¿Cómo salir de uno mismo? A veces esto sucede, lo que hace que ya no estemos encerrados más: un amor sin medida. Un silencio sin contrario. La contemplación de un rostro infinito, hecho de cielo y de tierra.
“¿Estaríamos enajenados hasta el punto de permitirnos el lujo de buscar a Dios, en las horas cómodas del ocio, en templos lujosos, en liturgias pomposas y a menudo vacías, y de no verle, oírle y servirle allí dónde está, y nos espera, y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima de la injusticia de la que somos, muy a menudo, cómplices?”
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“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.
Con estas palabras, Antonio Blay sintetizaba una de las claves fundamentales de la llamada filosofía perenne, en la que se reconocen tradiciones sapienciales y místicos de todos los tiempos: lo Real es Uno. (Incluso la mente, separadora por su propia naturaleza, no puede dejar de reconocer que “todo lo que es” –por mucho que sea– tiene que participar de lo que “es”).
Aquella clave, básica en las tradiciones orientales, aparece también en Occidente, a pesar del dualismo que se adueñó de la filosofía académica. Ya en el siglo VI a.C., Anaximandro intuyó que tenía que haber un “principio” común a toda la realidad, que se hallara en el núcleo de cada una de las formas que nombramos. Y lo nombró como “ápeiron”, es decir, “lo no-distinto” o lo no-diferenciado. En todo lo que podemos llegar a percibir alienta un núcleo “realmente real” que lo sostiene y del que brota. (Se trata, sin duda, de la misma intuición que llevó al teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, a expresarse de este modo: «Dios no es “otro” de nada. Dios, en tanto que “no-otro”, no es “otro” respecto a la criatura. Nada es “otro” para el “no-otro”»).
La mística cristiana –aun nacida en el marco de una religión netamente teísta, “personalista” y dualista– siempre atestiguó la existencia de un único principio de lo real, como base de la experiencia de Unidad que vivieron tantos hombres y mujeres que consideramos místicos. Entre ellos merece destacarse, por su rotundidad, el testimonio del Maestro Eckhart, para quien “el Fondo de Dios y mi Fondo son el mismo Fondo”: Todo lo real no puede “tener” sino un único “Fondo”.
Pero hay algo más, profundamente llamativo: es ahora la misma física cuántica la que llega a afirmar que la realidad está hecha de una sola “sustancia”. Desde Demócrito se había venido diciendo que la realidad estaba compuesta por vacío y átomos. En la física de Newton se habla de espacio, tiempo y partículas. Einstein nos hizo ver que tiempo y espacio son un tejido inseparable y constituyen solo otra dimensión más de la misma realidad (en realidad, el espacio-tiempo no es sino el mismo campo gravitatorio). Y la más moderna física cuántica afirma con solvencia que todo lo real está brotando continuamente de los llamados “campos cuánticos”, que apuntan a su vez –aunque esto no puede ser medido por la ciencia, constituye una intuición compartida por no pocos científicos modernos– a un “fondo” u “océano original” –vacuidad originaria– que es información, consciencia o inteligencia creativa.
Lo Real es Uno. Es solo la mente la que introduce la separación, a partir de la tríada –observador, observado, acción de observar–, que ella genera. Desenmascarado el engaño, no es difícil advertir que todo es consciencia que se observa a sí misma. Pero, gracias al mecanismo de la apropiación, la mente se constituye en un “yo” que observa y así, como expresaba Blay en el texto antes citado, fracciona lo real en compartimentos separados haciéndonos creer que se trata de “realidades” diferentes.
Con esta clave, no es difícil comprender que las religiones teístas –nacidas en un nivel mítico-mental– hayan hablado de “Dios” como de un ser separado, frente al mundo y a los seres humanos, igualmente separados. Era su modo de expresarse. Como bien dijera Ramana Maharshi, todas las religiones empiezan hablando de la existencia del individuo, del mundo y de Dios. Y mientras dure el ego, aquellos tres se percibirán como separados. Sin embargo, cuando se trasciende el ego –y la visión egoica–todo se modifica radicalmente: lo que somos es uno con lo que es.
La conclusión es clara: la sabiduría invita a silenciar la mente. Porque, dado que es solo ella la que crea la (ficticia e ilusoria) separación, únicamente cuando la acallamos, se nos regala percibir “Eso” que está ahí, sin “etiquetas” o interpretaciones mentales. Y “Eso”, “Lo que es” –previo a nuestro pensamiento–, nos sostiene y nos constituye.
Las personas religiosas piensan que esta comprensión de lo real significa rechazar la fe en un Dios “personal”, con el que dicen vivir una relación fundamental. Tal actitud es comprensible y merece todo el respeto. Sin embargo –más allá de la legitimidad de ese modo “personal” de “relacionarse” con el Misterio–, la experiencia nos dice que, en ese cambio, no solo no se pierde nada sino que todo se enriquece. Hay quienes, dentro del ámbito religioso teísta, se sublevan cuando ven cuestionar el carácter “personal” de Dios, temen que lo divino se reduzca a una energía impersonal. Parecen no haber advertido que es precisamente esa caracterización “personalista” la que lo reduce y empobrece. El Misterio es plenitud de Amor y de Relación, pero de un modo que trasciende por completo lo que (mentalmente) estamos acostumbrados a percibir.
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Si queremos ser de Jesús, ser de los suyos aquí abajo, y luego
en la bienaventurada eternidad del cielo, debemos seguirlo;
tomar la cruz y llevarla con él, siguiéndole:
imponer una regla a nuestra naturaleza herida por el pecado,
con el fin de que triunfe en ella el hombre nuevo, que fue “creado a imagen de Dios en la justicia y la santidad verdaderas” (Ep 4, 24)
…
No nos dejemos engañar, cegar, ilusionar:
la cruz es siempre la única esperanza de salvación;
la ley de Dios siempre está presente, con sus diez mandamientos,
para recordar al mundo que sólo ella es el refugio seguro,
la muralla de las conciencias,
y que observándolos se posee el secreto de la paz y la tranquilidad de conciencia.
El que lo olvida, incluso el que aparece huir de todo compromiso serio,
Se reserva tarde o temprano la tristeza y la miseria.
*
Juan XXIII
Alocución del 3 de abril de 1960 La documentación católica n°1330
*
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
– “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
– “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.“
Entonces dijo a sus discípulos:
– “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.“
Comentarios desactivados en “Espiritualidad y no-dualidad (II)”, por Enrique Martínez Lozano.
Los sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus reconocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.
El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.
La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención.
Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.
Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…
En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.
Hablamos, entonces, de un reconocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”.
Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.
La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.
Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.
El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.
Comentarios desactivados en “Espiritualidad y no-dualidad (I). “, por Enrique Martínez Lozano.
Al leer lo que escriben los críticos de la no-dualidad, tanto si provienen del ámbito filosófico, como del psicológico o del religioso (teológico), una y otra vez, vuelvo a la misma constatación: es imposible, desde el razonamiento, captar la no-dualidad, por el motivo simple de que la mente es dual. Cuando esta quiere acercarse a la no-dualidad, inevitablemente la deforma y, caricaturizándola, la despacha alegremente sin haberla siquiera comprendido en toda su hondura y sutileza.
En efecto y paradójicamente, el concepto de no-dualidad es –como todo concepto– dual, y constituye una creencia más, opuesta a otras que afirmarían lo contrario. De tal manera que es posible elaborar sesudos discursos sobre la no-dualidad –tanto para afirmarla como para combatirla–, sin saber qué es en realidad. Sin embargo, más allá de todo razonamiento, más allá incluso de la mente, la No-dualidad no conoce opuesto, porque es una con todo lo Real. Pero es fácil comprender que, a falta de una vivencia o comprensión experiencial, no se hable sino de un concepto y, dado que este choca con los propios, se lo ridiculice y descarte.
De entrada, según estudios neuro-psicológicos recientes, en un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, la mente siempre tiende a rechazar todo aquello que ponga en peligro sus creencias previas que, para ella, resultan absolutamente “obvias”.
Piénsese en el geocentrismo: ¡era tan “evidente” que el sol giraba alrededor de la tierra –bastaba solo con mirar los amaneceres y atardeceres– que la alternativa era considerada como una teoría disparatada! Con razón escribió Arthur Schopenhauer que “toda verdad pasa por tres fases: primero es ridiculizada; luego, recibe una violenta oposición; finalmente, es aceptada como evidente”.
Para acceder a la comprensión de la no-dualidad, se requiere, o bien haber vivido lo que habitualmente se llama un despertar espontáneo, o bien aprender a silenciar la mente para poder “ver” más allá de ella.
De cara a silenciar la mente, pueden servir alguna de estas dos “puertas de entrada”.
Pregúntate: “Antes de que ponga algún pensamiento, ¿qué hay?” Notarás que, previo a cualquier pensamiento o idea, lo que hay es pura atención, capacidad de “darse cuenta”, consciencia… Tal comprensión hace ver la inadecuación del principio cartesiano “Pienso, luego existo” –incuestionable para quienes se hallan, consciente o inconscientemente, instalados en la mente– y pone de relieve lo que, a mi modo de ver, constituye el error más grave de Occidente: la absolutización de la mente y, en el mismo movimiento, el olvido de la consciencia como realidad fundamental. En cuanto se reconoce, por experiencia directa, la consciencia, el postulado de Descartes bien podría reformularse de este modo: “Soy. Luego, pienso”. Somos consciencia y tenemos mente; esta es una herramienta preciosa, pero no define nuestra identidad.
Hablaba de “puertas de entrada”. Aquí va otra: permite que tu mente divague por un tiempo. A continuación, pregúntate: “¿En qué he estado pensando?”. Y, en un paso más, vuelve a preguntarte: “¿Qué hay más allá de los pensamientos?”. Seguramente notarás que la respuesta solo es una: “Nada”. Pero esa “nada” solo es tal para la mente –que necesita “objetos” delimitables–; en realidad, esa Nada es Plenitud de atención o consciencia. Y es previa a cualquier movimiento mental.
A partir de esta comprensión directa de la diferencia entre mente y consciencia, se abre el camino de acceso a la verdad. Un acceso vedado a la mente, que es incapaz de desenvolverse en el mundo de lo que no es objeto, pero que se manifiesta a quien es capaz de atender. Volveré sobre ello en la próxima entrada.
Comentarios desactivados en Dr. Norberto Levy: La relación con Dios.
¿Es posible hablar con Dios?
Apelemos a una metáfora: imaginemos a un glóbulo rojo que tuviera conciencia de su vida individual y se percibiera único y diferente de todas las demás células. Y que a este glóbulo se le dijera: ¿sabías que además de ti existen millones y millones de glóbulos que cumplen tu misma función, que llevan oxígeno y traen anhídrido carbónico? Y no sólo eso, sino que además están coordinadas con millones y millones de otras, que realizan tareas muy distintas a la tuya, pero que todas en su conjunto forman parte de una misma unidad?
Imaginemos la sorpresa de este glóbulo al percibir semejante contraste entre su tamaño y el de esa unidad de la cual forma parte. Si él sólo se percibe a sí mismo en lo que tiene de diferente del resto, en su propio “nombre y apellido”, su sensación de pequeñez sería enorme, casi innombrable. Similar tal vez a la que uno siente cuando contempla la infinita vastedad del cielo estrellado.
