creer que la decisión fue consciente”. A partir de ahí, será la memoria la que venga a otorgar una sensación de continuidad que afiance aún más la creencia en un sujeto autónomo, que posteriormente será avalada y fortalecida por el llamado “sentido común” –el mismo que nos hizo creer que la tierra era plana, que estaba fija en el centro del universo y que giraba en torno al sol, en un cosmos que se creía pequeño y sin cambios; y que, en ese cosmos, los humanos eran una especie aparte- y por toda la cultura ambiental, desde el primer momento de la existencia del bebé.

Pero, ¿acaso –viene a decir Carlos Barberá– no tengo conciencia de que soy yo quien actúa y de que puedo hacer una cosa u otra? Las mismas investigaciones neurocientíficas muestran que tal cuestión encierra una falacia, que consiste en confundir lo que ocurre con la creencia de que hay una autoría personal, un “yo personal” que sería el autor de lo que ocurre.

Una cosa es la innegable consciencia subjetiva de ser libre –ya hemos dicho que eso es justamente el resultado de aquella función del cerebro que se ha denominado “intérprete” – y otra el hecho de que haya un “yo hacedor”.

La cuestión queda formulada en uno de los principios básicos de la psicología transpersonal: “Tú no eres nada que puedas observar; tú eres Eso que observa”. Cuerpo, mente, sentimientos, “yo”…, todo ello es objeto de observación. ¿Qué es Eso que observa?

Dicho de otro modo: al tomar distancia de la mente, percibes que tú no eres el “yo” con el que ella te había identificado. Lo que realmente eres no es una cosa o un objeto que la mente pudiera atrapar, sino Eso que observa todo, incluida la mente. Lo que eres es pura consciencia o presencia consciente.

En “ti” hay “ideas, sentimientos, acciones”. Puedes tener incluso la sensación subjetiva de que eres tú “el que escribe este artículo, el que vota de esta o la otra manera, el que tiene tales o tales amigos”. Pero solo es eso: una sensación subjetiva. Todo eso se hace en –a través de– ti, pero sin que haya ninguna autoría personal, tal como ponen de relieve los citados estudios neurocientíficos. La identificación con el propio yo –y lo que podríamos llamar su “mundo”– es perfectamente comprensible, debido al apego con que hemos crecido. Sin embargo, lo que llamamos “yo” es solo una ficción mental.

¿Pero no me dice mi propia sensación lo contrario? En efecto, la sensación subjetiva es muy fuerte, con el añadido de que la hemos asumido como completamente cierta desde el principio de nuestra existencia. Por ello es comprensible que la mente se rebele ante afirmaciones que la cuestionan. Pero tal rebeldía no prueba nada. Mi sensación también me dice que la mesa en la que escribo es completamente sólida cuando, en realidad, es vacía en un 80%. Tanto el yo como la materia pertenecen solo al mundo aparente; en el nivel profundo –por debajo del mundo que crea la mente– no hay “yo” ni materia; todo es información o consciencia –“inteligencia creativa”-, y eso es lo que realmente somos.

Pero seguramente carece de sentido discutir acerca de ello: la mente nunca nos podrá conducir más allá de ella misma; en su sutileza encontrará siempre justificaciones para mantenernos en el bucle que ella misma teje. Más bien, el camino adecuado parece ser el de acallar la mente –eso es la práctica meditativa o contemplativa– y, manteniéndose en el silencio mental o atención desnuda –pura consciencia de ser–, ver qué ocurre. Si nos adiestramos en la práctica, es probable que el “conocimiento mental” deje paso al “conocimiento silencioso” –del que han hablado siempre los sabios–, que abrirá ante nosotros un horizonte inédito y un nuevo modo de vivir.

