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Vivir en los márgenes, como Jesús.

Lunes, 12 de febrero de 2024
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IMG_2981Hermana Donna McGartland

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious publicado por New Ways Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el VI Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

En la primera lectura de Levítico de hoy, los israelitas continúan su viaje de 40 años por el desierto. Algunos de ellos desarrollaron lepra, por lo que, para mitigar una mayor propagación, cualquier persona sospechosa de tener esta enfermedad era considerada impura y era obligada a vivir fuera del campamento.

Hasta la década de 1960, quienes padecían la enfermedad de Hansen (lepra) se veían obligados a vivir en colonias, fuera de la sociedad, rechazados por miedo y por creer que era el mejor curso de acción para que la mayoría no se infectara. Las personas con lepra se mantendrían al margen y, en muchos sentidos, invisibles.

Al comienzo del evangelio de Marcos, un leproso se acerca a Jesús y le ruega ser curado. Al hacerlo, la persona enferma viola todas las normas sociales al entrar en contacto directo con alguien que no estaba enfermo. Jesús toca a esta persona “inmunda” y limpia al leproso. Jesús pide el anonimato mientras le dice a la persona que siga la ley judía: “No se lo digas a nadie, sino ve al sacerdote”. El sacerdote era la única persona que podía volver a declarar limpio al leproso.

Más importante aún, Jesús sabía que, al tocar a una persona impura, inmediatamente quedaría impuro, ya no podría entrar en ninguna ciudad y se vería obligado a permanecer fuera de la sociedad, en los márgenes. Marcos insiste en enfatizar que, a partir de ese momento, Jesús vivió en lugares desiertos, fuera de la sociedad y, sin embargo, gente de todas partes buscaba a Jesús.

IMG_2973Este es el mismo lugar donde a menudo encuentro a Jesús: conmigo, en los márgenes, con tantos otros que buscan sanación y plenitud. Es aquí donde soy plenamente abrazado por el Dios de los pobres, un Dios que me acoge a mí y a todos los que conocen el sentimiento de anhelo de conexión.

Como persona del espectro LGBTQ+ que vive en los márgenes, descubrí que esta es una posición privilegiada. Puedo vivir “en la sociedad en general” pero, en verdad, hacerlo me sentiría mal. He tenido la experiencia de no ser aceptada simplemente porque fui creada lesbiana. No quiero ser parte de una sociedad que siente que tiene derecho a imponer condiciones a la creación de Dios.

Si bien soy obviamente parte de la sociedad en general y elijo ser parte de la Iglesia católica que realmente amo, no estoy controlado por su búsqueda malsana de poder. Al vivir fuera de su alcance, en los márgenes, puedo apreciar la vida que me rodea mientras camino y disfruto de mis compañeros, quienes también han sido juzgados como una amenaza a un retorcido sentido de seguridad o al percibido “bien común”.

Quienes viven hoy en los márgenes no son contagiosos como en los tiempos de Moisés y, sin embargo, seguimos siendo tratados como tales. Con demasiada frecuencia, se nos trata como la fuerza “invisible” que amenaza, en lugar de las bendiciones creativas y diversas que Dios ofrece a un mundo en dificultades. Prohibir libros, negar el acceso a grupos de apoyo en las escuelas y prohibir la exhibición de símbolos que afirman nuestra presencia son simplemente formas en que algunos intentan controlar la realidad de nuestra presencia. Las personas y grupos que se oponen activamente al documento aprobado por el Papa Francisco, “Fiducia supplicans”, el documento que permite bendiciones a parejas del mismo sexo y a aquellos en situaciones “irregulares”, son las personas modernas que excluirían y aislarían a quienes considerar “diferente“. Sus actitudes revelan cuán amenazados se sienten.

Al identificarme con los marginados, no necesito ni quiero defenderme. Soy mucho más libre aquí sabiendo que soy bendecido cada día al caminar con Jesús, quien eligió vivir en los márgenes.

–Sr. Donna McGartland, 11 de febrero de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Felicidad amenazada”. 6 Tiempo ordinario – C (Lc 6,17.20-26)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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People and white limousine at Times Square in New York at night. At the junction of Broadway and the 7th avenue this place is brightly lit by neons and billboards and is part of the theater district in Manhattan. It is also one of the main tourist attractions of the city with nearly 40 million tourists visiting it yearly. Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la sociedad. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e increíble, incluso para los que nos llamamos cristianos.

Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado incluso a confundir la felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».

Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El camino que tratamos de recorrer para buscar felicidad.

Vivimos en una sociedad que, en el fondo, sabe que algo absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera. Nos gusta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.

Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado solo de bienaventuranzas. Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del amor, disfrutan satisfechos en su propio bienestar. Esta es la amenaza de Jesús: quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya han saboreado.

Quizá estamos viviendo unos tiempos en los que empezamos a intuir mejor la verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».

Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización de la abundancia nos ofrece medios de vida, pero no razones para vivir. La insatisfacción actual de muchos no se debe solo ni principalmente a la crisis económica, sino ante todo a la crisis de auténticos motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar.

Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.

¿Y si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tenemos que buscar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y compartir más?

José Antonio Pagola

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“Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!”. Domingo 13 de febrero de 2022. 6º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 13 de febrero de 2022
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14-ordinario6 (C) cerezoDe Koinonia:

Jeremías 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
Salmo responsorial: 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
1Corintios 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
Lucas 6, 17. 20-26: Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

El texto de Jeremías pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). Jr 17,5-8 parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto.

Todo el capítulo de esta carta a los corintios se refiere a la resurrección de los muertos, por las dudas que se habían suscitado en la comunidad de Corinto sobre la resurrección misma de Cristo. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).

El primer absurdo es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron.

Las Bienaventuranzas con los pobres de protagonistas y las malaventuranzas (los ayes) con los ricos como destinatarios, continúan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas.

Las Bienaventuranzas son una forma literaria conocida desde antiguo en Egipto, Mesopotamia, Grecia, etc. En Israel tenemos varios testimonios en la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial y profética. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley: “Bienaventurado el hombre que no va a reuniones de malvados ni sigue el camino de los pecadores… mas le agrada la ley del Señor y medita su ley de día y de noche” (Sal 1,1); “Bienaventurados los que sin yerro andan el camino y caminan según la ley del Señor” (119,1).

Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte: “Ay de los que disimulan sus planes y creen que se esconden de Yahvé” (Is 29,15); “ay de estos hijos rebeldes, dice Yahvé, que traman unos proyectos que no son los míos…” (Is 30,1). También para llamar la atención de los que acaparan: “¡ay de los que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is 5,8); “¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas!” (Is 10,1). Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos… son bienaventurados.

Comparando las bienaventuranzas de Lucas con las de Mateo encontramos algunos datos interesantes. El lugar del discurso según Mateo es la montaña, con la intención de releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el Sinaí. Según Lucas es en un llano. Muchos incluso los diferencian llamándolos “sermón de la montaña” o “sermón del llano”. En las primeras bienaventuranza Mateo tiene una de más: “bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt 5,5). En total, Lucas tiene cuatro que son equivalentes a las nueve de Mateo. En Mateo hay una inversión con relación a Lucas, pues aparecen los “hambrientos” detrás de los “afligidos”. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras en Lucas todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza.

La bienaventuranza clave es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8). Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).

La última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo.

La pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor» que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el ser humano. El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.

En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53). Y en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19).

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13. 2. 22. Jesús, un hombre feliz (Domingo de las bienaventuranzas 1)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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felices-vosotros-las-bienaventuranzasDel blog de Xabier Pikaza:

Celebramos este domingo (Dom 6 TO, ciclo C) las bienaventuanzas de Jesús según el Sermón de la Llanura de Lucas. El próximo día comentaré las bienaventurazas en concreto.

Hoy presento a Jesús como hombre feliz, el bienaventurado por excelencia, conforme a los cuatro puntos que siguen. (1) Hombre feliz, encarnacíón de Dios. (2) Un bautismo de felicidad. (3) Mensaje de felicidad. (4) Obras de felicidad

Desarrollo básicamente el tema siguiendo un estudio mas extenso sobre las bienaventuranzas. 