Imaginemos ahora que a nuestro desconsolado glóbulo se le dijera después: Pero hay una parte tuya que es idéntica a esa vastísima unidad.Si te fijas con cuidado observarás que hay algo, que es tu código genético, que está presente por igual en todas esas millones de células….Y que él orientara su percepción hacia ese componente de su ser en donde está el código genético común. Mientras lo hace percibiría que su sensación de sí mismo, su identidad, trasciende los límites de su propio cuerpo y se enlaza con una vastedad desconocida para él. “¡Uuaauuh!!! Qué sorpresa!!! Me he conectado con Dios… Y está en mí…” La inmensidad de esa experiencia lo transformaría por completo, y cuando volviera a sus tareas “cotidianas” como glóbulo rojo, aunque siguiera haciendo lo mismo, él ya no sería el mismo. Y no lo sería porque ya sabe que él es mucho más que ese glóbulo, y simultáneamente, también es ese glóbulo. Y que cuando ese glóbulo cese, él no va a cesar.
En ese momento habrá completado el ciclo evolutivo de su conciencia individual.
¿Y cómo es esta experiencia en nosotros, los seres humanos?
Lo que nosotros intentamos nombrar con la palabra Dios y lo que sentimos al acercarnos a esa dimensión es similar a lo que el glóbulo sentiría al percibir esa zona de su ser que está más allá de su identidad particular. Aníbal Sabatini, un querido maestro que tuve decía: “Los seres humanos somos células integrantes y conscientes del gran organismo universal”. La vivencia de tomar contacto con la pertenencia a ese organismo es lo que llamamos experiencia trascendente, experiencia transpersonal o experiencia mística.
¿Y dónde se la encuentra?
Cuando uno habla de Dios, en última instancia está hablando del Amor. Y el Amor no es algo misterioso o estrafalario, es simplemente una calidad de relación. Es respeto, solidaridad y cooperación. Esa es la esencia. Luego adoptará las diferentes formas según el vínculo en el que se active: puede ser el amor pasional, el amor a los hijos, a la naturaleza, a una mascota, etc.
Cuando uno siente esa calidad de sentimiento sabe lo que es disolverse gozosamente en algo más grande. El amor en sí adquiere presencia en sí misma, es como otra identidad, que a uno lo trasciende y lo incluye. En esos momentos uno siente que es amor, siente a Dios en uno y se siente uno con Dios.
Sentir a Dios en uno no es arrogancia, no es algo especial o exclusivo, es algo natural, que siempre y en todos está. Es la posibilidad que tiene “lo creado” de tomar contacto con el creador.
Un estudiante de budismo estaba meditando con la foto del Buda enfrente reverenciando la conciencia y el amor de esa figura, y lo hacía arrojando pétalos de rosa sobre esa foto…hasta que en un momento tuvo una intensa revelación y, espontáneamente, continuó arrojando los pétalos, pero también sobre sí mismo. La revelación había sido el encontrar en él mismo lo que antes percibía sólo en el Buda.
¿A Dios se le habla con la mente o con el corazón?
Tal vez habría que revisar la idea misma de la opción: La mente “o” el corazón. En el nivel de la opción: es con el corazón. Si trascendemos ese plano y dejamos de pensar en términos excluyentes te diría que le hablamos con ambos simultáneamente. No encuentro ninguna razón para retirarle a la mente la posibilidad intrínseca que también existe en ella de hablar con Dios. Se dice y con razón que la mente es un terrible amo y un excelente sirviente. Cuando la mente, en su crecimiento, alcanza la madurez y recupera su rol esencial de excelente sirviente, desde ahí es también un digno y noble interlocutor de Dios.
¿Dios también puede estar en la mirada de otra persona o en un atardecer?
Puede estar en la mirada, en la nariz, en la boca, en cualquier parte de su cuerpo…y en cualquier hora del día. Sin duda que hay momentos, como los que nombras, que estimulan más esa conexión: No por nada a los ojos se los llama la ventana del alma. Pero la trama amorosa e inteligente que constituye la vida se manifiesta en todo lugar, y en todo momento. La Madre Teresa de Calcuta decía: “Cuando cuido a un mendigo enfermo de lepra, a quien yo veo y siento que estoy cuidando es a Cristo mientras atraviesa uno de sus momentos más difíciles“. De modo que no es tanto dónde está, si no cómo son los ojos que lo miran.
¿El amor es un sentimiento?
Es también un sentimiento pero es mucho más que eso. Es una calidad de energía, una calidad de relación. Para presentarlo en su dimensión más simple: ¿Qué es lo que hace que dos células cooperen para realizar una tarea necesaria para el organismo? Esa energía básica es el Amor. Y esto está presente en cada una de las células, en relación con cada una de las otras. Millones y millones de veces, segundo tras segundo. Si simplemente pudiéramos imaginar ese universo comenzaríamos a percibir hasta qué punto estamos impregnados de Amor, y que en última instancia somos ese Amor. No sólo en el nivel microscópico sino también en su opuesto, el macroscópico. Se dice que el Amor es el pegamento que mantiene unido al universo. Goethe lo expresó con mucha belleza cuando dijo: “He visto el Amor que mueve al sol y las demás estrellas”. Cuando podemos entrar en contacto con esta calidad de energía en nuestro ser logramos comprender mejor la actitud del estudiante que comenzó a arrojarse pétalos de rosa, o al glóbulo rojo imaginario que sintió el éxtasis de estar en contacto con Dios.
¿En los seres humanos el amor esta sólo en el nivel celular?
Claro que no. Ese es sólo un nivel. Por eso es necesario alinear el cuerpo, las emociones, la mente y el alma (que sería nuestro código genético cósmico) para realizar nuestra unión consciente con Dios. Algunos místicos dicen que si contáramos los granos de arena de la playa sabríamos las veces que como seres humanos hemos intentado realizar la Unicidad con Dios.
¿Cómo saber si estamos hablando con El o con un impostor, una fantasía creada por nosotros mismos?
Para conocer a Dios primero es necesario aprender a escuchar todas las voces interiores: la del miedo, el enojo, la venganza, el deseo de dominación… Cuando uno ha aprendido a escucharlas, identificarlas y asistirlas, más sencillo se hace reconocer la amabilidad, el calor y la luz de la propia sabiduría interior.
Pero no podemos conocer su aspecto o su figura. Así como el glóbulo rojo no puede conocer cómo es el ser humano en el que vive porque no tiene los medios para acceder a esa dimensión, nuestra mente humana es demasiado pequeña para poder percibir esa vastedad. Por esta razón algunas religiones prohíben nombrar o representar a Dios a través de alguna imagen. Es una manera de decir que quien ha accedido a esa vastedad sabe que no puede abarcarla. Quien cree que la puede abarcar y entonces le da una forma es porque no la ha conocido. Esto conduce a cierta humildad natural que reconoce sus límites y sabe que puede reconocer la existencia de algo más vasto, que puede sentir su presencia pero no puede ir más allá.
¿Qué hacer si los consejos de Dios van en contra de nuestros intereses personales?
El alejamiento de Dios fue el inicio de un viaje de amor. La conciencia individual pretende, a través de la experiencia humana, conocerse a sí misma por completo y poder regresar así a la Unicidad con un conocimiento mayor. Ese es un supremo acto de amor que implica momentos de olvido, escisión, desconexión. De la fricción de esos momentos, de las peripecias humanas con su cuota de duda, dolor, aprendizaje, es que se va gestando el crecimiento de la conciencia individual. Cada vez que se inicia un movimiento humano de alejamiento del Orden Divino ya está implícito en él, con las vicisitudes y el tiempo que sea, el camino de retorno, con su aprendizaje y su crecimiento.
Todo está latiendo: la galaxia, la tierra, las células del propio cuerpo, la separación de Dios y el regreso a Él.
Se trata del latido creador del universo.
–¿Sólo podemos comunicarnos con Dios rezando o meditando?
Es bueno distinguir el camino de la meta. Rezar o meditar son caminos pero no los únicos. Nos comunicamos con Dios cuando nos conectamos con la trama amorosa básica que nos constituye y de la cual estamos hechos. Y eso puede ocurrir en cualquier situación, generalmente cuando nos sentimos amando, ya sea a otra persona, o a la vida misma en cualquiera de sus formas.
¿De qué manera nos habla?
El código es muy personal. Esa sabiduría interior puede llegar a través de un sueño, de una imagen, de una palabra, de una resonancia distinta que se produce ante un mismo hecho habitual, y tantas otras formas… Y también es variable la contundencia con la que lo percibimos. A veces tenemos la clara certeza de su verdad, otras veces aparece como un susurro que nos invita en cierta dirección y que requiere de nosotros un acompañamiento para observar qué nos produce…es decir, que no es tanto una fotografía estática y definitiva sino más bien una película que se va desenvolviendo.
¿Sus respuestas tardan en llegar?
Lo que tarda es muy variable. Lo que sí es seguro es que el tiempo no depende, y muchas veces no coincide, con el de nuestro deseo personal.
¿Es pecado pedirle ganar más dinero?
De ninguna manera. Vivimos en un mundo físico y el dinero es un medio para obtener los objetos materiales que necesitamos para vivir en este mundo. Lo que es importante es descubrir qué hacemos con ese dinero, al servicio de qué lo ponemos. Si de la expansión, el disfrute y la cooperación, o al servicio del dominio y la explotación. De modo que el tema no es el dinero sino el uso que cada uno le da.
¿Qué sucede si desobedecemos sus consejos?