Pero esto es justamente lo que más arduo resulta a quienes han crecido en un mundo estrictamente “racional” o han vivido una formación que absolutizaba la mente: comprender que existe otro modo de conocer que solo es posible cuando somos capaces de silenciar el pensamiento. Sin dar este paso, la no-dualidad aparecerá como una moda vacía y carente de sentido. Sin embargo, cuando se ha experimentado, se ve cómo a su lado palidece el razonamiento más elaborado. El motivo es simple: la razón se mueve únicamente en el mundo de las apariencias –en el nivel aparente de la realidad– que ella misma crea. Es solo el silenciamiento de la mente el que permite ver  en profundidad.

Enrique Martínez Lozano

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En el centro de tu centro

Jueves, 3 de noviembre de 2016
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Siempre que alguien nos hiere, ofende, ignora o rechaza, se produce en nosotros una profunda protesta interior. Puede tratarse de furia o depresión, de deseo de venganza o incluso del impulso de causarnos daño nosotros mismos. Podemos sentir una profunda urgencia de vengar nuestra herida, o bien refugiarnos en un sentimiento suicida de autodesprecio.

Aunque estas reacciones extremas puedan parecer excepcionales, nunca son ajenas a nuestros corazones. Durante largas noches le damos vueltas a menudo a las palabras o acciones con que hubiéramos podido responder a lo que nos dijeron o hicieron otros.

Justo en ese momento es cuando hemos de desenterrar nuestros recursos espirituales y encontrar el centro en nuestro interior, ese centro que está mucho más allá de nuestra necesidad de herir a otros o herirnos a nosotros mismos, el centro donde somos libres para perdonar y amar.”

*

Henri Nouwen

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“¿Nueva espiritualidad? (II)”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 2 de noviembre de 2016
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espiritualidad-religion3. La paradoja se resuelve (se transciende) en la no-dualidad

Voy a referirme a la paradoja que somos, recurriendo a la técnica terapéutica de la “rueda de la consciencia”, ideada por el psiquiatra Daniel Siegel: utilizando la imagen de una rueda de bicicleta distingue entre el eje –siempre estable- y la llanta que gira. Es obvio que si queremos que la rueda funcione adecuadamente, es preciso cuidar la llanta. Sin embargo, no lo es menos que, mientras esta se mueve constantemente, aquel permanece centrado. A partir de esa imagen –que él mismo utiliza como herramienta puramente terapéutica-, podemos entender el eje como la consciencia, que sostiene y constituye todo lo real, y la llanta como todas aquellas dimensiones en que se desarrolla nuestra existencia: el cuerpo, los pensamientos, los sentimientos, las relaciones…

Parece innegable que el olvido del “eje” conduce al sinsentido completo. Pero no lo es menos que el olvido de la “llanta” promueve un descuido de dimensiones fundamentales como son la psicológica, la relacional, la social, la política… Olvido que potencia una pseudo-espiritualidad que con frecuencia desemboca en narcisismo autocomplaciente.

La genuina espiritualidad, aun siendo bien consciente de la diferencia entre lo “permanente” –realmente real- y lo “transitorio” –que pertenece al mundo de las “apariencias” o de las “formas”-, no niega ni descuida ninguna dimensión. Por decirlo con las expresiones utilizadas en el capítulo anterior, incluye ambos caminos: el de la exclusión y el de la inclusión. Del mismo modo, reconoce la polaridad de todo lo manifiesto: no existe realidad manifiesta que no tenga su polo opuesto. Pero sabe que “polaridad” no es sinónimo de “dualidad”, del mismo modo que “diferencia” no significa “separación”. La no-dualidad es la comprensión de que los dos polos son abrazados profunda y secretamente en una Unidad mayor: en este sentido, la espiritualidad afirma que la Realidad es no-dual; afirmación que es también sostenida por todo lo que está averiguando la misma ciencia moderna. Pero –de nuevo; no habría necesidad de insistir en ello- tal afirmación no quiere ser dogmática, sino evidente para quien lo ha visto y propositiva para quien se sienta cuestionado por ella.