Texto:Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

 1. Un hombre feliz, encarnación de Dios

Tanto como el mensaje de las bienaventuranzas (Lc 6, 10‒26; Mt 5, 2‒11) importa la vida y testimonio de Jesús, el bienaventurado, y en esa línea debemos compararle con otros testigos de felicidad  (Krisna y Buda). Por eso empezaré destacando aquello que Jesús no era[1]:

 ‒ No fue un guerrero como Arjuna, un noble y excelso general, alguien que tuvo una crisis en medio de la guerra, para contemplar la felicidad de Dios más allá de la batalla. No fue tampoco un celota, como algunos han supuesto, caudillo de la lucha militar anti romana, en la línea de los grandes guerreros de Israel, como Josué (conquistador), David (instaurador del Reino) o Judas Macabeo (restaurador de la independencia nacional) en línea política y religiosa.

Ciertamente, la tradición cristiana le ha tomado como descendiente de David, y quizá el mismo Jesús se sintió heredero de unas esperanzas davídicas (extendidas por entonces en el pueblo). Pero aún en el caso de que lo fuera (cf. Rom 1,3‒4), él s invirtió de forma radical la tarea y sentido de su mesianismo, interpretándolo en claves de salud, comida y comunión entre los hombres.

 ‒ No fue tampoco un gobernante poderoso, rey de elevada alcurnia, como Gautama Sakiamuni (Buda). No tuvo que abandonar el palacio por algún tipo de crisis familiar o económico/social como Job, ni lo hizo para descubrir dolores que previamente no sabía, como Buda, pues desde joven (niño) formó parte de un mundo de trabajo y opresión, en momentos de gran crisis económico‒social y religiosa.

Habiendo sido un tekton, obrero manual de construcción, campesino sin campo, artesano eventual, impulsado por la justicia de Dios, abandonó un día el trabajo, haciéndose discípulo de un profeta penitencial, llamado Juan Bautista. En eso puede parecerse a Buda, que buscó también la luz de los brahmanes, pero tuvo que separarse al fin de ellos, recibiendo entonces su nueva iluminación junto al Ganges, en Benarés. En una línea semejante, al separarse del Bautista, Jesús fue iluminado de un modo más alto al otro lado del río Jordán, cf. Mc 1, 9‒11).

 ‒ No fue un profesional de la religión, como los sacerdotes de Jerusalén o los rabinos, ni un discípulo de los escribas fariseos que empezaban a “reconstruir” la identidad israelita, tras el fracaso de la “reforma” socio‒religiosa de los macabeos, sino un hombre del campo, heredero de las tradiciones populares de Israel; y en ese contexto, desde el fondo de un mundo cambiante (lleno de contradicciones) pudo trazar un camino de humanidad reconciliada, a partir de una experiencia de Dios que se expresó en su acción de sanador y mensajero del Reino.

No mejoró las normas de la Ley de Dios, como harán después, desde el fin del siglo I d.C., los rabinos de la Misná. Tampoco escribió unos libross eruditos sobre la felicidad, como hizo en su tiempo L. A. Séneca, 4 a.C‒65 d.C. (De vita beata) o como hará después, en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologica I‒II, De Beatitudine,un texto que fue comentado, en el siglo XVI, por F. de Vitoria, creador del Derecho Internacional, donde establece la igualdad de hombres y pueblos ante la felicidad.

             Jesús no trazó leyes ni escribió tratados para organizar jurídicamente la felicidad, pero fue un hombre feliz, profeta y testigo mesiánico de la bienaventuranza entre los excluidos, enfermos y pobres de su pueblo a quienes proclamó y propuso un camino de bienaventuranza en una zona marginal de Galilea. No dijo cosas ajenas a su vida, sino que extendió el testimonio activo de propia experiencia, y sólo así, como portador de la felicidad de Dios, pudo anunciar y extender un camino de bienaventuranza mesiánica, desde la raíz del judaísmo.

 2.Renacer en felicidad: Bautismo

Desde ese fondo ha entendido el evangelio de Marcos el bautismo de Jesús en un pasaje que recoge la experiencia (identidad y misión) fundamental de su vida, pues, aunque incluye elementos penitenciales (inmersión en el agua), apocalípticos (apertura del cielo, voz de Dios Padre) y carismáticos (Espíritu de Dios), ha de entenderse ante todo como eclosión fundante de felicidad e iluminación misionera[2]:

              Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9‒11; cf. Lc 3, 21‒22)

            Ésta es la revelación iniciática de Jesús, una experiencia de felicidad y misión (en la línea de Is 6,1-13 y Jer 1, 4-19), que transformó y marcó su vida, tras haber recibido el bautismo que Juan impartía a los penitentes que venían a “confesar sus pecados”, para vivir de esa manera arrepentidos. No fue una experiencia bautismal estrictamente dicha (vinculada al rito penitencia de Juan), sino post‒bautismal, tras haber salido del agua.

             Ella ha de verse desde el trasfondo de la historia de Israel; pero, al mismo tiempo, supera ese trasfondo, y así aparece como marca y signo de su nuevo nacimiento, de su encuentro personal con Dios y de su identidad de Hijo querido, aquel en quien Dios se complace.  Fue ante todo una eclosión de felicidad. Dios no le alumbró para que descubriera y confesara su pecado, ni le pidió que se arrepintiera y cambiara (como hacía Juan Bautista), sino que le nombró (=engendró), llamándole así (¡tú eres mi Hijo!) y haciéndole testigo de su felicidad (en ti he puesto mi complacencia).

            Según eso, el protagonista de la escena no fue Jesús llamando a Dios desde el vacío y lucha persistente de este mundo, sino Dios llamando a Jesús y declarándole su Hijo, después que éste hubiera salido de las aguas del bautismo penitencial de Juan… Jesús, por su parte, aparece así en los evangelios como uno que ha renacido desde la felicidad de Dios, tras haber pasado la etapa de iniciación, marcada por el peso del pecado, que él había querido llevar hasta el Jordán al bautizarse. Pues bien, acabado esa etapa, bautizado ya, se le mostró Dios para decirle que el pecado no era lo importante (no le empezó diciendo unas palabras cómo “yo te he perdonado, he limpiado tus pecados”, cf. Is 6, 4‒5), sino más bien “tú eres mi Hijo, en ti me he complacido”.

Sólo entonces, superada la etapa en que pudo haberse preocupado por temas de pecado, Jesús escuchó la voz de Dios que le decía ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido, mostrándole así su amor y su felicidad, sin recordarle para nada su pecado. En esa línea, diversos estudiosos de la religión han podido afirmar “Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado constituye un misterio psicológico”[3].

El bautismo marca el comienzo de este “misterio psicológico” de Jesús, que se expresa en el hecho de que no concibe la religión como experiencia de pecado y respuesta penitencial, sino como revelación más honda y transformadora de la felicidad de Dios, esto es, de la vida, como he señalado en el primer capítulo de este libro. No viene primero el pecado, con la conversión y después la bienaventuranza, sino primero la bienaventuranza, que es la presencia de Dios en la vida de los hombres, y después, a modo de consecuencia, la conversión (transformación) desde el amor.

Ésta es la novedad del mensaje de Jesús, tal como ha sido fijado en Mc 1,14‒15 y paralelos: El descubrimiento del Reino (presencia de Dios como gracia y felicidad) puede lograr que los hombres se conviertan, esto es, que cambien de forma de pensar y sentir, de amar y gozar, como sigue diciendo el evangelio. Eso significa que no podemos comenzar por el pecado para superarlo y encontrar así la felicidad tras la conversión y penitencia, sino al contrario: Sólo desde la felicidad de Dios que es vida puede llevarnos a descubrir que había un riesgo de pecado, y superarlo (convertirnos, cambiar de mente: Metanoia), no por miedo al castigo, sino por impulso de felicidad[4].