Por supuesto que no hay tal cosa como penitencia o castigo. Es una oportunidad más para observar cómo siguen los acontecimientos y realizar el aprendizaje hasta donde podamos. En este sentido es similar a ese relato en el que la abuela le dice al nieto: “No te sientes allí porque te vas a quemar“. Cuando la abuela se aleja, el niño, atraído por su curiosidad, va y se sienta. Estalla en llanto por el dolor, la abuela viene, se da cuenta de lo que pasó…, le dice: “¡Yo te avisé!” y le coloca una pomada donde se quemó. Tal vez ni hace falta que le dijera que le avisó. El niño ya hizo su aprendizaje, en otro escalón en donde por cierto hay mucho más dolor, pero es al que necesitó llegar para comprender lo que no entendía. Leer más…
Comentarios desactivados en “Comprender y hablar de Dios desde el budismo (III)”, por Leandro Sequeiros
II. Nirvana y el Dios Otro personal (pág.61)
Si cambiamos la imagen de Dios como Otro trascendente por una de Dios como Espíritu del “inter-Ser”, se puede comprender mejor qué es lo que es Dios personal.
a) Mis conflictos: ¿Es Dios un tú? (pág. 61)
¿Podemos hablar con Dios? La oración como “hablar con Dios” Santa Teresa, San Ignacio (coloquio, como un amigo habla a otro amigo), la amistad con Dios. Knitter reconoce que cada vez le es más difícil imaginar a Dios como un “tú” y hablarle a “él”. El rostro masculino con barba blanca del Dios cristiano. La iconografía. Si Dios es tan poderoso, ¿qué queda de mi libertad? ¿No caemos en el dualismo del Dios como Otro trascendente y lejano? Dualismo cielo-tierra. Si Dios tiene un plan para mí, ¿por qué esforzarme? El problema del determinismo. El fatalismo musulmán. La dificultad para entender a un Dios fuera del espacio y tiempo. ¿interviene Dios en la historia? ¿sirve de algo la oración de petición? ¿Son posibles los milagros? ¿Existe la “voluntad de Dios”? ¿Quiere Dios que alguien muera de cáncer? El problema del mal. “Un padre poderoso y un mundo desordenado” (pág. 69)
Para Knitter, el problema es la persona no lo personal. Cree que la teología cristiana ha abusado de antropomorfismos: “Creo que mi problema es considerar que hay una persona divina delante de mí. ¿Pero qué ocurre si mi imagen de lo Divino cambia y paso a considerar que hay un Espíritu omnipresente, que no es una persona, pero sí una presencia o una energía con cualidades personales? Hay una diferencia real, aunque quizá sea sutil, entre estas dos formas de simbolizar a Dios” (pág. 72-73)
b) El viaje de ida hacia el budismo: “la compasión sin un Dios de compasión” (pág. 73)
“Lo que buscan los budistas –o en términos occidentales, lo que conforma su “preocupación última” – no es el conocimiento, la adoración o el amor de Dios. Es la iluminación. Mientras que los cristianos quieren ser salvados, los budistas quieren ser iluminados” (pág 74)
Y cuando los budistas hablan de “iluminación”, las dos palabras que le acompañan son sabiduría y compasión.
“La sabiduría oprajna es lo que uno entiende, descubre o siente cuando despierta a la realidad sentida de que todo está en movimiento constante y todo está interrelacionado. Esta es la verdad dinámica del “inter-Ser”. En la iluminación, uno la ve y la siente. Sus ojos se abren. Y como resultado, también ve y siente a los otros de forma distinta, y empieza a actuar de manera diferente hacia ellos. Esta forma distinta de actuar se describe como compasión o karuna. […] (los budistas) son arrastrados o llevados por la compasión, pero no hay Otro compasivo” (pág. 75).
c) El viaje de vuelta: “Dios como presencia personal” (pág 86)
“Al retornar a mi identidad y a mis conflictos cristianos, me encuentro a la vez atraído por y reacio a la reticencia budista a usar un lenguaje personal para designar su Preocupación Fundamental” (pág. 86)
Habla de antropomorfismos: la teología occidental proyecta sobre Dios categorías antropomórficas. “el lenguaje simbólico es a la vez valioso y peligroso” (pág. 87)
“Toda la conversación sobre Dios como un “tu” y como una “persona” es simbólica. Teólogos como Karl Rahner y Paul Tillich me han enseñado que todo nuestro lenguaje sobre lo Divino no puede ser otra cosa que simbólico o, en la terminología más técnica de Tomás de Aquino, analógico” […] Entonces, si todo nuestro lenguaje sobre Dios como persona es simbólico, tenemos que ser cuidadosos con la forma en la que lo usamos (pág. 87)
“No es una persona, sino personal”, (pág. 88) dice en un epígrafe. “El budismo me ha permitido identificar y afirmar algo que he ido sintiendo durante las últimas décadas en mis conflictos espirituales: que Dios no es un alguien todopoderoso y afectivo, ni un Ser personal divino con quien tengo esencialmente la misma clase de relación interpersonal que tengo con otras personas. […]. Para mí, Dios es y ha sido más bien, el Misterio del “inter-Ser” que me rodea y me anima. Pero es un Misterio que también está personalmente presente en mí. Cuando digo “personalmente presente”, quiero decir que he sentido que este Misterio me toca y me afecta de una forma que puedo, y debo, describir como personal.[…] Hay algo personal en ello, pero no puedo llamarlo persona” (pág. 88-89)
Lo que nos conecta es el cariño, es el amor. “El empeño budista en que la iluminación produce no solo sabiduría sino también compasión me ha llevado a identificar y a sentir el Espíritu en mi vida no solo como aquello que me fundamenta en una paz interior, sino también como aquello que me conecta en el cariño y el amor al prójimo” (pág 92)
“El filósofo judío Emmanuel Lévinas me ha ayudado a entender y a encontrar palabras para lo que intento decir y para lo que viví en El Salvador. Él nos dice que el camino más convincente, quizá el principal, en el cual podemos encontrar la realidad de lo Divino, es en el rostro del otro. […] Y aquí podemos sentir la presencia de Otro en el otro, que es nada menos que el Otro que está presente en nosotros mismos” (pág 94)
En el rostro del otro se atisba un Otro (divino). Dios, para Lévinas, no es una idea de la razón, ni un principio ni un absoluto abstracto. Es una presencia en el rostro sufriente del pobre, de la víctima, del desvalido, que me interpela y me manda “hacer cualquier cosa para que viva el otro”. No es un desvelamiento sino una revelación. Se parece a la diafanía de Teilhard.
“Imaginar y sentir a Dios no como una persona todopoderosa que me está mirando desde arriba, sino como una presencia personal que me rodea y me abraza, me ha permitido compartir el escenario de mi vida con Dios más que seguir un guión preescrito por la Divinidad” (pág 95)
III. Nirvana y el Dios otro misterioso (pág.107)
En el conflicto con Dios como Otro trascendente y como Otro personal, ¿cómo encontrar palabras para una realidad que, tanto en su propia naturaleza como en la forma en la que toca a nuestras vidas, está esencialmente más allá de las palabras?
Todas las religiones lidian con una realidad que reconocen ser indefinible, incomprensible e inefable. La teología cristiana ha sido de las más locuaces: a veces parece saberlo todo sobre Dios.
a) “Mis conflictos: palabras que encadenan al misterio” (pág 108)
La dificultad del uso del lenguaje religioso en un mundo secular. Como cantar a Dios en un país extranjero (Salmo 137, 4) Además es un lenguaje acuñado en una filosofía helenística y luego escolástica.
“He tenido problemas con las palabras que forman el tejido del credo y el dogma cristianos, tales como: “Hijo unigénito… consustancial con el Padre… viniendo a juzgar a los vivos y a los muertos… concebido sin pecado… asumido al cielo en cuerpo”. (pág 109) “¿En qué creemos si no creemos literalmente?” (pág 114)
b) El viaje de ida al budismo: “El dedo no es la luna” (pág 116)
“Para los budistas, las palabras siempre son medios para un fin, nunca el fin en sí […] despertar a la existencia de uno en el “inter-Ser” […] Para los budistas, las palabras no solo están subordinadas a un fin mayor o más profundo. También son inadecuadas respecto a ese fin […] Dicho de una forma más directa y en terminología occidental: en el budismo, el “misterio” siempre tiene prioridad sobre la palabra, tanto en la ida como en la vuelta, es decir, tanto en la preparación como en el recuerdo de lo que uno “ve” cuando sus ojos se abren a la verdad” (pág. 116-117)
“Pero el dicho que para mí (y para la mayoría de los maestros budistas que he tenido) mejor describe la forma budista de usar las palabras y el lenguaje está contenido en la sencilla frase zen: El dedo no es la Luna” (pág 120)
“¿Puede el lenguaje cristiano, incluso el lenguaje de los credos y del dogma, entenderse como un dedo que señala a la Luna? Como trataré ahora de explicar, tal pregunta está cargada de complejidad y oportunidad” (pág. 125)
c) El viaje de vuelta: palabras que se aproximan a decir algo sobre el Misterio (pág. 125)
Para Knitter, el budismo nos puede ayudar a reconocer y después restablecer el equilibrio que parece roto entre el Dios del que decimos que es un Misterio y las palabras que solemos utilizar en teología para hablar sobre ese Misterio. Santo Tomás ya apuntaba en el siglo XIII la dificultad para poder acercarse conceptualmente a Dios. Y Paul Tillich apuntaba que solo podemos hablar de Dios utilizando símbolos. (Queda todo un poco en el aire…)
Conclusión
Tal vez este texto muestre bien la conclusión de su recorrido de ida y vuelta al budismo en busca de una imagen de Dios: “Mi conversación con el budismo me ha permitido realizar tanto lo que todo teólogo debe hacer profesionalmente como lo que todo cristiano debe hacer personalmente, es decir, comprender y vivir nuestras creencias cristianas de tal manera que estas sean consecuentes y a la vez un reto para el mundo en que vivimos. El budismo me ha permitido dar razón de mi fe cristiana, de tal manera que puedo mantener mi integridad intelectual y sostener lo que de verdadero y bueno veo en mi cultura; y al mismo tiempo me ha ayudado a cumplir con mi responsabilidad profético-religiosa, y a cuestionar lo falso y perjudicial que veo en mi cultura” (pág 16-17)
En este texto del Prefacio de este ensayo provocador se encuentra el objetivo de Paul F. Knitter en su reflexión. Escrito en primera persona y con un estilo directo, el autor, nacido en 1939 y profesor de teología durante muchos años nos introduce en unos temas que pueden ser perturbadores para algunos.
No es fácil hacer una valoración del ensayo de Knitter. Se debe insistir en que se trata de un “ensayo” (aunque al final presenta veinte páginas de fuentes y bibliografía) y no de un trabajo de investigación. Recorre un amplio abanico de temas básicos de la teología pero de un modo superficial. En algunos temas habría necesitado un espacio para precisar algunas cuestiones que pueden parecer confusas (no es clara la distinción entre Dios como persona y Dios como personal, o la divinidad de Cristo, por ejemplo). Tal vez los expertos en budismo tendrían muchas precisiones que hacer a sus propuestas y los teólogos católicos encontrarían conclusiones precipitadas. El tema epistemológico de fondo (el método científico de la Teología) se resuelve con excesiva facilidad cuando es un tema muy complejo. No es sencilla la solución al problema de la formulación dogmática y la relectura a la luz de la cultura budista de los contenidos del Credo católico.
El lector encontrará interpretaciones que pueden parecer sorprendentes pero que tienen justificación desde la perspectiva de una determinada visión del budismo. El ensayo no deja indiferentes y debe incluirse en lo que actualmente se considera Teología del Pluralismo religioso que se inició con diversos autores como Jacques Dupuis en los años 90 del siglo XX. Conviene leerlo despacio y con la mente abierta. No se puede achacar al autor falta de sinceridad. Él mismo reconoce sus propias dudas. El ensayo está atravesado por muchas preguntas de fondo que en muchos casos permanecen abiertas y que el autor deja las respuestas en las manos de los lectores.
La ambigüedad pretendida del título “Sin Buda no podría ser Cristiano”, traducción literal del original en inglés, tiene más un propósito comercial que teológico. Knitter intenta mantenerse dentro del credo católico como él mismo reconoce en varias ocasiones, en el Prefacio y en la conclusión: “Sinceramente creo que soy un cristiano budista (más que un budista cristiano). Pero para saberlo, tengo que examinar con esmero lo que ello implica” (pág. 18).
