Carta abierta a Monseñor Munilla, por Miguel Sánchez Zambrano.
Muy estimado Pastor, D. José Ignacio Munilla.
Desde el respeto que le profeso, deseo responder a sus palabras, sobre el colectivo LGTBI, en Radio María el lunes 12 de junio. Han pasado dos semanas y le aseguro que las he reflexionado en profundidad. Le respondo desde mi condición de miembro de la Iglesia y de hijo de Dios y por tanto hermano de usted en Él. También lo hago desde mi identidad homosexual, al haber dispuesto Dios que así la tuviera. Decirle que el serlo lo considero y lo vivo, como un don de Dios, pues como afirma el obispo brasileño Cruz Santos “si la persona no elige ser gay, la atracción por el mismo sexo, solo puede ser un regalo de Dios”.
También le escribo como persona que, con 14 años, sufrí abuso de poder y de conciencia de un sacerdote escolapio (estudié en los Escolapios de Granada) que a esa edad me condeno a un doble infierno, precisamente por sentir atracción por mis iguales. Esto me produjo un tremendo shock emocional que derivo y somatice en una patología epiléptica y un rechazo a lo que yo era (sí Dios me condena por medio del escolapio, yo debo condenarme, me decía a mí mismo). Ambas patologías (Epilepsia y Homofobia internalizada) han quedado sanadas, al hacer un Proceso de Justica Restaurativa, en el que el Provincial actual de la Comunidad Escolapia, me levantó la condena, me manifestó su consternación y vergüenza por lo sucedido y me confirmó que la Misericordia de Dios jamás condena, recibiendo su bendición. De este modo, he logrado salvar mi amor a la Iglesia y trabajar desde dentro, con todas mis fuerzas, por desmontar la pertinaz condena de amplios sectores de la misma, incluido usted mismo, que es justo lo que nos pide a los homosexuales cristianos el portavoz de la Conferencia Episcopal Francesa, Mons. Oliver R.- Dumes: “Amad a la Iglesia y desde dentro, ayudadla a progresar en el reconocimiento de vuestro amor”. Esta ayuda la pretendo a través de mi libro, recientemente publicado, “Homosexualidad. Las razones de Dios” (Ed. San Pablo) en el que trato de desmontar la condena de los versículos bíblicos en que la Iglesia se basa para hacerlo, fundamentalmente Génesis y Levítico y exponer detalladamente las bases bíblicas en que podría basarse para realizar un profundo cambio que la llevase a la aceptación plena de sus hijos e hijas LGTBI, en igualdad de derechos con sus hijos e hijas heterosexuales.
Ha sido un extenso y profundo trabajo de investigación de más de 10 años, cuyo resultado es el aludido libro, que me permito aconsejarle su lectura, del que en diciembre le envié amplia información, ofreciéndole enviárselo a su Diócesis, carta de la que no he recibido respuesta alguna, aparte de su silencio.
Con esta carta abierta pretendo responder a sus palabras en Radio María. Ante todo, decirle D. José Ignacio, que la Biblia jamás condena el amor entre dos de igual género (lógico, pues Dios es amor y no puede condenarse a sí mismo). Lo que se condena en el A. Testamento (Gén. 19) es el intento de violación sexual a los enviados del Señor, por parte de los habitantes de Sodoma. Condena que se repite en Jueces 19. Igualmente, en Levítico, se condena el acto homosexual, por no ser procreativo, al igual que se condena eyacular fuera del cuerpo de la mujer o la relación con esta en periodo menstrual. Esta condena, a todo acto no reproductivo, es plenamente consecuente al estar dirigida al pueblo judío, un pueblo primitivo, que ha de atravesar un desierto durante 40 años, camino de la Tierra Prometida y corre serio peligro de desaparecer, si no se hace todo lo posible por facilitar la natalidad, por lo que queda lógicamente prohibido todo acto sexual no procreativo. Jamás, en ningún párrafo bíblico, se condena la relación homoafectiva entre dos iguales, elegida libremente y con un compromiso mutuo de fidelidad.
Como es lógico, todo lo anterior lo sabe usted de sobra y mucho mejor que yo.
Y entrando ya en materia y con el respeto antes expresado tratare de comentar (y desmontar) sus palabras en Radio María, aludiendo a sus declaraciones claramente homófobas, respecto a las personas LGTBI.
Monseñor, en primer lugar, dice usted y dice muy bien, que el arcoíris es la imagen de la alianza de Dios con el hombre y critica duramente que sean esos los colores elegidos por nuestra comunidad. Le diré que precisamente por ello, esa es nuestra bandera, para así hacer presente la alianza y más aún,la complicidad de Dios con las personas homosexuales. Siento en mi corazón dicha alianza y siento como Dios se complace al haberme creado como Él ha querido, como lo hace con todas sus criaturas, incluida las heterosexuales.
Afirma usted que “las personas LGTBI, van contra la naturaleza y contra la realidad”. Se lo respondo en forma de pregunta: ¿Cómo es posible que algo que existe en la naturaleza humana (las diversas variables que se dan en las personas en como sentir y vivir la sexualidad) pueden ir contra la naturaleza de las mismas? ¿Cómo Dios puede crear una identidad sexual concreta que vaya contra la propia naturaleza creada por Él mismo?