 Según la Biblia, en otro tiempo, Dios había ido ofreciendo su palabra y asistencia a ciertos hombres y mujeres, para que recorrieran un tramo en el camino de conversión y juicio de los hombres. Llamó a Abrahán, patriarca caminante desde Mesopotamia (Gn 12,1-9), y luego a Moisés desde Egipto, confiándole su obra de liberación para Israel (Ex 3-4). Llamó igualmente a Isaías (Is 6), Jeremías (Jr 1) y otros muchos profetas, pero manteniéndose siempre alejado. Sólo en la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4) llamó a Jesús con voz engendradora, mostrándose así totalmente feliz y encarnando su felicidad en un hombre, a quien dice: ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido!

De esa manera, esta revelación de Dios (¡la plenitud de los tiempos!) se vuelve principio de la historia de los hombres, y desde ese principio pueden entenderse los restantes rasgos de la escena del bautismo, empezando por el hecho de que “los cielos se rasgaron”, de forma que desaparece (se supera) la distancia que el Dios de Gen 1 había establecido entre cielo y tierra, poniendo en medio una raquía (Gen 1, 7‒8), esto es, una bóveda o muro infranqueable. Pues bien, ahora se rompe ese muro, como se dirá después en la muerte de Jesús, cuando se rasga el velo del templo (Mc 15, 38), de forma que la felicidad de Dios será la de los hombres y viceversa.

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Bienaventuranzas 2. Las siete felicidades de Jesús: De los ojos, las manos y el tacto; de la caricia y el oído, del pan y la esperanza

Domingo, 13 de febrero de 2022
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Como dije ayer (Domingo de felicidad 1), Jesús fue un “bienaventurado”: Descubrió en su vida la felicidad y quiso hacer felices a los hombres y mujeres, a los niños y mayores de su entorno. Siguiendo en esa línea quiero hoy exponer las siete felicidades de su programa mesiánico.

Vinieron a preguntarle  los “discípulos de Juan”, los penitentes de la vida, partidarios del juicio-juicio, de la ley estricta, y le dijeron: ¿Qué traes de nuevo? ¿En qué te distingues de todos nosotros? Y Jesús les expuso su programa de felicidad.

Un programa para todos, especialmente para los pobres, enfermos y oprimidos de Galilea: “¿Eres tú el que debía venir o esperamos a otro?Así respondió a los enviados de Juan. Este es mi programa: Que los hombres vivan y sean felices.
10.02.2022 | X Pikaza Ibarrondo

El texto de las siete felicidades  

Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[8].

Esta respuesta recoge  e interpreta con mucha precisión el mensaje y obra de felicidad de Dios, encarnada en Jesús, que no ha venido a enseñar la Ley sagrada como rabino, ni a organizar el buen culto del templo (como sacerdote), ni a reinar como gobernante (en la línea de David), ni a enseñar meditación interna, como Krisna, ni a superar los deseos, como Buda, ni siquiera a convertir a los demás en una línea penitencial, como quería Juan Bautista, sino a ofrecer el testimonio de la felicidad de Dios y a impulsarla con la vida, curando, animando, abriendo caminos. 

Estas obras del Cristo son precisamente aquellas que hacen felices a los hombres, en esta tierra, en un sentido intenso, material y espiritual, como expresión radical de la fe en la vida, en línea de sanación‒curación, no para que los hombres se sometan a Dios y le supliquen así como sometidos, sino para que vivan, se muevan y sean en plenitud (cf. Hch 17, 28), como creaturas queridas. No son “obras” de felicidad puramente intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.

En esa línea, ellas retoman el principio y sentido de las siete bienaventuranzas del Antiguo Testamento,  como expresión de felicidad de la vida entera, en cuerpo y alma, en vida y muerte, pero sin patriarcalismo económico‒social, sin ley nacional, sin conquista violenta de la tierra, una felicidad abierta a todos, desde los más pobres.

A Juan Bautista le importaba la conversión (para que viniera el perdón de Dios). Jesús, en cambio, empieza ofreciendo a los hombres curación (esto es, salud humana), y felicidad, como signo de que Dios, es decir, como experiencia y camino de felicidad, construyendo así un templo de vida humana (no de sacrificios externos) sobre el mundo.

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El blog de X. Pikaza (Bienaventuranzas 3: Dom 13.2.22). Un desafío, un lamento, una revolución (Lc 6, 20-26) (Bienaventuranzas 3: Dom 13.2.22). Un desafío, un lamento, una revolución (Lc 6, 20-26)

Domingo, 13 de febrero de 2022
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Hace 45 años, bajo la dirección de B. Forcano, un grupo de amigos y colegas publicamos un número de “Misión Abierta” (1977, 1), titulado “El desafío de las bienaventuranzas”. Era difícil encontrar un grupo más significativo:Pere Codina, analista social;G. Caffarena, filósofo;A. Aparicio, biblista;J. Tamayo, teólogo social;Rufino Velasco, eclesiólogo; M. A. de Prada, director de un colectivo social sobre emigración y un servidor. Algunos (al menos Forcano, Tamayo, un servidor seguimos en la brecha).

Aquel número tuvo una inmensa acogida y sigue siendo  más actual que entonces cuando aún se sentía yse vivía el impulso transformador del Vaticano II. Han venido después tiempos duros, tanto en política, como en ordenamiento social y en un tipo de gran parálisis eclesial. Sería bueno publicar de nuevo aquel número… Un profesor alemán, que estaba preparando su “habilitación” universitaria (Habilitationschrift) con una tesis sobre el tema, me dijo que era, en conjunto, el mejor trabajo que había sobre las bienaventuranzas.

 Felicidad  y lamento. Guerra y victoria de las bienaventuranzas

        Me gustaría publicar mi trabajo de entonces (las páginas 28-41 de la revista); andan por ahí, pueden encontrarse con algún buscador. Pero he preferido volver al centro de nuevo libro sobre el tema, para destacar tres ideas fundamentales.

1.Las bienaventuranzas son un “desafío” de Jesús, un reto e idealrevolucionario: Una protesta contra el orden dominante, un reto, un camino radical de transformación, con un lema que puede concretarse así: Pobres del mundo, hambrientos y sufrientes y perseguidos, tomad conciencia de vuestra situación, poneos en píe, iniciad la marcha de la felicidad transformadora.

2.En esa línea se puede hablar de la “lucha” de las bienaventuranzas…, pero no en una línea de “maldición” y guerra a muerte contra los ricos, sino más bien de “lamentación” solidaria… Jesús no dice “malditos los ricos” (matemos a los ricos, satisfechos, opresores…), sino “lamentémonos” de ellos, porque en el fondo de su riqueza y opresión llevan un germen de muerte, de dolor y fracaso humano, con riesgo no sólo de destruirse a sí mismos, sino de destruir este planeta de Dios que es la tierra. Ayudémosles a encontrar la felicidad.

3.Entendidas así, las bienaventuranzas son una promesa de futuro: Los ricos, opresores y perseguidores no van a perder, han perdido ya. El mundo no va a perdurar y triunfar por los ricos, perseguidores etc.; por ellos se está destruyendo. Pero existe Dios, el Dios de los pobres, hambrientos, sufriente y perseguidos… Ése es el Dios de Jesús, el Dios de la nueva humanidad, el Dios de la “iglesia-comunidad de los pobres”. Por medio de ellos promete e inicia Jesús un camino de felicidad y futuro para los hombres.

Una vida, dos caminos: Ricos opresores, pobres oprimidos

Conforme a la teología del AT, en Israel se consideraban felices ante todo aquellos que formaban parte del buen pueblo de la alianza, cumplidores de la ley, bendecidos con un tipo de riqueza “justa”, herederos de la tierra prometida, fieles a los mandamientos de pureza israelita, separados de los pecadores e impuros. Eran felices porque adoraban a Dios en su templo, estudiaban y cumplían la buena ley, sabiéndose perdonados y guiados por un Dios superior de Jesús, a quien veían como garante de su bienaventuranza.

Se sentían felices porque eran ricos, porque eran buenos, porque pensaban ser que eran buenos y que lo merecían.  Pues bien, Jesús elevó frente a ellos su gran desafío, el reto de las bienaventuranzas, la más fuerte de todas las revoluciones:

  • Felices los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
  • ‒ Felices los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
  • ‒ Felices los que ahora lloráis, porque reiréis.
  • ‒ Felices vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, pues vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso hacían vuestros padres con los profetas (Lc 6, 20‒23).