Un glosario con los términos budistas utilizados en el texto ayudará al lector medio a acercarse a una filosofía que se mantiene bastante alejada de los parámetros de nuestra cultura occidental.
Leandro Sequeiros, coeditor de Tendencias21 de las Religiones y Miembro del Consejo Asesor de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, Universidad Comillas.
Comentarios desactivados en “Importancia de lo pequeño”. 23 de julio de 2017. 16 Tiempo ordinario (A). Mateo 13, 24-43.
Al cristianismo le ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran un Iglesia poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad entera.
Hemos de volver a leer dos pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto humanizador del Padre (el reino de Dios), sembrando pequeñas “semillas” de Evangelio e introduciéndose en la sociedad como pequeño “fermento” de vida humana.
La primera parábola habla de un grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.
La actividad de Jesús en Galilea sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso y espectacular: ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores es insignificante: los centros de poder lo ignoran.
Incluso, los mismos cristianos podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar el lento crecimiento del reino de Dios.
La segunda parábola habla de una mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla enteramente.
Así sucede con el proyecto humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo, va transformando calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y fraterna.
Hemos de confiar en Jesús. El reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él siguiendo a Jesús.
Una Iglesia menos poderosa, más desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres, siempre será una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio, y más humilde para vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.
Comentarios desactivados en “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Domingo 23 de julio de 2017. 16º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Sabiduría 12,13.16-19: En el pecado, das lugar al arrepentimiento Salmo responsorial: 85Tú, Señor, eres bueno y clemente. Romanos 8,26-27: El Espíritu intercede con gemidos inefables Mateo 13,24-43: Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Hoy, como en tiempos de Jesús y durante toda la historia de la humanidad, solemos dividir y “organizar” aparentemente la sociedad con criterios que consideramos muchas veces correctos: buenos y malos deben estar separados y puestos en los extremos opuestos.
Esta práctica de dividir entre buenos y malos, era aceptada por muchos grupos en el tiempo de Jesús por diversos criterios religiosos (fariseos y esenios), así como por los grupos económicos y políticos (herodianos, saduceos y celotes), pues todos ellos veían como opositores a quienes no pensaban, creían u opinaban según sus mismos criterios.
Jesús llama a la apertura de la mente y el corazón para acoger con esperanza (no pasivamente, con indiferencia) a quienes aparecen ante nuestra forma de vida como diferentes (que solemos catalogar como “malos”). Necesitamos tener apertura para acoger con un actitud de pluralismo asimilado la diferencia, que siempre va a estar presente en nuestra humanidad.
No hay que ignorar en la parábola de la cizaña la presencia del mal en la historia, como lo reconoce Jesús en la presencia del enemigo que siembra la cizaña en el campo. Quiere llamarnos la atención de que no hay que buscar con afán, y posiblemente confundir la semilla buena con la semilla mala. Muchas veces dividir la humanidad entre buenos muy buenos, y malos muy malos, ofreciendo el premio de la salvación para los primeros y la condenación para los segundos, puede ocasionarnos equivocaciones irreparables. Sólo a Dios le corresponde juzgar, con inmensa justicia y misericordia, a cada ser humano, como sólo Dios lo sabe hacer.
Por creernos muchas veces con el poder y la autoridad, nos atribuimos en nuestra conciencia actitudes que excluyen y separan a unos de otros; nuestra autosuficiencia egoísta separa en la práctica cotidiana a personas que por su situación socio-económica o ideológica, son marginados y excluidos por una sociedad dividida en el poder, olvidando que todos y todas somos hermanos y hermanas que compartimos una misma humanidad.
El Reino debe implicar para el seguidor de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo del actuar de cada ser humano, y el llamado permanente a la búsqueda y construcción de un mundo más humano, no sólo para unos pocos, sino para todos. Las estructuras basadas en la injusticia no crean el bien necesario para que el mundo avance, sino que generan más muerte y división en la humanidad, atacando con su fuerza destructora cualquier propuesta alternativa de construcción de una nueva humanidad.
No podemos olvidar que la buena noticia que Jesús vino a anunciar (el Reino) es una Buena Nueva para los pobres, en la que de ahora en adelante Jesús y sus discípulos lucharán por una sociedad igualitaria. Comprender el valor de lo pequeño, de lo pobre, como opción fundamental de Jesús y de quienes proseguimos su causa, debe ser una denuncia permanente contra tantas formas de opresión y marginación de estructuras injustas que deshumanizan a tantas personas y comunidades, en donde vive ocultamente el valor de la grandeza del Reino cuando se construye organización y se promueven los valores del Reino.
Dicho esto, abordemos un segundo nivel, más crítico, en este comentario.
Esta parábola puede resultar alienante si se toma como una invitación a la inactividad, o a la suspensión de nuestra responsabilidad para dejarla en las manos de Dios: él sería quien a fin de cuentas, al final de la historia, incluso más allá de la historia, deberá poner las cosas y las personas en su lugar… Esta idea de un Dios «premiador de buenos y castigador de malos», que contabiliza nuestras acciones y por cada una de ellas nos dará un premio o un castigo, ha sido una idea central de la cosmovisión cristiana clásica. El miedo a la condenación eterna, pieza central de la bóveda de la cosmovisión cristiana clásica medieval y barroca, está en la misma línea. ¿Qué decir de todo ello hoy?
Es obvio que conforme pasa el tiempo estas convicciones fundamentales del pensamiento cristiano van pasando a segundo plano, dejan de estar presentes, no se comentan, incluso se evitan positivamente… Diríamos que ésa es una manifestación más del famoso «eclipse de lo sagrado» que se da en nuestra sociedad moderna. Si nuestros abuelos y sus generaciones anteriores vivieron en una sociedad que transparentaba la eternidad, la vida del más allá, con sus premios y castigos, hoy vivimos, por el contrario, en una sociedad –y con una epistemología- en la que nos es difícil imaginar y pensar el más allá de la muerte como el lugar de los premios y castigos de Dios, como una separación post mortem del trigo y de la cizaña.
No vamos a pretender aquí resolver el asunto, ni abordar el tema en profundidad. Sólo queremos llamar críticamente la atención sobre él haciendo algunas afirmaciones.
Sea la primera la de reconocer que ya no se puede seguir hablando de más allá de la muerte con la ingenuidad y la rotundidad con la que durante siglos se ha hablado: el tema merece una revisión profunda, y en todo caso no permite las afirmaciones clásicas con su escandalosa simplicidad.
Buena parte de las descripciones de los premios y castigos eternos hoy aparecen como antropomorfismos insostenibles, respecto a los que no sólo merece la pena no dar más pábulo, sino que es importante también reconocerlos explícitamente como tales, liberando de ese modo a la fe de la obligación de compartir semejantes creencias mitológicas.
Es necesario tomar conciencia de la urgencia de una revisión a fondo de la posición de la fe cristiana respecto al más allá. Habitualmente hemos dado por bueno y por supuesto el dato de la vida más allá de la muerte, como si fuera un artículo de fe obvio, indiscutible. Y en efecto, normalmente ha quedado enteramente fuera de las crisis renovadoras de la fe en las décadas pasadas. El Concilio Vaticano II y su renovación simplemente envió a la trastera el conjunto de imágenes medievales y barrocas que aún estaban en circulación, y propició una relectura de la escatología en la línea del personalismo y del existencialismo, que realmente supusieron una brisa de aire fresco. La teología de la liberación, por su parte, simplemente añadió una lectura histórico-escatológica de la realidad (caminamos hacia el Reino) y la perspectiva de la opción por los pobres (redescubiertos como los «jueces escatológicos universales», Mt 25,31ss), pero dejó intactas las afirmaciones centrales, sin llegar siquiera a plantearse su cuestionamiento (el libro exponente máximo de la escatología de la teología de la liberación es «Hablemos de la otra vida», de Leonardo BOFF, Sal Terrae, Santander, 1978, muchas veces reimpreso, y libremente disponible en la red).
Hoy, un nuevo paradigma de «revisión del sentido y la identidad misma de la religión», nos exige dejar de vivir de rentas, dejar de repetir incuestionadamente lo de siempre, y plantearnos de nuevo las preguntas más radicales: ¿existe realmente la vida más allá de la muerte? ¿Nos ha sido realmente «revelada»? ¿Cuándo, dónde, cómo? ¿Forma parte del contenido mismo de la fe cristiana? ¿Se puede ser cristiano aceptando la inseguridad y la oscuridad que la ciencia actual confiesa respecto a este tema?
Ciertamente, no son preguntas para el hombre y la mujer de la calle que prefieran seguir viviendo en una edición renovada de la «fe del carbonero». No son tampoco preguntas a difundir imprudentemente, ni trofeos para exhibirse como abanderado de la crítica y el esnobismo. Pero son preguntas que los responsables han de plantearse alguna vez en la intimidad de su fe, para que sondeando la dificultad del misterio, tomen la determinación de ser muy respetuosos en su lenguaje y no seguir viviendo de las rentas de afirmaciones que hoy son de hecho tan incuestionadas como increíbles, tan insostenibles como irresponsables.
El tema sólo lo hemos iniciado. Invitamos al lector a tirar del hijo y seguir profundizando, tanto desde el estudio de la teología como en su oración y su fe. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 23.7.17. Mujer con levadura, sabiduría de Dios
Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 16 tiempo ordinario. Presenté ayer a María Magdalena (22.7.17), que es (con María de Nazaret) el signo más perfecto del Reino de Dios, según el evangelio de este domingo:
El Reino de los cielos se parece a una mujer que introduce su levadura en la masa de la vida, una mujer que perfume de resurrección, promesa de futuro, dentro de un mundo (de una Iglesia) que parece sin futura.
Pero la lectura del evangelio del domingo es mucho más extensa, y consta de tres partes, estructurada en en forma de sándwich o tríptico:
a. Principio: Mt 13, 24-30. Parábola de la cizaña que crece en medio del trigo b. Intermedio: Mt 13, 31-35: Dos parábolas menores: Grano de mostaza y levadura, con una explicación (sabiduría oculta desde el principio del mundo) a1. Final: Explicación de la parábola de la cizaña
El principio y final (parábola de la cizaña y explicación) forman un inmenso retablo apocalíptico que trata del sentido de la historia humana, con la creación buena de Dios (trigo) y con el riesgo de la vida que se pervierte (de la mala semilla de cizaña que nosotros mismos sembramos para mal en medio del trigo de Dios).
Las dos parábolas intermedias van unidas… y sirven para explicar el sentido oculto de la gran parábola, la fuerza de la siembra de Dios (grano de mostaza; levadura).
a) en el centro de la historia, Dios ha sembrado su Reino como un grano de mostaza, el más pequeño de todos, el más frágil… Pues bien, ese grano invisible se convertirá en árbol grande, plenitud del mismo dios en la historia humana.
b) más que cosa de hombre, el reino es “cosa de mujer”, levadura en la masa… Parece que somos masa de perdición, condenada a la muerte… Pero hay una mujer (¡la mujer sabiduría!) que lleva en su mano la levadura y logra que todo fermente.
c) A estas parábolas menores sigue la palabra sobre el sentido de la sabiduría de Dios, comparada al grano de mostaza y a la levadura de mujer.