Es solo una expresión que –con mayor o menor acierto- quiere compartir lo que se ha visto o vivido; por eso, nunca se propone como “objeto de fe” –al contrario, se anima a no creer en ella hasta que no se la haya experimentado-, sino únicamente como “instrucción” para que quien desee pueda experimentar por sí mismo la verdad o no de la misma.

Soy bien consciente de que todo lo humano es ambiguo y, por tanto, nunca se halla exento de riesgos, tanto más peligrosos cuanto más negados o inadvertidos. Tales riesgos suelen multiplicarse en todo aquello que se pone de “moda”. La idealización que nuestra mente (o ego) tiende a hacer de cualquier cosa que aparece con una aureola de prestigio induce fácilmente a engaños peligrosos. En concreto, por ceñirnos a nuestro ámbito sociocultural, en el campo de la espiritualidad –aunque no solo en él-, no es extraño que cundan sucedáneos egoicos, que se manifiestan como vaguedades sin contenido, tópicos repetidos, charlatanería y credulidad. Pero, en ningún campo, la existencia de sucedáneos engañosos invalida la verdad y el valor de lo genuino.

4. Espiritualidad es comprender la respuesta a la pregunta “¿Quién soy yo?”

La genuina espiritualidad –tanto “antigua” como “nueva”– no busca sino responder a la pregunta decisiva, aquella de la que penden todas las demás: ¿quién soy yo? A sabiendas de que, como proclamaba el Oráculo de Delfos, quien conoce su verdadera identidad, conoce todo lo que es: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”.

Ahora bien, esa respuesta no la puede proporcionar la mente. Más aún, la mente es incapaz de otorgarnos certeza alguna. Todo lo que viene de ella es solo una opinión, un punto de vista o una perspectiva; nunca la verdad.

Ello es así porque la mente, por más razonamientos eruditos que haga, nunca nos podrá llevar más allá de ella misma. Al ser situada, no puede ver la realidad, sino únicamente una perspectiva; y, debido a su naturaleza objetivadora –pensar equivale a delimitar y, por tanto, a objetivar-, no puede identificar otra cosa que objetos o, peor todavía, intentar objetivar lo que es inobjetivable. En resumen: la mente nos ayuda a mantener una actitud crítica que es irrenunciable, para evitar caer en la credulidad y la irracionalidad; nos sirve incluso para desenmascarar y denunciar falsas y pretendidas “verdades”, pero es incapaz de conducirnos a ver la verdad de lo que somos.

La honestidad y el rigor intelectual imponen llevar el “espíritu crítico”, del que hacen gala quienes hipervaloran la razón, hasta el final, es decir, hasta cuestionar los mismos presupuestos (pre-juicios) en los que la propia mente se asienta.

Por lo que se refiere a re-encontrar nuestra verdadera identidad, basta no poner pensamientos y conectar con Eso que se da cuenta –la consciencia que podemos detectar en nosotros mismos, aunque haya estado “sepultada” bajo la incesante actividad mental- para que se vaya abriendo paso la comprensión de lo que realmente somos. Ese es el “conocimiento silencioso” del que han hablado los sabios, porque no es pensando, sino atendiendo, como seremos conducidos a “casa”. La verdad no se halla al alcance de la mente; se revela a sí misma cuando no sobreimponemos pensamientos a lo que es.

Todo lo anteriormente expuesto no es sino un ofrecimiento o una propuesta, que se asienta en la certeza de que el cuidado de la genuina espiritualidad –que poco o nada tiene que ver con las creencias religiosas, y que no distingue entre una “antigua” y otra “nueva”- constituye lo más nuclear de nuestra existencia. Porque solo ese cuidado hace posible otro modo de ver que, trascendiendo la razón, nos muestra nuestro verdadero rostro. Si la fuente de todos nuestros males no es otra que la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad, la salida de ellos –de la ignorancia- solo será posible gracias a la comprensión que nos otorga el “conocimiento silencioso” o la atención desnuda.