Frente a las bienaventuranzas elevó Jesús su lamento, que comienza por ay, su endecha funeraria.  Lo contrario a la bienaventuranza no es la maldición (la maldición se contrapone a la bendición), sino el lamento. Jesús no maldice a nadie, no maldice a los ricos, no les combate ni condena. Hace algo mucho más profundo: Se lamenta, llora por ellos, diciendo:

  • Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
  • ‒ ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
  • ‒ ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
  • ‒ ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas (Lc 6, 24‒26)[1].

 El evangelio de Lucas, ha transmitido así estas palabras en la forma y contexto original de Jesús, recogiendo su experiencia y mensaje central de encuentro con las personas a las que se dirige, en segunda persona, con un tú o un vosotros, en gesto y llamada de felicidad o de lamento. Por medio de ellas expresa Jesús su primera y más honda reacción ante las personas, a quienes se dirige llamándoles felices en su pobreza, en su hambre y desdicha o haciéndoles objeto de su “lamento”; no les condena, se duele por ellas, conforme a una experiencia y práctica que está bien documentada en el libro y género literario de las lamentaciones. De esa manera, la gran alegría de las “felicitaciones” va unida al lamento Jesús que llora, como el Dios de las Lamentaciones del Antiguo Testamento[2].

Tres felicidades, tres caminos de vida: Pobreza, hambre y llanto

 Jesús descubre la felicidad de Dios en los pobres y así la proclama con su vida, ofreciendo hartura a los hambrientos y consuelo a los que llora, iniciando con ellos un camino de transformación radical de su existencia, no sólo en un plano intimista, sino en un plano de toda la persona. No les llama felices por algo que posean (¡para que queden así!), sino para que cambien, porque Dios se encuentra (se revela) en ellos, porque ha venido (está viniendo ya) y porque su venida transforma de un modo radical su forma de vida.

Dios introduce y realiza su Reino a través de los pobres‒hambrientos y de los que lloran; y de tal manera cambia su forma de ser que ellos, los desposeídos se descubren herederos, beneficiarios, del Reino de Dios no sólo en esperanza, sino desde ese mismo momento. Estas palabras de felicidad trazan así un principio y camino de dicha, mostrando que el don y tarea más honda de la vida es ser felices, descubriendo y consiguiendo su más honda verdad y riqueza. Esa verdad de la vida no está en tener, en hartarse de cosas, en buscar placeres, sino en vivir buscando, cultivando y gozando la felicidad.

 De manera paradójica y sobrecogedora, estas bienaventuranzas invierten los valores normales de un mundo en el que los hombres y mujeres quiere triunfar y disfrutar por la riqueza, la saciedad y las satisfacciones de tipo posesivo, haciendo que los pobres y hambrientos descubran y disfruten la realidad desde el otro lado de la vida, de forma que Jesús les acaba diciendo “felices seréis cuando los hombres os odien, os separen e injurien…” porque ha descubierto que hay hombre y mujeres que buscan sólo su dinero, su comida y posesiones y por eso envidian y persiguen a los otros, siendo de esa forma radicalmente infelices[3].

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Pobres y odiados – Ricos y estimados. Domingo 6º. Tiempo Ordinario. – Ciclo C

Domingo, 13 de febrero de 2022
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sermon-on-the-mountainDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)

Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo.

En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.

La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).

Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).

¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).

En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.

Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)

El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.

¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todos los hombres hablan bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:

Dichosos los pobres,

los que ahora tenéis hambre

los que ahora lloráis

¡Ay de vosotros, los ricos!,

los que ahora estáis saciados

los que ahora reís

No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa.

Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.

En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.

Pobres y odiados

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.

Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.

¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.

Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).

Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.

Ricos y alabados

            Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones. Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.

¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.

Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).

Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).

El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro

A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.

María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»

¿Está condenado el rico?

La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una reflexión

¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.

Una advertencia

Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.

1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)

Se ha elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.

Así dice el Señor:

Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.

2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)

Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

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13 de Febrero. Domingo VI. Tiempo Ordinario

Domingo, 13 de febrero de 2022
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“Jesús bajó del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…”

(Lc 6, 17.20-26)

Lo bueno del mensaje de Jesús es que es abierto, es para todo aquel que quiera escucharlo: los Doce, el grupo grande de discípulos, el pueblo…

Jesús no guarda celosamente para él y para unos pocos escogidos las Buena Noticia, al contrario, la dice en voz alta. Pero esta Buena Noticia tiene también sus advertencias, es para todos siempre que queramos acogerla. Pero acogerla no es sencillamente escucharla con agrado y luego comentar lo bonita que es. Acogerla significa dejarnos transformar.

Las Bienaventuranzas que nos presenta Lucas son muy distintas a las que encontramos en Mateo. En Mateo encontramos nueve bienaventuranzas, en Lucas cuatro, y además, a las bienaventuranzas le siguen cuatro “ayes”.

Por un lado, se muestra el camino que se abre hacia la esperanza y la confianza. Podemos estar seguras de que si ponemos nuestra confianza en Dios podremos atravesar el sufrimiento humano y alcanzar la alegría que Dios nos tiene preparada.

Pero al mismo tiempo se nos advierte de las exigencias de ese camino. No podemos andar tras las huellas de Jesús, camino del Reino, poniendo nuestra confianza en nuestras propias seguridades.

Si no soltamos las muletas no podemos avanzar por el camino de las bienaventuranzas. Porque el requisito indispensable es poner toda nuestra confianza en Dios. Todo lo demás sobra.

Llegadas a este punto es cuando tenemos la tentación de olvidar las advertencias finales y quedarnos contemplando la belleza de las bienaventuranzas. Ponernos el impermeable y no dejar que la Palabra trastoque nuestras seguridades.

Oración

Líbranos, Trinidad Santa, de hacer de tu Palabra un adorno bonito e inofensivo. No dejes que escapemos de su efecto trasformador.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

 

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Dichoso el pobre, no por serlo sino por no causar pobreza.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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ob_956ec0_descarga-15-pobresDOMINGO 6º (C)

Lc 6, 17-26

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente: “pase de mí este cáliz”. La verdad es que ni me entienden los pobres ni los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas racionalmente y las bienaventuranzas sobrepasan toda lógica. Cualquier intento de aclararlas racionalmente está abocado al fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.

Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Intentaré llevarte lo más lejos posible en su comprensión, sabiendo que no tienen explicación posible. El primer problema lo encontramos en los mismos evangelios. Lucas propone solo tres o cuatro y de la manera más breve posible: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que pasan hambre. Mateo narra ocho o nueve pero además, añade un matiz que trata de explicar ya la dificultad para entenderlas. Dice: pobre de espíritu, hambre y sed de justicia. Es también muy significativo que Marcos y Juan ni siquiera las mencionan.

No tenemos ni idea de cómo las formuló Jesús, con toda seguridad en arameo. Tampoco podemos saber el sentido que le dieron al traducirlas al griego. Hoy estamos en condiciones de afirmar que la interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con creces en el más allá. Si para mantener la esperanza tenemos que echar mano de un más allá, malo.

No se puede separar el primer término de cada propuesta del segundo. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería dar a entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Pero tampoco se pueden unir automáticamente. El hecho de ser pobre no garantiza por sí mismo otra riqueza. Ni el hecho de ser rico determina una condenación automática. Lo que determina un mayor o menor plenitud humana es la actitud vital de cada uno.

Pero es que el nexo de unión entre las dos partes de cada propuesta también es problemático. El “porque” no tiene ninguna connotación causal. El pobre es dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque, a pesar de todo, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. De la misma manera el rico no es maldecido por ser rico sino por poner su confianza en la riqueza y desentenderse de lo humano que hay en él.

Descubiertas todas estas dificultades, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza, no al rico. Tanto la pobreza como la riqueza son malas si nos impiden ser.

Tampoco quiere decir el evangelio que tengamos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.

Las bienaventuranzas invierten radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando que un día Dios cambie las tornas.

Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo absoluto, estamos equivocándonos y en vez de felicidad encontramos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.

Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no da valor a la pobreza en sí, sino a no ser causa de la pobreza de otro.

Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús nos dice que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar en primer lugar mis seguridades y si me sobra, dar a los demás, no es suficiente.

Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú no puedes hacerlo todo; no se te pide que elimines la injusticia en el mundo sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacer un favor a otro, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de toda inhumanidad. Los “ricos” somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad, que es más importante.

Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material, ni preconizan una revancha futura de los oprimidos, ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al individualismo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

Meditación

Jesús te dice: ¡Eres inmensamente dichoso!
Pero no te has enterado todavía, porque vives en tu falso ser.
Sigues identificándote con tu cuerpo-mente.
Pero eres tu cuerpo, tu mente y Mucho más.
Tu verdadero ser es plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¡Cuánto más felices seríais…!

Domingo, 13 de febrero de 2022
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sermon-del-monte-6Lc 6, 20-26

«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios»

El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen…

Jesús, por el contrario, me propone un código de felicidad radicalmente distinto e inverosímil: ¿Quieres ser feliz…? —me dice—, pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie… y no te preocupes si te insultan y te persiguen por todo ello, pues a la larga serás mucho más feliz.

Y la pregunta es: ¿Creo en él? ¿Le creo a él? ¿Me fío de él? ¿Estoy dispuesto a vivir compartiendo, perdonando, sembrando la paz, trabajando por la justicia, actuando siempre con sinceridad y sin temor al sufrimiento? ¿Me lo juego todo apostando a unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes?…

Decir que sí, que me la juego, que cambio de vida, es tener fe en Jesús; lo demás será otra cosa. Creeré en Jesús si es él quien da sentido a mi vida; si es él quien manda en mis criterios y mis valores; si creo que son esos criterios los que pueden salvar el mundo del desastre y me comprometo con la tarea de hacerlo… Porque la fe no es un privilegio otorgado a unos y vedado a otros, sino el compromiso firme con un modo de vida, que no solo promete felicidad, sino que nos permite colaborar con Dios en la tarea de llevar su proyecto de salvación a buen fin…

Es difícil imaginar una tarea más apasionante que ésta, pero es preciso fiarse mucho de Jesús para abrazarla con fervor y llevarla hasta las últimas consecuencias. Nos entusiasma lo de Jesús, pero solo nos fiamos de él hasta el momento en que nos invita a salir de nuestra zona de confort. Un ejemplo es el texto de Lucas de hoy: «Dichosos los pobres», o ese otro de Marcos: «Vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y sígueme», pero como somos ricos y nos asusta la pobreza (Jesús no habla de miseria), optamos por los criterios del mundo en lugar de por los suyos.

Y no dudamos de que es Jesús el que tiene razón; que el camino propuesto por él es el único que lleva a la felicidad (aunque Jesús no sea el único que lo propone), pero nos falta el coraje necesario para emprenderlo. Como dijo Jon Sobrino en una charla en Pamplona: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Una felicidad subversiva y paradójica.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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Lc-620-26Lc 6, 17. 20-26

La Buena noticia de Jesús es siempre contracultural y subversiva. Subvertir significa literalmente: dar la vuelta, alterar el orden de valores establecido transformándolo desde abajo. Así es la propuesta de felicidad que nos hace Jesús. Frente la seducción del mercado y su lógica: consumo luego existo, tanto tienes tantos vales, la propuesta del Evangelio da un giro radical a la comprensión de lo que significa una vida felicitante. En definitiva, que es aquello que nos hace plenamente dichosos y dichosas frente a lo que nos conduce a la insatisfacción y al vacío existencial.

La felicidad propuesta por el Evangelio no nace de fuera a adentro, sino que su dinamismo es justo al revés; de dentro a afuera. Esta inversión se nos hace difícil de entender porque la lógica neoliberal y la sociedad de consumo manipulan nuestros deseos más íntimos y nos van inoculando un veneno: el de una felicidad descafeinada y light. Como si esta se pudiera adquirir al comprar el coche de moda, un perfume, una crema antiarrugas, la marca de unas deportivas o ejerciendo el poder sobre otras personas o la naturaleza como si fuésemos sus propietarios. Esta felicidad tramposa y sucedánea termina teniendo como frutos la insatisfacción profunda y el vacío desesperante y existencial.

La felicidad propuesta de Jesús es de otro tipo. Las Bienaventuranzas nacen de un corazón reconciliado, de la pacificación interior, de la armonía en la relación con nosotros mismo, con los demás y con el cosmos porque somos un todo interrelacionado que al quebrarlo nos rompe también a nosotras y nosotros mismos. Somos felices cuando vivimos sencillamente siendo fieles a lo que en conciencia creemos, aunque ello conlleve contradicciones y más preguntas que certezas. Cuando descubrimos que la vida tiene un sentido y canalizamos la nuestra en ello. Cuando vivimos a la altura de la realidad, no por debajo ni por encima de ella. Porque cuando vivimos por debajo de la realidad los acontecimientos nos hacen sus esclavos, nos encogen, se convierten en nosotros como en una losa que tenemos encima, nos frustran y nos ahogan haciéndonos sus víctimas. Pero también cuando nos situamos por encima de la realidad, lo hacemos como si pudiéramos con todo, como si fuéramos super hombres o super mujeres, por encima del bien y del mal, del éxito y de los fracasos. Sin embargo, estar a la altura de la realidad significa situarnos en ella desde la humildad de lo real, la sabiduría del realismo de lo posible, sin idealizarla, pero también sin vejarla, sin dramatizarla, sin exagerar sus aspectos dolorosos, y desagradables, viviendo en clave de agradecimiento encarando en común las dificultades. Porque la felicidad no depende de lo que nos pasa, sino de lo que hacemos con lo que nos pasa y en solidaridad con quienes lo vivimos.

El proyecto de felicidad que nos propone el Evangelio son las Bienaventuranzas, que son a la vez anuncio y denuncia. Anuncian la predilección de Dios por los últimos y últimas de la historia, por los pacíficos, por los que ponen su seguridad en la misericordia y la solidaridad y no en el dinero o en el poder, por quienes tienen hambre y sed de un mundo nuevo donde la fraternidad y la sororidad humana sean posibles. A ellos y ellas Jesús les reconoce dichosos y dichosas porque han entrado en la lógica del Reino y su felicidad paradójica. Pero las Bienaventuranzas son también denuncia de quienes viven instalados e instaladas en su propia autocomplacencia, blindándose al grito de sus hermanos y hermanas más empobrecidas y sus anhelos de justicia e inclusión. Su felicidad es vana e ilusoria porque está construida sobre la indiferencia y el sufrimiento de aquellos a quienes dan la espalda. Por eso su falsa alegría se tornará en llanto y vacío.

¿Y nosotras por donde van nuestros proyectos y aspiraciones de búsqueda de felicidad en esta etapa de nuestra vida y de la de nuestras comunidades? ¿Como son de paradójicos y subversivos?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Paradoja y felicidad.

Domingo, 13 de febrero de 2022
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AB19E46F-8497-448B-A343-7971077D47B3Domingo VI del Tiempo Ordinario

13 febrero 2022

Lc 6, 17.20-26

La sabiduría se expresa en paradojas, no por capricho, sino porque las cosas no son lo que parecen. La mente se queda atascada fácilmente en la apariencia y en la contradicción. Para ella, todo es “lineal”. Y etiqueta como “verdadero” aquello que se ajusta a lo que ella misma percibe. Con el añadido de que, mientras permanecemos en el estado mental, es imposible verlo de otro modo.

Sin embargo, la mente es solo un modo de conocer, no el único ni el definitivo. Hay otro modo de conocer que se abre camino en nosotros, justamente cuando aprendemos a silenciar el pensamiento. El silencio de la mente nos permite trascenderla, viniendo a constatar que, en efecto, las cosas no son lo que parecen.

La tradición mística cristiana había hablado de “los tres ojos del conocimiento”: el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo del espíritu. Cada uno de ellos opera en su propio campo. Y de la misma manera que no se puede pedir al “ojo de la carne” que vea los pensamientos, tampoco es posible que el “ojo de la razón” alcance a ver la profundidad de lo real.