En la reflexión de hoye me ocuparé sólo de la levadura de mujer, que es fermento del reino… y de la sabiduría de Dios que es el sentido más hondo del evangelio. Dejo para el próximo día el tema del grano de mostaza.
Éste es el domingo de la mujer con levadura (=mujer que es levadura), mujer que es sal. Ella es la última reserva de la humanidad. Si la mujer pierde su levadura (deja de ser fermento) el mundo se secará de muerte, dice Jesús.
Imagen 1. Mujer con levadura, la sabiduría de la vida (conocimiento de mujer).
Imagen 2: Mateo con un libro de la Ley del AT (sabiduría de varón)
Buen domingo a todos, con levadura de mujer, que es levadura de Dios.
Levadura de mujer.
De nuevo se compara el Reino con algo familiar y sencillo. En lugar del glorioso Hijo de Hombre que aparecerá después, Jesús nos habla aquí de una mujer que introduce fermento en la masa del pan (zu,mh| h]n labou/sa gunh.), una masa que está dividida en tres partes, hasta que todo fermenta. El signo no es la siega y división del trigo y cizaña, sino el fermento poderoso que una mujer introduce en el trigo que ella misma amasa y divide en tres partes, cuidadosamente:
Mt 13 33 Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la introduce en tres medidas de harina amasada, hasta que todo fermente.
Esta gran imagen, del Q (cf. Lc 13, 20-21), tiene dos rasgos inquietantes.
(a) La levadura, que es básica para algunos alimentos; para que la harina de trigo amasada con agua fermente y pueda hornearse produciendo pan sabroso hace falta levadura.
(b) Junto a la levadura, que se juzgaba impura, por su poder de transformación, está la mujer, que también se consideraba especialmente impura en el campo religioso, precisamente por su menstruación, y por el mismo proceso de la generación.
‒ Levadura. A lo largo de la tradición bíblica, ella tiene un sentido ambivalente. Sin duda, ella es buena para fermentar el pan, pero, al mismo tiempo, se vincula con un tipo de impureza (desintegración) que la vuelve peligrosa. Por eso, los panes para la ofrenda de Dios son ázimos, sin levadura, como el de pascua, que no podía mezclarse con la levadura (masa fermentada del año anterior), de manera que cada año, tras la pascua, debía comenzar con nueva levadura (cf. Gen 19, 3; Ex 12, 8-20; 23, 15; Lev 2, 4; 8, 26; Dt 16, 3 Jos 5, 11 etc.). En ese último sentido emplea Pablo este símbolo, pidiendo a los creyentes que dejen «la vieja levadura de la malicia y maldad, para celebrar los panes ázimos, de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5, 9).
Pues bien, conforme a esa parábola (probablemente de Jesús; cf. también EvTom 96), el pan del Reino de Dios (=de los cielos) no es ázimo (separado y sin fermentación peligrosa), sino que se compara precisamente con la levadura, peligrosa por su poder de transformación, pues fermenta la masa. Ésta es una de las imágenes más atrevidas de Q (y en especial de Mateo), pues separa el Reino de Dios del contexto sagrado del templo (donde se come pan sin levadura) y de la fiesta de pascua (también sin levadura), para situar el camino del Reino en el espacio y movimiento de la masa ambigua y concreta de la vida, que aparecía en la parábola de la cizaña, que puede compararse con la levadura mala (frente a la buena del Reino). Pues bien, en contra de lo que sucede en la cizaña, la levadura aparece ahora como buena y necesaria, pues transforma la masa de trigo.
‒ La mujer. El Reino de Dios se relaciona con una levadura que pertenece al campo de trabajo y experiencia de las mujeres que amasan el pan y aparecen por su biología (ritmos de menstruación) más vinculadas a la visión judía de la levadura, como campo que se juzga más propenso a la impureza. Pues bien, Jesús compara el reino con una levadura de mujer que puede fermentar la masa del pan, no para un servicio litúrgico (con panes sin fermentar), sino para la vida normal (como en las multiplicaciones), de pan con levadura. Leer más…
Mateo resume la crisis que atravesó su comunidad a finales del siglo I en cinco preguntas a las que responde con siete parábolas. El domingo pasado vimos la primera, ¿por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?, a la que respondía la parábola del sembrador. En este domingo se plantean otras dos preguntas, a las que se responde en tres parábolas. La primera de ellas (el trigo y la cizaña) debió considerarla Mateo difícil de entender, y por eso ofrece su explicación. Sin embargo, no lo hace de inmediato. Cuenta tres parábolas seguidas y más tarde, cuando los discípulos llegan a la casa, interrogan a Jesús y éste aclara su sentido. En cambio, las parábolas tercera (grano de mostaza) y cuarta (levadura) carecen de explicación en el evangelio. Por motivos de claridad expongo primero la parábola del trigo y la cizaña, con su explicación, y luego las otras dos.
¿Qué actitud adoptar con quienes no viven el mensaje?
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: ― El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: ― Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: ― Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ― ¿Quieres que vayamos a recogerla? Pero él les respondió: ― No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.
La parábola puede leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de Israel, la comunidad cristiana, o el mundo entero. Ya que esta parábola sólo la cuenta Mateo, vamos a verla primero desde el punto de vista de su comunidad, seriamente enfrentada con los judíos.
1ª hipótesis: La finca es el pueblo de Israel
En ella, el Señor ha plantado buena semilla (los cristianos). Pero el enemigo ha plantado también cizaña (los fariseos y demás enemigos de la comunidad). La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y riesgo quién es trigo y quién cizaña. Pablo, por ejemplo, antes de convertirse, pidió permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. Pero también la comunidad cristiana puede correr el riesgo de intentar acabar con los que no forman parte de ella o no los tratan como consideran justo. Así ocurrió cuando una aldea de Samaria no acogió a Jesús y los discípulos: Juan y Santiago le propusieron hacer bajar un rayo del cielo que acabase con todos (Lc 9,51-56). Con esta parábola, Mateo hace una exhortación a la calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final.
2ª hipótesis: La finca es la comunidad cristiana
La parábola también podría entenderse dentro de la comunidad cristiana (sola ésta sería la finca), donde hay gente que responde al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Porque cualquier de nosotros, por muy preparado que se considere teológica y moralmente, puede equivocarse. No son raros los casos de personas condenadas por la Iglesia que terminaron no sólo rehabilitadas sino también canonizadas.
3ª hipótesis: la finca es el mundo
Finalmente, la parábola se puede interpretar en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la buena semilla los ciudadanos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En esta línea se orienta la explicación de los versículos 36-43.
Los discípulos se le acercaron a decirle: ― Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. Él les contestó: ― El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
En cualquiera de estas tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la justicia a Dios, el único que puede emitir un veredicto exacto, sin temor a equivocarse.
La actitud de Dios, modelo de moderación en indulgencia
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se mueve en esta línea de bondad y tolerancia, poniéndonos a Dios como modelo. Un Dios al que el poder impulsa, no a castigar sino a perdonar, que gobierna con moderación e indulgencia, y que siempre da un voto de confianza al pecador, esperando que se convierta.
Fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
¿Tiene algún futuro esto tan pequeño?
Tras la explicación, volvemos al otro tema tratado por las parábolas de hoy. La comunidad de Mateo es pequeña. Las otras comunidades también. Han pasado ya cincuenta años de la muerte de Jesús, y aunque el cristianismo se va extendiendo por el Imperio Romano, representan una minoría. ¿Qué futuro tiene este grupo tan pequeño? ¿Qué futuro tiene la iglesia actual, que carece del influjo y el poder que tenía hace unos años? Mateo responde con dos parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambos coinciden en ser algo pequeño, pero más importante de lo que puede parecer a primera vista.
El grano de mostaza
El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Esta parábola sólo se comprende a fondo cuando se conoce una parábola del profeta Ezequiel que utiliza Jesús como modelo. A comienzos del siglo VI a.C., cuando el pueblo de Israel se encontraba deportado en Babilonia, para expresar que su suerte cambiaría y sería espléndida, Ezequiel cuenta lo siguiente:
Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado; del vástago cimero arrancaré un esqueje y lo plantaré en un monte elevado y señero, lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, se pondrá frondoso y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves. (Ez 17,22-23).
Jesús acepta la imagen del árbol y la idea de que sirve para acoger a todas las aves del cielo. Pero introduce un cambio radical: no elige como modelo el cedro alto y encumbrado, sino el modesto arbusto de mostaza, que, cuando crece, «sale por encima de las hortalizas». Es un ataque lleno de humor e ironía al triunfalismo. Lo importante no es que el árbol sea grandioso, sino que pueda cumplir su función de acoger a los pájaros. Para la comunidad de Mateo era una excelente lección, y también debe serlo para nuestras tentaciones de triunfalismo eclesial.
La levadura
Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.
Algo parecido ocurre con la parábola de la levadura. Se usa en poca cantidad, pero cumple su función, hace que fermente la masa. La tentación de la comunidad cristiana es querer ocupar mucho espacio, ser masa, llamar la atención por su volumen, por el número de miembros. Jesús dice que lo importante es la función de fermentar la masa.
Resumiendo lo leído hasta ahora, Mateo ofrece una explicación de la realidad (sembrador) y una llamada a la serenidad (trigo y cizaña) y a confiar en algo que tiene unos comienzos tan modestos (mostaza y levadura). El próximo domingo, otras tres parábolas completarán esta enseñanza.
Comentarios desactivados en Domingo XVI del Tiempo Ordinario. 23 Julio, 2017
“Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.”
(Mt 13, 24-43)
Este domingo el evangelio nos vuelve a traer parábolas y semillas.
Jesús quiere hablar de realidades que no se ven. Nos quiere hablar del Reino de Dios y de Dios mismo. Para ello utiliza imágenes de la vida cotidiana. Recurre a ejemplos que sabe que quienes le están escuchando comprenden completamente.
Las gentes sencillas que se acercaban a escuchar a Jesús sabían perfectamente cómo era el trigo y cómo era la cizaña. Conocían las semillas. Veían plantas de mostaza y sabían, porque lo veían cada día, que un poco de levadura era capaz de levantar mucha masa.
A muchas de nosotras todos estos ejemplos nos pillan lejos. Seguramente más de una no ha visto nunca un campo de trigo y no sabe cómo es la cizaña. Tampoco conocemos las plantas de mostaza. Y como el pan ya no se hace en casa quizá hay gente que nunca ha visto subir una masa.
Si Jesús nos hablara hoy tendría que ponernos otros ejemplos. Nos tendría que hablar de Internet, de teléfonos táctiles o de whatsapps.
No sé qué ejemplo nos pondría para hacernos comprender que a veces es necesario dejar crecer aquello que no está bien. La cizaña es una mala hierba, muy parecida al trigo pero tóxica.
En la parábola se nos dice que no arranquemos la cizaña. ¿Por qué? Porque podríamos dañar el trigo.
Nuestras vidas están llenas de pequeñas (o grandes) sombras que desearíamos arrancar. Pero Jesús nos dice que no. Que las dejemos crecer junto con nuestras luces.