No hay aquí nada dogmático. Solo la invitación libre para quien sienta el “impulso”, que lo lleve a experimentarlo por sí mismo.

Enrique Martínez Lozano

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Maldita sea la cruz

Sábado, 22 de octubre de 2016
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Maldita sea la cruz
que cargamos sin amor
como una fatal herencia.

Maldita sea la cruz
que echamos sobre los hombros
de los hermanos pequeños.

Maldita sea la cruz
que no quebramos a golpes
de libertad solidaria,
desnudos para la entrega,
rebeldes contra la muerte.

Maldita sea la cruz
que exhiben los opresores
en las paredes del banco,
detrás del trono impasible,
en el blasón de las armas,
sobre el escote del lujo,
ante los ojos del miedo.

Maldita sea la cruz
que el poder hinca en el Pueblo,
en nombre de Dios quizás.
Maldita sea la cruz
que la Iglesia justifica
– quizás en nombre de Cristo-
cuando debiera abrasarla
en llamas de profecía.

¡Maldita sea la cruz
que no pueda ser La Cruz!

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

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“¿Nueva espiritualidad?”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 17 de octubre de 2016
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espiritualidad-religion1. ¿Nueva? espiritualidad

Me ha surgido este texto –que presentaré en cuatro entregas, para cuidar una extensión “adecuada” en este medio- tras la lectura de un artículo de Carlos F. Barberá, titulado “La nueva espiritualidad”, publicado en los portales digitales Atrio  y Fe Adulta .

En él, aunque sin citarme, probablemente por delicadeza, transcribe unas expresiones mías para ejemplificar el riesgo de lo que llama la “nueva espiritualidad”. Son las siguientes: “Si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un «objeto» aparente que responde al nombre de «yo». (…) Pero empieza por reconocer lo que no eres. Eso significa «dejar caer» todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser «sujeto», el que «está detrás» de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe…”.

El error –viene a decir- radica en que tales afirmaciones recogerían solo una media verdad. Porque –escribe- “la verdad ha de formularse en afirmaciones dialécticas”.

No es mi ánimo polemizar ni entrar en discusiones, así como tampoco convencer a nadie. Busco sencillamente aportar mi perspectiva, con el único deseo de crecer en verdad para, sin renunciar en ningún momento al espíritu crítico ni al diálogo, evitar confusiones que nos priven de lo que, a mi modo de ver, considero una riqueza irrenunciable para avanzar en comprensión y vivencia de lo que realmente somos.

Por ello, quiero centrarme únicamente en el motivo que aduce. Y dejo de lado –aunque no me parecen acertadas– otras consideraciones acerca de la relación que hace entre religión y espiritualidad.

Con todo, deseo comentar que tampoco me parece adecuada la expresión “nueva espiritualidad”, con la que, particularmente en el mundo eclesiástico, se designa el innegable resurgir espiritual al que estamos asistiendo. Al etiquetarla de “nueva”, daría la impresión de que se trata de algo advenedizo y que no sería sino una moda pasajera. Comprendo que quienes se hallan instalados en una religión milenaria la vean de ese modo. En no pocos documentos magisteriales y escritos teológicos, se advierte una actitud recelosa hacia la espiritualidad, porque parecen percibirla como “competidora” y, por tanto, peligrosa para la religión.

Sin embargo, esta espiritualidad –si es genuina– conecta directamente con la llamada “filosofía perenne” y con las grandes tradiciones sapienciales de Oriente y de Occidente, desde el taoísmo y el confucianismo chinos hasta el estoicismo griego, pasando por el hinduismo y el budismo –por citar solo las tradiciones más conocidas–. En todos esos casos no existía la idea de una confrontación entre “filosofía” y “espiritualidad”: todo convergía en la búsqueda de la sabiduría al servicio de la vida. El objetivo era simplemente comprender la Realidad para “ajustarse” a ella y, de ese modo, asumir la actitud adecuada, que habría de conducir a experimentar la plenitud o felicidad.