En nuestro caso, el ojo de la carne nos ve como un cuerpo; el de la mente, como un “yo” separado; solo el del espíritu percibe nuestra verdadera identidad, el “fondo lúcido” o “presencia consciente” que, en el silencio de la mente, podemos experimentar.

La paradoja se halla presente en todas las dimensiones de nuestra existencia. Y así queda recogida en quienes llamamos maestros y maestras de sabiduría. En el evangelio, es central aquella que habla de “perder” y “ganar”: salva la vida, quien la pierde, mientras que la pierde quien pretende guardarla.

El texto que comentamos hoy advierte de la paradoja que se da en nuestra búsqueda de ser felices: la felicidad que ansiamos no gira en torno al yo, sus intereses y apetencias, sino que nace de la comprensión y de la conexión consciente con lo que realmente somos.

¿Hacia dónde oriento la búsqueda de la felicidad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Ser cristiano se parece más a ser pobre que a ir a misa

Domingo, 13 de febrero de 2022
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C6C69F55-83C5-4969-AF2F-FFFB43243609Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. -La ética cristiana

El evangelista S Lucas nos propone hoy el estilo, el “cómo” ser y vivir desde Cristo: el comportamiento: es decir, la moral y la ética. Son las bienaventuranzas: “Dichosos” y, al mismo tiempo, como contrapunto de San Lucas, las “malaventuranzas.”: ¡ay de vosotros…!

Tengamos en cuenta que en el estilo de vida, en el talante que tengamos en la vida, en el comportamiento se juega nuestra felicidad, nuestra serenidad en la vida. Jesús habla de felicidad: seréis dichosos, bienaventurados y felices…

No se puede vivir de cualquier manera, ni se puede ser feliz de cualquier modo, ni en la vida vale todo.

02.-Maldito – bendito

El profeta Jeremías y Jesús usan palabras fuertes para expresar cuál ha de ser el comportamiento humano ¡maldito quien confía en el orgullo del  hombre! ¡Ay de vosotros los ricos y los que estáis saciados, quienes confiáis en vuestra riqueza, en vuestro poder o en vuestra sabiduría!

Al mismo tiempo, Jesús propone un estilo de vida enormemente chocante para nuestra mentalidad. Tan chocante que, apenas nadie, sigue ese camino, que sin embargo es el que lleva a la felicidad. Bienaventurados los pobres, los que se esfuerzan y trabajan en la vida por la paz, porque realmente son dichosos y libres.

En los parlamentos, lo mismo da sea Vitoria que Madrid u otras instituciones, si alguien osara proponer estos criterios de vida, duraría veinte minutos como mucho.

Sin embargo los grandes problemas de la vida y las grandes tristezas las tenemos en casa: el problema del sentido de la vida, la pacificación del pueblo tras tantos años turbulentos de violencia, la depresión y el suicidio en aumento, Ucrania-Rusia-Usa-Otan…

¿Cómo llegar a vivir serenamente en paz y dichosos?

JesuCristo nos propone el camino de las bienaventuranzas, de la confianza en Dios y no en las cosas. Alguien decía aquello de que: Cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.

El filósofo alemán del siglo XX, M. Heidegger decía: solamente Dios puede salvarnos.

03.- Jesús tiene una escala de valores diferente:

Jesús cree inicial y únicamente en Dios Padre. Bendito quien confía en el Señor (Jeremías). Desde Dios, Jesús vive, ama y entrega su vida por todos los hombres, no se reserva nada para sí: se vacía no solamente de cosas (pobreza material), sino incluso se vacía de su propia persona, que la entrega hasta la última gota de su sangre (pobreza personal).

Me parece que solamente quien cree en Dios puede ser libremente pobre y se es pobre libremente cuando creemos y confiamos en Dios.

04.- ¿En qué o en quién ponemos nuestra confianza?

El salmo 20,9 dice:Unos confían en sus carros, y otros en caballos; mas nosotros confiamos en el SEÑOR.

    La riqueza, el poder, el dinero, el orgullo, deben de tener algún atractivo especial y fuerte porque los seres humanos seguimos poniendo nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza en ellos.

Para muchos de nosotros es más importante el dinero que Dios y que el hombre. Es más importante la raza, la patria que Dios y que el mismo hombre; para muchos de nosotros es más importante el estar arriba, ocupar cargos o dominar que Dios y el ser humano. Para muchos de nosotros son más importantes las cosas que los valores. Lo que cuenta es tener cosas.

05.- No confundamos las cosas con los valores.

Los bienes, las cosas son lo que son y sirven para lo que sirven, pero los valores no se logran con tener.

Del tener no viene el ser. Es evidente que hoy en día, en los países que llamamos desarrollados, tenemos muchas más cosas de las que tenían nuestros mayores hace 70 o 100 años. Pero ¿somos más pacíficos, somos más felices-dichosos, somos más honrados, más libres de lo que fueron aquellos mayores?

El sentido de la vida, la esperanza, la felicidad, la paz, el perdón, la convivencia no son valores que se fabriquen en ninguna industria ni se venden en ningún supermercado.

En nuestra sociedad ¿alguien cree en la pobreza (no miseria, pero sí pobreza libremente elegida) como forma valiosa de vida, pobreza que nos hace libres? ¿Alguien cree en la humildad, en el “estar abajo” en actitud de servicio? (recordemos el debate político de estas últimas semanas).

06.- Tres  breves conclusiones:

  • En primer lugar:

Nosotros hemos centrado todo el cristianismo en la práctica religiosa casi estrictamente sacramental. Eso puede que tenga algún interés, pero no es ni lo único, ni lo más importante, porque ser cristiano se parece más a ser pobre que a ir a misa, se parece más a ser servicial que sacral, a trabajar por los demás que a refugiarse en un castillo de espiritualidad del Templo.

  • Y en segundo lugar:

Posiblemente el estilo de vida en el ámbito socio.cultural.político que nos toca vivir, en el “aquí” occidental y en el “ahora” no genera valores: produce cosas, pero no valores. Este proyecto y sistema producen consumismo, sin.sentido, muerte, droga, paro, guerras y racismos, pero no felicidad ni personas.

  • Pongamos la confianza en Dios

    Se trata de ser dichosos en la vida, de vivir en serenidad, a lo cual llegaremos poniendo nuestra confianza en Dios

 

 

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“Felicidad”. 6 Tiempo ordinario – C (Lc 6,17.20-26)

Domingo, 17 de febrero de 2019
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06-TO-C-600x450Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.

Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.

La recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.

La parábola del hombre rico «que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día» y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionaban de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros».

Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la Sollicitudo rei socialis, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.

Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.

José Antonio Pagola

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“Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!”. Domingo 17 de febrero de 2019. 6º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 17 de febrero de 2019
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14-ordinario6 (C) cerezoDe Koinonia:

Jeremías 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
Salmo responsorial: 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
1Corintios 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
Lucas 6, 17. 20-26: Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

El texto de Jeremías pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). Jr 17,5-8 parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto.

Todo el capítulo de esta carta a los corintios se refiere a la resurrección de los muertos, por las dudas que se habían suscitado en la comunidad de Corinto sobre la resurrección misma de Cristo. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).

El primer absurdo es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron.

Las Bienaventuranzas con los pobres de protagonistas y las malaventuranzas (los ayes) con los ricos como destinatarios, continúan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas.

Las Bienaventuranzas son una forma literaria conocida desde antiguo en Egipto, Mesopotamia, Grecia, etc. En Israel tenemos varios testimonios en la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial y profética. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley: “Bienaventurado el hombre que no va a reuniones de malvados ni sigue el camino de los pecadores… mas le agrada la ley del Señor y medita su ley de día y de noche” (Sal 1,1); “Bienaventurados los que sin yerro andan el camino y caminan según la ley del Señor” (119,1).

Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte: “Ay de los que disimulan sus planes y creen que se esconden de Yahvé” (Is 29,15); “ay de estos hijos rebeldes, dice Yahvé, que traman unos proyectos que no son los míos…” (Is 30,1). También para llamar la atención de los que acaparan: “¡ay de los que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is 5,8); “¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas!” (Is 10,1). Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos… son bienaventurados.