Nuestro afán por tener una imagen prefecta puede acabar con aquello que teníamos de bueno y valioso.
En una sociedad donde se nos invita continuamente a eliminar cualquier defecto: arruga, grano, cana… Jesús nos dice: dejad que crezcan.
No sé si le podremos hacer mucho caso. ¿Nos atreveremos a dejar crecer nuestros defectos? ¿Tendremos paciencia para esperar al tiempo oportuno para arrancarlos?
Oración
Haznos valiente y arriesgadas para dejar crecer Tu trigo y la cizaña que se nos ha colado.
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Mt 13, 24-43
La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas es un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.
Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.
La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada.
El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la meta.
En el ser humano, el bien biológico individualista sería siempre bueno mientras no vaya contra el bien de los demás. Todo el esfuerzo que haga el ser humano por vivir mejor de lo que vive en una época determinada, sería estupendo si toda mejora alcanzara a todos los hombres, y no se consiguiera el bien de unos pocos a costa del mal de muchos. En el mundo que nos ha tocado vivir, podemos descubrir esa contradicción. El hombre, buscando su plenitud como individuo, arruina su plenitud como ser humano.
El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.
No les deja crecer juntos porque el señor se siente generoso y perdona la vida a los malos. La única razón que el dueño aduce es “que podríais arrancar también el trigo”; precisamente por la dificultad de distinguirlos a simple vista. La primera lectura nos advierte que Dios obra con moderación porque todo lo puede. Jesús da un paso más y nos dice que Dios no tiene nada que perdonar. Nuestra posibilidad de fallar no le inquieta, en cambio a nosotros nos desconcierta. Dios no puede premiar ni castigar “a posteriori”, porque se ha dado a cada uno antes de que lleguemos a la existencia.
La respuesta del amo está fuera de toda lógica. Esto es lo que debería hacernos pensar. El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su cizaña.
Esta mezcla inextricable no es un defecto de fabricación, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si anularan nuestra posibilidad de fallar. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta, es descabellado. Querer arrancar la cizaña es una tentación, que demuestra la falta de confianza en uno mismo.
También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores
Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! Tanto en la doctrina como en moral, se ha perseguido al que discrepaba de la oficialidad, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético, que a algunos de los que han sido sacrificados sin piedad, después se les haya declarado santos.
Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida todavía por el último Catecismo de la Iglesia Católica.
Meditación
Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.
Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,
sino aceptar al otro a pesar de sus fallos.
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La tolerancia es la mejor religión (Víctor Hugo)
23 julio. Domingo XVI del TO
Mt 13, 24-43
Dejad que crezcan juntos hasta la siega
En la película Lo and Behold (2017) del director alemán Werner Herzog se dice que “Cada molécula tiene su propio sonido. Y estos sonidos están diseñados específicamente para que cuando la molécula está bien formada, se creen armonías. Si algo no encaja, formará una disonancia. De hecho es difícil lograr una disonancia”. Las diferencias se van diluyendo con el tiempo y, al final, nos percatamos de que en toda la existencia hay una armonía.
La primera lectura y el Evangelio de hoy con la parábola de la cizaña, son una llamada de atención sobre la tentación en que caemos con frecuencia de meternos a jueces de los demás, excluyéndolos del reino de los cielos. La pregunta es obvia, excepto para quienes piensan que se les ha dado todo poder sobre la tierra: ¿Quién soy yo para juzgarlos?
En sus novelas, Jesús Sánchez Adalid (1962, jurista y teólogo, manifiesta una penetrante reflexión acerca de las relaciones humanas, la libertad individual, el amor, el poder y la búsqueda de la verdad; lo que le ha convertido en un símbolo de encuentro y armonía entre los pueblos, religiones y razas. En Y de repente Teresa (Ediciones B, S. A. 2014) analiza el inhumano proceder de la Inquisición en pleno siglo XVI. De uno de sus más ilustres personajes, Don Rodrigo de Castro (1523-1600) dice que es “un implacable, ambicioso y cauto, que se ha consagrado concienzudamente a realizar pesquisas sobre aquellas mujeres que tienen éxtasis, visiones, y misteriosas revelaciones, por si fueran “alumbradas”; es decir, adeptas a secta mística que tanto preocupa el Santo Oficio, por ser considerada herética y relacionada con el protestantismo”.
Concha Redondo, mística y teóloga, nacida en Madrid en 1931, en su obra poética Mis experiencias (Séneca Editorial 2014). Una mujer de la que se dice que el Espíritu le posibilita la comunicación inmediata y directa con la Divinidad que todos atesoramos, incluso los que crecen a nuestro lado diferentes. Uno de sus poemas, Vida, se cierra con estos versos:
“Despertar … Madurar… Nacer cada día… Nacer cada día más humano”.
Mensaje de tolerancia plenamente evangélico –“Dejad que crezcan juntos…” (Mt 13, 30)- como así mismo lo propone Pedro Olalde en una de sus obras: “En el campo del mundo, en nosotros, Jesús siembra buena semilla para que germine y de fruto abundante. Quiere que seamos personas felices, desarrolladas y creadoras de vida para otros”.
De Ismael, hijo de Abraham y su esclava Agar, se dice en Gn 16, 12: “Será un potro salvaje: él contra todos y todos contra él; vivirá separado de sus hermanos”. Aplicado a Jesús, tendríamos que decir todo lo contrario de “separado”. Con frecuencia olvidamos lo que la historia de la vida nos cuenta. La endogamia empobrece, y el mestizaje todo lo enriquece.
En El Canto del pájaro Anthony de Mello, nos cuenta la bella y tolerante historia, en la que aprendió a hacerse amigo de los de “dientes de león” que, como una plaga, habían invadido su jardín.
Ya, otro poeta y novelista, Víctor Hugo, había dicho que “La tolerancia es la mejor religión”.
DIENTES DE LEÓN
Un hombre que sentía orgulloso del césped de su jardín, se encontró un buen día con que en dicho césped crecía una gran cantidad de “dientes de león”. Y aunque trató por todos los medios de librarse de ellos, no pudo impedir que se convirtieran en una auténtica plaga.
Al fin escribió al Ministerio de Agricultura, refiriendo todos los intentos que había hecho, y concluía la carta preguntando:
-“¿Qué puedo hacer?”. – Al poco tiempo llegó la respuesta: -“Le sugerimos que aprenda a amarlos”.
También yo tenía un césped del que estaba muy orgulloso, y también sufrí una plaga de “dientes de león” que traté de combatir con todos los medios a mi alcance. De modo que el aprender a amarlos no fue nada fácil. Comencé por hablarles todos los días cordial y amistosamente. Pero ellos sólo respondían con su hosco silencio. Aún le dolía la batalla que había librado contra ellos. Probablemente recelaban de mis motivos.
Pero no tuve que aguardar mucho tiempo a que volviesen a sonreír y a recuperar su sosiego. Incluso respondían ya a lo que yo les decía. Pronto fuimos amigos.
Por supuesto que mi césped quedó arruinado, pero ¡qué delicioso se hizo mi jardín…!
Las “cosas de Dios” nos parece que deben ser tan elevadas que cuando alguien las explica de manera asequible apenas nos las creemos y solemos “pedir una explicación”. Esto también les sucedió a los discípulos incluso con el Señor; por eso, cuando Jesús les hablaba en parábolas, le pedían que les aclarara lo que les había contado. La simplicidad cuesta mucho. Demasiado. Asociamos la complejidad a Dios, cuando es todo lo contrario. Por eso a los seguidores del Maestro les resultaba asombroso que no necesitaran ser doctos y “entendidos” en la materia para comprender un mínimo del estilo con el que el Señor había planteado su forma de implementar el Reino.
Que el mismo Jesús utilizara imágenes de la cotidianeidad para hacernos ver cómo es el reino de los cielos es maravilloso. Con ello quiere decir que la Creación es tan rica y significativa que tiene capacidad para remitir a lo divino; transmite así, que lo natural, lo común, encierra verdades hondas. Además, de este modo el mensaje resulta accesible a la mayoría; y entre todos, no solo podemos hacernos una idea, de verdad, de cómo está funcionando ya el Reino, sino saber dónde buscarlo y dónde mirar para encontrarlo.
Tres comparaciones propone el Señor en el evangelio de hoy:
En la primera identifica el Reino con su persona –se parece a un hombre que sembró buena semilla–. Y explica que la semilla son ya los ciudadanos de ese reino, es decir, los que viven con Él y en Él. Pero junto al trigo crece la cizaña. Una compañía nada agradable que a veces ahoga al mejor de los frutos. Una imagen de las mezclas tan potentes que se dan en la vida. Sin embargo, solo a Dios le corresponde recoger la cosecha y separarlos. Porque Él siempre estará atento para que no se pierda ningún tallo, ramita, u hojarasca, por pequeña que sea, que contenga algo aprovechable y salvable. Recolectar así es laborioso, pero se gana mucho (y sobre todo, ganamos todos).
En la segunda, el Reino es como un minúsculo grano de mostaza, de un tamaño parecido a la punta de un alfiler, que la persona siembra en su huerto. El Señor se hace semilla; y no entra en nuestra vida como un huracán, sino como una brisa suave; tampoco como una tormenta, sino como una suave lluvia. Apenas se percibe su presencia, pero va penetrando y haciendo su obra.
En la tercera, compara el Reino de los cielos con la levadura. Un ingrediente muy apreciado por los cocineros pues hace crecer de forma asombrosa la harina que utilizamos para elaborar, por ejemplo, lo bizcochos y el pan. Lo curioso es que con una medida casi ridícula es suficiente para que salgan unas raciones generosas. No hay proporción entre cada uno de los ingredientes. Con un poco de levadura bien repartida la masa “se crece”.
Tres parábolas que nos ayudan a grabarnos a fuego algunas ideas importantes: queel Reino no es otro que Jesús, su persona, pero que en esta vida está amenazado; que no nos corresponde a nosotros cosechar (siempre nos llevaríamos a alguien por delante); y que su apariencia es pequeña y penetra en la realidad de una forma apenas perceptible, en lo oculto, entremezclado con la realidad, y allí, dentro, queda activo y activado, creciendo a su ritmo de una manera misteriosa.
Comentarios desactivados en “Los díscolos no captaron la parábola”, por Juan Masiá Clavel sj
De su blog Vivir y Pensar en la Frontera:
Si el recién fallecido Cardenal Meissner (q.e.p.d.) pudiera enviar desde su eterno descanso en la vida eterna un e-mail a sus díscolos compañeros del dislate anti-Francisco, tal vez el mensaje rezaría de esta guisa:
“Hermanos, no habíamos comprendido la parábola del sembrador:; el que tenga oidos para escuchar que entienda. El Papa Francisco habla en la Amoris laetitia como Jesús en el Evangelio y nos confronta con el símbolo de la escucha que discierne y la misericordia que sana. Pero nosotros no nos dejamos impactar por el símbolo y nos obsesionamos con la alegoría, que no escucha ni sana, sino racionaliza, moraliza y anatematiza, derecho canónico en mano, disparando misiles de sí o no, blanco o negro”
Este domingo 15 del Tiempo ordinario toca escuchar la perícopa de Mt 13, 1-23 (Salió el sembrador a sembrar su semilla… Mejor leer solo del 1 al 9).