Decir que una espiritualidad no religiosa o al margen de la creencia en un Dios separado es una “moda postmoderna” –o designarla despectivamente como “nueva” espiritualidad- manifiesta únicamente desconocimiento de aquellas grandes corrientes de sabiduría –que no eran “religiosas”– y no puede ser sino otro signo de un eurocentrismo (cristiano) que se erige como referencia última de verdad.

2. Nuestra naturaleza es paradójica: el “doble nivel” de lo Real

Me centro en el punto mencionado, que Carlos Barberá nombra como olvido de la “dialéctica”. Personalmente, me parece más acertado –en lugar de un término como ese que puede fácilmente prestarse a equívocos– hablar de paradoja. En ese sentido, estoy totalmente de acuerdo con él: la realidad manifiesta –y el ser humano en ella– es de naturaleza inexorablemente paradójica, por lo que no se le hace justicia cuando se olvida cualquiera de las dos caras que la (lo) constituyen: el nivel profundo –lo que somos– y el nivel aparente (o relativo) –lo que tenemos–.

De ahí que se haga necesario hablar de un “principio de exclusión” (“no soy mi cuerpo, no soy mis pensamientos, no soy mis sentimientos…”), pero acompañado del otro “principio de inclusión” (“soy también mi cuerpo, soy también mis pensamientos, soy también mis sentimientos…”). El texto que cita Carlos Barberá se refiere al primero de esos “principios”, pero eso no significa negación ni olvido del otro.

¿Por qué la insistencia precisamente en la afirmación “exclusiva”? En primer lugar, por un motivo pedagógico: es tal la identificación con nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, que se hace urgente afirmar con rotundidad que, realmente, no somos nada de eso. Olvidarlo supone seguir viviendo sumergidos en un reduccionismo que es fuente inevitable de confusión y de sufrimiento. Y, en segundo lugar, porque, si bien es cierto que somos también cuerpo y mente, ese “somos” no tiene el mismo valor o radicalidad que aquel que se refiere a nuestra verdadera identidad. De un modo que, desde mi perspectiva, es el menos inadecuado, podría formularse así: “soy consciencia que tiene (se expresa, se experimenta en) esta forma (o persona)”.

Enrique Martínez Lozano

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“Juntos andemos, Señor”… de la mano de Teresa de Jesús

Sábado, 15 de octubre de 2016
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Hoy, es la Festividad de Santa Teresa de Jesús,  Ya pasó la celebración del Vº Centenario de su nacimiento. El Carmelo Teresiano, la Iglesia Católica y muchos creyentes del mundo entero, seguimos recordando a esta genial mística castellana y española a lo largo del año… Yo os recomiendo vivamente leer sus Obras completas, acercarse a alguna de las buenas biografías que hay en el mercado y, como no podía ser menos, nosotros también procuramos traer al blog algunos textos que nos ayuden a orar, de la mano de esta mística de la Humanidad de Cristo, maestra de oración que en el capítulo ocho de su autobiografía nos recuerda que, “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8, 5). Si sirve para estar horas y horas con el Amado, nos sentiremos satisfechos. Hoy comenzamos con ese deseo de “andar juntos“.

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Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.”

*

(Libro de la Vida, capítulo 9,1)

*

“Bendito seáis por siempre, que aunque os dejara yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo.

*

(Libro de la Vida, capítulo 6,9)

*

“Juntos andemos Señor.

Por donde vayas tengo que ir,

por donde pases tengo que pasar.”

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(Camino de Perfección 21, 26)

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Hola, soy Dory

Sábado, 8 de octubre de 2016
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472736-jpg-c_400_200_x-f_jpg-q_x-xxyxxPocas cosas me ponen tan contenta como encontrar coincidencias entre lo que dice la Biblia y lo que leo en el periódico o veo en el cine. Acaba de pasarme con la protagonista de la película de Disney y Pixar, Buscando a Dory: me ha hecho recordar en el acto una metáfora del profeta Oseas y un adjetivo del evangelio de Marcos (soy de la gramática antigua). Dory es una entrañable pez azul con serios problemas de memoria a la que ya conocíamos en Buscando a Nemo: se le olvida todo al momento y va de un sitio para otro diciendo: “Hola, soy Dory ¿podrían ayudarme…?