Comparando las bienaventuranzas de Lucas con las de Mateo encontramos algunos datos interesantes. El lugar del discurso según Mateo es la montaña, con la intención de releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el Sinaí. Según Lucas es en un llano. Muchos incluso los diferencian llamándolos “sermón de la montaña” o “sermón del llano”. En las primeras bienaventuranza Mateo tiene una de más: “bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt 5,5). En total, Lucas tiene cuatro que son equivalentes a las nueve de Mateo. En Mateo hay una inversión con relación a Lucas, pues aparecen los “hambrientos” detrás de los “afligidos”. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras en Lucas todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza.

La bienaventuranza clave es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8). Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).

La última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo.

La pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor» que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el ser humano. El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.

En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53). Y en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19). Leer más…

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17.2.19. Domingo de las Bienaventuranzas. El Cristo de San Valentín

Domingo, 17 de febrero de 2019
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52417119_1172130646297459_3725273943276257280_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 6, tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 6, 17. 20-26. Las bienaventuranzas son la expresión máxima del Amor del Reino de Dios, que está vinculado con el despliegue de la vida y con las relaciones personales, siendo así principio y signo de felicidad:

Éste es el don y la tarea de la vida, ser felices, agradeciendo de esa forma la vida al Creador. Pues bien, en este camino de felicidad, dentro de una historia muy conflictiva, se inscribe la palabra de Jesús… a quien hoy (14-2.19) he querido llamar el Cristo de la Felicidad, con la imagen 1 (un Cristo feliz) y la imagen 2 (una muchacha feliz en el amor del corazón abierto a todos):

– felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
– felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
– felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis (Lc 6, 20-21).

Ésta es, sin duda, la felicidad del amor. En un primer momento, estas palabras pudieran encontrarse en otros textos de aquel tiempo: en los capítulos finales de 1 Henoc, en Test XII Pat y en algunos rabínicos.

Pero es la felicidad del amor radical, allí donde no hacen falta otras cosas, sino que basta el amor, en medio de la pobreza, del hambre, del llanto… Como amor que enriquece, que sacia,que consuela… como afirmación de la vida en lo que ella tiene de más hondo radical, para ser (acoger, amarse…) y para amar a los demás, compartiendo, enriqueciendo, acompañando…

51768468_1172142896296234_4558822744904433664_n… Jesús llama felices a los pobres, especificados después como hambrientos y llorosos, no por lo que ahora son, por lo que tienen (o les falta), sino porque se encuentran en las manos del amor de Dios, que actúa ya, a través del mensaje y camino del Reino que Jesús anuncia, porque su suerte ha de cambiar.

Ésta es la felicidad del amor de Dios que cambia… Un amor de Dios que se hace nuestro, cuando nos aceptamos y amamos a los demás, enriqueciendo, alimentando, consolando… Éste es el amor “nuestro de cada día”, amor que crea vida. Sólo se puede decir felices los pobres amando a los pobres, compartiendo con ellos lo que somos, amando…

Los ricos en sí no pueden ser felices, ni los en sí saciados lo pueden ser…. Sólo desde la vida más honda, en amor a los dándonos la mano y caminando juntos podemos ser felices… Como negros estanques parecemos a veces los cristianos.Sólo en el momento en que seamos felices y hagamos felices a los otros podremos ser discípulos del Cristo de la Felicidad.

Desde ese fondo se puede decir y se dice…

«Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados…, ay de los que ahora reís!» (Lc 6, 24-25). El amor es gratuito, pero exigente.

Buen domingo a todos, con el Cristo de la Felicidad.

52109818_1172144336296090_6733467027349962752_nSentido general

En un primer momento, las bien- y malaventuranzas expresan una enseñanza normal del Antiguo Testamento, recogida también en el Magníficat (Lc 1, 46-55). Estamos ante la inversión final, ante el Dios de la justicia y del destino, que transforma las suertes de hombres. Pero, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman la enseñanza mesiánica del evangelio, que está vinculada al perdón del enemigo y a la superación del juicio, es decir, al amor de Dios.

1. Las bienaventuranzas son una proclamación y presencia de amor: ellas expresan la certeza de que irrumpe el fin, es decir, el momento de la plena humanidad, de que ha llegado el Reino, como palabra de gracia. No empiezan exigiendo el cambio de los hombres, para así alcanzar a Dios, sino que empiezan hablando de un Dios que es feliz y que quiere que seamos felices, para hacer así posible el cambio de los hombres, en la línea de aquella palabra de Jesús que dice «¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!. Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13, 16-17).

Sólo porque Dios ama a los hombres se puede afirmar: ¡Dichosos, vosotros, los pobres…! Solo porque Jesús les ama de manera activa y transformadora, puede decir, en nombre de Dios, con palabra “escandalosa”: Felices vosotros, los pobres.

2. Las bienaventuranzas son palabra performativa, es decir, ellas realizan lo que dicen. Ellas expresan el sentido de la obra de Jesús: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mc 11, 5-6). Son palabras que dicen “haciendo”, de manera que si no hacen no dicen… Si sólo dicen, sin implicar a los que dicen y sin transformar a los que escuchan no son palabras, sino pura mentira. Leer más…

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Pobres y odiados – Ricos y estimados. Domingo 6º. Tiempo Ordinario. – Ciclo C

Domingo, 17 de febrero de 2019
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Atentado catedral FilipinasDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El 27 de enero de 2019, un atentado contra la catedral católica de Sulu (Filipinas) dejó casi treinta muertos y numerosos heridos. A esa comunidad, y a tantas otras perseguidas como ella, les servirá de consuelo y esperanza el evangelio de este domingo. A quienes vivimos seguros, servirá de estímulo y examen de conciencia. La sección del evangelio de Lucas que nos ocupará los tres próximos domingos es el “Discurso de la llanura”.

El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)

Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo. En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.

La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).

Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).

¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).

           En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.

Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)

El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.

¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todos los hombres hablan bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:

      Dichosos los pobres,

los que ahora tenéis hambre

los que ahora lloráis

     ¡Ay de vosotros, los ricos!,

los que ahora estáis saciados

los que ahora reís

No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa.

          Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.

         En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.

Pobres y odiados

         “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.

      Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.

         ¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.

     Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).

      Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.

Ricos y alabados

            Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones (Cristiano Ronaldo). Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.

¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.

        Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).

         Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).

El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro

A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.

María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»

¿Está condenado el rico?

La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una reflexión

         ¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.

Una advertencia

           Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.

1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)

Se ha elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.

Así dice el Señor:

«Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.

2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)

Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

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17 de Febrero. Domingo VI. Tiempo Ordinario

Domingo, 17 de febrero de 2019
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“Jesús bajó del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…”

(Lc 6, 17.20-26)

Lo bueno del mensaje de Jesús es que es abierto, es para todo aquel que quiera escucharlo: los Doce, el grupo grande de discípulos, el pueblo…

Jesús no guarda celosamente para él y para unos pocos escogidos las Buena Noticia, al contrario, la dice en voz alta. Pero esta Buena Noticia tiene también sus advertencias, es para todos siempre que queramos acogerla. Pero acogerla no es sencillamente escucharla con agrado y luego comentar lo bonita que es. Acogerla significa dejarnos transformar.

Las Bienaventuranzas que nos presenta Lucas son muy distintas a las que encontramos en Mateo. En Mateo encontramos nueve bienaventuranzas, en Lucas cuatro, y además, a las bienaventuranzas le siguen cuatro “ayes”.

Por un lado, se muestra el camino que se abre hacia la esperanza y la confianza. Podemos estar seguras de que si ponemos nuestra confianza en Dios podremos atravesar el sufrimiento humano y alcanzar la alegría que Dios nos tiene preparada.

Pero al mismo tiempo se nos advierte de las exigencias de ese camino. No podemos andar tras las huellas de Jesús, camino del Reino, poniendo nuestra confianza en nuestras propias seguridades.

Si no soltamos las muletas no podemos avanzar por el camino de las bienaventuranzas. Porque el requisito indispensable es poner toda nuestra confianza en Dios. Todo lo demás sobra.