Esa es mi realidad y mi naturaleza: sentir atracción por mis iguales y ninguna atracción por los de diferente género, al igual que el hombre heterosexual siente atracción por el género diferente (la mujer) y ninguna por las personas de su igual género. Por último, los “bi” sienten atracción por ambos géneros. Esa es la realidad y es la naturaleza de cada uno de nosotros, la que Dios nos ha concedido en su diversidad creadora, ¿lo entiende usted? Hago mías sus propias palabras: “Negar la realidad evidente y constatada es muy poco inteligente”.
Vamos con la siguiente cuestión, que usted aborda en Radio María, afirmando que “introducir a la fuerza la ideología LGTBI, crea personas heridas, que sufren”. Con dolor le voy a enumerar las verdaderas razones por las que sufre una persona homosexual: por la incomprensión y rechazo de sus familiares, por discriminaciones múltiples, por situaciones de burla y vejaciones, por acusaciones malévolas, como ser los difusores del V.I.H.; por el riesgo (generalmente imposibilidad) de manifestar en público el afecto que sentimos por la persona que amamos y sobre todo lo anterior, los que somos cristianos, nos produce un hondo sufrimiento, la idea de que Dios nos rechaza y que cada vez que compartimos nuestra sexualidad, estamos cometiendo un grave pecado, tal como nos recuerda la Iglesia. En realidad, todas las razones de angustia y dolor expuestas se basan en esto último, pues el aludido rechazo de la Iglesia ha impregnado la cultura, las costumbres y las relaciones humanas hasta nuestros días, sobre todo en el ámbito del llamado mundo occidental cristiano en que vivimos. Estas heridas, este sufrimiento, este rechazo generalizado, propiciado desde siempre por la Iglesia ha sido revelado incluso en el arte y se resume en el lema de la primera obra teatral gay “Los chicos de la banda”: “pídeme un homosexual feliz y te daré un cadáver sonriente”.
El máximo dolor que llega a sufrir el homosexual cristiano lo ha generado la Institución Eclesial, que le afirma que Dios le dice: “te condeno si vives según la identidad sexual que te he dado”, mientras él escucha en su corazón, esa misma voz de Dios que le dice: “te amo y te bendigo cuando actúas según el don de ser homosexual que yo te he dado”.
Sí, el sufrimiento causado por la Iglesia y por las “áreas” de influencia de la misma (sociedad y familia) ha sido profundo y lo más sangrante, ha sido gratuito. Su incapacidad para replantearse su actitud condenatoria ante sus víctimas, es para nosotros, lo más triste y doloroso. Por ello, todo homosexual que logra mantener su fe y no abandonar la Iglesia, tiene que recorrer un camino de crecimiento espiritual, ciertamente muy doloroso.
A continuación, Monseñor, usted se refiere en su alocución en Radio María, al mes de junio, mes del Sagrado Corazón, que parece, según usted, haber sido “secuestrado” por el mundo LGTBI, convirtiéndolo en el mes del Orgullo. Lo primero es decirle que al igual que usted se siente orgulloso de ser hetero (supongo) igualmente y por las mismas razones, los homosexuales nos sentimos orgullosos (y añado, agradecidos) de serlo, solo que hasta hace bien poco era absolutamente imposible expresar nuestra identidad sexual, gracias a la represión y opresión que la sociedad heterosexista, imbuida por la religión ha ejercido contra nosotros, desde hace siglos.
Precisamente hablando de este mes dedicado al Sagrado Corazón, seguro que usted, D. José Ignacio, conoce muy bien al máximo propagandista de la devoción al mismo. Me refiero al jesuita beato Bernardo de Hoyos (1711-1735) que escribió vívidamente su matrimonio místico gay con Jesús. Sí, lo ha leído bien.
Tenía 18 años cuando tuvo una visión en la que se casaba con Jesús. En sus escritos espirituales no habla de amada y amado como lo hace Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, sino que se refiere al amante y al amado, “amante buscando al amante, amigo en el amigo transformado”.
Bernardo describe así su experiencia como novio de Cristo:
“El Señor me entrega un anillo de oro y me dice: “que este anillo sea una prenda de nuestro amor. Tú eres mío y yo soy tuyo. Puedes llamarte a ti mismo Bernardo de Jesús (…) y yo seré Jesús de Bernardo, pues tu y yo somos uno, Mi honor es tuyo, tu honor es mío. Considera la posibilidad de mi gloria como la de un cónyuge, considérala la tuya como la de mi cónyuge. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”.
Como usted verá, el relato del Beato Bernardo es un verdadero canto de extraordinaria belleza romántica al matrimonio ente dos hombres. Mientras Prelados y Pastores, como usted, se niegan a bendecir (rechazando) las uniones de dos iguales que se aman, la vida y visión de los santos nos narran historias muy diferentes, como esta en que Cristo-esposo, se une en matrimonio místico con otro hombre, Bernardo de Hoyos, que fue beatificado por Benedicto XVI en abril de 2010. Leer más…
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