También a los israelitas del s. VIII a.C. se les olvidaba en seguida lo que el Señor hacía por ellos y Oseas se lo reprochaba: “Vuestro amor es como una nube mañanera, como rocío que se evapora al alba” (Os 6,4), y algo parecido les pasaba a los receptores “pedregosos” de la parábola de la semilla de Mc 4,16 que aparecen caracterizados como proskairoi (transitorios, momentáneos, ocasionales…).

En ellos podemos vernos reflejados también nosotros, emparentados con Dory en sus olvidos persistentes, parecidísimos a la tierra incapaz de retener la humedad que la había refrescado al amanecer, afectados por esa memoria quebradiza y fugitiva que no deja echar raíces a los recuerdos que hacen vivir.

Hagamos la prueba: ¿qué recordamos de la encíclica Laudato si a solo unos meses de su aparición? ¿Qué huella nos ha dejado su llamada urgente a “cuidar la casa común”? ¿Qué pasos hemos dado en dirección a esa “cultura de la sobriedad y conversión ecológica”? ¿Estamos dispuestos a reemplazar el “discurso verde” (y que se nos pegue la lengua al paladar…) por la adicción a las 3R de reducir, reutilizar, reciclar? ¿Cómo de determinados estamos, por ejemplo, a abrigarnos más en invierno y bajar la calefacción? ¿A evitar plásticos, utilizar transporte público y reducir el consumo de agua?

“No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo”, dice Francisco (LS 211).

No hay que renunciar tampoco a la posibilidad de que Dory recupere la memoria.

Dolores Aleixandre, Vida Nueva 3003, Septiembre 2016

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“Multiplicar la alegría (I)”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 21 de septiembre de 2016
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16327806047_1e3d7501c4_mDe su blog Juntos Andemos:

En ocasiones, las palabras pierden su significado auténtico o van tomando un matiz que las aleja de su esencia. Por ejemplo, Teresa de Jesús decía que al amor «le tienen usurpado el nombre». Que se llama amor a cosas que, en realidad, son mucho menos que amor. Es algo que sucede con frecuencia.

Si se piensa en qué es «bienvivir», saltarán a la mente muchas cosas que se acercan poco a su significado inicial. Y enseguida habría que ponerse a pensar qué es vivir con holgura u honestamente, que es como define el diccionario la palabra bienvivir.

Pasa otro tanto con la conversión. Antes y después de su significado religioso, nadie piensa que es ponerlo todo a dar vueltas… o sea, algo muy dinámico y estimulante. Como un catalizador de vida. Y así no es extraño que, al final, el asunto de la conversión tenga tan mala fama, como si fuera que se acaba la fiesta y empieza lo aburrido, cuando no lo pesado y restrictivo. No deja de ser sorprendente.

Si acuden aquí estas tres palabras es porque están ligadas: el amor, el bienvivir y la conversión.

Ya desde muy antiguo, siglos antes de Cristo, la Palabra de Dios se abría paso diciendo que se podía elegir entre la muerte y la vida, pero en el sentido de vivir bajo un peso de muerte o sobre una estela de vida. ¿Quién no elegiría la vida?

Jesús habló de encontrar en un campo un tesoro y de un mercader que iba buscando perlas y tropezó con una muy especial. Y entonces, uno y otro dejaron todo lo que tenían a cambio del increíble hallazgo. No parece que les aguaran la alegría, sino más bien al contrario. ¿Quién no lo dejaría todo?

Algo de eso contaba Teresa de Jesús sobre sus hermanas. Cuando fundó su primer convento escribió:

«Parece ha Su Majestad escogido las almas que ha traído a él [al convento], en cuya compañía yo vivo… [tienen] una alegría y contento, que cada una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar… hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan de dar gracias».