Llegadas a este punto es cuando tenemos la tentación de olvidar las advertencias finales y quedarnos contemplando la belleza de las bienaventuranzas. Ponernos el impermeable y no dejar que la Palabra trastoque nuestras seguridades.

Oración

Líbranos, Trinidad Santa, de hacer de tu Palabra un adorno bonito e inofensivo. No dejes que escapemos de su efecto trasformador.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dichoso el pobre, no por serlo sino por no causar pobreza.

Domingo, 17 de febrero de 2019
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ob_956ec0_descarga-15-pobresLc 6, 17-26

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente la frase de Jesús: “pase de mí este cáliz”. La experiencia que tengo es que ni me entienden los pobres ni me entienden los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas y las bienaventuranzas sobrepasan toda racionalidad. Cualquier intento de aclarar racionalmente su sentido está abocado al fracaso. Sin una experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas. Solo desde un profundo sentido espiritual puede tener comprensión y sentido.

Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Invierte radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando  que un día  Dios cambien las tornas.

En los mismos evangelios encontramos ya reflejada la dificultad. Lc dice sencilla­mente: dichosos los pobres. Mt ve la necesidad de añadir una matización: dichosos los pobres de espíritu; dichosos los que tienen hambre y sed de justicia; dichosos los limpios de corazón. Tanto una formula­ción como la otra se puede entender mal. Mal si damos por supuesto que el pobre es dichoso por el hecho de serlo. Mal, si entendemos que al rico le basta con tener un espíritu de pobre, sin que eso le obligue a cambiar su actitud egoísta para con los demás.

Hablar de los pobres, los que nadamos en la abundancia, es ligereza. ¿Qué pasó cuando los realmente pobres empezaron a pensar en el evangelio? Surgió la teología de la liberación, que la institución se apresuró en calificar de nefasta. ¿Es que puede haber un tratado sobre Dios que no libere? Lo que debía preocuparnos es que sigamos haciendo una teología para tranquilizar a los satisfechos, que no libera ni a los opresores ni a los oprimidos. El fallo de esa teología estaba en que creía que liberar a los pobres de su pobreza material era la solución definitiva. Hay que liberar al pobre de su pobreza y al rico de su riqueza.

La Iglesia no debe conformarse con una “opción preferencial por los pobres”. La Iglesia tiene que ser pobre si quiere ser fiel al evangelio. No podemos justificarnos diciendo que la institución puede tener grandes posesiones pero sus dirigentes pueden vivir en la pobreza. Esa dinámica sería posible, pero no es lo que vemos todos los días a nuestro alrededor.

Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque a pesar de todos, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. El comunismo sigue creyendo que basta con nivelar materialmente las necesidades de todos los seres humanos, pero eso no es verdadera liberación. Es verdad que el origen del comunismo está en los Hechos de los Apóstoles, pero se hicieron eco solo de la letra olvidando el espíritu. Lo humano solo llegará cuando voluntariamente cada uno se solidarice con todos los demás sin apegarse a nada.

Hay otra consideración a tener en cuenta. Todos somos pobres en algún aspecto y todos somos ricos en otros. Por eso, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad.

El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iban a pagar con creces en el más allá. Tampoco quiere decir el evangelio que tenemos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.

Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no anima a valorar la pobreza en sí, sino a no ser causa del sufrimiento de otro. La pobreza del evangelio hace siempre referencia al otro.

Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Nosotros, al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo a todos los niveles, estamos equivocándonos y en vez de bienaventuranza encontra­remos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.

Las bienaventuranzas son ‘la prueba del algodón’ del cristiano. Un cristianismo como capote externo, que busca las seguridades espirituales además de las materiales, no tiene nada que ver con Jesús. Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un puñado de arroz para evitar la muerte. Jesús nos dice claramente que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar por encima de todo mi seguridad, y si me sobra dar a los demás, no funciona.

Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú lo puedes hacerlo todo, porque no se trata de eliminar la injusticia sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacerles un favor a ellos, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de cualquier inhumanidad. Nosotros, los “ricos”, somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie sino en ayudar a los demás a salir de toda opresión. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida biológica. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad.

Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material ni preconizan una revancha futura de los oprimidos ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi propio ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar la idea de individualidad que nos lleva al egoísmo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

Meditación

Jesús te dice: ¡Eres inmensamente dichoso!
Pero no te has enterado todavía, porque vives en tu falso ser.
Sigues identificándote con tu cuerpo-mente.
Pero eres tu cuerpo, tu mente y Mucho más.
Tu verdadero ser es plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Venidos de todas partes

Domingo, 17 de febrero de 2019
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sermon-del-monte-6“La Humanidad es el hombre que aprende siempre” (Pascal)

17 de febrero. Domingo VI del TO

Lc 6, 17, 20. 20-26

Bajó con ellos y se detuvo en llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y de Sidón, para escucharlo y sanarse de sus enfermedades 

¿Pero de dónde, por qué y para qué venía toda aquella gente? Aunque también podían haber venido los océanos, las rocas, las plantas y los animales. Y una vez reunidos, pudieron sumarse a la voz mística y poderosa de Rosalía en los Premios Goya, en Sevilla: Me quedo contigo”.

Es lo que en el prólogo de su libro “Cuando los ángeles cantan”, Octavio Aceves escribió de otra artista: “Creo que Victoria de los Ángeles tenía el excepcional don de llegar con su voz a lo más recóndito y profundo del alma humana, de alcanzarlo de lleno y de golpe con la musicalidad de su fraseo y la elegancia de su armonía y de insuflar paz en los corazones con su timbre angelical”

Eran todos conscientes de que, como decía Bertohld Auerbach (1812-1882): poeta judío-alemán, fundador de la “Novela de tendencia”La música limpia el alma del polvo de la vida cotidiana”. La acción curativa de la música hace que nos sintamos restaurados.

Venían todos porque sentían ansias de rebobinar pensamientos a fin de poder cumplir el divino mandato de “Creced y multiplicaos”. Un sueño que se llama “Quimera” que, al contrario de lo que este monstruo hacía en la mitología griega, reunía poblaciones. Acercar corazones, y hacer que entonen todos juntos canciones en un mismo Coro, el ideal de la Naturaleza.

Y venían también porque sentían la necesidad de luchar por una sociedad más justa y solidaria. Porque, como decía Pascal, “La Humanidad es el hombre que aprende siempre”.

La noche oscura del alma que cantó Juan de Yepes en Noche oscura, está en tinieblas, pero cuando ese Coro se aproximas a ella, la ilumina. Y allí está el árbol de la música agitando sus ramas y derramando notas.

Así, se hacía un hueco de silencio en aquella “Soledad sonora”, haciendo que el universo creciera, y dentro y fuera de él prosperaran todos. Incluido, el tan humilde Juan Bautista, que no se consideraba digno de desatar la correa de los zapatos del Mesías.

Decía San Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios que: “Mejor es mantenerse en silencio y ser, que decir y no ser. Es hermoso enseñar si se hace lo que se dice. Uno solo es el Maestro que dijo e hizo, y lo que hizo, permaneciendo en silencio, es digno del Padre. Quien posee verdaderamente la palabra de Jesús puede también percibir su silencio, sea por ser perfecto, sea por obrar mediante su palabra y ser conocido por su mantenerse en la palabra”.

Bajó con ellos y se detuvo en llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y de Sidón, para escucharlo y sanarse de sus enfermedades (Lc 6, 17-18), y lo hicieron simultáneamente en un hueco vacío de silencio y en una presumida pirámide de voces.

El poeta bilbaíno Blas de Otero, lo dijo en este Poema.

CÁNTICO ESPIRITUAL

“Complexión de este mundo con mis manos:
tronco de árbol, río, mujer pura,
todo es señal de Dios inmaculada.
Ahora estoy esperando a libertarme:
complexión de este mundo con mí mismo” 

“Escúchame, Yavé, desllágame.
Apenas puedo sostenerme el alma.
Mi cuerpo desmorona a cada instante
su unidad substancial, aun palpitando.
Nada soy si no soy el que yo soy,
el que ha salido de Tus manos grandes
capaces de dar forma al Universo”.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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