Aprendamos de Jesús que nos lanza un símbolo para sacudir nuestra somnolencia y estimularnos con el enigma: quien pueda escuchar que entienda.
Como cuando el maestro de meditación Zen confronta al discipulo con un koan pradójico para romper su lógica y hacerle pensar sin pensar
Como el oráculo délfico que “ni dice, ni oculta, sino sugiere dejando perplejidad(ainissomai, en griego).
Como cuando Unamuno quería tanto a sus lectores que les sembaraba inquietudes practicando la “obra de misericordia suprema, despertar al dormido”…
La parábola tal como la contó Jesús termina en el versículo 9: ¡Quien tenga oidos, que escuche! Todo lo que viene a continuación desde el v.18 al 23 es un ejemplo de cómo la predicación primitiva convirtió la parábola en alegoría, atribuyendo significaciones para descifrar contraseñas: que si el terreno rocoso significa…, que si las raíces significan…, que si las zarzas significan,,,esto y lo otro, etc…
Con razón recomendaba Francisco en Evangelii gaudium que no prediquemos la homilía así: “La predicación puramente moralista o adoctrinadora y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen la comunicación entre corazones que se da en la homilía…” (EG, n. 142).
Ante los escrúpulos del ex-prefecto Müller, recuerda el cardenal Schönborn que lo importante es “escuchar”: “El clero debe escuchar como tal vez no lo hemos hecho antes, y escuchar a todo el mundo, a las personas en relaciones regulares y en las llamadas relaciones irregulares”
Habrá que aplicar a las “teologías de funcionario eclesiástico” lo que decía Paul Ricoeur de las filosofías faltas de hermenéutica; “no se acaba de dejar morir a los ídolos y apenas se tiene oidos para escuchar a los símbolos”. Hoy diríamos a los “escribas o escribanos de curia”: “no se acaba de dejar morir el derecho canónico y apenas se tiene oidos para escuchar la gratuidad del Evangelio y nutrirse de lo sacramental”.
Comentarios desactivados en María, vecina de Nazaret (II)
En esta segunda parte se analiza fundamentalmente el papel de María como educadora. Sin duda una mujer tuvo que influir en las enseñanzas de Jesús. Ningún rabino de la época expuso su pensamiento con ejemplos de la vida cotidiana y categorías femeninas como hizo el primogénito de María y José. Al final hay un interesante debate en el que se abordan algunos temas de la charla con gran naturalidad.
MARÍA, VECINA DE NAZARET
Recogemos por escrito la conferencia que se grabó en la Parroquia de San Félix, Villaverde Alto, el pasado 5 de mayo de 2017. En la Escuela está disponible en vídeo.
Estamos en Nazaret… Nos acercamos a María como vecinas suyas, porque es una mujer del pueblo, como nosotr@s, y queremos comprender su situación, sus dificultades, sus sentimientos y su respuesta de fe.
Nos imaginamos que viajamos a través del tiempo, para recordar la situación que vivió en su contexto histórico, político, económico, social y religioso. La situación era muy difícil, mucho más de lo que creemos, porque se ha idealizado la vida en Nazaret.
María, como la gente de su tiempo, vive esperando la llegada del Mesías, que debía nacer en Judea, anunciado por unas señales prodigiosas que deberían verse en el cielo (Mateo 16, 1-4). Pero esas señales no ocurren cuando nace Jesús.
Treinta años después, los saduceos y fariseos siguen pidiendo a Jesús esa señal del cielo, para poder reconocerlo como Mesías prometido, pero Jesús ofrece señales muy diferentes.
El pueblo lleva siglos bajo el dominio reiterado de pueblos extranjeros: Persia, Grecia, y Roma. Los conquistadores han impuesto al pueblo sus leyes y han gobernado a través de unos reyes crueles e inhumanos. Les obligan a pagar impuestos tan altos que muchos padres de familia deben venderse como esclavos para pagar las deudas; así evitan la prostitución a su mujer e hijas. La gente le pregunta a Jesús si deben pagar impuestos al César.
Muchos delitos pueden ser castigados con crueles penas de muerte, porque el pueblo está a merced de la injusticia de los políticos. María, como sus vecinos, siente miedo al ver los riesgos a los que se expone su hijo, porque muchos jóvenes galileos han sido crucificados.
Herodes (padre) y Herodes (hijo), reyes de Galilea, son un ejemplo típico de la crueldad de su tiempo. El propio emperador César Augusto dijo: “Es mejor ser un cerdo que ser un hijo de Herodes”.
Galilea es un nido de rebeldes, es “tierra de gentiles”, o sea, de gente que no es judía, que “no ha sido elegida por Yahvé”. En general es gente antimonárquica, porque creen que los males vienen de la monarquía, mientras que los habitantes de Judea son ultra monárquicos. Se les considera gente sin tradición, inmunda, que contamina a las personas piadosas; a sus mujeres no se les considera personas, sino “reptiles”.
La capital es Séforis, los romanos la destruyen totalmente, porque es refugio de galileos rebeldes, y creen que allí se esconde “Judas el Galileo”. Pensemos en el impacto que causan estos hechos en toda la población.
Jerusalén es considerada “el centro del mundo”, porque el templo alberga dos cosas fundamentales en su tiempo: la gloria de Yahvé y el “banco” más importante de entonces. Galilea es la zona más alejada de Jerusalén (en todo el sentido de la palabra alejamiento)
Nazaret es una aldea muy pobre, está en la ladera de una montaña, con cuevas en las que habita la gente. ¿De ahí puede salir algo bueno? (Juan 1, 46). De Galilea no salen profetas (Juan 7, 52). Con buena voluntad, los pintores se han encargado de ofrecernos unas imágenes idílicas de la casa de María, pero la realidad es que la gente vive en esas cuevas naturales de la ladera de la montaña y que es una aldea muy pequeña.
La sociedad, en tiempos de María, está dividida en clases sociales muy rígidas. Si la representamos en forma de pirámide, empezando por la cumbre y descendiendo, tenemos:
El sanedrín, con el sumo sacerdote que lo preside
Los saduceos, que sacan provecho de cualquier situación
Los fariseos
Los obreros –pueblo sencillo
Los extranjeros, pecadores y enfermos
Las mujeres y los niños
Desde el momento del nacimiento queda patente la marginación de las mujeres, por el modo de reaccionar los vecinos y el propio padre del bebé. Si ha nacido un niño hay cantos de júbilo y felicitaciones al padre. Si ha nacido una niña hay un silencio profundo, sólo se oye el llanto del bebé y la gente le desea al padre de familia: “Que el próximo sea varón”, pero no le felicitan por la niña que ha tenido.
¿Cuál es la clave de la desigualdad? Las mujeres no pueden ser circuncidadas, por eso no pueden recibir el signo de la Alianza con Dios (Génesis 17, 10-11). Después del exilio de Babilonia (siglo V a.C.), con la reforma de Esdras y Nehemías, comenzaron la intolerancia y el fanatismo religioso:
La Torá se convirtió en la ley del estado.
El pecado se castigaba con la muerte (Esdras 7, 26).
A las mujeres se les privó de los derechos que tenían.
Esdras decidió que se repudiara a todas las mujeres extranjeras, junto con sus hijos (Esdras 10, 1-3 y ss.)
El padre de familia reacciona como amo y señor de la vida. Cuando nace un bebé, la ley dice: “Si es un varón, tenlo, si es una niña, exponla”. Eso significa que pueden “exponer” a las niñas, o sea, sacarlas fuera de la población y dejarlas a la intemperie, a merced de cualquier animal que las devora o de alguna persona que quiera cogerlas, para bien o para mal.
Las niñas son casadas en la adolescencia. Son mayores de edad a los once años y un día, pero no se celebra ninguna fiesta. A los chicos, cuando cumplen trece años y un día, se les hace una gran fiesta y se les considera adultos a todos los efectos.
A la hora de buscarles marido, ellas son tasadas trozo a trozo, para pagar menos por ellas, y poder rebajar su valor ante cualquier pequeño defecto que tengan. Sin embargo la dote que deben llevar ellas al matrimonio se tasa al alza y la administra el varón.
El marido es el dueño y señor de la mujer. Es su ba’al (que significa: propietario, amo, señor, dios, dueño, marido) y la mujer es be’ulah (poseída). El matrimonio significa “hacer uso del recipiente”. Cuando Jesús quiere cambiar algunos aspectos del matrimonio le replican: “Así no trae cuenta casarse” (Mateo 19, 10). Lo que trae cuenta es que los varones gocen en el matrimonio de todos los privilegios que han adquirido a lo largo de siglos. Por ejemplo, las mujeres no pueden repudiarlos, ni siquiera cuando ellos son adúlteros o violentos.
Sin embargo, hay muchas causas (escritas en los comentarios a la ley) que permiten a los maridos repudiar a sus mujeres; se llega a considerar causa suficiente el que la mujer se entretenga a hablar junto a la fuente con otras mujeres, o que se les queme la comida.
Las mujeres deben ir cubiertas siempre con el velo, si se lo quitan para salir a la calle pueden ser repudiadas, sin devolverles la dote acordada para el repudio. Las prostitutas no llevan velo.
Para una mujer repudiada es tan difícil volver a casarse que suelen recurrir a la prostitución para sobrevivir. A las mujeres se les pide un comportamiento intachable, para que sus padres y esposos se sientan orgullosos de ellas. ¿Quién es la mujer perfecta? Podemos leer con ojos críticos el canto a este modelo de mujer (Proverbios 31, 13-ss) y la sobrecarga de trabajo al que estaban sometidas.
Si la novia se queda embarazada antes del matrimonio, una vez comprometida, el novio tiene varias opciones:
Si el hijo es del novio se adelanta la ceremonia de la boda
Si el novio afirma que el hijo no es suyo, la novia puede ser apedreada, lapidada. De nada sirve el testimonio de la mujer.
Si el novio no quiere que lapiden a su novia debe huir muy lejos, lo que supone una vergüenza pública para él y para toda la familia.
La posibilidad de que el novio acepte al niño como hijo, sin serlo, es algo absolutamente extraordinario.
El nacimiento de un hijo varón confiere su dignidad a las mujeres, que pasan a ser reconocidas y valoradas” porque han engrandecido al pueblo.
El nacimiento de una niña sólo es una pérdida, “una semilla desperdiciada”. Tener una hija es como recibir un castigo, porque hay que vigilarla: “es una secreta inquietud, la preocupación por ella aleja el sueño” (Eclesiástico 42,9). “El padre no está obligado a alimentar a su hija” (comentario a la Torá). “El mundo no podría existir sin varones y sin hembras, pero ¡feliz aquel cuyos hijos son varones! Y ¡ay de aquel cuya descendencia son hembras!”