Ellas lo dejaron todo, pero de lo que hablan es de tener «doblados los contentos». Parece que la conversión tiene algo que ver con eso, con multiplicar la alegría y elegir la vida.

Mucho antes de que Teresa fuera sembrando casitas donde están «doblados los contentos», Isaías escribió unas palabras que siguen estremeciendo. Decía: puedes ver cómo brota de ti la luz y cómo te nace carne sana. Verás que se abre un camino de vida para ti y que Dios te cobija y escucha. Es claro que también hablaba de multiplicar la alegría.

Y todo eso, por casi nada: por vestir al que le falta ropa, por arropar cualquier desnudez y ayudar a vivir dignamente a quien no lo logra. Por abandonar la costumbre de murmurar. Por echar una mano a quien sufre y por negarse a esconder la injusticia.

Isaías decía que al elegir la vida de los demás –darles vida, de un modo u otro– se elige la propia vida, la alegría de vivir; vivir con luz, con salud, con un camino abierto. Eso parece, realmente, bienvivir, parece vivir con holgura.

Teresa, como si quisiera explicar las palabras de Isaías, decía: «Es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas»… no doblaréis el contento y quedaréis encerradas en vuestra propia carne.

Explicaba a sus hermanas –y a todos sus futuros oyentes– la imperiosa necesidad de algunas virtudes para bienvivir, para ser espirituales y les advertía muy seriamente: «Es imposible, si no las tienen, ser muy contemplativas, y cuando pensaren lo son, están muy engañadas».

Hablará, sobre todo, de una virtud que las resume todas, que es aquella de la que hablaba Isaías: el amor. «Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas».

Por eso, Teresa hace una primera invitación para «ponerlo todo a dar vueltas», para convertirse: cavar. Sabiendo que podemos hacerlo y que no hay que irse muy lejos:

«En alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé [el Señor] su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas».

Ponerlo todo a dar vueltas puede ser remover la tierra para cavar y encontrar el tesoro escondido. Puede que por ahí empiece la tabla de multiplicar la alegría.

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¿Cuál es el sentido de tu vida?

Viernes, 9 de septiembre de 2016
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gente6aUna pregunta muy grande, lo sé. De hecho, muchas personas se pasan la vida sin siquiera preguntarse algo tan profundo. O tienen esos momentos de inspiración pasajeros que dejan pasar por miedo a enfrentarse a ellos.

Aunque en la mayoría de los casos las grandes preguntas nos acechan en momentos de crisis personal, cuando empezamos a cuestionarnos qué es lo que hacemos y sobre todo, para qué hacemos lo que hacemos.

La vida está llena de esos momentos. Solo es cuestión de saber prestarles atención. Momentos de dudas, de preguntas sin responder, de temores ocultos que salen a la luz.

¿Y si no estoy llevando la vida que quiero? ¿Y si esto no es lo que me corresponde en realidad? ¿Y si puedo hacer algo mejor con mi vida?

A muchos nos dan miedo momentos como éste, cuando todo se pone en duda. O cuando se rompen nuestros esquemas habituales a causa de algo externo como un despido, una separación o el fallecimiento de un ser querido.

Pero también puede suceder que estemos viviendo durante años con una constante insatisfacción vital, preguntándonos qué es lo que nos pasa realmente.

Puede pasar incluso que aparentemente lo tengamos todo: pareja, familia, un buen trabajo, sueldo decente… y aún así nos sintamos vacíos por dentro, como si algo faltara, como si no estuviéramos completos, como si hubiera algo más.

A mis clientes de coaching y los lectores de mi blog les digo siempre lo mismo: “si te encuentras perdido, ¡enhorabuena!, es tu gran oportunidad para crecer.”

Y es que, como lo contaba en mi post anterior, la gente llega al coaching con un objetivo en el mejor de los casos (o más comúnmente con un problema a resolver), pero lo que realmente sucede es que la meta a conseguir se convierte en mera excusa para que la persona crezca y expanda su psicología, pudiendo abarcar nuevos retos y desarrollar su potencial.

Cuando nos visitan las crisis, sobre a todo a mitad de nuestra vida, alrededor de los 40 o 50 años, pensemos que este puede ser el momento idóneo para iniciar la búsqueda interior.

Al principio no es fácil. Porque nuestras viejas creencias y miedos tratarán de mantenernos en nuestra zona segura y encontrarán mil excusas para que no hagamos nada.

¿Cómo reconocer estos momentos?

Puede que nos preguntemos si realmente queremos realizar ese trabajo en el que llevamos toda una vida. Tal vez recordemos antiguos sueños y añoranzas de viajar a otros lugares, de aprender a tocar ese instrumento, de apuntarnos a una actividad deportiva o artística que nos llama la atención.

En realidad son pequeñas-grandes señales que no debemos dejar pasar sólo por el hecho de lo que puedan pensar los demás. O por miedo a decepcionar a nuestra familia o a nuestros amigos.

En Europa es bastante habitual que trabajadores por cuenta ajena se tomen un año sabático y den una vuelta al mundo, o lo hagan con su familia, o simplemente disfruten un año libre buscándose a sí mismos, probando una nueva actividad que tal vez pueda convertirse en su profesión.

El mundo es cada vez más cambiante, todo se acelera, las distancias de acortan, los trabajos ya no son como antes, el contrato fijo es cada vez más raro en la sociedad de hoy. En España estamos viviendo incertidumbre económica, laboral, política, social…

Y no sólo en España. Con leer un diario o ver las noticias en la TV es más que suficiente para entender cómo está el panorama actual.

Y, como todo en la vida, hay muchas maneras de enfrentar esa situación tan nueva. Pero básicamente hay dos posturas: la del miedo o la de la fe.

El miedo es la salida más fácil, porque no se trata de crear nada nuevo, sino quedarnos como estamos y agarrarnos a lo antiguo. El miedo tiene que ver con nuestra necesidad de seguridad y de control.

Pero la vida es cambio y pretender un control absoluto de algo que no está en nuestras manos es bastante utópico.

Por otro lado, está la fe o el amor. Confiar, creer en nosotros, pensar que si actuamos a pesar del miedo, el resultado llegará, incluso cuando nadie puede garantizarnos ese resultado, ésa es la clave. No actuar a lo loco, por supuesto, sino con un plan, pero sin detenernos por nuestros miedos, guardianes feroces de nuestra zona de confort.

Encontrarle un sentido a la vida requiere coraje, valentía y una dosis muy alta de fe y confianza. Sin esos ingredientes, a pesar de estar insatisfechos, seguiremos llevando una vida insípida y cada año que pase será un año perdido.

Encontrarle un sentido a nuestra vida, un propósito, una misión, es el fin último y más elevado del ser humano. Y no lo digo yo, sino los grandes sabios de todos los tiempos, las grandes religiones y autores de referencia como Víctor Frankl, psiquiatra y autor del famoso libro “El hombre en busca de sentido” que sobrevivió al Holocausto, encontrando en el más profundo dolor un sentido a su propia vida.

Y es que encontrar nuestra misión es vital para que cuando toque el momento de abandonar este mundo no lamentemos que no hemos vivido de verdad, sino sólo a medias.

María Mikhailova

La Razón

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VI)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 5 de septiembre de 2016
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confianza26. ¿Qué queda cuando caen las creencias?

“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.

No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.

No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.

No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.

No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.

Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.

Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).

Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor–, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos– provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.

Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido–, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.

Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada–, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.

A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión– (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.

¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.

Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (V)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 3 de septiembre de 2016
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confianza25. La primera creencia errónea: la creencia sobre “mí”

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí– condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”.

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quién soy y accedo a mí (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo– “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera– del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello.

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Descubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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