Las impurezas de la sangre condicionan la vida de las mujeres. Si han dado a luz a un niño tienen que guardar 40 días de impureza tras el parto, si han tenido una niña la impureza dura 80 días, lo que condiciona mucho la vida familiar y social porque incluso rozarlas “contamina”; hay que hacer ritos y ceremonias para purificarse de nuevo (Levítico 12, 5)
En algunas etapas de la historia se cree que las mujeres son seres “pestilentes”, el padre las puede vender como esclavas, no tienen que decir “la gran oración”. No pueden llevar filacterias, ni recitar la bendición de la mesa. Pueden orar desde casa, en lugar de ir a la sinagoga.
Todo el pueblo tiene que ir al Templo de Jerusalén, excepto: “sordos, idiotas, niños, hombres con los órganos escondidos, andróginos, mujeres, esclavos, cojos, ciegos, viejos, enfermos y los que no pueden caminar”. Es decir, tienen que cumplir la ley, pero con muchos pretextos se les libera de algunos mandamientos que amplían su horizonte vital.
Se les prohíbe estudiar la Torá, porque se cree que las mujeres son incapaces de comprenderla. El Talmud (comentario de la Ley) dice: “Quien enseña a su hija la Torá es como si le enseñara obscenidades”;“Que las palabras de la Torá sean destruidas por el fuego, antes que enseñárselas a las mujeres”.
A diario, las mujeres oyen a los varones orar en voz alta tres veces al día, dando gracias a Yahvé, porque “me has hecho hebreo, no me has hecho mujer, no me has hecho ignorante”.
En el botín de la guerra, las mujeres aparecen después de los asnos (Números 31, 34-35.39-40).
No tienen derecho a la herencia. Si muere su marido deben casarse son su cuñado para darle descendencia al marido difunto. Si no tienen cuñado, deben volver con su familia, que a menudo no las acepta de nuevo porque se considera una vergüenza esta vuelta. A menudo tienen que dedicarse a la prostitución o se ven envueltas en la pobreza hasta la muerte.
Se les considera responsables del pecado de Adán (Génesis 3), de la muerte, del nacimiento de los demonios y del diluvio (Génesis 6, 5-ss). En caso de peligro de muerte, siempre hay que salvar primero al marido.
Las madres educan a los niños hasta los 7 años. La ley decía: “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo, le dirás…” (Deuteronomio 6, 20- 25). Las palabras del Señor “las enseñaréis a vuestros hijos y se las repetiréis sin cesar…” (Deuteronomio 11, 19). Los rabinos decidieron que a las hijas no había que enseñárselas, bastaba con lo que buenamente oyeran en la familia o en la sinagoga (si iban algún día).
¿Qué huella dejó María en la formación religiosa de Jesús? ¿Cómo enseñaría María a orar a Jesús? Pensemos en el paralelismo entre el Magníficat y la exclamación de Jesús sobre lo que Dios revela a los pobres y sencillos (Lucas 10, 21) o en la importancia que le dan los dos a hacer la voluntad de Dios (Lucas 22, 42)
Ahora sabemos, gracias a la psicología, la importancia que tiene la educación en los niños y niñas, sobre todo en los primeros años de vida. Jesús, como varón judío, deja a un lado el sistema de reflexión sobre la Torá, que consiste en transmitir fielmente las enseñanzas recibidas, dándole mucha importancia a la casuística. En el Evangelio se ve claramente cómo varias veces los fariseos intentan envolverle en esa forma de razonar: por ejemplo, si una mujer se ha quedado viuda varias veces ¿quién será su marido tras la muerte?
Jesús centra su predicación en una Buena Noticia. El día que predica por primera vez en una sinagoga quieren despeñarlo (Lucas 4, 29-30) porque se atreve a anunciar un año de gracia, pero silencia “el día del desquite de nuestro Dios”.
Para que el mensaje lo comprenda la gente sencilla, pone ejemplos significativos en la vida diaria de las familias, especialmente las tareas que realizan las mujeres. Es un lenguaje que escandaliza a sus oyentes y expresa la densidad teológica que tiene la vida diaria. Por ejemplo:
El drama que le supone a una pobre vecina del pueblo el perder una monedita de su dote. Las mujeres suelen colgar algunas de esas monedas en los bordes del pañuelo que se ponen en la cabeza, y pueden utilizar esas monedas, en caso de ser repudiadas por su marido. La alegría que siente esa mujer le ayuda a Jesús a explicar una alegría más profunda.
A Jesús, siendo niño, le tuvo que asombrar el efecto que produce la levadura en la masa. No sabemos lo que le explicó María, pero cuando Jesús quiso hablarnos de la desmesura del Reino nos pone el ejemplo de una mujer que mete levadura ¡en 42 kilos de harina!
Todos los niños y niñas ven remendar a sus madres y abuelas. La túnica que los varones reciben a los 13 años, al celebrar su mayoría de edad, sirve para cubrirse, como manta por la noche, para cargar algunos productos… De tanto uso, se rompe a menudo y se remienda una y otra vez. Muchas personas no pueden permitirse el lujo de hacer o comprar otra y usan la misma túnica hasta que son enterrados con ella. Jesús nos habla de ese paño viejo que no admite remiendos de tela nueva, para que comprendamos la novedad de la Buena Noticia y del Reino y no intentemos poner remiendos a algo que se ha quedado viejo.
La túnica de Jesús la echan a suertes, antes de ejecutarlo, para no romperla en varios trozos, porque es una prenda valiosa.
En Israel se usa mucho la sal: a) sirve para frotar a los bebés recién nacidos y evitarles infecciones; b) da sabor a las comidas; c) se usa como moneda (el salario); d) conserva los alimentos en salazón y así es útil en los viajes (por ejemplo, el pescado); e) echando una capa de sal sobre los campos y huertas se destrozan los cultivos de los enemigos, etc. La sal se convierte para Jesús en un símbolo claro y significativo de lo que supone vivir siendo “sal de la tierra”
Es francamente revolucionario que un maestro (rabí) hable de los sentimientos de las mujeres que van a dar a luz.
Habla de Yahvé haciendo referencia a experiencias de la vida cotidiana: Un juez injusto, un banquete de bodas, etc.
María tiene que dar un paso de gigante: siente sobre ella el peso de la ley judía y, al mismo tiempo, va sintonizando con la Buena Noticia que predica su hijo. Va dando pasos, dejando lo viejo y entrando en lo nuevo; y no puede poner remiendos, como en una tela vieja, ni echar el vino nuevo en un odre viejo.
La actitud de María, en medio de las múltiples dificultades de su tiempo, puede ayudarnos a vivir hoy el discipulado y el paso de lo viejo a lo nuevo, personalmente y en la comunidad, parroquia, grupos, etc.
MARÍA, MADRE DE UN HIJO DIFÍCIL
María es la madre de un varón judío; según lo que se considera valioso en su tiempo, no tiene motivos para sentirse orgullosa de él, al contrario, Jesús hace sufrir a su madre, por muchos motivos:
Jesús no tiene esposa. La ley dice que si a los 20 años no te has casado y no tienes hijos, tus vecinos deben maldecirte públicamente, porque no colaboras al engrandecimiento del pueblo. En caso de que fuera a causa de un defecto físico, había que demostrarlo. Leer más…
Comentarios desactivados en El día en que Jesús “hizo las maletas” ¿Dónde estaban Mateo y Juan?
La Ascensión del Cristo es el complemento lógico de su Ressurrección y el preludio necesario para su divinización.
En posts anteriores he señalado que se suponía que el mítico fundador de Roma, Rómulo, había corrido la misma suerte .
Añadiré hoy un complemento sobre el valor histórico, desde el punto de vista de algunos, que convendría conceder a tal hecho, bajo el pretexto de que figuraría en documentos que son históricos y presentados como testimonios. Cuando digo “de”, entendamonos: el relato de la Ascensión figura bien en ciertos evangelios apócrifos; pero dejemos éstos de lado por hoy, ya que, según el punto de vista que acometo, es decir el de la historia infestada de teología, los llamados evangelios apócrifos no serían creíbles, de ningún modo; mientras que los cuatro canónicos lo serían. Veamoslos pues.
Primera observación: de los cuatro Evangelios decretados creíbles, sólo dos hablan de la Ascensión : Marcos y Lucas. El pasaje de Marcos es de una brevedad notable: “Entonces, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. “ (Marcos 16 , 19 ) . Cada uno sacará las conclusiones que quiera. Lucas es un poco más largo, pero tiene una vaga mirada de la narración, ya que el lugar es mencionado como un gesto ( bendición) : “Después los llevó Jesús hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo”. (Lucas 24, 50-51) Esto es realmente corto , sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que los Evangelios de Marcos y Lucas son muy abundantes en los detalles de género “vivido” y esto para cantidad de episodios que están lejos de tener la importancia de este último.
Los teólogos no tuvieron ningún problema para edificar un razonamiento para establecer que esta brevedad es querida y significativa; posiblemente veremos allí el signo tangible de la salida simultánea del tiempo y del espacio que debía tener su equivalente en el estilo del relato… ¿Por qué no? Pero los historiadores no pueden, evidentemente, seguirlo y se preguntarán más bien si no se trata, muy simplemente, de una interpolación, es decir de un añadido ulterior debido a un copista que encontraba sin duda que la Ascensión, que conocía por otro lado, sea por la tradición oral, sea por otros evangelios, verdaderamente faltaba en éste y que esto podía ser sólo como consecuencia de un error de uno de sus predecesores, un error que había que reparar.
¿Pero entonces, en este caso, por qué la Ascensión no figuraba en el Evangelio de Mateo y en el de Juan, ya que, de cerca o de lejos, no se encuentra en estos dos textos ninguna mención de tal acontecimiento? Pues bien, primero: nada permite afirmar que no hubieran existido evangelios, según Mateo y según Juan, que no hubieran contenido, precisamente, una mención breve, a manera de Marcos y Lucas, del último episodio de la Ascensión. Haré, un poco más tarde, un post sobre los primeros manuscritos íntegros de los evangelios que poseemos. Los manuscritos muy antiguos de los cuatro evangelios no están exentos de divergencias entre ellos con gran numero de variaciones en relacion a los más antiguos que se encuentra en nuestra posesión. Pero no hay ninguno, claro está, que se sepa que incluya una mención de la Ascensión. No obsante, la hipótesis de que haya existido alguno no es descabellada.
Desconfiemos, sin embargo, de hipótesis en historia y quedémonos con el hecho de que Mateo y Juan no mencionan la Ascensión. Pero recordamos también el hecho, porque está ahí, que Orígenes y Jerónimo se quejan de las variantes que observan en los diversos manuscritos que tienen en su disposición.
Para concluir sobre la Ascensión, la ausencia de este episodio en Mateo y Juan parece estar más cerca del hecho de que, – por lo menos teóricamente ¿debiera suscribirlo? Es otra la cuestión – Mateo y Juan son testigos directos de los acontecimientos que cuentan, contrariamente a Marcos y Lucas.
Suponiendo que Mateo y Juan hayan estado ocupados con otras cosas el día de la Ascensión – lo que sería poco menos que un desastre – por lo menos debían habernos dicho que sus compañeros habían visto …
¿Será que la importancia de la Ascensión se les había escapado? Pero, en este caso, habría sido necesario que el Espíritu Santo que los inspiraba, se hubiera también, el mismo, distraído…
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, paro algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
–“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
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